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Seminario de Diseño de Proyectos (2010-2011).

Materiales I

SEMINARIO DE DISEÑO DE PROYECTOS (2010-2011)

Programa de Master en Investigación Etnográfica, Teoría


Antropológica y Relaciones Interculturales-UAB
Autor de los materiales: Aurelio Díaz

MATERIALES I

Índice

1. Algunos asuntos claves 1


1.1 La importancia de la teoría 1
1.2 Ciencia, conocimiento y valores 2
1.3 Vigilancia epistemológica 4
1.4 Bricolaje 4
1.5 Serendipity 5
1.6 Ciencias sociales y su objeto 6
1.7 Un objeto que es sujeto 8

2. Otros asuntos claves 9


2.1 Teoría 9
2.1.1 Teoría y niveles teóricos 9
2.1.2 La teoría sustantiva y la teoría formal 12
2.1.3 Elementos de la Teoría Fundamentada 13
2.1.4 Teoría formal – teoría sustantiva: un ejemplo 13
2.1.5 Estatuto cognoscitivo de las teorías científicas 14
2.2 Método(s) y técnicas 15
2.3 Cualitativo – cuantitativo 18
2.4 Validez – fiabilidad 21
2.4.1 Validez 23
2.4.2 Fiabilidad 23
2.4.3 Validez interna, validez externa (generalización) 24
2.5 Triangulación 26
2.6 Validez, fiabilidad, triangulación: replanteamiento y desarrollo 31
2.7 Ongoing grounding and validation of data 34
2.8 A theory of qualitative methodology 36
2.8.1 Introduction 36
2.8.2 Representativeness 39
2.8.3 Reactivity 40
2.8.4 Reliability 42
2.8.5 Replicability 45

3. Tipos de investigación (I) 47


3.1 Unas investigaciones aplicadas 47
3.2 Investigación acción – investigación participativa 54
3.2.1 Investigación-acción participativa 55
3.2.2 Investigación participativa 56
3.2.3 Intervention or Action Research 57
3.2.4 Niveles de participación en la comunidad 59
3.2.4.1 Passive subjects or active collaborators? 60

I
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4. Tipos de investigación (II). Investigación cualitativa y etnografía 61


4.1 Un apunte crítico 64
4.2 What distinguished ethnography as a particular form o qualitative 65
4.3 Etnografía 68
4.3.1 Trabajo de campo: diferencias según etapas 68
4.3.2 Etnografía (Spradley) 70
4.3.3 Etnografía (Bryman) 71
4.3.3.1 What is ethnography? 71
4.3.3.2 The pre-history of modern ethnography 73
4.3.3.3 Traditions in ethnography 75
4.3.3.4 Epistemology and ethnography 75
4.3.3.5 The nature of ethnographic fieldwork practice 77
4.3.4 Etnografía (Agar) 77
4.3.4.1 Desarrollo de la propuesta de Agar: resolución de quiebras y esquemas 79
4.3.5 Epistemological consequences of fieldwork 86
4.3.5.1 Missionaries and anthropologists 89
4.3.5.2 Conclusions 92

5. Etnografía y trabajo de campo 92


5.1 Unas ilustraciones 92
5.1.1 El etnógrafo 92
5.1.2 Malinowski y el trabajo de campo 93
5.1.2.1 Los argonautas 93
5.1.2.2 Confesiones 95
5.1.3 Evans-Pritchard y los nuer 98
5.1.4 Etnografía “en la calle” en un “barrio duro” 100
5.1.5 El consumo de cocaína en Barcelona 103
5.1.6 Duros trópicos: una posición crítica 105
5.1.7 Aquí lo duro es la participación: “Busy Louie”, “The Black Frenchman” 108
5.1.8 Un trabajo de campo limitado, de calidad y explicado de forma honesta 111
5.1.9 Qué significa “ir al campo” cuando lo tenemos aquí 116
5.1.10 El futuro ya ha pasado 118
5.2 Unos apuntes críticos 123
5.2.1 Del “líbreme el cielo” al “estar allí” 123
5.2.2 La descripción que empacha 123
5.2.3 Malestares fundamentados 124
5.2.4 La deriva posmoderna 126
5.3 Bueno para pensar 129
5.3.1 El ascensor en la torre de Babel 129
5.3.2 El indio borracho y la oscuridad 130
5.3.3 Cazando dragones 132
5.3.4 ¿Mirada distante?: vulnerabilidad y corazones rotos 134
5.3.5 La pena, el dolor y la furia 136
5.3.5.1 The rage in ilongot grief 137
5.3.5.2 How I found the rage in grief 139
5.3.6 Los ojos y las orejas bien abiertos y la boca bien cerrada 142
5.4 Virtudes, dilemas y mentiras en el trabajo de campo 143
5.4.1 The classic virtues 143
5.4.1.1 The kindly ethnographer 143
5.4.1.2 The friendly ethnographer 144
5.4.1.3 The honest ethnographer 145
5.4.2 Technical skills 146
5.4.2.1 The precise ethnographer 146
5.4.2.2 The observant ethnographer 147
5.4.2.3 The unobtrusive ethnographer 148
5.4.3 The ethnographic self 148
5.4.3.1 The candid ethnographer 148
5.4.3.2 The chaste ethnographer 149
5.4.3.3 The fair ethnographer 150
5.4.3.4 The literary ethnographer 151
5.4.4 Closing: opening lies 152

II
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6. Proyecto de investigación 153


6.1 Generalidades (aspectos básicos) 153
6.1.1 Primeras preguntas (para aclarar las cosas) 153
6.1.2 Focusing and clarifying the research question 157
6.1.3 Finding your question: what don‟t we know that matters? 158
6.1.4 Dos ilustraciones más 160
6.1.4.1 De estudios de caso 160
6.1.4.2 Una tesina reciente 164
6.2 Diseño etnográfico informado teóricamente 164
6.3 Tipología de diseños de investigación 166
6.3.1 Según objetivos 166
6.3.2 Un desarrollo: descripción y explicación 168
6.3.2.1 Una ilustración sobre la explicación causal 170
6.3.3 Tipos de variables según la función en la investigación 172
6.3.4 Más sobre causalidad 173
6.3.5 Inferring causal relationships. Criteria for inferring causes 174
6.3.6 Tipos de explicación 178
6.3.6.1 Modelos de explicación científica 178
6.3.6.2 Ejemplos de explicación científica 178
6.3.6.3 Cuatro tipos de explicación 181
6.3.6.4 ¿Explican las ciencias? 185
6.4 Diseño emergente – proyectado 186
6.4.1 What is research design? 186
6.4.2 Design versus meted 187
6.4.3 Más sobre diseños 188

7. Estrategias de investigación 190


7.1 Diseños y elección de estrategias 191
7.2 Otra propuesta 192

8. El proceso de la investigación: fases iniciales 194


8.1 Una ilustración 194
8.2 Lo más básico: errores a evitar 200
8.2.1 Otro asunto básico: la selección de lecturas 201
8.2.2 La pregunta inicial 203
8.3 Las etapas del proceso y la pregunta inicial 206
8.3.1 Resumen de las etapas (Quivy, van Campenhoudt) 207

9. El caso de los estudios de caso 210


9.1 Definición 210
9.2 Tipos de caso 213
9.3 Unidad de análisis (qué es un caso) 213
9.3.1 Una ilustración para aclarar conceptos 215
9.4 Tipos de caso (desarrollo) 215
9.5 Validez, fiabilidad y generalización (estudios de caso) 219
9.6 Generalización analítica 223
9.7 Diseños de estudios de caso 224
9.8 Estudios de caso múltiples 226

10. Proceso de investigación: fases 229


10.1 Appendix A: the Developmental Research Sequence Method 230
10.2 Appendix B: The Developmental Research Sequence… 232
10.3 Otro esquema del proceso de investigación 233

11. Bibliografía citada 235

12. Gráficos y tablas 241

III
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1. Algunos asuntos claves

1.1 La importancia de la teoría

“Ocurre, en efecto, como si el empirismo radical propusiera como ideal al sociólogo anularse como
tal. La sociología seria menos vulnerable a las tentaciones del empirismo si bastase con
recordarle, como decía Poincaré, que 'los hechos no hablan'. Quizá la maldición de las ciencias del
hombre sea la de ocuparse de un objeto que habla. En efecto, cuando el sociólogo quiere sacar de
los hechos la problemática y los conceptos teóricos que le permitan construirlos y analizarlos,
siempre corre el riesgo de sacarlos de la boca de sus informantes. No basta con que el sociólogo
escuche a los sujetos, registre fielmente sus palabras y razones, para explicar su conducta y aun
las justificaciones que proponen: al hacer esto, corre el riesgo de sustituir lisa y llanamente a sus
propias prenociones por las prenociones de quienes estudia o por una mezcla falsamente
científica y falsamente objetiva de la sociología espontánea del 'científico' y de la sociología
espontánea de su objeto”. (Bourdieu, Chamboredon, Passeron, 1994:57)

“Aun cuando se libera de los supuestos de la sociología espontánea, la práctica sociológica, sin
embargo, no podría realizar nunca el ideal empirista del registro sin supuestos, aunque más no
fuera por el hecho de que utiliza instrumentos y técnicas de registro. 'Establecer un dispositivo con
miras a una medición, es plantear una pregunta a la naturaleza', decía Max Planck. La medida y
los instrumentos de medición y en general todas las operaciones de la práctica sociológica, desde
la elaboración de los cuestionarios y la codificación hasta el análisis estadístico, son otras tantas
teorías en acto, en calidad de procedimientos de construcción, conscientes o inconscientes, de los
hechos y de las relaciones entre los hechos. La teoría implícita en una práctica, teoría del
conocimiento del objeto y teoría del objeto, tiene tanto más posibilidades de no ser controlada, y
por tanto inadecuada al objeto en su especificidad, cuanto es menos consciente. Al llamar
metodología, como a menudo se hace, a lo que no es sino un decálogo de preceptos tecnológicos,
se escamotea la cuestión metodológica propiamente dicha, la de la opción entre las técnicas
(métricas o no) referentes a la significación epistemológica del tratamiento que las técnicas
escogidas hacen experimentar al objeto y a la significación teórica de los problemas que se
quieren plantear al objeto al cual se las aplica.” (Bourdieu, Chamboredon, Passeron, 1994:59-60)

“En tanto no hay registro perfectamente neutral no existe una pregunta neutral. El sociólogo que
no somete sus propias interrogaciones a la interrogación sociológica no podría hacer un análisis
verdaderamente neutral de las preguntas que provoca.” (Bourdieu, Chamboredon, Passeron,
1994:63)

“No hay nada más sorprendente que el hiperempirismo, que renuncia al deber y al derecho de la
construcción teórica en provecho de la sociología espontánea y reencuentra la filosofía
espontánea de la acción humana como expresión de una deliberación consciente y voluntaria,
transparente en si misma: numerosas encuestas de motivaciones (sobre todo retrospectivas)
suponen que los sujetos pueden guardar en algún momento la verdad objetiva de su
comportamiento (y que conservan continuamente una memoria adecuada), como si la
representación que los sujetos se hacen de sus decisiones o de sus acciones no debiera nada a
las racionalizaciones retrospectivas. Se pueden y se deben, sin duda, recoger los discursos más
irreales, pero a condición de ver en ellos no la explicación del comportamiento sino un aspecto del
mismo que debe explicarse. Cada vez que el sociólogo cree eludir la tarea de construir los hechos
en función de una problemática teórica, es porque está dominado por una construcción que se
desconoce y que él desconoce como tal, recogiendo al final nada más que los discursos ficticios
que elaboran los sujetos para enfrentar la situación de encuestado y responder a preguntas
artificiales o incluso al artificio por excelencia como es la ausencia de preguntas. Cuando el
sociólogo renuncia al privilegio epistemológico es para caer siempre en la sociología espontánea.”
(Bourdieu, Chanboredon, Passeron 1994:58)

“Sería fácil demostrar que toda práctica científica, incluso y sobre todo cuando obcecadamente
invoca el empirismo más radical, implica supuestos teóricos y que el sociólogo no tiene más
alternativa que moverse entre interrogantes inconscientes, por tanto incontroladas e incoherentes,
y un cuerpo de hipótesis metódicamente construidas con miras a la prueba experimental, negar la
formulación explícita de un cuerpo de hipótesis basadas en una teoría, es condenarse a la
adopción de supuestos tales como las premoniciones de la sociología espontánea y de la

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ideología, es decir los problemas y conceptos que se tienen en tanto sujeto social cuando no se
los quiere tener como sociólogo.” (Bourdieu, Chanboredon, Passeron 1994:59)

“Hay entre los empiristas abstractos una tendencia reciente a prologar los estudios empíricos
con un capítulo o dos en que resumen „la literatura del problema‟. Esto, desde luego, es una
buena señal, y constituye, creo yo, en cierta medida una respuesta a las críticas procedentes
de las disciplinas sociales consagradas. Pero en realidad ese trabajo se hace con excesiva
frecuencia después de recogidos los datos y descritos. Además, como requiere tiempo y
paciencia considerables, en las instituciones de investigación, cargadas de trabajo, se le confía
muchas veces a un ayudante laborioso. Al memorándum que él describe se le da después
nueva forma en un esfuerzo por rodear el estudio empírico de „teoría‟ y „darle sentido‟, o -como
se dice frecuentemente- „sacar de él una historia mejor‟. Quizás esto sea mejor que nada; pero
muchas veces desorienta al no iniciado, quien puede suponer apresuradamente que ese
estudio empírico particular fue seleccionado y proyectado y ejecutado para someter a una
prueba empírica concepciones o supuestos más amplios.” (Mills, 1986:86)

“Se reconoce comúnmente que todo intento sistemático de comprender supone algún tipo de
alternación entre ingestión (empírica) y asimilación (teórica), que los conceptos y las ideas
deben guiar la investigación de los hechos, y que las investigaciones detalladas deben usarse
para comprobar y re-formar las ideas.” (Mills, 1986:91)

“El empirismo cotidiano de sentido común está lleno de supuestos y clichés de una u otra
sociedad particular; porque el sentido común determina lo que se ve y cómo debe explicársele.
Si intenta usted huir de esa situación por el empirismo abstracto, terminará en un nivel
microscópico o sub-histórico y se esforzará lentamente en apilar los detalles abstractos con
que está tratando. Si intenta usted huir del empirismo del sentido común por la gran teoría,
vaciará usted los conceptos con que está tratando de toda referencia empírica clara y presente,
y, si no tiene usted cuidado, se encontrará completamente solo en el mundo trans-histórico que
está construyendo.” (Mills, 1986:138)

1.2 Ciencia, conocimiento y valores

“Resumiendo, el tratamiento metodológico weberiano de los valores puede ser expresado así:
1) El científico, en cuanto científico, tiene, sólo un valor: la verdad; 2) Pero el científico, en
cuanto científico, necesita valores como puntos de referencia para seleccionar temas y
conceptos. A estos dos puntos, otros tres -no desarrollados anteriormente por ser
sobradamente conocidos- pueden añadirse: 3) La ciencia empírica no es capaz de «enseñar a
nadie lo que “debe”, sino sólo lo que “puede” y, en ciertas circunstancias, lo que “quiere”»
(Weber, 1971:12); 4) El científico -incluso en cuanto científico puede tener y necesariamente
tendrá sus propios juicios de valor, pero no debe mezclarlos indiscriminadamente con su
ciencia; 5) Los valores pueden ser estudiados por la ciencia, pero sólo como hechos
sociológicos o psicológicos.

En nuestra opinión, la más importante idea de la metodología weberiana no es ni la vieja


separación entre hecho y valor ni la idea de una ciencia social libre de valoraciones, sino la
insistencia en el hecho de que sólo puntos de vista valorativamente orientados pueden ordenar
el caos de los fenómenos. La idea era evidentemente un desarrollo de la epistemología
kantiana, pero parece que sólo hoy empieza a dársele la importancia que merece. Si el mundo
es un caos de infinitos fenómenos, cualquier selección debe ser hecha de acuerdo con ciertos
puntos de vista que digan lo que es y no es relevante. «Cada cual ve lo que lleva en su
corazón», decía Weber (1971:84.). Construimos el mundo social no menos que la ciencia
social y es de todo punto imposible evitar esa responsabilidad, y Weber ciertamente no lo hizo.”
(Lamo de Espinosa, González, Torres, 1994:85-89)

“Podría parecer, después de esta exposición, que Weber debía de afirmar el carácter subjetivo
y orientado por valores de las ciencias sociales, casi como una necesidad lógica. Sin embargo,
precisamente porque reconoce esos rasgos originales en las ciencias sociales está en
condiciones de formular la doctrina de la Werfreiheit.

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Para ello se sirvió de una distinción importante entre dos modos de existencia de los valores. El
primero es el juicio de valor; en este caso los valores son aceptados categóricamente, tal
como lo hace, por ejemplo, el político. El segundo es la referencia a valores; en este caso los
valores se aceptan sólo hipotéticamente, es decir, como un instrumento que permite
seleccionar un cierto punto de vista que nos diga qué es relevante o importante y qué no. El
científico debe siempre tener clara la distinción entre «la relación que compara la realidad con
unos tipos ideales en sentido lógico y la apreciación evaluadora de esta realidad a partir de
ideales» (16. Idem, p.72). Es en este sentido de referencia a valores -y no de juicios de valor-
que dice: ///

No existe ningún análisis científico; «objetivo» de la vida cultural o bien de los «fenómenos
sociales», que fuese independiente de unas perspectivas especiales y «parciales» que de
forma expresa o tácita, consciente o inconsciente, las eligiese, analizase y articulase para
propósitos de exposición (17. Idem, p.36).

Y como esta última cita sugiere, la referencia a valores es necesaria no sólo para seleccionar el
tema de investigación, sino también para seleccionar los conceptos que vamos a usar: «En las
ciencias de la cultura humana, la construcción de conceptos depende del planteamiento de los
problemas y (de que) este último varía según el contenido de la cultura» (18.Idem, 9.82). Así
pues, los «tipos ideales» son construidos seleccionando un conjunto definido de características
y no otro, y ello implica una referencia a valores. Para construir el tipo ideal de una religión -o
de un burdel- el científico selecciona los rasgos que son «esenciales» al fenómeno
considerado, pero esta selección implica una evaluación. Si esta evaluación puede o no ser
considerada como verdadero juicio de valor, lo veremos más adelante.

En clara oposición a la referencia a valores -que es inevitable siempre que haya que
seleccionar temas de investigación y construir conceptos-, los juicios de valor pueden y deben
ser evitados. Y es este -y no otro- el sentido único de la Wertfreiheit. «Debe indicarse
claramente al lector dónde y cuándo termina de hablar el científico y dónde y cuándo comienza
a hablar el hombre de voluntad» (19. Idem, p.19). Sólo en este sentido puede entenderse su
afirmación de que una demostración científica correcta deberá ser admitida incluso por un
chino (20. Idem, p.17) aunque quizá el chino pueda no aceptar -ahora categóricamente-,
porque carezca del necesario «sentido», los valores usados como referencia.

En consecuencia, la objetividad en las ciencias sociales es alcanzada a través de ambos


procesos: la referencia a valores, por un lado, y la eliminación de los juicios de valor, por otro.
Por ello puede decir -a pesar de ciertas interpretaciones de la Werfreiheit- que «el conocimiento
científico-cultural, tal y como lo entendemos aquí, se halla ligado a unas premisas “subjetivas”
en tanto que sólo se ocupa de aquellos elementos de la realidad que muestren alguna relación,
por muy indirecta que sea, con los procesos a los cuales conferimos un significado cultural»
(21. Idem, p.50). Por ello este conocimiento es al mismo tiempo subjetivo (pues necesita la
referencia a valores) y objetivo (porque a partir de esos valores hipotéticamente aceptados el
resto se deduce lógicamente). El problema de muchas de las interpretaciones de la
metodología weberiana es que acentúan la idea de Werfreiheit, pero olvidan al mismo tiempo la
necesidad de la referencia a valores como medio único e indispensable de introducir orden en
el caso de los fenómenos existenciales, y de este modo Weber es entendido en un sentido útil
a la teoría de la naturalización de la sociedad (positivismo). Y, ciertamente, si abandonamos la
idea de la referencia a valores -y su fundamento epistemológico-, Weber no difiere
esencialmente del neopositivismo.” (Lamo de Espinosa, González, Torres, 1994:86-87)

“Si en la actualidad hay una tendencia a minimizar las diferencias entre ciencias sociales y
naturales que se basan en la especificidad de los datos de aquéllas, hay otro aspecto cuya
importancia no suele negarse, y es la incidencia que pueden tener sobre la investigación los
valores sociales de los científicos. Estos valores pueden influir al menos en dos momentos: la
determinación del problema que se va a estudiar y el establecimiento de las conclusiones.”
(González Echevarría, 1987:208)

“Probablemente es cierto que los estudios de las ciencias humanas sólo examinan materiales a
los que se atribuye „significación cultural‟, de modo que en su elección del material de
investigación está implícita una orientación valorativa. Pero esto no es privativo de las ciencias

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sociales; ningún científico lo estudia todo, elige lo que más le interesa, y esto no es un
inconveniente para el éxito de su investigación.” (González Echevarría, 1987:209)

“Más peligrosa es la influencia de los juicios de valor del investigador en el contenido de las
conclusiones. Nadel ha hecho una aportación clásica en este punto. En primer lugar,
sosteniendo que si la subjetividad es inevitable, por lo menos ha de manifestarse abiertamente.
Piensa que el mayor riesgo de tratar mal los problemas científicos radica, no en los puntos de
vista y las filosofías diferentes, ni quizá en las personalidades divergentes de los científicos,
sino en no explicitar los supuestos y los conceptos con los que se opera. Pero también señala
que hay al menos tres aspectos en los que los juicios de valor, que están siempre presentes,
deben exhibirse: 1) cuando se habla de la satisfacción de necesidades psico-físicas que
proporciona una cultura; 2) cuando se calcula la influencia de los hechos sociales sobre la
supervivencia; 3) cuando se juzga el grado de integración y de estabilidad social (Nadel, 1974
/1951): 61 s.).” (González Echevarría, 1987:210)

1.3 Vigilancia epistemológica

“Establecer, con Bachelard, que el hecho científico se conquista, construye, comprueba,


implica rechazar al mismo tiempo el empirismo que reduce el acto científico a una
comprobación y el convencionalismo que sólo le opone los preámbulos de la construcción. A
causa de recordar el imperativo de la comprobación, enfrentando la tradición especulativa de la
filosofía social de la cual debe liberarse, la comunidad sociológica persiste en olvidar hoy la
jerarquía epistemológica de los actos científicos que subordina la comprobación a la
construcción y la construcción a la ruptura: en el caso de una ciencia experimental, la simple
remisión a la prueba experimental no es sino tautológica en tanto no se acompañe de una
explicación de los supuestos teóricos que fundamentan una verdadera experimentación, y esta
explicitación no adquiere poder heurístico en tanto no se le adhiera la explicación de los
obstáculos epistemológicos que se presentan bajo una forma específica en cada práctica
científica.” (Bourdieu, Chamboredon, Passeron, 1994:25)

“No es posible ahorrar esfuerzos en la tarea de construir el objeto si no se abandona la


investigación de esos objetos preconstruidos, hechos sociales demarcados, percibidos y
calificados por la sociología espontánea (5), o 'problemas sociales' cuya aspiración a existir
como problemas sociológicos es tanto más grande cuanto más realidad social tienen para la
comunidad de sociólogos.

(5) Muchos sociólogos principiantes obran como si bastara darse un objeto dotado de realidad
social para poseer, al mismo tiempo, un objeto dotado de realidad sociológica: dejando a un
lado las innumerables monografías de aldea, podrían citarse todos esos temas de investigación
que no tienen otra problemática que la pura y simple designación de grupos sociales o de
problemas percibidos por la conciencia común, en un momento dado.” (Bourdieu,
Chamboredon, Passeron, 1994:53)

1.4 Bricolaje

“El bricoleur es capaz de ejecutar un gran número de tareas diversificadas; pero, a diferencia
del ingeniero, no subordina ninguna de ellas a la obtención de materias primas y de
instrumentos concebidos y obtenidos a la medida de su proyecto: su universo instrumental está
cerrado y la regla de su juego es siempre la de arreglárselas con «lo que uno tenga», es decir
un conjunto, a cada instante finito, de instrumentos y de materiales, heteróclitos además,
porque la composición del conjunto no está en relación con el proyecto del momento, ni, por lo
demás, con ningún proyecto particular, sino que es el resultado contingente de todas las
ocasiones que se le han ofrecido de renovar o enriquecer sus existencias, o de conservarlas
con los residuos de construcciones y de destrucciones anteriores. El conjunto de los medios del
bricoleur no se puede definir, por lo tanto, por un proyecto (lo que supondría, por lo demás,
como en el caso del ingeniero, la existencia de tantos conjuntos instrumentales como géneros
de proyectos, por lo menos en teoría); se define solamente por su instrumentalidad, o dicho de
otra manera y para emplear el lenguaje del bricoleur, porque los elementos se recogen o
conservan en razón del principio de que «de algo han de servir». Tales elementos, por tanto,
están particularizados a medias: lo suficiente como para que el bricoleur no tenga necesidad

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del equipo y del saber de todos los cuerpos administrativos; pero no tanto como para que cada
elemento sea constreñido a un empleo preciso y determinado. Cada elemento representa un
conjunto de relaciones, a la vez, concretas y virtuales; son operadores, pero utilizables con
vistas a operaciones cualesquiera en el seno de un tipo.” (Lévi-Strauss, 1972:36-37)

“The qualitative researcher-as-bricoleur uses the tools of his or her methodological trade,
deploying whatever strategies, methods, or empirical materials as are at hand (Becker, 1989). If
new tools have to be invented, or pieced together, then the researcher will do this. The choice
of which tools to use, which research practices to employ, is not set in advance. The “choice of
research practices depends upon the questions that are asked, and the questions depend on
their context” (Nelson et al., 1992, p. 2), what is available in the context, and what the
researcher can do in that setting.

Qualitative research is inherently multimethod in focus (Brewer & Hunter, 1989). However, the
use of multiple methods, or triangulation, reflects an attempt to secure an in-depth
understanding of the phenomenon in question. Objective reality can never be captured.
Triangulation is not a tool or a strategy of validation, but an alternative to validation (Denzin,
1989a, 1989b, p. 244; Fielding & Fielding, 1986, p. 33; Flick, 1992, p. 194). The combination of
multiple methods, empirical materials, perspectives and observers in a single study is best
understood, then, as a strategy that adds rigor, breadth, and depth to any investigation (see
Flick, 1992, p. 194).

The bricoleur is adept at performing a large number of diverse tasks, ranging from interviewing
to observing, to interpreting personal and historical documents, to intensive self-reflection and
introspection. The bricoleur reads widely and is knowledgeable about the many interpretive
paradigms (feminism, Marxism, cultural studies, constructivism) that can be brought to any
particular problem. He or she may not, however, feel that paradigms can be mingled, or
synthesized. That is, paradigms as overarching philosophical systems denoting particular
ontologies, epistemologies, and methodologies cannot be easily moved between. They
represent belief systems that attach the user to a particular worldview. Perspectives, in contrast,
are less well developed systems, and can be more easily moved between. The researcher-as-
bricoleur-theorist works between /// and within competing and overlapping perspectives and
paradigms.

The bricoleur understands that research is an interactive process shaped by his or her personal
history, biography, gender, social class, race, and ethnicity, and those of the people in the
setting. The bricoleur knows that science is power, for all research findings have political
implications. There is no value-free science. The bricoleur also knows that researchers all tell
stories about the worlds they have studied. Thus the narratives, or stories, scientists tell are
accounts couched and framed within specific storytelling traditions, often defined as paradigms
(e.g., positivism, postpositivism, constructivism).

The product of the bricoleur' s labor is a bricolage, a complex, dense, reflexive, collagelike
creation that represents the researcher' s images, understandings, and interpretations of the
world or phenomenon under analysis. This bricolage will, as in the case of a social theorist such
as Simmel, connect the parts to the whole, stressing the meaningful relationships that operate
in the situations and social worlds studied (Weinstein & Weinstein, 1991, p. 164).” (Denzin,
Lincoln, 1994:2-3)

1.5 Serendipity

“En determinadas condiciones, el resultado de una investigación da origen a la teoría social. En


un trabajo anterior se expresó esto demasiado brevemente del modo siguiente: 'La
investigación empírica fructífera no sólo comprueba hipótesis teóricamente derivadas; origina
también hipótesis nuevas. Puede llamarse a esto el elemento 'serendipity' de la investigación, o
sea, el descubrimiento, por casualidad o por sagacidad, de resultados válidos que no se
buscaban'. El tipo 'serendipity' se refiere a la experiencia bastante /// común de la observación
de un dato imprevisto, anómalo y estratégico que se convierte en ocasión del desarrollo de
teoría nueva o de la ampliación de una teoría existente. Puede describirse rápidamente cada
uno de los elementos del tipo. El dato es, ante todo, imprevisto. Una investigación encaminada

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a comprobar una tesis arroja un subproducto fortuito que influye en teorías que no se habían
tenido en cuenta al empezar la investigación.” (Merton, 1964:113-114)

“En segundo lugar, la observación es anómala, sorprendente, ya porque parece incongruente


con la teoría dominante o ya con otros hechos establecidos. En ambos casos, la incongruencia
aparente provoca curiosidad; estimula al investigador a 'dar sentido al dato', a situarlo en una
estructura más amplia de conocimientos. El investigador sigue explorando. Saca inferencias de
las observaciones inferencias que dependen en gran medida, naturalmente, de su orientación
teórica general. Cuanto más se empapa en los datos, mayor es la probabilidad de que
encuentre una dirección fructífera para la investigación. En la circunstancia afortunada de que
su nueva corazonada quede justificada, el dato anómalo lleva a una teoría nueva o a la
ampliación de la existente. La curiosidad estimulada por el dato anómalo queda temporalmente
satisfecha.” (Merton, 1964:114)

“Y en tercer lugar, al advertir que el hecho inesperado debe ser estratégico, es decir, que debe
permitir implicaciones que influyan sobre la teoría generalizada, nos referimos, por supuesto,
más a lo que el observador pone en el dato que al dato mismo. Porque es evidente que se
requiere un observador teóricamente sensibilizado al descubrimiento de lo universal en lo
particular.” (Merton, 1964:114)

“Quizás baste esto para ilustrar el funcionamiento del tipo de serendipidad: un resultado
inesperado y anómalo despertó la curiosidad del investigador y lo condujo a lo largo de una
senda que lo llevó a una hipótesis nueva.” (Merton, 1964:117)

“Así, el descubrimiento no se reduce nunca a una simple lectura de lo real, aun del más
desconcertante, puesto que supone siempre la ruptura con lo real y las configuraciones que
éste propone a la percepción. Si se insiste demasiado sobre el papel del azar en el
descubrimiento científico, como lo hace Robert K. Merton en su análisis del serendipity, se
corre el riesgo de suscitar las representaciones más ingenuas del descubrimiento, resumidas
en el paradigma de la manzana de Newton: la captación de un hecho inesperado supone, al
menos, la decisión de prestar una atención metódica a lo inesperado, y su propiedad heurística
depende de la pertinencia y de la coherencia del sistema de cuestiones que pone en discusión.
Es sabido que el acto de descubrir que conduce a la solución de un problema sensorio-motor o
abstracto debe romper las relaciones más aparentes, que son las más familiares, para hacer
surgir el nuevo sistema de relaciones entre los elementos. En sociología, como en otros
campos, ‟una investigación seria conduce a reunir lo que vulgarmente se separa o a distinguir
lo que vulgarmente se confunde‟.” (Bourdieu, Chamboredon, Passeron, 1994:29)

1.6 Ciencias sociales y su objeto

“Si observamos los resultados prácticos de la proliferación de científicos sociales encontramos


más analogías con la función de los brujos en una tribu primitiva que con la función
desempeñada por los científicos naturales y tecnólogos en una sociedad industrial.” (Andreski,
1973:29)

“Los hechos, datos y sucesos que debe abordar el especialista en ciencias naturales son
hechos, datos y sucesos solamente dentro del ámbito de observación que le es propio, pero
este ámbito no 'significa' nada para las moléculas, átomos y electrones que hay en él. En
cambio, los hechos, sucesos y datos que aborda el especialista en ciencias sociales tienen una
estructura totalmente distinta. Su campo de observación, el mundo social, no es esencialmente
inestructurado. Tiene un sentido particular y una estructura de significatividades para los seres
humanos que viven, piensan y actúan dentro de él. Estos han preseleccionado y
preinterpretado este mundo mediante una serie de construcciones de sentido común acerca de
la realidad cotidiana, y esos objetos de pensamiento determinan su conducta, definen el
objetivo de su acción, los medios disponibles para alcanzarlo; en resumen, los ayudan a
orientarse dentro de su medio natural y sociocultural y a relacionarse con él.

Las construcciones usadas por el especialista en ciencias sociales son, pues, por así decir,
construcciones de segundo grado, o sea, construcciones de las construcciones hechas por los

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actores en la sociedad misma, actores cuya conducta el investigador observa y procura


explicar de acuerdo con las reglas de procedimiento de su ciencia.” (Schutz, 1974a:37-38)

“En la medida en que toda „comprensión‟ sobreviene por apropiación de marcos de sentido, ya
no se la considera un procedimiento que distinguiera a las ciencias sociales de las naturales,
sino un procedimiento común a ambas. Así aparece bajo nueva luz la relación entre ellas. La
ciencia natural supone la elaboración de marcos de sentido organizados como redes, y las
discontinuidades en el progreso de las teorías científicas plantean problemas hermenéuticos
similares a los que origina la mediación entre los marcos de sentido en otras esferas de
actividad. Pero las ciencias sociales se ocupan de un mundo preinterpretado, siendo los
marcos de sentido inherentes a su „objeto de estudio‟ -o sea, la intersubjetividad de la vida
social práctica-. Por lo tanto, la ciencia social implica una „doble hermenéutica‟, que eslabona
sus teorías, en tanto marcos de sentido, con aquellos que ya son parte constitutiva de la vida
social. Desde luego que las ramificaciones de esto son complejas y de difícil rastreo, y
requieren identificar las relaciones entre las creencias legales y los conceptos del lenguaje
ordinario, por un lado, y por el otro los conceptos y teorías de las ciencias sociales.” (Giddens,
1988:318)

“En otro lugar he sugerido, siguiendo a Schutz, que los términos „motivo‟, „razón‟ y „propósito‟,
tal como los emplea el lenguaje ordinario, inducen a error porque presuponen un „corte‟ o
segmentación conceptual del ininterrumpido flujo de la acción; corte que normalmente sólo se
produce cuando se inquiere al sujeto por qué actuó como lo hizo, o cuando él categoriza
reflexivamente un segmento de su acción, o cuando un observador hace esto último. Es más
apropiado considerar los tres términos antedichos como referidos a un proceso; la orientación
subjetiva de la acción puede entenderse entonces intencionalmente dirigida, en conjunción con
los procesos corrientes de la motivación y la racionalización de la acción. Esto significa que el
actor socialmente competente gobierna rutinas de comando „manteniéndose en contacto‟, en
teoría, con el contenido de lo que hace; expresado de otro modo: es capaz, si se lo pide, de
ofrecer una explicación de un „segmento‟ específico de su conducta. El problema de ligar la
orientación subjetiva de la acción con las estructuras institucionales ha parecido siempre
enormemente difícil, pero ello se debe en parte a que habitualmente se entendió „estructura‟ en
sustancia, como una restricción impuesta a la acción.” (Giddens, 1988:321)

“Recordemos que en el capítulo 2 se indicaba que la sociología del conocimiento, al ser un


metaconocimiento, pone de manifiesto el acto de conocer en su integridad y así hace emerger
al sujeto del conocimiento. Reflexividad (conocimiento del conocimiento), de una parte, y
puesta en evidencia del sujeto del conocer, de otra, son procesos paralelos. Pues bien, lo
peculiar de la ciencia social es que su objeto de conocimiento es, al tiempo, sujeto del
conocimiento y que su sujeto del conocimiento (el sociólogo) es al tiempo parte del objeto,
parte de la sociedad que analiza y estudia. No pretendo argumentar que la ciencia social sea
psicología social ni que toda su temática pueda subsumirse bajo lo rúbrica del actor. Creemos,
por el contrario, que el objeto de la ciencia social es más bien la situación que el actor. Pero es
indiscutible que el mundo social es producto (intencional o no) de actores sociales y que todo
actor social puede ser (e inevitablemente es) sujeto de conocimiento social. Y es aún
indiscutible que el científico social es parte de la sociedad que analiza.” (Lamo de Espinosa,
González, Torres, 1994:604)

“Lo que interesa ahora es la corrección de esta hipótesis. Pues el correctivo de la tesis
marxiana puede quizá formularse con otra frase, generalmente atribuida a W.I.Thomas, que ha
hecho igualmente fortuna: „si los hombres definen las situaciones como reales éstas son reales
en sus consecuencias‟. Frase que, retraducida al lenguaje marxiano, podría formularse
diciendo que la conciencia es, además de reflejo, parte del ser social. Y así expresada,
reconocemos en seguida una idea que no dejó de ser aceptada por marxistas más o menos
hegelianos, entre ellos, por supuesto G.Lukács, pero también otros como Antonio Gramsci y los
teóricos de la Escuela de Francfort (Adorno, Horkheimer, Marcuse).” (Lamo de Espinosa,
González, Torres, 1994:606)

“Se ha dicho con frecuencia que no es posible un estudio científico de la sociedad porque el
conocimiento de las predicciones modifica la conducta, y en consecuencia, a las predicciones
las refuta. Deberíamos de preguntarnos si no es la conciencia de que cuando se conocen las

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predicciones se modifica la conducta, lo que convierte en estimulante el estudio científico de la


cultura y de la sociedad. Y no se entienda esto como un canto final idealista sobre una verdad
que nos hará libres, sino como el convencimiento de que sólo podremos construir o modificar
una determinada cultura si somos capaces de predecir en qué medida las instituciones se
implican o son incompatibles por medio de conjeturas que podamos criticar, rechazar o
mejorar.” (González Echevarría, 1987:273)

1.7 Un objeto que es sujeto

“a. La reciprocidad de perspectivas. En la actitud natural del pensamiento de sentido común de


la vida cotidiana, presupongo la existencia de semejantes inteligentes. Esto implica que los
objetos del mundo son, en principio, accesibles a su conocimiento, o sea que son conocidos o
conocibles por ellos. Es algo que sé y presupongo fuera de toda duda. Pero también sé y
presupongo que, en términos estrictos, el 'mismo' objeto debe significar algo diferente para mí y
para cualquiera de mis semejantes. Esto es así por los siguientes motivos:” (Schutz, 1974a:42)

“i. Yo, por hallarme 'aquí', estoy a una distancia diferente de los objetos y experimento como
típicos otros aspectos de ellos que él, quien está 'allí'. Por la misma razón, ciertos objetos están
fuera de mi alcance (de mi vista, mi oído, mi esfera manipulatoria, etc.), pero dentro del suyo, y
viceversa.” (Schutz, 1974a:42)

“ii. Mi situación biográficamente determinada y la de mi semejante, y por ende nuestros


respectivos propósitos a mano y nuestros sistemas de significatividades originadas en ellos,
deben diferir, al menos en cierta medida.” (Schutz, 1974a:42)

“El pensamiento de sentido común supera las diferencias en las perspectivas individuales que
resultan de esos factores mediante dos idealizaciones básicas:” (Schutz, 1974a:42)

“i. La idealización de la intercambiabilidad de los puntos de vista: presupongo -y presumo que


mi semejante hace lo mismo- que si cambio mi lugar por el suyo, de modo tal que su 'aquí' se
convierta en el mío, estaré a igual distancia de las cosas que él y las veré con la misma
tipicidad, y que además estarán a mi alcance las mismas cosas que están ahora al alcance de
él (lo inverso también es verdadero).” (Schutz, 1974a:42)

“ii. La idealización de la congruencia del sistema de significatividades. Mientras no se pruebe lo


contrario, presupongo -y presumo que mi semejante hace lo mismo- que las diferencias de
perspectivas originadas en nuestras situaciones biográficas exclusivas no son significativas
para el propósito a mano de cualquiera de nosotros, y que él y yo, 'Nosotros', suponemos que
ambos hemos elegido e interpretado los objetos real o potencialmente comunes y sus
características de una manera idéntica, o al menos de una manera 'empíricamente idéntica',
vale decir, suficiente para todos los fines prácticos.” (Schutz, 1974a:42)

“Resumiendo, los requisitos son: que se trate de una predicción social, que sea conocida por
los actores relevantes y que, como consecuencia de ello, alteren su conducta”. (Lamo de
Espinosa, González, Torres, 1994:617)

“Por supuesto el actor puede, una vez conocidas las resultantes objetivas de su acción,
mantenerla o retirarla, adherirse al resultado o rechazarlo. Y, por supuesto, lo que le ocurre a
un actor puede ocurrirles a numerosos otros actores. En estos casos de interacciones entre
numerosos egos, de una parte, y la resultante agregada de su acción, de otra, se dan pues los
siguientes casos de actores:

1. Actores que ignoran el resultado objetivo de su acción y, por lo tanto, no alteran su conducta.
Llamémoslos actores irreflexivos.
2. Actores que conociendo el sentido objetivo de su acción (actores pues reflexivos) deciden no
cambiar el sentido de su acción. Llamémoslos actores consistentes.
3. Actores que conociendo el sentido objetivo de su acción (siendo pues igualmente reflexivos),
y sabiendo que ese sentido objetivo debilita la resultante, cambian su acción para reforzarla.
Llamémoslos actores adheridos.

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4. Finalmente, actores que, conociendo el sentido objetivo de su acción (siendo reflexivos), y


sabiendo que ese sentido objetivo refuerza la resultante, cambian su acción para debilitarla.
Llamémoslos actores rebeldes. (Lamo de Espinosa, González, Torres, 1994:618)

“Por ello Lamo de Espinosa ha propuesto hablar más bien de predicciones o profecías
reflexivas en general ampliando el marco mertoniano.

Demostrar esto analíticamente es sencillo. Efectivamente, el juego de la reflexividad implica


tres tipos de acciones:
- la acción espontánea (E), que se producirá en ausencia de toda predicción
- la acción predicha (P), la esperada o prevista por el científico o el etnocientífico.
- la acción real (R), que se produce realmente después de que el actor tenga conocimiento de
la predicción.” (Lamo de Espinosa, González, Torres, 1994:618)

“Es pues razonable suponer que las conductas de tipo instrumental (es decir aquellas que
buscan algo más allá de la propia acción, un resultado u objetivo, que no son un fin en sí
mismas), y que se prestan a consideraciones estratégicas, serán proclives a la reflexividad,
mientras que, por el contrario, no lo serán las conductas de tipo expresivo, que se completan
en ellas mismas (que son un fin en sí mismas). Para las conductas expresivas la situación
futura es irrelevante mientras que no lo es para la conducta instrumental. “(Lamo de Espinosa,
González, Torres, 1994:624)

“Nótese, sin embargo, que la variable instrumental/expresivo no se identifica con la antes


analizada: orientación o no por la situación futura. Sin duda toda conducta expresiva es
indiferente a predicciones sobre el futuro, pero no viceversa. Cabe pensar en actores
instrumentales que también son indiferentes a la situación futura: un homicidio o asesinato
para robar o heredar, pongamos por caso, es conducta típicamente instrumental pero
indiferente a toda definición agregada del futuro. De este modo quedarían fuera de la
reflexividad no sólo la totalidad de las acciones expresivas, sino también las instrumentales
no orientadas por el futuro. La variable clave es pues la orientación o no de la acción por el
futuro; la otra (instrumental/expresivo) es solo un indicador de lo primero puesto que toda
conducta expresiva es indiferente al futuro.” (Lamo de Espinosa, González, Torres, 1994:624)

2. Otros asuntos claves

2.1 Teoría

2.1.1 Teoría y niveles teóricos

“Toda teoría está basada en categorías o conceptos: clases de fenómenos y atributos de éstos
que los seres humanos utilizan para organizar su mundo. Los conceptos y categorías se
comunican, sobre todo, a través del lenguaje; por tanto, ambos van indisolublemente unidos.
Los seres humanos, en su infancia, empiezan adquiriendo conceptos concretos y específicos:
leche, perro, ir, madre. Pero, a medida que maduran, sus conceptos se van haciendo más
abstractos y diferenciados: familia, enfado, ética, gobierno.

Las relaciones descubiertas entre categorías se denominan postulados, proposiciones y


generalizaciones. Los niños descubren que las plantas crecen rápidamente después de la lluvia
y, a partir de ello, establecen la generalización de que el agua contribuye al crecimiento de la
vegetación. Las relaciones generadas de este modo pueden ser de naturaleza causal,
correlacional o descriptiva (véase Capitulo VI a propósito de la teorización, o proceso cognitivo
utilizado por los seres humanos para la construcción de teorías).

Las teorías son complejos creados mediante el desarrollo de un conjunto de proposiciones o


generalizaciones interrelacionadas de algún modo sistemático. Los conceptos, proposiciones y
teorías de la ciencia se distinguen de los constructos no científicos en que satisfacen los
criterios marcados por las /// reglas del método científico y del razonamiento lógico y están
aceptados por las comunidades científicas. En las ciencias sociales, suelen distinguirse tres
niveles de teoría: la gran teoría y sus modelos teóricos relacionados, la teoría formal y de
alcance intermedio y la teoría sustantiva (DENZIN, 1978; PELTO y PELTO, 1978).

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Gran teoría. Las grandes teorías o paradigmas teóricos (KUHN, 1970) son sistemas
fuertemente interrelacionados de proposiciones y conceptos abstractos que describen,
predicen o explican, exhaustiva y no probabilísticamente, grandes categorías de fenómenos.
En las ciencias naturales, se han construido grandes teorías con un nivel de eficacia y de éxito
desconocido en las ciencias sociales. NEWTON y su sucesor, EINSTEIN, desarrollaron
grandes teorías para explicar las relaciones entre materia, energía y movimiento. Situados
cronológicamente entre ambos, DARWIN y MENDEL construyeron una gran teoría para la
explicación del cambio y el desarrollo de los seres vivos. Aunque los científicos sociales han
intentado elaborar teorías del mismo nivel que expliquen el comportamiento humano (el
darwinismo social en el cambio de siglo, la defensa de leyes históricas de TOYNBEE, la teoría
de los sistemas sociales de PARSONS y ciertas aplicaciones del conductismo y la teoría
psicodinámica en Psicología), los paradigmas desarrollados carecen de una fundamentación
empírica comparable a la de las ciencias naturales, por lo que su credibilidad entre los expertos
dista mucho de ser universal (BECK, 1949;HOMANS, 1967).

Sin embargo, los científicos sociales no son individuos muy propensos a la construcción de
grandes teorías. Hay quien piensa que las ciencias humanas no han alcanzado aún el grado de
madurez suficiente para que sea posible el desarrollo de grandes teorías. Otros opinan que el
comportamiento humano es demasiado complejo y variado para reducirlo a las leyes
universales características de este nivel teórico. Por tanto, la mayoría de los especialistas
sustituye el papel que en las ciencias naturales desempeña la gran teoría por las orientaciones
de sus disciplinas respectivas. Dichas orientaciones son algo asumido que se aplica a las
cuestiones planteadas en las investigaciones, a menudo sin que se examine la adecuación
entre ambas. Esta puede ser una de las causas de que gran parte de la investigación social
resulte ininteligible para los no especialistas.

Modelos teóricos. Para el etnógrafo revisten mayor importancia los modelos teóricos, que
tienen en común con el nivel de la gran teoría su alcance y sus fines. Los modelos o
perspectivas teóricas son conjuntos de supuestos, conceptos y proposiciones interrelacionados
de forma laxa que configuran una visión del mundo. TURNER (1974) ha identificado las cuatro
perspectivas teóricas dominantes en la sociología: el funcionalismo, la teoría del conflicto, el
interaccionismo y la teoría del intercambio. Relacionadas con ellas, existen cuatro perspectivas
antropológicas, señaladas por KAPLAN y MANNERS (1972): evolucionismo,/// funcionalismo,
reconstrucción histórica y ecología cultural. Análogamente, en psicología se distinguen cuatro
perspectivas básicas: conductismo, estructuralismo cognitivo, interaccionismo y teoría
psicodinámica (DAGENAIS, 1972) Con frecuencia, todas estas perspectivas son poco más que
marcos conceptuales o tipologías. Su importancia se debe a su asociación con una o más
ciencias sociales y a su repercusión en la forma en que los científicos encuadrados en éstas
perciben el mundo empírico. Aunque el nivel de la gran teoría es poco recomendable para la
práctica etnográfica, las cuestiones planteadas en las investigaciones y los medios elegidos
para responderlas pueden estar fuertemente estructurados por modelos teóricos o marcos
conceptuales.

Teorías formales y de rango intermedio. Las teorías formales y de rango intermedio son
conjuntos de proposiciones interrelacionadas cuyo objeto es explicar una clase abstracta de
comportamientos humanos. Su alcance es más limitado que el de la gran teoría o las
perspectivas teóricas.

La teoría de rango intermedio, anticipada por MERTON (1967)y la teoría formal, propugnada
por GLASER y STRAUSS (1967) y DENZIN (1978) se aplican a un área de la experiencia
humana abstraída en forma conceptual y toman como fundamento una base de datos
empíricos explícitamente identificada. Los sociólogos denominan teorías de rango intermedio o
formales a teorías como las de los grupos de referencia, la movilidad social, el conflicto de
roles, la socialización, la desviación, la estigmatización y la organización formal. Un nivel
teórico comparable, identificado por KAPLAN y MANNERS (1972) en la antropología,
comprende las teorías de la ideología, la estructura social, la tecnoeconomía y la personalidad.
Psicólogos como Jean PIAGET, Albert BANDURA y Erik ERIKSON han creado teorías sobre el
aprendizaje social y el desarrollo aplicadas al niño y al adulto, y acerca de los fenómenos
cognitivos y, el aprendizaje (HILGARD y BOWER,1966). Aunque son escasos los etnógrafos

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de la educación dedicados a la creación o la comprobación sistemática de teorías formales y


de rango intermedio, muchos se basan en ellas para mantener constante su foco conceptual a
lo largo de una investigación. Por Otra parte, es posible diseñar estudios etnográficos para
verificar este tipo de teorías con un análisis de los posibles casos negativos, o utilizar la
etnografía comparada para perfeccionar una teoría formal (GLASER y STRAUSS,1967).

Teorías sustantivas. Por último, las teorías sustantivas son proposiciones o conceptos
interrelacionados que se centran en determinados aspectos de poblaciones, escenarios o
tiempos. Esto es, se limitan a las características de poblaciones, escenarios o tiempos
identificables en su concreción. (GLASER y STRAUSS 1967). En sociología, las teorías
sustantivas versan sobre temas como las relaciones sociales, la socialización de los roles
sexuales, la delincuencia juvenil o la familia. En antropología, existen teorías sustantivas
centradas, por /// ejemplo, en la sociedad campesina, las estructuras del parentesco, la
sociedad urbana, las religiones populares o el colonialismo. Las teorías desarrolladas para
explicar la enseñanza y el aprendizaje formales en las escuelas (p. ej., SMITH y GEOFFREY,
1968), de gran importancia para los investigadores en educación (incluidos los etnógrafos de la
educación) son de carácter sustantivo. La actividad cotidiana de la mayor parte de los
etnógrafos está relacionada estrechamente con teorías sustantivas; la influencia en ellos de las
perspectivas teóricas y las teorías de rango intermedio tiene, por su parte, un carácter más sutil
y, se da sobre los niveles latentes de los supuestos y las premisas no explícitas. Numerosos
investigadores limitan el uso explícito de los niveles teóricos alto e intermedio a la formulación
de las cuestiones iniciales y de las conclusiones o a la comparación de los productos
etnográficos. Por otra parte, hay quienes, en el curso de sus estudios, desarrollan tipologías o
sistemas categoriales (p. ej., HENRY,1960; HILGER 1966; WHITING, CHILD y LAMBERT,
1966) que, con posterioridad, pueden llegar a ser consideradas teorías sustantivas. No
obstante, estas tipologías o sistemas sólo son teorías cuando incluyen una cuidadosa
explicación de la relación entre sus elementos, categorías o conceptos.”(Goetz, LeCompte;
1998: 59-62).

“El análisis 'macro' se refiere a las teorías que se aplican a sistemas de relaciones sociales de
gran escala, relacionando entre sí diferentes lugares a través de modelos causales. Ello
presenta, por ejemplo, trazar relaciones en el seno de una sociedad nacional o incluso
relaciones entre diferentes sociedades. La investigación 'micro', al contrario, se ocupa de
analizar formas más locales de organización social, ya sean instituciones particulares (por
ejemplo, ocupaciones y organizaciones de varios tipos) o de diferentes encuentros cara a cara.
Lo que aquí tenemos es, pues, un continuo a lo largo del cual varía la escala de los fenómenos
que se están estudiando.” (Hammersley, Atkinson, 1994:223)

“Mientras que, en muchos aspectos, la etnografía se adecua más a la investigación de teoría


micro, ella puede jugar un papel importante en el desarrollo y verificación de teorías macro
(véase, por ejemplo, el desarrollo y comprobación de teorías macro en Willis (1977 y 1981).
Las teorías macro realizan formulaciones sobre procesos que suceden en lugares y épocas
particulares, las cuales pueden ser comprobadas y desarrolladas mediante el estudio
etnográfico. De todas formas, es importante destacar que esto es muy diferente del proyecto
desorientado de procurar unir los niveles micro y macro dentro de una gran síntesis
(Hammersley 1984).” (Hammersley, Atkinson, 1994:223)

“Atravesar la dimensión macro-micro equivale a la distinción que Glaser y Strauss (1967) hacen
entre teoría formal y sustantiva. En cuanto la dimensión macro-micro se refiere a la variación en
el alcance de los casos estudiados, la dimensión formal-sustantiva concierne a la generalidad
de las categorías bajo las cuales se pueden clasificar los casos. Las categorías formales
engloban a las /// categorías sustantivas. Así, por ejemplo, el estudio sustantivo de los taxistas
y sus 'tarifas' puede ser situado dentro de categorías más formales tales como 'servicios
personalizados' o „relaciones pasajeras' (Davis, 1959). De forma similar, el estudio de una
sociedad particular puede emplearse como una base inicial para teorizar sobre un tipo general
de sociedad.” (Hammersley, Atkinson, 1994:223-224)

“Dadas estas dos dimensiones, podemos identificar cuatro tipos amplios de teoría, y,
verdaderamente, ejemplos de todos ellos pueden encontrarse en el trabajo de los etnógrafos.
Análisis de estructura, funcionalidad y desarrollo de la sociedad en general (...) son macro-

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formales. Estudios de determinadas sociedades (...) entran dentro de la categoría macro-


sustantiva. Los trabajos micro-formales consisten en estudios de formas locales de
organización social. Ejemplos de estos estudios serían los de Goffman sobre la 'presentación
del yo' (1959), las 'instituciones totales' (1961). (...) Finalmente, existen las investigaciones
micro-sustantivas sobre tipos particulares de organización o situación: Becker (1953) sobre
'volverse un consumidor de marihuana'; Strong (1979) sobre la 'interacción entre el doctor y el
paciente'; Piliavin y Briar (1964) sobre 'la relación de la policía con jóvenes'; o Werthman (1963)
sobre 'delincuentes en escuelas'.” (Hammersley, Atkinson, 1994:224)

2.1.2 La teoría sustantiva y la teoría formal

“La Teoría Fundamentada tiene como objetivo principal generar teoría formal a partir de los
incidentes hallados. Esta transformación de los datos conlleva un movimiento desde la teoría
substantiva hacia la teoría formal. La teoría substantiva es un nexo estratégico que permite la
generación y formulación de teoría formal desde los datos empíricos, aunque Glaser y Strauss
(1967: p. 79) reconocen que la teoría formal puede generarse directamente desde los datos,
advienen que es más deseable, y generalmente más necesario, iniciar la teoría formal a partir
de la teoría substantiva.

Con teoría sustantiva nos referimos a aquella teoría desarrollada para un área de trabajo propia
de la investigación social. Está relacionada con la interacción permanente que debe existir
entre datos en bruto y análisis de los mismos, y que el investigador debe lograr desde el
comienzo de la investigación. En este proceso pueden ir surgiendo nuevas hipótesis que
podrán ser verificadas con posterioridad. Esta teoría es entonces el resultado del
procesamiento sistemático de los datos de campo a través de los procesos de codificación y
categorización (Glaser y Strauss. 1967: pp. 170-177).

Por teoría formal se hace mención a aquella que se desarrolla para un área conceptual de la
investigación sociológica. Se identifica con el estilo de recolección de datos y el análisis teórico,
a través del cual se posibilita la construcción de hipótesis teóricas. A partir de ese momento es
cuando se procede a comparar constantemente la teoría emergente con los datos que van
surgiendo de la investigación (Glaser y Straus. 1967: p. 32).

TEORÍA SUSTANTIVA: Se genera la misma a través de un proceso sistemático y


simultáneo de recolección y análisis de los datos. Hace referencia al área empírica propia de
la investigación llevada a cabo.

TEORÍA FORMAL: Es aquella teoría generada a partir de: teorías sustantivas y por tanto
fundamentada en los datos, que constituye un sistema de relaciones que ofrece una
explicación de mayor nivel de abstracción del problema de la investigación. Este hecho
permite extrapolar el análisis de los datos del nivel meramente descriptivo, a una
interpretación conceptual o teórica que posibilite alejarse del área sustantiva propia de la
investigación empírica.

////

Los procedimientos por los que se puede llegar a formular teoría formal son muy variados.
Obviamente, la finalidad última de la generación de teoría formal es ver si ésta es aplicable a
diferentes áreas empíricas. Además, a través de dicha conexión, la teoría formal puede ir
modificándose en función de los requerimientos propios y de la caracterización de cada nueva
área de estudio. En este sentido, existen cuatro requisitos básicos que debe contener toda
teoría formal para poder ser aplicada a determinadas áreas empíricas. Estos requisitos se
centran en primer lugar en cómo se debe producir un ajuste de la teoría al área en la que va a
ser aplicada.

En segundo término, que la misma debe ser comprendida por las personas que se encuentran
en dicha realidad social. En tercer lugar, la teoría debe ser lo suficientemente general para
poder ser aplicable a la variedad de situaciones dentro de dicha realidad. Por último, debe

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existir un cierto control que la teoría debe permitir sobre la estructura y los procesos de las
situaciones comunes, así como de los cambios a través del tiempo (Glaser y Strauss, 1967: pp.
237-250). No obstante, la transformación de teoría sustantiva en teoría formal, es un proceso
dinámico propio de la Teoría Fundamentada, y que se convierte en el objetivo del siguiente
capítulo, tal y como se exponía al principio del presente.” (Trinidad, Carrero, Soriano, 2006:56-
57)

2.1.3 Elementos de la Teoría Fundamentada

“El objetivo de este capítulo es enumerar, y explicar todos aquellos elementos presentes y
necesarios para generar explicaciones teóricas a partir de datos empíricos, sirviéndonos de los
principios de la Teoría Fundamentada. Por este motivo, la estructura del capítulo es estática y
de descripción de dichos elementos. Será en el siguiente capítulo cuando se pongan en
movimiento los mismos, produciéndose la integración de todos los elementos, y dotando de
sentido a todo el proceso.

FIGURA 2.1. ELEMENTOS DE LA TEORÍA FUNDAMENTADA

///

Por este motivo, se hace necesario introducir diferentes elementos no explicados con
anterioridad en algunos de los epígrafes, por lo que se recomienda o bien realizar una segunda
lectura del capítulo, o bien pasar a la lectura del tercero, con el fin de entender el proceso que
emerge de la combinación de todos los elementos. Además se resaltarán, en diferentes
cuadros explicativos, las definiciones de cada uno de los componentes. Para la redacción de
dicho capítulo se han utilizado las diferentes obras de Glaser contenidas en la bibliografía final,
sirviéndonos como armazón la tesis doctoral realizada por Virginia Carrero. No obstante y con
objeto de enumerar previamente todos los elementos, se muestran en la figura 2.1.” (Trinidad,
Carrero, Soriano, 2006:23-24)

2.1.4 Teoría formal – teoría sustantiva: un ejemplo

“The following chart provides examples of elements of the two kinds of theory that we have
discussed:

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Elements of Theory Type of Theory

Substantive Formal

Category Social loss of dying Social value of people


patients

Properties of Category Calculating social loss Calculating social


on basis of learned value of person on
and apparent charac- basis of learned and
teristics of patient apparent character-
istics

Hypotheses The higher the social The higher the social


loss of a dying patient, value of a person the
(1) The better his less delay he experi-
care, (2) The more ences in receiving
nurses develop loss services from experts
rationales to explain
away his death.” (Glaser, Strauss, 1967:42)

2.1.5 Estatuto cognoscitivo de las teorías científicas

“La constatación de que algunos términos teóricos sólo podían ser interpretados mediante
definiciones operacionales, y de que otros sólo podían ser parcialmente interpretados por su
capacidad de dar cuenta de fenómenos empíricos que nos son familiares, planteó serias dudas
sobre la forma en que /// las teoría científicas representan la realidad. En relación con la
primera cuestión Nagel (1978: 118-149) agrupa en tres tipos las posturas que se ha mantenido
en el debate, todavía abierto, sobre el estatuto cognoscitivo de las teorías científicas:”
(González Echevarría, 1987:137-138)

“a) Realismo. Las teorías son verdaderas o falsas aun cuando sólo podamos establecer su
probabilidad. Cuando una teoría encuentra apoyo adecuado en los elementos de juicio
empíricos, a los objetos que la teoría postula de una manera ostensible (por ejemplo los
átomos en la teoría atómica) se les debe atribuir realidad física.” (González Echevarría,
1987:138)

“b) Descriptivismo. Una teoría es una descripción resumida y elíptica de relaciones de


dependencia entre sucesos y propiedades observables. Esta posición se vinculaba a la
posibilidad de traducir los términos teóricos a enunciados fenomenalistas o a lenguajes
fisicalistas, y al propósito de atribuir a las teorías valores de verdad o falsedad.” (González
Echevarría, 1987:138)

“c) Instrumentalismo. Las teorías deben ser entendidas como instrumentos lógicos para
organizar nuestra experiencia, poner orden en las leyes experimentales y conducir las
investigaciones, y no como enunciados acerca de los cuales se puedan plantear con utilidad
problemas de verdad o de falsedad. Lo que debemos plantearnos es si son o no técnicas
efectivas para representar o inferir fenómenos experimentales.” (González Echevarría,
1987:138)

“La interpretación descriptivista de las teorías ha dejado de tener sentido tras el fracaso del
intento de traducir los términos teóricos a términos observacionales. En cuanto a la concepción
realista, ya he comentado las dificultades para verificar, establecer la probabilidad e incluso
refutar una teoría. En cuanto al instrumentalismo, resulta insatisfactorio si no se especifica de
qué tipo de instrumento lógico estamos hablando. Por otra parte, pocas veces las teorías
científicas son 'realistas', casi siempre se trata de aproximaciones a la realidad de varios tipos:
idealizaciones, abstracciones, simplificaciones. También pueden ser ficciones. Pero lo más
común es que distintas partes de la teoría tengan un estatuto diferente (Suppe, 1977: 708).”
(González Echevarría, 1987:138)

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“Esta acumulación de problemas explica el interés de la concepción alternativa de las teorías


de Suppes (1962, 1967) propuso y que se conoce como concepción estructuralista de las
teorías. Para Suppes, una teoría es una estructura matemática que puede atribuirse a
conjuntos de fenómenos o individuos, que se predica de conjuntos de fenómenos. Entendiendo
por estructura las relaciones entre los elementos de un conjunto y las propiedades de estas
relaciones, formular una teoría es atribuir a un conjunto una estructura /// determinada.”
(González Echevarría, 1987:139-140)

“En 1971, Sneed desarrolló la concepción estructuralista de Suppes, aplicándola al análisis de


la estructura matemática de las teorías físicas.” (González Echevarría, 1987:140)

“Una ley especial tiene la misma forma. Un núcleo, especialización del núcleo de la teoría, y
unas aplicaciones propuestas, que forman parte de las aplicaciones propuestas para la teoría.
De ahí que tanto 'teoría' como 'leyes especiales' se subsuman bajo la expresión elementos
teóricos. La teoría es el punto de partida, el elemento básico de una red de elementos teóricos
que son especializaciones del núcleo, leyes especiales válidas para alguna de las aplicaciones
de la teoría. Lo que sí han de cumplir todas las aplicaciones son las leyes básicas.” (González
Echevarría, 1987:143)

“Desarrollar una teoría consiste así en proponer nuevas aplicaciones, en formular leyes
especiales. El núcleo y as aplicaciones paradigmáticas son intocables; son leyes especiales,
las nuevas aserciones empíricas lo que se pone a prueba. De acuerdo con una metáfora
zoológica de Moulines, una teoría es como un pulpo: 'La cabeza del pulpo sería el núcleo, el
fondo del mar, del que el núcleo adquiere su alimento, sería el campo de aplicaciones, y los
tentáculos representarían las leyes especiales. Para el pulpo (la teoría) sólo es vital e
imprescindible la cabeza (el núcleo) y una cierta porción segura del ambiente donde vive (las
aplicaciones paradigmáticas). En cambio, al pulpo (a la teoría) se le pueden cortar algunos
tentáculos (leyes especiales) sin que deje de existir como pulpo (como teoría). Incluso a veces
se pueden regenerar nuevos tentáculos (construir nuevas leyes especiales)' (1983: 86).”
(González Echevarría, 1987:143)

Conceptos interpretativos y conceptos teóricos “Y esto nos lleva a la cuestión de la ciencia


social y la hermenéutica. Sperber en 1982 y 1985 planteó las cuestiones en términos que me
parecen especialmente interesantes. En On Anthropological Knowledge habla de la Etnografía
como un campo de interpretaciones sistemáticas que ha llegado a desarrollar una terminología
interpretativa ad hoc. La integran términos que se introducen estipulando que van a traducir un
término nativo o que se eligen por sus implicaciones pragmáticas o a los que se atribuye un
significado determinado distinto del estándar. Como muy bien señala, los problemas se
plantean cuando se olvida que no se han introducido para responder a intereses teóricos sino a
necesidades interpretativas, y que traducen nociones nativas muchas veces politéticas. Se
llega así a formular teorías que no son más que generalizaciones de interpretaciones
etnográficas, o de interpretaciones nativas. O bien los términos interpretativos trasladan a la
Antropología teórica cuestiones mal planteadas como ¿qué es el totemismo?, o ¿cuál es la
función de la brujería?, o ¿cuáles son las diferencias entre religión y magia? Porque estos
términos interpretativos -escribe Sperber- son conceptos inadecuados para la construcción
teórica que no tienen por qué corresponder a clases de fenómenos homogéneos y distintos.”
(González Echevarría,1996:127)

“Porque las descripciones etnográficas, sin duda siempre etnocéntricas, tampoco pueden dejar
de ser teóricas y, en consecuencia, no hay ninguna diferencia entre una teoría entendida como
postulado de estructura y una descripción etnográfica.” (González Echevarría,1996:128)

2.2 Método(s) y técnicas

“a) El método en sentido filosófico. En el sentido más elevado y más general del término, el
método (en singular) está constituido por el conjunto de operaciones intelectuales por las que
una disciplina trata de alcanzar las verdades que persigue, las demuestra y las verifica. Esta
concepción del método en el sentido general de procedimiento lógico, inherente a todo sistema
científico, permite considerarlo como un conjunto de reglas independientes de toda
investigación y contenido particular, que aspiran sobre todo a procesos y formas de

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razonamiento y de percepción, que hacen accesible la realidad que debe captarse. Se trata de
puntos de vista filosóficos que definen la posición de la mente ante el objeto.

b) El método, actitud concreta en relación con el objeto. La posición filosófica se da entonces


más o menos por supuesta. En este caso, el método dicta especialmente formas concretas de
enfocar u organizar la investigación, pero esto de forma más o menos imperativa, más o menos
precisa, completa y sistematizada. No todos los métodos influyen de igual modo en las mismas
etapas de la investigación.

c) El método ligado a una tentativa de explicación. Se vincula más o menos a una posición
filosófica y puede influir en tal o cual etapa de la investigación (...) Estos métodos tienen esto
en común: Ante todo persiguen un esquema explicativo, que puede ser más o menos amplio y
situarse a un nivel de profundidad muy diferente.

d) El método relacionado con un dominio particular. - El término de método está justificado,


cuando se aplica a una esfera específica y supone una forma de proceder que le es propia (...)
A veces se siente uno tentado de ampliar esta noción tan restringida de método y confundirla
con la de teoría. (...) Sin embargo, debemos evitar la confusión de ambos aspectos. Toda
teoría pone en juego unos problemas ligados al contenido específico que ordena, y posee un
carácter sustantivo. La teoría define más bien el "qué", mientras que, sin duda ligados aI
contenido, pero de otra forma, los problemas de método dan una respuesta a la pregunta
"cómo".

En sentido restringido, para destacar un elemento común a todos estos métodos, diremos que
puede considerarse la mayor parte de ellos como un conjunto ajustado de operaciones,
realizadas para alcanzar uno o varios objetivos, un conjunto de principios que rigen cualquier
investigación organizada, un conjunto de normas que permiten seleccionar y coordinar las
técnicas. Constituyen, de forma más o menos abstracta o concreta, precisa o vaga, un plan de
trabajo en función de una finalidad.

Cualquier investigación o aplicación de carácter científico en ciencias sociales, como en las


ciencias en general, debe llevar implícita la utilización de procedimientos operativos rigurosos,
bien definidos, transmisibles, susceptibles de ser aplicados de nuevo en las mismas
condiciones y adaptados al género del problema y de fenómeno en cuestión. Estas son las
técnicas. La elección de las mismas depende del objetivo perseguido, el cual va ligado al
método de trabajo. De esta independencia nace a menudo una confusión en los términos
“técnica” y “método” que conviene distinguir, ya que el lenguaje corriente tiende a emplear
indiferentemente uno u otro.

La técnica es, como el método, una respuesta a un cómo. Es un medio de lograr un fin, pero
que se sitúa al nivel de los hechos o las etapas prácticas (...) Lo que podemos decir es que la
técnica representa las etapas de operaciones limitadas unidas a unos elementos prácticos,
concretos adaptados a un fin definido, mientras que el método es una concepción intelectual
que coordina un conjunto de operaciones, en general diversas técnicas.

Una de las funciones principales del método, en un sentido restringido, consiste en elegir las
técnicas más adecuadas para alcanzar el objetivo. (...)” (Grawitz, 1984, I:289-293)

"La relación entre métodos y técnicas reviste un carácter complejo, y por ello la conexión entre
ambos conceptos tiende a ser mutuamente problemática. En efecto, entre métodos y técnicas no
suele darse, por lo general, una correspondencia unívoca. Un cierto método puede utilizar diversas
técnicas, o distintas combinaciones de ellas, y muchas técnicas pueden ser instrumentos de
métodos diferentes. En algún sentido, la condición de método y la de técnica es relativa: un
método aparece como tal en relación con las técnicas que utiliza y con las que, sin embargo, no
puede confundirse; y las técnicas suelen ser identificables como tales al ser empleadas por
métodos diversos, frente a los cuales adquieren una cierta autonomía. Mas a pesar de su perfil
problemático, o justamente por él, la distinción entre métodos y técnicas resulta relevante e
intelectualmente productiva para el investigador: Cuando esta distinción desaparece, los métodos
tienden a reificarse en las técnicas, perdiendo su autoconciencia epistemológica; y las técnicas

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son proclives a quedar indebidamente secuestradas por métodos concretos, renunciando a otros
posibles modos de aplicación." (Navarro, Díaz, 1994:196)

“Respecto a unas y otras voy a tratar de precisar mi postura de una manera somera.

El método científico, entendido como un sistema para desarrollar y fundamentar el


conocimiento, esto es, como lógica de la investigación, se ha formulado en un contexto cultural
especifico (creo) y se ha ido transformando a lo largo de nuestra historia. Así, a los enunciados
científicos, para serlo, se les ha exigido sucesivamente que fueran:

- certezas basadas en, principios axiomáticos y deducciones lógicas o en inferencias inductivas


a partir de una base empírica firme. Pero ni se fue nunca puramente axiomático -a los
principios se llegaba a través del análisis de conjeturas que se modificaban en el proceso- ni se
fue nunca consistentemente inductivista y para aceptar principios generados inductivamente se
exigieron confirmaciones adicionales.

- conjeturas verificables (Carnap) o refutables (Popper), pero -contra Carnap- ningún conjunto
finito de evidencias verifica una proposición universal y contra Popper, la historia de la ciencia
muestra -como ha defendido Kuhn- que a) no se critican enunciados sino teorías (como ya
dijera Duhem) b) no se abandonan teorías refutadas si no se dispone de otras mejores.

De este modo, el énfasis metodológico pasó de los enunciados a las teorías y se pidió a las
teorías científicas, para serlo, que fueran resultado de substituir teorías por otras más
progresivas teórica y empíricamente (Lakatos). Pero como han mostrado, entre otros Kuhn,
Feyerabend, Toulmin y Bunge, ni el conocimiento científico es acumulativo ni las teorías son
siempre comparables.” (González Echevarría, 1995:53)

“* Debo apresurarme a hacer una aclaración. Dispongo de diez folios y no debería perder
líneas en disquisiciones. Por eso dudé si escribir *las aportaciones más importantes* o sustituir
esta expresión por otra más cauta. Pero más vale mantenerla, subrayarla y hacer explícito lo
que oculta. No se puede hablar de „método antropológico‟, ni de ninguna otra cosa, sin hacer
opciones metafísicas en los terrenos ontológico, epistemológico y estrictamente metodológico.
Y estas opciones son cuestión de convencimiento de confianza. En este sentido mis propias
elecciones apuntan a un estudio de la actividad y la cultura humanas que no sea meramente
interpretativo, sino que trate de ser también explicativo. Aunque esta elección la hago desde un
doble relativismo. El que me hace consciente de que no puedo dar un paso libre de
vinculaciones culturales (cosa que sé desde la Antropología, desde Sapir, por ejemplo, no
desde la fenomenología ni desde la filosofía de la ciencia social), aunque pienso que la cultura
no es sólo una tradición rígida, sino también estrategias alternativas, grados de libertad. Y el
que me hace consciente de que no existe una forma objetiva de separar ciencia y no ciencia,
de que no existe un criterio lógico de demarcación, cosa que sé por la filosofía de la ciencia
reciente. En consecuencia, mi opción por un método científico es una cuestión de confianza en
un conocimiento que trata de autocontrolarse en lugar de exaltar la subjetividad. Y es -
finalmente- desde esta opción desde donde valoro como más importantes las reflexiones sobre
la forma de hacer etnografía, sobre el conocimiento interpretativo, de quienes se sienten
interesados por un conocimiento explicativo, por una Antropología también teórica.” (González
Echevarría, 1993:425)

“Frente a la Antropología sólo descriptiva y/o interpretativa (porque los antropólogos en


ocasiones sí describen, el tamaño medio de las parcelas en las agriculturas de regadío, por
ejemplo) hay dos Antropologías también explicativas, que se distinguen por su objeto y por el
lugar donde sitúan las determinaciones. Hay una Antropología que estudia las estructuras y
procesos socioculturales objetivados, dentro de la que coexisten varias orientaciones teóricas
de las que el evolucionismo, el funcionalismo, la ecología cultural y el materialismo cultural han
sido las más influyentes, y otra, orientada hacia las características del sujeto cognoscitivo, en la
que se incluyen tanto el esfuerzo de la Antropología estructuralista por describir las estructuras
formales subyacentes a estructuras sociales o superestructuras ideológicas, que responderían
a la forma de operar del cerebro humano, como la Antropología cognitiva, interesada por los
códigos culturales que supone ordenan la experiencia y cuya forma lógica estaría también
determinada por la estructura de la mente humana. En una y otra Antropologías, la orientación

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metodológica inductivista ha tenido un papel preeminente, tanto en lo que se refiere a las


normas metodológicas como -lo que es más importante- a la práctica investigadora.” (González
Echevarría, 1993:426)

“Si entendemos por método científico no unas normas que proporcionen una línea divisoria
clara entre ciencia y no ciencia sino una forma de ejercer la crítica sobre nuestros constructos
teóricos, podríamos concluir que los métodos antropológicos apuntan a los procedimientos
críticos para interpretar los comportamientos de los miembros de las distintas sociedades
humanas y las normas y representaciones que caracterizan su cultura y a los procedimientos
críticos para formular y poner a prueba teorías sobre los fenómenos socioculturales. Estas
hipótesis explicativas no siempre son de dominio intercultural, es posible formular teorías sobre
una cultura y, si ésta presenta suficiente diferenciación interna, ponerlas a prueba. La
dicotomía ideográfico/nomotético no se corresponde totalmente con la dicotomía
relativismo/comparación, porque la teoría puede hacerse de una cultura y porque los
defensores de la hermenéutica pocas veces renuncian del todo a buscar regularidades
subyacentes, si no en la cultura sí en la mente humana. Acentuar las analogías y las
diferencias es siempre una cuestión de óptica, pero en uno y otro caso, puesto que no se
puede poner en cuestión el carácter interpretativo de la investigación etnográfica ni se puede
defender ningún tipo de observación objetiva, entre las distintas concepciones de los objetivos
del trabajo de campo y las distintas valoraciones de la comparación intracultural e intercultural
se establece la disputa sobre la utilización de métodos científicos en Antropología.” (González
Echevarría, 1993:429)

“Desde el principio en Antropología se dio la doble hermenéutica, interpretativa y explicativa,


con la que Giddens caracterizó en 1967 las que debían ser nuevas reglas del pensamiento
sociológico. La Antropología ha sido siempre en sus „descripciones‟ interpretativa, porque los
sujetos cuya cultura constituía su objeto de estudio eran básicamente/// „otros‟ no
inmediatamente inteligibles a diferencia de la Sociología, que pudo ser más positivista porque
partía de una supuesta familiaridad que parecía permitirle objetivar a los sujetos que
investigaba. Recordemos aquellas brillantes líneas de Sapir recogidas por Pike en 1954, como
ilustración de, lo que éste iba a entender por enfoques etic y emic:

'Es imposible decir qué está haciendo un individuo a menos que hayamos aceptado
tácitamente los esencialmente arbitrarios modos de interpretación que la tradición social nos
está sugiriendo constantemente desde el mismo momento de nuestro nacimiento. Déjese a
quien dude de esto realizar el experimento de tratar de hacer un informe laborioso [i.e. etic] de
las acciones de un grupo de nativos entregados a alguna actividad cuya clave cultural [i.e. un
conocimiento del sistema emic] no posee. Si se trata de un escritor hábil, puede conseguir un
relato pintoresco de lo que ve y oye, o piensa que ve y oye, pero las posibilidades de que sea
capaz de proporcionar una relación de lo que sucede en términos que sean inteligibles y
aceptables para los propios nativos son prácticamente nulas (Sapir, 1927 en Selected Writing:
546-547, citado por PIKE, 1971:39. Los corchetes son de Pike).

El experimento que Sapir propone no trata de ejemplificar el quehacer etnográfico sino de


mostrar sus dificultades por reducción al absurdo. Aquella descripción de una cultura cuyas
claves no se poseen sería la vía no para hacer una etnografía, sino una caricatura.” (González
Echevarría, 1995:50-51)

2.3 Cualitativo - cuantitativo

“It should he remarked at the outset that the term „qualitative‟ in reference to this tradition has
led to a variety of misunderstandings. Technically, a „qualitative observation‟ identifies the
presence or absence of something, in contrast to „quantitative observation‟, which involves
measuring the degree to which some feature is present. To identify something, the observer
must know what qualifies as that thing, or that kind of thing. This entails counting to one. It
follows from this narrow consideration that quantitative research would denote any research
based on percentages, means, chi-squares, and other statistics appropriate to cardinal, or
counting, numbers.

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On the other hand, „quality‟ connotes the nature, as opposed to the „quantity‟, or amount, of a
thing. According to this equally limited consideration, qualitative research distinguished by the
absence of counting.

These two plausible definitions directly contradict one another. Neither suits the present
purpose very well. Whether or not a number gets used in the process of recording and
analyzing observations is an entirely abstract issue. By our pragmatic view, qualitative research
does imply a commitment to field activities. It does not imply a commitment to innumeracy.
Qualitative research is an empirical, socially located phenomenon, defined by its own history,
not simply a residual grab-bag comprising all things that are „not quantitative‟. Its diverse
expressions include analytic induction, content analysis, semiotics, hermeneutics, elite
interviewing, the study of life histories, and certain archival, computer, and statistical
manipulations.” (Kirk, Miller, 1986:9-10)

“No todas las ciencias físico-naturales descansan íntegramente sobre la apreciación


cuantitativa de los fenómenos, pues una parte mayor o menor de su investigación y del
conocimiento que producen es cualitativa. No obstante, podría decirse que tales ciencias son
primordialmente cuantitativistas, en el sentido de que la medición, el resumen estadístico, la
prueba de sus hipótesis y, en general, el lenguaje matemático constituyen características
habituales de su trabajo. Es desde este punto de vista desde el que puede decirse que las
ciencias físico-naturales se caracterizan por el empleo de métodos cuantitativos, e incluso cabe
afirmar con cierta licencia que utilizan generalmente «el método cuantitativo»: contar, pesar y
medir, con todo el extraordinario grado de sofisticación y refinamiento que caracteriza a tan
simples operaciones cuando son llevadas a cabo por la ciencia. Los fenómenos y las
relaciones entre fenómenos deben expresarse de forma matemática, esto es,
cuantitativamente, y la prueba de las hipótesis se expresa igualmente en términos de
probabilidad frente a las leyes del azar, también cuantitativamente; sólo de esta forma toman
en consideración las ciencias físico-naturales la descripción o explicación de un fenómeno, o la
acreditación de una hipótesis.” (Beltrán, 1984:32-34)

“Acerca de la antinomia cantidad-cualidad ha podido escribir Brodbeck: «la cuantificación se ha


tornado en símbolo de prestigio para muchos científicos sociales... Para otros, por el contrario,
la cuantificación es anatema... Tanto el sueño ilusionado como la pesadilla son reacciones
desproporcionadas. La lógica de la situación no justifica ni el exceso de celo ni la repudiación
total..., pues la dicotomía cantidad-cualidad es espuria. La ciencia se refiere al mundo, esto es,
a las propiedades y a las relaciones entre las cosas. Una cantidad es una cantidad de algo. En
concreto, es una cantidad de una 'cualidad' ... Una propiedad cuantitativa es una cualidad a la
que se le ha asignado un número» (cit. por Castillo, 1972: 126). Cosa parecida vienen a decir
Mayntz, Holm y Hübner en su popular manual, aunque de manera a la vez más prudente y más
operativa: al establecer la diferencia entre propiedades cuantitativas y cualitativas, señalan que
en las primeras «el valor específico de la propiedad es una medida, grado o cantidad»,
mientras que en las cualitativas es «una manera»; y se apresuran a señalar que «los atributos
o propiedades cualitativos permiten, no obstante, su cuantificación... Con suficiente frecuencia
la propiedad cualitativa puede representarse como un atributo cuantitativo pluridimensional
mediante su división analítica en dimensiones parciales aisladas... La diferenciación entre
propiedades cuantitativas y cualitativas es, pues, provisional e inexacta» (Mayntz, Holm y
Hübner, 1975: 19), con lo que la distinción entre un método cuantitativo y otro cualitativo,
aunque posible, sería igualmente provisional; y desde el punto de vista del prestigio de lo
cuantitativo, todo método cualitativo seria insuficientemente científico, no lo bastante maduro, o
demasiado perezoso. Pues bien, va de suyo que no puedo estar de acuerdo con estos
planteamientos, que de manera confesa son cuantitativistas. Tanto por lo que se refiere al
objeto de conocimiento como el método que le sea adecuado, cantidad y cualidad se sitúan en
dos planos completamente diferentes (abstracción hecha de la ley de la dialéctica que afirma el
paso de la primera a la segunda, y que no voy a discutir aquí), planos que implican modos no
convergentes de enfrentar la cuestión.” (Beltrán, 1984:39)

“La realidad social es, pues, una realidad con significados compartidos intersubjetivamente y
expresados en el lenguaje; significados que no son simplemente creencias o valores
subjetivos, sino elementos constitutivos de la realidad social. Y, como dice Gadamer, «la tarea
de la hermenéutica es clarificar este milagro de la comprensión, que no consiste en una

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misteriosa comunión de almas, sino en compartir un significado común» (1976: 118). Si la


realidad social está compuesta tanto de hechos como de significados comunes, éstos han de
ser comprendidos si se quiere dar cuenta de aquélla; la práctica social ha de interpretarse, y
ello desde los significados que el propio investigador comparte.” (Beltrán, 1984:43)

“Puesto que la contrastación se produce entre teorías en competencia y datos, la construcción


de teorías adecuadas ha pasado a ser el centro de atención de la tarea científica. De este
modo se insiste hoy en el descubrimiento y en la „lógica‟ del contexto de descubrimiento.
Lógica que debe ser entendida como „procedimiento‟ para la generación de hipótesis teóricas y
de sistemas teoréticos. Se ha abandonado la equiparación de lógica de la ciencia o
metodología y contexto de justificación o verificación.

En lo que respecta al segundo punto, la perspectiva cientificista/cuantitativista ha impulsado el


desarrollo de un sinnúmero de avances técnicos para hacer frente al problema de los datos
cualitativos.
Porque para esta perspectiva, los datos cualitativos son un problema que se ha intentado
resolver en tres frentes distintos:
1. Transformando lo cualitativo en cuantitativo mediante nuevos desarrollos en la teoría de la
medición.
2. Desarrollando nuevas técnicas de análisis estadístico que permitan utilización y análisis dé
datos cualitativos.
3. Desarrollando nuevos lenguajes formales no necesariamente numéricos que permitan el
tratamiento de datos al mismo nivel que lo hacen las técnicas clásicas estadístico/matemáticas.

En la línea de la incomparabilidad, en el número que el Sociological Review dedicó en 1979 a


la perspectiva humanista, P. Halfpenny contempla la situación actual de la polémica
cualidad/cantidad desde cuatro diferentes paradigmas sociológicos, que en su opinión dominan
la disciplina:
1. Para el paradigma positivista/empirista, los datos cualitativos -y el análisis- son un estímulo
que empuja a los autores que escriben dentro de este paradigma a elaborar nuevas técnicas y
métodos para “cuantificar” lo cualitativo.
2. Para el paradigma interpretativo, la realidad objeto de estudio de la Sociología es
esencialmente cualitativa. Lo cuantitativo resulta superficial y no lleva a conocimientos
auténticos. El problema esencial es cómo interpretar los datos cualitativos.
3. Para el paradigma etnometodológico, todos los datos sociológicos son por definición
cualitativos, pero no existe problema de interpretación, sino simplemente el de recuperar el
sentido que los actores dan a su conducta o, dicho de otra manera, desindexicalizar los
protocolos verbales y conductuales de éstos.
4. Para el paradigma estructuralista, puesto que los datos sensoriales son manifestaciones
superficiales de mecanismos profundos subyacentes, la dicotomía carece de sentido, al menos
tal como se plantea en la actualidad.

Para Kaplan son tres los aspectos claves de la distinción entre estas perspectivas:
1. La dicotomía explicación/comprensión. La perspectiva cuantitativa hace hincapié en la
explicación -sobre todo causal- de la realidad social, mientras que la perspectiva cualitativa
pone el acento en la comprensión y en la experiencia de dicha realidad.
2. Características y esencias. Frente a las típicas matrices de datos -casos por variables- de los
cuantitativistas, la perspectiva cualitativa insiste en que la medición de las características de los
fenómenos sociales desfigura lo que de esencial y característico tienen éstos. La medición
cuantitativa hace perder lo que es importante en la realidad social.
3. Abstracción frente a concreción. Dentro del enfoque cientificista/cuantitatlvo, la teorización
implica abstracción y simplificación de la realidad que se estudia. La perspectiva cualitativa
busca no alejarse de dicha realidad ni simplificarla.
La perspectiva cualitativa, según Kaplan, parte de la idea de que la abstracción (punto 3)
implica desfigurar el objeto de estudio (punto 2). El conocimiento adquirido a partir de este
desfiguramiento no es conocimiento en sentido estricto (punto 1). El empleo de la observación
participante, por ejemplo, al recoger todos los aspectos de los fenómenos estudiados, al no
abstraer ni cuantificar, permitiría un conocimiento real del objeto, subrayado por la experiencia
que de dicho objeto se tiene.

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Pero como muy bien señala Kaplan, retomando a Aristóteles 'las cantidades se predican de
cualidades'. Que algo se identifique como una cualidad o una cantidad depende de nuestra
elección del simbolismo para representarla; ejemplo: sexo. Así señala Kaplan 'los predicados
que no se asignan en términos de una escala, especifican cualidades; cuando introducimos
una escala apropiada entonces nos encontramos con cantidades'. 'La transformación de la
cantidad en calidad o la inversa es un proceso lógico o semántico, no una cuestión ontológica.
La confusión entre conocer algo y tener experiencia de algo constituye el nudo gordiano de la
dicotomía explicación/comprensión. No es lo mismo conocer (saber) que hoy hace calor, que
experimentar (vivir) dicho calor. Cuando conocemos que 'hace calor hoy' conocemos algo
abstracto representable simbólicamente. La experiencia de algo es difícilmente reducible a
proposiciones verbales.

Se suele equiparar cualidad con experiencia directa y cantidad con conocimiento simbólico.
Pero aunque ciertamente la experiencia de algo permite lograr conocimiento de ello, no permite
conocerlo todo, al menos no con un conocimiento científico: sólo proporciona la oportunidad de
conocer y da evidencia justificativa de cierto tipo.” (Alvira, 1983:57-60)

Cualitativo – cuantitativo: “paradigmas”. “Por métodos cuantitativos los investigadores se


refieren a las técnicas experimentales aleatorias, cuasi-experimentales, tests “objetivos” de
lápiz y papel, análisis estadísticos multivariados, estudios de muestras, etc. En contraste, y
entre los métodos cualitativos, figuran la etnografía, los estudios de caso, las entrevistas en
profundidad y la observación participativa.” (Reichardt, Cook, 1986:25)

“Recientes comentaristas, críticos y defensores, consideran el debate no sólo como un


desacuerdo respecto a las ventajas y desventajas relativas de los métodos cualitativos y
cuantitativos, sino también como un choque básico entre paradigmas metodológicos. Según
esta concepción, cada tipo de método se halla ligado a una perspectiva paradigmática distinta y
única y son estas dos perspectivas las que se encuentran en conflicto.

En resumen, del paradigma cuantitativo se dice que posee una concepción global positivista,
hipotético-deductiva, particularista, objetiva, orientada a los resultados y propia de las ciencias
naturales. En contraste, del paradigma cualitativo se afirma que postula una concepción global
fenomenológica, inductiva, estructuralista, subjetiva, orientada al proceso y propia de la
antropología social.

Tales caracterizaciones paradigmáticas se basan en dos suposiciones que tienen una


consecuencia directa en el debate acerca de los métodos. En primer lugar se supone que un
tipo de método se halla irrevocablemente ligado a un paradigma de manera tal que la adhesión
a un paradigma proporciona los medios apropiados y exclusivos de escoger entre los tipos de
métodos. Es decir, como conciben el mundo de diferentes maneras, los investigadores han de
emplear métodos distintos de investigación.

En segundo lugar, se supone que los paradigmas cualitativo y cuantitativo son rígidos y fijos y
que la elección entre éstos es la única posible.

Según el uso actual, un paradigma consta no sólo de una concepción filosófica global, sino
también de un nexo con un determinado tipo de método de investigación. En este sentido de la
definición el paradigma determina entonces el método.” (Reichardt, Cook, 1986:27-31)

2.4 Validez - fiabilidad

“„Objectivity‟, too, is an ambiguous concept: In one sense, it refers to the heuristic assumption,
common in the natural sciences, that everything in the universe can, in principle, be explained in
terms of causality. In the social sciences, this assumption often seems to miss the point, for
much of what social cientists try to explain is the consequence of inner existential choices made
by people. In ordinary language, when we ask „why‟ a person acts as he or she does, we are
generally inquiring teleologically about his or her purposes. Indeed, if knowledge itself is taken
to be merely the inevitable consequence of some mechanistic chain of cause and effect, its
logical status would seem to be compromised.

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In another sense, „objectivity‟ refers to taking an intellectual risk-the risk of being demonstrably
wrong. Popper‟s model of be hypothetico-deductive method exemplifies this connotation.
According to Popper (1959: 42), the scientist prepares to test theories by deriving from them
hypotheses that can in principle break down when applied in the real world.

It is in this latter sense that qualitative researchers have always celebrated objectivity. A
commitment to objectivity does not imply a desire to „objectify‟ the subject matter by ‟over-
measurement‟ (Etzioni, 1964), or to facilitate authoritarian social relationships by treating human
beings as though they were certain features they may happen to have. It does not presuppose
any radically positivist view of the world; it emphatically eschews the search for final, absolute
„truth‟, preferring to leave such an enterprise to philosophers and theologians.

The assumptions underlying the search for objectivity are simple. There is a world of empirical
reality out there. The way we perceive and understand that world is largely up to us, but the
world does not tolerate all understandings of it equally (so that he individual who believes he or
she can halt a speeding train with his or her bare hands may be punished by the world for
acting on that understanding). There is a long-standing intellectual community for which it
seems worthwhile to try to figure out collectively how best to talk about the empirical world, by
means of incremental, partial improvements in understanding.” (Kirk, Miller, 1986:10-11)

“Objectivity, though the term has been taken by some to suggest a naive and inhumane version
of vulgar positivism, is the essential basis of all good research. Without it, the only reason the
reader of the research might have for accepting the conclusions of the investigator would be an
authoritarian respect for the person of he author. Objectivity is the simultaneous realization of as
much reliability and validity as possible. Reliability is the degree to which the finding is
independent of accidental circumstances of the research, and validity is the degree to which the
finding is interpreted in a correct way.

Reliability and validity are by no means symmetrical. It is easy to obtain perfect reliability with no
validity at all (if, say, the thermometer is broken, or it is plunged into the wrong flask). Perfect
validity, on the other hand, would assure perfect reliability, for every observation would yield the
complete and exact truth.

As a means to the truth, social science has relied almost entirely on techniques for assuring
reliability, in part because „perfect validity‟ is not even theoretically attainable. Most
nonqualitative research methodologies come complete with a variety of checks on reliability,
and none on validity.

No experiment can be perfectly controlled, and no measuring instrument can be perfectly


calibrated. All measurement, therefore, is to some degree suspect. When the measurement is
nonqualitative, this reservation may amount to no more than the acknowledgement that
6
„accuracy‟ is limited . More generally, however, the issue of validity is a fundamental problem of
theory.

In the real world, validity is the issue of much contention over the organization of actions and
events. In the scientific world, validity is a common denomination in cause and effect
discussions of „pragmatic utility‟, „fruitfulness‟, „felicity of notation‟, and „spuriousness‟. (These
terms correspond to the terms „generality of scope‟, „robustness‟, „replicability‟, and
„insignificance‟ applied to the sister issue of reliability in more abstract contexts).

6
The terms reliability and validity are reminiscent of the physical-science notions of precision and
accuracy. In physics, „precision‟ refers to a feature of reporting a measurement-roughly speaking, to the
amount of accuracy being claimed. Spurious precision consists of reporting a measurement in such detail
that it has neither reliability nor validity. To avoid spurious precision, one restricts the report to the level of
specificity at which an accurate statement can be made. Thus both reliability and validity are subsumed
under the concept of accuracy.

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2.4.1 Validez

Unfortunately, the validity of measurements is too seldom evident „on the face of things‟.
Conclusions of apparent validity are not entirely out of order, but they can be illusory. Apparent
validity suggests or assumes instrumental or theoretical validity; it can exist without them.

A measurement procedure is said to have instrumental validity (also referred to as „pragmatic‟


and „criterion‟ validity) if it can be shown that observations match those generated by an
alternative procedure that is itself accepted as valid. In most practical applications,
demonstrating the validity of a measurement against a criterion is essentially unproblematic
(Nunnally, 1959).

Finally, measurement procedures are seen to exhibit theoretical validity („construct validity‟) if
there is substantial evidence that the theoretical paradigm rightly corresponds to observations
(Cronbach and Meehl, 1955). (...) Theoretical validity is a hedge against concepts that are
virtually defined as puns. (...) Theoretical validity underlies discussions of both apparent and
instrumental validity. If the perverse examination on which good students differentially give the
wrong answers were backed by a theoretical reason why it worked, its use could be justified
without resorting to apparent validity. Thermometers are not ordinarily calibrated by comparison
with a standard thermometer kept in the Bureau of Standards. Instead, they are calibrated by
direct reference to the “boiling point of water”-a notion heavily burdened with a theory that says
that under controlled circumstances water boils at a constant temperature.

Questions concerning all three kinds of validity-apparent validity, instrumental validity, and
theoretical validity-arise in ethnographic field research. Apparent validity can be chimerical, and
may not signify theoretical validity. Instrumental validity is ultimately circular, and cannot assure
theoretical validity unless the criterion itself is theoretically valid. Theoretical validity,
unfortunately, is difficult to determine by methods other than qualitative research. Testing
hypotheses against explicit alternatives cannot guard against unanticipated sources of
invalidity.” (Kirk, Miller, 1986:20-25)

2.4.2 Fiabilidad

“Un instrumento es fiable en la medida en que su repetida utilización -incluso por


investigadores diferentes- produce bajo las mismas circunstancias los mismos resultados. De
manera correspondiente, los resultados obtenidos con ayuda de un determinado instrumento
de investigación son fiables si son independientes de la persona del investigador que los ha
establecido y de otros azares de la situación en que fueron obtenidos.

La fiabilidad de un instrumento depende, en primer lugar, de su exactitud o precisión. (...) En


segundo lugar, la fiabilidad de un instrumento depende de su objetividad, con lo que se quiere
decir que los resultados obtenidos en su utilización son fundamentalmente independientes del
investigador que se sirve del instrumento. (...) Por lo general se intenta excluir estos peligros
para la fiabilidad mediante una estandarización lo más exacta posible de los instrumentos de
investigación. (...) La reproductibilidad (repetibilidad) de los resultados confirma sólo la
fiabilidad de un instrumento si el hecho investigado no sufre ninguna transformación entre la
primera y la segunda aplicación del instrumento. Esto, sin embargo, es a veces difícil de
establecer.

Si un instrumento no es fiable, su validez también resulta discutible de antemano. Validez


presupone siempre, pues, fiabilidad, pero no basta la fiabilidad de un instrumento para
garantizar su validez. Si, por ejemplo, se ha elegido indicadores erróneos, entonces ni siquiera
la máxima fiabilidad de su medición puede cambiar en nada el hecho de que sus resultados
carecen de toda validez.” (Mayntz, Holt, Hübner, 1988:32-33)

“The problem of reliability. Observations entail the recording of the reaction of some entity to
some stimulus, even if the only stimulus is the act of measurement. Reliability depends
essentially on explicitly described observational procedures. It is useful to distinguish several
kinds of reliability. These are quixotic reliability, diachronic reliability, and synchronic reliability.

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„Quixotic reliability‟ refers to the circumstances in which a single method of observation


continually yields an unvarying measurement. The problem with reliability of this sort is that it is
trivial and misleading. The absurd case of the broken thermometer is an instance of this kind of
reliability. In ethnographic research, quixotic reliability frequently proves only that the
investigator has managed to observe or elicit „party line‟ or rehearsed information. Americans,
for example, reliably respond to the question, „How are you?‟ with the knee-jerk „Fine‟. The
reliability of this answer does not make it useful data about how Americans are.

„Diachronic reliability‟ refers to the stability of an observation through time. In the social
sciences, the concept is manifest in test-retest paradigms of experimental psychology and
survey research. Diachronic reliability is conventionally demonstrated by similarity of
measurements, or findings, taken at different times. The general applicability of diachronic
reliability is somewhat diminished by the fact that it is only appropriate to measurements of
features and entities that remain unchanged in a changing world. In the study of sociocultural
phenomena, it is often dangerous to assume that configurations of data would be isomorphic
across substantial intervals of time. To make such an assumption is to deny history.

„Synchronic reliability‟ refers to the similarity of observations within the same time period. Unlike
quixotic reliability, synchronic reliability rarely involves identical observations, but rather
observations that are consistent with respect to the particular features of interest to the
observer. (...) This kind of internal reliability can be evaluated by comparisons of data elicited by
alternate forms (e.g., split-half testing, interrater correlation). Paradoxically, synchronic reliability
can be most useful to field researchers when it fails because a disconfirmation of synchronic
reliability forces the ethnographer to imagine how multiple, but somehow different, qualitative
measurements might simultaneously be true.” (Kirk, Miller, 1986:41-42)

“Too often, in blind imitation of the reporting style of natural science, a pretense is made by
social scientists of being „neutral observers‟. Of course, this constitutes the arrogant claim to he
a sighted person in a world of blind men, hut worse, it fails to reflect the feature of natural-
science reporting it is designed to emulate. Laboratory experiments are intended to display the
effects of interaction among a very small number of variables, and all the „relevant‟ variables are
reported. The field observations of qualitative research intrinsically involve the observer,
whereas the observations made in a chemistry lab do so minimally if at all.

These efforts (to standardize questions and the recording observations) are designed to
introduce into qualitative observation some of the reliability characteristic of laboratory and
survey methods. Unfortunately, as Labov and Fanshel (1977) comment about
psychotherapeutic interviews, reports of such standardized interviews and observations
sometimes provide so little of the broader ethnographic context that the relevance of their
reliable findings to their conclusions is suspect. Excessive standardization deliberately
abandons the attempt to discover things more accessible to some observers than to others.

The „standardization‟ of questions here goes part way toward the reinvention of the social
survey, a retrogressive move that seeks quixotic reliability at the expense of validity.” (Kirk,
Miller, 1986:51-54)

2.4.3 Validez interna, validez externa (generalización)

“La validez de un estudio se puede desagregar habitualmente en dos componentes: la validez


de las inferencias extraídas, en tanto pertenecen a los sujetos reales de estudio (validez
interna); y la validez de esas inferencias en tanto se aplican a la gente que está fuera de la
población en estudio (validez externa o generalizabilidad). Bajo tal esquema, la validez interna
es claramente un prerrequisito para que pueda darse la externa. Esta manera de dicotomizar la
validez puede tener implicaciones poco afortunadas para el proceso inferencial, dado que
parece poner el énfasis en un abordaje mecánico consistente en 'aplicar' los resultados del
estudio a otras 'poblaciones diana' para el proceso de generalización científica. Una visión más
adecuada, descrita después, se basaría en que la esencia de la generalización científica es la
formulación de conceptos abstractos relacionados con los factores en estudio, conceptos que
en sí mismos no están ligados a poblaciones especificas. La validez interna de un estudio sigue
siendo un prerrequisito para que el mismo contribuya de forma útil al proceso de abstracción,

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pero el de generalización está, por lo demás, separado de las preocupaciones de la validez


interna y de la mecánica del diseño del estudio. En este texto se usa la terminología de validez
interna y externa, pero hay que llevar en la mente las diferencias entre los dos citados
procesos.

La validez interna implica validez de inferencia para los propios sujetos del estudio.
Específicamente implica, errores aleatorios aparte, una medición ajustada. Varios tipos de
sesgo pueden disminuir la validez interna; Sackett (1979) ha enumerado docenas de sesgos
posibles, susceptibles de distorsionar la estimación de una medida epidemiológica. La
distinción entre estos sesgos resulta a veces difícil de hacer, pero pueden identificarse tres
tipos generales de ellos: sesgo de selección, sesgo de información y confusión. Tales
categorías no siempre están claramente delimitadas; factores que parecen ser responsables de
un sesgo de selección pueden también ser considerados, bajo ciertas circunstancias, como
factores de confusión. Para terminar, una útil distinción práctica entre la confusión y los otros
sesgos consisten en considerar a éstos como confusión si se les puede controlar en el análisis
de los datos.” (Rothman, 1987:96)

“'Ecological validity' in the sense I am using the term here is concerned with the generalisability of
findings, but it is generalisability to an infinite no a finite population: to all those cases, actual and
possible, that meet the conditions of the theory. The strategy of studying 'natural' rather than
experimental cases is based on the assumption that the latter are likely to be significantly different
to 'natural situations', because of reactivity, and hence are a potentially unreliable basis for
generalisation. It is worth noting that case studies may involve reactivity, for instance where the
researcher plays an influential role within the setting, either intentionally (as in action research) or
inadvertently. Also, reactivity is not the only source of ecological invalidity: natural cases can be
unrepresentative in relevant respects of other cases falling under the theoretical category simply
because there is variability within that class. This is especially likely where classes are defined in
terms of family resemblances or prototypes rather than in terms of necessary and sufficient
conditions.”(Hammersley, 1992:199)

“El proceso de generalización a partir de un grupo de observaciones requiere llevar a cabo un


juicio sobre qué contenido de esas observaciones se pueden extrapolar. Un juicio así exige la
comprensión de cuáles condiciones son relevantes y cuáles no lo son para realizar la
generalización. Reichenbach (1951) describió con talento la esencia de la generalización
científica:” (Rothman, 1987:110)

“'La esencia del conocimiento es la generalización. Que el fuego puede ser producido frotando
madera de una cierta forma, es un conocimiento derivado de la generalización a partir de
experiencias individuales; lo que se formula quiere decir que frotar madera de tal forma
producirá 'siempre' fuego. El arte de descubrir es, por tanto, el arte de generalizar
correctamente. Lo que sea irrelevante, como el aspecto o el tamaño particular del trozo de
madera que se utilice, debe ser excluido de la generalización; lo que sea relevante, como, por
ejemplo, el que la madera esté seca, debe ser incluido en ella. El significado del término
relevante puede así ser definido: es relevante aquello que debe ser mencionado para que la
generalización sea válida. La separación entre factores relevantes e irrelevantes es el
comienzo del conocimiento'.” (Rothman, 1987:110)

“Algunos epidemiólogos han enseñado que la generalización a partir de un grupo de estudio


depende de si éste es un subgrupo representativo de la población diana, en el sentido de
muestra. O sea, que mientras Reichenbach consideraba que la generalización científica es un
arte, otros la han considerado un aspecto mecánico del muestreo. La confusión existente en
torno a este punto está profundamente arraigada, como lo indica el hecho de que se use el
término 'tamaño de la muestra' para referirse al número de sujetos de un estudio. De ser la
generalización científica simplemente cuestión de generalización estadística, habría que
limitarla , literalmente, a aquellos individuos que hubiesen sido incluidos, a través del muestreo,
como sujetos del estudio. Lo cierto es que esta errónea concepción ha influenciado el diseño
de muchos estudios epidemiológicos. Si la idea fuese válida, no sería aplicable a los humanos
ningún resultado obtenido en investigación animal. Más aun, cada población requeriría su
propio conjunto de estudios epidemiológicos, y habría que repetirlos para cada nueva
generación.” (Rothman, 1987:111)

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“En la mayoría de la ciencias naturales, la generalización de resultados a través del tiempo y


del espacio presenta pocos problemas. Las sustancias químicas, por ejemplo, generalmente no
se comportan de manera diferente si están dentro o fuera de las paredes del laboratorio. No
obstante, esto parece ser un serio problema en el estudio del comportamiento humano. A partir
de una mínima reflexión sobre la vida cotidiana, se percibe que, sin duda, la gente se
comporta, y se espera que se comporte, de forma diferente en función del contexto (Deutscher,
1973).” (Hammersley, Atkinson, 1994:24)

“Los naturalistas tienen razón al señalar los peligros que residen en extraer inferencias de lo
que la gente hace cotidianamente a partir de los que los informantes dicen y hacen en
situaciones de investigación, pero el problema de la validez ecológica es más sutil de lo que
ellos suponen. Los procedimientos 'artificiales' no sólo no tienen por qué ser siempre
ecológicamente poco representativos en aspectos significativos, sino que los resultados de
investigaciones llevada a cabo bajo los procedimientos del naturalismo también pueden ser
ecológicamente inválidos. Debido a la influencia que el observador participante puede tener en
el lugar estudiado, y/o los efectos de los ciclos temporales dentro de un lugar (Ball, 1983), las
conclusiones que él o ella extraen de los datos no son necesariamente válidos para el mismo
lugar en situaciones diferentes. Por la misma razón, descubrimientos producidos por la
observación participante en un lugar pueden no ser válidos para otro lugar del 'mismo tipo'.”
(Hammersley, Atkinson, 1994:25)

“Sin /// embargo, uno de los grandes malentendidos en este campo es justamente la premisa de
que los significados objetivos de las vivencias humanas hacen imposible un conocimiento objetivo
de las diferentes culturas, y con mayor razón generalizaciones a través de ellas (cross-cultural
generalizations). La creencia de que los hechos sociales nos vienen dados sólo por los
significados que los nativos de una cultura dan a sus acciones, es limitativa y no tiene justificación
lógica. Es cierto que el significado de una acción puede variar según el contexto en que tenga
lugar, pero ello no obsta para que los hechos sociales puedan explicarse causalmente, ya sea en
términos biológicos, ambientales, psicológicos, económicos, sociales, políticos, culturales, etc. Que
las explicaciones coincidan o no con los modelos de los actores es irrelevante, tanto en nuestra
sociedad como en cualquier otra. Los intentos de convertir las explicaciones de sentido común en
el objeto de las ciencias sociales fue el primer paso hacia los delirios de la actualidad. En todo
caso, la hermenéutica puede ser una ayuda a la antropología científica, siempre y cuando no
pretenda sustituirla.” (Llobera, 1990:148-149)

2.5 Triangulación

Validación solicitada. “Pero al mismo tiempo se deben reconocer las limitaciones de la


validación solicitada. Por ejemplo, no podemos asumir que cualquier actor sea un comentador
privilegiado de sus acciones, en el sentido de que sus descripciones de las interacciones,
motivos y creencias estén acompañadas por una garantía de veracidad. Como Schutz (1964) y
otros han notado, sólo podemos captar el significado de nuestras acciones retrospectivamente.
Además, esos significados deben ser reconstruidos sobre la base del ejercicio de la memoria;
no vienen dados de forma inmediata. Y ni siquiera la evidencia tiene por qué estar
necesariamente preservada por la memoria. Gran parte de la acción social opera en un nivel
inconsciente, por lo tanto los acontecimientos pueden no aflorar en la memoria. Así, en el caso
de los especialistas de Bloor, no podemos dar por sentado que ellos son conscientes de los
métodos que usan para tomar decisiones, o que pueden reconocerlos infaliblemente cuando
alguien se los presenta en un informe. Si bien es cierto que los actores son informantes que,
lógicamente, están bien informados de sus propias acciones, ello no quiere decir que posean la
verdad absoluta; y sus informaciones deben ser analizadas como cualquier otro tipo de
información, sin perder de vista las amenazas que eventualmente presenten a la validez de los
datos.” (Hammersley, Atkinson, 1994:214)

“La validación solicitada representa una especie de triangulación. Su valor consiste en


comprobar las inferencias extraídas a partir de una fuente de información mediante el recurso a
otra fuente de información. De manera más general, la triangulación de las fuentes de
información conlleva la comparación de la información referente a un mismo fenómeno pero
obtenida en diferentes fases del trabajo de campo, en diferentes puntos de los ciclos

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temporales existentes en aquel lugar o, como ocurre en la validación solicitada, comparando


los relatos de diferentes participantes (incluido el etnógrafo) envueltos en el campo.”
(Hammersley, Atkinson, 1994:216)

“El término 'triangulación' se deriva de una analogía con la navegación y la orientación. Para
alguien que quiere localizar su posición en un mapa, una sola señal únicamente le informará
sobre cuál es su punto de localización a lo largo de una línea. Con dos señales, sin embargo,
se podrá definir con exactitud cuál es su posición pues tendrá dos puntos de referencia; estará
en el punto donde se cruzan las dos líneas. En la investigación social, si uno confía en una sola
versión de los hechos existe el peligro de que un error que no ha sido detectado en el proceso
de recogida de información tenga como consecuencia un análisis incorrecto. Si, por otro lado,
diversos tipos de información llevan a la misma conclusión, uno puede confiar un poco más en
las conclusiones. Esta confianza /// está muy bien fundada en la medida en que diferentes tipos
de información llevan implícitos diferentes tipos de error.” (Hammersley, Atkinson, 1994:216-
217)

“Existen otras clases de triangulación además de las referentes a las fuentes de información.
Primero, existe la posibilidad de la triangulación entre diferentes investigadores.” (Hammersley,
Atkinson, 1994:217)

“Aquí, se compara la información obtenida mediante diferentes técnicas. En la medida en que


esas técnicas suponen diferentes tipos de amenaza a la validez, ellas proporcionan una base
para la triangulación.” (Hammersley, Atkinson, 1994:217)

“No obstante, la triangulación no es una prueba simple. Incluso cuando los resultados encajen,
ello no significa ninguna garantía de que las inferencias implicadas sean correctas. Puede
ocurrir que todas las inferencias sean inválidas, que como resultado de un error sistemático o
casual, ellas llevan a la misma conclusión incorrecta. Lo que la triangulación implica no es la
combinación de diferentes tipos de datos, per se, sino, más bien, el intento de relacionar tipos
de datos de forma que contrarresten varias posibles amenazas a la validez de nuestros
análisis.” (Hammersley, Atkinson, 1994:217)

“No se debería, sin embargo, adoptar la visión ingenuamente 'optimista' de que la combinación
de información procedente de /// diferentes fuentes se sumará para producir, de una manera
exenta de problemas, una panorámica más completa. Aunque pocos autores se han referido a
ello, las diferencias entre los cuerpos o tipos de información pueden ser demasiado
importantes.” (Hammersley, Atkinson, 1994:217-218)

“La lección que podemos sacar de aquí, una vez más, es que la información nunca debe ser
tomada como verdadera en sí misma. Es engañoso tomar unas cosas como verdaderas y otras
como falsas.” (Hammersley, Atkinson, 1994:218)

“Research methods represent lines of action taken toward the empirical world. Many sociologists
assume that their research methods are neutral 'atheoretical tools' suitable for valid scientific use by
any knowledgeable user; I have attempted to indicate that on the contrary, research methods
represent different means of acting on the environment of the scientist. Surveys, for example,
dictate a stance toward the invariant and stable features of this reality, while participant observation
assumes a reality continually in change and flux. Hence, when a sociologist adopts any one of
these methods, he is necessarily led to lines of action different from those he would have pursued
had he employed another method. Each research method reveals peculiar elements of symbolic
reality. When a sociologist adopts a method, his definitions of that method serve to make his final
observations in some way different from those of any other user-past, present, future. Thus, not
only do methods imply different lines of action, but their sociological users lend unique
interpretations to them. Add to these factors that the reality to which sociologists apply their
methods is continually in a state of change, and we find, as Shibutani has argued.”(Denzin,
1970:298)

“That what is called 'reality' is a social process; it is an orientation that is continuously supported by
others.... Societies, no matter how stable they may appear, are ongoing things. The world is in a

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state of continuous flux, and as life conditions change, knowledge must keep pace. In this sense all
knowledge is social (1966, pp.170-171;182).” (Denzin, 1970:298)

“When I speak of triangulated research strategies oriented toward common units of observation, I
mean that these units of observation are social objects in the environment of the scientist. These
objects represent the reality of the scientist, and their meaning arises out of his experiences. It is to
be hoped that the definitions attached to these objects will be public an consensual. Indeed,
scientists demand a certain degree of consensuality, but that consensuality will never be complete,
since each method implies a different line of action toward that reality-hence each will reveal
different aspects of it, much as a kaleidoscope, depending on the angle at which it is held, will
reveal different colors and configurations of objects to the viewer.” (Denzin, 1970:298)

“Each sociologist brings to these lines of action his own interpretations o them, and to an extent
these will be unique.”( Denzin, 1970:299)

“A third reason consensuality can never be complete arises from the definitions brought to bear
upon the units observed. Each user approaches these units from a unique perspective that reflects
his past experiences, personal idiosyncrasies, and current mood.” (Denzin, 1970:299)

“The fourth factor that leads to distortions is that the world of observations is in a state of
continuous change. This necessarily makes observations at one point in time different from any
other set of observations.” (Denzin, 1970:299)

“The meanings attached to universities, the political role of students, their self-conceptions, their
ideologies and values have all changed; hence comparisons between historical periods demands a
sensitivity to the meanings attached to the units observed by those generating the meanings.
Student protest today may appear similar to actions in the 1930's, but it would be unreasonable to
conclude that the same processes are operating.” (Denzin, 1970:299)

“It is important, however, not to overlook the human-personalistic element in the scientific process. I
have suggested that this element intrudes into every step of the scientific process; from a favored
theory, personal values and preferences shape decisions. Despite the existence of public rules
governing the enterprise called science, the values, definitions and ideologies of each scientist
significantly determine the translation of rules of method into the scientific process. These aspects
of what might be called 'doing science' will be treated in the next chapter. I note their relevance
here to present both sides of the scientific coin before returning to the topic of triangulation.”
(Denzin, 1970:300)

“Triangulation, or the use of multiple methods, is a plan of action that will raise sociologists above
the personalistic biases that stem from single methodologies. By combining methods and
investigators in the same study, observers can partially overcame the deficiencies that flow from
one investigator and/or one method. Sociology as a science is based on the observations
generated from its theories, but until sociologists treat the act of generating observations as an act
of symbolic interaction, the links between observations and theories will remain incomplete. In this
respect triangulation of method, investigator, theory, and data remains the soundest strategy of
theory construction.” (Denzin, 1970:300)

“It is conventionally assumed that triangulation is the use of multiple methods in the study of the
same object (see Campbell and Fiske, 1959; Webb, et.al., 1966). Indeed, this is the generic
definition I have offered, but it is only one form of the strategy. It is convenient to conceive of
triangulation as involving varieties of data, investigators, and theories, as well as methodologies.
The four basic types of triangulation are data, with these types; (1) time, (2) space, (3) person, and
these levels (1) aggregate (person), (2) interactive (person), (3) collectivity (person); investigator
(multiple vs. single observers of same object); theory (multiple vs. single perspectives in relation to
the same set of objects); and methodological (within-method triangulation and between-method
triangulation).” (Denzin, 1970:301)

“Theoretical triangulation is an element that few investigations achieve. Typically a small set of
hypotheses guide any study and data are gathered that bear on only those dimensions, but there
would seem to be value in approaching data with multiple perspectives and hypotheses in mind.

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Data that would refute central hypotheses could be collected, and various theoretical points of view
could be placed by side to assess their utility and power (see Westie, 1957,pp.149-54). Such
strategies would permit sociologists to move away from polemical criticisms of various theoretical
perspectives, since pitting alternative theories against the same body of data is a more efficient
means of criticism-and it more comfortably conforms with the scientific method. (Denzin, 1970:303)

“The third line of action leads the investigator to developed his own propositions and theory. These
represent additional formulations to those currently existing in the area and hence detract from any
ongoing synthesis of theory and research. These small theories come close to what Merton has
termed middle-range theory; more properly they must be viewed as small as hoc theories that only
pertain to the data under analysis. Glaser and Strauss (1967) have recently called for grounded,
substantive sociological theories, a position more in line with my criticisms. Their theory of dying in
the hospital is one example of what they call for.” (Denzin, 1970:304)

“The recommended procedure is to utilize all of the propositions that currently exist in a given area
as one designs his research. As Westie has described this process, it involves the followings
steps:” (Denzin, 1970:304)

“1. A comprehensive list of all existing propositions in a given area is constructed.

2. For each of these propositions a list of possible interpretations is made.

3. The actual research is conducted to determine which of the presupposed empirical relationships
actually exist.

4. Those presupposed relationships that fail to survive the empirical test are thrown out, as are the
interpretations attached to them.///

5. The best interpretations, from the many contradictory propositions initially formulated, are
selected through subsequent empirical investigations.

6. Conclude with a list of those propositions that passed and failed the empirical test and reassess
the theories from which they were derived.

7. State, now, a reformulated theoretical system-basing it at all points on the empirical test just
conducted (1957,pp.150,153).” (Denzin, 1970:304-305)

“The advantages of this theoretically triangulated strategy are several. As Westie notes, it
minimizes the likelihood that the investigator will present to himself and the world a prematurely
coherent set of propositions in which contradictory propositions, however plausible, are ignored
(1957,p.154).” (Denzin, 1970:306)

“The procedure demand that all relevant propositions be considered and made explicit before the
investigation begins, a stricture that should lead researchers away from particularistic explanations
of their data.” (Denzin, 1970:306)

“A second advantage is that triangulation permits the widest possible theoretical use of any set of
observations. Sociologists can move beyond theory-specific investigations to generalized-
theoretical studies. The strategy makes the investigator more broadly aware of the 'total
significance of his empirical findings (Westie,1957,p.154).” (Denzin, 1970:306)

“A last advantage of triangulation is that it encourages systematic continuity in theory an research.


At the moment it is rare that one sociological investigation unambiguously supports or refutes a set
of propositions. Similarly, when there is little in the way of theory to guide interpretation.” (Denzin,
1970:307)

“Sociologists should also think in terms of a theoretical synthesis. It may well be that each
proposition contain a kernel of truth. A final propositional network might combine features from
hypotheses that were initially contradictory.” (Denzin, 1970:307)

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“This is the last generic form of triangulation, and the one stressed in earlier chapters. Two forms
con be noted, the first being within-method triangulation, which is most frequently employed when
the observational units are viewed as multidimensional. The investigator takes one method (the
survey) and employs multiple strategies within that method to examine his data. A survey
questionnaire might be constructed that contains many different scales measuring the same
empirical unit. Taking the famous case of alienation scales, many recent investigations have
employed five distinct indices. The obvious difficulty is that only one method is employed.
Observers delude themselves into believing that five different variations of the same method
generate five distinct varieties of triangulated data. But the flaws that arise from using one methods
remain, no matter how many internal variations are devised.”(Denzin, 1970:307)

“A much more satisfactory form of method triangulation combines dissimilar methods to measure
the same unit, what I call between or across-method triangulation. The rationale for this strategy is
that the flaws of one methods are often the strengths of another, and by combining methods,
observers can achieve the best of each, while overcoming their unique deficiencies.”(Denzin,
1970:308)

“No puedo evitar la tentación de mostrar el tipo de contradicciones que existen entre etnógrafos
con un ejemplo que puede poner de relieve a un tiempo varias cosas: la necesidad de leer
directamente las fuentes y contrastarlas intersubjetivamente antes de hacer o aceptar ninguna
codificación, la influencia consciente o inconsciente de la orientación teórica y metodológica en
los etnógrafos, y la falacia de la confianza exclusiva en «una-sola-etnografía-bien-hecha», es
decir, el valor, por muchas limitaciones que tenga del análisis intercultural en la depuración de
la información y en la contrastación de las teorías; (...) La lectura cruzada de las fuentes
etnográficas, la anotación detenida de contradicciones, coincidencias y ausencias, forma parte
del contexto etnográfico y es la base para la exigencia de intersubjetividad que es en este
campo tanto o mas precisa que en ningún otro de la Antropología. No sólo la calidad de los
textos, también la de la propia lectura están en la base de su construcción.” (San Román,
1994:222-223)

Cuadro 2.2. Ventajas e inconvenientes de la triangulación

Ventajas Inconvenientes
Al cubrir más dimensiones de la realidad Puede supones un mayor coste económico y
social, se alcanza una información más temporal que aplicar un único método de
profunda y diversificada. investigación (1)

Los resultados del estudio adquieren un Dificultad de encontrar una unidad de


grado mayor de validez (si se llegan a los observación común a la que aplicar distintos
mismos hallazgos con métodos métodos.
diferentes).

La teoría queda más reforzada, en caso Dificultad de hallar un equipo de investigadores


de ser confirmada. Si no lo es, bien formados en ambas metodologías
proporciona un fundamento mayor para (cuantitativa y cualitativa).
su modificación.

Facilita la comparabilidad de los datos Mayor dificultad para repetir la investigación.


por métodos distintos.

Demuestra que ambas metodologías El uso de una técnica de obtención de


(cuantitativa y cualitativa) pueden y información puede afectar a observaciones
deben utilizarse de forma posteriores que se efectúen mediante otras
complementaria. técnicas (2).

Problemas de comparabilidad, debido a la


obtención de diferentes porcentajes de
respuesta (en cada una de las técnicas de
obtención de datos utilizada); o por haber
distintas fuentes de error en cada método, y no

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haberse detectado.

Posibilidad de primar, sin justificar, un método


sobre otro.

Existencia de incompatibilidad epistemológica


entre algunos métodos (3).

(1) Para solventar este inconveniente, Denzin (1975) aconseja utilizar más
adecuadamente los medios disponibles. Por ejemplo, puede que no resulte posible acudir
a varios investigadores, aunque sí emplear diversas fuentes de datos.

(2) Bien debido a que la experiencia alcanzada con el primer método lleve al investigador
a utilizar el segundo método de forma diferente e, incluso, mejor que el primero; o bien
debido a la influencia en los sujetos (a lo que se ha hecho referencia).

(3) La principal objeción a la combinación metodológica se expresa, con frecuencia, en


términos de “pertinencia epistemológica”. Autores como Blaikie (1991), consideran a ésta
como la barrera fundamental para integrar formas incompatibles de conocimiento.

(Cea d'Ancona, 1996:58)

2.6 Validez, fiabilidad, triangulación: replanteamiento y desarrollo


(posmodernos)

Table 7.1 Establishing Trustworthiness: A Comparison of Conventional and Naturalistic Inquiry

Criterion Conventional term Naturalistic term Naturalistic Techniques

Truth value internal validity credibility Prolonged engagement


Persistent observation
Triangulation
Referential adequacy
Peer debriefing
Member checks

Applicability External validity Transferability Thick description


Purposive sampling
Reflexive journal

Consistency Reliability Dependability Dependability audit


Reflexive journal

Neutrality Objectivity Confirmability


Confirmability audit
Reflexive journal
(Adapted from Lincoln & Guba, 1985)” (Erlandson et al., 1993:133)

“A central question for any inquiry relates to the degree of confidence in the "truth" that the
findings of a particular inquiry have for the subjects with which-and the context within which-the
inquiry was carried out (Lincoln & Guba, 1985, p.290). Within the prevailing research paradigm
truth value is described in terms of internal validity, that is, the isomorphic relationship between
the data of an inquiry and the phenomena those data represent. However, because naturalistic
inquiry does not make the assumption of a single objective reality, the objective ascertainment
of an isomorphism ceases to have any relevance. More pertinent is the compatibility of the
constructed realities that exist in the minds of the inquiry's respondents with those that are
attributed to them. This relationship is termed credibility.

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Credibility needs to be established with the individuals and groups who have supplied data for
the inquiry. It is assessed by determining whether the description developed through inquiry in a
particular setting "rings true" for those persons who are members of that setting. Because these
persons represent different constructed realities, a credible outcome is one that adequately
represents both the areas in which these realities converge and the points on which they
diverge. A credible inquiry generally has the effect on its readers of a mosaic image, often
imprecise in terms of defining boundaries and specific relationships but very rich in providing
depth of meaning and richness of understanding.

In their various writings, Guba and Lincoln have proposed a series of strategies for
accomplishing this. They are briefly considered here and will be developed further in later
chapters.

Prolonged Engagement. The researcher must spend enough time in the context being studied
to overcome the distortions that are due to his or her impact on the context, his or her own
biases, and the effect of unusual or seasonal events. "Enough" time in the context (culture) can
be considered that amount that enables the researcher to understand daily events in the way
that persons who are part of that culture (i.e., natives) interpret them.

Persistent Observation. However, while the researcher may be able to understand the events
that occur and the relationships that exist in a social context in the same way that they are
understood by a person who is part of that context, nothing is added to what could be told by
any intelligent "native" unless the researcher can identify those events and relationships that are
most relevant for solving a particular problem or resolving a particular issue. Such relevant
depth can be obtained only by consistently pursuing interpretations in different ways in
conjunction with a process of constant and tentative analysis.

Triangulation. Perhaps the best way to elicit the various and divergent constructions of reality
that exist within the context of a study is to collect information about different events and
relationships from different points of view. People in the context who are known to have
distinctly different opinions and understandings of a topic should be deliberately sought out by
the researcher Data obtained directly from the statements of individuals should be checked
against observed behavior and various records and documents. Different questions, different
sources, and different methods should be used to focus on equivalent sets of data. Alternative
explanations should be considered.

Referential Adequacy Materials. Because all data must be interpreted in terms of their
context, it is extremely important that materials be collected to give holistic views of the context.
Videotapes, documents, photographs, and any other materials that provide a "slice of life" from
the context being studied will provide a supportive background that communicates to the reader
a richer contextual understanding of the researcher's analyses and interpretations.

Peer Debriefing. Occasionally the researcher should step out of the context being studied to
review perceptions, insights, and analyses with professionals outside the context who have
enough general understanding of the nature of the study to debrief the researcher and provide
feedback that will refine and, frequently, redirect the inquiry process.

Member Checks. Because the realities that will be included are those that have individually and
collectively been constructed by persons within the context of the study, it is imperative that
both data and interpretations obtained be verified by those persons. No data obtained through
the study should be included in it if they cannot be verified through member checks.

Transferability. An inquiry is judged in terms of the extent to which its findings can be applied
in other contexts or with other respondents (Lincoln & Guba, 1985, p.290). Implementation of an
inquiry's findings always requires an estimation of applicability because even if the inquiry in a
particular context is meant only to guide decisions about the operation of that context in a
succeeding time frame, time will change both the context and the individuals who are in it. For
example, an evaluation study of the operation of a high school can be used to guide decisions
for the following year only to the degree that the findings can be related to what that school is
like in the following year Every context shifts over time as the persons in that context, their

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constructions of reality, and the relationships among them also shift (even if the individuals are
the same). When findings are applied across contexts, the problem of applicability increases.
Some way must be found to either focus on those aspects of the inquiry that do not shift within
or across contexts or to interpret findings in a way that makes allowance for the shift of context.

With this in mind, two strategies are suggested here to facilitate transferability.

Thick Description. Because transferability in a naturalistic study depends on similarities


between sending and receiving contexts, the researcher collects sufficiently detailed
descriptions of data in context and reports them with sufficient detail and precision to allow
judgments about transferability. Effective thick description brings the reader vicariously into the
context being described. By description of specific sights, sounds, and relationships, the scene
created in the reader's mind may be remarkably close to that which would be gained by direct
experience. Often we have found that an individual whose first encounter with a setting is
through an effective thick description has a sense of déja vu upon actually visiting the setting.

Purposive Sampling. Because the foundation of transferability is an adequate description of


the sending context, the search for data must be guided by processes that will provide rich
detail about it. In contrast to the random sampling that is usually done in a traditional study to
gain a representative picture through aggregated qualities, naturalistic research seeks to
maximize the range of specific information that can be obtained from and about that context.
This requires a sampling procedure that is governed by emerging insights about what is
relevant to the study and purposively seeks both the typical and the divergent data that these
insights suggest.

Dependability. An inquiry must also provide its audience with evidence that if it were replicated
with the same or similar respondents (subjects) in the same (or a similar) context, its findings
would be repeated (Lincoln & Guba, 1985, p.290). The inquiry must meet the criterion of
consistency.

In the prevailing research paradigm this quality is reflected in a concern for reliability, which
refers to a study's (or instrument's) consistency, predictability, stability, or accuracy. The
establishment of reliability depends on replication, the assumption being made that repeated
application of the same or equivalent instruments to the same subjects under the same
conditions will yield similar measurements. Reliability is a precondition for validity; there can be
no assumption of an isomorphic relationship between observations and reality if attempts at
replication yield different results (Guba & Lincoln, 1989, pp. 234-235).

The naturalistic researcher, however, believes that observed instability may be attributed not
only to error but also to reality shifts. Thus, the quest is not for invariance but for "trackable
variance" (Guba, 1981), variabilities that can be ascribed to particular sources (error, reality
shifts, better insights, etc.). Consistency is conceived in terms of "dependability," a concept that
embraces both the stability implied by "reliability" and the trackability required by explainable
changes (Guba, 1981, p.81). Dependability is communicated through a dependability audit.

Dependability Audit. To provide for a check on dependability, the researcher must make it
possible for an external check to be conducted on the processes by which the study was
conducted. This is done by providing an "audit trail" that provides documentation (through
critical incidents, documents, and interview notes) and a running account of the process (such
as the investigator's daily journal) of the inquiry.

Confirmability. Finally, an inquiry is judged in terms of the degree to which its findings are the
product of the focus of its inquiry and not of the biases of the researcher (Lincoln & Cuba, 1985,
p.290). Toward this end, the traditional researcher seeks to establish objectivity, which is
guaranteed by methodology that (I) is explicated, open to public scrutiny, and replicable and (2)
insulates observations from the biases of the researcher The naturalistic researcher, however,
realizes that objectivity is an illusion and that no methodology can be totally separated from
those who have created and selected it. The naturalistic researcher does not attempt to ensure
that observations are free from contamination by the researcher but rather to trust in the
"confirmability" of the data themselves. "This means that data (constructions, assertions, facts,

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and soon) can be tracked to their sources, and that the logic used to assemble the
interpretations into structurally coherent and corroborating wholes is both explicit and implicit"
(Guba & Lincoln, 1989, p.243). Confirmability, like dependability, is communicated trough an
audit.

Confirmability Audit. The audit trail that was established to ascertain dependability by looking
at the processes that were used in the study also enables an external reviewer to make
judgments about the products of the study. An adequate trail should be left to enable the auditor
to determine if the conclusions, interpretations, and recommendations can be traced to their
sources and if they are supported by the inquiry.

A final word needs to be said about the importance of the audit trail in establishing
trustworthiness for the naturalistic study. A useful parallel might be drawn here with the
admonitions that have been given to guide traditional researchers. Just as there can be no
external validity without internal validity, so there can be no transferability if credibility is lacking.
Furthermore, as validity is meaningless unless reliability can be affirmed, in the same way
credibility can be established only if dependability can be ensured. Finally, as objectivity (even
by prevailing standards) is of no value unless it serves to guarantee something that itself has
value, so confirmability can provide nothing greater than the value of what it confirms. For the
naturalistic researcher these separate criteria are bound together through the audit trail.”
(Erlandson, 1993:29-35).

2.7 Ongoing Grounding and Validation of Data (desarrollo de 2.4)

“In accordance with the verstehende sociological approach to studying human society, the
ethnographer generates information and empirically grounds and validates it in and through the
process by which he or she interacts with informants. An occasional individual may be (and
almost always in fact is) astoundingly knowledgeable and articulate, able and willing to say
loudly and clearly what many others like him or her have said not as well or not at all. On the
other hand, not all informants are able and/or willing to provide insightful, coherent, and lucid
descriptions of what has been (or will be) happening to them as they get caught up in the
sociocultural currents and crosscurrents that give form and substance to their world. To learn
what those who are less articulate know about what is happening to and around them, the
researcher returns to some to try out on them what he or she thinks he or she has come to
know as a result of interviewing one or more of their especially articulate fellows. The usual
response is "Yeah, that's what I meant, but I didn't know how to explain it to you" or "No, that's
not exactly what I meant. What I meant was... "; and here usually follows a much clearer
account than the informant was able to give when first contacted. The researcher then
continues checking with informants until he or she establishes that there is or is not consensus
regarding whatever he or she is inquiring about, or until the discovery that perhaps he or she
misclassified some informants and needs to refine his or her classification of them or of their
attitudes, values, and actions to account for seemingly deviant cases, and so on. Also, the
researcher continually tries out his or her depictions on them to get them to agree or disagree
with his or her understanding of their accounts and to correct him or her where /// they perceive
him or her to be mistaken. Using such validation and self-correction procedures, the researcher
attempts continually to perceive and understand the empirical realities of the informants as they
do and to depict their social world as faithfully as possible, even using locals' own terms and
natural expressions to help ground the report, no less than the fieldwork, in the experiences of
those who are being portrayed.

The field-worker uses the face-to-face relationships with informants as the fundamental way of
demonstrating to them that he or she is there to learn about their lives without passing judgment
on them, that he or she is an absolutely trustworthy recipient of candidly and thoughtfully
expressed accounts of experiences and reflections on their meanings and implications, and that
he or she will do his or her utmost to say and write nothing about them that will knowingly cause
them any social or personal harm. In these ways, the field-worker continually negotiates with
informants what is mutually acceptable as proper, right, and safe to talk about at given stages in
their relationship and thus of his or her understanding of what they are prepared to say. In time,
they come to realize as keenly as the field-worker does how important it is that he or she
understand their long-standing values as well as their relatively emergent definitions of

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situations. Both are sometimes subtle, hard to verbalize, and thus difficult for the ethnographer
to understand as the informants do, but the fieldwork relationship exists precisely to facilitate
identifying and solving such problems.

As the researcher learns to understand a great deal about the informants and their way of life,
some important changes naturally take place in how he or she plays the fieldwork role. For
example, the researcher can no longer easily get away with asking "dumb" questions when
asking informants to teach him or her about the various aspects of their lifestyle he or she has
come to study. By this time, they know that the researcher has become quite knowledgeable
about them and expect him or her to use this knowledge more to discuss than merely to inquire.
So the researcher obliges, in the course of which he or she learns much about how members of
the community carry on discussions of topics of interest to the research and thus about the
topics themselves.

Moreover, as the researcher gradually gains knowledge of the processes at work when
informants perceive and define emergent and ongoing situations, he or she grows increasingly
capable of projecting images of the future that people in the study area are creating. The
researcher learns how the informants and others like them create images of the future through
defining their situations and imagining how these situations would develop and affect them over
time. Acting so as to protect their interests in light of what they predict, they tend to create
aspects of the future through hedging and other protective actions that become self-fulfilling
prophecies.10 Through fostering an understanding of people's values and of the definitional
processes they devise to safeguard and realize their values, ethnographic data on the present
can be very useful for charting the course of social change and thus predicting the future. This
is true to the extent that people do in fact have some direct control /// over their lives and do
exercise some indirect control in the sense of trying to adjust to and otherwise cope with the
impacts of the combined forces of the surrounding "natural" and human environment.

The ethnographer's continuing assumption is that people in the social scene being studied are
the ultimate authorities concerning what is happening there and what it all means to them and
others around them (Gamble, 1978). If, for example, the people of a community say that social
stratification has been subtle and played down in any overt sense because they value and
share a strong equalitarian commitment, then this is their reality, and it must be respected if one
is to understand them as they understand themselves. This point is made in Thomas's (1931)
famous observation that if the individual defines the situation as real, it is real in its
consequences. The individual's reality and its consequences for the individual and his or her
friends and neighbors are accordingly of paramount interest to the researcher. How all this
comes about, the implications for the individual and his or her fellows in terms of attitudinal
development, behavioral expression, and the like are matters the researcher continually seeks
to understand as the actors themselves do in the variously dynamic and changing
circumstances of their lives.

As facts, viewpoints, interpretations, and other accounts are gathered, the researcher
continually forms impressions and develops explanations when trying out his or her
understanding of these versions of reality on these individuals and others who represent the
social categories, groups, and points of view concerned. During this process of analytical
induction, perceptions, insights, and hypotheses emerge and are tested continuously. Indeed,
this running interaction between formulating and testing (and reformulating and retesting)
hypotheses while in the act of generating data is an efficacious and productive blending of
deductive with essentially inductive analysis that has no parallel in any other kind of social
research. Understandably, then, the field-worker engaged in this process continually modifies
concepts and conclusions to make them more accurate and adequate in light of his or her
increasing ability to comprehend the dynamics of the issues being investigated. In this way too,
negative cases are continually pursued to account for apparent deviations or other unexpected
and surprising departures from norms, patterns, and other consistencies in the findings
(Znaniecki, 1934). In short, the investigator continually turns to informants and, where qualified

10
Bear in mind that a self-fulfilling prophecy is a prediction that has a way of actually happening because
the person making the prediction wittingly or unwittingly acts in ways that help to make it (e.g., a definition
of a situation) come true.

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and available, fellow researchers to verify findings and thus to minimize the chances of
misunderstanding, overlooking, biasing, or otherwise turning information into anything but the
reliable and valid data needed to reach research objectives.

In addition to continually validating data by checking out findings as noted, ethnographers rely
on a multiplicity of research techniques to systematically cross-check emergent descriptions and
analyses. They may use openended interviews; conduct a wide range of personal observations;
set up and regularly consult a local research advisory committee; 11 hold small- and large-group
discussions; analyze secondary sources of information, such as population census materials;
use qualitative findings to generate questionnaire topics and items /// and to interpret and
12
validate questionnaire tabulations; and compare information gathered from various categories
of informants with what is found out from various other groups of people. In addition, drafts of
progress reports and final reports are usually reviewed with a cross section of the investigators'
research subjects as part of the checking procedure. In these ways, ethnographers strive for
multiple assurances that their data are valid, or in Glaser and Strauss's (1967) term, that
saturation has been achieved.

Blumer (1969) adds to the rationale for the foregoing by pointing out major deficiencies in social
science research.

Current methodology gives no encouragement or sanction to such direct examination of


the empirical social world. Thus, a diligent effort, apart from the research study one
undertakes, to see if the empirical area under study corresponds in fact to one's
underlying images of it, is a rarity. Similarly, a careful independent examination of the
empirical area to see if the problem one is posing represents meaningfully what is going
on in that empirical area is scarcely done. Similarly, an independent careful examination
of the empirical area to see if what one constructs as data are genuinely meaningful
data in that empirical area is almost unheard of. Similarly, a careful identification of what
one's concepts are supposed to refer to, and then an independent examination of the
empirical area to see if its content sustains, rejects, or qualifies the concept, are far from
being customary working practices. And so on. I do not believe that I misrepresent
current social and psychological research by saying that the predominant procedure is
to take for granted one's premises about the nature of the empirical world and not to
examine those premises; to take one's problems as valid because they sound good or
because they stem from some theoretical scheme; to cling to some model because it is
elegant and logically tight; to regard as empirically valid the data one chooses because
such data fit one's conception of the problem; to be satisfied with the empirical
relevance of one's concepts because they have a nice connotative ring or because they
are current intellectual coins of the realm. (pp. 32-33)” (Gold, 2001: 294-297)

2.8 A Theory of Qualitative Methodology (otro desarrollo de 2.4)

2.8.1 Introduction

“Readers of qualitative field studies repeatedly raise four questions about evidence. They may
be characterized as four "R's" that haunt participant observers in sociology. I will illustrate these
evidentiary questions as they might be addressed to a field study I conducted on civil lawyers
for the poor. These illustrations will then provide a point of departure for a reanalysis of the
methodological issues involved more generally in the assessment of fieldwork evidence.

11
The committee is composed of a cross section of informants and others. Its functions include giving all
concerned feedback on the study, reality checking findings, reviewing and commenting on drafts of study
reports, and otherwise helping the researcher to keep the study on track. These functions constitute
powerful reassurances for all concerned that the findings are valid and are being portrayed accurately and
fairly.
12
Numerical analyses can be very useful when derived from questionnaire items based on an initial
ethnographic study of the area in question because the qualitative data permit the items to be tailored to
specific matters of importance to respondents. Such statistical findings are much easier to explain because
they have been grounded in what the research subjects regard as the real world.

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1. Representativeness. I studied the legal assistance programs in Chicago through


historical documents, organizational files, and eighteen months of fieldwork in 1972 and
1973. Since 1973, I have had numerous interviews with lawyers who have worked in
Legal Services programs in Chicago, Connecticut, and California, but my report
primarily covers experiences and events in Chicago in the early seventies. The study
may have some value as a historical document of local interest, but I offer it as a
general institutional analysis of the careers of legal assistance lawyers and their
organizations. Can such generalization be justified?

2. Reactivity. In Chicago, I observed and talked with staff lawyers sometimes for
minutes, sometimes for hours; in court, their offices, their homes; without anything
approximating a fixed questionnaire. Perhaps the differences I report in the data simply
reflect differences in my behavior. I might be asked, "How do you know it looks the way
you describe it when you're not there looking?"

3. Reliability. I typed up about 2,000 pages of field and interview notes, presented only a
fraction in the final report, and have not specified the criteria I used to select those data
I published. A sympathetic but concerned reader might well observe and ask, "There is
an infinite amount of background context that you could have included or excluded from
your original field notes and the final text. The meaning of the behavior described would
change with a change in the description of its context. How can you say your
descriptions are the right ones?" A less kind reader might put it, "How do we know you
didn't overlook disconfirming data, or even make it all up?"

4. Replicability. I began the study at a time when I learned that the legal assistance
organizations in Chicago were about to merge. My initial interests were twofold.
"Merger" seemed an attractively elusive phenomenon, one on which there seemed little
useful sociological literature. The other interest was in the analysis of personal and
collective careers and their relations. This interest grew out of my fascination with Georg
Simmel's writings, and from my training in symbolic interaction, with its perspective on
the processes in which people shape individual and collective identities.

I began by interviewing organizational leaders, asking about their personal careers and
their expectations for the merger. Then I began sitting in on lawyer-client interviews.
When meetings began at the merged organization, I attended. I recorded my
observations and interviews, sometimes contemporaneously, sometimes within an hour
or two, often that night, occasionally weeks or even months later. The "career
interviews" were loosely structured, to say the least. I would typically begin with
questions about how the lawyer came to the job, move to initial experiences, then
encourage a recollection of stages and changes in internal career, and finish by asking
about expectations for the future. I changed the focus of my observations and interview
questions in innumerable, unrecorded moves.

In light of such broadly formulated interests and inconstant methods, one might well
ask, "If we wanted to test your analysis by repeating your research, how would we know
what to do?"

Qualitative field studies appear especially vulnerable to criticism because they do not proceed
from fixed designs. They do not use formats for sampling that could produce statistics on the
representativeness of data. They abjure coding books that might enhance reliability by spelling
out in advance the criteria for /// analyzing data. They fail to give detailed instructions for
interviews - the questions to ask, their order, when to give cues and when to probe - that might
give the reader faith that differences in subjects' responses were not due to variations in the
researcher's behavior. Because of their emphasis on informal and flexible methods, qualitative
field studies seem to make replication impossible

Unfortunately, qualitative researchers have customarily conceded fundamental methodological


weaknesses when faced with the four "R's."1 Not displaying significant statistics, they
1
"Qualitative" researchers have often called for a reorientation of methodological thinking, but they have
not transcended the conventional approaches. Becker and others (1961 :33-45) have proposed a post-hoc

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acknowledge the "merely exploratory" status of their "case" studies. Citing the importance of
"getting close to the data," participant observation fieldworkers concede risks of reactivity (Scott
1965:266). Symbolic interactionists discard coding books, and along with them the goal of
verification, as a necessary cost of developing "grounded" theory (Glaser and Strauss, 1967).
As for replicability, some qualitative methodologists recommend reporting a natural history of
the study but ultimately attribute success to "having the gift" (Lofland 1976:318).

Something important is missing from methodological thinking. 2 On the one hand, as both Becker
(1970:6-7) and Glaser and Strauss (1967: 12) have noted, the sociological community, despite
its neglect of the rationale for qualitative methods, frequently rewards qualitative empirical
research. On the other hand, forceful questions have been raised as to whether formal research
designs ever could be implemented according to their prescriptions. In fact, the argument
increasingly goes, research designs never do anticipate fully the social relations that emerge in
the research process. However random the sample, research subjects are never chosen
through logical deduction from the theory purportedly tested (Camilleri 1962). Inevitably there
are unscheduled influences on the understanding by respondents of the questions or stimuli
(Cicourel 1964). Unexplicated bases for interpretation are ubiquitous (Garfinkel 1960), and they
undermine the effort to establish that one has performed a replicable study.

These considerations raise two sets of related questions. Are not the methodologies of social
surveys and experiments premised on a substantive sociological claim that supposedly pre-
fixed features of the research, such as plans for probability sampling and coding rules, can
actually determine and accurately predict the social relations established by the researcher with
subjects, readers, and subsequent researchers? What is the methodological value of the formal
research design if it does not in fact govern research? This essay takes up the converse set of
questions. If qualitative field research can produce what the scientific community is willing to
regard as valuable results, must there not be methodologically valuable empirical implications of
the qualitative field researcher's behavior? Perhaps we should look for the methodological
strength of qualitative fieldwork not by comparing it with an image of research from fixed
designs but by examining the social relations which may be built up with research subjects,
readers, and subsequent researchers by the field worker's conduct, from initial entry into the
field to the final write-up. ///

This essay outlines a sociological theory for evaluating qualitative field research. It takes three
substantial rhetorical risks. The first is to offer a general theory of a distinctive social system that
can be constructed by field research. Some may prefer a more "grounded" approach,
specifically illustrating with elaborate qualifications one subset of hypotheses. But my immediate
objective is to undermine a habitual critical perspective, and for this the emphasis is best kept
on the possibility of a comprehensive alternative methodological stance. The second risk is to
ignore diversity in methods and focus on one qualitative research strategy, analytic induction ...
The third risky decision is to formulate the distinctive strengths of qualitative field research in the
standard terminology of methodological discussion, e.g., in discussions of the four "R's." To
some readers, the argument in places may appear simply to be giving a different meaning to
established standards so that field research will look good where it has looked bad in contrast to

application, to informally gathered data, of methods used to guide the collection of data in more formalized
research. For example, their remedy for reactivity is to count up all field notes bearing on a given
proposition and to assign greater weight to observations of behavior in group settings than to reports of
one-to-one encounters between researcher and research subject. They also recommend a post-hoc
quantification procedure to create evidence on representativeness. These steps lead to the acceptance of
a proposition about a group if the total number of observations and the ratio of positive-to-negative
observations exceed arbitrary standards.
These are, at best, second-best solutions. When enumerated data are offered as the product of surveys
and experiments, they purport to describe the precise number of instances underlying the substantive
analysis, and they treat each datum as having a discernible weight on the analysis. The observational
researcher who has directly entered, diffusely experienced, and variously recorded a natural setting cannot
support this claim. Some field notes are, after all, based on observations covering seconds, others on a
day's experience ...
2
Despite the rhetoric of discovery and exploration, we are asked to attend to qualitative studies not merely
on the claim that they develop attractive ideas but on an assertion that something "out there" has been
discovered - on an empirical assertion that the theory is in fact "grounded." For a vigorous critique of the
distinction between discovery and verification, see Feyerabend (1975:165-169).

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surveys and experiments, and vice versa. In a sense, that is precisely the contribution the essay
attempts to make to the literature of field methods, from which it admittedly borrows and
rebottles much. As indicated by the opening paragraphs, my motivating concern has been a
practical dilemma, the need for a rhetoric with which to respond more directly to standard
methodological questions than claims of "discovery rather than verification" and "pretesting"
allow. The need is to outline an alternative perspective for interpreting such issues as
representativeness, reactivity, reliability, and replicability, and simultaneously to indicate that the
customary readings are at best arbitrary.” (Katz, 2001:197-200)

2.8.2 Representativeness

“The strategy of analytic research is to expand constantly the domain to which an explanation
validly can be generalized. The sequential process in which theory is altered upon discovery of
a negative case, in turn changing the meaning of a "negative case," allows each new datum to
function as a rival hypothesis. /// This method invests research energy with maximum efficiency
to improve the generalizability of theory.

Analytic research rests the external validity of a study un its internal variety. The more
differences discovered within the data, the greater the number of possible negative cases, and
thus the more broadly valid the resulting theory. From a perspective on the sociology of social
research, the analytic method, if it is followed, actually promotes the discovery of internal variety
and thus its logic for establishing external validity.

In practice, the analytic method shapes a particular researcher perspective on research


subjects. It leads researchers inexorably to examine social process as subjects experience it
from within. Once researchers have been led to examine the emergence in subjects' experience
of the phenomena to be explained, they find that their basis for generalization - qualitative
variation has expanded vastly ...

This has in fact happened in every known instance in which analytic induction has been used
expressly to discipline social research. At the start, the researcher's conceptual units have often
been static background factors and discrete acts. As the study has developed, the units have
become processes with vague boundaries.5 Lindesmith (1968) discovered that he could not
explain the first act of taking opiates, only addiction, a sustained use. Rejecting explanations by
personality type, he offered a motive developed in the process of use, a "craving." In my study,
an early concern was to explain turnover among poverty lawyers. This was a focus on an act of
leaving an organization. I ended with an explanation of "involvement," a perspective on
continuing a line of activity as intrinsically compelling. 6 ...

If this hypothesis on the effects of the use of the analytic method on the researcher's
perspective is true, it implies a principle to guide qualitative research. Given the strategy of
exploiting internal variety in order to warrant generalizability, the ideal site is one that is both in a

5
Cressey's (1953) use of analytic induction to explain embezzlement is an exception that proves the rule.
Although narrower than the legal definition, the embezzlement to be explained by the theory was treated
as a discrete act. Cressey was obliged to specify the occurrence of something precisely connected with
the criminal act. Turner (1953:606) seized on this point of vulnerability in his critique, noting that the
explanatory conditions - having a nonsharable financial problem, recognizing embezzlement as a solution
and rationalizing it - would seem always to have existed for some time before the embezzlement occurred.
Significantly, Turner explicitly softens his argument in turning to Lindesmith's theory, noting only problems
("in some cases") at the boundaries of explanans and explanandum.
6
See also Becker (1953). Understandably but paradoxically, most studies using analytic induction have
begun as attempts to explain social problems: Lindesmith, opiate addiction; Cressey, embezzlement; I
began with an attempt to explain "staying more than two years," or the problem of "turnover" about which
legal assistance leaders had so frequently complained. In pursuit of a perfect explanation, the researcher
must initially rely on an outsider's view of what is homogenous when choosing a phenomenon for study,
and "deviance" by definition has already been singled out as such. Yet a consistent contribution of such
research is to establish the inaccuracy of the outsider's perspective by redefining the phenomenon in
terms of homogeneity from the inside. A major difference between the view of social problems held by
outsiders and insiders is that outsiders pick out discrete acts for sanction or regret whereas insiders
experience a process with vague boundaries.

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period of historical change and has the most differentiated members. These do not appear to
have been the principles typically guiding the selection of sites for qualitative research.

Critics might respond that the fact that a site is distinctive in the heterogeneity of its members
and in the drama of its historical change makes it unrepresentative. The researcher's naturalistic
focus on symbolic social process suggests a strategy to work on this problem. Take the charge
that unique features of the research site - extreme differentiation of members, large scale of
organization, rapid change in collective character - bias all the data collected. The qualitative
researcher can examine the range and fluctuations of members' situated experiences and may
discover tests for the rival hypotheses. If the objection is that a smaller, more homogeneous and
static context would alter members' behavior, the researcher may locate exceptional members
who, for a time at least, were situated in a homogeneous subunit isolated from the influences of
a general historical trend.

To use this logic, one must assume that there are not complete discontinuities on the dimension
at issue between the case studied and the place or /// time invoked in the rival hypothesis. 7 For
example, I tried to explain involvement and alienation from work among poverty lawyers by
studying organizations in Chicago in the early 1970s. I would like to determine whether my
theory requires qualification when applied to lawyers working in rural California poverty law
offices, but I have no direct data. Is it reasonable to reject the hypothesis that the theory cannot
be extended to the rural California site by examining the exceptional experiences of a lawyer
who worked in Chicago's Mexican-American neighborhood legal assistance office and cultivated
vineyards in abandoned West Side lots in preparation for a move to a poverty law job in his
native Northern California? I would also like to test the validity of my theory for lawyers currently
assisting the poor. One might object that political commitment and its collective mobilization was
unusually strong and pervasive among poverty lawyers during my fieldwork, in the early
seventies, and that there is a general malaise now. But is the contrast so complete that a close
examination of the experiences of the earlier group could not have encountered instances of the
currently dominant perspective? By definition, no researcher can prove continuity between what
he has and what he has not studied, but the analytic method points a way for thinking the
problem through ...

Quantitative and qualitative strategies toward generalizability strike different bargains with the
existential limitations of social research. In attempts to establish statistical significance, the more
the researcher sees data as heterogeneous (the greater the number of variables examined in a
given number of data), the less likely it is that levels of significance will be reached. The goal of
specifying the explanation by testing it against rival hypotheses through partial correlation or
elaboration analysis may be pursued only at the cost of weakening the argument that the
patterns examined are significantly representative of a larger population (see Camilleri 1962).
Statistical evidence of representativeness depends on restricting a depiction of qualitative
richness in the experience of the people studied. A similar practical trade-off confronts those
who do inductive research, but it forces the opposite choice. By searching for data that differ in
kind from instances previously recorded, analytic research creates a picture of the scene
researched that is strategically biased toward much greater variation than random sampling
would reveal. Brilliant qualitative studies such as Goffman's Asylums (1961) overrepresent the
richness of everyday life in the place actually observed in order better to represent social life
outside of the research site.” (Katz, 2001: 203-205)

2.8.3 Reactivity

“... I have asserted as an empirical proposition (or perhaps more accurately, reasserted after
Blumer [1969:82]) that when sociologists committed to hunt for negative cases examine
theories that explain discrete acts by background psychological or social characteristics, they
will inevitably transform their /// theoretical perspective into a focus on social process as
experienced from within. When this research perspective is used in direct contact with subjects,
it becomes a form of participant observation. Participant observation appears to exacerbate the
problem of reactivity - subjects' responses to a study's methods that confound substantive
7
A general evaluation of the capacity of analytic induction to warrant generalizations thus hinges on
theoretical contentions about discontinuities across societies and over history. For some provocative
questioning of several once-accepted discontinuities, see Riesman (1976).

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findings. Among approaches to participant observation, the analytic method might appear the
worst ... Flexibility and fluctuation in research behavior are required. A participant observer
committed to search exclusively for negative cases might constantly change the content of
questions or the angle of observation; and as a result, any difference in the behavior of research
subjects could be attributed to a change in the researcher's behavior.

Spokesmen for participant observation have taken a defensive position on the issue, noting
dangers for "objectivity" (Scott 1965:266) and for "contaminating" the scene examined (McCall
1969). Reasonably courageous sociologists might well be frightened off by such metaphoric
warnings. To use participant observation appears to risk not only destruction of the scientific self
but the pollution of society!

But interaction between variations in research methods and variations in members' behavior
does not necessarily produce a methodological problem. It does when the resulting behavior is
irrelevant to the researcher's objectives, or when the researcher fails to interpret correctly how
he is perceived by members. Yet it is precisely on these grounds that analytic field research
shows distinctive methodological strength. In contrast to research that attempts to fix the
researcher's behavior with a design for gathering data., the analytic field method makes
valuable substantive data out of the responses of members to the researcher's methods.
Moreover, this qualitative approach distinctively creates opportunities for testing the meaning to
members of the researcher's presence.

It is my thesis that in order to recognize the strength of qualitative field methods in matters of
reactivity, we must develop a sociology of social research. A key virtue of the analytic field
researcher's lack of preset methods is that it deters the presentation of a "scientific" self. If the
researcher influences members, it will not necessarily be as a "researcher." Members have
reason not to take as a "researcher" the sociologist whose methods take shape in response to
native concerns.

In relations with researchers, members will take what is to them significant action by identifying
researchers as significant others. To consider participant observers significant, a member must
cast them into identities rich with indigenous meaning. In field studies of communities or
organizations, researchers may be grilled as informants, sworn in as confidants, and debated as
representatives of the views of various groups and leaders. In these relations, members reveal
their concerns, not about the world of social science research as understood by the researcher,
but about everyday aspects of their own social lives. If by their presence analytic field
researchers change the scenes in which they participate, the data they take out are still about
those communities and organizations. ///

By not insisting on a uniform meaning for the research role, the analytic ) field researcher
minimizes the problem of creating irrelevant, "artificial" data. J Conversely, the use of fixed
methods to combat reactivity paradoxically exacerbates the problem. By attempting to control
the research setting rigidly, so that differences in members' behavior cannot be attributed to
variations in research methods, experimental and survey researchers define artificial "research"
settings and induce members to become hypersensitive to accidental and unplanned variations
in researcher behavior (Becker 1970:44) ...

Analytic field methods not only minimize the risk that members will act "artificially" as research
subjects; it lets them shape an identity for the researcher that itself provides valuable
substantive data. Two distinct sources of data are made available. One source has been
recognized in a classic social science tradition that seeks to understand members' social lives
by examining the researcher's subjective experiences in trying to shed an alien "research" role.
Anthropologists have long taken their emergent problems in learning how to act as natives for
substantive data on the implicit rules of a society (for a recent statement, see Wallace 1962).

The other source of data, one more neglected by field researchers, is member efforts to define
a role for the researcher.8 Consider the question of access. It is usually discussed as a problem
faced only at the start of a study, before substantive data gathering can begin. In fact, the

8
An exception is Gussow (1964). Psychiatrists exploit these phenomena as "transference."

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negotiation of access is ongoing, continuing from situation to situation and from the beginning to
the end of each interview, in the researcher's efforts to establish and maintain rapport. Indeed,
once the process of developing rapport is over and researchers with fixed questionnaires are
ready to begin serious interviewing, qualitative researchers are often ready to leave. By this
point they have realized which questions make no sense to an interviewee and have found
substitutes that do. An appreciation of such qualitative distinctions is more important for the
analytic researcher than learning which way the questions are answered this time.

Rich data are available in members' efforts to place a field researcher in a role and at a distance
useful for native purposes. A process through which members attempt to keep the researcher
further out is revealing of the nature of the scene studied. So are ploys by members to draw the
researcher further in. On the former: For virtually the entire course of an eighteen-month field
study, Wieder (1974) failed to build rapport with the residents of a halfway house for parolee-
addicts. By examining his frustrations in "learning the code," and by investigating similarities in
the alien roles residents shaped for him and for the staff, Wieder detailed the techniques used
by residents for achieving segregation. The very fact that the residents persisted in reacting to
the researcher as nothing more than an irrelevant researcher provided relevant data on the
dominant culture in the institution. On the latter: Gusfield (1955) turned into data the sometimes
frustrating reactions of Woman's Christian Temperance Union leaders to his efforts at
maintaining a formal interview role. Cast by them not as an indifferent, neutral, scientific
"researcher" but as an /// informed member of the public, he was berated and subjected to
proselytizing efforts. The concerns of members about the boundary between outsiders and
insiders and their ability to define it are significant features of all social systems.

Of course proffered interpretation of the meaning of members' behavior toward researchers may
be wrong. But member behavior that has been shaped in response to the researcher's methods
is not necessarily more problematic as substantive data than behavior shaped in any other
interaction. Field researchers have missed this point. Common topics in the literature on
participant observation concern whether members are lying, being superficial, or showing racial
deference to the researcher. There is no fundamental difference between these problems of
interpretation and those about whether members are lying, being superficial, or showing racial
deference to each other ... “(Katz, 2001: 205-208)

2.8.4 Reliability

“... Quantitative sociologists have developed complex measures of reliability, many of which
have been described in the annual American Sociological Association publications of
Sociological Methodology. One old and relatively simple quantitative strategy for providing
evidence of reliability suffices to indicate the apparently unreliable nature of qualitative field
methods. If rules for coding are specified before data are gathered, the researcher can produce
specialized, statistical evidence on the extent of agreement among "judges" who independently
apply the scheme to the same data. This strategy is inconsistent with qualitative research. By
definition, so long as a researcher's encounters with data are governed by preset coding rules,
they cannot be exploited to develop qualifications in substantive analytic categories.

But qualitative research is not necessarily "impressionistic." The search for negative cases
leads the qualitative researcher to a holistic analysis that binds propositions and data into an
intricate network.9 Seen within the social relations analytic observers develop with members and
readers, the network constrains the researcher toward consistency in selecting and interpreting
data. Such a network holds together my thesis on the careers of lawyers for the poor.

9
Holistic studies are usually thought of as case studies that try to comprehend an entire organizational or
community social system. I am indebted to Diesing (1971) for his empirical research on the methodology of
such studies. I believe that analytic induction takes on a holistic character even when it seeks to explain a
particular line of action and that therefore the following methodological comments are applicable to analytic
induction in general. Of his attempt to explain opiate addiction, Lindesmith (1947: 15) wrote: "The actual
process of the study may best be described as an analysis of a series of crucial cases which led to
successive revisions of the guiding theory and to a broader and broader perception of the implications of
that theory. Isolated bits of information and apparent paradoxes one after the other seemed to form
integral parts of a consistent whole."

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I have argued that the social environment presented to legal assistance lawyers - clients,
adverse parties, courts - characteristically defines the problems of the poor as insignificant. In
turn, poor people's lawyers typically experience expectations that their work should be routine.
To maintain intense involvement in client representation, the lawyers must struggle to treat
problems as significant by doing a specific kind of work: reform. Because the environment calls
for routine, their maintenance of involvement depends on reform.

An elaborate network of analysis and data underlies this summary statement. There are two
main themes in the analysis, a warp and a woof, each of which has multiple strands. Thus "the
environment" includes the expectations presented by clients and by the adversaries and court
settings brought in their /// wake. The "reform" activities of the lawyers include not only litigation
objectives but the creation of an everyday intraoffice culture that resists and transforms "routine"
messages received from outside.

Each of these propositional strands is itself a combination of evidentiary threads. I support the
assertion of a judicial expectation for routine treatment by direct evidence. For example, I quote
a poverty lawyer's account of an instance in which a state court judge responded to his
argument of a far-reaching constitutional issue literally by throwing the pleadings out of court. I
treat some data as neutral on the proposition, for example, reports of courteous judicial
hearings of routine motions. I offer many types of indirectly supporting evidence, for example,
explanations by legal aid lawyers that a court's failure to comprehend routine arguments
represents judicial senility or alcoholism or prejudice against the poor. A fortiori, judges
experienced as having such incompetencies would appear to be unresponsive audiences for
complex arguments. Similarly, varied evidence bears on the characterization of the expectations
of clients and opposing counsel.

To convert disconfirming into confirming data, it was necessary to qualify concepts and
generate explanatory propositions. On the generation of explanation: If the environment defines
the lawyers' work as routine, then one should find that the lawyers' development of reform
strategies is a necessary condition for their involvement in work. Further, if some lawyers who
are litigating reform issues describe themselves as disengaged and demoralized, then another
necessary condition must be added to the explanation. This second condition was found to be
participating in a peer-sustained culture that expresses a reform perspective. On qualifying
concepts: If lawyers who are not litigating for reform nevertheless recount extended periods of
immersion in work, the theory must be refined by elaborating the meaning of "being in the
institution's environment." I found that these lawyers were occupied with internal leadership
projects of institution building such as training other lawyers, not with directly representing
clients in an adversarial setting. The result: A complex analytic framework supports any
proposition, although the framework is illustrated by what may seem superficially to be casually
selected "anecdotes."

However unconvincing the reader may judge this institutional analysis of routine and reform to
be, my point is to indicate the many ways in which it could be embarrassed. There is no
insurance that analytic researchers will make rigorous interpretations, but readers can easily
guard against being misled. As a result, as a practical matter the researcher faces strong
constraints toward reliability. On the mundane level of mechanics, self-deception and biased
selectivity in recording data will involve substantial difficulties.

Considering the social relations created in the research process, there are several
methodologically salutary features of participant observing. Analytic field study builds relations
such that the researcher will often be unable to grasp immediately whether what he is recording
is supporting or contradicting his current analysis. I assume I share the following experiences
with other qualitative fieldworkers. In the field I often wonder whether I should be elated or ///
depressed for my theory in response to the course an interview or observation is taking. Group
scenes usually contain much that is obvious to members but challenging for me to comprehend.
In interviews I must restrain analytic commentary in order to remain respectfully attentive and in
order to provoke respondents to keep responding. I have no forms on which observations can
be checked off and no set formulas for probes. A field worker inclined to ignore disconfirming
data and record only confirming data often could not easily make the discrimination.

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Once the qualitative researcher is out of the field and constructing a text, the social relationship
of writer to reader presents elaborate constraints against inconsistent and unexplicated
interpretations. If the qualitative data-gathering and text-construction process seems
inarticulate, even mysterious, it helps to recognize that, irrespective of how unruly the analytic
researcher's practices, the reader has rules available to detect error in the text. Blumer's classic
critique of The Polish Peasant (1939) demonstrated the multiple objections that a discerning
reader could make to qualitative research reports. Charges of a lack of fit between data and
analysis may come from many sources: from multiple interpretations by the reader of the data
presented; from the apparent irrelevance of the member's meaning to the analyst's point; from
the connection between the analysis and the data being made through interpretive commentary
rather than through the data itself; and from inconsistent implications of data presented in
different parts of the text.

The weblike character of the text means that each datum will ramify in implications throughout.
To insulate a careless analysis from critical readers, the researcher would have to engage in a
laborious process. Each quote or episode would have to be edited carefully so that it might
avoid contradiction elsewhere in the analytic framework. For example, if I had characterized the
legal assistance lawyer's professional environment loosely as disreputable or demeaning (one
of my earliest hypotheses), then I would have had to purge, from all quotes, any indication that
a local judge or opposing counsel may have acted respectfully. To protect the initial, casual
analysis, an extensive chopping up of quotes would have been essential, and further, a
meticulous effort would have been necessary to avoid the appearance of chopped data.

Authors of qualitative field research reports cannot escape a dialectical evidentiary bind. The
analysis must be made dense to make the data representative, to claim, in other words, that the
study is generally useful. If the network of field materials and propositions is very limited, it
would be easy to indulge inclinations not to report inconsistent data. Of course this could be
done, but after a point the deceit would become self-defeating. Who would care? The study
then would not pretend to be very useful or significant.

Given the possibilities of misfit, a biased selection of data that would convince a careful reader
is not easily achieved. Given the emergent character of the analysis, if a confirming quote is
hard to find or invent, the alternative readily available is to alter the analysis so that the data at
hand will suffice. The everyday stuff of writing qualitative analysis consists of an ongoing series
/// of retroductive shifts: trying to convince oneself that a quote or episode can be interpreted to
fit the analysis until frustration is sufficient to make stepping back and modifying the analysis
seem the easier course ...

In the traditional view, qualitative field workers seem relatively free of practical constraints on
recording and interpreting data wishfully and carelessly. Analytic research must be kept small
scale in its human organization. Arrangements to deploy numerous researchers and coordinate
their activities would compromise the method by requiring a prespecification of the data that
they are to look for. Thus little if any mutual consent must be achieved to invent qualitative field
notes. Qualitative research produces bulky field notes recorded with abbreviations meaningful
only to the researcher. The interpretation of field notes often depends on a knowledge of
context supplied by prior field notes or known but not recorded by the researcher. Field notes
cannot as readily be transferred to other sociologists in original state as can responses to fixed-
choice questionnaires because they cannot as easily be masked to preserve confidentiality
without altering their meaning. The analytic strategy, which never separates data gathering from
inspection of "results," may tease the qualitative researcher to disregard disconfirming data
selectively, perhaps through an unconsciously biased inability to understand "inarticulate"
responses. In contrast, the collection of quantitative data from a preset design may block the
researcher's awareness of what findings would be disconfirming until data collection is complete
and the computer has finished its run. The rules which preset the meaning of data to be
gathered through surveys are used in large-scale research as a framework for an organizational
hierarchy which gets the work done. An elaborate conspiracy might be necessary to
manufacture findings. Moreover, the frequent practice in survey research of hiring specialized
data gatherers who lack responsibility for analysis would appear to insure motivational
neutrality.

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On the other hand, this arrangement carries the risk of building alienation and indifference into a
study at its most basic level (Roth 1966). In contrast, the close relationship between field
researcher and subjects should make it more likely that the researcher will take the people
studied as significant others. This audience can provide powerful constraints on reliability. To
dismiss their objections to interpretations, the researcher might have to renounce an
emotionally significant segment of his or her life. It would also seem to be easier to alter the
number in a category than to invent quotations that sound like seventy-five different research
subjects. Working with hypotheses, one could specify statistics on significance and correlations
which would be confirming. One could instruct a machine to figure elegant equations backwards
and manufacture the data necessary to make the math succeed. Just as it would be easier to
change the number entered in a category than to invent a quote, it would be easier to figure out
what that number should be.

My purpose is not to impugn the integrity of statistical researchers but to outline an empirical
theory for evaluating reliability in analytic field studies. I have used the issue of manufacturing
data as a way of short-cutting a more /// lengthy argument that would cover in detail allegations
of morally lesser methodological sins. If there are constraints inherent in analytic field research
which automatically place the dishonorable researcher between the Scylla of apparent
unreliability and the Charybdis of apparent insignificance, a fortiori the merely careless analytic
researcher should be found in the same straits. To develop in detail a theory of the constraints
against fraud in qualitative and quantitative social research, one might examine real cases of
serious allegations.10 But for the present, if the methodological strength of research depends on
the social system it actually fashions, qualitative field researchers need not be deferential in
evidentiary debate.” (Katz, 2001: 208-212)

2.8.5 Replicability

“To the extent that researchers pre-fix their decisions for gathering data, they can easily present
readers with a format for testing findings by repeating the study. Questionnaires and sampling
procedures defining the boundaries of the relevant population may be included in an appendix;
the coding book and written instructions for administering the survey instrument may be copied
and mailed to subsequent researchers. Apparently inviting replication, psychology experiments
traditionally have been reported in articles that neatly separate the description of methods and
findings. The format takes the posture: You don't believe it? Go see yourself.

Analytic field research changes procedures for gathering data in order to encounter negative
cases, then changes the analysis, and so on, in an interactive relation of method and
substance. Innumerable ad hoc judgments are made in the field, decisions on when to visit the
research site and when to move from observing one situation to another, decisions on when
and how to probe in interviews. They could be reported, if detected, only through retrospective
reconstruction. Because standards of substantive relevance change rapidly within the research
process, much of the data considered will not be reported nor even recorded. The difficulties of
specifying the research procedures used and of accounting for all the data considered add up to
an inability to define what a replication would be.

Despite these facts, the analytic field research strategy promotes relations with other
researchers that facilitate the subsequent testing of substantive findings ... [T]he claim in
analytic research that no negative case can be found invites the testing of findings without
repeating the original research. A subsequent researcher can Simply pick up where the study
left off, looking for a single contradiction.

If the costs of subsequently testing qualitative field research findings are relatively low, so the
rewards are relatively high. It has been notoriously difficult to publish failures to reject null
hypotheses. Publishing criteria are biased toward disconfirming and innovative results. An
attempt to replicate a study with a fixed design and determinate findings runs the risk of
becoming nothing /// more than an unpublishable confirmation. The risk is a significant
deterrent. In contrast, subsequent tests of qualitative field studies will never be merely attempts
10
In an informal note, Mel Po liner suggests to me that the inquiry might start with a comparison of the
controversies around the work of anthropologist Carlos Castaneda (Strachan 1979) and psychologist Cyril
Burt (Hearnshaw 1979).

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at disconfirmation. If only because the original research fails to specify what an exact repetition
would be, a subsequent researcher should be confident of documenting new types of
phenomena, valuable for other theoretical purposes, in his search for disconfirming cases.

Analytic field research also more democratically empowers readers to become subsequent
testers ... Qualitative research reports properly may be regarded as good to the extent that
readers test them in application to new data in the very process of reading. Underlying the
reader's experience in "recognizing" as valid or rejecting as "artificial" an analytic formulation in
a qualitative text is an implicit application to phenomena within the reader's experience, to new
data existing beyond the reach of the original research.

To appreciate the reality of such testing, compare the implications of two allegations, that when
writing Asylums, Goffman invented his portrait of the mental institution; and that Hollingshead
and Redlich invented the survey responses and the computations presented in Social Class and
Mental Illness (1958). Assume it is 1961, and follow-up studies have not yet been attempted.
Readers of both works would, I submit, respond differently. There is a sense in which a reader
would judge that the former charge could not be true. If Coffman was never a participant-
observer in St. Elizabeth's Hospital, as he said he was, he must have been in some other
mental hospital; or he must have talked to people who were; or read accounts by people who
were. Ignorant of his methodology, one takes his results as evidence that he did something
right. One can judge the value of his text immediately with as wide a variety of methods as he
might have used. For the quantified survey study, the allegation of dishonestly reported
methods and fabricated findings is much more crucial. One can readily imagine how the
allegation could be true; if one wants to test it, one faces a sizable task; and if one believes the
allegation, the work is worthless. To evaluate such claims requires an accurate and detailed
account of how the findings were produced from a pre-fixed design.

In a fundamental way, the allegation of fictive data is less meaningful when applied to qualitative
field studies. In fact, many of the best interweave observational and interview data with excerpts
from novels written by earlier participant observers. An example is the use of Melville's White
Jacket in Goffman's Asylums (1961 :33-34). Another legitimate use of fictive data is illustrated in
a book by Rosett and Cressey (1976). Drawing on wide but unspecified prior research and
participant observation experience, they invent a criminal case, a cast of players, and a
multistage decisional process - a whole social organizational setting and drama - in order to
demonstrate the collective construction of guilty pleas ...

When such authors blur the line between fiction and data in their texts, they are obeying
tendencies natural to their methodology. Phenomenologically, the distinction between "created"
and "recalled" data becomes ambiguous in qualitative field research. Observations can be
recorded at any time, /// contemporaneously or long after they are made. No rules govern the
11
timing. Researchers can credit as data their own experiences in interaction with members.
Given this methodologically sanctioned freedom, the researcher may often be unable to assert
confidently whether his image of a research scene is recalled or "made up."

But given the relation between author and subsequent researcher, this is a very constraining
freedom. Qualitative researchers obtain no license from their affinity to the novelist. After all, the
analogy between the novel and the participant observer's qualitative text is not complete. The
requirement for an explicit analysis that is more general than the case under study, plus the
discipline of the negative case, breed a compelling concern that one is not manufacturing data.
On what else other than the accuracy of his analysis in the scene researched can the author
rely to avoid a subsequent researcher's discovery of disconfirming data and the consequent
charge that the analysis offered exists only in its author's mind? For the analytic researcher,
methodological constraints are experienced as existential matters, not as matters of methodical
12
convention. “(Katz, 2001: 212-214)

11
See Glaser and Strauss (1967:252) for a defense of one such instance: Fred Davis's article "The
Cabdriver and His Fare" (1959), which was based on personal experience but written long after Davis left
cab driving and without benefit of contemporaneous field notes.
12
Compare the distinction drawn by W. James (1970) between truth as "reflection" and a "pragmatic"
theory of truth.

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3. Tipos de investigación (I)

“Bulmer (1978) propoe uma classificaçao alternativa de Pesquisa Social, substituindo a divisao
tradicional. As cinco modalidades, referidas abaixo, constituem, segundo o autor, 'tipos' dentro
de um continuum, sem exclusao dos diferentes termos. Como o 'tipo ideal' em Weber, elas
seriam uma construçao teórica para compreensao do campo de análise, sem pretenderem
reproduzir a realidade ou tornála estanque:

(1) Pesquisa básica: preocupa-se com o avanço do conhecimento através da construçao de


teorias, o teste das mesmas, ou para satisfaçao da curiosidade científica. Ela nao tem uma
finalidade prática, embora as descobertas da pesquisa básica possam influenciar e subsidiar
tanto políticas públicas, decisoes dos homens de negócio e o avanço do movimento social;

(2) Pesquisa estratégica: baseia-se nas teorias das ciências sociais, mas orienta-se para
problemas que surgem na sociedade, ainda que nao preveja soluçoes práticas para esses
problemas. Ela tem a finalidade de lançar luz sobre determinados aspectos da realidade. Seus
instrumentos sao os da pesquisa básica tanto em termos teóricos como metodológicos, mas
sua finalidade é a açao. Essa modalidade seria a mais apropriada para o conhecimento e
avaliaçao de Políticas, e segundo nosso ponto de vista, particularmente adequado para as
investigaçoes sobre Saúde;

(3) Pesquisa orientada para um problema específico: é em geral aquela realizada dentro das
instituiçoes governamentais ou para elas. Os resultados da investigaçao previstos para ajudar
a lidar com problemas práticos e operacionais;

(4) Pesquisa-Açao: consiste numa investigaçao pari passu ao desenvolvimento de programas


governamentais para medir o seu impacto. Esse conceito de Bulmer difere do conceito de
pesquisa-açao apresentado por Thiollent (1986);

(5) Pesquisa de Inteligência: sao os grandes levantamentos de dados demográficos,


econômicos, estatísticos, realizados por especialistas ou por instituiçoes, a fim de ajudar a
formulaçao de políticas." (Minayo, 1993:23-27)

3.1 Unas investigaciones aplicadas

La ciencia no tiene sentido porque no da


respuesta a la única pregunta importante
para nosotros, la de qué debemos hacer y
cómo debemos sobrevivir.
Leon Tolstoi

“En la presentación ya he avanzado que las dos investigaciones que constituyen los
antecedentes de este libro son investigaciones por encargo y he añadido, entrecomillándolo,
que se trata de investigaciones aplicadas o con pretensión de serlo. Esta cuestión requiere ser
aclarada por un doble motivo: para explicar a qué me refiero exactamente, para evitar
confusiones; porque condiciona su contenido y, correlativamente, el de lo recogido aquí.

La pretensión en este punto, y esto debe destacarse, no es abrir un debate sobre la


investigación aplicada, sobre sus bondades o deficiencias, su «mala prensa», «su estatus de
bajo nivel» como lo denomina Foster (1974:203), algo que él discute y de lo que discrepa.
Considero erróneo contraponer la investigación básica y la aplicada, como si formaran parte de
dos ámbitos inconexos. Con más énfasis todavía, suponer per se que la investigación básica
es más «científica», más «rigurosa» o de «un mayor estatus» me parece fuera de lugar.

Según Bastide, la antropología aplicada es

el nombre que habitualmente emplean los antropólogos para describir sus actividades
profesionales en programas que tienen como objetivos principales, antes que
desarrollar una teoría social y cultural, lograr cambios del comportamiento humano

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que, se cree, mitigarán los problemas sociales, económicos y tecnológicos


contemporáneos. (Bastide, 1972:88-89)

Esta definición puede servir como punto de partida. Los objetivos que incluye Bastide como
principales1 son bastante comunes al referirse a la antropología aplicada (González Echevarría,
1987:214-215). Este planteamiento conlleva un elevado grado de implicación directa de los
investigadores y, a veces, una suerte de papel directivo en los cambios que se pretenden.
Asimismo, aunque no niego la posibilidad fáctica de lo que se denomina «ingeniería social»,
aunque ésta se define también de diversas maneras, y entiendo su interés desde el punto de
vista científico2 el papel de los investigadores no debe sobredimensionarse, más bien parece
limitado en la toma de decisiones; aunque quizá no siempre sea así. Otro asunto es la
posibilidad de modificar la realidad, cosa que ni niego ni discuto (San Román, 1984a: 176-179);
no obstante, quiero señalar que la dificultad para este tipo de aproximaciones
«intervencionistas» estriba en el grado de control que se puede llegar a tener sobre ciertas
variables, y no necesariamente sobre las clave para el asunto en cuestión, y especialmente
sobre los resultados de la intervención, no siempre previsibles.

Al respecto, considero más adecuada la posición defendida por Bulmer (1982:153-154; citado
en Silverman, 1994), que denomina «the enlightenment model»:

He sees the function of applied research as the provision of knowledge of alternative


possibilities. Its role is to enlighten bureaucrats, and not to recommend policies or to
choose between administrative options. This means that it rejects a number of research
aims including: (i) the provision of authoritative facts (because facts are only
authoritative in the context of theories); (ii) supplying political ammunition (because this
is based, Bulmer points out, on the «sterile» assumption that there are «left-wing» facts
as opposed to «right-wing» facts); (iii) doing tactical research, as government think-
tanks (because this reduces the social scientist to a mere technician); and (iv)
evaluating policies (because this is based on the rejected engineering model of applied
social research). (Silverman, 1994:175-176)

Asimismo, comparto la importancia de sus dos consideraciones complementarias: la posibilidad


de interacción que ofrece la investigación entre investigadores y políticos o planificadores; la
creación de nuevos problemas e interrogantes por parte de los investigadores para que los
políticos o planificadores piensen sobre ellos. En el inicio de la interacción, esta segunda
consideración está relacionada con la construcción del objeto, con el tipo de interrogación
necesaria para dotarlo de realidad sociológica o antropológica si se quiere (Bourdieu,
Chamboredon, Passeron, 1994:25). Véase también en la misma línea Berger, 1986:53-55.

Volviendo a la definición de Bastide, las investigaciones realizadas son de un tipo peculiar entre
las aplicadas. Se ajustan mejor a lo que el mismo Bastide denomina como «investigación
orientada»:

Nos proporciona los múltiples datos que permiten elaborar, a un mismo tiempo, una
hipótesis que los explique y una práctica que los transforme. Pero no va más lejos. La
manipulación de la realidad, en cuanto esfera propia de la investigación -es decir, el
momento último del método experimental-, le son ajenas. (Bastide, 1972:173).

En el caso que nos ocupa «la práctica que los transforme», si entiendo bien a lo que parece
referirse, se concreta en la aportación de recomendaciones y orientaciones generales para la
intervención; aportación relevante y congruente con los objetivos de dichas investigaciones.

1
Dejo de lado ahora si el desarrollo de una teoría social y cultural ha sido o no uno de los objetivos
principales de ambas investigaciones, me referiré a ello en este mismo apartado.
2
«La contrastación de nuestras hipótesis y puesta a prueba de nuestras predicciones teóricas.» (San
Román, 1984a:175)

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Según la clasificación de Bulmer, estas investigaciones tienen características de la


«investigación estratégica» y de la «orientada a un problema específico»

Pesquisa estratégica: baseia-se nas teorias das ciências sociais, mas orienta-se para
problemas que surgem na sociedade, ainda que nao preveja soluçoes práticas para
esses problemas. Ela tem a finalidade de lançar luz sobre determinados aspectos da
realidade. Seus instrumentos sao os da pesquisa básica tanto em termos teóricos
como metodológicos, mas sua finalidade é a açao. Pesquisa orientada para um
problema específico: é em geral aquela realizada dentro das instituiçoes
governamentais ou para elas. Os resultados da investigaçao previstos para ajudar a
lidar com problemas práticos e operacionais. (Bulmer, 1978:8-9; citado en Minayo,
1993:26)

También Pelto y Pelto se refieren a la investigación aplicada como «problem oriented


research» y con un significado parecido (1978:248-249); Foster, en la misma línea, sugiere que
ésta sea denominada «operativa» (1974:213).

La posición del investigador debe ser la de mediador; la de «intérprete», como la denomina y


define San Román, 1984a:183, entre culturas o realidades diferentes. Se trata de suministrar
elementos de comprensión para que otros tomen las decisiones pertinentes; frecuentemente, la
función del investigador concluye aquí. Con esto no afirmo que siempre sea así, aunque lo ha
sido en mi experiencia profesional, ni que deba serlo.

Por otra parte, y relacionado con lo ya planteado respecto al (frecuente y probable) limitado
papel de los investigadores en la toma de decisiones, debe añadirse que no hay ninguna
garantía de que serán escuchados. Seguramente, es ingenuo considerar que lo contrario es
siempre cierto o incluso que es lo más frecuente (Holden, 1989:1381). Pero esta cuestión es ya
de otro tipo: tiene que ver más con el grado de control de los resultados y la función de cada
cual, según se haya definido, que con la investigación propiamente dicha. Ciertamente, cuando
se participa en investigaciones de este tipo es porque se tiene la convicción de su utilidad y se
espera que se consideren los resultados.

Aunque quizá no sea en el contexto adecuado, considero pertinente incluir la siguiente


afirmación de Lévi-Strauss (1973:346). La incluyo más como una referencia general que en
relación a las investigaciones concretas que he realizado; lo contrario sería presuntuoso:

Las ciencias humanas no explican nunca, o muy raras veces, hasta el final, y no
predicen sino con una seguridad limitada. Pero de este modo, comprendiendo por
cuartos o por mitades, previendo una vez sobre dos o sobre cuatro, no dejan de ser
menos aptas, por la íntima solidaridad que instauran entre esas semi-mitades, para
otorgar a quienes las practican algo que está a mitad de camino entre el conocimiento
puro y la eficacia; la sabiduría, o por lo menos cierta forma de sabiduría que permite
actuar algo menos mal porque se comprende algo mejor, pero sin poder deslindar
nunca con exactitud lo que se debe a uno y otro aspecto. Ya que la sabiduría
(sagesse) es una virtud equívoca que remite a la vez al conocimiento y a la acción,
difiriendo radicalmente de cada uno de ellos tomados en particular. (Lévi-Strauss,
1973:346; citado en González Echevarría, 1987:215-216)

En este sentido, la buena sintonía entre las partes implicadas desde el inicio de la interacción,
durante ésta y al finalizar el proyecto pueden maximizar esta expectativa. A título ilustrativo, en
la investigación realizada en las tres ciudades europeas (Bieleman et al., 1993) se propuso, a
su finalización, abrir un debate formal de los investigadores con técnicos y profesionales del
área de intervención en drogodependencias para operativizar las conclusiones y propuestas de
la investigación y desarrollar conjuntamente un programa de intervención. Lamentablemente,
esta prometedora iniciativa no pudo llevarse a cabo por razones económicas.

Entiendo que en otras investigaciones aplicadas esta cuestión pueda ser más importante y,
correlativamente, que el destino y aplicación de sus aportaciones preocupe más (aunque no se
pueden disociar completamente, no me refiero aquí a los aspectos éticos de la cuestión: éstos
son considerados a continuación). Esta es, por ejemplo, la posición de Bastide y sugiere a los

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investigadores que utilicen las relaciones de amistad con los clientes o con los aplicadores para
mantener un suficiente grado de control informal sobre los resultados y su aplicación (1972:87).

Al respecto, quiero señalar un aspecto de tipo práctico que puede dificultar (impedir) este
seguimiento en buena parte de las investigaciones por encargo, aunque no siempre ni
necesariamente. Según mi experiencia profesional, la aplicación o utilización de las
investigaciones no siempre es inmediata. Normalmente, sigue su propia dinámica, su propio
tiempo; y los investigadores, al finalizar su trabajo, inician otro proyecto que frecuentemente no
tiene ninguna relación con el anterior. De este modo, se produce una desvinculación de hecho
aunque se mantenga el interés por su aplicación.

Para concluir este primer aspecto, considero de interés tener en cuenta lo siguiente:

Una ciencia empírica no puede enseñar a nadie qué debe hacer, sino únicamente qué
puede hacer, y en ciertas circunstancias, qué quiere. (Weber, 1973:44)

El segundo aspecto es otra cuestión relevante que se plantea al hablar de la investigación


aplicada (u orientada, o por encargo, ...) y tiene que ver con la naturaleza del propio encargo
(¿quién?; ¿para qué?), con sus dilemas éticos y las posiciones ideológicas de los
investigadores.

De nuevo, lo que sigue tampoco pretende ser un debate a fondo ni, eso espero, una suerte de
declaración de principios. Kaplan y Manners (1979) diferencian la postura ética de la postura
del conocimiento (citado y desarrollado en San Román, 1984a:179-182) permitiendo con ello
que los investigadores puedan tener diferentes ideologías: nada que objetar. San Román
(1984a:179) matiza, con buen criterio, que se pueda no significa que esto sea coherente. Este
matiz puede ser muy relevante en ciertas investigaciones aplicadas; también en la
investigación básica aunque se hable mucho menos de ello. Como ejemplo de caso extremo
puede servir el denominado «Proyecto Camelot», ampliamente citado en la literatura:

A case in point is the famous Project Camelot (Horowitz: 1965). This was a research
project funded in 1963 by the Pentagon with a budget of 6 million dollars. Its purported
aim was to gather data on the causes of revolutions in the Third World. However, when
it became clear that such research was to be used as a basis for counter-insurgency
techniques, it created a storm of protest and the project was withdrawn.
Horowitz points out that many social scientists had been prepared to overlook the
source of the money when offered such big research funding. Presumably, they might
have defended themselves as seeking merely to spread «enlightenment» rather than to
engage in political or social engineering. (Silverman, 1994:175-176)

En esta línea, varias cuestiones de una forma sintética:

No hay neutralidad (no puede haberla; y mucho menos en términos absolutos) en lo que se
investiga, en el encargo, en el trabajo de los investigadores y en la aplicación de los resultados.
Coincido con la posición de partida de Weber sobre la imposibilidad de eliminar los valores y
las tomas de posición porque forman parte indisoluble de nuestras elecciones (Weber,
1973:99-100; véase más ampliamente, Weber, 1992):

I fear that the myth of a value-free social science is about to be supplanted by still
another myth, and that the once glib acceptance of the value-free doctrine is about to
be superseded by a new but no less glib rejection of it. (Gouldner, 1968:108; citado en
Weppner, 1977a:44)

En otros términos, y extremando las posiciones, puede suponer la sustitución de un positivismo


(realismo) rígido por un naturalismo radical.

Aceptar esta «contaminación», que se da en grados diversos, no significa que se indiferencie la


aproximación desde las ciencias (sociales, pero no exclusivamente) de otras aproximaciones
posibles; tampoco supone disminuir su estatus científico.

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Interrogarse sobre quién paga una investigación (básica o aplicada) o para qué se van a utilizar
los resultados es siempre pertinente

When the participants in the workshop were told that the Drug Enforcement Agency
might fund ethnographer field stations if such stations supplied periodic reports on the
types of drugs being used on the street and delivered other unspecified data, the initial
reactions of the panelists ran from uneasiness to horror. Operating from hypothetical
standpoints, the participants took three positions: some argued that such research was
unethical; some felt that the ethics were situationally specific to the situation; and some
felt that it was nobody‟s business but the investigator‟s as to what is ethical. There was
agreement that no funding agency should ever contract for the ethnographer‟s raw data
and that information-gathering requirements must be reviewed in detail by the potential
field station operators. In short, the participants did not reject the idea, but they were
terrifically sensitized to falling into research comparable to that of the Camelot affair.
(Weppner, 1977a:42-43).

Es una obligación casi ineludible, pero contraída primeramente en nuestra calidad de


ciudadanos: Berger (1986:18-20) diferencia muy claramente lo que son interrogantes
sociológicos de los que no lo son. La relación de esta postura con la ya citada de Kaplan y
Manners (1979) y San Román (1984a:179-182) es clara. No obstante, esta afirmación no
elude, ni minimiza, la responsabilidad contraída como investigadores: ante las exigencias de
rigor y calidad propias de la investigación; ante los sujetos o grupos objeto de estudio; ante los
que la han financiado; ante las consecuencias de la aplicación de los resultados (sobre
investigación, intervención y responsabilidad véase, especialmente, San Román, 1993:137-
141):

The basic questions facing the researcher concern how his data can be used and by
whom, what he can do about it, anything, and who is to be in control. Initially these
issues raise the question of sponsorship of research because the first problem is that of
finding financial support for the intended project.
The issue of responsibility obviously extends to publications. Once research is
published, depending on how freely available the publications are, all effective control
over interpretation and utilization is lost. (James, 1977:195)

Comparto con Berger (1986:20) la satisfacción que produce constatar que las aportaciones de
las investigaciones realizadas se utilizan para mejorar, en algún grado, la vida de las personas;
también, la consciencia y la preocupación de que dichos resultados pueden utilizarse con una
finalidad contraria.

Si nuestras posiciones ideológicas o nuestros valores son inevitables, parece más coherente y
honesto que éstos sean explícitos y claros3. Aceptar que existen y constituyen siempre un
condicionante no significa, ciertamente, que configuren el marco exclusivo de referencia de las
investigaciones ni sean las únicas guías de su desarrollo (Pelto, Pelto, 1978:246-247); sin
embargo, la cuestión está ahí y el debate sigue abierto.

Según Becker, «The question is not whether we should take sides, since we inevitably will, but
rather whose side are we on?» (1967b:239; citado en Silverman, 1994:172). Su respuesta a
este interrogante privilegia la identificación de los investigadores con los «subordinados»
(underdog perspective; «expresa también la idea de „marginado‟ o „marginal‟» Larrauri,
1991:103). Gouldner, en su debate con Becker (1967b), adopta una posición discrepante («we
are on our own side») y crítica: «Sociologists with liberal ideologies will more likely adopt
underdog perspectives when they experience these as compatible with the pursuit of their own
career interests» (1968:108; citado en Weppner, 1977a:44). El debate tiene dos vertientes: una
teórica, la adopción del punto de vista del grupo o categoría estudiados, sean éstos
cualesquiera; otra, de toma de posición favorable, por afinidad o simpatía, con determinados
grupos o categorías de individuos (véase Larrauri, 1991:102-107).

3
También tiene que ver con dilemas éticos. En esta línea véase la reflexión de fondo que recorre todo el
texto de San Román, 1996; un trabajo ejemplar en muchos aspectos y bueno para pensar.

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En las dos investigaciones sobre drogas, y en este libro, se ha procurado, y esto constituye una
toma de posición teórica y valorativa4, no sancionar moralmente, ni criminalizar, ni medicalizar
a los consumidores; pero tampoco se ha dado por supuesta la autonomía y consciencia de sus
decisiones, ni su bondad como algo intrínseco, ni se les ha considerado necesariamente como
víctimas, ni ha habido una identificación con todos ellos o se ha sentido pena por su situación
(la pena es un compromiso). No coincido con la afirmación general de Bastide (1972:87), así
sin matices, de que «los antropólogos tienden a identificarse más con las personas del grupo
objeto que con los de la organización innovadora» -el cliente, en los casos que considero-;
tampoco, con la ya citada de Becker en la misma línea -de nuevo, si no se matiza- interpretada
en el sentido de toma de posición; aquí, a favor de los consumidores. Depende de quiénes
sean ambos. Asimismo, tampoco puede presuponerse que las personas del grupo o categoría
objeto, por el hecho de compartir una característica, configuran una población homogénea: hay
de todo y, por tanto, pueden darse identificaciones y desidentificaciones, al mismo tiempo y en
diversos grados.

Esta posición la he mantenido explícitamente respecto a las concepciones y políticas que sí


siguen esas líneas; y la he mantenido como la del Amargo lorquiano, «dura con las espuelas y
blanda con las espigas». En cualquier caso, he evitado la militancia. El riesgo aquí, y éste es el
límite que no se debe traspasar, es que el investigador acabe convertido en un «partisano»,
como lo denomina Silverman siguiendo a Dingwall.

In the same way as the Bible advises «look and ye shall find», so partisans (...) look
and inevitably find examples which can be used to support their theories. Dingwall
(1980, 874) has noted how such work «undoubtedly furnishes an element of romance,
radical chic even, to liven the humdrum routine of academic inquiry». He then goes on
to note that a concern to champion the «underdog»: «is inimical to the serious practice
of ethnography, whose claims to be distinguished from polemic or investigative
journalism must rest on its ability to comprehend the perspectives of top dogs, bottom
dogs and, indeed, lap dogs». (Silverman, 1994:177-178)

Para cerrar este punto reproduzco, por su relevancia y como elemento de reflexión general, la
cita de Clark que utilizan Pelto y Pelto para introducir su capítulo sobre la investigación
aplicada:

An important part of my creed as a social scientist is that on the grounds of absolute


objectivity or on a posture of scientific detachment and indifference, a truly relevant and
serious social science cannot ask to be taken seriously by a society desperately in need
of moral and empirical guidance in human affairs. Nor can it support its claims to scientific
purity or relevance by a preoccupation with methodology as an end and by innumerable
articles in scientific journals devoted to escapist, even though quantifiable, trivia. I believe
that to be taken seriously, to be viable, and to be relevant social science must dare to
study the real problems of men and society, must use the real community, the market
place, the arena of politics and power as its laboratories, and must confront and seek to
understand the dynamics of social action and social change. The appropriate technology
of serious and relevant social science should have as its prime goal helping society move
toward humanity and justice with minimum irrationality, instability, and cruelty. If social
science and social technology cannot help achieve these goals then they will be ignored
or relegated to the level of irrelevance, while more serious men seek these goals through
trial and error or through the crass exercise of power. (Kenneth B. Clark, Dark Ghetto,
1965: Introduction). (Pelto, Pelto, 1978:230)

El tercer y último aspecto que quiero considerar aquí sobre la investigación aplicada está
claramente planteado en Pelto y Pelto (1978:230-250): su especificidad y lo que puede
denominarse sus servidumbres. Destaco de las cuestiones que dichos autores señalan que la
«aplicación» refiere también, y principalmente, a la metodología: al uso combinado y flexible de
4
Que no necesariamente coincide con la de las Instituciones que encargaron los proyectos de
investigación o con la de los responsables pertenecientes a ellas que intervinieron directamente en ellos;
tampoco con la de los profesionales que participaron. No obstante, sí puede hablarse de la existencia de
suficiente sintonía en los aspectos clave para que el diálogo durante su realización fuera fluido y para que
los resultados y propuestas fueran asumibles.

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métodos y técnicas; a un elevado grado de eclecticismo. Estas investigaciones se caracterizan


por la prisa y el trabajo bajo presión5; la focalización en individuos y temas con la consiguiente
pérdida de información sobre el contexto. También, como ya hemos visto, se orientan a la
solución de un problema social particular y no tanto a la elaboración teórica; aportan
6
información descriptiva valiosa y deben ser tan rigurosas en su procedimientos como las
realizadas mediante otras estrategias o siguiendo otras orientaciones. Estas características,
desde mi óptica, expresan prioridades, énfasis y objetivos diferenciados, pero en ningún caso
suponen una desvinculación entre construcción teórica, descripción, comprensión, explicación
y aportación de recomendaciones para la intervención.

Esta caracterización coincide con mi forma de entender este tipo de investigaciones y con mi
experiencia profesional (en la misma línea, véase Romaní, 1997b); asimismo, es de utilidad
para completar las consideraciones introducidas en la presentación respecto a la reelaboración
y ampliación realizada de las dos investigaciones ya citadas.

Antes de proseguir es necesario plantear algunos aspectos complementarios que aportan luz
sobre una parte de estas dificultades, que son específicas y que están estrechamente
relacionadas con una determinada trayectoria profesional. Los incluyo a título informativo, como
una visión de las cosas.

Durante bastantes años he trabajado profesionalmente como investigador bajo una gran
presión. Un trabajo muy exigente en ritmos y plazos y en el que, frecuentemente, se va por
detrás de los acontecimientos. Esto conllevaba tomar decisiones continuamente, a veces
asumiendo grandes riesgos, improvisar, idear, corregir sobre la marcha... Asimismo, suponía
enfrentarse a temas muy diferentes con muy poco tiempo para explorar los aspectos teóricos.
Con el tiempo se va configurando un marco compuesto por múltiples referencias teóricas, de
procedencia diversa, y que contiene también una especie de fondo difuso que se ha ido
sedimentando paulatinamente, que se utiliza pragmáticamente y de forma ecléctica para
diseñar y realizar las investigaciones; siguiendo una lógica que se asemeja a lo que Lévi-
Strauss denomina «bricolaje»:

El bricoleur es capaz de ejecutar un gran número de tareas diversificadas; pero, a


diferencia del ingeniero, no subordina ninguna de ellas a la obtención de materias
primas y de instrumentos concebidos y obtenidos a la medida de su proyecto: su
universo instrumental está cerrado y la regla de su juego es siempre la de arreglárselas
con «lo que uno tenga», es decir un conjunto, a cada instante finito, de instrumentos y
de materiales, heteróclitos además, porque la composición del conjunto no está en
relación con el proyecto del momento, ni, por lo demás, con ningún proyecto particular,
sino que es el resultado contingente de todas las ocasiones que se le han ofrecido de
renovar o enriquecer sus existencias, o de conservarlas con los residuos de
construcciones y de destrucciones anteriores. El conjunto de los medios del bricoleur
no se puede definir, por lo tanto, por un proyecto (lo que supondría, por lo demás,
como en el caso del ingeniero, la existencia de tantos conjuntos instrumentales como

5
«It is a trifle embarrassing to talk about „quick n‟ dirty‟ research. Yet applied researchers are constantly faced
with requests for information that must be made available quickly.» (Pelto, Pelto, 1978:243)
6
«Relevant research often requires that at the outset a high priority be placed on basic descriptive data - not
just any description, but careful delineation of representative arrays of facts concerning people‟s physical and
psychological adaptations.
Social scientists frequently repeat a cliché to the effect that „mere description by itself is worthless; only when
descriptive statements are relatable to theoretical propositions do they become useful knowledge‟. This kind of
statement is frequently accompanied by another „axiom‟: that to provide useful knowledge social scientists
must be able to predict outcomes or consequences of actions.
These statements are particularly in error when it comes to practical applications of social information, for very
often the predictions of consequences, or other forecasts, are made by administrators, planners, or other
agencies (including reformers and revolutionaries), not by social scientists. Their policy decisions, we may
assume, are most effective when they are based on accurate descriptive data. Existential statements - such as
„Twenty-three percent of these people are malnourished (by some stated standard)‟ or „At any given time about
one-third of the men are away from home, working at the plantations‟ - are frequently of direct practical
usefulness, provided such information is available at the time and place „where the action is‟.» (Pelto, Pelto,
1978:248)

53
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géneros de proyectos, por lo menos en teoría); se define solamente por su


instrumentalidad, o dicho de otra manera y para emplear el lenguaje del bricoleur,
porque los elementos se recogen o conservan en razón del principio de que «de algo
han de servir». Tales elementos, por tanto, están particularizados a medias: lo
suficiente como para que el bricoleur no tenga necesidad del equipo y del saber de
todos los cuerpos administrativos; pero no tanto como para que cada elemento sea
constreñido a un empleo preciso y determinado. Cada elemento representa un
conjunto de relaciones, a la vez, concretas y virtuales; son operadores, pero utilizables
con vistas a operaciones cualesquiera en el seno de un tipo. (Lévi-Strauss, 1972:36-
37)

Debe añadirse, también, como algo más general, que en este tipo de investigaciones el marco
teórico no suele aparecer especificado ni desarrollado en los informes, a excepción de algunas
referencias generales explícitas; ciertamente, éste existe y lo implícito puede rastrearse y
reconstruirse. Esto es así en las dos investigaciones sobre los derivados de la coca, en otras
investigaciones similares realizadas por otros autores y, en general, en la mayor parte de la
literatura que he consultado sobre drogas (y no sólo en la de investigaciones aplicadas).

Al plantearme su reelaboración me ha obligado a analizar lo que se había hecho y a buscar


respuestas a los porqué; a rastrear los referentes que se utilizaron, trayendo a la luz algunos de
ellos de ese fondo difuso; diferenciándolos y dimensionándolos. El límite de la reelaboración ha
consistido, por tanto, en explicitar el marco inicial y no se ha intentado imponer artificiosamente
un marco distinto a los datos obtenidos; algo que, por otra parte, siempre plantea serias
dificultades, quizá insalvables.

Esta reelaboración tampoco ha tratado de convertir estas investigaciones en algo distinto de lo


que son: investigaciones empíricas e inductivas, aunque no exclusivamente. En ellas se ponen
a prueba hipótesis generales de partida pero éste no es su único objetivo. También se parte de
supuestos generales, como guías de la investigación, cuyo objetivo es la generación de nuevas
hipótesis que se van modificando al hilo de su propio desarrollo, de los procesos de recogida y
análisis de los datos, de forma dinámica y flexible; y también el desarrollo de conceptos
teóricos. Esta estrategia combina procedimientos inductivos y deductivos; su empirismo no es
radical (parte de supuestos teóricos), no supone un inductivismo ingenuo ni se trata de
sociología-antropología espontánea. Como resultado, sus aportaciones son diversas:
verificaciones (siempre provisionales) o refutaciones de hipótesis sometidas a prueba;
generalizaciones empíricas; conclusiones provisionales e hipótesis para ser sometidas a
prueba con otros datos; muchos interrogantes abiertos. En definitiva, su objetivo último es la
elaboración de un modelo consistente y plausible.” (Díaz, 1998: 25-34)

3.2 Investigación acción – investigación participativa

“Defining Participatory Action Research. In participatory action research (PAR), some of the
people in the organization or community under study participate actively with the professional
researcher throughout the research process from the initial design to the final presentation of
results and discussion of their action implications. PAR thus contrasts sharply with the
conventional model of pure research, in which members of organizations and communities are
treated as passive subjects, with some of them participating only to the extent of authorizing the
project, being its subjects, and receiving the results. PAR is applied research, but it also
contrasts sharply with the most common type of applied research, in which researchers serve
as professional experts, designing the project, gathering the data, interpreting the findings, and
recommending action to the client organization. Like the conventional model of pure research,
this also is an elitist model of research relationships. In PAR, some of the members of the
organization we study are actively engaged in the quest for information and ideas to guide their
future actions.

Participatory action research can be organized in a variety of forms that are just being explored.
It is clear, however, that the scientific demands and /// possibilities of PAR are considerable, an
argument we will make in the abstract and then support with reference to the PAR case studies.

Science is not achieved by distancing oneself from the world; as generations of scientists know,
the greatest conceptual and methodological challenges come from engagement with the world.

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The scientific standards that must be met to conduct a successful PAR project are daunting.
And yet, as the cases will show, it is possible to pursue both the truth and solutions to concrete
problems simultaneously. Indeed, we are led to wonder about the mystification that permits
some of our colleagues to believe that research and action are incompatible.

We do not claim to have invented participatory action research. In organizational behavior, we


have been influenced particularly by the development of sociotechnical analysis (see
particularly Trist, 1981) and by work democracy research in Norway (Thorsrud, 1977; Elden,
1979). While PAR can come in a variety of forms, we do claim that the forms represented in our
cases have important strengths that are worth reporting. We see these strengths for both
practice and theory building.” (Whyte, Greenwood, Lazes, 1991:20-21)

3.2.1 Investigación-acción participativa

“Investigación-acción participativa: Dentro de la investigación-acción, la investigación-acción


participativa (IAP) es una variante en la cual algunos miembros de la organización que es
objeto de estudio forman parte del equipo de investigación desde la definición del problema
hasta la investigación, el debate y la aplicación práctica de los resultados. Esta clase de
investigación confía en la capacidad interna de la organización para analizarse a sí misma y, al
mismo tiempo, desarrolla esa capacidad.

Al ser un proceso social, la IAP ofrece a la vez oportunidades y desafíos. La IAP crea la
oportunidad de comprender a la organización y sus problemas desde la perspectiva de cierto
número de participantes de la propia organización, comprometidos con el proceso de cambio.
En otras formas de investigación, los investigadores externos dedican generalmente mucho
tiempo a superar sus ideas preconcebidas acerca de la organización y de los problemas que
estudian y a compensar su ignorancia de los fundamentos de la estructura y funcionamiento de
la entidad. Aunque la IAP no garantiza que se eviten las ideas preconcebidas y los errores de
hecho, ofrece más posibilidades de sustituirlos por las preocupaciones y los conocimientos de
los miembros de la organización. El proceso de interacción entre los miembros y los
investigadores profesionales produce ideas para ambos y a menudo genera orientaciones para
la investigación que probablemente ninguna de las partes habría podido seguir por sí sola.

La IAP también presenta dificultades. La diferencia entre la calidad de la participación de los


miembros y la de los investigadores profesionales hace que el desarrollo de un equipo que
tenga un programa de trabajo común sea un proyecto complicado. La necesaria y persistente
divergencia de intereses entre los integrantes internos y externos del equipo crea tensiones en
la estructura de éste, sobre todo en las primeras etapas del proceso de investigación, cuando
se exige un gran esfuerzo y los resultados parecen sumamente modestos.

El desafío más importante para los investigadores externos consiste en convertir sus teorías y
enfoques en metodologías operativas que produzcan resultados que tanto los miembros como
los investigadores profesionales reconozcan como importantes. Para conseguir que la teoría
funcione y convencer permanentemente de la utilidad del esfuerzo que se realiza, tanto a los
mismos investigadores como a los participantes locales, es preciso imponer una considerable
disciplina al proceso de investigación. Este rigor es saludable para los investigadores externos,
mientras que la presión para llevar la conceptualización de los acontecimientos locales a un
nivel superior de generalización y comprensión puede ser positiva a la hora de movilizar a los
investigadores locales para que continúen sus esfuerzos en nombre de sus respectivas
organizaciones.

Por consiguiente, la IAP no sólo democratiza el proceso de investigación, sino que ofrece a los
participantes desafíos y oportunidades excepcionales. Aunque ésta no ha sido la primera vez
que se ha realizado investigación-acción participativa en el seno de organizaciones
industriales, el proyecto de IAP de FAGOR es uno de los más sostenidos de esta índole hasta
el momento.” (Greenwood, González, et.al., 1989:31-34)

55
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3.2.2 Investigación participativa

“La investigación participativa como una modalidad definida nace sintetizando a sus
antecesoras, asimilando la riqueza de experiencias o realizaciones derivadas de esas tres
décadas. Desde el inicio su identidad se manifiesta a través de varias bases conceptuales y
operativas, según Marcela GAJARDO (1983: 73-78) éstas son: a) el punto de partida es la
realidad concreta de los grupos con que se trabaja; b) la lucha por establecer relaciones
horizontales y antiautoritarias; c) la prioridad de los mecanismos democráticos en la división del
trabajo; d) el impulso de los procesos de aprendizaje colectivo a través de las prácticas
grupales; e) el reconocimiento de las implicaciones políticas e ideológicas subyacentes a
cualquier práctica social, sea de investigación o de educación; f) el estimulo a la movilización
de grupos y organizaciones para la transformación de la realidad social, o para acciones en
beneficio de la misma comunidad, y g) el énfasis a la producción y comunicación de
conocimientos.

Esos mismos principios originales, que siguen vigentes, son puestos en otros términos por el
canadiense Bud L. HALL (1981: 64-65), coincidiendo en lo esencial: el problema tiene su origen
en la propia comunidad, en cuanto a que es ésta quien lo define, analiza y resuelve. El objetivo
último de la investigación es la transformación de la realidad social y la mejora del nivel de vida
de las personas que están inmersas en esa realidad. Los/as beneficiarios/as directos de la
investigación deben ser los/as propios miembros de la comunidad. Además, la investigación
participativa entraña la participación plena y activa de la comunidad en la totalidad del proceso
investigador. Se abarca toda una variedad de grupos sin poder: explotados/as, oprimidos/as y
marginados/as. El proceso de la investigación participativa puede crear en las personas una
conciencia mayor de sus recursos e incitarla a desarrollar una confianza mejor en sí misma. Se
trata de un método de investigación científico donde la participación de la colectividad
organizada -en el proceso de investigación- permite un análisis objetivo y auténtico de la
realidad social. A la postre el/la investigador/a es partícipe y aprendiz comprometido en el
proceso.

La investigación participativa va tomando cuerpo y se define desde sus inicios en términos


generales como una propuesta metodológica inserta en una estrategia de acción definida, que
involucra a los/as beneficiarios/as de la misma en la producción de conocimientos. Persigue la
transformación social vista como totalidad, y supone la necesaria articulación de la
investigación, educación y acción (DE WITT, 1983: 240-241; BOSCO PINTO, 1988: 43; DE
SCHUTTER, 1986: 242-243). Además, como sugiere FALS BORDA (1986:128), es de manera
definida un contradiscurso. Nace en el Tercer Mundo por oposición al discurso desarrollista
nacido en y para la defensa de los intereses de los países opresores y explotadores. Este
contradiscurso postula una organización y estructura del conocimiento para que los países
dominados y explotados puedan articular -y defender- su postura sociopolítica y económica,
con base a sus propios valores y capacidades. Es un proceso que combina la investigación
científica y la acción política para transformar la realidad social y económica, para construir el
poder popular en favor de los/as explotados/as (FALS BORDA, 1986: 125; GAJARDO, 1986:
8). Busca comprender la situación concreta y objetiva de la dominación de clase y la
percepción que de ella tienen las personas dominadas para, junto con ellas, producir los
conocimientos necesarios dirigidos a definir acciones de transformación de la realidad;
planteada ésta como una totalidad (BOSCO PINTO, 1988: 43).” (Gabarrón, Hernández,
1994:18-21)

“La investigación participativa representa una propuesta metodológica para el cambio social. Es
una perspectiva científica e ideológica para promover, apoyar y facilitar los procesos de
transformación, especialmente en la organización y las relaciones (asimétricas) de poder entre
los grupos y estructuras sociales. Sus principios epistemológicos significan una manera de
acercamiento a la realidad social: se trata de conocer transformando. Es necesario, pues,
analizar los principios fundamentales de la praxis y la identidad participativista.” (Gabarrón,
Hernández, 1994:23)

“Aprendizaje organizativo y práctica reflexiva:


Aunque al principio no estaba vinculada explícitamente al proyecto de investigación de
FAGOR, la perspectiva del aprendizaje organizativo de Donald Schón y Chris Argyris (13)

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resultó de suma utilidad en las últimas fases del proyecto, en particular por la terminología que
ofrece para analizar los procesos estudiados. Sus obras también proporcionaron a Greenwood
otros diversos casos de procesos de aprendizaje organizativo, tanto culminados con el éxito
como con el fracaso, para compararlos con la experiencia de FAGOR.

El reproducir aquí las ideas de Schón y Argyris en toda su complejidad nos apartaría en exceso
del tema que nos ocupa. Baste con señalar que catalogan las formas en que las
organizaciones aprenden y los tipos de estructuras y procesos que conducen a organizaciones
satisfactorias, dinámicas y flexibles, por un lado; y aquellas que no lo hacen, por otro. Al hablar
de los sistemas de aprendizaje organizativo, subrayan especialmente los sistemas
organizativos que continúan aprendiendo la forma de aprender y que se caracterizan por una
“buena dialéctica”, es decir, por procesos organizativos abiertos y sinceros que fomentan el
aprendizaje organizativo y el cambio positivo. Sus ejemplos describen perfectamente procesos
positivos y negativos encontrados en el Grupo FAGOR.

La obra de estos autores brinda también un lenguaje para hablar de /// ciertas dimensiones de
los sistemas culturales existentes dentro de una organización. Según su terminología, las
culturas organizativas contienen “teorías adoptadas” y “teorías en uso”: las teorías que los
participantes creen que utilizan en la práctica y aquellas que realmente emplean. Estas teorías
suelen ser muy distintas, y en ocasiones directamente conflictivas. Visto de forma retrospectiva,
es obvio que buena parte del proyecto de FAGOR giró en torno a la comparación entre las
teorías adoptadas y las teorías en uso descubiertas durante la investigación. El fuerte contraste
existente entre una y otra clase de teorías generó gran parte del deseo de realizar investigación
social pormenorizada en FAGOR.” (Greenwood, González, et.al., 1989:31-34)

3.2.3 Intervention or Action Research

“According to traditional views, unless conducting an experiment in which the focus of research
is on a systematically controlled intervention, the researcher should make every effort to avoid
influencing the situation under observation. If the observer becomes also an intervener, it is
difficult to separate what would "naturally" happen from what is happening in response to the
intervention. Furthermore, by trying to influence the action, the researcher becomes emotionally
involved and loses scientific objectivity. While the logic of this argument is clear enough, I
believe that, under some circumstances, action research may have benefits not attainable
through a detached research strategy. Let us examine these benefits.

If the researcher is studying a situation where important changes are taking place, then
detached observation can reveal the forces producing change. On the other hand, if the
situation is highly stable, the researcher can only speculate regarding the forces that are
keeping the social system in place. The researcher then may have no substantial changes to
observe unless he or she directly intervenes. ///

Such was the situation facing Allan Holmberg as he planned his intervention in Hacienda Vicos
in the Peruvian Highlands (Dobyns, Doughty and Lasswell, 1971). Holmberg began his baseline
study during a period when the government was building a large dam to generate electric power
not far from Vicos. Holmberg assumed that electric power would precipitate a number of
changes affecting Vicos. But then a landslide destroyed the dam, and the government
abandoned the hydro-electric project.

Now no major changes were going to be introduced into that part of the world for a long time
unless Holmberg himself intervened. An agreement between the Cornell anthropologist and the
Indian Institute of the Peruvian government enabled Holmberg to rent the hacienda and himself
assume the power position over about 1700 Indians. Holmberg and his associates then moved
a traditional semi-feudal social system toward an open, self-governing community - one of the
most significant action-research projects ever to be conducted, although unfortunately the
research aspects of the project have not been as well documented as many more traditional
field studies.

Obviously, if the researcher decides to be aligned with one side in a conflict, access to
information from the other side is severely restricted. But there can be occasions when the

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researcher has to pay this price in order to be able to carry out the changes he or she wishes to
observe. Such was the situation when Oscar Núñez del Prado (1975) intervened in the
Peruvian Indian community of Kuyo Chico. Nunez del Prado recognized that it would be
impossible to carry out a community development project in which the Indians would actively
participate unless he could break the customary (but illegal) power the Mestizos wielded over
them. Therefore he staged a confrontation with the Mestizo authorities, forcing them to give up
their free labor and otherwise ease up on their exploitation of the Indians.

Even when intervention is not part of the research design, involvement in action projects may
advance the researcher's theoretical ideas. In the New Systems of Work and Participation
Program in which I am involved along with five faculty colleagues and nine students, we have
been studying cases of corporate divestiture in which employees, generally with the support of
their communities, have been able to buy the plant, thus saving their jobs, and have so far been
developing successful enterprises. During this same period, as an active member of the
Federation for Economic Democracy, I have been involved in two cases of shutdown plants
where the employees were unsuccessful in buying the plant and saving their jobs. I have also
been following efforts to transform other shutdown plants into worker cooperatives. While we
have not yet had any marked success in these efforts, our action involvement has provided us
with rich data for comparing unsuccessful and successful cases. While it might seem possible to
find a number of unsuccessful cases to study, we would have had a hard time justifying our
presence in a field situation where people were desperately trying to save their jobs if we had
not been trying to help them.

Furthermore, as we went through the frustrating process of trying to help people buy their own
plant, we became more aware of the problems involved /// than we would have if we had
remained detached observers. Also, when we began our studies of successful cases of
employee ownership, our interest was focused upon problems internal to the new firm: how the
management process and worker participation in decision making changed with the shift to
employee ownership. As we became involved with people who were struggling unsuccessfully
to save their jobs, we necessarily turned our attention outward to the relation between the plant
and the socio-economic structure of the region and the nation. To understand what was
happening and to provide any assistance, we had to be concerned with the actions of local
politicians, bankers, Congressmen and Senators, and officials of the Small Business
Administration or the Economic Development Administration, which, in some cases, have
provided essential loan capital for employee ownership. These efforts led us to link our micro
studies at the plant level to a more macro-structural approach. Without abandoning our interest
in the plant, we came to see it in relation to social, economic and political forces affecting its life
and death. This turning of attention into new directions has already led me to rethink some
common notions of economic theory. As I examine the problems affecting the life and death of a
plant, I do not become an economist or a political scientist, but I am learning how to link
economic and political processes and forces with the microcosm we traditionally study at the
plant level (Whyte, 1977). Furthermore, what we find out in action-research at the micro level
can contribute to the framing of national legislation, as in the case of the "Voluntary Job
Preservation and Community Stabilization Act" introduced into the House of Representatives in
1978 by Congressmen Peter H. Kostmayer, Stanley N. Lundine, and Matthew F. McHugh.

This experience illustrates one advantage of action research. In the traditional detached stance,
the researcher can decide which variables will be examined and which variables will be set
aside. Entering into the action means not staying with such a neat research design. If an
important obstacle arises, it must be dealt with, whether or not it was part of the research
design. Thus, involvement in action research can have a refreshing effect upon the minds of
academicians who, if they have no responsibility for the action, are likely to pursue their
research endlessly within the same limited set of variables, constrained by the same old
paradigms.

Critics may argue that it is dangerous to encourage those who have only been trained in
research methods and theory to "muck around" in organizations or communities. To be sure,
intervention of any kind necessarily involves risk, but different styles of intervention can
maximize or minimize risk. When I first did action research, I measured my success as an
interventionist in terms of the extent to which key actors took my advice. As I gained in age and

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experience, I felt that my judgment about what should be done was improving, yet I found
myself increasingly reluctant to offer any flat recommendations. I came to feel that the
consultant-as-expert role fostered an unhealthy dependence upon the outsider. Now I report
what I have found and invite the key actors to help me interpret what it means. Whenever
possible, I try to place /// the case at hand in a context of similar cases I have studied
elsewhere. I try to outline a number of options for action and invite people to explore with me
the potential costs and benefits of each one that seems worth serious consideration. If they lean
toward an option that looks good to me, I feel that I should still seek to make sure that they
understand the possible pitfalls in that option. Finally, I try to assure them and myself that the
decisions they make are their own and not what they assume is my preference. Such a strategy
is desirable not only for avoiding the risks of decisions imposed by outsiders. I learn far more
when I help people analyze their problems and come to their own decisions than when I simply
persuade them to do what I think best. In other words, the interpretation of research findings in
the decision making process should be a mutual learning situation.” (Whyte, 2001: 171-174)

3.2.4 Niveles de participación de la comunidad.

“Aunque la participación de la comunidad es parte integral de cualquier investigación o


desarrollo de intervención, la participación de la comunidad puede presentar problemas. En
cualquier actividad que involucre a una gama de personas se debe prestar atención a cuán
“participativo” es en realidad el involucramiento de cada individuo. Tome en cuenta los niveles
de participación que se muestran a continuación:

Tipo de participación Elementos claves de cada tipo


Participación manipulativa La participación es una simulación. Hay
representantes de la gente en directivas oficiales
pero sin poder.
Participación pasiva A la gente que participa se le dice qué va a pasar o
lo que ya pasó. Un anuncio unilateral de una
organización de fuera: las respuestas de la gente no
se tornan en cuenta.
Participación por consulta La gente participa al ser consultada. Las
organizaciones de fuera definen tanto los problemas
como los procesos de recopilación de información.
Este proceso no ofrece ninguna participación en la
toma de decisiones y los profesionales no tiene la
obligación de tomar en cuenta las opiniones de la
gente al diseñar las intervenciones.
Participación por medios materiales La gente participa proporcionando recursos –por
ejemplo, tiempo, mano de obra- a cambio de
alimentos, dinero u otros incentivos materiales.

Participación funcional La gente participa formando grupos para cumplir los


objetivos predeterminados relacionados con el
proyecto. Tal participación tiende a ocurrir después
de que se han tomados las decisiones importantes.

Participación interactiva La gente participa en el análisis conjunto. lo cual


lleva a formular planes y a la creación de nuevos
grupos locales o al fortalecimiento de los ya
existentes. Tiende a incluir metodologías
interdisciplinarias que buscan múltiples perspectivas
y utilizan un proceso de aprendizaje estructurado y
sistemático. Estos grupos controlan las decisiones
locales y por tanto la gente tiene un interés al
participar.

Autogestión La gente participa tornando iniciativas de manera


independiente a las instituciones externas a fin de
cambiar el sistema/la situación.

“(Stimson, Fitch, Rhodes, 1998:44-59)

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3.2.4.1 Passive Subjects or Active Collaborators?

“Should people in the field be treated as passive subjects or as active participants in the
research process? It may not be practical to involve large numbers of people as active
collaborators. But in any organization or community the researcher is bound to find one or more
people who are especially perceptive and reflective about what is going on around them and
who are also in central enough positions to be involved in the key events of interest to the
researcher. The idea that the researcher must figure it all out alone is an elitist notion that
prevents the researcher from using the wealth of human resources in the field situation.

In the North End study, I came to regard Ernest Pecci (Doc) as a collaborator on the project,
engaging him in frequent discussions involving the interpretation of what he or I observed. In
this process, Pecci became a co-observer, not only checking his observations with mine when
we had been on the same scene together, but also reporting to me on scenes I had not
observed. These conversations sharpened our perceptions and memories. Pecci's recounting of
his observations made me more alert for points I had missed. Similarly, Pecci reported to me
things that he probably would not have observed or at least would not have thought worth
remembering if he had not come to have a full understanding of my project. Pecci read every
word of the first draft of Street Corner Society (Whyte, 1955 [1943]), and subsequent drafts
owed much to his criticisms.

Pecci's understanding of what I was doing led him to recognize the help I could get from Angelo
Ralph Orlandella (Sam Franco). Like Pecci, Orlandella was not only a leader of his own gang
but also an exceedingly perceptive /// observer. We worked together on the observation and
analysis of his own gang and on others in his neighborhood (which was many blocks away from
the sites of my customary activities). It was working with Orlandella that enabled me to go
beyond the delineation of the Norton Street gang to draw general conclusions regarding
informal group structures.

In a later study of a case of union-management cooperation, one of my most valuable


informants was Sidney Garfield, then a business agent and later to become Vice-President of
the International Chemical Worker's union. We moved on from the case study to work together
on a series of four articles (Garfield and Whyte, 1950-51), which have provided case material
for other writers on this topic (Walton and McKersie, 1965). I did all of the writing, but Garfield
provided nearly all of the case material and a large part of the analysis.

I formed a similar collaborative relationship early in my studies of worker and union-


management relations in Peru. Robert R. Braun had grown up in Vienna, had emigrated to Peru
as a teenager, and in his 27 years in Peru had gathered a rich variety of experience in British,
American and Peruvian firms. Having come from the outside, Braun could explain much that
native Peruvians would have taken for granted.

The first product of our collaboration was a two-page statement for management people,
describing the nature of my project. I did not need Braun to translate English into Spanish
because my Peruvian research assistants could have corrected my errors. Braun's contribution
was to take my rough draft and, without changing what it meant to me, rewrite it to communicate
more clearly to management people and to avoid arousing anxieties regarding the nature of the
study.

Braun also organized an advisory group for the project. When I met with this group, Braun
would be present but would take little part in the discussion. After the meeting, he and I would
get together to critique my performance and to discuss the reasons for certain reactions that
puzzled me.

Our collaboration led me to recognize problems in translating ideas from English to Spanish that
could not be overcome simply by mastering Spanish grammar and vocabulary. Discussions of
our translation problems led us to write "On Language and Culture" (Whyte and Braun, 1968).
Earlier we had collaborated on another published article (Whyte and Braun, 1966).

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Such experiences suggest that it may be possible for the sociologist, in collaborating with a
practitioner, to make significant contributions in fields far from his or her own main line research.
I will be working with Angelo Ralph Orlandella (Sam Franco) on such a project. Orlandella had
become Superintendent of the Department of Public Works for the Town of Burlington,
Massachusetts. His six predecessors in this position had lasted less than a year each.
Orlandella held the job for six and a half years, and then voluntarily stepped out to devote his
time to organizing and reflecting upon the voluminous notes and records of his experience, with
the hopes of putting it all into a book that would help practitioners and also social scientists to
understand town government in New England. ///

In this project, Orlandella will do most of the initial writing, and Helen MacGill Hughes and I will
work with him on conceptualization, selection and organization of topics, and writing style.
Working with Orlandella for two or three weeks during the coming months, I expect to gain the
knowledge and understanding of town government that it would take me two or three years of
intensive field work to acquire, if I tried to do the job entirely by myself. While these time
estimates are of course speculative, they suggest the enormous gains in productivity available
to the sociologist who is willing and able to develop collaborative relations with experienced and
perceptive practitioners. Such collaboration also protects us from the charge frequently leveled
against us by practitioners when they struggle through what we publish about their own field of
activity: they tell us that, where we are not flatly mistaken, we have simply translated into
sociological jargon what they had learned themselves long ago. Of course, as Berreman (1962)
has pointed out, there are dangers in depending too much upon any single informant.

Under what conditions should a sociologist share authorship with someone in the field situation?
A reader of an earlier draft of this paper prodded me to think further about that question when
he asked why I had not included Ernest Pecci as co-author of Street Corner Society. The first
answer to that question is that the idea did not occur to me at that time, but I think there is a
more systematic answer. Where I have shared authorship credits with a practitioner, much of
the case material and many of the ideas have come from the practitioner when I was not doing
any formal research on the topic in question. My role was mainly to provide a theoretical
framework and to do most or all of the writing. In the North End study, much as I learned from
Pecci, Orlandella, and others, I did spend three and a half years in field work and many months
after that trying to figure it all out.

It is impossible to draw a sharp line in these matters, but when a practitioner has contributed
heavily in case material and ideas, and the sociologist has not been actively engaged in
research on the topic, footnote recognition is not enough; at least co-authorship is required. (For
valuable examples of such collaborative relations see New et al., 1973; Hessler and New, 1971,
1972; Jacobs 1977.)” (Whyte, 2001: 168-170)

4. Tipos de investigación (II). Investigación cualitativa y etnografía

“¿Cómo se nos puede pedir entonces, según lo hace la fenomenología, que cuestionemos
nuestra cultura? ¿Acaso esto no es similar a pedirnos que imaginemos -lo mejor que podamos,
y no parece que lo pudiéramos hacer bien- cómo podríamos arreglárnoslas sin ella? O sea,
cómo arreglárnoslas, seres humanos que somos, como si no fuésemos seres humanos, no
socializados, endoculturados, cultos. Pero el mandato de cuestionar la cultura es mucho menos
absurdo de lo que sugieren estas preguntas retóricas. Pues debemos comprender que se nos
pide cuestionar nuestra cultura, ponerla en cuestión no rechazarla ni abolirla, se nos pide que
pongamos „entre paréntesis‟, que la suspendamos, que la mantengamos en estado latente. Y
hacer esto es parte integrante de nuestra cultura, aunque aquí „nuestra‟ ya no se refiere al
género humano, sino sólo a la cultura occidental. Autocuestionarse, autocriticarse, es una
característica de la cultura occidental, pero no de toda cultura. En verdad este rasgo
autocuestionador, autocrítico de la cultura occidental la ha caracterizado por lo menos desde
Platón, que estableció la distinción entre mera opinión (lo que „se dice‟ o se da por sentado) y
conocimiento, siempre instando a preferir el conocimiento a la opinión; y esta característica ha
encontrado su más espectacular expresión en el desarrollo de un modo exclusivamente
occidental de mirar el mundo: la ciencia. La ciencia es la actividad intelectual más notoriamente
autocrítica y autocuestionadora, que busca en forma sistemática casos negativos y
explicaciones, hipótesis e interpretaciones que no son precisamente aquellas que, según el leal

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saber y entender de uno, son verdaderas o seguras. La ciencia (al menos la ciencia „empírica‟)
es aquel conocimiento válido únicamente „hasta nuevo aviso‟.” (Wolff, 1988:571)

“Los fenómenos, por ejemplo la silla tal como se me aparece, indican aspectos de ellos mismos
que no son los percibidos. Esto se comprende con suma facilidad en el caso de cosas
corpóreas, como la silla: así el lado de ella que percibo concretamente sugiere otros lados; el
frente sugiere el dorso, el costado izquierdo, el derecho, y así siguiendo; pero esto mismo es
aplicable a cosas no corpóreas (abstractas, ideales, irreales): democracia, virtud, amor. Los
aspectos no percibidos (o no pensados, no asociados o intentados de otro modo:
'apresentados') de algo, pero que indican otros aspectos de la misma cosa, se llaman,
considerados en su totalidad, el horizonte interior del fenómeno. Pero hay también un horizonte
exterior, que es la totalidad de otros fenómenos que en el momento no son objeto de atención,
pero a los cuales pueden remitir los fenómenos percibidos (William James llamó a esto 'orlas'
del fenómeno). Así, la silla puede remitir al resto del mobiliario de mi cuarto, a otros cuartos, a
la casa donde se encuentran, a la calle, a la comunidad y, en fin, al universo:” (Wolff, 1988:575)

“By the term qualitative research we mean any kind of research that produces findings not
arrived at by means of statistical procedures or other means of quantification. It can refer to
research about persons' lives, stories, behavior but also about organizational functioning, social
movements, or interactional relationships. Some of the data may be quantified as with census
data but the analysis itself is a qualitative one. Actually, the term qualitative research is
confusing because it can mean different things to different people. Some researchers gather
data by means of interview and observation-techniques normally associated with qualitative
methods. However, they then code that data in a manner that allows them to be statistically
analyzed. They are in effect quantifying qualitative data. Notice, however, we are not referring to
this process, but to a nonmathematical analytic procedure that results in findings derived from
data gathered by a variety of means. These include observations and interviews, but might also
include documents, books, videotapes, and even data that have been quantified for other
purposes such as census data.” (Strauss, Corbin, 1990:17-18)

“Do any features occur in most species of qualitative inquiry? Let' s make a try al a list, with the
understanding that some exemplars will be left dangling. We concur with Wolcott's (1982)
emphasis on the “naturalist” nature of most qualitative research-even though that term, too, has
undergone a sea change. By combining some of his descriptors with several of ours, we can
suggest some recurring features of “naturalist” research:

- Qualitative research is conducted through an intense and/or prolonged contact with a “field” or
life situation. These situations are typically “banal” or normal ones, reflective of the everyday life
of individuals, groups, societies, and organizations.

- The researcher's role is to gain a “holistic” (systemic, encompassing, integrated) overview of


the context under study: its logic, its arrangements, its explicit and implicit rules.

- The researcher attempts to capture data on the perceptions of local actors “from the inside,”
through a process of deep attentiveness, of empathetic understanding (Verstehen), and of
suspending or “bracketing” preconceptions about the topics under discussion.

- Reading through these materials, the researcher may isolate certain themes and expressions
that can be reviewed with informants, but that should be maintained to their original forms
throughout the study.

- A main task is to explicate the ways people in particular settings come to understand, account
for, take action, and otherwise manage their day-to-day situations.

- Many interpretations of this material are possible, but some are more compelling for theoretical
reasons or on grounds of internal consistency.

- Relatively little standardized instrumentation is used al the outset. The researcher is


essentially the main “measurement device” in the study.

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- Most analysis is done with words. The words can be assembled, subclustered, broken into
semiotic segments. They can be organized to permit the researcher to contrast, compare,
analyze, and bestow patterns upon them.

These may be a “core” of recurring features for naturalistic studies, but they are configured and
used differently in any particular research tradition. Let's have an illustrative look al three of
these: interpretivism, social anthropology, and collaborative social research. We emphasize the
analytic differences among them.” (Miles, Huberman, 1994:5-8)

“La metodología cualitativa, a semejanza de la metodología cuantitativa, consiste en más que


un conjunto de técnicas para recoger datos. Es un modo de encarar el mundo empírico:

1. La investigación cualitativa es inductiva. Los investigadores desarrollan conceptos,


interrelaciones y comprensiones partiendo de pautas de datos, y no recogiendo datos para
evaluar modelos, hipótesis o teorías preconcebidos. En los estudios cualitativos los
investigadores siguen un diseño de la investigación flexible. Comienzan sus estudios con
interrogantes sólo vagamente formulados.

2. En la metodología cualitativa el investigador ve el escenario y a las personas en una


perspectiva holística; las personas, los escenarios o los grupos no son reducidos a variables,
sino considerados como un todo. El investigador cualitativo estudia a las personas en el
contexto de su pasado y de las situaciones en las que se hallan.

3. Los investigadores cualitativos son sensibles a los efectos que ellos mismos causan sobre
las personas que son objeto de su estudio. Se ha dicho que son naturalistas. Es decir que
interactúan con los informantes de un modo natural y no intrusivo. (...) Aunque los
investigadores cualitativos no pueden eliminar sus efectos sobre las personas que estudian,
intentan controlarlos o reducirlos a un mínimo, o por lo menos entenderlos cuando interpretan
sus datos.

4. Los investigadores cualitativos tratan de comprender a las personas dentro del marco de
referencia de ellas mismas. Para la perspectiva fenomenológica y por lo tanto para la
investigación cualitativa es esencial experimentar la realidad tal como los otros la
experimentan. Los investigadores cualitativos se identifican con las personas que estudian para
poder comprender cómo ven las cosas.

5. El investigador cualitativo suspende o aparta sus propias creencias, perspectivas y


predisposiciones. Ve las cosas como si ellas estuvieran ocurriendo por primera vez. Nada se
da por sobreentendido. Todo es tema de investigación.

6. Para el investigador cualitativo, todas las perspectivas son valiosas. Este investigador no
busca la „verdad‟ o la „moralidad‟ sino una comprensión detallada de las perspectivas de otras
personas.

7. Los métodos cualitativos son humanistas. Los métodos mediante los cuales estudiamos a
las personas necesariamente influyen sobre el modo en que las vemos. Cuando reducimos las
palabras y actos de la gente a ecuaciones estadísticas, perdemos de vista el aspecto humano
de la vida social.

8. Los investigadores cualitativos dan énfasis a la validez en su investigación. Los métodos


cualitativos nos permiten permanecer próximos al mundo empírico. Están destinados a
asegurar un estrecho ajuste entre los datos y lo que la gente realmente dice y hace. Esto no
significa que los investigadores cualitativos no les preocupa la presión de sus datos. Un estudio
cualitativo no es una análisis impresionista, informal, basado en una mirada superficial a un
escenario o a personas. Es una pieza de investigación sistemática conducida con
procedimientos rigurosos, aunque no necesariamente estandarizados.

9. Para el investigador cualitativo, todos los escenarios y personas son dignos de estudio.
Ningún aspecto de la vida social es demasiado frívolo o trivial como para ser estudiado. Todos
los escenarios y personas son a la vez similares y únicos. Son similares en el sentido de que

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en cualquier escenario o entre cualquier grupo de personas se pueden hallar algunos procesos
sociales de tipo general. Son únicos por cuanto en cada escenario o a través de cada
informante se puede estudiar del mejor modo algún aspecto de la vida social, porque allí
aparece más iluminado. Algunos procesos sociales que aparecen con relieve nítido en ciertas
circunstancias, en otras sólo destacan tenuemente.

10. La investigación cualitativa es un arte. Los métodos cualitativos no han sido tan refinados y
estandarizados como otros enfoques investigativos (...) Los investigadores cualitativos son
flexibles en cuanto al modo en que intentan conducir sus estudios.” (Taylor, Bogdan, 1986:20-
23).

[Véase tablas BI4 y BI5; páginas 242-243]

4.1 Un apunte crítico

“What I have to say stems from my discomfort with a fairly large proportion of the „qualitative‟
research to be found in the leading contemporary academic journals. This discomfort arises
from four related tendencies which, in the context of this Preface, I can only list without giving
any evidence (more detail is provided in Silverman: 1989a):

1. A failure of analytic nerve in that the issues of theory-building are, at best, addressed only in
the first few lines of an article, while the remainder reads like Mills‟ „abstracted empiricism‟. This
is often allied a stress on the „exploratory‟ nature of the research undertaken as opposed to the
attempt to test hypotheses deriving from the increasing body of empirical knowledge and
analytical approaches.

2. The attempt to identify qualitative research with „open-ended‟, „informal‟ interviews. Unlike
quantitative researchers, it sometimes seems, our aim is to „empathise‟ with people and to turn
ourselves into mirrors of other people‟s „experiences‟.

3. The use of data-extracts which support the researcher‟s argument, without any proof that
contrary evidence has been reviewed. Alternatively, the attempt to downplay such issues of
validity and reliability in research (as either inappropriate or politically incorrect) and to replace
them with other criteria like the „authenticity‟ with which we have produced „experience‟.

4. A belief that a particular, partisan moral or political position determines how we analyse data
and what constitutes a „good‟ piece of research.” (Silverman, 1994:ix)

“As opposed to each of these arguments, I propose the following. First, social theory is not an
„add-on‟ extra but is the animating basis of social research. Second, while „open-ended‟
interviews can be useful, we need to justify departing from the naturally occurring data that
surrounds us and to be cautious about the „romantic‟ impulse which identifies „experience‟ with
„authenticity‟ (see Silverman: 1989b).

Third, I insist on the relevance of issues of validity and reliability to field research: we cannot be
satisfied merely with what I have called elsewhere (Silverman: 1989a) „telling convincing
stories‟. Contrary to the assumption of many social scientists, as well as funding bodies,
generalisability need not be a problem in qualitative research.

Finally, I follow Max Weber (1946) in recognising the value positions that can arise in the choice
of research topics and in discussion of the relevance of research findings. Nonetheless, I totally
reject „partisanship‟ as a basis for assessing research findings or even as a standard for
determining for others what are the most appropriate topics for investigation. Unfortunately, I am
not convinced that „political correctness‟ (either of the radical left or the managerial right) does
not enter into the decisions of some funding bodies and editorial boards.” (Silverman, 1994:ix-x)

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4.2 What Distinguishes Ethnography as a Particular Form of Qualitative


Research?

“Ethnography contributes in its own way to the confusion surrounding it. The term refers both to
the processes for accomplishing it - ordinarily involving original fieldwork and always requiring
the reorganization and editing of material for presentation - and to the presentation itself, the
product of that research, which ordinarily takes its form in prose. My traditional, conservative,
discipline-oriented view (spelled out in more detail in Wolcott 1987) is that the research process
deserves the label ethnography only when the intended product is ethnography. Therefore, a
claim to be "doing ethnography" is also a proclamation of intent.

In observing fieldworkers in action as they, in turn, observe, participate, conduct interviews,


make their audio and visual recordings, or pursue archival research, another observer would not
necessarily have the least clue as to which of several individuals working side by side might
eventually lay claim to having conducted a journalistic inquiry, a case study, an oral history, or
an ethnography. The field notes, interview questions, even the apparent focus of their attention
might be remarkably similar, at least in the short run. In order to discern critical differences, we
would have to be party both to the researchers' own thought processes and to whatever aspects
of their informants' deeds and accounts they were attending most carefully.

Anyone who engages in ethnography also assumes responsibility to participate in the


continuing dialogue to define and redefine it both as process and as product. This entails
seeking satisfactory ways to explain ethnography to others, including members of the group
among whom the field worker proposes to study, as well as local officials and allied
researchers. Because ethnography undergoes the constant buffeting of critical analysis, it can
appear not only remarkably adaptable but maddeningly ambiguous, except that in its discipline
of origin the underlying rationale for doing ethnography is understood to be cultural
interpretation. To commit to ethnography traditionally has meant to commit to looking at, and
attempting to make sense of, human social /// behavior in terms of cultural patterning. To pursue
ethnography in one's thinking, doing, and reporting is to engage simultaneously in an ongoing
intellectual dialogue about what culture is in general- and how, paraphrasing Michael Moerman
(1988, 56), culture influences without controlling - while attempting to portray specific aspects of
the culture of some human group in particular.

I am aware of arguments that the culture concept is moribund, but I join others who recognize
and defend its heuristic value, not only for ethnographers but for social scientists in general
(see, for example, Wuthnow et al. 1984). Yet I concur with Clifford Geertz about the importance
of "cutting... the culture concept down to size, therefore actually insuring its continued
importance rather that undermining it" (Geertz, 1973,4). My understanding of culture as the
orienting concept for doing and writing ethnography has been influenced by two statements
written a decade apart, the first by Charles Frake in the sixties, the second by Ward
Goodenough in the seventies.1

Charles Frake has described the ethnographer's task as one of rendering a theory of cultural
behavior for members of the society under study. He explicitly contrasts the centrality of such
theory-building with the tendency of uninformed fieldworkers to become preoccupied with
recording and recounting events:

To describe a culture, then, is not to recount the events of a society but to specify what
one must know to make those events maximally probable. The problem is not to state
what someone did but to specify the conditions under which it is culturally appropriate to
anticipate that he, or persons occupying his role, will render an equivalent performance.

1
I recognize that more than another decade has passed and further increments in my understanding may
be overdue. Currently I am attracted to a constructionist perspective (e.g., Handwerker 1989; Peacock
1986) in which culture is viewed as dynamically constructed and individually negotiated. Recent dialog
addressing underlying conceptions of culture and the persona and role of the ethnographer has been
lively, but my sense is that fieldwork practice itself remains little changed. Nor is fieldwork itself where
ethnography "happens," the underlying point of this essay.

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This conception of a cultural description implies that an ethnography should be a theory


of cultural behavior in a particular society.... (Frake 1964, 112).

From conception to final account, the implications of Frake's statement for the conduct of
ethnographic research are enormous. He draws attention away from the gathering of seemingly
endless detail - what elsewhere has been dubbed "haphazard descriptiveness" evident in the
work of such anthropological luminaries as Malinowski and Margaret Mead (noted in Marcus
and Fischer 1986, 56) - to address the analytical sense-and-meaning-making taken by many to
be the essence of cultural interpretation.

Let me provide an example of "haphazard descriptiveness" drawn from a qualitative study


describing the work and role of secondary school headteachers in Great Britain that I was asked
to review. I hope the authors forgive my taking them to task once again by focusing on a single
paragraph of text that displays their considerable talents as observers but raises the critical
issue of purpose. I do not recall a comparable brief passage that better illustrates what I take to
be descriptiveness-gone-awry for any researcher who forgets even for a moment that facts
cannot speak for themselves. The quotation is drawn from a discussion of how the four
headteachers who were the focus of the study dealt with everyday routines. ///

Mr. King rarely took work home. Mr. Dowe loaded his attache case every evening, and
accounted for most of his evening work as being related to his examining or on the
phone - mostly to parents or his deputy. Mr. Shaw always took work home. Mr. Mercer
took work home mainly at the weekends. (Hall, Mackay, and Morgan 1986, 118)

In a richly contextualized case study, as I noted in my review (Wolcott 1988), anyone of these
idiosyncratic styles might be described in far greater detail, for not only would we recognize
individuals constructing their own work patterns, priorities, and preferences, we also should
acquire a sense of how a multitude of discrete behaviors fit together in some integrated way.
Reporting four diverse ways of handling the problem of what and how work gets done does not
give us four times as much insight; rather, it raises the question of why we need to know any of
this. A well intended effort at thoroughness serves instead to distract researcher and reader
alike from seeking out systematic relationships among the ways different headteachers define
and execute their assigned role.

Frake's words provide the underlying rationale for capturing and reporting detail in an
ethnographic presentation: not to recount events, as such, but to render a theory of cultural
behavior. Goodenough addresses the issue of where and how the artifacts and behaviors that
observers observe and record are transformed into culture. Culture is not "there," waiting
demurely to be discovered. Instead, culture - an explicit conceptual orientation that provides the
purpose and rationale for doing ethnography - gets there because the ethnographer puts it
there. Culture is an abstraction based on the ethnographer's observations of actual behavior,
coupled with insights and explanations of the order "That is our way," "We've always done it like
that," or, "If that happened, I guess my reaction would be.... " Attempting to pull all that together
into some comprehensive (although not necessarily logical- human behavior isn't all that logical)
blueprint, or archetype, or "code," or set of implicit "rules" or "standards" for behavior - is the
assignment ethnographers define for themselves.

Goodenough has described the ethnographer's task as attributing culture to the group being
studied:

The culture of any society is made up of the concepts, beliefs, and principles of action
and organization that an ethnographer has found could be attributed successfully to the
members of that society in the context of his dealings with them. (Goodenough 1976,5)

Hardly a coincidence, then, that ethnographers invariably "discover" culture. Rather than looking
to see whether culture is "there," they seek out confirming evidence to support the assumption
they accept as fact. Culture is imposed, not observed, and there is no ethnography until culture
makes an entry, no matter how tenuously. ///

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Ethnographers do tend to be cautious in their statements about culture. They do not bandy the
term about or attribute mysterious powers to it, more often referring to their work as cultural
interpretation rather than cultural explanation. Geertz notes a necessary tentativeness to all
cultural description, a sense of having accepted an assignment destined to remain elusively
beyond reach:

Cultural analysis is intrinsically incomplete. And, worse than that, the more deeply it
goes the less complete it is. It is a strange science whose most telling assertions are its
most tremulously based, in which to get somewhere with the matter at hand is to
intensify the suspicion, both your own and that of others, that you are not quite getting it
right. (Geertz 1973, 29)

The details recorded in ethnographically-oriented fieldwork fall into convenient etic categories
that have evolved in standard conventions of reporting (e.g., economic organization, social
organization, social control, technology and cultural ecology, political organization) or can be
presented in more emic fashion through informants' own words. But somewhere in their
accounts, ethnographers eventually tip their hands as they begin weaving the descriptive
strands together to speculate how the members of some particular group organize their lives to
manage everyday routines, communicate what they know and what they expect of others, and
cope with forces within and beyond their control.

This "ethnographic presence" may reveal itself in the structure implicit in the organization of the
account or in the selection of illustrative detail. It may be addressed boldly in the effort to
discern cultural themes, patterns, or configurations. Or, it may become evident as the
ethnographer broaches topics such as a group's projective systems, religion and beliefs, or
world view. Discerning and describing the problems as defined and dealt with by any human
group - some share in common with all humanity, others unique to smaller subsets - are the
stuff of ethnography.

Such questions intrigue me. They also orient me, providing a reassuring sense of what I am
about, whether actively engaging in fieldwork or reflecting about it at my desk. In a cultural
orientation I find the sense of structure I need to guide my research and focus my
interpretations. And, broad mandate though it be, ethnographically-oriented fieldwork does not
insist that I attend to "everything."

I would hardly propose ethnography to be such a good thing that the world needs more of it.
That argument is difficult enough to make on behalf of all social research, and ethnography is
but a small part of what is being done. Among the vast array of qualitative/descriptive
approaches, traditional ethnography is too culture-and-context oriented, too holistic, and too
time-consuming for most purposes. Further, as Kenneth Burke observed years ago, "A way of
seeing is always a way of not seeing" (1935, 70). Current debate reminds us that, in our
enthusiasm for turning a critical eye on everyone else, we have attended rather little to
ethnography's own assumptions and blind ///sports, or considered, for example, the
ethnographies we dare not initiate or that Simply do not occur to us.

An argument I do make on behalf of ethnography is that, as an approach informed by decades


of experience and critical review, it can be salutary for the researcher. It can help in explaining
one's purposes and approach to others. It helps orient research in the field. And it guides the
transformation of data collected in field experience into the information of ethnographic
presentation, providing the researcher with an intellectual filter that highlights what people
attend to in awareness of each other, rather than what they do that is idiosyncratic.

Not every qualitative researcher needs to be doing ethnography. But every qualitative
researcher needs some structure or conceptual framework through which to view, record, and
interpret social action. That structure may be derived from a question related to the research
setting or problem, from a well-honed tradition for recasting problems in terms of established
disciplines or practices, or from an informed blend of new problems and old traditions. There
must be some basis on which we attend to and subsequently report some things, rather than
everything. Otherwise, it does not matter a fig that Mr. King rarely took work home and Mr.
Shaw always did.

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I recognize a distinction between being well-versed in a major tradition and necessarily following
its every tenet to the letter. Not every setting in which ethnographers might have something to
contribute deserves such painstaking effort at cultural interpretation. There is a time and place
for everything: ethnographers do not have to be holistic, cross-cultural, and comparative, nor
meet ordinary expectations of a year or two in the field, every time they set out to explore a
problem or are asked a question. Ethnography is not always the answer, even for
ethnographers.

Suppose, however, as in my case, that you want not only to do a "good" study but would like to
make a warranted claim that it is ethnography. Perhaps you have been bold enough to
announce your study as ethnographically-oriented, or have identified "culture" as your locus of
concern (e.g., adolescent culture, nurse culture, organizational culture, changing culture,
acquiring cultural competence). To what extent can you justify or strengthen a claim to be
"doing" ethnography? And what are some consequences of making that claim (and
commitment) at different stages in the research, especially if not from the outset? Let me begin
with a "worst scenario," a virtually completed study over which a researcher belatedly wishes he
or she could wave a magic wand: "Poof. Ethnography!" (That might be a good nickname for it.
Also easier to spell than blitzkrieg, à la Rist 1980)” (Wolcott, 2001: 52-56)

4.3 Etnografía

“Frente a una etnografía que haría posible la construcción teórica, se puede defender una
etnografía que se acabe en sí misma, en la experiencia de alteralidad y especificidad. La ha
habido siempre. Pero también parece posible analizar las condiciones de un trabajo de campo
que trate de ser directamente útil para la puesta a prueba de teorías antropológicas, y la
posibilidad de utilización de materiales etnográficos, recopilados previamente, para la puesta a
prueba de estas teorías.

Para estos objetivos teóricos, parece que las cuestiones mas urgentes serían:

a) discutir, las condiciones de la interpretación etnográfica de los comportamientos de las


normas y dé las representaciones indígenas,
b) analizar el papel de los términos y de las representaciones foIk y de los términos y las
generalizaciones interpretativas en la génesis y en la puesta a prueba de las elaboraciones
teóricas, y
c) formular preguntas y proponer hipótesis explicativas sobre los mas diversos fenómenos
socioculturales, y utilizar las situaciones de aplicación de la Antropología, el trabajo de
campo y la comparación intercultural para someter a crítica nuestras elaboraciones
teóricas.” (González Echevarría, 1995:61)

4.3.1 Trabajo de campo: diferencias según etapas

“Dos trabajos de campo para dos tipos de tareas. La primera etapa del trabajo de campo
corresponde al período más dilatado y, en principio, sólo sería inexcusable cuando la distancia
cultural entre el investigador y el grupo humano objeto de investigación le impidiera formular
hipótesis pertinentes; es decir, cuando no está familiarizado con su cultura o con ese aspecto
concreto de la cultura que intenta investigar, o con ese medio social concreto del entorno en el
que va a centrar su investigación.

LeVine habla de la necesidad de familiarización con la cultura sobre la que se pretende hacer
un diseño de investigación como una «exploración en lo desconocido» que sirve como
plataforma de lanzamiento de un diseño. Yo creo que podríamos decir que las conclusiones de
la observación participante de un trabajo de campo tradicional, pueden reformularse
convenientemente como hipótesis contrastables para una segunda fase de trabajo de campo.

Esta primera etapa de trabajo de campo debe de proporcionar:


- generalizaciones empíricas;

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- datos estadísticos básicos de nuestra unidad de estudio o al menos de nuestra unidad o


unidades concretas de observación;

- hipótesis teóricas;

- operacionalización inicial de conceptos y categorías;

- conocimiento de técnicas e instrumentos y procedimientos de aproximación que sean


especialmente adecuados para tal medio, tal población y tal tipo de problemas, que en el
transcurso del trabajo de campo hemos tenido la oportunidad de ensayar en la práctica;

- en la medida en que gran parte de todo lo anterior puede ajustarse «en exceso» a la
especificidad cultural para los propósitos comparativos, es importante proporcionar también
una reflexión suficiente sobre categorías y conceptos pertinentes que se toman de la teoría
antropológica en uso y cómo se emplean en el contexto etnográfico concreto en el que
estamos trabajando.

Por tanto, nos podríamos ver pertrechados tanto de un conocimiento intuitivo y experiencial de
la cultura, como de una serie de materiales y recursos que hemos ido adaptando y
construyendo durante esta primera fase de campo. Las conclusiones a las que hayamos
podido llegar, las relaciones entre los fenómenos, las explicaciones en términos causales o
funcionales, podrían entonces someterse a un tratamiento para su puesta a prueba. Sería ésta
la segunda etapa de trabajo o trabajo de campo para la contrastación.

A partir de esa primera comprensión y familiarización con la cultura, a partir por tanto de las
conclusiones etnográficas de campo que proceden de esa primera etapa, se está ya en
condiciones de construir un diseño teórico que recoja las hipótesis generadas en el trabajo de
campo y las ponga en relación explícita con otras hipótesis existentes sobre los mismos
contenidos y con el contexto teórico subyacente a unas y otras. De esta manera podemos
valorar su contribución, la contribución que cada una de nuestras hipótesis plantea en ese
conjunto y, por tanto, nos permite decidir si merece la pena su contrastación, con cuáles de
entre ellas merece la pena seguir trabajando. Un diseño metodológico que analice la corrección
lógica de nuestros enunciados, explicite supuestos, elimine incoherencias, que establezca
principios puente que puedan vincular las hipótesis con los datos, que exija la precisión de las
definiciones de conceptos y categorías y que establezca reglas de correspondencia, niveles de
operacionalización que acerquen a éstos progresivamente a la determinación de cuáles son los
datos necesarios para poner a prueba de forma dura las hipótesis de las que disponemos. Un
diseño técnico, por fin, que seleccione las técnicas más adecuadas para contrastar
empíricamente estas hipótesis, sobre la base de exigencias de adecuación de esas técnicas a
los objetos de investigación, el contenido teórico de las hipótesis, el tipo de datos necesarios
para la puesta a prueba y las características generales de la población. Es entonces, y sólo
entonces, cuando tiene sentido especificar categorías, tramos, muestras, procedimientos de
aproximación y otras exigencias técnicas que incluye el diseño, pero que lejos de ser el núcleo
de las ideas con contenido teórico, de la investigación, son los instrumentos y procedimientos
específicamente seleccionados y construidos para cumplir la misión científica de su
contrastación.

El cambio de etapa, mediado por el diseño teórico, metodológico y técnico, en la medida en


que pretende someter a prueba con el mayor rigor posible a las hipótesis, en la medida en que
debe delimitar en toda la medida de lo posible, en cada prueba, el alcance de las
generalizaciones que contiene, tiene, de nuevo, que huir de la búsqueda preferente de la
corroboración, favoreciendo la selección de condiciones falsadoras que puedan apuntar a su
inadecuación o a sus limitaciones. Por esta razón hay que provocar en nuestro planteamiento,
creo yo, cambios profundos entre el primer trabajo de campo que nos familiariza con la cultura
y nos proporciona hipótesis y el segundo, que nos permite contrastarlas. Al enfrentarnos a la
nueva etapa de campo diseñada para esa contrastación, creo que es fructífero el hacer una
variación drástica en el tipo de técnicas, al igual que también considero fundamental la
variación y ampliación de la(s) unidad(es) de observación desde la que abordamos nuestra
unidad de estudio, siempre en función de las hipótesis que ahora tenemos ya planteadas. Así
pues, esas hipótesis anticipadas se nutrirían para su invención bien de un conocimiento preciso

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y espontáneo (por ejemplo, cuando el trabajo se realiza en nuestra propia comunidad de


origen), o bien en la existencia de este trabajo de campo anterior que nos ha permitido
imaginar hipótesis a partir de la familiarización con una cultura antes desconocida. En uno u
otro caso, es este conocimiento previo el que permite después un conocimiento contrastado, ya
se trate de hipótesis generadas en el primer trabajo de campo, de teorías que nos sirven de
apoyo y son usuales en la antropología actual, o bien pueda tratarse de hipótesis tan generales
que es difícil que no correspondan a algún problema del campo cultural en el que estamos
trabajando (como problemas de aculturación, difusión, enculturación, organización familiar,
bases para el ejercicio del poder, bases para las desigualdades, etc.) y ante el que, por tanto,
puede cumplir su papel contrastador.” (San Román, 1996a:168-170).

4.3.2 Etnografía (Spradley)

“Ethnography is a culture-studying culture. It consists of a body of knowledge that includes


research techniques, ethnographic theory, and hundreds of cultural descriptions. It seeks to
build a systematic understanding of all human cultures from the perspectives of those who have
learned them. Ethnography is based on an assumption that warrants careful examination:
knowledge of all cultures is valuable. To what end does the ethnographer collect information?
For what reasons do we try to find out what people have to know to traverse the polar cap on
dog sled, live in remote Melanesian villages, or work in New York skyscrapers? Why should
anyone do ethnography?” (Spradley, 1980:13)

“Understanding the human species. Let's begin with the goal of scientific anthropology: to
describe and explain the regularities and variations in social behavior. Perhaps the most striking
feature of human beings Is their diversity. Why does a single species exhibit such variation,
creating different marriage patterns, holding different values, eating different foods, rearing
children in different ways, believing in different gods, and pursuing different goals? If we are to
understand this diversity, we must begin by carefully describing it. Most of the diversity in the
human species results from the cultures each human group has created and passed on from
one generation to the next. Cultural description, the central task of ethnography, is the first step
in understanding the human species.

It is one thing to describe differences, another to account for them. Explanation of cultural
differences depends, in part, on making cross-cultural comparisons, but this task, in turn,
depends on adequate ethnographic studies. Much of the comparative work in anthropology has
been hampered by shoddy ethnographies, often caused by investigations that impose Western
concepts onto non-Western cultures, thereby distorting the results. Comparison not only reveals
differences but also similarities, what is common among all cultures of the world. In the most
general sense, then, ethnography contributes directly to both description and explanation of
regularities and variations in human social behavior.

Many of the social sciences have more limited objectives. In any study of human behavior
ethnography has an important role to play. We can identify several specific contributions.”
(Spradley, 1980:13)

“Informing Culture-Bound Theories. Each culture provides people with a way of seeing the
world, by categorizing, encoding, and otherwise defining the world in which they live. Culture
includes assumptions about the nature of reality as well as specific information about that
reality. It includes values that specify the good, the true, and the believable. Whenever people
learn a culture, they are to some extent imprisoned without knowing it. Anthropologists speak of
this mode of existence as being “culture-bound,” that is, living inside of a particular reality that is
taken for granted as “the reality.”

Social scientists and their theories are no less culture-bound than other human beings. Western
educational systems infuse all of us with ways of interpreting experience. Tacit assumptions
about the world find their way into the theories of every academic discipline-literary criticism,
physical science, history, and all of the social sciences. Ethnography alone seeks to document
the existence of alternative realities and to describe these realities in their own terms. Thus, it
can provide a corrective for theories that arise in Western social science.” (Spradley, 1980: 14)

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“Ethnography in itself does not escape being culture-bound. However, it provides


descriptions that reveal the range of explanatory models created by human beings. It can serve
as a beacon that shows the culture-bound nature of social science theories. It says to all
investigators of human behavior, “Before you impose your theories on the people you study,
find out how those people define the world.” Ethnography can describe in detail the folk theories
that have been tested in actual living situations over generations of /// time. And as we come to
understand personality, society, individuals, and environments from the perspective of other
than the professional scientific cultures, it will lead to a sense of epistemological humility; as we
become aware of the tentative nature of our theories, we are thus able to revise them to be less
ethnocentric.

Discovering Grounded Theory. Much social science research has been directed toward the
task of testing formal theories. One alternative to such theories, and a strategy that reduces
ethnocentrism, is the development of theories grounded in empirical data of cultural description,
what Glaser and Strauss (1967) have called “grounded theory.” Ethnography offers an excellent
strategy for discovering grounded theory. For example, an ethnography of successful school
children from minority cultures in the United States could develop grounded theories about
school performance. One such study revealed that, rather than being culturally deprived, such
children are culturally overwhelmed, that success in school performance required the capacity
to become bicultural. But grounded theory can be developed in any substantive area of human
experience. Personality theories can be informed by careful ethnographies of folk medical
theories. Decision-making theory can be informed by first discovering the cultural rules for
decision-making in a particular organization. The list could go on and on, for almost every area
of social science theory has its counterpart in the taken-for-granted cultures of the world.

Understanding Complex Societies. Until recently, ethnography was largely relegated to small,
non-Western cultures. The value of studying these societies was readily accepted-after all, we
didn't know much about them and we couldn't conduct surveys or experiments, so ethnography
seemed appropriate. However, the value of ethnography in understanding our own society was
often overlooked.

Our culture has imposed on us a myth about our complex society-the myth of the melting pot.
Social scientists have talked about “American culture” as if it included a set of values shared by
everyone living in the United States. It has become increasingly clear that our culture is not
homogeneous, that people who live in modern, complex societies actually live by many different
cultural codes. Not only is this true of the most obvious ethnic groups but each occupation
group also exhibits cultural differences. Our schools have their own cultural Systems, and even
within the same institution people see things differently. Consider the language, values, clothing
styles, and activities of high school students in contrast to high school teachers and staff. The
difference in their cultures is striking, yet often ignored. Guards and prisoners in jails, patients
and physicians in hospitals, the elderly, /// the various religious groups-all have cultural
perspectives. The physically handicapped live in a different world from those not handicapped
even though they live in the same town. As people move from one cultural scene to another in
complex societies, they employ different cultural rules. Ethnography offers one of the best ways
to understand these complex features of modern life. It can show the range of cultural
differences and how people with diverse perspectives interact.” (Spradley, 1980:14-16)

4.3.3 Etnografía (Bryman)

4.3.3.1 What is Ethnography?

“It is customary to begin an introduction to a collection such as this one with a definition, even if
it is not the author's own. However, indicating what ethnography is and is not is no easy matter,
although the following definitions suggest a certain amount of convergence around core
elements, while simultaneously pointing to some divergence as well:

Ethnography is the art and science of describing a group or culture. (Fetterman, 1998: 1)

In its most characteristic form it involves the ethnographer participating, overtly or covertly, in
people's daily lives for an extended period of time, watching what happens, listening to what is

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said, asking questions - in fact, collecting whatever data are available to throw light on the
issues that are the focus of the research. (Hammersley and Atkinson, 1995: 1)

Ethnography is a research process in which the anthropologist closely observes, records, and
engages in the daily life of another culture - an experience labelled as the fieldwork method -
and then writes accounts of this culture, emphasizing descriptive detail. These accounts are the
primary form in which the fieldwork procedures, the other culture, and the ethnographer's
personal and theoretical reflections are accessible to professionals and other readerships.
(Marcus and Fischer, 1986: 18)

Ethnography is the study of people in naturally occurring settings or 'fields' by means of


methods which capture their social meanings and ordinary activities, involving the researcher
participating directly in the /// setting, if not also the activities, in order to collect data in a
systematic manner without meaning being imposed on them externally. (Brewer, 2000: 10)

These non-randomly selected definitions suggest certain key features:

1. Ethnographers immerse themselves in a society


2. To collect descriptive data via fieldwork
3. Concerning the culture of its members
4. From the perspective of the meanings members of that society attach to their social world
5. And render the collected data intelligible and significant to fellow academics and other
readers.

The ethnographer is part insider, since he or she is a participant in the social world that is the
object of investigation; and part outsider, since, although prior frameworks are to be eschewed
in favour of contaminating the field of observation as little as possible, the results of the
fieldwork must be transmitted to professional (and other) audiences and thereby interpreted in
the context of frameworks that bestow credibility on the fieldwork. This last point means that the
results must be written and indeed it is significant in this context that the term 'ethnography' is
frequently employed to refer to the written account that is the product of ethnographic research.
As one writer has put it: 'ethnography is something you may do, study, use, read or write' (Ellen,
1984: 8).

But there are also hints of divergence in the definitions. Most notably, the Marcus and Fischer
definition refers to 'another culture'. Unlike the other three authorities quoted, Marcus and
Fischer are from an anthropological background, a discipline that is traditionally very much
associated with the study of cultures that are not only very remote from the anthropologist's own
in terms of distance, but also in terms of their technology and mode of subsistence. The
classical focus for the anthropologist was the 'tribe' or village in a far-off land and whose way of
life used to be described as primitive. Quite aside from the fact that the use of such pejorative
terms as 'traditional' and even more so 'primitive' has become less acceptable, two very broad
developments have become significant in this context. First, increasingly anthropologists have
been studying cultures that are much closer to home - both spatially and culturally. In fact, they
have increasingly been conducting ethnographic fieldwork in their own societies but on
particular groups or institutions (e.g. the collections edited by Messerschmidt [1981], Jackson
[1987] and Gellner and Hirsch [2001]). Secondly, while sociologists have long used participant
observation among their armoury of research methods, they have typically studied cultures (or
more particularly subcultures, contracultures, and organizational cultures) within their own
societies and therefore bearing some similarity to their own. Thus, for many social
anthropologists of recent eras /// and for sociologists, the 'otherness' of the idea of 'another
culture' is not as great as it was typically for earlier generations of anthropologists.

A parallel development has been the growing tendency for sociologists to avoid using the term
'participant observation' and to substitute 'ethnography' in its place. There are several possible
reasons for this trend. One possibility is that participant observation implies that the researcher
is an observer and does little else. Of course, this is not the case: participant observers typically
engage in a variety of data-collection activities in addition to observation, such as interviewing
key informants, collecting and analysing documents, and sometimes methods associated with
quantitative research like questionnaires (e.g. Jenkins, Volume IV, The Limits of Ethnography).

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Nonetheless, the term 'ethnography' carries fewer connotations that could be taken to imply an
exclusive emphasis on observation. Another possibility is that there has been a growing
recognition among sociologists of the common ground they share with social anthropologists,
particularly in light of the interpretive turn in much modem sociology and the growing interest in
their own societies among anthropologists. A third possible reason is that the recognition of
globalization has led to a growing unease about the viability of the typical division of labour
between sociologists and anthropologists in terms of modem and pre-modem societies.

However, as several of the contributions to this boxed set imply, it should not be assumed that
as a term 'participant observation' has fallen into disuse. Some writers suggest, for example,
that it continues to have a use as a signal of the more specifically observational practices in
which ethnographers engage (e.g. Bryman, 2001). This is an important issue in itself because
there is sometime unease about the way in which the term 'ethnography' is sometimes treated
as a synonym for 'qualitative research'. Nightingale (1989), for example, has argued that so-
called ethnographic audience studies are frequently not ethnographic because they do not
entail even short-lived immersion in a social group; instead, such research frequently derives
exclusively from semi-structured interviewing, focus groups, and the examination of documents.
Drawing attention to the lack of even moderate engagement in the social lives of those being
studied by noting the absence of participant observation serves as a useful reminder of the fact
that ethnography entails such immersion, as three of the four definitions of ethnography above
imply. In other words, true ethnography has to entail at least some participant observation.
Wolcott's contribution (Volume II, The Nature of Ethnographic Practice) further elaborates on
the dangers and the unsatisfactory nature of treating ethnography more or less exclusively as a
label.” (Bryman, 2001: IX-XI)

4.3.3.2 The Pre-History of Modern Ethnography

“Outlining the history of ethnography is troubled by the fact that there is no definitive history of
the approach. Accounts of the emergence of modern ethnography tend to reflect two traditions:
the development of ethnography in social /// and cultural anthropology and the role of such early
institutions as the Chicago School in providing the foundations for a sociological ethnographic
tradition. In each case, the account is based partly on fact but there is also a mythical element
to each of them (insofar as myth and fact can be juxtaposed in this way).

Anthropological Beginnings. Most accounts of the emergence of ethnography in social


anthropology attach considerable credit and significance to Bronislaw Malinowski. Prior to
Malinowski's pioneering fieldwork, the collection of ethnographic data was largely undertaken,
not by anthropologists themselves but by travellers, explorers, government officials in colonial
territories, and missionaries. Such people supplied anthropologists in the last half of the
nineteenth century and the beginning of the twentieth century with first-hand accounts of
encounters with 'primitive' peoples and provided them with the fodder for their theoretical
reflections which were largely couched in evolutionary terms. The Notes and Queries on
Anthropology that is the subject of Urry's contribution (and is also mentioned by Stocking)
represented an attempt by anthropologists to systematize the data collection of their more
reliable informants, so that certain features of the societies encountered would be emphasized
and would be carried out in a reasonably methodical manner. Urry's article shows that around
the early twentieth century there was a growing recognition of the need for trained
ethnographers undertaking intensive fieldwork. It was precisely this void that Malinowski was to
fill. It is not surprising therefore to read that Malinowski 'really did invent modem fieldwork
methods in the two years he spent on the Trobriand Islands, in 1915-16 and 1917-18' (Kuper,
1983: 13).

Other anthropologists had begun to realise the potential of direct contact with native peoples, as
Stocking's discussion of Haddon's Torres Straits expedition in 1888-89 shows, but the
ethnographic details were typically gleaned through the use of informants. The term 'intensive
study' was frequently used by anthropologists at the time, but this term implied an approach that
was somewhat different from modem ethnography. Malinowski's distinctive contribution was to
enjoin anthropologists to leave their verandas and to live among and mingle with their subjects
of study. This call was very much in tune with modern ethnography. Moreover, Malinowski's
approach to ethnography in the Trobriand Islands bears many of the hallmarks of modem

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fieldwork: direct observation of social life; learning the native language; and writing detailed and
copious fieldnotes. How far Malinowski really was a participant observer is open to some doubt,
as Wax suggests, but his involvement in the life of the village was at the time distinctive.
Stocking quotes Malinowski as saying in Argonauts of the Western Pacific that he aimed to
'grasp the native's point of view', a standpoint that is very much an emblem of contemporary
ethnography and indeed of qualitative research more generally (Bryman, 1988; 2001).

However, as Stocking also makes clear, Malinowski in his writings was engaged in a process of
myth-making about his ethnographic labours, whereby /// the triumphal anthropologist returns
after years of hardship and overcoming obstacles with the 'Golden Fleece of ethnographic
knowledge'. In part, we see a process of myth-making here because Malinowski's writings were
frequently acts of self-aggrandisement. In his contribution, Leach describes Malinowski as 'from
the start committed to a belief in his own originality' and concentrates in his attempt to
understand the nature of modern ethnography and its history on other figures, notably Raymond
Firth. However, another factor that gives the impression that Malinowski fashioned myths about
himself is that the publication of his diaries in 1967 suggested that many of his practices as an
ethnographer were at variance with his proclamations in his earlier publications about how he
had carried out his research. Indeed, Wax points out that the diaries suggest that Malinowski
had not planned to conduct research in which he lived within a community of people whose
language he had learned; the advantages of doing so only occurred to him in the course of his
fieldwork.

Franz Boas occupies a similar position in relation to American anthropology to that which
Malinowski does in the British tradition. Urry (1984) observes that in North America, the concern
with what was termed 'ethnology' was less to do with the methods of data collection and more to
do with the approach to data interpretation. The latter meant, in particular, the critique of
evolutionism with its biological overtones and according greater priority to culture, an issue that
was to surface in the frequently bitter Mead-Freeman debate (see Bryman, Volume III,
Replication and Re-study in Ethnography). The contribution by Boas makes explicit reference to
differences he perceived between North American and European contributions in this field. Urry
suggests that the Boasian tradition tended to regard the gathering of data from informants as
the most reliable approach to data collection and one of Boas's more prominent students - Paul
Radin - was highly critical of the British observational approach. However, it was one of Boas's
other prominent students Margaret Mead - who, for her Samoan research, departed from Boas's
predisposition and adopted a strategy she termed 'participant observation' (Mead, 1969 [1930]:
xix), although as Bryman observes, her initial strategy appears to have been one which relied
more on informants.

Sociological Beginnings. Saying where ethnography and participant observation stem from in
sociology is similarly hindered by origin myths, as Platt calls them. Most accounts locate the
origins of the approach in the Chicago School of roughly the 1915-35 period. This association
between the School and ethnography is frequently attributed to Robert Park's (Park was one of
its leading figures) widely-quoted plea to his students (see Lofland's contribution):

But one more thing is needful: first-hand observation. Go and sit in the lounges of the
luxury hotels and on the doorsteps of the flophouses; sit /// on the Gold Coast settees
and on the slum shakedowns; sit in the Orchestra Hall and in the Star and Garter
Burlesk. In short, gentlemen, go get the seats of your pants dirty in real research.

However, Platt has questioned the customary link that is forged between participant observation
and the Chicago School. For one thing, it is important not to forget the large amount of non-
ethnographic, quantitative research that emerged from the School during this period (Bulmer,
1981). Further, as Platt suggests, some of the supposed exemplars of Chicago ethnography do
not seem on more detailed scrutiny to be based on participant observation as it is nowadays
understood. Nonetheless, the perceived connection between the Chicago School and
ethnography is deep-seated, as can be seen in the following passage:

Park...conceived the city to be a social laboratory containing a diversity and


heterogeneity of peoples, lifestyles, and competing and contrasting worldviews... Under
his and Ernest W Burgess's direction or inspiration, a set of ethnographic studies

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emerged focusing on singular descriptions of one or another aspect of human life that
was to be found in the city. (Vidich and Lyman, 2000: 49, emphasis added)

Platt suggests that if anything it is to Howard Becker and Everett Hughes we should look for the
invention and diffusion of the term participant observation. As Champoulie observes, although
Hughes was one of Park's students, it is not helpful to align him exclusively with the Chicago
School because of the greater significance of his links with symbolic interactionism and with the
study of professional careers rather than spheres of urban life.

It is perhaps to such symbolic interactionist studies that one must look for the sociological
beginnings of ethnography. Also significant in the historical account are exemplar studies, such
as Lynd and Lynd (1929), Warner and Lunt (1941), and Whyte (1943). Although Platt notes that
these investigations do not fit the modern view of ethnography perfectly, they are close in
several respects but more importantly are viewed as constituting important steps on the way to
ethnography as it is nowadays conceived.” (Bryman, 2001: XI-XIV)

4.3.3.3 Traditions in Ethnography

“Ethnography is capable of being put to a variety of different uses and also comprises different
traditions. For example, while it is common to think of ethnography in anthropology and
sociology as fundamentally the same, their focus of attention can be quite different. Delamont
and Atkinson show how in the study of education, there has been a marked contrast in the
concerns of North American and British ethnographic researchers. However, the differences go
deeper than this: the former tend to be applied anthropologists and /// the British ethnographers
tend to be sociologists. Whereas anthropologists of education have been very concerned with
race and ethnicity, this has been a neglected area among British ethnographers of education.
Delamont and Atkinson also argue that the latter exhibit a greater 'theoretical and
methodological self-awareness'. Thus, ethnography can incorporate such contrasting traditions
that were first identified in Delamont and Atkinson (1980). Frake outlines an approach to the
elicitation and interpretation of ethnographic data that contrasts quite sharply with the typical
one associated with ethnography, in that it is grounded in linguistic approaches and seeks to
draw out the rules of culturally appropriate behaviour. The strategy is perhaps a more formal
one than readers of ethnographic texts may be familiar with, but it illustrates well the ability of
ethnography to be associated with quite different traditions.

Porter shows how the critical realist position that has been developed by writers like Bhaskar
(1989) can be illuminated by an ethnographic study. Critical realism is concerned with bringing
out the largely hidden mechanisms that produce social life. It is critical in the sense that the aim
is to identify such generative mechanisms in order that patterns of inequality or prejudice on
which they are founded can be changed.” (Bryman, 2001: XIV-XIX)

4.3.3.4 Epistemology and Ethnography

“Essentially, in linking ethnography and epistemology we are asking about the nature of
ethnography and more particularly about the nature of ethnographic knowledge and
interpretation. One position in relation to such issues can be discerned in the writings of Clifford
Geertz, an anthropologist who has become associated with an interpretative view of
anthropological understanding. Like most ethnographers, Geertz can be aligned with the
previously mentioned quest for the 'native's point of view'. However, he puts a somewhat
different slant on this quest from many other writers. Geertz maintains that it is not possible to
see as another sees. Instead, Geertz attempts a form of thought experiment in which he seeks
out the sense of selfhood associated with each of the peoples he studies. He seeks out their
'symbolic forms - words, images, institutions, behaviors' and imagines himself as someone who
employs these forms. Such a standpoint is not a simple claim to be able to empathize but one of
seeking to extrapolate in a hermeneutic fashion what kinds of people the ethnographer is
studying, what the nature of their social life is like, and how they express that life in words and
institutions.

In epistemological terms, Geertz's position is located very much in an interpretive view of what
should be considered acceptable ethnographical knowledge. While it is common practice to link

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ethnography and interpretivism, the two are not exclusively and inevitably connected.
Salamone's contribution, which is written largely from an anthropological vantage point,
considers ethnography in relation to positivism. There are two aspects to this connection. First,
as Salamone observes, ethnographic fieldwork is often criticised, /// largely on positivist
grounds, for being impressionistic and lacking reliability and validity (an issue that will be
returned to below). Secondly, the practice of ethnography frequently incorporates empiricist
(and thereby at least implicitly) positivist elements. Salamone's own position is critical of both
outright positivism in ethnography and of interpretivism in the form of phenomenology. He is
particularly concerned that anthropology should develop a greater appreciation of the
systematic biases of its practitioners, that is, those biases that are common to members of the
profession.

A similar epistemologically realist position can be discerned in the contribution by Gold, a writer
who has bequeathed to writings on ethnography a much-cited classification of participant
observation roles (Volume II, Fieldwork Roles). He outlines an account of ethnography as
epistemologically grounded in Weber's notion of Verstehen, in that the meanings that people
being studied attribute to the world around them are the chief point of departure. The generation
of theory is the primary criterion of how people are to be sampled and the very purpose of
conducting ethnography. This account of ethnography is then linked to a commitment to
objectivity, seeking to minimize the intrusion of observer bias in the collection and interpretation
of data. The reliability and replicability of research become important quality criteria in this
account. In this way, we see a further way in which the epistemology of ethnography can be
portrayed - in this case, as entailing a commitment to interpretivism but with clear realist
overtones.

A further component of the epistemology of ethnography is the connection between observer


and observed. As Narayan presents the issue, what does it mean to be a native anthropologist
(one conducting fieldwork in his or her own culture) or a foreign anthropologist? The question is
an epistemological one in that it relates to the issue of how in ethnography 'otherness' is
conceptualized and represented, although there is clearly an ontological component too.
Narayan problematizes the very notions of native and indigenous anthropologist. Thus,
Malinowski's commitment to the need to 'grasp the native's point of view' becomes tenuous
when we cannot be sure who the native actually is in a complex, increasingly global world in
which ethnic and other identities are in a state of flux, not to say confusion. In other words, what
makes a native anthropologist a native anthropologist? The tendency to associate being a
native (and hence an insider) with nationality is unhelpful because of the complexity of modern
society. In what sense, if at all, does someone who becomes a participant observer among a
group in his or her own country that is very remote from the observer's social and other
experiences genuinely warrant being referred to as a native anthropologist?

An issue that impinges on the sociological rather more than the anthropological ethnographer is
how to provide a warrant for one's research. This is another way of asking how ethnographic
research can be justified when confronted with the 'so what?' question. What an ethnographer
may feel is rich, descriptive detail may appear trivial and insignificant to another ethnographer
or, more particularly, to a lay person. This problem has been less pronounced /// in
anthropology because its practitioners have invariably studied foreign societies and cultures.
However, as Narayan's critique suggests, the problem of needing a warrant is increasingly likely
to affect anthropologists as notions of 'the other' in a world context are problematized.
Furthermore, as anthropologists increasingly turn their attentions to their own cultures, they too
are increasingly likely to be confronted with resolving the unnerving 'so what?' question. Katz
identifies several ways in which ethnographers in sociology have generated a warrant for their
research. Two illustrations can provide an indication of how such warrants are made.
Ethnographers have often been able to bring out the meaning systems and lifestyles of groups
whose activities are typically hidden from view because they are either regarded as morally
dubious or are elite groups around whom an aura of deference prevails. We can see such a
process in relation to the many studies of the deviant underbelly of urban life and of the studies
of professional groups. Another warranting tactic is to claim to be investigating a new emerging
phenomenon, such as the impact of AIDS or the arrival of crack cocaine.” (Bryman, 2001: XV-
XVII)

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4.3.3.5 The Nature of Ethnographic Fieldwork Practice

“Ethnography combines a distinctive sensibility towards the study of the social world with a
distinctive cluster of fieldwork practices. These features reflect the more general trends and
epistemological assumptions addressed in earlier sections. But what is special or distinctive
about ethnography? For Henslin, it is what he calls the 'subjective perspective' - seeing as the
persons studied view their world - that makes it special. This is clearly a viewpoint that contains
strong echoes of Malinowski's stance. However, in a world very removed from Malinowski's
Trobriand Islanders, Henslin draws on his experience of conducting research in four settings to
outline some of the plain contingencies ethnographers face, such as whether to engage in overt
or covert observation (along with the ethical issues involved), checking the validity of
interpretations of what is going on, when and how to interview, and some of the moral dilemmas
that are involved in fieldwork. Emerson and Wolcott take such reflections even further. The
former asks how ethnographic fieldwork can be improved. In outlining four areas, Emerson
draws on his experience as an editor of one of the first journals to publish exclusively articles
based on or discussing ethnographic research Urban Life (now the Journal of Contemporary
Ethnography). Emerson argues that too often: ethnographers do not spend sufficient time in the
field; there is weak conceptualization so that the theoretical issues that are supposed to
emanate from the investigation tend to be weakly identified; ethnographers fail to grasp fully the
categories and meanings of those who are the focus of an investigation; and there is insufficient
attention to the ways in which the ethnography - in the sense of the written product of fieldwork -
is produced.

If ethnographic research is sometimes deficient in such areas, all of which can reasonably be
regarded as fundamental, it raises the question of whether /// such research can genuinely be
referred to as 'ethnographic'. One difficulty here is the tendency for many commentators to use
the terms 'ethnographic research' and 'qualitative research' more or less synonymously (see
Walkerdine, 1989 on this point in relation to the study of media audiences). For some reason,
'ethnographic' is often taken to sound more authoritative than 'qualitative', hence its use. In fact,
ethnography is one way of doing qualitative research, so that using the terms interchangeably is
not only confusing, it is also inaccurate. In a sense, Emerson's prescriptions for improving
ethnographic fieldwork practice also represent ways of making research more ethnographic.
Wolcott shows that making a study more ethnographic can be achieved at different stages of
the research process, but the central point is to be aware of what is entailed in doing such
research. Doing ethnography is not necessarily the same as doing qualitative research.”
(Bryman, 2001: XVII-XVIII)

4.3.4 Etnografía (Agar)

“Etnografía: Diferencias entre las etnografías. En síntesis, etnografías de grupos similares, o


sobre temas similares, difieren entre sí. A cierto nivel, esto ocurrirá debido a las diferencias en
el público al que se apunta, en el medio en que se desenvuelve el etnógrafo o en los grupos
descritos. Tan profundo y recurrente es este „problema‟ que uno se pregunta si no será
„normal‟. En otras palabras, nuestra epistemología debería esperar y dar cuenta de las
diferencias entre las etnografías, en lugar de definirlas como una anomalía.

Etnografía: Naturaleza emergente del trabajo etnográfico. Como otro ejemplo, Glaser y Strauss
(1967) muestran explícitamente la importancia de la emergencia y la revisión de categorías en
el trabajo etnográfico. La centralidad de la emergencia choca con los tradicionales modelos
lineales de la investigación social que comienzan con las hipótesis, siguen con la recolección
de datos y finalizan con el análisis.

Etnografía. Otra característica: énfasis en la comprensión. Otra característica es el énfasis en la


comprensión de situaciones que han ocurrido, y no en la predicción del valor de una variable a
partir del conocimiento de otras. Además, esa comprensión se manifiesta de diferentes
maneras, aunque todas ellas involucran mostrar una conexión entre algo que se hizo o se dijo y
un patrón más amplio. La comprensión puede tener que ver con ciertas intenciones del actor,
con convenciones de la vida del grupo, o con ambas en diversas combinaciones; después
volveremos sobre esto.

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Etnografía y hermenéutica. La filosofía hermenéutica pone todas estas cuestiones bajo un solo
paraguas. Ella afirma que la gente existe necesariamente dentro de una tradición, en términos
de la cual se ve a sí misma, a su mundo, a su pasado y a su futuro. Un individuo nunca puede
situarse por completo aparte y examinar su tradición como si fuese un objeto, porque fuera de
ella no hay nada en términos de lo cual pueda tener lugar la comprensión. La comprensión en
otras palabras, tiene una „pre-estructura‟ (Gadamer, 1975) o una „dimensión tácita‟ (Polanyi,
1966).

Estar enredado en una tradición no significa que no se pueda poner un fragmento de ella en la
conciencia y examinarla reflexivamente. La reflexión consciente se suscita cuando surge un
problema, cuando algo anda mal. El flujo rutinario de tradicionalidad que guía la vida cotidiana
resulta perturbado y la conciencia se concentra en él. En síntesis, los problemas en la
comprensión tienen lugar cuando se rompen las expectativas, cuando la tradición es incapaz
de otorgar sentido a un suceso.

Etnografía y tradiciones que conforman un encuentro etnográfico. Una etnografía es antes que
nada una función del etnógrafo, quien lleva a su trabajo la tradición en la que participa,
incluyendo el entrenamiento recibido en su socialización profesional. Las clases de sucesos
que se presentan como problemas son en parte función de lo sensibilizadores y coherentes
que ellos sean, dada esa tradición.

Las etnografías también son, por supuesto, una función del grupo en el cual está trabajando el
etnógrafo.

Las etnografías también dependen de la naturaleza de la audiencia. El etnógrafo intenta


producir un reporte para alguien, para mostrarle cómo es que la vida de algún pequeño grupo
tiene cierto sentido. En la medida en que la audiencia participa de la misma tradición que el
etnógrafo, éste sólo necesita hacer explícitas sus propias perspectivas personales. Sin
embargo, en el ejemplo de la aldea india, aparentemente yo sobreexpliqué el incidente para la
audiencia de Puerto Rico. En contraste, en la historia del robo del equipaje, se tiene que
demostrar a las audiencias honestas que es posible una comprensión diferente de las cosas.
Estas se dan cuenta enseguida que la historia tiene sentido dentro de su propia tradición;
deben aprender que tiene un sentido adicional, un sentido que originalmente no advirtieron.

Etnografías y diferentes tradiciones (de qué dependen). En pocas palabras, las etnografías son
una función de las diferentes tradiciones del etnógrafo, los grupos y las audiencias previstas.
La etnografía es, en su núcleo, un proceso de „mediación de marcos de significado‟ (Giddens,
1976). Su naturaleza dependerá de la naturaleza de las tradiciones que se pongan en contacto
durante el trabajo de campo.

Etnografía: oposición subjetivo-objetivo (es interpretativa). En las palabras de la vieja oposición,


la etnografía no es ni „subjetiva‟ ni „objetiva‟. Es interpretativa, mediando entre dos mundos a
través de un tercero.

Etnografía: concentración en las diferencias, quiebras (breakdown). En el encuentro entre


tradiciones diferentes, la etnografía se concentra en las diferencias que aparecen. Las
expectativas no resultan satisfechas; algo no tiene coherencia; los propios „supuestos de
coherencia perfecta‟ -para usar la frase de Gadamer- son violados. Por conveniencia,
llamaremos quiebras a las diferencias que percibe el etnógrafo. El término es de Heidegger,
pero la idea general aparece ilustrada en toda una variedad de discusiones antropológicas.
Sperber (1974), por ejemplo, escribe que las acciones señaladas por su interés simbólico son
precisamente las que se apartan sensiblemente de lo que el etnógrafo espera.

Etnografía: Solución de las ‘quiebras’. Una forma interesante de caracterizar el proceso es


tomando prestada la noción de Hirsch (1976) de „esquema corregible‟. Una quiebra es una falta
de concordancia entre el encuentro de uno con una tradición y las expectativas contenidas en
los esquemas mediante los cuales uno organiza la propia experiencia. Uno modifica entonces
los esquemas, o construye otros nuevos, e intenta otra vez. Basado en ese nuevo intento se
realizan modificaciones adicionales, y el proceso continúa iterativamente hasta que la quiebra
no es más un problema. (Nótese el paralelismo con las discusiones reunidas en Glaser y

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Strauss, 1967 y con la noción Cicourel de „razonamiento abductivo‟; véase Corsaro, 1981, para
un resumen).

Etnografía: proceso de resolución. Gadamer dedica buena parte de Verdad y método al


proceso de resolución. Señala que la resolución modifica la tradición en la cual se origina. Una
tradición tiene un límite, el confín de sus puntos de vista, llamado “horizonte”. La resolución
tiene lugar cuando el horizonte se modifica y se extiende de modo que la quiebra desaparece
como problema. Esto “siempre involucra el logro de una universalidad más elevada, que supera
no sólo nuestra universalidad particular, sino también la del otro” (Gadamer, 1975:272).

Etnografía: Schutz y la coherencia. En síntesis, la versión schutziana de la coherencia reza


como sigue: „Es suficiente... que yo pueda reducir el acto del otro a su motivo típico, incluyendo
su referencia a situaciones típicas, fines típicos, medios típicos, etc.‟ (1970:180). Detrás de este
resumen, no es necesario decirlo, hay unos cuantos argumentos elaborados. Luego veremos
algunos de ellos para comenzar a elaborar una versión etnográfica de la coherencia.” (Agar,
1992:120-127).

4.3.4.1 Desarrollo de la propuesta de Agar: resolución de quiebras y esquemas

“Tradición y etnografía. La primera historia se origina en una vieja anécdota que he utilizado
en otros escritos. Hace algunos años, mientras trabajaba en una aldea del sur de la India, me
estaba preparando para ir de visita al mediodía a otra aldea, distante unas pocas millas.
Cuando el cocinero me preparaba la comida, colocó un pequeño trozo de carbón sobre ella
antes de envolverla en tela. Eso me sorprendió. Sencillamente no podía entender el sentido de
ese acto. Más tarde, aprendí que yo iba a viajar a una hora del día en la que los espíritus se
hallaban particularmente activos; y dado que la comida atrae a los espíritus, habían colocado
carbón sobre ella para que actuara de repelente.

Recientemente me hallaba dictando clase en la Universidad de Puerto Rico y utilicé ese


ejemplo, como a menudo lo hago, para ilustrar el proceso del trabajo de campo. Al final de la
clase, el profesor y dos de los estudiantes me dijeron que les resultaba sorprendente que yo
me sorprendiera tanto. Tan pronto oyeron la historia -me dijeron- presupusieron que tenía algo
que ver con los espíritus. Recordé entonces lo que había leído sobre los espiritistas y las
santerías, los sanadores espirituales que se encuentran en algunos grupos de Puerto Rico y
en otros lugares. Aparentemente, su tradición los preparaba mejor para entender
coherentemente el uso indio del carbón.

La segunda historia proviene de un trabajo que estoy realizando con Jerry Hobbs sobre el
análisis de una historia de vida de un adicto a la heroína (Agar y Hobbs, 1982a, b). En una
entrevista, Jack (como lo llamaremos) describe una situación que tiene lugar en la estación
Penn de Nueva York. El se halla sentado en la estación para escapar del frío del invierno
cuando aparece un joven "gato" que le pide que vigile su equipaje mientras hace un "john".
Jack dice que él no pretendía robarse el equipaje, pero que otro tipo de la calle, que estaba
sentado por ahí cerca, insistió en abrir las valijas y repartir su contenido. Jack se rehusó, tomó
las valijas y abandonó la estación.

Cuando oyentes "honestos" escuchan esta historia, no tienen habitualmente problemas para
comprenderla. Pero cuando explico que lo que tiene de sorprendente la historia es que Jack
dudara, las expectativas que guiaron su comprensión se desmoronan. Por las reglas de la
calle, cualquiera que sea tan tonto para separase de su propiedad es un "lisiado", un "tonto".
Automáticamente se desprende que sacarle su propiedad es jugar limpio. Al señalar sus dudas
y al reportar que él robó el equipaje sólo porque fue forzado a hacerlo, Jack se inclina en
dirección al mundo honesto del que participa el auditorio, /// mientras reporta un hecho que es
normativo en el mundo de la calle que constituye el escenario de la historia.

Estos dos ejemplos se presentan para mostrar la importancia de las diferentes tradiciones que
conforman un encuentro etnográfico. Una etnografía es antes que nada una función del
etnógrafo, quien lleva a su trabajo la tradición en la que participa, incluyendo el entrenamiento
recibido en su socialización profesional. Las clases de sucesos que se presentan como
problemas son en parte función de lo sensibilizadores y coherentes que ellos sean, dada esa

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tradición. El carbón generó inmediatamente problemas para mi comprensión de un suceso


normal en la aldea; aparentemente, un etnógrafo de Puerto Rico habría experimentado menos
dificultades.

Las etnografías también son, por supuesto, una función del grupo en el cual está trabajando el
etnógrafo. Sí el cocinero de la aldea no hubiera puesto un trozo de carbón en el envoltorio, yo
lo habría llevado todo el camino sin pensar en eso. Si los adictos a la heroína entre los que
trabajé no hubieran hablado de gente "zurrada" y "quemada", yo no hubiese planteado las
preguntas ni realizado las observaciones que sugirieron la interpretación "deshonesta" del
breve relato que discutimos más arriba.

Las etnografías también dependen de la naturaleza de la audiencia. El etnógrafo intenta


producir un reporte para alguien, para mostrarle cómo es que la vida de algún pequeño grupo
tiene cierto sentido. En la medida en que la audiencia participa de la misma tradición que el
etnógrafo, éste sólo necesita hacer explícitas sus propias perspectivas personales. Sin
embargo, en el ejemplo de la aldea india, aparentemente yo sobreexpliqué el incidente para la
audiencia de Puerto Rico. En contraste, en la historia del robo del equipaje, se tiene que
demostrar a las audiencias honestas que es posible una comprensión diferente de las cosas.
Estas se dan cuenta enseguida que la historia tiene sentido dentro de su propia tradición;
deben aprender que tiene un sentido adicional, un sentido que originalmente no advirtieron.”
(Agar, 1992: 121-122)

“La resolución aparece ilustrada informalmente en la reseña personal de Rabinow sobre su


trabajo de campo en Marruecos (1977). Rabinow nos lleva a través de diversos encuentros que
producen quiebras y luego nos muestra cómo se elabora la resolución. Plantea también el
problema de los cambios de la tradición de los informantes como resultado de las quiebras que
éstos encuentran trabajando con el etnógrafo. ¿Cuál es el efecto sobre un informante clave de
muchas horas de preguntas que traen a la conciencia cuestiones sobre las que posiblemente
no se reflexionó nunca antes? ¿Cuál es el efecto de observar a un etnógrafo extranjero en la
vecindad, de ver un estilo diferente de actuar en el mundo? De hecho, algunas veces se afirma
en la literatura que el informante (Blanchard, 1977) o la comunidad es dramáticamente
diferente en el momento en que el etnógrafo la abandona. Por el momento, sin embargo,
limitaré la discusión y seguiré observando las cosas a través de los ojos del etnógrafo.

Gadamer prosigue su descripción de la resolución señalando que la fusión de horizontes es


conceptual y se expresa en el lenguaje. Este punto se relaciona con su visión general del
lenguaje y la tradición como co-constitutivos. El lenguaje es el almacén de la tradición, el
señalador hacia lo que haya en el mundo que sea un objeto, el recurso para crear
especulativamente nuevos mundos. Como tal, la fusión de horizontes es "la hazaña propia del
lenguaje" (1975: 340).

Además, el proceso de resolución puede ser visto como una "dialéctica negativa". Gadamer
sintetiza como sigue la naturaleza "esencialmente negativa" de la experiencia: "Si tenemos
experiencia de un objeto, eso significa que no hemos visto la cosa correctamente y que ahora
la conocemos mejor" (1975: 317). Una quiebra, entonces, es una experiencia negativa en este
sentido. Nos muestra que algo no es como esperábamos. La resolución es dialéctica porque es
un esfuerzo para resolver qué es una cosa y qué no es. De este esfuerzo deriva un sentido de
lo que pudiera ser. El proceso continúa luego hasta que la quiebra se resuelve.

Ahora, si combinamos la naturaleza lingüística de la fusión de los horizontes y la dialéctica


negativa /// de la resolución, comprenderemos por qué Gadamer caracteriza el proceso de
resolución como "una lógica de pregunta y respuesta". Con la excepción de la obra de
Collingwood (1978), señala, poco ha sido hecho en torno de este tipo de lógica, aunque él
ofrece los diálogos socráticos como un ejemplo de esa lógica en acción.

Basándose en este ejemplo, Gadamer caracteriza una buena pregunta como la que pone algo
al descubierto, pero también establece presupuestos en términos de los cuales "se puede ver
lo que aún permanece abierto" (1975: 327). Una buena pregunta nunca es puramente retórica,
ni está al servicio de juegos interpersonales egocéntricos, ni es respetuosa de la opinión vulgar.
Más aun, no hay un método para aprender a preguntar buenas preguntas de manera

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mecánica. En vez de eso, las preguntas se originan en la naturaleza de la quiebra correlativa al


encuentro de mundos diferentes, inspirando una secuencia de preguntas y respuestas que
emergen dialécticamente hasta que la quiebra se resuelve.

Puede encontrarse una versión antropológica de esta concepción en las obras de Charles
Frake, recientemente compiladas (1981). Los artículos más tempranos muestran el desarrollo
de la importancia etnográfica de las preguntas y respuestas encadenadas. Los artículos más
tardíos critican a quienes ven en las argumentaciones iniciales un método desencarnado; estos
artículos resitúan la argumentación en el contexto etnográfico global en el que ocurren las
preguntas y las respuestas.

Para resumir esta discusión de la resolución, comenzamos con una quiebra, con una ruptura.
Esta viola nuestras expectativas y trae a la conciencia lo que el fenómeno no es. Luego sigue
un proceso dialéctico de preguntas y respuestas por medio del cual modificamos nuestra
tradición y creamos nuestra versión de lo que el fenómeno es, dado nuestro punto de partida.
Para Gadamer, una vez que la resolución está completa, los detalles de este proceso
"desaparecen". Con esto quiere decir que una vez que una quiebra se resuelve, abandona
nuestra atención consciente. Para la etnografía tendremos que alterar su argumentación. Más
que abandonar el proceso una vez que hemos comprendido, tenemos que documentarlo sobre
una base selectiva para que pueda servirnos.

Es interesante el hecho de que Moerman (1969) identificara esta cuestión hace algún tiempo.
El afirmaba que a medida que progresa el trabajo de campo, el etnógrafo se vuelve menos
reflexivo sobre los encuentros, mientras que los informantes se vuelven menos informativos
porque presuponen que el /// etnógrafo sabe más. Recientemente fui testigo de esta misma
situación cuando una realizadora cinematográfica presentó su obra en la Sociedad
Antropológica de Washington. Ella reportó que el etnógrafo, que había permanecido en el
campo durante un cierto tiempo, se entusiasmó por la presencia del equipo de filmación, pues
sus preguntas y observaciones recuperaron algunas de las preocupaciones fundamentales que
él tenia cuando comenzó el trabajo de campo, y que con el correr del tiempo se fueron
olvidando. Traducido a nuestra discusión, vemos que en ambos casos los etnógrafos habían
resuelto con éxito las quiebras iniciales y habían perdido luego conciencia de ellas. Lo que es,
de hecho, comprensión con éxito desde el punto de vista de Gadamer, es un problema para la
etnografía.

Hasta aquí, la quiebra es el punto de partida y la resolución es el proceso que inicia. Volvamos
a Gadamer para tener alguna idea de cuál es el punto final de la coherencia. De la discusión de
Gadamer, aprendemos que una resolución coherente: a) mostrará por qué es mejor que
cualquier otra resolución que pueda imaginarse; b) vinculará una solución particular con el
conocimiento más amplio que constituye una tradición; c) clarificará e iluminará, suscitando una
reacción "ajá" en los miembros de las diferentes tradiciones que constituyen el encuentro
etnográfico, y d) expandirá los horizontes de modo que queden conectados. En una sección
posterior, veremos algunas dificultades implícitas en las sugerencias de Gadamer.

En su discusión de la "aplicación", Gadamer describe un aspecto adicional de una resolución


de éxito. No es suficiente que se resuelva una sola quiebra. La coherencia que resulta debe
aplicarse a situaciones posteriores. Hablando de los textos, dice que "si se han comprendido
adecuadamente, es decir, de acuerdo con las afirmaciones que hacen, se los comprenderá en
todo momento, en cada situación particular, de una manera nueva y diferente" (1975: 275).
Para usar una frase de Winch, la comprensión debe avanzar "como una cosa común y
corriente", en el sentido de que la coherencia recientemente adquirida se aplique a situaciones
no encontradas con anterioridad. Esta es una noción crítica que orientará la elaboración del
proceso de resolución que luego veremos.

Por el momento, entonces, tenemos una forma de hablar sobre un proceso clave de la
etnografía. En el encuentro de diferentes tradiciones ocurre una quiebra. La resolución
comienza con la apertura hacia nuevas posibilidades, y conduce a un proceso dialéctico de
preguntas y respuestas, hasta que la naturaleza lingüístico-conceptual de las tradiciones queda
ligada. Lo que originalmente era algo que se apartaba de las expectativas se ve ahora como

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algo coherente. La etnografía es el proceso de ir de la quiebra a la coherencia mediante la


resolución.

En el trabajo de campo real, por supuesto, uno no se mueve simplemente de una quiebra a
otra. Por el momento, sin embargo, podemos tomar cada una de las nociones -quiebra,
resolución y coherencia- y discutirla más en de talle. Comenzaremos por el final, con la
coherencia. Hacemos esto porque es mejor tener primero cierta idea del objetivo del proceso, y
porque eso nos permite /// presentar la segunda figura importante en cuya obra se inspira esta
discusión: Alfred Schulz.” (Agar, 1992:124-127)

“Quiebra. Tenemos ahora cierta idea de la coherencia etnográfica, el punto final del proceso de
resolución. Si regresamos al principio, encontramos nuevamente la noción de quiebra.
Anticipando discusiones ulteriores sobre la complejidad del trabajo de campo real, me gustaría
hacer una partición de conceptos. Esta partición no pretende clasificar las experiencias de la
quiebra con precisión. Más bien, se la introduce para comprender mejor la naturaleza
emergente del trabajo etnográfico.

La primera distinción separa las quiebras ocasionales de las voluntarias. Cuando fui a
trabajar al sur de la India, no tenía idea de que una quiebra que estaba por manifestarse
explicaría el sentido de un trozo de carbón en mi bolsa de comida. Cuando sobrevino, me
sorprendió como algo carente de sentido, y se presentó como algo que había que explicar. Fue
ocasional. Por otra parte, cuando escuché que los junkies usaban los términos "golpeado" y
"quemado", supe como antropólogo cognitivo que uno de mis trabajos claves era explicar su
significado. La concentración sobre los términos, la atención consciente que les dirigí y el tipo
de explicación que emprendí, eran voluntarios.

Las quiebras voluntarias son las que uno crea; las ocasionales son la que sobrevienen en el
curso del trabajo etnográfico. La diferencia consiste primariamente en si las quiebras son o no
propuestas por el etnógrafo. Como ya lo hemos señalado, ninguna de las dos es independiente
del trabajo etnográfico concreto. Pero la distinción, pienso, vale la pena. Entre otras cosas, da
cuenta de la experiencia etnográfica habitual de comenzar con algunas quiebras voluntarias y
retornar con otras quiebras ocasionales que demuestran ser más interesantes.

Las quiebras voluntarias son dignas de distinguirse por otras dos razones. En primer lugar,
incluyen muchos de los métodos tradicionales de la investigación social; un lenguaje
etnográfico debe incluirlas, permitiendo al mismo tiempo otras posibilidades. En segundo lugar,
las quiebras voluntarias permiten una instancia que alienta el cuestionamiento de la propia
comprensión de las situaciones como principio general. Esa instancia es particularmente
importante cuando se trabaja en la propia cultura.

Se puede hacer una segunda distinción entre quiebras nucleares y derivativas. Las quiebras
nucleares son las que constituyen el foco del trabajo y del eventual reporte del etnógrafo. Las
quiebras derivativas son las que son menos importantes para el etnógrafo. Se las puede
considerar menos importantes simplemente debido a límites de tiempo, o porque son así
evaluadas en la tradición del etnógrafo, o porque sólo se resuelven incidentalmente en la
resolución de las quiebras nucleares. Esta distinción captura una sensación de niveles en las
quiebras: algunas quiebras constituyen problemas de alto nivel para el etnógrafo; /// otras
quiebras que sobrevienen se abordan con menos interés.

Para ejemplificar esta distinción, permítanme regresar a mis dos ejemplos. El encuentro con el
carbón fue derivativo y ocasional. Yo me encontraba trabajando en el sur de la India como un
estudiante no graduado que buscaba aprender cómo hacer etnografía. La quiebra nuclear que
yo había puesto en foco era la relación entre los grupos sociales y el liderazgo en la resolución
de conflictos. Esto a su vez, era más ocasional que voluntario, aunque retrospectivamente yo
había llegado a ello en respuesta al interés en cuestiones similares por parte de la "audiencia"
de mi facultad que había trabajado en esa área.

En el ejemplo junkie, la intención de aprender sobre "quemado" y "golpeado" era voluntaria y


nuclear. Mi entrenamiento como antropólogo cognitivo enfatizaba una cuidadosa atención a los
lexemas como vía de entrada primaria a la cognición. El proceso de elaborar el significado de

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esos términos era derivativo, pero al mismo tiempo voluntario y ocasional. Era voluntario
porque yo de alguna manera me forzaba quiebras en mi comprensión sugerida por los
antropólogos cognitivos; pero también era ocasional porque el uso de los términos por parte
mía o de los otros y la observación de situaciones identificadas por esos términos, creaba
problemas adicionales de comprensión.

Sin duda, se pueden establecer otras distinciones, pero por ahora éstas alcanzan. Cuando se
las considera como parte de la etnografía no todas las quiebras son lo mismo. En un extremo,
un etnógrafo puede forzar una quiebra y perder mucho tiempo resolviéndola: esa quiebra es
voluntaria y nuclear. En el otro, sobrevienen quiebras inesperadas, las que reciben menos
atención: son quiebras ocasionales y derivativas. Sin embargo, una de las virtudes especiales
de la etnografía es que una quiebra que originalmente era voluntaria desaparezca o se vuelva
derivativa, mientras que algo que sobrevino secundariamente como una quiebra ocasional se
mueva hasta el centro y se transforme en nuclear.

Resolución. Ahora que tenemos una idea mejor acerca del punto inicial y el punto final del
proceso de construcción del sentido etnográfico, podemos comenzar a enriquecer la noción de
resolución. Para hacerlo, necesitamos una forma general de hablar acerca del conocimiento en
la tradición del etnógrafo, en términos de la cual se comprenden o no los encuentros con la
vida del grupo. Cuando hablamos inicialmente de Schutz, utilizamos las nociones de metas,
marcos y planes. Ahora utilizaremos el término esquema [schema] para hacer alusión a los
tres. (Todos estos términos merecen una elaboración más cuidadosa en ellos mismos. Eso
está más allá del alcance de este artículo, aunque luego ofreceremos alguna justificación para
su uso.)

Necesitamos ahora un término para los fenómenos encontrados por los etnógrafos en su
trabajo. Utilizaremos el término genérico de strip, tal como lo introdujera Goffman (1974) y lo
usara Frake (1981). Por el momento, no seremos /// exigentes en cuanto a la naturaleza de los
strips que se confrontan. Un strip puede ser un acto social, reconocido como unidad por la
naturaleza de su caracterización en el lenguaje del informante. Puede ser también una
entrevista informal conducida por el etnógrafo, o una entrevista más estructurada o un
experimento desarrollado en el trabajo de campo. También puede ser un documento de algún
tipo. Un strip, en síntesis, es cualquier fenómeno delimitado contra el cual los etnógrafos
pongan a prueba su comprensión del grupo.

La resolución, por lo tanto, consiste en la aplicación de esquemas a strips. Cuando los strips se
entienden como los esquemas disponibles, no hay problema, aunque un etnógrafo puede
intentar "provocar" uno. Cuando una parte de un strip no encaja o produce un conflicto, ocurre
una quiebra y se requiere una resolución. Dejando por ahora en suspenso la multiplicación de
los strips, consideremos la variedad de formas que puede asumir el proceso de resolución.

ESa ESb ESc ESd

SP SP SP SP

C1 C2 C3 -C ESd

Figura 1. Resolución de un único strip.

El primer proceso de resolución se resume en la Figura 1. Algún esquema, rotulado "ESa" en la


figura, se aplica a algún strip, rotulado "SP". La aplicación produce una quiebra, rotulada "Cl",
porque alguna expectativa de ESa no resulta satisfecha. Esto conduce a nuestro etnógrafo a
modificar de alguna forma el esquema, lo que lleva al nuevo esquema "ESb". Este esquema se
aplica a su vez al strip, pero ocurre otra quiebra, "C2". Se hacen modificaciones al esquema, lo
que conduce a "ESc". El proceso itera mediante repetidas modificaciones al esquema y
aplicaciones al strip hasta que no ocurre ninguna quiebra. En la figura esta situación se indica
"-C", la cual lleva al etnógrafo a aceptar "ESd" como un esquema coherente con el strip SP.

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La resolución de un solo strip se encuentra en el núcleo del trabajo etnográfico. También es


importante, empero, aplicar esquemas a diferentes strips, así como resolverlos en su aplicación
a uno solo. Esta "resolución de múltiples strips" se ilustra en la Figura 2. Por razones de
continuidad con la Figura 1, comenzamos nuestro trabajo en la Figura 2 con el esquema ESd
que elaboráramos finalmente en la resolución anterior. Más aun, consideraremos que la
resolución de nuestra nueva figura comienza con un segundo strip para ESd, rotulada "SP2".

Ahora bien, la Figura 2 comienza con la simple aplicación de ES2 a SP2. Esta aplicación
produce una quiebra, de modo que al igual que en la Figura 1 la flecha del diagrama se mueve
hacia arriba. Pero nótese que la flecha está rotulada con "RSS" en vez de con una "C". "RSS"
es sólo una abreviatura para /// la resolución ya descrita en la Figura 1, la resolución de un solo
strip. He concentrado la Figura 1 en la Figura 2. Por medio de esto quiero mostrar que cuando
ocurre una quiebra en la aplicación del esquema a un nuevo strip, se utiliza el proceso de
resolución de un único strip hasta que la quiebra se resuelve.

ESd ESe ESf ESg ESg .. . ESg

SP2 SP3 SP4 SP5 SP6 SPn

RSS RSS RSS -C -C -C ESg


Figura 2. Resolución de múltiples strips.

Una vez que esto se lleva a cabo, tenemos un nuevo esquema, "ESe" en la Figura 2; éste se
aplica a su vez a un nuevo strip SP3, y el proceso continúa iterativamente como en la Figura 1.
Sin embargo, aquí hay una diferencia en la forma en que el proceso termina. Véase que el
esquema ESg no produce quiebra cuando se aplica a SP6. El proceso no se detiene allí; en
lugar de eso, aplicamos ESg a varios strips más, hasta que estamos "seguros" de que no
ocurrirán más quiebras. ¿Cómo podemos saber cuándo estamos seguros? ¿Cuándo "n" es
suficientemente grande? La idea general es que nos detenemos cuando los encuentros con
strips adicionales no imponen más quiebras. Pera esto es inadecuado por dos razones: Una,
las quiebras pueden ocurrir más tarde en el trabajo de campo, contra esquemas que se
pensaban que eran coherentes. Dos, esta afirmación señala serios problemas metodológicos
en el muestreo de strips en etnografía.

Hay aun otro nivel de resolución más que debemos presentar aquí, pues es central al énfasis
etnográfico en el holismo (Phillips, 1976). La versión del holismo que utilizamos aquí involucra
simplemente, que las interpretaciones están hechas de esquemas interconectados, más que de
esquemas separados entre sí. A medida que modificamos esquemas en resoluciones de strips
únicos o múltiples, una de las preocupaciones etnográficas esenciales es la de preguntarse si
esas modificaciones están pautadas de alguna forma interesante a través de los esquemas.
Una descripción detallada de cómo procede esta interconexión está más allá del objetivo de
este artículo. Pero por ahora podemos esbozar el proceso como otra forma de resolución.

Sieber (1973) señala que este énfasis holístico lleva con él el peligro de la "falacia holística".
Esto quiere decir una tendencia a sobreenfatizar la consistencia y la integración a expensas del
conflicto y la falta de armonía. Es por esta razón que se torna crítica una mirada más cuidadosa
a lo que llamaremos "resolución del esquema". En nuestro sesgo holístico debemos
implementar algunas limitaciones que nos ayuden a tenerlo bajo control. ///
ESx, ESy ESx R ESy 1) Modificar
2) Resolver ESx o ESy, o ambos

SP1 LUEGO

1) Re-aplicar a SP1
2) Aplicar a SP2 ... SPn
C
Figura 3. Resolución de esquema

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El proceso de resolución del esquema se ilustra en la Figura 3. Esta comienza a izquierda con
dos esquemas, ESx y ESy. Nuestra concepción holística nos lleva a preguntarnos si existen
interconexiones entre ambas. Las formas en que se pueden interconectar esquemas son
numerosas. Por ahora, supondremos que tenemos cierta intuición de que los dos esquemas
están relacionados porque uno de ellos representa un evento cuyo resultado es un
prerrequisito para el evento representado en el segundo esquema. (Esta es una relación que
yo utilicé en mis primeros trabajos etnográficos con adictos a la heroína. Por ejemplo, el
producto de "conseguir" o comprar heroína era obviamente la heroína, que a su vez era un
prerrequisito para "escaparse" o inyectarla.)

En la figura 3 yo muestro que puede existir una relación (como el vínculo producto-
prerrequisito) entre ESx ESy. Represento esta relación con el símbolo "R", de modo que
obtengo ESx R ESy. Ahora, igual que en las resoluciones anteriores, aplicamos los esquemas
relacionados a un strip y ocurre una quiebra. En contraste con los primeros dos procesos de
resolución, sin embargo, existen unos cuantos remedios posibles.

Podemos llegar a la conclusión, desde ya, de que hemos sido pillados en una falacia holista.
Supongamos que aún no desearnos aceptar eso. Pero, como se muestra en la figura 3,
podemos intentar todavía varias modificaciones posibles. Primero, podemos poner bajo
sospecha la relación. Tal vez el producto-prerrequisito no era correcto, y los dos esquemas
están en realidad relacionados de otra manera. En segundo lugar, podemos sospechar que el
intento de resolver los esquemas ha suscitado nuevos problemas en uno de ellos o en ambos
que no aparecían cuando se aplicaban individualmente a los strips. Si ése fuera el caso,
podríamos utilizar resoluciones singulares o múltiples sobre uno de ellos o sobre ambos antes
de intentar nuevamente la resolución del esquema. Después que se hacen las modificaciones
usando esas estrategias, la nueva forma de ESx y R ESy podría re-aplicarse al mismo strip o a
otros nuevos, como se muestra en la figura. La resolución procedería iterativamente, tal como
lo hiciera en las formas más simples ya discutidas.

La noción de resolución de esquema es crítica para la antropología. En antropología cultural


siempre ha habido un énfasis en el desarrollo de esquemas del más alto orden que muestran
las relaciones entre varios otros esquemas de orden inferior. Esta tendencia hacia los niveles
más altos representa /// nuestros continuos esfuerzos por formular una representación
articulada de nuestro sentido del problema del grupo que son tan difundidos, tan
fundamentales, que aparecen en numerosas situaciones a través de muchas relaciones
sociales. Estos esquemas de alto nivel han recibido diversos nombres en antropología, pero
el que yo prefiero es la noción de "temas", de Opler (1959).

Nótese que nada en esta discusión sostiene que la resolución determina necesariamente un
esquema único, ni que esas modificaciones de esquema se originan en una sola fuente, sea
la teoría, las afirmaciones de los informantes, las observaciones o las intuiciones. Al mismo
tiempo, la resolución requiere que los esquemas -cualquiera que sea su fuente y su forma
eventual- estén anclados en los strips que abstraemos para el estudio a partir de la vida del
grupo. Es su compromiso con los strips lo que confiere a la etnografía su sabor "emic" y es en
la posibilidad de aplicar esquemas a través de un amplio espectro de strips donde se origina
el desarrollo de estrategias de validación.

Esta discusión de la resolución intenta preservar las características más importantes del
proceso delineado por Gadamer, mientras se comienza a relacionarlo, simultáneamente, con
las realidades del trabajo etnográfico. La mezcla peculiar de una tradición filosófica a menudo
considerada "anticientífica" con el uso cuasi formal de algunos conceptos para articularla
sorprenderá a ciertos lectores como un disparate epistemológico del peor tipo. Puede ser.
Pero yo elaboraré esa mezcla con una discusión de lo que ella significa entre las
experiencias que conforman la etnografía y de las que estoy tratando de dar cuenta. En el
camino, veremos que la discusión también sugiere otras maneras diferentes de pensar
acerca de aquello que queremos llevar a cabo.” (Agar, 1992: 129-134)

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4.3.5 Epistemological Consequences of Fieldwork

“Extreme empiricism leads to the abandonment of empiricism. Either it leads to a form of


skepticism, granting existence only to the existentially observed, as phenomenology does, or it
turns to epistemological doctrines that posit realities behind observable reality, i.e., to various
forms of rationalism.

The particular temptation of the fieldworker is the former, for he or she is immersed in the
existential situation under a peculiar set of sociocultural and psychological conditions. Those
conditions normally preclude seduction by what Condominas (1973:2) terms” ... purely
speculative hocus-pocus, without the bounds of objective observation; the whole to be
enveloped in pretentious and unintelligible jargon."

Typically, the fieldworker has seen the world in a particularistic way, usually in terms of the
society studied. For example, for Malinowski the world was populated by Trobriand Islanders
(Kuper 1973:50). The typical field society was small, structurally rather simple in comparison
with the field worker's society. The fieldworker tended to simplify that reality even more.
Although there have always been some fieldworkers who have studied complex societies, and
others who did try to understand and analyze the colonial situation in which they typically found
themselves, the overwhelming majority did not (Kuper 1973:123-149; Condominas 1973).

That attitude resulted from a liberalism and relativism stemming from a basic romanticism that
argued for the worth of all human societies. The result of such an attitude, the functionalist bias,
was a fear of the consequences of change, which were almost inevitably seen to be destructive.

Such an attitude is predictable given the imperative to become at the same time an
insider/outsider. Freilich's (1970) application of the term marginality to the anthropological
endeavor is illuminating. The anthropologist is indeed marginal to the society studied, as well as
to his or her own. The anthropologist, in addition, is caught between the particular and the
universal, the humanistic and the scientific.

Furthermore, the choice of the marginal role, that of Simmel's stranger, is one that is
methodologically essential to carrying out fieldwork of good quality (cf. Nash 1963 and Merton
1972 for insightful discussions). Powdermaker's (1966) aptly titled Stranger and Friend provides
a poignant demonstration of /// the affective meaning of the fieldworker's roles. The major point
is that in fieldwork it is the field worker who is the knowing and measuring instrument. Thus,
while the world for empiricists is "out there," fieldwork techniques drive home the truth that a
large proportion of what is known about reality that is "out there" is contingent on what is "in
here," i.e., in the ethnographer's head. The immersion of the ethnographer in the complexity of
day-to-day living as a marginal person has two closely related but analytically separate dangers.
First, the ethnographer may abandon the search for universal scientific regularities and turn to a
form of "humanistic" dogma. Evans-Pritchard (1951) and Geertz (1967) provide two excellent
examples of superior field workers and innovative theorists who abandoned the attempt to
establish scientific rigor and universal laws in anthropology as a direct result of their adherence
to a too literal-minded empiricism in the face of fieldwork. Indeed, phenomenology is most likely
to appear seductive to those who are superior fieldworkers precisely because they are so
involved in the knowing process and aware of the uniqueness of all reality Jarvie 1975:256-
257).

The second problem stems from the difficulty in establishing the validity and reliability of
ethnographic data. The subjective element is strong precisely because the empirical strictures
demand detailed and prolonged personal involvement in the data-gathering process. Thus, the
difficulty of building up an inductive science of anthropology is increased by doubts regarding
the comparability of data in the gathering of which the subjective element has played so great a
role. Indicative of the problem are the classic examples of Pueblo studies (Bennett 1946) and
the Tepoztlan case (Redfield 1960; Lewis 1951). Pelto (1970:41-42, 44) reflects on the problem:

The problem of anthropological credibility ... can be looked at in relation to two important
concepts ... "Validity" refers to the degree to which scientific observations actually
measure or record what they purport to measure. "Reliability" is often closely related to

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the matter of validity, but refers to the repeatability, including intersubjective replicability,
of scientific observations ... Most anthropological fieldwork may be characterized by its
relative concern with validity, at the expense of reliability ... [It] appears that
anthropologists need to develop research methods that protect the researcher from his
own subjective assumptions and value judgements.

Jarvie (1975:264) has most clearly indicated a way to solve the difficulty. It lies in the
development of an anthropology of anthropology. Such an approach, like all scientific
approaches, posits the existence of a knowable reality outside the mind of the subject. It also
takes into account observer bias and attempts to control for it through discovering the conditions
of the appearance of various types of bias. It does not deny the magnificent artistry of the truly
sensitive fieldworker (a Malinowski, Geertz, or Evans-Pritchard), it simply points out that without
universals one could not even recognize the rich uniqueness and diversity /// of data.
Furthermore, an interest in the general does not exclude interest in diversity. (See Figure 3.)

In fact, if fieldwork is ever to become more than tools used by artistic craftsmen, its virtues and
defects must be understood, for scientific objectivity is not contingent on the professional but
results from criteria established in the profession. Therefore, the contexts of fieldwork must be
understood so that possible sources of bias can be isolated and controlled. Recurring power
relationships in the field must be delimited.

Figure 3: Epistemological Axes

Condominas (1973:9-10) is eloquent in identifying a source of bias in much anthropological


writing:

The majority of field workers who preceded those of my generation were wrong, in my
opinion, to ignore the importance of the "préterrain" [colonial society]: first of all the
research itself - it is by the "préterrain" that imperialism strikes directly and openly on
the societies to be studied - and also, insofar as the field worker is concerned, it falsifies
his principal tool: himself. For this colonial society, a local derivative of the field worker's
own, offers, if he has not broken with it, a haven of rest when he returns from the field.
Also, in order to recuperate fully (and is it not the best method to avoid creating
problems for oneself?) some people prefer to put aside at any price any subject of a
possible quarrel, notably, the real condition of the native population, the ethnographer
being among the very rare persons outside their own group to have an intimate
knowledge of the life on the other side of the tracks.

Condominas' further observations regarding colonial-like statements in non-colonial conditions


highlight the importance of isolating general structural relationships in field situations without
becoming blinded by one particular manifestation of a set of empirical relationships. In other
words, the colonial /// situation is but one example of relationships of unequal power distribution.
The modern ethnographer who self-righteously condemns the preceding generations of
fieldworkers for not speaking out against colonial oppression but who holds his peace regarding
atrocities committed within newly independent countries by members of one power group
against others is being hypocritical and guilty of biasing the research.

For investigations of the relationships between colonialism and anthropology, I have been using
a number of techniques. A brief discussion of those techniques might elucidate my basic

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premise, one derived from Radcliffe-Brown, that the ultimate goal of social anthropology is the
discovery of general structural relationships underlying observable reality.

I have followed Condominas' suggestion of discovering what the "préterrain" was in one
situation (Salamone 1978) by studying colonial society in early northern Nigeria (1903). In so
doing, I have endeavored to map the network of relationships among members of all segments
of colonial society: administrators, missionaries, merchants, adventurers, and members of
various ethnic groups. Besides adding to our general sociological knowledge of expatriate
communities and testing Weberian concepts of complex bureaucratic organization, the study
makes explicit the underlying structural rules for operating in such a society, rules similar to
those Oberg (1972) discusses in regard to his East African colonial experience.

In short, fieldwork conducted in northern Nigeria by anthropologists is better evaluated when the
rules for operating in the colonial context are understood. Furthermore, we can better weigh the
researcher's use of various components of the "préterrain" in terms of any bias it might
introduce to the study.

It is also important to note that my study demonstrates that colonial society, far from being
monolith, was united through conflict. Each segment plumped for its own interest, provided only
that the right of the United Kingdom to rule, for whatever reason, went unchallenged. Under that
rubric, a great diversity of opinion was tolerated. Good anthropologists could, and did, pursue
wide-ranging studies.

I have also begun to interview older anthropologists who have worked in colonial areas. Among
those people are Raymond Firth. G. I. Jones (d. his 1974 study) and H. S. Morris. They have
begun to respond to criticisms, many rather naive, of their work (cf. Asad 1975). Firth (personal
communication), especially, has asked how the anthropology produced by the young radicals
has differed materially from that of his generation. He has also begun to organize conferences
to get facts "on the record" regarding the conditions under which fieldwork was pursued in the
colonial context. According to him, those conferences will primarily enlighten American
anthropologists, who largely have no idea of that context whereas the British audience in the
colonial period was quite aware of the colonial milieu.

In addition, I have begun to focus on the ethnography of my own fieldwork. In particular, I have
begun to examine not only my own biases but also the /// external constraints imposed on my
work by Nigerian officials. Furthermore, I have examined and written on the internal colonialism
of Third-World powers, Nigeria and Uganda. It was the structural similarity of their oppression of
minorities to that of the equally repugnant version of Western colonialism that led me to my
current concerns.

Finally, I have undertaken a detailed study of fieldwork in order to search for systematic biases
in techniques that affect the validity and reliability of our research and therefore of our theories.
The study is being conducted through questionnaires sent to all members of the American
Anthropological Association and other anthropologists whom we can identify.

I have tried to be very clear about the type of studies I believe essential to the task. It is
imperative that we know the types of people recruited into anthropology, their biases, their
training, their field techniques, and other relevant information. Firth (1975) has discussed the
importance of those facts and says that he has always made his biases very clear. It is rather
surprising and unfortunate that Roe's (1953) study is the only psychological study of
anthropologists, just as Pelto and Pelto (1973) made the only empirical study relating to the
actual characteristics of fieldworkers. Similarly, there is no empirical and comparative study of
the organization of anthropology. Murphy (1971: 17ff) has made some observations regarding
the consequences of different organizational structures in British and American anthropology. It
is interesting that he considers the actual fieldwork to be essentially similar.

Whether that is true is an empirical question. It is also a vitally essential one, for if we are to
control biases in fieldwork, we must isolate their causes. If professional organization is not a
bias, then our work is easier.

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Unfortunately, the actual conditions under which fieldwork is carried out have received little
systematic attention. Thus, it is difficult to state with any degree of certainty that fieldwork
performed by people of a given type of background, with a given type of training, in a given
setting will be performed in a given way, so that we can advise people to work in one way rather
than another in a given situation. In short, we have not systematically isolated various
categorical sources of bias and their correlatives.

In addition to social, psychological, professional, or organizational factors that may influence


fieldwork, there are other relevant facts inherent in fieldwork itself. A list of those would include
recurrent or type relationships: colonist/anthropologist, missionary/anthropologist, and
informant/anthropologist. No claim is made that those are exhaustive; indeed, they are not, and
I expect that many will be structural transforms of each other.

An understanding of these power relationships requires examination and structural analysis of


missionary societies, colonial and other expatriate societies, and the anthropologist's
professional society as well. Further, a situational analysis of the interaction setting is
demanded. Only then can comparisons and correlations between field techniques and various
recurrent structural situations be established, and controls for bias be instituted.

A brief example follows of the kind of research I am calling for.” (Salamone, 2001: 276-280)

4.3.5.1 Missionaries and Anthropologists

“A significant amount of anthropological work has been carried out in colonial areas. A
significant feature of those areas has been the presence of missionaries. They form a significant
part of Condominas' "préterrain," and a good portion of the surcease from labor has taken place
at mission stations. Thus, it is not surprising that in spite of the legendary hostility between
missionaries and anthropologists, frequent acknowledgments in anthropological works testify to
aid rendered by missionaries. In return, missionary writings are replete with discussions
regarding the application of anthropological studies. The initial impression resulting from a
review of the literature, even by one whose own work in Nigeria was pursued in the midst of
missionaries, is one of chaos, so that rigid methodological care will be required to achieve some
degree of clarity. Indeed, the full nature of the missionary/anthropologist transactional network
of relationships requires rigorous description and analysis.

One essential step in assessing missionary influence on anthropological fieldwork consists in


examining the structure of mission communities and the development of a typology of kinds of
communities with which anthropologists have come in contact, as well as the frequency, types,
influence, and structure of such contacts. Some progress has been made toward that goal.
Beidelman (1971, 1974), Wolcott (1972), Tonkinson (1974), and Salamone (1974, 1976, 1977),
among others, have offered some anthropological studies that touch on various aspects of the
above. Tonkinson (1974) presents an excellent treatment of missionary-induced change as well
as a model for anthropological evaluation of such change.

One area of the problem has been most neglected in the literature, however: the actual pattern
of missionary/anthropologist transactions. Investigation of such a vital relationship is in line with
the effort to systematize the collection and presentation of anthropological data, and thereby
increase reliability. The effort to demythologize and deromanticize fieldwork has gone about as
far as is profitable (for, after all, some sense of mystery and adventure may well be necessary to
the successful completion of field studies), whereas the clarification and operationalization of
our data-gathering techniques are a long way from yielding merely marginal returns. Pelto
(1970:20) has stated the matter most cogently:

Methodological advances in anthropology, particularly the systematizing and


operationalization of primary data-gathering procedures, should lead to clarification and
modification of anthropological meta-theory, as well as to increased control over the
(probably unavoidable) effects of anthropologists' personal theories. These intended
methodological changes will be put together in terms of a general attitude labeled
operationalism.

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The ideal culture of anthropological students codes missionaries as "enemies." There is no


really conscious teaching of that datum; it simply seems to be /// learned unconsciously as part
of the general enculturation process of becoming an anthropologist. No anthropological
textbooks offer sustained criticisms of missionaries. In fact, serious sociological or
anthropological studies of missionaries are rare, and most mentions of missionaries in
anthropological works are both brief and somewhat hidden in the text. Rarely is a
straightforward hostile antimissionary statement found (cf. Thomas Gladwin in Salamone 1974:
162 for an exception). More representative of the general tenor of feeling in the profession is
Powdermaker's (1966:43) ambivalent statement of the relationship between anthropologists and
missionaries.

Eugene Nida, a noted linguist who is also a missionary, has examined the
missionary/anthropologist relationship from a missionary perspective. He offers valuable
speculations (1966:233-277, 287), clearly indicating, albeit mainly via implication, large areas in
which overall goal discrepancy is manifested. Quite simply, the ends sought by each profession
are different and frequently perceived as antagonistic.

Exacerbating the situation is the use by many anthropologists of a fieldwork model that Freilich
(1970:539) labels "humanistic," one that has "romantic" and unrealistic connotations. Nida
(1966:273), illustrating the point, notes that:

Particularly galling to many missionaries is the polite congeniality of some


anthropologists when they accept the missionary's hospitality, but their overt and often
bitter hostility toward missionary activities when they are with the indigenous people.

More revealing is his observation (1966:274) that anthropologists have taken from missionaries
and given nothing in return, not even copies of their reports. In Freilich's terms, they have not
entered into a rational transaction with the missionaries. They have taken and not reciprocated,
expecting to "woo" their informants with the field equivalent of candlelight and soft music. That
missionaries do not share that definition of the situation is clear from Nida's assertion that
anthropological knowledge could be useful but that, somewhat selfishly, anthropologists have
kept information from missionaries, implying support of Gladwin's charge that missionaries
desire anthropological knowledge in order to subvert cultures.

I have presented an extended analysis of the problem elsewhere (Salamone 1977). A coding of
72 ethnographies yielded a number of testable hypotheses regarding missionary/anthropologist
relationships that might produce bias in ethnographic works. The hypotheses ranged from
probable location of hostile contacts (rural) to patterns of contact likely to prove most beneficial
(those with ethnographically inclined Roman Catholic missionaries). Oceania was seen as a
model for studying missionary/anthropologist conflict because it has many fundamentalist
missionaries eager to change traditional ways. In addition, Oceania has tended to attract a
number of "romantically inclined" anthropologists, who tend to oppose change. Goal
discrepancy was posited as a basic cause of tension. ///

While tentative conclusions were reached in the above study, no conclusive statements could
be made. The study was extended, however, through the use of survey techniques (d.
Salamone and Thomas 1977). Data were collected on such things as location, type, and
frequency of contact, information received, use of converts, residence with missionaries,
theoretical position, methods, techniques, and a range of personal data.

The quantitative data are not a substitute for detailed case studies. Rather, the data
complement intensive studies of missionaries, colonialists, indigenous administrators, and
others encountered in field situations.

What is important to the problem under discussion is that the studies (Salamone 1977;
Salamone and Thomas 1977) do in fact strongly suggest the presence of recurrent relationships
that are discoverable and predictable. Variants can be distinguished within the
missionary/anthropologist relationship while pointing to an underlying relationship:

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The anthropologist/missionary relationship is but a variant of a more basic relationship, between


those who reside in a community in order to transform it "paternalistically," or at least as
members of a more powerful ruling body and those, from that same ruling society, who seek
information, ostensibly in the name of science (Salamone 1977).

There is no question that, in general, the relationship between anthropologists and missionaries
is marked by ambivalence. The data are clear in underscoring that ambivalence. Thus,
anthropologists who oppose the encouragement of missionary efforts generally applaud mission
schools and hospitals, the core of most mission endeavors. Anthropologists typically rate
missionary knowledge of indigenous peoples as good, acknowledge missionary influence on
their work, and speak of cordial and open relationships. When it comes time to give credit to
them in publications, however, many anthropologists claim that no knowledge was obtained
from missionaries or their converts, a claim patently at odds with the facts.

More specific relationships were discovered that shed light on missionary/anthropologist


relations. Thus, intensity of feeling regarding fieldwork as a theory-testing experience, whether
pro or con, is strongly associated with opposition to missionary endeavors. In fact, intensity of
feeling on any issue was associated with such opposition. Therefore, it is not surprising to
discover that those who strongly disagree with the statement that there is a need to like one's
informants also strongly oppose missionary work.

It is not surprising that the more personal the anthropological techniques used in the field, the
greater the missionary/anthropologist hostility is likely to be. The greater the actual involvement
of the anthropologist in dealing with people face-to-face, the more the missionary appears to be
an obstacle to successful completion of the research. In fact, the greater the professional
investment in the research, the greater the potential for ambivalence. Thus, younger scholars
tend to interact more frequently with missionaries and their converts. ///

The younger scholars tend to speak the indigenous language poorly, if at all, and rely on
mission personnel for translation aid. They also tend to be the very people least secure in the
profession, those finishing doctoral research or building their reputations. They are also the very
people who lean on fieldwork as an occasion for theory testing, who rank missionary knowledge
highly, who are most concerned with expenses, who most fear that they will be confused with
missionaries (to the detriment of their research), and who are most likely to use informal field
techniques. In brief, they are people who can be most helped and most hurt by missionary
actions. They are in highly tension producing situations. In contrast, anthropologists who openly
view field experience as a transactional one are most likely to support missionary endeavors
and report the least ambivalent relations with missionaries.

A general and consistent pattern emerges from the data. Those anthropologists who are most
confident of themselves tend not to be concerned with identification with missionaries and tend
not to display a great deal of ambivalence in their answers. For example, anthropologists with
no religion at all appear to evidence greater consistency in their relations with missionaries than
those who practice their religion irregularly or not at all but do maintain a religious identity. Thus,
it is not surprising that when missionaries asked not to be cited as sources, they were generally
asking people who practice their religion irregularly.

The data reveal a number of other relationships, too numerous to mention here (cf. Salamone
and Thomas 1977 for a full discussion). In brief, it is relevant to the main argument of the paper
to point out that competition for scarce resources leads to deep ambivalences in the relationship
between missionaries and anthropologists. Unsureness on the part of anthropologists,
measured by "certitude" in feelings and measures of identity, leads to an inconsistency in
relationships. Competition is exacerbated by intensive and frequent contacts, such as those
most common in rural areas. Use of qualitative techniques leads to resentments, some buried
until publication, especially if an accompanying family is added to the field situation. Changes to
quantitative techniques with different research orientations promise to lead to a greater
evenness in relationships, perhaps sacrificing depth for breadth.

Finally, there is a pressing need for continuing research in the area in order to refine the
relationships uncovered. In addition, other relationships demand examination, such as those of

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the role of colonialism in the missionary/anthropologist dyad. Certainly, the data indicate that
there are a number of transforms of the missionary/anthropologist dyad. Each needs more
detailed examination for control of all the variables. In turn, continued research into the
missionary view of the transaction is imperative. Ideally, it would be instructive to obtain an
evaluation of each situation by both missionaries and anthropologists, for only when we have
adequate knowledge of recurrent field situations will we be able to develop sufficient
methodological tools to control for bias, thereby improving the validity and reliability of
anthropological knowledge.” (Salamone, 2001: 281-284)

4.3.5.2 Conclusions

“The epistemological validity and reliability of anthropology is built on a foundation provided by


fieldwork. No matter what an anthropologist's theoretical orientation, fieldwork is seen by him or
her as the hallmark of the profession. Therefore, it is important that the epistemological and
ontological presuppositions be made explicit and examined. The consequences should be
clearly understood.

I have argued that those presuppositions are broadly empirical ones. They posit a knowable
reality separate from the subject. Techniques are developed to increase one's knowledge of that
separate reality. The techniques developed in anthropology have been subsumed under the
term fieldwork. Those techniques have led to major problems, especially the problems of
intersubjectivity and the biases inherent in the field situation.

Rather than calling for an end to fieldwork or a turning to phenomenology, as an epistemological


realist I have called for research devoted to controlling for recurrent (systematic) biases.

I argue that no matter how sophisticated our methodological analyses or how elegant our theory
construction, if our primary data-gathering techniques are faulty, then our theories and
methodologies will be but elegant exercises in futility. Let me go a bit further. I submit that even
valid data collected by art rather than science are of less than little use to the progress of
anthropology, for if we anthropologists cannot develop teachable techniques that control for
observer (subject) bias, then anthropology will become what its critics claim it already is - an art
rather than a science, with little more to offer the social sciences than that which good literature
does, suggestive qualitative descriptions. In short, it will be an intuitive exercise with all the
precision and eventual aridity of literary discourses on the nature of being human.

I have argued that an essential step in controlling for bias is an analysis and comparison of all
aspects of the field situation. The anthropologist/missionary situation, a transform of deeper
structural principles, is presented in summary presentation as an example of the type of
empirical work that I envision as being preliminary to a control for bias.

Finally, I have attempted to demonstrate that a concern for epistemology is not opposed to an
interest in fieldwork or in basic research. Indeed, I have argued that neglect of the
epistemological and ontological presuppositions of fieldwork and their consequences has been
a threat to the scientific use of anthropology's primary data-gathering techniques and therefore
to anthropology itself.” (Salamone, 2001: 285)

5. Etnografía y trabajo de campo

5.1 Unas ilustraciones

5.1.1 El etnógrafo

“El caso me lo refirieron en Texas, pero había acontecido en otro estado. Cuenta con un solo
protagonista, salvo que en toda historia los protagonistas son miles, visibles e invisibles, vivos y
muertos. Se llamaba, creo, Fred Murdock. Era alto a la manera americana, ni rubio ni moreno,
de perfil de hacha, de muy pocas palabras. Nada singular había en él, ni siquiera esa fingida
singularidad que es propia de los jóvenes. Naturalmente respetuoso, no descreía de los libros
ni de quienes escriben los libros. Era suya esa edad en que el hombre no sabe aún quién es y

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está listo a entregarse a lo que le propone el azar; la mística del persa o el desconocido origen
del húngaro, las aventuras de la guerra o el álgebra, el puritanismo o la orgía. En la universidad
le aconsejaron el estudio de las lenguas indígenas. Hay ritos esotéricos que perduran en
ciertas tribus del oeste; su profesor, un hombre entrado en años, le propuso que hiciera su
habitación en una reserva, que observara los ritos y que descubriera el secreto que los brujos
revelan al iniciado. A su vuelta, redactaría una tesis que las autoridades del instituto darían a la
imprenta. Murdock aceptó con alacridad. Uno de sus mayores había muerto en las guerras de
la frontera; esa antigua discordia de sus estirpes era un vínculo ahora. Previó, sin duda, las
dificultades que lo aguardaban; tenía que /// lograr que los hombres rojos lo aceptaran como
uno de los suyos. Emprendió la larga aventura. Más de dos años habitó en la pradera, entre
muros de adobe o a la intemperie. Se levantaba antes del alba, se acostaba al anochecer, llegó
a soñar en un idioma que no era el de sus padres. Acostumbró su paladar a sabores ásperos,
se cubrió con ropas extrañas, olvidó los amigos y la ciudad, llegó a pensar de una manera que
su lógica rechazaba. Durante los primeros meses de aprendizaje tomaba notas sigilosas, que
rompería después, acaso para no despertar la suspicacia de los otros, acaso porque ya no las
precisaba. Al término de un plazo prefijado por ciertos ejercicios, de índole moral y de índole
física, el sacerdote le ordenó que fuera recordando sus sueños y que se los confiara al clarear
el día. Comprobó que en las noches de luna llena soñaba con bisontes. Confió estos sueños
repetidos a su maestro; éste acabó por revelarle su doctrina secreta. Una mañana, sin haberse
despedido de nadie, Murdock se fue.

En la ciudad, sintió la nostalgia de aquellas tardes iniciales de la pradera en que había sentido,
hace tiempo, la nostalgia de la ciudad. Se encaminó al despacho del profesor y le dijo que
sabía el secreto y que había resuelto no revelarlo.

-¿Lo ata su juramento? -preguntó el otro.

-No es ésa mi razón -dijo Murdock-. En esas lejanías aprendí algo que no puedo decir.

-¿Acaso el idioma inglés es insuficiente? -observaría el otro.

-Nada de eso, señor. Ahora que poseo el secreto, podría enunciarlo de cien modos distintos y
aun contradictorios. No sé muy bien cómo decirle que el secreto es precioso y que ahora la
ciencia, nuestra ciencia, me parece una mera frivolidad.

Agregó al cabo de una pausa:

-El secreto, por lo demás, no vale lo que valen los caminos que me condujeron a él. Esos
caminos hay que andarlos.

El profesor le dijo con frialdad:

-Comunicaré su decisión al Consejo. ¿Usted piensa vivir entre los indios?

Murdock le contestó: ///

-No. Tal vez no vuelva a la pradera. Lo que me enseñaron sus hombres vale para cualquier
lugar y para cualquier circunstancia.

Tal fue en esencia el diálogo.

Fred se casó, se divorció y es ahora uno de los bibliotecarios de Yale.” (Borges, 1980, 2:357-
359)

5.1.2 Malinowski y el trabajo de campo

5.1.2.1 Los argonautas

“Como se ha dicho, lo fundamental es apartarse de la compañía de los otros blancos y


permanecer con los indígenas en un contacto tan estrecho como se pueda, lo cual sólo es

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realmente posible si se acampa en sus mismos poblados. Es muy agradable tener una base en
casa de algún blanco, para guardar las provisiones y saber que se tiene un refugio en caso de
enfermedad o empacho de vida indígena. Pero debe estar lo suficientemente alejada como
para que no se convierta en el medio permanente en que se vive y del que sólo se sale a
determinadas horas para “hacer poblado”. Incluso no conviene estar lo bastante cerca como
para que se puedan hacer excursiones de recreo en cualquier momento. Dado que el indígena
no es un compañero moral para el hombre blanco, después de haber estado trabajando con él
durante varias horas, viendo cómo cuida sus huertos, o dejándole que cuente anécdotas de su
folklore, o discutiendo sus costumbres, es natural que apetezca la compañía de alguien como
nosotros. Pero si uno está solo en un poblado, sin posibilidad de satisfacer este deseo, se
marcha a dar un paseo solitario durante una hora, más o menos, y a la vuelta busca
espontáneamente la sociedad de los indígenas, esta vez por contraste con la soledad, igual
que aceptaría cualquier otro acompañante. A través de este trato natural se aprende a conocer
el ambiente y a familiarizarse con sus costumbres y creencias mucho mejor que si se estuviera
atendido por un informador pagado y a menudo sin interés.

Esta es toda la diferencia que hay entre zambullirse esporádicamente en el medio de los
indígenas y estar en auténtico contacto con ellos. ¿Qué significa esto último? Para el etnógrafo
significa que su vida en el poblado -en principio una aventura extraña, a veces enojosa, a
veces cargada de interés- toma pronto un curso natural mucho más en armonía con la vida que
le rodea.

Poco después de haberme instalado en Omarakana (islas Trobriand), empecé a tomar parte,
de alguna manera, en la vida del poblado, a esperar con impaciencia los acontecimientos
importantes o las festividades, a tomarme interés personal por los chismes y por el
desenvolvimiento de los pequeños incidentes pueblerinos; cada mañana, al despertar, el día se
me presentaba más o menos como para un indígena. Cuando salía de la mosquitera,
encontraba a mi alrededor la vida del pueblo que se ponía en marcha, o bien a la gente ya muy
avanzada en sus trabajos diarios, según la hora y según fuese la estación en que comenzaban
las labores tarde o aquella en que las comenzaban temprano, con arreglo a la prisa que corría
el trabajo. En mis paseos matinales por el poblado podía ver detalles íntimos de la vida familiar,
del aseo, de la cocina y de las comidas; podía ver los preparativos para el trabajo del día, a la
gente emprendiendo sus diligencias, o a grupos de hombre y mujeres ocupados en tareas
artesanales. Las peleas, las bromas, las escenas familiares, los sucesos en general triviales y a
veces dramáticos, pero siempre significativos, formaban parte de la atmósfera de mi vida diaria
tanto como de la suya. Debe tenerse en cuenta que los indígenas, al verme constantemente
todos los días, dejaron de interesarse, alarmarse o autocontrolarse por mi presencia, a la vez
que yo dejé de ser un elemento disturbador de la vida tribal que me proponía estudiar, la cual
se había alterado con mi primera aproximación, como siempre ocurre en las comunidades
primitivas cuando llega alguien nuevo. De hecho, como sabían que estaba dispuesto a meter
las narices en todo, incluso allí donde un indígena bien educado no osaría hacerlo, acabaron
por considerarme como parte integrante de la vida, una molestia o mal necesario, con el
atenuante de las reparticiones de tabaco.

Más avanzado el día, cualquier cosa que sucediese me cogía cerca y no había ninguna
posibilidad de que nada escapase a mi atención. Las alarmas al anochecer por la proximidad
de los hechiceros, una o dos grandes -realmente importantes- peleas y rupturas dentro de la
comunidad, los casos de enfermedad, las curas que se habían aplicado y las muertes, los ritos
que se debían celebrar, todo esto sucedía ante mis ojos, por así decirlo, en el umbral de mi
casa, sin necesidad de esforzarme por miedo a perdérmelo. Y es necesario insistir en que
siempre que ocurre algo dramático o importante hay que investigarlo en el mismo momento en
que sucede, porque entonces los indígenas no pueden dejar de comentar lo que pasa, están
demasiado excitados para mostrarse reticentes y demasiado interesados para que su
imaginación se prive de suministrar toda clase de detalles. También cometí, una y otra vez,
faltas de cortesía que los indígenas, bastante familiarizados conmigo, no tardaron en
señalarme. Tuve que aprender a comportarme y, hasta cierto punto, adquirí el «sentido» de las
buenas y malas maneras indígenas. Y fue gracias a esto, a saber gozar de su compañía y a
participar en alguno de sus juegos y diversiones, como empecé a sentirme de verdad en
contacto con los indígenas; y ésta es ciertamente la condición previa para poder llevar a cabo
con éxito cualquier trabajo de campo.” (Malinowski, 1975b:24-26)

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5.1.2.2 Confesiones

“1. «Nada que decir»1. Quizás la mayor dificultad que ofrece el manejo de un archivo de trabajo
de campo, para el estudiante teórico, consista en formarse un juicio sobre la naturaleza de las
lagunas en que cualquier archivo abunda de forma natural. ¿Se deben a negligencia? ¿O a
falta de posibilidades? ¿O al hecho de que realmente no hay «nada que decir» sobre el
asunto? Podemos desecharla de entrada esta última posibilidad. Recuerdo bien una discusión,
sobre algunos puntos de un área etnográfica que yo estaba estudiando, con uno de los más
distinguidos investigadores de campo. Tuvo lugar un año antes de que yo mismo visitara el
terreno. Llamé a mi amigo la atención sobre el hecho de que sus obras no ofrecieran
información sobre determinadas materias. «No tengo nada que decir al respecto», fue su
respuesta; y cuando le pregunté por qué, se limitó a mirarme con indignación. Todavía eslavo
puro en aquella época, presioné nuevamente a mi amigo anglosajón e intenté señalar que un
investigador de campo no tenía derecho a no tener «nada que decir» sobre algún asunto de
importancia. En este caso, el tema era la familia y el lugar la Australia aborigen. Insistí en que o
bien había familia o bien no, en que o bien el marido, la esposa y los hijos vivían juntos,
dormían juntos y comían juntos, o bien no lo hacían. Por último, entre la espada y la pared, mi
amigo concluyó: «Bien, no descubrí nada al respecto». No llegué a replicar: «Pero su maldita
obligación era descubrirlo todo sobre el tema»; no obstante, de forma más educada, es la
respuesta que la cuestión exige. El antropólogo debe explicitar al menos si estuvo buscando un
cierto fenómeno y no consiguió descubrirlo o bien, en otro caso, ni siquiera se ocupó de él.

El principio «nada que decir al respecto» tal vez sea la causa principal /// de que la antropología
no haya progresado como es debido en su aspecto empírico; y es obligación del investigador
de campo rendir cuidadosas y sinceras cuentas de sus fracasos e inexactitudes. Tal vez el
primer documento en que así se hizo con un espíritu verdaderamente científico fuera Andaman
Islanders, de Radcliffe-Brown. En mis Argonautas del Pacífico occidental, publicado al mismo
tiempo, esbocé brevemente los métodos que me sirvieron para obtener los datos. Pero en el
curso de mi narración no entré, con suficiente minuciosidad consciente, en el deslinde de mis
conocimientos y en la probable existencia de determinadas lagunas.

2. El método de recoger información. Mi trabajo de campo en la Melanesia constó de tres


expediciones; el tiempo que verdaderamente permanecí entre los indígenas fue de dos años y
medio (cf. el cuadro cronológico de Argonautas, páginas 33-4). Contando el tiempo que
dediqué entre las tres expediciones a seleccionar mis notas y redactarlas, a formular los
problemas y llevar a cabo el trabajo constructivo de asimilar y refundir los datos, puede decirse
que mi trabajo de campo se extendió a lo largo de más de cuatro años (principios de
septiembre de 1914 hasta finales de octubre de 1918). Deseo subrayar este hecho porque creo
firmemente que unos cuantos meses de intervalo entre dos expediciones, de un año cada una,
concede posibilidades infinitamente mayores al antropólogo que dos años seguidos en el
campo de estudio. De mi estancia en la Nueva Guinea indígena, pasé seis meses en la costa
sur y el resto en la zona de los massim septentrionales. En la última hice una corta visita a la
isla de Woodlark (Murua) y estuve dos largos períodos en las Trobriand.

Había estudiado de forma teórica la estructura de las lenguas melanesias y cuando llegué a
Port Moresby, en los primeros días de septiembre de 1914, me familiaricé con una de ellas
(motu). En mi trabajo de campo entre los mailu, empleé única y exclusivamente esta lengua.
Cuando llegué a las Trobriand en mi segunda expedición (junio de 1915), no estaba preparado
para trabajar en aquella lengua, ya que no pensaba instalarme en aquel distrito durante un
prolongado período de tiempo. No obstante, en septiembre de aquel año descubrí que podía
utilizar la lengua con facilidad en las conversaciones con mis informadores, aunque sólo mucho
más tarde pude seguir con facilidad las conversaciones que mantenían los indígenas entre
ellos. De hecho, no creo que alcanzara este estadio hasta después de realizar un estudio muy
completo del material lingüístico recogido durante el posterior intervalo (Melburne, mayo de
1916 a agosto de 1917) y haber tenido uno o dos meses de práctica en mi tercera expedición.
En aquella época no tenía dificultad para tomar notas rápidamente en trobriandés y podía

1
Este texto es uno de los apéndices al vol. I de Coral Gardens and Their Magic. En la presente edición se
han suprimido algunos pasajes que remiten al lector a otras partes de dicho libro.

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seguir una conversación general entre indígenas. La dificultad consiste en rellenar rápidamente
los vacíos de una explicación mediante los datos contextuales. ///

En otras palabras, creo que un completo conocimiento de cualquier lengua indígena depende
mucho más de la familiarización con sus formas sociales y organizaciones culturales que de la
memorización de largas listas de palabras o la comprensión de los fundamentos gramaticales y
sintácticos que -en el caso de las lenguas melanesias- son sorprendentemente simples.

Respecto a mi forma de residencia, he insistido varias veces en el hecho de que sólo es


posible realizar un trabajo de campo satisfactorio si se vive directamente entre los indígenas.
Sólo durante breves intervalos, en total no más de seis semanas, disfruté de la hospitalidad de
mi amigo Billy Hancock, de Gusaweta, y de M. y Mme. Brudo, de Sinaketa. El resto del tiempo
lo pasé directamente entre las chozas de los indígenas, donde solía levantar mi tienda.

Puesto que la horticultura es una actividad que impregna la vida indígena y penetra
perfectamente en la aldea, tanto material como espiritualmente, no tuve dificultad en observar
cada fase tantas veces como me interesó. Sin embargo, debido a cierto número de
coincidencias, presencié muchas más veces las primeras etapas de la agricultura y de los
actos relacionados can la recolección que las fases intermedias.

Mis primeras observaciones sobre las actividades agrícolas fueron fragmentarias y caóticas.
Pero incluso entonces, logré recoger laboriosamente distintos datos «sólidos y bien
documentados» y empezar a penetrar en la intimidad de la actitud de los indígenas respecto a
la agricultura. (...)” (Malinowski, 1975a:129-131)

“Volviendo ahora al método de trabajo de campo: acabo de argumentar que el primer estrato
de aproximación, o estrato de investigación consiste en la verdadera observación de los
hechos aislados y el registro completo de cada actividad concreta, ceremonia o norma de
conducta. La segunda línea de aproximación es la correlación de estas instituciones. La tercera
línea de aproximación es una síntesis de los distintos aspectos. Al observar la larga lista de
entradas de mis notas de campo, veo que, en gran medida, esta gradual profundización de mis
conocimientos en los aspectos relacionales de la agricultura fue un logro posterior al estudio
fragmentario de los detalles. Al mismo tiempo llegué a apreciar el valor general de los frutos
recolectados y de su gran importancia en la vida tribal al enfrentarme con el absoluto tumulto
caótico de los detalles observados desde el mismísimo principio. Pronto me encontré luchando
con el calendario de los indígenas, en el que mis informadores nativos me impusieron la
referencia a las actividades agrícolas. Encuentro entradas que recogen mi inspección de los
huertos, los primeros planos de las parcelas de los huertos y los cobertizos construidos en ellos
durante la cosecha; detalladas descripciones del transporte del /// taytu, de la contabilidad de
las cestas y de la exhibición y almacenamiento de los frutos. El término tokwaybagula, «buen
agricultor», fue anotado en las primeras semanas, dándome una sospecha ya del alto valor que
se concedía a la eficiencia en la horticultura. Siguen las primeras ocasiones en que presencié
el rito de la vilamalia, los estudios sobre la técnica de la siembra, las descripciones etnográficas
referentes a los ñames de simiente (yagogu) y la clasificación de los distintos tipos de ñames; y
luego la larga lista de las ceremonias mágicas presenciadas una tras otra, analizadas y
comentadas. Durante mi primera estancia en Omarakana pude conseguir, gracias a los buenos
oficios de Bagido'u, una penetración excepcionalmente completa y bien documentada en estos
aspectos del trabajo de los huertos.” (Malinowski, 1975a:133-134)

“3. Lagunas y rodeos. Pero al integrar los hechos se corren ciertos riesgos, sobre todo /// el de
integrarlos prematuramente. Y esto me lleva al tema fundamental de este apéndice: la
explicación de los errores que he cometido, de las trampas y callejones sin salida a que me he
visto llevado. Descubrí algunos antes de dejar el campo de observación, pero sólo en uno o
dos casos me fue posible remediarlos parcialmente. Algunos han surgido del tratamiento
comparativo y de la redacción completa de mis materiales. Otras lagunas sólo puedo intuirlas,
pero sin lograr localizarlas de forma concreta.” (Malinowski, 1975a:134-135)

“Sólo mucho después de iniciada mi tercera expedición, es decir, durante mi primera visita a
Vakuta, a principios de marzo de 1918, yendo de camino hacia Dobu, descubrí la existencia de
la magia del crecimiento. M'Bwasisi, el mago de los huertos de la aldea, a quien no había

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inducido a creer, como sucedió con Bagido'u, que lo que yo deseaba eran ritos inaugurales, me
dio el juego completo de sus /// ceremonias y me explicó la teoría de la magia del crecimiento.
De regreso en Omarakana, en junio de 1918, al interrogar a Bagido'u, éste me confió de
inmediato que su magia contenía conjuros del crecimiento y, en dos días, conseguí las
fórmulas completas y sus traducciones libres. A esas alturas, el trabajo ya no requería los
meses de dolorosas pruebas y búsquedas necesarios al principio de mi educación mágica. No
obstante, tal como fueron las cosas, no pude presenciar demasiadas ceremonias de este tipo
e, indiscutiblemente, mi información sobre la magia del crecimiento hubiera sido mejor de no
haberme hallado bajo el influjo de la idea de que cualquier magia posee una función inaugural.

Este es un buen ejemplo de cuán indispensable es comprobar el material conseguido de un


informador y compararlo con el material procedente de otros informadores y localidades.
También, de cuán indispensable es mantener la fluidez de las ideas. La organización de los
datos a lo largo de todo el trabajo de campo es indispensable; pero una organización rígida y
prematura fácilmente puede resultar fatal.” (Malinowski, 1975a:135-136)

Como el etnógrafo debe tener los ojos abiertos a cualquier indicación significativa de la
posterior evolución o estratificación histórica, el cultivo del taro debería haber sido estudiado
tan detallada y seriamente como el cultivo del taytu. Pero sólo después de mi regreso advertí
que la comparación de los dos tipos de cultivos y la discusión detallada de ellos con algunos de
mis amigos expertos, incluso con el propio Bagido'u, podría haber arrojado una valiosa luz
sobre los problemas históricos o de evolución. Por tanto, quiero asentar claramente que mis
materiales presentan una grave inadecuación. Tal vez posteriores investigaciones no revelarían
gran cosa más. Por otra parte, también es posible que unos pocos meses sobre el terreno, y un
minucioso estudio del ritual tapopu y del trabajo, así como del kaymugwa y el kaymata,
abrieran inesperadas perspectivas. Todavía espero que un magistrado residente en las
Trobriand extraordinariamente inteligente, o bien un misionero preparado, o incluso de campo
pueda cubrir mi negligencia.” (Malinowski, 1975a:136)

“Debe señalarse un borrón capital de mi trabajo de campo; me refiero a las fotografías. Tal vez,
si se comparan mis libros con otras descripciones de trabajos de campo, se comprenda lo mal
documentados que los míos están en el aspecto fotográfico. Mayor razón, para insistir en ello.
Me dediqué a la fotografía como una ocupación secundaria y un sistema poco importante de
recoger datos. Esto fue un serio error. Al redactar mi material sobre los huertos encontré que el
control de mis notas de campo en base a las fotografías me obligó a reformular mis
explicaciones sobre innumerables puntos. Al hacerlo, también he descubierto que en la
agricultura, incluso más que en los anteriores volúmenes descriptivos, he cometido uno o dos
pecados mortales contra el método de trabajo de campo. En concreto, me dejé llevar por el
principio lo que podríamos llamar el pintoresquismo y la accesibilidad. Siempre que iba a pasar
algo importante, llevaba conmigo la cámara. Si el cuadro me parecía bonito y encajaba bien, lo
retrataba. De esta forma, determinadas fases de la recolección, por ejemplo, la exhibición del
taytu en la aldea y en los huertos, las ceremonias de la kamkokola con su atractivo entramado
de estructuras mágicas, están bien representadas. Pero la primera ceremonia de los huertos
sólo la presencié una vez y, además, en mal tiempo y con muy poca luz; además, por alguna
razón, no llevaba la cámara encima. También vi un rito de la vilamalia mientras llovía y otro al
atardecer. Así, en vez de redactar una lista de ceremonias que a cualquier precio debían estar
documentadas con fotografías y, luego, asegurarme de tomar cada una de estas fotografías,
puse la fotografía al mismo nivel que la recolección de curiosidades, casi como un pasatiempo
accesorio del trabajo de campo. Y dado que la fotografía no suponía ninguna distracción para
mí, porque no tengo aptitudes naturales ni inclinaciones hacia este tipo de cosas, lo único que
ocurría es que muchas veces perdí incluso buenas oportunidades.” (Malinowski, 1975a:138-
139)

“Una fuente general de inexactitudes en todos mis materiales, sean fotográficos, lingüísticos o
descriptivos, consiste en el hecho de que, como cualquier etnógrafo, me sentía atraído por lo
dramático, excepcional y sensacional. He señalado cuán terriblemente viciado está mi material
lingüístico por el hecho de que omití recoger los tipos más importantes de habla, los que se
incorporan en las actividades cotidianas. En la fotografía, el no haber retratado grupos de
hombres sentados delante de una choza, porque se asemejaban a los grupos de hombres que
todos los días se sentaban delante de una choza, es un ejemplo de este tipo de omisión.

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También pequé mortalmente contra el método funcional, cuyo punto fundamental es que la
forma tiene menor importancia que la función. Doce personas sentadas alrededor de una
estera delante de una choza, porque se han reunido allí de forma accidental y están contando
chismes, tienen la misma «forma» que las mismas doce personas reunidas para algún
importante asunto de los huertos. Como fenómenos culturales, los dos grupos son tan
profundamente distintos como una canoa de guerra y una cuchara de sagú. También he
omitido en mi estudio de la vida en las Trobriand gran parte de lo cotidiano, poco llamativo,
monótono y poco usual. El único consuelo que me queda es pensar que, en primer lugar, el
trabajo de campo funcionalista, a fin de cuentas iniciado en gran medida en las Trobriand, ha
comenzado a modificarse en este sentido; y en segundo lugar, que mis errores pueden servir
de ejemplo a otros.”(Malinowski, 1975a:139)

5.1.3 Evans-Pritchard y los nuer

“Cuando el gobierno del Sudán Angloegipcio me pidió que hiciera un estudio de los nuer,
acepté después de algunas vacilaciones y dudas. Estaba deseoso de completar mi estudio de
los azande antes de lanzarme a una nueva tarea. También sabía que, un estudio de los nuer
sería extraordinariamente difícil. Tanto su región como su carácter son de difícil acceso y lo
poco que había visto de ellos anteriormente me convenció de que no conseguiría establecer
relaciones amistosas con ellos.

Siempre he considerado, y sigo considerando, que un estudio sociológico adecuado de los


nuer era imposible en las circunstancias en que realicé la mayor parte de mi labor. El lector es
quien debe juzgar lo que he conseguido. Me gustaría pedirle que no lo juzgara demasiado
severamente, pues, si bien mi descripción es a veces pobre e irregular, insisto en que llevé a
cabo la investigación en circunstancias adversas, en que la organización social /// de los nuer
es simple y su cultura mínima, y que lo que describo está basado casi enteramente en la
observación directa y no está aumentado con copiosas notas tomadas a partir de informadores
regulares, pues, verdaderamente, no dispuse de ninguno. A diferencia de la mayoría de mis
lectores, yo conozco a los nuer, y puedo decir que, si bien este libro revela muchas
insuficiencias, me asombra el simple hecho de que haya llegado a publicarse. Un hombre ha
de juzgar sus trabajos en función de los obstáculos que haya tenido que superar y de las
penurias que haya sufrido; en relación con esos criterios, no estoy avergonzado de los
resultados.

Puede que interese a los lectores que dé una corta descripción de las condiciones en que
realicé mis estudios, pues así podrán distinguir mejor las afirmaciones que pueden estar
basadas en una observación correcta de las que pueden estar menos fundamentadas.

Llegué a Nuerlandia a comienzos de 1930. Un tiempo borrascoso impidió que mi equipaje


llegara hasta Marsella, y, a causa de errores de los que no fui responsable, mis vituallas no
fueron expedidas desde Malakal y mis servidores zande no recibieron instrucciones de reunirse
conmigo. Continué hasta Nuerlandia (la región leek) con mi tienda, algunos pertrechos y
algunas vituallas compradas en Malakal, y dos criados, un atwot y un bellanda, escogidos
apresuradamente en el lugar.

Cuando desembarqué en Yoahnyang9; en el Bhar el Ghazal, los misioneros católicos de allí


estuvieron muy atentos conmigo. Esperé durante muchos días a la orilla del río a los
porteadores que me habían prometido. El décimo día sólo cuatro de ellos llegaron y, si no
hubiera sido por la ayuda de un mercader árabe que reclutó a algunas mujeres del lugar,
podría haberme retrasado por tiempo indefinido.

La mañana siguiente, emprendí camino hacia la aldea vecina de Pakur, donde mis porteadores
dejaron caer tienda y vituallas en el centro de una llanura sin árboles, cerca de algunas casas y
se negaron a llevarlos hasta la sombra, aproximadamente media milIa más adelante. Dediqué
el día siguiente a instalar mi tienda e intentar convencer a los nuer, a través de mi criado atwot,

9
Aprovecho esta temprana oportunidad para informar a los lectores de que no he trascrito los nombres
nuer ni otras palabras con uniformidad fonética. Así, pues, no pongo objeciones a que otros los
transcriban de otra forma. Generalmente, he dado la forma de nominativo, pero algún genitivo se ha
escapado del texto, en los gráficos y los mapas.

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que hablaba nuer y algo de árabe, para que trasladaran mi residencia a un lugar cercano a la
sombra y al agua, cosa que se negaron a hacer. Afortunadamente, un joven, Nhial, que ha sido
desde entonces mi compañero constante en Nuerlandia, me tomó afecto /// y, después de doce
días, convenció a sus compatriotas para que trasladaran mi equipaje hasta el extremo del
bosque donde vivían.

Para entonces, mis criados, que, como la mayoría de los nativos del sur del Sudán, sentían
terror de los nuer, habían llegado a estar tan atemorizados, que, después de varias noches sin
pegar ojo por el miedo, huyeron hacia el río para esperar el próximo vapor con dirección a
Malakal, y me quedé solo con Nhial. Durante aquel tiempo, los nuer del lugar se negaron a
echarme una mano para nada y sólo me visitaban para pedirme tabaco, y expresaban
desagrado, cuando se lo negaba. Cuando cazaba animales para alimentar a mis criados
zande, que por fin habían llegado, y a mí mismo, los cogían y se los comían en los matorrales,
y respondían a mis protestas recordándome que, puesto que había matado dichos animales en
su tierra, tenían derecho a ellos.

Mi principal dificultad en aquella etapa era la imposibilidad de conversar por extenso con los
nuer. No tenía intérprete. Ninguno de los nuer hablaba árabe. No existía una gramática
adecuada de su lengua ni, aparte de tres cortos vocabularios nuer-inglés, diccionario tampoco.
Por consiguiente, dediqué toda mi primera expedición y parte de la segunda a dominar
suficientemente la lengua para hacer investigaciones en ella, y sólo quienes hayan intentado
aprender una lengua muy difícil sin ayuda de un intérprete ni de un asesoramiento literario
adecuado apreciarán plenamente la magnitud de mi tarea.” (Evans-Pritchard, 1977: 21-28)

“Mi estancia en Muot dit fue feliz y productiva. Entablé amistad con muchos jóvenes nuer, que
trataron de enseñarme su lengua y mostrarme que, aunque fuese un extraño, no me
consideraban molesto. Cada día pasaba horas pescando con aquellos muchachos en los lagos
y conversando con ellos en mi tienda. Empecé a sentir que iba recuperando la confianza, y me
habría quedado en Muot dit, si la situación política hubiera sido más favorable. Fuerzas del
gobierno rodearon nuestro campamento una mañana al amanecer, hicieron registros en busca
de dos profetas ///que habían sido dirigentes en una rebelión reciente, y amenazaron con coger
más, si no les entregaban a los profetas. Me sentí en una posición equívoca, pues aquellos
incidentes podrían repetirse, y poco después regresé a mi casa de Zandelandia, después de
haber realizado sólo tres meses y medio de trabajo entre los nuer.

En cualquier época habría sido difícil hacer investigaciones entre los nuer, y en el período de
mi visita se mostraban extraordinariamente hostiles, pues la reciente derrota que les habían
infligido las fuerzas gubernamentales y las medidas adoptadas para garantizar su sometimiento
definitivo les habían provocado profundo resentimiento. Muchas veces los nuer me han hecho
estas observaciones: «Vosotros nos habéis invadido; y, sin embargo, decís que no podemos
invadir a los dinka»; «vosotros nos vencistéis con vuestras armas de fuego y nosotros sólo
teníamos lanzas. Si hubiéramos tenido armas de fuego, os habríamos expulsado»; y así
sucesivamente. Cuando entraba en un campamento de ganado, era no sólo un extraño, sino
también un enemigo; y raras veces intentaban ocultar su desagrado ante mi presencia, pues se
negaban a responder a mis saludos e incluso se volvían, cuando me dirigia a ellos. (Evans-
Pritchard, 1977: 23-24)

“En 1936, después de hacer un estudio de los luo nilóticos de Kenia, pasé siete semanas más,
las últimas, en Nuerlandia, visitando la parte de ésta que queda al oeste del Nilo,
especialmente la sección karlual de la tribu leek. Así, que, en total, viví entre los nuer un año
aproximadamente. No considero que un año sea el tiempo adecuado para hacer un estudio
sociológico de un pueblo, especialmente de un pueblo difícil en circunstancias adversas, pero
enfermedades graves tanto en la expedición de 1935 como en la de 1936 pusieron fin a las
investigaciones prematuramente.

Además de la incomodidad física en todo momento, de la desconfianza y obstinada resistencia


que encontré en las primeras etapas de la investigación, de la falta de un intérprete, de la
carencia de una gramática y un diccionario adecuados y de la imposibilidad de conseguir
informadores habituales, surgió otra dificultad a medida que avanzaba la investigación. A
medida que fui entablando relaciones más amistosas con los nuer y sintiéndome más

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familiarizado con su lengua, empezaron a visitarme desde la /// mañana temprano hasta
avanzada la noche, y apenas pasaba un momento del día sin la presencia de hombres,
mujeres y muchachos en mi tienda. Tan pronto como empezaba a hablar de una costumbre
con un hombre, otro interrumpía la conversación para tratar algún asunto suyo particular o con
un intercambio de bromas y chistes. Los hombres venían a la hora de ordeñar y se quedaban
hasta mediodía. Después las muchachas, que habían acabado en aquel momento de ordeñar,
llegaban y pedían atención insistentemente. Las mujeres casadas eran visitantes menos
frecuentes, pero los muchachos solían estar bajo el toldo de mi tienda, si no había personas
mayores para expulsarlos. Aquellas visitas inacabables ocasionaban charlas e interrupciones
constantes y, aunque ofrecían la oportunidad de mejorar mi conocimiento de la lengua nuer,
provocaban gran tensión. Ahora bien, si uno decide vivir en un campamento nuer, ha de
someterse a la costumbre nuer: y son visitantes persistentes e incansables. La principal
privación era la publicidad a que estaban expuestas todas mis acciones, y pasó mucho tiempo
antes de que me acostumbrara -aunque nunca llegó a serme totalmente indiferente aquello- a
realizar las operaciones más íntimas ante un público o a la vista del campamento.

Como mi tienda estaba siempre en medio de casas o paravientos y tenía que realizar mis
investigaciones en público, raras veces podía mantener conversaciones confidenciales y nunca
conseguí adiestrar a informadores capaces de dictar textos y de dar descripciones y
comentarios detallados. Aquella imposibilidad se vio compensada con la intimidad que me vi
obligado a establecer con los nuer. Como no podía usar el método más fácil y más corto de
trabajar con informadores regulares, tuve que recurrir a la observación directa de la vida
cotidiana de la gente y participar en ella. Desde la puerta de mi tienda podía ver lo que estaba
ocurriendo en el campamento o en la aldea y pasaba cada momento en compañía de los nuer.
De modo, que recogía la información en fragmentos, pues utilizaba a cada nuer que
encontraba como fuente de información, y no, por decirlo así, en largos relatos proporcionados
por informadores seleccionados y entrenados. Por haber tenido que vivir en contacto tan
estrecho con los nuer, llegué a conocerlos más íntimamente que a los azande, sobre los cuales
puedo escribir una descripción más detallada. Los azande no me habrían permitido vivir como
uno de ellos; los nuer no me habrían permitido que viviera de forma diferente. Entre los azande
me vi obligado a vivir fuera de la comunidad; entre los nuer me vi obligado a ser un miembro de
ella. Los azande me trataron como a un superior; los nuer, como a un igual. ///

No tengo demasiadas pretensiones. Creo que he entendido los valores principales de los nuer
y que puedo presentar una descripción exacta de su estructura social, pero considero este
volumen -y así lo he denominado- como una contribución a la etnología de una zona particular
más que como un estudio sociológico detallado. Y me sentiré satisfecho, si como tal se lo
acepta. Existen muchas cosas que no vi ni investigué; por tanto, quedan muchas oportunidades
para que otros hagan investigaciones en el mismo campo y entre pueblos vecinos. Espero que
así sea y que un día podamos disponer de una documentación bastante completa sobre los
sistemas sociales nilóticos.” (Evans-Pritchard, 1977: 26-28)

5.1.4 Etnografía “en la calle” en un “barrio duro”

“We love listening to you talk. It makes us laugh. You sound just like a television advertisement.
giggling eight-year-old

“My research on the streets of Spanish Harlem almost came to a disastrous end just after the
halfway point when I inadvertently “disrespected” Ray, the man who owned the crackhouses
where I spent much of my time between 1985 and 1990. It was just after midnight, and Ray was
visiting his most profitable sales points to make sure the manager of the late-night shift had
opened punctually. Business was booming and the heavyset, thirty-two-year-old Puerto Rican
crack entrepreneur was surrounded by his coterie of employees, friends, and wanna-be
acquaintances - all eager for his attention. We were on the corner of 110th Street by the
entrance to the Lexington Avenue subway station right in front the abandoned four-story
tenement building occupied by Ray's dealers. He had camouflaged the ground floor as an after-
hours bootleg social club and pool hall. Ray and many of his employees had grown up in this
very tenement before its Italian owner burned it down to collect its insurance value. Their corner
has long been nicknamed “La Farmacia” because of the unique diversity of psychoactive

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substances available: from standard products like heroin, Valium, powder cocaine, and crack to
more recherché, offbeat items like mescaline and angel dust.1

Learning Street Smarts. In retrospect I wince at my lack of street smarts for accidentally
humiliating the man who was crucial not only to my continued access to the crack /// scene, but
also to my physical security. Perhaps, despite my two and a half years of crackhouse
experience at that point, I was justified in being temporarily seduced by the night's friendly aura.
Ray was learning on the front bumper of his gold Mercedes smiling and chatting - happy with
life. His followers and employees were also happy because Ray had just treated us all to a
round of beers and had promised to order some lobster takeout from the lone surviving hole-in-
the-wall Chinese restaurant down the block. We all loved it when Ray was in one of his good
moods; it made the man capable of unpredictable largesse, which contrasted dramatically with
his usual churlishness. The night was young, and comfortably warm. The emaciated junkies,
crackheads, and intravenous coke freaks who gather on La Farmacia's corner twenty-four hours
a day, seven days a week, had retreated respectfully across the street, occasionally eyeing our
closely knit group enviously. We controlled the space.

Perhaps it was also only normal for me to want to bask in my increasingly close and privileged
relationship with the “main man.” Earlier that week Ray had confided to me the intimate details
of his stickup artist past. According to his account, he had specialized in holding up drug spots
until he was ambushed by a hidden lookout while fleeing with $14,000 from a high-volume
heroin outlet. It ended with a rooftop shoot-out and a four-and-a-half-year prison sentence for
him. His sister posted bail following his arrest by recovering the $14,000 wad of bills that he had
managed to stuff into a half-empty can of roofing tar just before his arrest.

Perhaps my guard was also down because Ray had just made a point, in front of everyone, of
buying me a bottle of Heineken's instead of the fifteen-cents-cheaper can of Budweiser that
everyone else had received. He had said loudly and clearly for everyone to hear, “Felipe, you
drink Heineken's don't tcha'?” I felt even more privileged when I saw that he had purchased a
Heineken for himself as well, as if to distinguish us from the run-of-the-mill street drinkers by our
distinctively green imported bottles.

Surrounded by all this good feeling and security, I thought it might be a good moment to share
my minor media coup from earlier that day: a photograph of me on page 4 of the New York Post
standing next to Phil Donahue following a prime-time television debate on violent crime in East
Harlem2. I hoped this would impress Ray and his entourage, raising my credibility as a “real
professor,” capable of accessing the mainstream /// world of white-dominated daytime
television. I was eager to legitimize my presence because there were still a few people in Ray's
network who suspected that I was an imposter - nothing more than a fast-talking closet drug
addict, or a pervert - pretending to be a “stuck-up professor.” Worse yet, my white skin and
outsider class background kept some people convinced to the very end of my residence in the
neighborhood that I was really a narcotics agent on a long-term undercover assignment.

I noticed Ray stiffen uncharacteristically as I proudly pushed the newspaper into his hands - but
it was too late to stop. I had already called out loudly for everyone to hear “Yo! Big Ray! Check
out this picture of me in the papers!” A half-dozen of the voices surrounding the large man were
already urging him to read the caption on the photo. There was an eager silence as he fumbled
awkwardly with the newspaper, not quite knowing how to hold the pages open without having
them flap loudly in the gentle breeze. I tried to help by pointing directly to the lines where the
caption began. Flustered, he feigned indifference and tried to throw the newspaper into the
gutter, but the voices of his admirers were calling out aggressively now for him to read the blurb

1
The corner of 110th Street and Lexington is featured periodically in the national and local press as “A
Devil‟s Playground” or as “the worst and druggiest corner” in the city. In 1990 alone, it boasted photo
spreads in National Geographic (Van Dyk, May 1990), The American Lawyer (Frankel and Freeland,
March 1990, and the New York Daily News (October 19, 1990: 1). When I looked up the legal real estate
records for Ray‟s Social Club, I found that the City of New York had seized it from its original Italian owner
for tax default and donated it to Operation Open City, a nonprofit affordable housing coalition. Budget cuts
prevented the nonprofit organization from developing the site. Instead, Ray continued paying rent for the
space to the elderly Italian landlord who no longer legally owned the property.
2
May 4, 1989: 4.

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under my picture. “Come on Ray! What's the matter? What's it say? Read it! Read it”' Unable to
save face, he desperately angled the paper to get a fuller beam from the streetlight above us,
and screwed his face into an expression of intense concentration. I suddenly realized what the
problem was: Ray did not know how to read.

Unfortunately, he tried. He painfully stumbled through the entire caption - ironically entitled “The
Calm After the Storm” - his face contorted into an expression akin to that of a dyslexic second-
grader who has been singled out for ridicule by his teacher. The eager silence of his followers
was broken by embarrassed, muffled giggles. Ray's long-buried and overcompensated
childhood wound of institutional failure had burst open. He looked up; regained his deadpan
street scowl, threw down the paper, and screamed, “Fuck you Felipe! I don't care about this shit!
Get out of here! All of you's!” He then somewhat clumsily pushed his oversized body into his
Mercedes, revved the motor, and screeched his tires as he sped away from the corner
impervious to the red light, or to the Auschwitz-like survivors on La Farmacia's far curb who
dodged his flying wheels and continued to hawk Valium, adulterated heroin, cocaine, and
animal tranquilizers.3

Primo, my closest friend on the streets - the central character of this /// book and the manager of
Ray's other crackhouse, known as the “Game Room,” located in a bogus video arcade two
doors down from the ratinfested tenement where I lived with my wife and infant child - turned to
me with a worried expression, “Yo, Felipe! You dissed the fat nigga'.” Someone else picked the
crumpled newspaper out of the gutter and started to read the offending article and to comment
on the quality of the photograph. Most of the other hangers-on simply lost interest, disappointed
that there would be no more freebees from the head drug dealer that night. They straggled back
inside the crackhouse to listen to rap music, play pool, and watch anxious addicts pour through
the doors clutching handfuls of dollar bills.” (Bourgeois, 1996: 19-23)

The Parameters of Violence, Power, and Generosity. Ray recovered his dignity by redefining his
anger as a legitimate concern over the potential breach of security that my exposure in the
press represented. The next time I ran into him as he was delivering a fresh shipment of crack
vials and picking up the midshift's sales at the Game Room next to my house, he pulled me
aside gruffly, speaking in a loud voice for all to hear:

Felipe, let me tell you something, people who get people busted - even if it's by mistake
- sometimes get found in the garbage with their heart ripped out and their bodies
chopped up into little pieces... or else maybe they just get their fingers stuck in electrical
sockets. You understand what I'm saying?

He then hurried out to his double-parked Lincoln Continental with black-tinted windows,
stumbling clumsily over a curled linoleum fragment in the Game Room entrance. To my dismay,
his teenage girlfriend, who was waiting impatiently chewing gum in her powerful lover's car,
chose this moment to look up from her scowl and eyeball me intensely. Terrified lest Ray think
that on top of everything else I was flirting with his new girlfriend, I stared at the ground and
lamely hung my head.

Primo was worried. He had known Ray all his life. As a child, Ray, who is ten years older than
Primo, had been the leader of two loosely knit youth gangs that Primo and most of Ray's other
employers had been involved with in their early teens: the TCC (The Cheeba {marijuana}
Crew)4 and la Mafia Boba (the Sly Mafia)5. He had taught Primo how to steal car radios and
3
Ironically, the only real survivors of the holocaust on La Farmacia‟s corner are the two Palestinian
refugee families that own the bodegas catty-corner to Ray‟s social club-crack-house. These Middle
Eastern exiles have even expanded into local real estate, buying the few still standing tenements along the
avenue. They do a brisk business in beer, candy, and drug paraphernalia- including glass crack-pipe
stems, and plastic crack and cocaine vials.
4
“Cheeba” is a New York term for marijuana.
5
La Mafia Boba is difficult to translate. Literally, boba or bobo means “slow-witted,” but Primo‟s gang used
them ironically to convey their ability to prey on people unawares:
Like they think we‟re bobos but we‟re guapos [agressives, streetwise]. We know what we‟re doing. Ray
used to start shouting “La Mafia boba a botellazo [to the bottles]!” And we start grabbing bottles and
throwing them at whoever –like if we used to see a faggot, or a punk, or whatever –someone we just didn‟t
like.

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burglarize downtown businesses. I tried to laugh off Ray's warning and recover some of my
flustered dignity by cracking one of the misogynist jokes they frequently used to dismiss their
boss's nasty mood swings: “The fat yak is on the rag. He'll get over it. Chill out man.” But Primo
shook his head somewhat apologetically; he pulled me out of the Game Room onto the curb to
tell me in a hushed voice, that I should make myself scarce around the Game Room for the next
few weeks. 'You don't understand Felipe, that nigga' is crazy. He's respected on the streets.
People know about him. He was wild when he was a kid. He's got juice.” When I interrupted
Primo somewhat confrontationally in a loud voice with “You mean you're scared of Ray'“ Primo
responded with what at that stage in our friendship was still a rare admission of vulnerability,

Hell yeah! I know that nigga' since I was little. He was weird man. Used to think
he would rape me or something. Because he's a big nigga', and I'm a little guy
back then. I'm only fifteen, boy. And he used to talk crazy shit like, “One of
these days I'm gonna get that ass.” And I used to wonder if that was true. I
never used to dare to be alone with him.

To press his point Primo camouflaged his memories of childhood terror by proceeding casually
with an account of how Ray and his best childhood friend, Luis, once raped an old male
transient in the empty lot next to the Game Room. I had turned my tape recorder off,
unconsciously enforcing the taboo on public discussions of rape. Caesar, however, Primo's best
friend who was working as lookout at the Game Room, joined us outside and insisted I
document the tale. He mistook my expression of shock to be a sign of fear that someone
passing by on the street might be suspicious or angry at seeing a “white boy” holding out a tape
recorder to two Puerto Rican men.” (…) (Bourgeois, 1996: 19-24)

5.1.5 El consumo de cocaína en Barcelona

“La utilización articulada de las técnicas cualitativas ha sido especialmente desarrollada por la
antropología y constituye el denominado trabajo de campo etnográfico. Simplificadamente, el
trabajo de campo consiste en la presencia continuada, durante un periodo prolongado, de los
investigadores en contacto directo con la realidad estudiada. Durante su desarrollo el
investigador ha de recoger rigurosamente la visión que de sí mismos tienen los actores
sociales y contrastarla desde su posición como observador externo. Idealmente, se ha de llegar
a comprender la realidad utilizando las categorías, definiciones y valores de los actores
sociales.

La etnografía urbana es una práctica que resulta indispensable si se quiere acceder a un


conocimiento directo de la realidad, contrastado y matizado. Esta práctica suele realizarse en
unidades micro-sociales y, desde un punto de vista teórico-metodológico, la búsqueda
etnográfica debe ser considerada como el estudio de un nivel local (micro-social) que se
articula de maneras diversas con otros niveles más generales que pueden denominarse
„marcos de integración sociocultural‟.

Entre estos marcos socioculturales cabe destacar aquellos que partiendo de tradiciones
familiares o de grupos primarios de relación se entrecruzan con los que son propios de
determinadas tradiciones profesionales; las elaboraciones culturales con pretensiones de
universalidad: gran parte de las referidas a la salud, a los usos de determinados productos, a
tipos de acción institucional, etc. Estas elaboraciones se difunden de manera prioritaria a través
de las instituciones escolares, laborales, sanitarias o de los medios de comunicación social,
entre otros. Tener en cuenta variables básicas como el „medio social‟ o la „época histórica‟ en la
que viven los actores sociales significa integrar en el análisis, aunque no siempre de manera
explícita, todos los marcos de integración sociocultural en los cuales vive inmerso el individuo y
que, a su vez, contribuye a configurar.

Así, el contexto sociopolítico y económico de los países, teniendo en cuenta el equilibrio de


fuerzas internacionales; el modelo dominante de percepción de las drogas, acompañado o no
de contra-modelos específicos de tipo subcultural; el grado de desarrollo de la intervención
social en este campo, o de los mismos estereotipos que la han ido configurando, son ejemplos
de una serie de marcos macro-sociales que al lado de otros de tipo medio, como la incidencia
del paro en el ambiente social en el que se mueve el sujeto o de los modelos dominantes y los
posibles contra-modelos sobre las drogas, la existencia o no de instituciones relacionadas con

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las drogas, etc., deben tenerse en cuenta en el planteamiento de la cuestión, aunque muchas
veces solamente se consideren implícitamente, ya que condicionan la realidad micro-social. En
definitiva, esta realidad micro-social es la síntesis dinámica, actualizada y reelaborada de
manera permanente por parte de los individuos y pequeños grupos que constituyen el
denominado nivel local (o micro-social) de la realidad.” (Díaz, Barruti, Doncel, 1992:54-55).

“Al respecto, interesa resaltar aquí dos aspectos importantes:

1/ Las experiencias de la vida cotidiana, a partir de las condiciones materiales de la existencia


y del conjunto de las relaciones sociales, tamizadas, sin embargo, por una serie de valores,
normas, ritos, expectativas, percepciones -en gran parte heredadas del contexto cultural en el
que viven los actores sociales-, son las que van orientando la participación de los actores en
una determinada construcción social de la realidad “(Berger, Luckman, 1984).

2/ “La relación entre los individuos y las drogas ha de ser considerada de forma compleja y
dinámica. Esta relación no es un acto aislado sino que forma parte de un itinerario, de una
„carrera‟ (Becker, 1971: 24-45; Goffman, 1980:45-50; 1984:133), compuesto por una serie de
actos diferentes y de relaciones estructurales que se modifican, y se redefinen, al tiempo que
se desarrolla esta relación “(Comas, 1985:32-33).

“Los datos empíricos constituyen la base que permite construir determinadas variables. No
obstante, es más importante estudiar la lógica de articulación de las diferentes variables que
configuran el conjunto de un fenómeno, aunque muchas de éstas no se hayan construido a
partir de datos empíricos directamente observables sobre el terreno sino que formen parte de
los niveles o marcos más generales ya citados.

El etnógrafo en ámbito urbano se encuentra con unas limitaciones referidas a la propia


„inabarcabilidad‟ de las unidades de estudio que ha escogido. Mientras que en otros medios el
etnógrafo se puede insertar en lo que será su unidad de observación de manera que puede
tener una visión de conjunto de ésta (o, por lo menos, parece que se podrá acercar bastante),
esto en el contexto urbano es imposible. El investigador siempre accede a realidades parciales
-tanto desde el punto de vista del espacio como del tiempo- y, por tanto, la fragmentariedad es
una de las características fundamentales de este tipo de etnografía. Esta fragmentariedad
puede paliarse con la combinación de diferentes técnicas: „triangulación‟, tanto en el proceso
de recogida de información como en la fase de análisis “(Denzin, 1970:300-313).

“Otra característica que debe tenerse en cuenta es la complejidad de las realidades urbanas.
De hecho, desde un punto de vista holístico, la realidad puede considerarse como una especie
de tejido multi-estratificado, atravesado por las diversas interrelaciones e interdependencias de
los vectores físicos, biológicos, psicológicos, sociales y culturales que la componen,
intrínsecamente dinámica, plástica y flexible y, por tanto, siempre en constante transformación.
Además, cuando se habla de complejidad refiriéndose a las sociedades urbanas y, en general,
al conjunto de las sociedades contemporáneas, se destaca el elevado grado de esta
complejidad y, aún más, un elemento que tiene una especial incidencia: la consciencia que se
tiene de ella.”

“A las consideraciones desarrolladas hasta aquí, sobre las posibilidades y limitaciones de la


etnografía urbana en general, deben añadirse los problemas específicos que se plantean en el
estudio de un tema mediatizado por el secreto, como es el de las drogas. Se trata, en efecto,
de un tema privilegiado a nivel simbólico, aunque sea a través de un complejo cultural que ha
creado unos fuertes mitos negativos y estigmatizadores de gran parte de los aspectos que lo
componen.

En diversos países se han realizado estudios etnográficos, y de otro tipo, centrados en una
droga concreta, cuando de lo que se trataba era de estudiar el campo de las drogas ilegales
(esta afirmación debe ser interpretada con cautela para evitar generalizaciones abusivas). Esto
no es extraño ya que dicha droga concreta (por ejemplo, heroína, clorhidrato de cocaína, crack,
etc.), que puede variar según el contexto sociocultural o el momento histórico, constituye el
elemento simbólico alrededor del cual pueden cristalizar un conjunto de procesos en los cuales
están implicados tanto determinados usos de drogas como procesos de marginación social. De

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este modo, esta droga concreta se identifica con el estereotipo de “la droga” y también son
identificados y estigmatizados sus protagonistas principales: “los dependientes”.

Por tanto, sea por su funcionamiento como principal droga que genera dependencia en el
contexto contemporáneo de las drogas; por la mayor presencia de dependientes en los
servicios sociosanitarios públicos y privados; por la mayor transparencia social de los sectores
socialmente más periféricos y marginales; o por otras razones, la cuestión es que se ha podido
investigar el mundo de dicha droga a través de los diferentes tipos de usuarios y, además, por
vías diversas. A veces, de forma paradójica, la estigmatización puede facilitar el acceso a esta
población y el propio proceso de investigación.

Por una parte, la población marginalizada y/o criminalizada puede tener muy poco que perder o
puede evaluar mucho mejor los riesgos reales del mundo policial y judicial, porque los ha
sufrido muchas veces, o puede tener expectativas de ayuda, elementos que en conjunto o por
separado pueden motivarla a colaborar en un estudio etnográfico.

Por otra, y a diferencia de la anterior, la población normalizada consumidora de drogas, con


unos trabajos y unas relaciones sociales, una manera de vivir, en definitiva, que se supone han
de defender de posibles indiscreciones externas, plantea mayores problemas tanto para su
localización como para conseguir su participación. En este caso, la combinación de usuario
normalizado y droga criminalizada puede crear fuertes recelos dado que este tipo de
consumidor tiene mucho que perder si se le identifica con la figura del “dependiente”; y no sólo
porque el consumo esté penalizado. Su colaboración en este tipo de investigaciones les obliga
a descubrirse, a mostrar una de sus “dobles vidas” (constituyen un comportamiento muy
característico de la vida urbana, según Hannerz, 1986; véase Goffman, 1980:91-120).” (Díaz,
Barruti, Doncel, 1992:54-55)

5.1.6 Duros trópicos: una posición crítica

“Fraternidad y reconocimiento: el antropólogo como encargado de los registros. El estilo de la


antropología contemporánea, y no sólo de este libro, es sombrío. Su poética está dominada por
una forma compleja de pesimismo moderno enraizado en la atormentada relación de la propia
antropología con el mundo colonial y la destrucción implacable de los pueblos indígenas. Esto
ha permanecido /// así incluso cuando la antropología ha diversificado su campo de estudio
abarcando la vida de pueblos campesinos y urbanos más parecidos a «nosotros». Por su
origen como mediador en el choque de culturas y civilizaciones en el mundo colonial, el
pensamiento antropológico decimonónico estuvo guiado por una premisa metafísica que
priorizaba guardar, conservar, mantener y valorar aquello cuya desaparición era inminente.
Esta posición fundamentalmente «conservadora» observa con pesar los estragos cometidos en
nombre del «progreso», el «desarrollo» y la «modernización», eslóganes que han sido
utilizados contra todos aquellos pueblos comunitarios, tradicionales y no laicos que se han
puesto en el camino de los diferentes proyectos occidentales coloniales y poscoloniales.

En un libro que evalúa críticamente el carácter de la autoridad etnográfica, James Clifford


(1988a y b) cuestiona la nostalgia alienada de la antropología tradicional, persiguiendo mundos
perdidos en una era turbulenta, fragmentada y posmoderna. Este tema también ha sido
planteado por Renato Rosaldo (1989) en su libro Culture and Truth. Aunque coincido con ellos
en su percepción del «estilo» etnográfico como uno caracterizado por la intensa nostalgia,
saudades, de un mundo primitivo sin contaminar, un mundo que ahora está definitivamente «en
decadencia» (Lévi-Strauss, 1961), desestimar el malestar de los etnógrafos porque se origina
en una especie de alienación personal existencial y posmoderna no resuelve el problema. La
nostalgia y la sensación de pérdida también se deriva de la percepción de que el imperialismo
occidental (incluyendo la accidentada historia de nuestra propia disciplina) se ha construido con
los cuerpos y las comunidades de los pueblos estudiados por los antropólogos. Aquí radica el
dilema de la tristeza antropológica. Una sólo necesita leer las melancólicas reflexiones lévi-
straussianas sobre los problemas urbanos en medio de la belleza monumental de las selvas
del litoral brasileño para captar el germen del malestar antropológico.

Cuando Lévi-Strauss fue a Brasil en la década de los treinta, lo hizo para llevar a cabo la
«misión» por excelencia de los etnógrafos del siglo XX: estudiar a los nativos «antes de que

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desaparezcan». Para Lévi-Strauss las formas de vida de los pueblos tribales brasileños -
bororo, nambiquara, tupi-kawahib y caduveo- eran tan preciosas y tan intrincadas como los
diseños geométricos que ellos pintaban en sus caras y en sus cuerpos. En contraposición al
orden natural y la belleza del pensamiento, la estética y la vida social primitivas, Lév-Strauss
reflexionaba sobre la suciedad, el desorden y la decadencia de las ciudades modernas
brasileñas. En 1935, cuando Lévi-Strauss visitó a los indios nambiquara, quedaban menos de
dos mil de los veinte mil indios originales, y se trataba de un grupo mísero, reducido y
desfigurado por la tuberculosis, la sífilis y la desnutrición. El nomadismo ya no era su forma de
vida, y habían sido reducidos a una humillante dependencia a manos de la «civilización
occidental». No es extraño pues que para Lévi-Strauss los trópicos brasileños fueran tan
cáusticamente tristes. Pero Lévi-Strauss también idealizó los trópicos en sus escritos sobre la
elegancia y la belleza de la mitología y el «pensamiento primitivo» (véase C. Geertz, 1988).

No encuentro una belleza comparable que celebrar en otra parte de los «trópicos» brasileños,
en la zona de plantaciones de azúcar cerca del litoral /// donde comenzó la historia de Brasil.
En la zona da mata, donde impera una nociva economía de plantación nacida de un tipo de
esclavitud mantenida hasta el presente por medio de otra forma de esclavitud, los trópicos
también son «tristes». Igual que ocurre con la selva amazónica, el viejo mundo de la plantación
descrito casi tiernamente por Gilberto Freyre está en declive como reacción a los caprichos del
implacable orden económico mundial. Pero en la muerte de este mundo, ¿qué es lo que hay
que lamentar, aparte de lo que puede venir después?

¿Cuál es el valor de la etnografía en este contexto contemporáneo? Muchos jóvenes


antropólogos actuales, influidos por la producción de Michel Foucault (1975, 1980, 1982) sobre
«conocimiento/poder», han llegado a pensar que la etnografía y el trabajo de campo son una
intrusión injustificable en la vida de pueblos vulnerables y amenazados. La entrevista
antropológica ha sido comparada a la «confesión inquisitorial» medieval (Ginsberg, 1988) a
través de la cual los inquisidores extraían la «verdad» de la masa de campesinos ingenuos y
«heréticos» por naturaleza. Oímos que la observación antropológica es un acto hostil que
reduce los «sujetos» a meros «objetos» de nuestra mirada científica discriminante e
incriminante. En consecuencia, algunos antropólogos jóvenes han resuelto dejar la propia
práctica de la etnografía descriptiva y han preferido métodos de análisis de discurso más
distanciados y altamente formalizados o modelos puramente cuantitativos. Otros se interesan
por análisis a nivel macro del sistema económico mundial en el que se dejan a un lado las
vivencias y las experiencias subjetivas de la vida humana. Sin embargo, otros se enredan en
una hermenéutica obsesiva y autorreflexiva en la que el «yo», y no el «otro», se ha convertido
en el tema de la investigación antropológica.

Ya me he cansado de estas críticas posmodernas y, dado los tiempos peligrosos en los que
vivimos nosotros y nuestros «objetos», me inclino hacia un compromiso que reclama la práctica
de una etnografía «moralmente responsable». El antropólogo es un instrumento de la
traducción cultural que necesariamente es imperfecto y parcial. No podemos liberarnos del yo
cultural que llevamos con nosotros al campo, de la misma forma que no podemos dejar de
reconocer como propios los ojos, la piel y los oídos a través de los cuales asimilamos nuestras
percepciones intuitivas del medio, nuevo y extraño, en el que hemos entrado. No obstante,
como cualquier maestro artesano (y me atrevo a decir que es eso lo que somos cuando mejor
lo hacemos), nos esforzamos por hacerlo lo mejor posible con los recursos limitados que
tenemos a nuestra disposición: nuestra habilidad para escuchar y observar de manera
cuidadosa, empática y sensible.

Creo que para algunos de los sujetos de este libro la antropología no es una mirada hostil sino
más bien una oportunidad para contar una parte de sus vidas. Y aunque puedo oír entre
bastidores las voces disonantes protestando justamente de estas palabras, creo que la
escritora de etnografías todavía tiene el papel de dar voz, lo mejor que pueda, a todos aquellos
que, como la gente del Alto, han sido silenciados por la opresión política y económica y por el
analfabetismo o, como sus hijos, por el hambre y la muerte prematura. Así que a pesar de la
burla de Clifford Geertz (1988) hacia el «yo-testifical» antropológico, pienso que todavía vale la
pena intentar «decir al poder la verdad». Recuerdo /// cómo mis amigas del Alto me agarraban,
me llevaban y me empujaban, disputándose mi atención, diciendo: «No me olvides; espero mi
vez para hablar. Ya le has hecho bastante caso a ésa.» O diciendo: «Tá vendo? Tá ouvindo?»

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(¿has visto? ¿Has oído?). O cogiéndome la mano y colocándosela en el abdomen y pidiendo:


«Tócame, siente aquí. Has visto alguna vez algo tan hinchado?» O «escríbelo en tu cuaderno,
ya. No quiero que lo olvides». Ver, escuchar, tocar, registrar, pueden ser, si se practican con
cuidado y sensibilidad, actos de fraternidad y hermandad, actos de solidaridad. Por encima de
todo, es el trabajo del reconocimiento. No mirar, no tocar, no registrar, es la actitud hostil, el
acto de la indiferencia y de volver la espalda.

Si no creyera que la etnografía puede usarse como un instrumento para la reflexión crítica y
como una herramienta para la liberación humana, ¿qué clase de cinismo perverso haría que
una y otra vez volviera a perturbar las aguas de Bom Jesus da Mata? Lo que me lleva de vuelta
a esa gente son precisamente esos pequeños espacios de convergencia, reconocimiento y
empatía que efectivamente compartimos. No todo puede ser disuelto en el vapor de la
diferencia cultural absoluta y de la alteridad radical. Hay aspectos en los que mis amigas del
Alto y yo no somos tan inconmensurablemente «otras». Por ejemplo, yo, como ellas,
instintivamente hago la señal de la cruz cuando veo venir el peligro o el infortunio. Pero
también, como algunas de ellas, me siento en la parte de atrás de la iglesia y me burlo del
obispo que viene de visita desde el cercano Belém do Nordeste cuando llega
extravagantemente engalanado con sedas y encajes escarlata, llamándole papagayo, pavo real
o baiana travestida (vendedora de comida exóticamente ataviada con ropas afrobrasileñas).
Pero cuando el mismo obispo-pastor levanta al personal con sus manos perfumadas me pongo
de pie como el resto. Con la cabeza inclinada y los dedos cruzados acepto la «apuesta» de
Pascal... como el resto. En otras palabras, comparto la fe con la gente del Alto y de Bom Jesus
da Mata en toda su riqueza, complejidad, contradicción y absurdidad. Así que no temo
ponerme a hablar con mis companheiras brasileñas sobre cuestiones de fe (en su sentido más
amplio), moral y valores, cuando éstas son compartidas al menos parcialmente.

Existe otra forma de pensar el trabajo de campo. Me parece especialmente interesante una
particular imagen del etnógrafo moderno que tomo prestada del libro de John Berger A
Fortunate Man: The Story of a Country Doctor (Berger y Mohr, 1976). Berger describía a John
Sassall, médico de una zona rural boscosa aislada y empobrecida, como el «encargado de los
registros». El empleado o «guardián» de los registros es uno que escucha, observa, registra e
intenta interpretar las vidas humanas, como hacen los médicos rurales tradicionales. Del
«registrador» se espera que recuerde los eventos claves de las vidas personales y de la
historia de vida del distrito, y que «guarde los secretos», que no traicione las confidencias que
se le han confiado en privado, es decir, el «registrador» debe saber la diferencia entre lo
público y lo privado, entre la casa y la rua.

La etnógrafa, como el médico rural, conoce las historias personales de la comunidad. Ella hace
las genealogías, y debido a su presencia privilegiada en /// los nacimientos y en las muertes y
en otros acontecimientos del ciclo vital, ella puede recordar rápidamente la frágil red de
relaciones humanas que une a la gente en una colectividad. Tanto el etnógrafo como el médico
rural saben cuándo hablar y cuándo guardar silencio. Aunque la clase y la formación separan al
médico rural de sus desfavorecidos pacientes, igual que el etnógrafo, eterno extraño y amigo,
el médico algunas veces se sorprende de su conocimiento y comprensión casi intuitiva de vidas
a menudo tan diferentes a la suya propia. «Ya sé, ya sé...», ambos asienten con empatía y
reconocimiento respecto a las historias de sus «sujetos». Ésta es la imagen que propongo para
el etnógrafo-antropólogo: como John Sassall, un guardián de los registros, un historiador menor
de vidas comunes de gentes a quienes se presume que no tienen historia (Wolf, 1982). En el
contexto de Bom Jesus da Mata hay muchas vidas e incluso más muertes que registrar,
numerando los huesos de gente que para el Estado apenas cuentan nada.

La solución, pues, no consiste en abandonar la etnografía o en prescribir que únicamente


escriban etnografías los hijos y hijas nativos (quienes a menudo resultan estar igualmente
distantes de la gente que estudian en lo que se refiere a clase social, educación o experiencia
vivida); más bien, la respuesta es una etnografía abierta que permita múltiples lecturas y
conclusiones alternativas. En crítica literaria a esto se le llama la búsqueda de múltiples voces
en el texto, incluyendo las voces disidentes que amenazan desconstruir la noción de un

En referencia a la concepción de la «fe» de Pascal (1623-1662) como una «apuesta» que el ser humano
hace de creer libremente pero desde una absoluta ignorancia sobre la existencia y la voluntad de Dios.
(N. del t.)

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narrador, único y controlado, en tercera persona. Una de estas «voces disidentes» es la mía
propia cuando me muevo alternativamente entre la narración en tercera persona y la
participación en primera persona. A veces como Dona Nancí, entablando un debate con sus
amigas del Alto sobre nervos en una reunión de una comunidad de base, otras veces como la
extravagante antropóloga Scheper-Hughes, debatiendo o enfrascándose en discusiones
teóricas con sus colegas. Así como las voces múltiples y disidentes de Lordes, Antonieta, Biu,
la Negra Irene, Terezinha, Amor y otras muestran poco acuerdo y consenso sobre lo que
significa ser bem brasileiro, «realmente brasileño», en Bom Jesus, la narradora no está
siempre de acuerdo con ellas o consigo misma a lo largo de un trabajo que ha intentado
conservar abiertamente visibles los cortes y suturas del proceso de investigación y no caer en
la urgencia de limar las protuberancias con un torno. Esta etnografía, espero que correcta, se
presenta de forma tan ruda como fue vivida, con las pequeñas fracturas incluidas.

Como todas las etnografías modernas, ésta puede leerse en varios planos, a veces
«mutuamente interferentes» (Clifford, 1988b: 117): como un libro de viaje y descubrimiento,
como una reflexión moral sobre una sociedad humana forzada a los márgenes, como un texto
político (o como una representación cristiana de la pasión) que condena el orden económico
cuya misma base reproduce la enfermedad y la muerte. Finalmente puede leerse como un
relato exploratorio, la búsqueda de un grial comunal, de una mesa redonda, prefigurada aquí
como un gran banquete bakhtiniano donde todo el mundo encuentra un lugar en la mesa y
toma parte en el festín.” (Scheper-Hughes, 1997)

5.1.7 Aquí lo duro es la participación: “Busy Louie”, “The Black Frenchman”

“En agosto de 1988, por una serie de circunstancias*, me inscribí en un club de boxeo de un
barrio del gueto negro de Chicago. Nunca había practicado ese deporte, ni siquiera se me
había pasado por la imaginación hacerlo. Aparte de las ideas superficiales y los estereotipos
que uno puede formarse a través de los medios de comunicación, el cine o la literatura1, nunca
había tenido contacto con el mundo pugilístico. Era, pues, un perfecto novato.

Durante tres años me entrené junto a boxeadores del barrio, aficionados y profesionales, entre
tres y seis veces por semana, aplicándome en todas las fases /// de su rigurosa preparación,
desde el shadow-boxing delante del espejo hasta el sparring sobre el ring. Para mi sorpresa y
la de mis allegados, me fui enganchando poco a poco hasta el punto de pasar todas las tardes
en la sala de Woodlawn y «calzarme los guantes» frecuentemente con los profesionales del
club para finalmente pasar entre las cuerdas y disputar mi primer combate oficial en los
Chicago Golden Gloves -en la embriaguez de la inmersión llegué a pensar en algún momento
en interrumpir mi carrera académica para «hacerme» profesional y seguir así cerca de mis
amigos del gym y de su entrenador, DeeDee Armour, quien se convirtió en un segundo padre
para mí*.
*
Circunstancias provocadas por mi amigo Olivier Hermine, a quien estaré eternamente agradecido por
haberme llevado al club de Woodlawn. Desearía agradecer a Pierre Bourdieu su apoyo, desde el primer
momento, en una empresa que, dadas sus exigencias físicas, no podía llevarse a cabo sin un respaldo
moral constante. Sus palabras de aliento, sus consejos y su visita al Boys Club me ayudaron, en los
momentos de duda (y desfallecimiento), a encontrar las fuerzas para continuar con mis investigaciones.
Asimismo, deseo expresar mi agradecimiento a todos aquellos colegas, familiares y amigos, demasiado
numerosos para poder nombrarlos aquí, que me han respaldado, estimulado y reconfortado durante y
después de este estudio –ellos saben quiénes son y lo que les debo-, y a Thierry Discepolo por el
entusiasmo y la paciencia con que ha colaborado en la elaboración del manuscrito. Finalmente, no hace
falta decir que este libro no existiría sin la generosidad y la confianza fraternal de mis «gym buddies» de
Woodlawn y de nuestro mentor, DeeDee; espero que reconozcan las muestras de mi estima y afecto
inquebrantables.
1
Por quedarnos con los grandes nombres de la literatura estadounidense contemporánea, Arthur Krystal
(«Ifs, Ands, Butts: The Literary Sensibility at Ringside», Harper‟s Magazine, 274, junio 1987, pp. 63-67)
menciona entre otros a Ernest Hemingway, Jack London, Dashiell Hammett, Nelson Algren, James
Farrell, Ring Lardner, Norman Mailer y Ralph Ellison, a los que se unió más tarde una de las pocas
mujeres, la novelista Joyce Carol Oates, a quien debemos el hermoso On Boxing.
*
Como lo demuestra esta nota, entre otras del mismo tenor, consignada en mi cuaderno en agosto de
1990: «Hoy me he divertido enormemente en el gimnasio, hablando y riendo con DeeDee y Curtis
sentados en la sala de atrás y simplemente viviendo y respirando entre ellos, empapándome como una
esponja del ambiente de la sala, cuando de pronto sentí una angustia opresiva ante la idea de irme a
Harvard (donde me acababan de contratar). Siento tal placer con sólo estar aquí que la observación se

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Siguiendo sus pasos asistí a una treintena de torneos y «veladas» de boxeo celebradas en
diversos cabarets, cines y centros deportivos de la ciudad y sus alrededores en calidad de
compañero de gimnasio y admirador, sparring y confidente, hombre de esquina y fotógrafo, lo
que me sirvió para tener libre acceso a todas las escenas entre bastidores del mundo de los
combates. También acompañé a boxeadores de mi gym «en la carretera» cuando se
celebraban veladas en otros lugares del Midwest y en los prestigiosos (pero lamentables)
casinos de Atlantic City. Y fui asimilando progresivamente las categorías del juicio pugilístico
bajo el báculo de DeeDee, conversando interminablemente con él en el gimnasio y analizando
los combates que veíamos por las noches en el televisor de su casa, los dos sentados sobre la
cama que tenía en la cocina de su pequeño apartamento.

La amistad y confianza que me demostraron los socios del Woodlawn hicieron que me pudiera
confundir con ellos dentro del gimnasio, pero también que les acompañara en sus
peregrinaciones diarias al exterior, buscando un empleo o un piso, en sus negocios en las
tiendas del gueto, en sus peleas conyugales, en los servicios sociales o la policía, así como de
picos pardos con sus «homies» (colegas) de las peligrosas ciudades vecinas. Mis colegas de ///
ring compartieron alegrías y penas, sueños y deberes, meriendas, noches de baile y reuniones
familiares. Me llevaron a su iglesia, a su peluquería para peinarme «fade», a jugar al billar en
su bar favorito, a escuchar rap hasta hartarnos e incluso aplaudir a Minister Louis Farrakhan
durante un mitin político-religioso de la Nation of Islam -en el que era el único no creyente
europeo entre 10.000 devotos afroamericanos extasiados. Asistí con ellos a tres entierros, dos
bodas2, cuatro nacimientos y un bautizo, y también asistí a su lado con una tristeza insondable
al cierre del gym de Woodlawn, clausurado en febrero de 1992 y derribado un año después en
una operación de «renovación» urbana.

Las notas que registraba día a día en mi cuaderno de campo después de cada sesión de
entrenamiento (en principio para ayudarme a superar un profundo sentimiento de torpeza y
malestar físico, multiplicado sin duda por el hecho de ser el único blanco en una sala
frecuentada exclusivamente por atletas negros), así como las observaciones, fotos y
grabaciones realizadas durante los combates en los que peleaban los colegas de gimnasio, me
proporcionaron el material de los textos que forman este libro*.”(Wacquant, 2004:21-22)

“Para concluir este prólogo resulta instructivo señalar los principales factores que hicieron
posible esta investigación. El más decisivo fue, sin duda, el carácter «oportunista» de mi
integración7. Efectivamente, no entré en el gym con la intención expresa de diseccionar el
mundo pugilístico. Mi pretensión inicial era servirme de la sala de boxeo como «ventana» sobre
el gueto para observar las estrategias sociales de los jóvenes del barrio -mi objeto inicial-, y
sólo al cabo de 16 meses de presencia asidua, y después de haber sido entronizado como
miembro del círculo próximo del Boys Club, decidí, con el aval de los interesados, hacer del
oficio de boxeador un objeto de estudio completo. No me cabe la menor duda de que jamás me
habría ganado la confianza ni obtenido la colaboración de los socios del Woodlawn si hubiera

vuelve secundaria y, francamente, me digo que dejaría gustosamente estudios, investigaciones y todo lo
demás por poder quedarme aquí boxeando, ser «one of the boys». Sé que es una locura y seguramente
ilusorio, pero, en este momento, la perspectiva de marcharme a Harvard, de tener que presentar una
comunicación en el ASA (congreso anual de la American Sociological Association), escribir artículos, leer
libros, asistir a conferencias y el tutti frutti universitario carece de sentido, es deprimente, tan aburrido (y
muerto) respecto ala alegría carnal pura y vivaz que me ofrece esta porquería de gym (hay que ver las
peleas dignas de Pagnol entre DeeDee y Curtis) que me gustaría dejarlo todo, drop out, por quedarme en
Chicago. Esto es crazy. PB [Pierre Bourdieu] me decía el otro día que temía que “me dejara seducir por
mi objeto” si de verdad supiera ¡dónde estará ya la seducción!».
2
Puede encontrarse una etnografía de los ágapes matrimoniales de Anthony y de Mark en mi artículo «Un
mariage dans le ghetto», Actes de la recherche en sicences sociales, 113, junio 1996, pp. 63-84.
*
Estas observaciones etnográficas se completaron y modificaron al final con las historias recogidas entre
los principales miembros del club de Woodlawn, con un centenar de entrevistas en profundidad con
púgiles profesionales que peleaban en el Estado de Illinois, así como con sus entrenadores y mánagers,
además de la lectura detallada de literatura «indígena» (revistas y boletines especializados, biografías y
autobiografías) y sus derivados eruditos (escritos literarios e historiográficos). También me entrené en
otros tres gimnasios profesionales de Chicago y visité una docena de clubes en Estados Unidos y Europa.
Después de dejar Chicago fui socio de tres salas de boxeo en Boston, Nueva York y Oakland.
7
Jeffrey M. Riemer, «Varieties of Opportunistic Research», Urban Life, 54, enero 1977, pp. 467-477.

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entrado en la sala con el objeto premeditado de estudiarla, puesto que esta intención habría
modificado irrevocablemente mi estatus y mi rol en el seno del sistema social y simbólico
considerado.

Además, tuve la suerte de haber practicado diferentes deportes de competición en mi


adolescencia en el Languedoc (fútbol, baloncesto, rugby y tenis), de forma que cuando entré en
el Boys Club disponía de un pequeño capital deportivo que resultó indispensable para soportar
con éxito la prueba pugilística. El azar de la geografía quiso igualmente que me inscribiera en
un gym «tradicionalista», dirigido con mano de hierro por un entrenador de categoría
internacional y que tenía fama en la ciudad desde su inauguración en 1977, de forma que pude
aprender a boxear según las reglas del oficio, en contacto con entrenadores y luchadores
competentes . Es probable que no hubiera persistido en mi empresa o, aún peor, que me
hubiera perjudicado gravemente si hubiera hecho mi aprendizaje en un gimnasio anómico bajo
la dirección del servicio cíe parques y jardines del ayuntamiento.

Ser el único blanco en el club habría podido ser un serio obstáculo en mi integración y habría
limitado mi capacidad para introducirme en el mundo social del boxeador de no confluir tres
factores compensadores. En primer lugar, la ética igualitaria y el daltonismo racial demostrados
de la cultura pugilística hace que se sea aceptado completamente desde el mismo momento en
que uno acata la disciplina común y se «lleva su merecido» en /// el ring. En segundo lugar, la
nacionalidad francesa me otorgó una cierta exterioridad estatutaria respecto a la estructura de
relaciones de explotación, desprecio y desconfianza que se da entre blancos y negros en
América. Me beneficié del capital histórico de simpatía del que goza Francia entre la población
afroamericana gracias a la acogida que ésta proporcionó a los soldados en las dos Guerras
Mundiales (donde, por vez primera en su vida, se sintieron tratados como seres humanos y no
como miembros de una casta inferior)8 y por el simple hecho de no tener el hexis del americano
blanco medio que marca continuamente, incluso con su cuerpo, la frontera infranqueable entre
comunidades. Eddie, el segundo entrenador de Woodlawn, me lo explicaba:

Te respeto, Louie, porque vienes a un gym y por ser como otro cualquiera de la sala...
No hay muchos Caucasians [blancos] que hagan eso con los negros... Mi mujer y yo
hace cinco años que vivimos en Hyde Park [el barrio de la Universidad de Chicago, en
un 80% blanco] y nunca hemos conocido a Caucasians, jamás. Cuando se acercan a ti
en la calle tienen cara de susto como si fueras a atacarles. Por eso nunca hemos
hablado con un Caucasian en Hyde Park. [Su tono sube y se acelera por el efecto de la
emoción.] La mayoría de los Caucasians, cuando te acercas o intentas hablarles,
retroceden y te miran romo si llevaras una argolla en la nariz, ¿sabes? Te miran de
arriba abajo [mueve los ojos con un aire feroz] y te das cuenta de que hay algo que no
va bien. Pero tú no haces eso, estás completamente relajado en la sala y cuando
vienes a las peleas con nosotros...
Man! Tú estás tan relajado que no pareces Caucasian. [Tu compañera] Liz y tú, la
única forma de saber que no sois negros, es por la forma de hablar y porque eres
francés, claro. Pero estás con nosotros en el gym, hablas con los otros tíos, eres como
ellos. No estas tenso ni inquieto con nosotros. Estás tranquilo [loose], te llevas bien con
los chicos y ellos te aprecian. ¿Sabes?, yo respeto a la gente que me respeta. Por eso
te respeto. Louie, tú formas parte del equipo. El otro día se lo decía a alguien en mi

El gym de Woodlawn era uno de los 52 clubes de boxeo oficiales del Estado de Illinois y una de las
cuatro salas profesionales de Chicago (es decir, donde se entrenaban boxeadores «profesionales» que
recibían un sueldo por su dedicación entre las cuerdas, además de los aficionados que abundan en los
clubes). La mayoría de los boxeadores que marcaron los años ochenta en Chicago pasaron, en algún
momento, por el Woodlawn Boys Club, que fue hasta su clausura uno de los principales proveedores de
púgiles para los combates regionales. Al final de su carrera Mohomed Alí, que tenía una casa no muy
lejos, en el elegante barrio de Hyde Park-Kenwood, islote de opulencia blanca en medio del océano de
miseria negra del South Side, tenía la costumbre de venir a entrenarse y su aparición provocaba siempre
gran alboroto en la calle.
8
Sobre el «afecto histórico» de los negros americanos por Francia y su origen en la experiencia de un
mestizaje tabú y violentamente reprimido en los Estados Unidos, véase Tyler Stovall, Paris Noir, African
Americans in the City of Light, Boston, Houghton Mifflin, 1998.

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trabajo: «Tenemos al Fightin’ Frenchman en nuestro equipo!». [Ríe de felicidad.] Sí,


formas parte del equipo, como los demás .

En fin, mi total «abandono» a las exigencias del terreno y especialmente el hecho de que me
calzara los guantes habitualmente con ellos me valieron la estima de mis camaradas de club,
como lo demuestra el apelativo «brother Louie» y los apodos afectuosos que me otorgaron con
el transcurso del tiempo: /// «Busy Louie», mi apodo en el ring, pero también «Bad Dude», «The
French Bomber», «The French Hammer»y «The Black Frenchman». Además de las muestras
cotidianas de solidaridad fuera de la sala ayudándoles con las diferentes burocracias públicas y
privadas que rigen sus vidas, el hecho de haber llevado mi iniciación hasta «hacer» los Golden
Gloves contribuyó en gran medida a establecer mi estatus en el club y a confirmar mi
legitimidad como aprendiz de boxeador entre los atletas y entrenadores de otros gyms, que,
después de mi confirmación oficial entre las cuerdas, acabaron reconociéndome como «one of
the DeeDee’s boys». (Wacquant, 2004:26-28)

5.1.8 Un trabajo de campo limitado, de calidad y explicado de forma honesta

“La opción metodológica


«Ahora entendía que hay conocimientos que se tienen que
ganar personalmente, que nadie puede pasar a otro».
Aliou Diao. 1996: 25, hablando sobre el viaje migratorio.

El trabajo que ahora presentamos se inscribe en una investigación etnográfica sobre varios
colectivos étnicos minoritarios respecto a los grupos étnicos autóctonos que forman la mayoría
en Cataluña, investigaciones que se realizaron como parte del Programa de Formación de
Formadores en Relaciones Interculturales de colectivos en riesgo de marginación social, de la
Direcció General d'Ordenació Educativa, Departament d‟Ensenyament de la Generalitat de
Catalunya. En mi caso, el ocuparme de este intento etnográfico concreto con población
procedente de Senegal y Gambia, no fue nada programado. La investigación iba a correr a
cargo de Adriana Kaplan, que tiene, y tenía ya, un sólido conocimiento y una dilatada
experiencia en el trabajo de campo y la construcción etnográfica con varios de los grupos
étnicos integrantes de esta población, pero de forma muy especial con los inmigrantes
mandinga. Una coyuntura no esperada hizo que Adriana tuviera que abandonar el proyecto
antes de iniciarlo para viajar a África en una misión de la OMS. No había muchos otros
investigadores expertos en quien poder pensar y los pocos que reunían las condiciones
deseables, por una u otra razón no podían incorporarse al Programa de forma tan precipitada y
con tanta exigencia de tiempo. Finalmente, tuve que tomar la decisión de intentar yo misma
acercarme con un interés especial al tema, con un interés especial vinculado a las situaciones
de marginación, pobreza, dificultades de adaptación y sus relaciones con la escuela pública
catalana.

Tengo que decir que nunca pensé que el tiempo que podía dedicarle sería suficiente ni para
hablar de un trabajo de campo que mereciera tal nombre ni de una construcción etnográfica
fuerte. Inicié los primeros contactos, las primeras visitas de campo y reuniones frecuentes de
las que enseguida hablaré, en septiembre y hasta Navidades de 1995. Me dediqué por entero
al trabajo de campo entre enero de 1996 y diciembre de 1997 uno o dos días por semana, más
veces dos que uno, continuando durante el primer trimestre del año 98 de manera más
irregular. En total calculo que el tiempo dedicado uno o dos días por semana ha sido de diez y
seis meses y los dos períodos más irregulares suman otros seis meses más. Es posible que
alguien poco conocedor de la tarea etnográfica, que la propia de la antropología, considere que
ese tiempo es más que suficiente si se aprovecha bien. Sin embargo, yo no conozco a nadie
que haga en serio etnografía de un colectivo poco conocido y que acepte tal cosa. Es distinto si

Después de volver de un viaje a Francia por Navidades, me preguntó de sopetón delante de los demás:
«Eh, Louie, ¿has contado a tu familia que entrenas en un gym con boxeadores profesionales? ¿Les has
contado que eres one of the guys, que te tratamos como si fueras un negro?».
Kurt Wolf definió el concepto de «abandono» en etnografía como algo que implica un «un compromiso
total, la suspensión de los prejuicios, la pertinencia del todo, la identificación y el riesgo de que te hagan
daño9»
9 Kurt Wolf, «Surrender and Community Study: The Study of Lorna», en Arthur J. Vidich y Jospeh
Bensman (dir.), Reflections on Community Studies, Nueva York, Wiley, 1964, pp. 233-263.

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el propósito es centrarse en un tema una vez que el conocimiento personal sobre el contexto
amplio del colectivo es ya firme y permite la aplicación, en un plazo no muy largo de tiempo, de
técnicas de profundización /// a través de informantes seleccionados o de técnicas extensivas
con posibilidad de uso de la estadística. Pero si el colectivo es desconocido para el
investigador (o para la totalidad de los investigadores cualificados, en el caso de un equipo)
como lo era éste para mí, por mucho que me hubiera esforzado en leer sobre él, si no existe
una red de relaciones personales sólida, directa (sin intermediarios) y fácilmente extensible, si
no existe conocimiento para desarrollar una práctica cultural de participación en la comunidad,
entonces, el proceso que lleva a todo ello es, en mi opinión y en la de muchos otros, algo
previo, algo a realizar si se pretende reclamar una razonable confiabilidad en datos y
pertinencia en las interpretaciones o en las explicaciones de otro tipo. En el caso de culturas
distantes, y por tanto opacas de una forma espontánea e inmediata, ese conocimiento previo,
generalmente largo y difícil, tiene un valor para la investigación que reside en todo caso, y no
es poco pero sobre todo no es prescindible, en la familiarización con esa cultura, en la
capacidad para desenvolverse en ese medio cultural y social, en la construcción de relaciones
sólidas y numerosas, en el ensayo de técnicas y la valoración de su utilidad en él, en el profuso
acopio de datos de campo y en la generación de descripciones densas, de hipótesis
explicativas e interpretativas respecto a ellos, que sin duda vamos contrastando en el propio
proceso y que pueden y deben, a mi entender, someterse a prueba en un trabajo posterior más
específico. Pero pretender empezar por este último es empezar la casa por el tejado, es como
pedir al cirujano que opere antes de ver al paciente o como comerse la seta antes de saber si
es comestible. Es hacer algo antes de tiempo para ahorrarse trámites incómodos, trámites de
exigencia metodológica que de ninguna manera estaríamos dispuestos a tolerar a ningún
científico de ninguna especialidad que se ahorrara con nosotros. Pues bien, el trabajo del que
ahora hablo debe considerarse una prospección de campo y una propuesta de enunciados
diversos que puede ser considerada como tal, es decir, susceptible y exigible de ser puesta a
prueba si se pretenden generalizaciones a cualquier nivel. Es un primer trabajo de campo que
tiene el valor de una prospección, que puede y debe ser seria y cuidadosa y así lo he
pretendido. Pero eso es todo.

Digo todas estas cosas para que el lector no se llame a engaño ni tampoco menosprecie este
texto. Yo había leído algunos trabajos sobre Senegal y Gambia, muchos otros sobre diversos
lugares de África. Pero, sobre todo, conocía razonablemente bien la literatura sobre
migraciones y sobre relaciones interétnicas, marginación social, procesos de integración,
anomia, aculturación, afirmación étnica identitaria, etc. Pero nunca había tenido contacto
personal ni profesional con inmigrantes de Senegal o Gambia. Por esa razón, las precauciones
metodológicas y técnicas tenían que ser grandes. El primer paso fue pedir ayuda a varios
miembros del colectivo con los que pude contactar. Aliou Diao es fula del Senegal y trabajaba
con nosotros en el Programa como «traductor cultural» en los seminarios de antropología de la
educación que P. Soto desarrollaba en una escuela de la provincia de Girona. La altura
personal, la inteligencia y la buena preparación académica de Aliou le hicieron pasar a las
reuniones del equipo en muchas ocasiones. Su presencia siempre sirvió de ayuda. Sin Aliou no
me hubiera atrevido a iniciar ningún intento. Desde el principio fue consciente de que no
deseaba centrarme en una sola voz, ni en un solo colectivo, ni en uno solo de los dos países, ni
en un solo nivel educativo y de estatus, sino que, por el contrario, deseaba diversidad en todos
y cada uno de estos extremos. Aliou me permitió entablar contacto con las personas, dejando
después que yo hiciera las propias relaciones, incluso que las cambiara por otros informantes,
sin interferir. ///

Desde este punto de partida el trabajo tuvo varias vertientes y tiempos. El final del año 95 nos
ocupó sobre todo a Aliou y a mí, en larguísimas sesiones de trabajo para buscar un grupito de
personas a partir del cual iniciar la prospección y para conocer la propia opinión de Aliou sobre
las afirmaciones etnográficas vertidas en los informes, en especial las más comunes y
coincidentes. Nos sirvió para desmenuzar los énfasis que los autores subrayaban en función
del origen prioritario de sus informantes; es decir, para localizar generalizaciones extrapoladas
sobre los senegaleses o los senegambianos o incluso los africanos, generalizaciones que en
todo caso solo parecían atribuibles al común de los fula o wolof del Senegal o a los soniké o los
mandinga de Gambia. Fue una gran ayuda para aclararnos sobre aparentes contradicciones en
los textos etnográficos, en especial los que se centran en migraciones y que tienden a
generalizar a partir de la visión de un solo grupo étnico. En este sentido prevengo respecto a mi

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propio texto: he contactado fundamentalmente con soniké y fula. A pesar de que hay también
muchos mandinga en la zona en la que trabajé, el trabajo de Adriana Kaplan, no ceñido a ellos
pero sí especialmente rico respecto a ellos, hacía ocioso volver sobre este grupo, con menos
conocimiento del que ella tenía y nos había ya ofrecido en su obra.

A partir de diciembre-enero de 1996 comencé a ampliar el campo de dos formas diferentes. Por
una parte, a través de reuniones de discusión cultural, social y política con un pequeño grupo
de hombres que nunca fueron más de seis, de los que los más asiduos, sin duda, fueron Aliou
y Musa Cámara. Si conocen ustedes a alguna persona con tendencia al racismo pero con
cierta capacidad autocrítica, habría que presentarle a Musa. Es uno de los hombres más
buenos, implicados en el mundo en el que vive, más capaz de valorar y valorarse por medio de
razones y no de prejuicios, que he conocido jamás. Hamidou Diaité, de Santa Coloma de
Farners, en especial, y algún otro fueron menos asiduos o incluso coyunturales en algún caso.

Por otra parte me presentaron a algunos otros inmigrantes de distintos pueblos y ciudades de
Girona. En alguna ocasión la relación no llegó a cuajar, especialmente por falta de tiempo
amplio que ofrecer por mi parte, aunque sí se hizo una buena relación en otros casos. Pero
siempre fui amablemente acogida. La relación con Alfa Barry en Figueres resultó ser una
maravilla. Fue él quien me presentó a muchos otros compañeros y compañeras, tanto en los
locales de la asociación en los que siempre se veía a uno u otro, como en sus propias casas.
Alfa ha tenido muy mala suerte con el trabajo y su situación laboral, siempre en precario y
entrecortada, me sirvió para conocer a fondo problemas de toda índole y en muy diversos
planos que luego veía reflejados con variaciones en otros miembros del colectivo. Alfa,
generoso, sincero, listo y autocrítico, merecía un buen trabajo estable. Es la crítica viva a la Ley
de Extranjería. Con él pude tener larguísimas sesiones, a veces de muchas horas, desde aquel
momento, que me permitieron conocer una visión algo diferente del proceso migratorio y los
problemas de adaptación de los que había recibido en las reuniones de Girona-Salt. También
el hecho de pertenecer unos y otros a asociaciones de inmigrantes distintas fue de gran utilidad
para comprender sus diferencias, lo que definitivamente pude comprobar mucho después en
una conversación, la única que he tenido, con Lamin Cham, un muy integrado mandinga. en
Barcelona.

Del trabajo en esas sesiones y de las entrevistas iniciales que me permitieron realizar a través
de sus contactos con otras personas, pude hacerme una primera idea preliminar y revisable
siempre, que encajaba, la más de las veces, y contrastaba otras, con lo /// aprendido en los
textos y que hizo posible una recogida de datos generales sobre la situación de un pequeño
número de familias y sus ideas, experiencias y expectativas respecto a la escuela de sus hijos.
De las 60 entrevistas semipautadas, realizadas al final del trabajo preliminar de reuniones de
grupo y de observación, visitas y entrevistas informales y varias entrevistas en profundidad,
obtuvimos un material bastante completo y fiable para 54 de ellas y para cada uno de los hijos
mayores, cuando los había, con experiencia escolar en Cataluña. Esta última toma de datos se
desarrolló fundamentalmente de abril a julio del 97, pero no terminó por completo hasta finales
de ese año. La ampliación de datos, una vez hecha la codificación, la realicé de enero a junio
del 98. No es preciso advertir que, dada la escasez de casos, es más lo que se puede decir a
partir del análisis cualitativo que no del cuantitativo. Así y todo, considero saludable realizar
éste último en la medida de lo posible, como control a la tentación de extenderse en
generalizaciones sobre todos los casos (no más, claro está) y de olvidar las variaciones
internas. Es sólo así, pero así, como deben leerse las informaciones que daré sobre los
resultados del trabajo. Por eso realicé una codificación tendente a las dos o tres respuestas tan
solo (cuando era posible, y si no lo era he renunciado a hacerla) y el análisis estadístico de
relación entre dos variables basado únicamente en una prueba de proporciones y la indicación
2
de . Las variaciones que suponían un número de casos inferior al 15% se han señalado en el
texto con números absolutos, para evitar deformaciones en la comprensión o, en todo caso,
con expresiones tales como «ligerísima mayoría/minoría» o «escasamente superior/inferior» u
otras similares. Por lo demás, hablo de «mayoría» o «minoría» por encima de esa proporción o
especificando de manera más precisa las cifras cuando se puede inducir a error o a
infra/sobredimensionar los resultados. Me ha parecido que, dadas las decisiones para la
realización de este estudio, que he señalado y que siguen, era pretencioso, engañoso y
aburrido (encima) recurrir a mayores precisiones cuantitativas, que he utilizado en otros
estudios con otras cifras en el número de casos estudiados y otras características.

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Los datos de las entrevistas semipautadas se tomaron siguiendo un guión que debía aplicarse
laxamente, sin evitar derivaciones, interrupciones ni resistencias a cada uno de los temas
propuestos y dejando abierta la conversación a la entrada de otros temas diferentes que el/la
informante deseaba introducir en ella, pero retomando con prudencia los temas del guión en
cuanto era posible. Procuramos obtener la información tanto de los padres como de las madres
de familias con hijos escolarizados, pero fue mucho más sencillo obtenerla de los maridos que
de sus esposas. En primer lugar, porque la situación preponderante de los varones inhibía la
espontaneidad y participación de sus esposas en aquellas entrevistas en las que ambos
estaban presentes, lo que hacía más necesario un trabajo de campo previo y mucho más
prolongado, que en mi caso no existía; en segundo lugar, para mis compañeros-ayudantes de
Senegal y Gambia resultaba una relación menos fluida y cotidiana que con los hombres. Por
tanto, la información que presentaré de las mujeres será escasa, porque además de ser menos
rica resultaba mucho menos fiable, al estar condicionada en algunos casos. Por ello tuvimos
que suprimir una buena parte de la que se había cosechado.

Al seleccionar a las familias, prioricé el hecho de que tuvieran ya una buena relación previa con
personas de su colectivo que la tenían buena conmigo. Este sesgo indudable sería en todo
caso menor que la supuesta objetividad de hacer una encuesta a gente en situación tan difícil
como era la suya a partir de una muestra al azar, haya alguien /// del colectivo que esté
presente o que tome los datos o no. Esa persona, por mucho que hable su lengua o que sea de
su tonalidad de piel o que proceda del mismo país, esta haciendo «tu» oficio, con dos
consecuencias. La primera es que levanta, al menos, tantas sospechas como pueda levantar el
investigador y aunque sean distintas pueden ser incluso mayores. La segunda es que casi
siempre carece de experiencia y preparación para realizar un trabajo que no es el suyo, a no
ser que esté cotidianamente seguido por el investigador, sistemática y constantemente
seguido. La tercera es que de esa forma el investigador no tiene la vivencia personal de las
conversaciones, del contexto en el que se desarrollan, desconoce la calidad de la relación, por
lo que difícilmente los datos que recibe son los datos mismos que se obtienen de la situación.
Son datos secos. Por lo tanto el criterio elegido fue, primero, un buen contacto previo con mis
buenos contactos previos; es decir, un sucedáneo medianamente aceptable del ideal de un
conocimiento directo y fiable en una relación ya establecida. Segundo, no plantear preguntas
cerradas, no tener un cuestionario propiamente dicho ni un protocolo de entradas fijas sino una
guía temática, más la recepción de cuanto de interés para la investigación para los propios
informantes ofreciera el contexto v el desarrollo de la investigación13. A partir de los datos así
obtenidos, preparé, y cumplimentamos a posteriori, un cuestionario de preguntas cerradas que
respondía tanto al planteamiento anterior a las entrevistas como a las posibilidades modales
que se habían ido conociendo de respuesta a cada pregunta. Si se quiere ver así, nos hicimos
una encuesta a nosotros mismos sobre las familias de las que teníamos conocimiento directo
fiable y comparable. Si se valora la confiabilidad, se saca provecho al hacerlo así en ciertas
poblaciones poco conocidas, parcialmente ocultas y justificadamente recelosas. Especialmente
si no hay un trabajo dilatado anterior que proporcione conocimientos sólidos del contexto y
relaciones profundas, variadas y numerosas entre investigador e informantes. Se me puede
reprochar que, tomada la información de esta manera, en lugar de utilizando un cuestionario
como vehículo privilegiado (único, casi siempre, en la práctica de muchas investigaciones), las
preguntas y la forma de transmitirlas no es exactamente la misma, por lo que se puede esperar
que las respuestas tampoco sean comparables, en la medida en que no responden
exactamente a lo mismo. Ya sabemos que esta argumentación es la normal, la que se suele
transmitir a los estudiantes. Sin embargo, este razonamiento se sustenta en un supuesto que
Virginia Fons critica con razón14, el más que dudoso supuesto de que diciendo las mismas
palabras de la misma forma y creando un contexto similar, la gente entiende lo mismo,
interpreta lo mismo, procesa mental y emocionalmente lo mismo y responde sin mayores
interferencias. Si esta es una crítica seria en general, lo es más en una población tan
heterogénea culturalmente, opaca socialmente y experiencial y profundamente diversa como
ésta, lo que hace de los cuestionarios aplicados con escaso (o nulo) conocimiento previo una

13
En el anexo a este capítulo se da cuenta del conjunto de hipótesis que fundamentó esta guía temática y
de la forma en que se construyó.
14
V. Fons, Proyecto Docente para el concurso de Profesor Titular de Universidad, Trabajo de Campo en
Antropología, UAB, 2002.

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herramienta excesivamente engañosa. Por esta razón, entre los dos riesgos y a pesar de la
heterodoxia, elegí el primer riesgo, por menor que el segundo. ///

Cuando era posible y pertinente, la entrevista la hacía yo con la inseparable ayuda necesaria.
Otras veces las entrevistas las hacían ellos directamente, Aliou especialmente y en menor
medida Alfa. Siempre que éste ha sido el caso, nos reuníamos sistemáticamente para
comentar el material de todas y cada una de las entrevistas que se iban haciendo, discutíamos
sobre ellas, surgían nuevas preguntas y, a veces, se volvía a visitar para obtener información
complementaria o mejorar la ya obtenida. En estos mismos casos en los que estuve ausente,
preparábamos las siguientes entrevistas que se iban a hacer, valorábamos los temas y
hablábamos de las personas en función de lo que de ellas sabían mis colaboradores, para
tener presentes cuestiones de interés que era necesario incorporar o aclarar en las entrevistas.
De esta forma mi propio trabajo en esta última etapa de la prospección de campo se desarrolló
en tres frentes: seguimos teniendo sesiones de grupo para debatir temas, aunque ya a menor
ritmo, hice entrevistas directamente y trabajé con los colaboradores que hacían entrevistas
simultáneamente, para preparar, valorar y señalar información complementaria para todas y
cada una de las que iban haciendo. Finalmente, después del análisis del material recogido
cumplimenté, a partir de los contenidos de las entrevistas y diario de campo y con la ayuda de
mis colaboradores, el cuestionario cerrado preparado en ese momento y para ese propósito.
En estas páginas que ahora escribo, intentaré dar cuenta de los resultados obtenidos de todo
ello. Quiero señalar sin embargo que, a pesar del interés que puedan tener los datos tomados
en las entrevistas y estancias de campo, lo que para mí ha sido más clarificador, lo que me
permite comprenderlos, es el trabajo realizado en las sesiones de grupo. En ellas ocurrieron
cosas maravillosas para una antropóloga, como las discusiones entre unos y otros sobre si la
elección libre y personal de cónyuge es o no una buena idea frente a la alternativa de que sean
los padres quienes lo hagan; esto es, sobre el valor institucional del amor frente a los intereses
personales y familiares en el contexto comunitario más amplio; o la sorpresa de un fula al
descubrir que a los soniké no les importa casarse con primas que ellos mimos tienen
prohibidas o el valor de la fe islámica en el contexto de creencias y prácticas religiosas
populares, creencias y prácticas en ambos casos arraigadas que conviven a veces
contradictoriamente o los intereses personales del viaje migratorio, tan variados y discordantes
dentro de una coincidencia en salir de África para ver el horizonte de un futuro que atrae
porque, al menos, se desconoce: «en África nada cambia. Nunca cambia nada, en África».

La amabilidad en las formas de relación y en la hospitalidad, la fuerte presencia de una cultura


para la convivencia, hace el trabajo de campo con los inmigrantes que he conocido una tarea
suave y fluida, en la que los sobresaltos ocurren poco y cuando lo hacen se deben más al
desacuerdo personal o al temperamento que no al aprendizaje de las pautas culturales
realizado por los individuos. Acostumbrada al trabajo de campo con gitanos marginados, cuya
cultura se ha ido ajustando a la confrontación, a la persecución y el desprecio, bajo la que
tienes que excavar literalmente para encontrar personas maravillosas pero llenas de temor v
recelo, el trabajo con los senegaleses y gambianos me parecía extremadamente confortable v
acogedor. Gracias a todos los que nos han ayudado. Por mi parte, gracias muy especiales a
Aliou, Alfa y Musa.

Las reuniones de grupo las tuvimos casi siempre en Girona o en Salt, al amparo logístico del
GRAMC. El trabajo con Alfa fue casi siempre mano a mano, aunque cuando nos reuníamos en
el bar de la asociación en la barriada de La Marca del‟Ham, en Figueras, con frecuencia se
acercaba uno u otro de los más asiduos asistentes. El conocimiento /// por mi parte de otros
núcleos enclavados en Santa Coloma de Farners o en Banyoles ha sido en todo caso mucho
más esporádico y superficial que en las otras tres poblaciones.

Sin duda podía haber escrito las páginas precedentes hablando de «largo trabajo de campo»
(16 meses + 6 con las dedicaciones ya mencionadas) y de las personas entrevistadas como si
yo misma las hubiera tratado una a una o bien como si diera igual que la entrevista la hiciera yo
sola, Aliou y yo o Aliou solo, por ejemplo. Sin embargo, insisto en que todas estas cosas son
cosas en las que no creo, por lo que me he detenido en exponer cómo, qué y quién hizo
realmente qué. Pido por lo tanto al lector que tome este texto que sigue con la prudencia que
aconseja tanto el conocimiento anterior a la prospección de campo como la forma en la que
ésta se ha realizado. Pero le pido también que lo valore en lo que creo que sí merece, nunca

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por debajo de los trabajos que se realizan no ya en estas condiciones, sino a través de terceras
personas o a través de encuestadores improcedentes y sobre la base de un conocimiento
exclusivamente bibliográfico y a veces escaso. En este caso, al menos, he procurado tomar
cuantas medidas de prudencia he sido capaz de tomar, y lo expongo así para que pueda
valorarse con justeza. Y téngase siempre en cuenta: hablo de la gente estudiada como
población del estudio y no como muestra.” (San Román et al., 2004: 21-27)

5.1.9 Qué significa «ir al campo» cuando lo tenemos aquí

“El final del libro de Barley sugiere una vez más, pese a su irónico distanciamiento de la labor
misionera de los antropólogos, que las incertidumbres de esta disciplina deben encararse
descentrándose, mediante el trabajo de campo en tierras lejanas. Cuando apareció esta obra, a
fines de la década de 1980, fue leída como correctivo al recogimiento en los textos que
promovía el posmodernismo antropológico. De hecho, varios protagonistas de aquel debate
sobre discursos estaban regresando al trabajo en el terreno para experimentar su nuevo
enfoque de la disciplina. ///

Unos años después vemos que, con toda su importancia, la prueba empírica es insuficiente
para resolver las incertidumbres teóricas. Actualmente, los esfuerzos para redefinir la
antropología pasan por una revisión teórico-practica de las nociones de alteridad, diferencia,
desigualdad, desconexión y, en síntesis, del concepto de interculturalidad.

Quizá sirva hacer con estas nociones lo que hace el antropólogo con las nociones de sociedad,
política, ritual o cualquier otra en los pueblos o grupos que estudia. No impone a priori lo que la
teoría antropológica prescribe, sino que escucha lo que esas palabras significan –o lo que las
equivalentes cumplan- para los actores sociales. En la actual teoría del arte se esta usando con
bastante fecundidad esta estrategia: en vez de establecer limites preconcebidos sobre qué es
arte y lo que no merecería ese nombre, se describen las practicas y las obras de aquellos que
se llaman artistas y son reconocidos así por las instituciones (Danto, 1999).

¿Qué caracteriza la práctica habitual del antropólogo? Ya dijimos que en un tiempo fue el
trabajo de campo durante largos períodos en una sociedad no occidental. Luego, el trabajo de
campo prolongado en una comunidad distinta de la suya, aunque podía estar dentro del mismo
país (grupos indígenas, minorías, pobres urbanos). Varios antropólogos comenzaron a ver que,
más que un descentramiento radical, o un extrañamiento de su cultura originaria, hacer
antropología se caracterizaba, como leímos en Clifford Geertz, por la tensión entre estar allá y
estar aquí, poner en relación lo diferente con lo propio. entendido como otra diferencia.

Ya quienes fundaron la antropología tendieron a utilizar lo aprendido en el extrañamiento para


repensar su propia sociedad, o buscar miradas diversas, descentradas, sobre su cultura
originaria (Margaret Mead, Mary Douglas, Maurice Godelier y muchos más). En los últimos
años esto se ha vuelto actividad habitual de los antropólogos, pero ampliando el análisis a
campos interculturales de mayor escala (Occidente, Europa, los modelos nacionales o
capitalistas de desarrollo, las empresas transnacionales, las migraciones y otros viajes).
Muchos investigadores destacados, luego de períodos largos de campo fuera de sus
sociedades, dedican la mayor parte de la vida a elaborar perspectivas antropológicas sobre su
nación, su sistema político, los ritos contemporáneos o la globalización (Marc Abélès, Arjun
Appadurai, Marc Auge, Ulf Hannerz, entre otros).

De manera que, si vamos a definir lo que significa ser antropólogo por el contenido habitual de
su práctica, encontramos que ésta no consiste tanto en ocuparse de los otros como en estudiar
la interculturalidad en sociedades complejas o procesos de interacción entre varias ///
sociedades, buscando entender la imbricación de lo económico y lo simbólico a partir de la
diversidad de comportamientos y representaciones.

Surgen en esta perspectiva de la disciplina nuevos objetos teóricos e innovaciones


conceptuales, que cambian la relación con otras ciencias sociales al contribuir a la redefinición
de lo que estas ciencias consideran sus objetos propios. Es sabido que la noción de no lugar,
elaborada por Marc Augé desde la sorpresa que produce a un antropólogo la expansión de
unidades de sentido no territoriales (aeropuertos, shoppings), contribuyó a interpretar procesos

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de deslocalización y desnacionalización de los intercambios socioeconómicos. Ulf Hannerz


renovó los estudios sobre la globalización al describir las distintas maneras transnacionales de
estar expuestos a la diferencia de los empresarios, o las vivencias del Papa en sus giras, o de
los turistas, los antropólogos y los corresponsales extranjeros. Esa variedad de situaciones
muestra los modos en que articulan lo global con lo local, las desigualdades con que
accedemos a los movimientos transnacionales, y por tanto cómo los procesos de globalización
contrastan con procesos de desglobalización. Todo conduce a una concepción no lineal de la
mundialización: en vez de imposiciones del centro a las periferias, relaciones de ida y vuelta
periferias-centros-periferias.

En las antropologías más desarrolladas de América Latina prevalecen aún investigaciones


sobre los otros de la propia nación. Los mexicanos y peruanos estudian principalmente a los
indígenas y los sectores subalternos de México y Perú. Argentinos y colombianos se han
concentrado en las etnias o minorías de sus respectivas sociedades. Brasil es el país que más
trasciende esta endogamia. Aunque en todos ellos, las revistas y las tesis de posgrado exhiben
notables aperturas temáticas de las generaciones jóvenes a lo que sucede mas allá de sus
fronteras. Lo certifican muchas citas de este libro. Aquí voy a detenerme en uno de los
ejemplos más destacados, si tenemos en cuenta la variedad de asuntos extranacionales y la
innovación teórica aportada a la disciplina: pienso en Gustavo Lins Ribeiro, antropólogo
brasileño que hizo trabajos minuciosos de campo sobre los brasileños en California, mostrando
modos lejanos de reconstrucción identitaria; los «bichos-de-obra», o sea los nómadas
argentinos y paraguayos; la segmentación étnica del mercado de trabajo en las élites
gerenciales globalizadas, tomando el caso del Banco Mundial, y las comunidades
transnacionales imaginadas virtuales constituidas en Internet, que generan experiencias y
representaciones de copertenencia e integración mundial.

Me interesan estos trabajos, que no abandonan la tradición antropológica del estudio localizado
y con informantes de primera mano, /// con lo cual evitan las generalizaciones apresuradas que
vuelven sinónimas, en otros textos, la heterogeneidad global, el multiculturalismo y el
nomadismo. Muchos sectores (no solo las elites sino también los populares) aprendemos que
el mundo es heterogéneo y podemos aumentar nuestro cosmopolitismo, aunque sea por los
relatos de amigos viajeros o migrantes, y por la variedad creciente de la oferta mediática. Pero
la atención diferenciada que la antropología da a modos diversos de multiculturalidad, a las
oportunidades desiguales de acceder, conectarse y viajar, especifica los modos en que transita
la interculturalidad de cada uno.

El valor desenmascarador que tuvieron los análisis de la retórica textual de los antropólogos me
parece incomparable con la transformación de la disciplina que está ocurriendo al constituir en
objeto de estudio la interculturalidad globalizada. Esta reorientación de las investigaciones va
cambiando la relación de la antropología con otros campos del saber a partir de una
remodelación de la propia antropología. El vocabulario clásico -territorio, parentesco,
comunidad, etnia- se enriquece al ocuparse también de redes, flujos y fragmentación
transnacional. Las estancadas políticas de identidad, que absorbieron a posmodernos y a
antropólogos (fueran o no posmodernos) en las décadas de 1960 a 1980, los «esencialismos
estratégicos» con los que se intento resistir la globalización, ceden lugar a las «políticas
postidentitarias» de las que habla James Clifford. Por más importante que siga siendo
encontrar hogares, las identidades se forman hoy con múltiples pertenencias y necesitan ser
compartidas por una antropología multilocalizada.

Este giro intercultural de la antropología vuelve necesario ocuparse de las cosmopolíticas,


según la expresión de Pheng Cheak, Bruce Robbins y Lins Ribeiro. Existen cosmopolíticas
hegemónicas, de las transnacionales, de las élites y los organismos intergubernamentales, que
someten la diversidad al juego de los megamercados (FMI, OMC, acuerdos de libre comercio) y
en otros casos políticas que apoyan o fortalecen a actores locales, aceptan las diferencias
(ONG, federaciones de indígenas). El poder se ejerce y se disputa a distancia, con recursos
tecnológicos que pueden servir tanto para controlar como para desafiar. Unos y otros se
establecen gracias a estructuras económicas y políticas, y a la vez usando rituales y redes
afectivas. La antropología dispone de recursos idóneos para comprender estas articulaciones
entre estructuras megasociales e interacciones densas.

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El planteo utópico que «atraviesa la cosmopolítica es justamente la búsqueda antigua y tal vez
interminable de la igualdad entre los diferentes» (Lins Ribeiro, 2003: 27). En este punto, se
vuelve claro que la /// importancia de pensar juntas diferencia y desigualdad se acentúa en un
tiempo en que cada vez es más difícil defender las diferencias sin cuestionar las inequidades.
Cuando se termina la época de los particularismos incomunicados, la antropología no puede
aislarse en los nativismos, así como la sociología explica poco del mundo si se dedica solo a
las grandes escalas, y la política no logra volver el mundo gobernable atendiendo únicamente a
los megaproyectos. El primer caso es ejemplificable con los movimientos étnicos que no
avanzan debido a la discriminación, pero también por su débil comprensión de las leyes más
generales de la reproducción capitalista; el último está siendo comprobado una vez más en la
apabullante invasión estadounidense a Irak, que fracasa política y culturalmente, entre otros
desatinos, por la ceguera ante la heterogeneidad multicultural de ese país.

Además de encontrar un nuevo papel entre las ciencias sociales, la antropología globalizada
está inaugurando contribuciones a la política en el momento posterior a las simplificaciones de
la mundialización económica y cultural homogeneizadora. Al proponer pensar lo social desde
un lugar intermedio, o de entrelazamiento entre lo global y lo local, desde un «multiculturalismo
cosmopolita», la antropología ayuda a crear nuevas condiciones de conversabilidad, de
intercambios democráticos progresistas, dentro de una comunidad de comunicación
heteroglósica (Lins Ribeiro, 2003: 30). Más allá del poscolonialismo, desarrollado por
intelectuales de ex colonias británicas y fijado a una cosmopolítica pensada para el
segregacionismo multiculturalista anglosajón, «el multiculturalismo latinoamericano debe ser
denominado multiculturalismo hibrido»: critico de los usos políticos ligados a los discursos del
mestizaje y de democracias raciales en la región, reconoce, «al mismo tiempo, su
especificidad, esto es, las particularidades de las relaciones interétnicas y raciales en un
continente que no siente vergüenza de ser hibrido» (ibíd.: 31).

En relación con el problema del estatuto epistemológico que tendría la antropología en esta
situación, vemos que no se resuelve apostando miméticamente a la diferencia, al pensamiento
nativo, ni desconstruyendo la escritura antropológica para escapar a la ilusión realista de la
«taquigrafía de la experiencia indígena», ni sumergiéndose en un trabajo de campo que
desvincula la «verdad" empirista de lo local de los flujos inciertos de las redes globales.

De todas estas líneas del pensamiento antropológico podemos recuperar su impulso critico,
remodulado según las etapas del desarrollo colonial, imperialista, independentista o etnicista.
Quizá la madurez de la disciplina, bajo las oportunidades conectivas que brinda un tiempo de
globalización, está permitiendo elaborar un conjunto de estrategias /// teóricas y metodológicas
adecuadas al reconocimiento de la interculturalidad como objeto central de estudio. Pienso en
una investigación de las diferencias que no excluya la desigualdad, un trabajo de campo sobre
procesos empíricamente localizables que no los desconecte de las redes transnacionales, un
saber atento a la voz de los actores sin por eso disimular las condiciones institucionales que lo
legitiman o financian. Y, por supuesto, es valorable que la fascinación ante el otro sea
transmitida por un relato que no se quede en la fascinación, no ingenuo pero que tampoco se
apague por los empeños obsesivos de la desconstrucción. Fidelidad e ironía.” (García Canclini,
2004:113-118)

5.1.10 El futuro ya ha pasado

“The principles of virtual ethnography. This chapter and the preceding one have reviewed
literature on ethnographic methodology to develop an approach to the Internet which embraces
the complexity offered by this form of mediated interaction. In the next three chapters I attempt
to flesh out the conclusions reached in this literature review by discussing a project designed to
put this approach into action. First, however, it is worth reiterating the principles for virtual
ethnography which form the foundations for the experiment in ethnography describes here.

1 The sustained presence of an ethnographer in the field setting, combined with intensive
engagement with the everyday life of the inhabitants of the field site, make for the special kind
of knowledge we call ethnographic. /// The ethnographer is able to use this sustained interaction
to 'reduce the puzzlement' (Geertz, 1993: 16) which other people's ways of life can evoke. At
the same time, ethnography can be a device for inducing that same puzzlement by 'displacing

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the dulling sense of familiarity with which the mysteriousness of our own ability to relate
perceptively to one another is concealed from us' (1993: 14). Virtual ethnography is used as a
device to render the use of the Internet as problematic: rather than being inherently sensible,
the Internet acquires its sensibility in use. The status of the Internet as a way of communicating,
as an object within people's lives and as a site for community - like formations is achieved and
sustained in the ways in which it is used, interpreted and reinterpreted.

2 Interactive media provide a challenge and an opportunity for ethnography, by bringing into
question the notion of a site of interaction. Cyberspace is not to be thought of as a space
detached from any connections to 'real life' and face-to-face interaction. It has rich and complex
connections with the contexts in which it is used. It also depends on technologies which are
used and understood differently in different contexts, and which have to be acquired, learnt,
interpreted and incorporated into context. These technologies show a high degree of
interpretive flexibility. Interactive media such as the Internet can be understood as both culture
and cultural artefact. To concentrate on either aspect to the exclusion of the other leads to an
impoverished view.

3 The growth of mediated interaction renders it unnecessary for ethnography to be thought of as


located in particular places, or even as multi-sited. The investigation of the making and
remaking of space through mediated interactions is a major opportunity for the ethnographic
approach. We can usefully think of the ethnography of mediated interaction as mobile rather
than multi-sited.

4 As a consequence, the concept of the field site is brought into question. If culture and
community are not self-evidently located in place, then neither is ethnography. The object of
ethnographic enquiry can usefully be reshaped by concentrating on flow and connectivity rather
than location and boundary as the organizing principle.

5 Boundaries are not assumed a priori but explored through the course of the ethnography. The
challenge of virtual ethnography is to explore the making of boundaries and the making of
connections, especially between the 'virtual' and the 'real'. Along with this goes the problem of
knowing when to stop. If the concept of ethnography (and/or culture) as having natural
boundaries is abandoned for analytic purposes, we can also abandon the idea of a whole
ethnography of a given object. Stopping the ethnography becomes a pragmatic decision. The
ethnographic object itself can be reformulated with each decision to either follow yet another
connection or retrace steps to a previous point. Practically it is limited by the embodied
ethnographer‟s constraints in time, space and ingenuity. ///

6 Along with spatial dislocation comes temporal dislocation. Engagement with mediated
contexts is interspersed with interactions in other spheres and with other media. Virtual
ethnography is interstitial, in that it fits into the other activities of both ethnographer and
subjects. Immersion in the setting is only intermittently achieved.

7 Virtual ethnography is necessarily partial. A holistic description of any informant, location or


culture is impossible to achieve. The notion of pre-existing, isolable and describable informants,
locales and cultures is set aside. Our accounts can be based on ideas of strategic relevance
rather than faithful representations of objective realities.

8 Virtual ethnography involves intensive engagement with mediated interaction. This kind of
engagement adds a new dimension to the exploration of the use of the medium in context. The
ethnographer's engagement with the medium is a valuable source of insight. Virtual
ethnography can usefully draw on ethnographer as informant and embrace the reflexive
dimension. The shaping of interactions with informants by the technology is part of the
ethnography, as are the ethnographer's interactions with the technology.

9 New technologies of interaction make it possible both for informants to be absent and to
render them present within the ethnography. In the same way, the ethnographer is both absent
from and present with informants. The technology enables these relationships to be fleeting or
sustained and to be carried out across temporal and spatial divides. All forms of interaction are
ethnographically valid, not just the face-to-face. The shaping of the ethnographic object as it is

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made possible by the available technologies is the ethnography. This is ethnography in, of and
through the virtual.

10 Virtual ethnography is not only virtual in the sense of being disembodied. Virtuality also
carries a connotation of 'not quite', adequate for practical purposes even if not strictly the real
thing (although this definition of virtuality is often suppressed in favour of its trendier alternative).
Virtual ethnography is adequate for the practical purpose of exploring the relations of mediated
interaction, even if not quite the real thing in methodologically purist terms. It is an adaptive
ethnography which sets out to suit itself to the conditions in which it finds itself.

Principles 1 to 9 should follow fairly self-evidently from the discussions of this chapter and the
previous one, and follow on from some of the main currents in ethnographic thinking discussed
in those chapters. Principle 10, however, probably needs further explanation. Ethnography
always has been adaptive to the conditions in which it finds itself. This may help to explain the
traditional reluctance of ethnographers to give advice to those about to start fieldwork. There are
no sets of rules to follow in order to conduct the perfect ethnography, and defining the
fundamental components of the ethnographic approach is unhelpful. The focus of ethnography
on dwelling within a culture demands adaptation and the possibility of overturning prior
assumptions. /// In virtual ethnography the adaptation of methodology to circumstance raises the
issues which principles 1 to 9 address.

There seems to be a contradiction here. If we adhere to principle 10 then it would seem that we
undermine the other nine principles, since to be adaptive and adequate to the purpose would
seem to make adherence to principles in itself problematic. There is a temporal shift here. Most
readers of ethnography will recognize the written product of an ethnography as being an after-
the-event construction, the product of an overlapping but largely linear process of planning, data
collection, analysis and writing. The written product rarely reflects this sequence of events, and
methodological considerations which arose during the data collection phase may be presented
as preceding and even justifying the decisions which gave rise to them. This text is no different
in the liberties it takes with the temporal sequence. The methodological principles detailed here
arose through the conduct of the ethnography itself, as it became clear what an adaptive
ethnography might look like in the context of the Internet. In this sense principle 10, although it
is presented last, is the fundamental principle which underlies the rest and makes them
possible. Adapting and interrogating ethnography keeps it alive, contextual and relevant. After
all, if we are happy enough that technologies are appropriated and interpreted differently in
different contexts, why should we not be happy for ethnography to be similarly sensitive to its
contexts of use? It is no more a sacred and unchanging text than the technologies which it is
used to study. In the following chapter I describe the ethnographic project which forms the basis
for this book. In describing the case, I will also attempt to retrieve some of the decisions which
gave rise to the methodological principles listed above.” (Hine, 2000: 63-66)

“2. El Método y las técnicas. Vistas algunas de las dificultades y complejidades que afectan al
objeto de estudio, ese „tele-otro' apenas esbozado, tengamos en consideración ahora algunas
de las características y singularidades metodológicas que comporta este campo de
investigación.

Partimos de que nuestra arma es la etnografía. Ocurre que, en este caso, son muchas las
peculiaridades y dificultades con que la contrastada metodología antropológica de campo se
encuentra. Realizar una investigación etnográfica sobre una “comunidad” virtual como puede
ser un canal de chat en IRC9 condena al investigador a realizar la mayor parte del trabajo de
campo sentado ante un ordenador. Resulta hasta cierto punto paradójico imaginar un
disciplinado trabajo de observación participante en completa soledad y aislamiento físico. Del
mismo modo que también puede resultar sorprendente el hecho de disponer de todas las
conversaciones, absolutamente todas, guardadas y transcritas perfectamente y al instante, con
una corrección y detalle que para sí quisieran los más cientifistas y meticulosos de los
etnógrafos. O el hecho de tener la posibilidad de asistir en plano de igualdad – aparentemente -

9
El chat en IRC es una de las modalidades existentes de 'chats' o 'charlas' por Internet. Se trata de
espacios de conversación abiertos, gratuitos e instantáneos. La versión del chat en IRC es de las más
antiguas en el mundo de Internet, bastante popular, y la preferida tanto por usuarios con cierto grado de
experiencia como por 'chateadores' asiduos.

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a toda la vida pública de un grupo... Al mismo tiempo, el etnógrafo también se ve obligado a


fiarse de un panorama donde todo puede ser ficticio e inestable. Su canal de observación es
reducidísimo, puesto que se limita a la pantalla de su ordenador. Y lo que fluye a través de ésta
puede ser exasperantemente simple y básico, especialmente en comparación con las
interacciones copresenciales que caracterizan cualquier objeto etnográfico precedente. De
hecho, la comunicación a través de las CMO [Comunicaciones Mediadas por Ordenador] se
produce a través de lo que, en la jerga propia del medio, se llama 'narrow bandwidth', o 'banda
estrecha'. Sherry Turkle (1997) opone esa 'banda estrecha' a la 'banda ancha' en qué se
producen las interacciones 'offline', donde existe una riqueza de matices gestuales, tonales, de
pronunciación, proxémicos y contextuales inmensamente mayor que en las CMO, reducidas a
un modo puramente textual. ///

Sin embargo, todas estas peculiaridades y dificultades son el primer fruto de la etnografía
online y una muestra inequívoca de que estas investigaciones generarán debates
metodológicos novedosos y de gran interés. Por otro lado, en la mayoría de las ocasiones,
estos dilemas metodológicos son aún más importantes, por el hecho de que son dilemas
compartidos con la 'comunidad indígena', por los usuarios en cuestión. No es solamente el
investigador el que experimenta la inquietud de entrar en unas relaciones humanas intensas
tan sólo a través de las catorce o quince pulgadas de un monitor o a través de un juego de,
como mucho, 256 símbolos previamente codificados - de los qué consta el código ASCII. Esa
misma inquietud y esas mismas dudas las comparte el científico social con toda su comunidad
de estudio. Gran parte de las dificultades que encuentra no son muy diferentes a las que
encuentra cualquier usuario a la hora de 'vivir' online. De este modo, descubrimos que nuestras
propias dificultades metodológicas son, a la vez, un hallazgo etnográfico muy significativo.

En segundo lugar, acecha al etnógrafo la incapacidad de establecer un orden claro. Teniendo


en cuenta que, para empezar, la noción de espacio euclidiano se dinamita en las CMO (como
ya hemos apuntado antes), la noción de tiempo tampoco se rige por los parámetros
acostumbrados. Ni siquiera puede asemejarse con las variedades de tiempos no-lineales o
cíclicos que algunos antropólogos han subrayado en los llamados “pueblos primitivos” y,
también, en los pueblos pre-modernos10. En las CMO, no existe el día ni la noche. Como
mucho, existen horarios locales, que tienden a invalidarse cuanto más heterogéneo es el grupo
de usuarios. Así, por ejemplo, no es extraño ver que en el canal #amigos de la red española irc-
hispano, se encuentren más de treinta personas alrededor de las tres de la madrugada (hora
local en la sede de la red, Lleida). Mientras que para algunos son las tres de la madrugada,
para otros usuarios hispanoamericanos son las diez de la noche. Lo mismo ocurre con los
horarios de invierno y verano.

Sin embargo, no sólo el tiempo como variable contextual se vuelve un tanto inasible en las
CMO. También lo hace, de alguna forma, en su interior. (...)” (Mayans, 2002: 86-88)

“¿Viejas Etnografías? La mención a la metodología etnográfica ha asumido, en los últimos


tiempos, algo de módico. Especialmente en las aproximaciones que a las CMO y al
ciberespacio se han realizado desde todas las vertientes de las ciencias sociales. Que tal
mención sea, de hecho, uso o tan sólo abuso del concepto es algo que varía en todas y cada
una de estas aproximaciones. No obstante, desde el campo de la antropología es pertinente
preguntarse hasta qué punto el clásico método etnográfico resulta válido o debe ser revisado
para el estudio cualitativo de las socialidades ciberespaciales.” (Mayans, 2002:91)

“Si algo define, por encima de todo, los vínculos sociales que se trenzan en el ciberespacio y
los procesos socioculturales que en y a través de él se llevan a cabo es el desapego a lo físico.
Un desapego a lo físico que convierte en casi fútiles conceptos como el de 'distancia
geográfica' o 'lugar euclidiano'. De un modo parecido a como ocurre en las grandes ciudades,
aunque en un grado sumamente mayor, lo local se diluye dentro de un tejido de flujos de
naturaleza extremadamente compleja. En el ciberespacio, pues, lo 'local', en el sentido

10
Edward T. Hall distingue entre concepciones del tiempo monocrónicas y concepciones policrónicas
(1984: 48 y ss.). Antropólogos como Sahlins, Godelier y Marvin Harris; historiadores como Jacques Le
Goff o Edward P. Thompson y todo-terrenos del conocimiento como Michel Foucault han trabajado
abundantemente sobre la singularidad de la concepción del tiempo occidental propia de la 'Modernidad'.
Para una disertación sobre todo esto, véase J.C. Rodríguez, 1992, pp. 55-123.

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abordado por Miller y Slater, deja de ser algo preeminente para convertirse en un factor
contextual más, como pueden ser los gustos musicales o deportivos de un usuario concreto.

Si ya la etnografía urbana ha encontrado inválido un concepto de espacio como „receptáculo' y


se ha entregado a estrategias de investigación que pasan por la observación de trayectorias, el
estudio de espacios de paso, de lugares públicos, de lógicas caminatorias (Augoyard, 1979),
¿qué menos puede hacer una etnografía que ya no tiene siquiera 'calles' por donde transitar ni
'cuerpos' a los que observar?

De hecho, el ciberespacio y las CMO se convierten en epítome y oxímoron de este tipo de


comportamientos urbanos líquidos que la citada línea de etnografía urbana ha trabajado. En el
ciberespacio, las relaciones sociales y los significados y producciones socioculturales se liberan
de la dependencia a lo físico - ya sea espacial o corporal -, que pasa a convertirse en una mera
referencia más, otro factor contextual, como ya hemos afirmado antes. /// La etnografía que
pretenda ocuparse del tele-otro está más obligada que nunca a mostrarse itinerante y a
desconfiar de los anclajes físicos de cualquier tipo.

En lugar de estudiar lugares – físicos - y emplazamientos, esta etnografía del tele-otro ha de


abocarse a investigar trayectorias, vínculos y líneas de flujo. Los 'lugares' se convierten en
'lugares de paso', de parada eventual, dentro de una línea (de hecho, múltiples líneas) infinita,
dentro de un camino siempre dispuesto a reemprenderse. Y no hace falta para ejemplificar esto
ir a buscar casos extremos de construcción de múltiples personalidades online. Es suficiente
observar que un solo usuario se mueve, al mismo tiempo, con un pseudónimo en la red de
'chats' de IRC que cambia de estatus, rol y vínculos en los diferentes canales a los que acude;
otro pseudónimo para el ICQ; una o varias webs personales donde solidifica eventualmente
una determinada concepción de sí mismo; una o varias direcciones de correo electrónico, que
puede - o puede no - usar con diferentes fines y propósitos, etc.

Como bien apunta Christine Hine (2000 y en prensa), el espacio concreto en que se mueve una
etnografía del ciberespacio no es acotable ni similar a los clásicos emplazamientos físicos que
han ocupado los grupos sociales que han acostumbrado a estudiar los antropólogos. También
Marilyn Strathern (1996) ha ensalzado el valor de una etnografía que deje de fijarse en
espacios acotados (emplazados, estáticos, fijos) y sepa prestar atención a un tipo de espacio
hecho principalmente de vínculos y conexiones, un espacio-red. Hine argumenta duramente
contra este tipo de concepciones fijadas al 'lugar', hablando de 'etnografía conectiva',
especialmente apropiada para realizar lo que ella llama 'etnografías virtuales'.

De hecho, en el ciberespacio nos encontramos con un espacio hecho de vectores, de


conexiones, un mapa de líneas de recepción y comunicación de contenidos, plagado de nudos
y grumos pírricos, a través de los cuales cada usuario va creando su propio espacio y su propio
itinerario en el ciberespacio. Cabe notar que no estamos hablando de fenómenos sociales sin
15
espacio , sino de fenómenos sociales que tienen lugar, en un espacio no-físico. Lo que
desaparece es el anclaje euclidiano, la tridimensionalidad palpable, la co-presencia corporal.
En su lugar surge la ya mencionada madeja de itinerarios, vínculos, paradas puntuales y nudos
efímeros. Esta es la naturaleza (?) del ciberespacio. Aquí es dónde debemos ir a buscar al tele-
otro. /// La etnografía constituye un 'viejo' método de trabajo e investigación perfectamente
válido para aproximarnos a las 'nuevas' tecnologías, una vez 'adaptado' a las peculiaridades
concretas con las que 'lo ciborg' nos desafía.” (Mayans, 2002: 93-95)

15
Jody Berland critica, de hecho, la 'supresión' del espacio de la teoría social y demuestra que la
espacialidad es un factor muy importante para el estudio de lo social, también en el ámbito de las nuevas
tecnologías (Berland, 1992: 39). Por esa razón hacemos hincapié en que no estamos diciendo que el
espacio no exista o no importe en el estudio de las CMO. Al contrario, nos enfrentamos con una nueva
conceptualización de lo espacial que requiere un ejercicio de reflexión mucho mayor del que permiten
estas páginas.

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5.2 Unos apuntes críticos

5.2.1 Del “líbreme el cielo” al “estar allí”

“Siempre ha existido un prejuicio popular, bastante difundido, que se opone a la teoría cuando
se la compara con la experiencia. Pero, en realidad, una teoría bien fundamentada no es más
que una generalización obtenida a partir de la experiencia y confirmada por ella. En cambio, la
hipótesis no pasa de ser una opinión no confirmada; en este último caso, se puede imaginar
verosímilmente que, basándonos en lo ya conocido, podremos hallar, investigando, un conjunto
de datos de un género previsible. La investigación antropológica no puede llevarse a cabo sin
teorías ni hipótesis, pues las cosas sólo se encuentran si se las busca, aunque muchas veces
se encuentre algo diferente de lo que se intentaba hallar. Toda la historia de la investigación,
en las ciencias naturales o en las humanidades, nos muestra que la simple recolección de lo
que se llaman hechos tiene poco valor si no posee una guía teórica para observarlos y
seleccionarlos.” (Evans-Pritchard, 1973:79)

“Sin embargo, aún se oye decir que los antropólogos estudian las sociedades primitivas con
ciertas ideas teóricas preconcebidas, yo que esto deforma sus observaciones /// de la vida
salvaje. En cambio, el hombre práctico, que no está influido por principios, puede ofrecer una
información imparcial de los hechos tal cual los ve. En realidad, la diferencia entre ambos
individuos es de otra naturaleza. El estudioso hace sus observaciones para responder a los
interrogantes que surgen de las generalizaciones de opiniones especializadas, mientras que el
profano responde a los que son producto de las generalizaciones de la opinión popular.”
(Evans-Pritchard, 1973:79-80)

“No obstante, se hizo evidente que para hacer avanzar el estudio de la antropología social era
necesario que los antropólogos mismos efectuaran sus propias observaciones. Es realmente
sorprendente que, con excepción de Morgan, quien estudió a los iroqueses,9 ninguno de ellos
hubiera realizado trabajos de campo hasta fines del siglo XIX. Es aún más notable que no se
les pasara siquiera por la mente la idea de echar una ojeada, aunque fuera breve, a uno o dos
ejemplares de lo que constituía en realidad la ocupación fundamental de su vida. William
James nos cuenta que cuando interrogó a Sir James Frazer sobre los nativos Que había
conocido, éste exclamó: „Líbreme el cielo‟. 10 Si a un científico se le hubiera formulado una
pregunta análoga acerca de lo que es el objeto de su estudio, habría contestado de manera
muy diferente.” (Evans-Pritchard, 1973:87)

“Los primeros trabajos de campo profesionales adolecían de muchos defectos. Los individuos
que efectuaban esas observaciones, por mejor entrenados que estuvieran en la investigación
sistemática de cualquiera de las ciencias naturales, no podían realizar un estudio a fondo
durante el corto tiempo que pasaban entre las poblaciones que querían analizar. Ignoraban
además los idiomas nativos, y sus contactos con los naturales eran fortuitos y superficiales. El
hecho de que estos primeros estudios nos parezcan hoy totalmente inadecuados nos da una
medida real de los progresos que ha realizado la antropología. Más tarde, las investigaciones
sobre las sociedades primitivas se fueron haciendo cada vez más profundas y esclarecedoras.
Las de mayor importancia son, a mi juicio, las del profesor Radcliffe- Brown, discípulo de Rivers
12
y de Haddon. El estudio que llevó acabo de 1906 a 1908 entre los isleños de Andaman fue el
primer ensayo efectuado por un antropólogo social para investigar las teorías sociológicas en el
seno de una sociedad primitiva, y describir la vida colectiva de una comunidad con el objeto de
hacer resaltar claramente lo que hubiera de importante en /// ella para esas teorías. Este
estudio tiene quizás para la historia de la antropología mayor importancia que la expedición al
Estrecho de Torres, pues los miembros de esta última estaban más interesados en problemas
etnológicos y psicológicos que sociológicos.” (Evans-Pritchard, 1973:88-89)

5.2.2 La descripción que empacha

“La segunda afirmación perentoria de Geertz es muy reveladora del estado mental de la
disciplina como un todo en los últimos años. El autor nos dice de forma fáctica y sin resquicios
9
The League of the Iraquois, 1851.
10
Ruth Benedict, Anthropology and the Humanities, en Anthropologist, 1948, p. 587.
12
R. Radcliffe Brown, The Andaman islanders. A Study in Social Anthropology, 1922.

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posibles lo siguiente: «En antropología, o en todo caso en antropología social, lo que hacen los
practicantes de la disciplina es etnografía. Y es al tratar de entender lo que es hacer etnografía,
cuando empezamos a captar lo que representa el análisis antropológico como forma de
conocimiento» (pp.5-6). Ni que decir que en esta definición la antropología se transforma en
etnografía tout court por arte de magia; y de esta manera más de dos siglos de antropología
como ciencia son arrojados por la borda sin contemplaciones o justificación alguna.

La etnografía es caracterizada por Geertz como /// 'thick description'. El autor confiesa que
dicha expresión la ha tomado prestada del filósofo Gilbert Ryle. Con ella quiere expresar, entre
otras cosas, la idea clásica, enunciada por Weber al principio de su Wirtschaft und Gesellschaft
(1920), de que una acción determinada si bien puede aparecer a los ojos de un observador
objetivista como repetición de sí misma, puede he hecho significar cosas muy distintas. Por
esta razón, insiste Geertz, el etnógrafo no puede limitarse a descripciones lacónicas o tenues -
'thin descriptions' sino que debe ofrecer descripciones lujuriantes, densas, espesas, etc. Es
curioso que la palabra inglesa elegida por Geertz para denotar el tipo de descripción
etnográfica que propugna -thick- permita otras asociaciones aparte de la que él escoge. Por un
lado, el término se usa para referirse a algo turbio, por otro para indicar torpor o lerdez. No me
cabe duda de que hay una solución de continuidad entre dichos significados, y que la obsesión
detallista de la etnografía lleva, a veces, a un tipo de etnografías en las que el bosque de la
descripción no deja ver los árboles de la precisión fáctica, y en lugar de hacer explícitos los
significados posibles de una acción el autor se pierde en una maraña de lianas y arbustos entre
los que el lector tiene gran dificultad en abrirse camino. En otras ocasiones, el detallismo sin
ton ni son genera un aburrimiento tal que induce al lector a un sueño reparador. Ejemplos de
etnografías aburridas y soporíferas –en uno o varios volúmenes- abundan en la /// viña
etnográfica. ¿Quién no ha leído una etnografía francesa típica de los años treinta, e incluso de
los años setenta, en la que el autor, siguiendo demasiado al pie de la letra el consejo
maussiano de recoger los detalles más nimios de la cultura (en el sentido tayloriano de la
palabra) de una tribu, despliega su panoplia inacabable de «hechos etnográficos» tenuamente
clasificados y analizados? Con razón las monografías de la antropología social británica son
vastamente superiores a las francesas del mismo periodo; a fin de cuentas las primeras
requerían un nivel de teorización mucho más elevado que las segundas . Y que conste que las
monografías son cortas y sabrosas.” (Llobera, 1990:39-41)

“Este movimiento de huida del desafío científico que representa el encuentro etnográfico,
implica la configuración de la disciplina no ya tan sólo como una interpretación de las culturas
ajenas sino más bien como una narración más. El deseo secreto de todo etnógrafo -ser un
novelista- puede realizarse ahora sin trauma alguno. La reflexividad, que tiene como objetivo la
interacción entre el investigador y su objeto de estudio etnográfico, se está convirtiendo en la
razón de ser de la disciplina. Ya no se trata de un artilugio para contextualizar la producción del
conocimiento, sino de una obsesión irresistible que indica un peligroso escapismo con respecto
a la misión central de la antropología.” (Llobera, 1990:51)

5.2.3 Malestares fundamentados

“Sin pretender minimizar el fenómeno de la moda mimética en la aparición de la antropología


posmoderna, es obvio, por lo dicho antes, que la hegemonía actual de la etnografía, entendida
como texto literario en dicho movimiento, responde a un impasse de la disciplina. Ha sido
precisamente el malestar creado por la inadecuación entre teoría antropológica y práctica
etnográfica, lo que ha inducido a un grupo de etnógrafos a consumar la revolución
malinowskiana, es decir, a llevar a sus últimas consecuencias el mito malinowskiano del trabajo
de /// campo reduciendo así la antropología a un encuentro entre psicoanalítico y literario con el
Otro. La antropología deviene terapia individual para el etnógrafo occidental, a la vez que
pretende evitar la objetivización de las culturas primitivas o primitivizadoras. La etnografía
renuncia a la ciencia para convertirse en ficción, o en todo caso construye una ciencia ficción
en la que un coro de voces discordantes reclaman su derecho no sólo a ser oídas, sino a gozar
del mismo status.” (Llobera, 1990:137-138)

“Siempre he defendido la aplicación de los conocimientos de las ciencias sociales al intento de


buscar soluciones deseadas por las poblaciones marginales. Siempre he pensado que el
examen crítico de objetivos, planteamientos y medios, al calor de un conocimiento construido

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con exigencia, lúcidamente inspirada, podría contribuir decisivamente a una planificación más
útil y certera, menos engañosa, más transparente y siempre he pensado también que el
seguimiento de las intervenciones sociales por parte de los investigadores /// universitarios
supone una experimentación stricto senso en la que el científico, si quiere, tiene todas las
posibilidades imaginables de contrastación de sus enunciados. No es que ahora haya
cambiado de criterio. Ocurre que hay cosas, demasiadas cosas, que pasan por delante de todo
esto si intento como hoy escribir.

Lo que ahora he podido ver de cerca es la proliferación de un conocimiento construido a base


de papel pinocho, y eso me aterra. Estamos declinando, si no me equivoco, nuestra mayor
responsabilidad como ciudadanos y ciudadanas, que es hacer bien aquello para lo que se
supone que nos hemos formado. Y esa formación produce conocimientos y propicia una
capacidad crítica que incide sobre planes e intervenciones administrativas y civiles sobre
inmigrantes y gitanos. Incide apoyada por el aval de la Universidad, asentada en la autoridad,
el poder y el prestigio de la Universidad. Un conocimiento que creo ahora, sin embargo,
convertido en papel pinocho que se extiende suavemente, que poco a poco te arrastra y te
compra y te vende.

Me refiero, evidentemente, a los estudios -decenas de estudios- sobre personas hartas de ser
estudiadas para nada que les competa. Estudios que se diseñan sin una convicción
interdisciplinaria, aunque muchas veces en ellos se declare lo contrario, y por lo tanto parcial y
presuntuosa. Estudios en los que la parafernalia cuantitativa o la sutileza cualitativa se ensañan
sobre unos datos pobres, forzados, abandonados a la captación inexperta. Los inmigrantes de
carne y hueso casi no existen para la Universidad, como nunca existieron los gitanos,
relegados a la excentricidad de cinco o seis investigadores que mantienen la necesidad
humana del contacto con su objeto-sujeto de estudio y la necesidad técnica de la experiencia y
la preparación para hacer un trabajo de campo.” (San Román, 2000:193-194)

“El resultado no es sólo un pobre conocimiento de los pobres, que sería un mal menor, no es
sólo la osadía de hacer recomendaciones a los agentes de cambio, que es una inmensa
irresponsabilidad. Lo peor es el hastío, la indignación a veces, que los inmigrantes y los gitanos
llegan a sentir ante una pregunta, la primera, de un investigador universitario. Permítanme unos
ejemplos de este malestar que siento:

-Hace muy pocos meses un gambiano de una población pequeña cercana a Figueres me
contaba que se había negado a colaborar en un estudio «porque la segunda pregunta, sobre la
edad, decía: de tantos años a tantos, de tantos años a tantos, y luego, de sesenta a sesenta y
cinco, fíjate, y al final, más de setenta. Es el colmo. Si esta gente se hubiera tomado un fin de
semana para pasearse entre nosotros sabría que no hay ni un solo viejo. Pero les damos igual,
sólo les servimos para rellenar sus malditas hojas y después hacer gráficos. Gráficos sobre
nada, eso son sus gráficos». Al negarse a un senegalés «mediador» (interpuesto), éste fue a
referirlo al jefe, al supuesto trabajador de campo responsable de esta tarea en el supuesto
proyecto por encargo del supuesto investigador y el jefe bajó y pidió a este hombre de Gambia
que le mostrara el carnet de identidad. Por fortuna, sólo levantó la indignación y el desprecio
porque el inmigrante, trabajador a jornal en el campo de Gerona, tenía a sus espaldas dos
migraciones previas, muchos «estudios», un buen temple y tres años de Derecho en la
Universidad de Dakar.

-Hace pocos meses, en los resultados estadísticos sobre una muestra de gitanos en otro lugar,
desconfié, junto a algunos gitanos presentes, de la posibilidad de existencia en aquella zona de
tantos trabajadores asalariados. Parece que les preguntaban «y usted, por favor, ¿en qué
trabaja?», a lo que todos los vendedores ambulantes, todos los mangantes o mangurrinos (del
caló, mendigar), y todos aquellos que querían quedar bien por escrito y ante un chico tan
amable, contestaban en clave a la clase social a la que les habría tocado adscribirse de haber
estado en alguna clase social.

-Hace pocas semanas, y por enésima vez, un señor inmigrante de Senegal al que yo trataba de
hacerle una pregunta me cortó bruscamente: «y si te contesto, ¿para qué te va a servir a ti y
para qué me va a servir a mí?». Creí morir. Pensé a la mayor velocidad que pude que sólo
podía contestar con la verdad: a mí para hacer un trabajo que me interesa, porque me gustan

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muchísimo estos temas y quiero conocerlos, y que me conviene, porque perdería buena parte
de mi condición académica si no hiciera estos estudios. A él le interesa tan sólo si yo soy capaz
de transmitir a la opinión pública y a la academia que los inmigrantes son tan personas enteras
como ellos, tan sólo si soy capaz de incidir en los que realizan las intervenciones sociales de
todo tipo para que tengan en cuenta la necesidad de su participación y gestión política en cada
intervención, tan sólo si soy capaz de transmitirle a él que merece la pena que nos
conozcamos mutuamente, que merece la pena su movilización. Le pareció todo ello dudoso.
Quizá con razón. Pero decidió que, al fin y al cabo, había contestado yo antes y me contestó él
a mí.

-Antes del verano, una mujer senegalesa me daba una lección. «Estarás cansada de que
vengamos unos y otros por aquí a hablar con vosotros, y que vengan otros más a convenceros
de que mandéis a los niños a la escuela o que vayáis al dispensario...», le dije. Se rió
suavemente: «No creas, así sabemos como sois». “ (San Román, 2000:194-195)

5.2.4 La deriva posmoderna

“Desde los tiempos de Malinowski, el método basado en la participación-observación ha


mantenido un cierto equilibrio entre lo objetivo y lo subjetivo. La experiencia personal de los
etnógrafos, especialmente de aquellos cuya participación y énfasis son reconocidos como parte
fundamental en el proceso de recogida de datos, demuestra que se hallan, muy a su pesar.
constreñidos por el imperativo de la observación «objetiva», por un exacerbado
distanciamiento. En la exposición etnográfica clásica, la voz del investigador se manifiesta
siempre en primer plano; pero lo convencional de su texto, las limitaciones de su explicación a
medias entre el discurso fundamentado y el estilo realista, hacen de su obra un todo cerrado,
unidimensional. Podemos distinguir inmediatamente los acentos de Margaret Mead, de
Raymond Firth o de Paul Radin; pero no podemos hablar de los samoanos como «meadianos»;
o de los tikopias como «firthianos», con la misma libertad cultural que utilizamos para referirnos
a los mundos dickensianos o flaubertianos. La subjetividad del autor queda al margen del
objeto referido en el texto. Todo lo más, la voz del autor es un estilo, una amalgama de
sensaciones: el tono; quizás el embellecimiento de la narración, el adorno de los hechos.
Abundando en lo dicho, señalemos que en el campo de la experimentación el etnógrafo es
presentado sólo como un estilista, como un narrador a la manera en que lo contempla Mary
Pratt en su ensayo inserto en este libro. Los estados de confusión, los sentimientos o las
acciones violentas, la censura, los placeres, todo cuanto vive /// intensamente el científico.
deberá ser excluido en la edición de sus trabajos.” (Clifford, 1991a:43-44)

“Estos conceptos, sin embargo, se derrumbarían ya en los años sesenta. Los etnógrafos
comenzaron a escribir acerca de sus experiencias de campo de modo y manera que hacía que
se tambaleasen los preceptos sobre los que se pretendiese establecer el equilibrio objetividad-
subjetividad. Los escritos provocados por tal práctica fueron tachados como «marginales».”
(Clifford, 1991a:44)

“El trabajo de campo, en la antropología, ha sido presentado, muy frecuentemente, tanto como
ciencia de laboratorio como a la manera de una experiencia personal, casi como un rito de
paso. Las dos metáforas, sin embargo, apenas nos sirven para hacer la amalgama,
supuestamente conveniente, de la práctica objetiva y de la subjetiva. Hasta hace muy poco, tal
imposibilidad quedó obviada mediante la marginación de los fundamentos intersubjetivos del
trabajo de campo, que ya habían sido excluidos de los textos etnográficos considerados serios,
y que eran relegados a la categoría de memorias, anecdotarios y confesiones... Más tarde, sin
embargo, este conjunto de disciplinas comenzó a cobrar carta de naturaleza. Y las nuevas
tendencias, partidarias de extremar el dato hasta dar cumplida cuenta de los aspectos que:
pudieran parecer más nimios, mediante la introducción de elementos personales en el texto,
han servido para alterar el discurso etnográfico, así como para subvenir las estrategias y la
autoridad de los informes anteriores. Mucho de nuestro conocimiento acerca de las otras
culturas, es producto de la traducción y de la proyección de diálogos intersubjetivos. Ello
supone un problema claro para cualquier ciencia que se mueva desde lo particular a la
generalización; que utilice sólo las verdades de una cultura como ejemplos ilustrativos, como
fenómenos de tipificación o como patrones de comportamiento colectivo. ///

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Una vez el proceso etnográfico es consciente de la complejidad de las relaciones dialogales


convertidas en historias para mejor ilustrar los informes, lo cual sirve para trazar una
interpretación empírica de los hechos que son comunes a una cultura (hablar de los kung, de
los samoanos, etc.), aparece un claro nivel alegórico. Cada informe es, pues, complejo más
verdadero; y los informes son, también por ello, susceptibles de refutarse en la misma asunción
cultural que de los hechos narrados hacen. Aunque, como escritura, puedan considerarse
versiones basadas en un trabajo de campo; historias de una historia. Las alegorías
discordantes que se registran en Nisa, las «voces» disonantes, son reflejo de la problemática
inventiva de la representación cultural.” (Clifford, 1991b: 166-167)

“La obra de Geertz se inicia con una especie de narración humorística que cuenta la entrada en
la comunidad, lo cual no deja de ser un género, o subgénero, si se prefiere, de la etnografía. El
héroe, el antropólogo, se nos presenta en toda su estereotipación, en su papel de ingenuo, de
naif; simplón y no muy seguro de su capacidad, ni siquiera de su identidad, aquejado
frecuentemente de una especie de exótico mal, se nos presenta en el medio de lo que hay
entre él y el mundo. Casi podemos verlo en el carnaval romano de Goethe. Pronto sale de la
abstracción de su propio mundo, aun cuando no tenga un dominio pleno del nuevo mundo que
se presenta ante él; ese mundo que se constituirá merced a su etnografismo: ///

«A comienzos de abril del año de 1958, mi mujer y yo caímos, tímidamente, con la malaria a
cuestas, en un poblado balinés que pretendíamos estudiar como antropólogos que somos. Era
un poblado pequeño, de no más de quinientos habitantes, y relativamente remoto, aunque se
trataba, en sí, de todo un mundo. Nos introdujimos, como buenos profesionales, en la vida de
aquellas gentes, repartiéndonos con ellas la cotidianeidad: aunque aún pensábamos como si
no estuviéramos allí. Para ellos, y en cierto grado también para nosotros, no éramos personas
sino espectros, gente invisible» (1973, pág. 412).

Aquí, en el primer párrafo de su Deep Play, Geertz establece una clara oposición entre él y su
mujer frente a los balineses, que viven en su pequeño y remoto mundo. Geertz y su esposa
son «antropólogos», «profesionales» e «intrusos». La narración de la entrada que hacen
conforma un primer capítulo que, como ya he señalado, lleva por título el de «La invasión», en
clara alusión a una entrada policial en el poblado de las peleas de gallos. Ello, en sí, define cuál
es la misión que lleva a Geertz y a su esposa hasta el poblado, cuáles son las actitudes que
animan su presencia en el lugar... Clama, melodramáticamente, diciendo que no son personas
sino espectros, gente invisible tanto para los habitantes del poblado como para ellos mismos; y
en verdad parece su llegada, mientras los balineses se dedican a las peleas de gallos, la
llegada de la policía.” (Crapanzano, 1991: 112-113)

“Al margen de sus pretensiones fenomenológicas y hermenéuticas, hay en Deep Play una falta
absoluta de entendimiento de los nativos y de su manera de ver las cosas. Hay, únicamente,
un entendimiento construido a través de la interpretación del entendimiento de los nativos.
Geertz no ofrece evidencias, datos que justifiquen su proceso de intenciones, sus asertos
acerca de la subjetividad de aquellas gentes, sus pregonadas experiencias. Sus construcciones
de las construcciones de las construcciones no van más allá de una simple proyección, borrosa
y confusa por lo demás, de sus propios puntos de vista, de su propia subjetividad, vicios con
los que pretendiera, nada más y nada menos, la construcción de todo un sistema interpretativo
de las gentes por él estudiadas.” (Crapanzano, 1991: 119)

“Clifford, no obstante, parece ir más lejos aún. Arguye, por ejemplo, /// que Malinowski basa su
autoridad antropológica en dos premisas. Una puramente testimonial («yo estuve allí»), lo cual
es elemento que bien puede establecer la única autoridad del antropólogo. Y la otra en la
afirmación de que la supresión de ese testimonio establece la autoridad científica, pero teórica,
del antropólogo2. Clifford, en su progresión, nos muestra que tales fundamentos se hallan
presentes en el famoso escrito de Geertz acerca de las peleas de gallos: «Los informes actúan
de forma separada a la del resto del discurso, contribuyendo a la recreación ficticia de éste.
Queda en suspenso la actualidad, el instante en que se producen los informes ofrecidos por
sus interlocutores... y la situación dialogal aparece, simplemente, revestida con los aspectos
más representativos de la interpretación etnográfica, que no tiende sino a la representación
2
La importancia de esta dualidad es uno de los argumentos centrales de mi trabajo Reflections on
Fieldwork in Morocco (1977).

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textual última y hecha libro». Clifford presenta a Geertz como paradigma de la «apelación a la
fábula» (1983, pág. 132). Dice el antropólogo que estuvo allí, pero, en el texto, se esfuma del
lugar de los hechos.” (Rabinow, 1991: 333-334)

“En The Nuer anuncia de inmediato el narrador las concomitancias entre su trabajo de campo y
su posterior informe con el régimen colonial diciendo, nada más iniciarse el libro, esto: «Mi
estudio de los nuer fue hecho bajo la supervisión y bajo la financiación del gobierno del Sudán
anglo-egipcio, que contribuyó generosamente a la publicación de los datos devenidos de mis
investigaciones». Evans-Pritchard, de entrada, desarma a sus lectores /// con aviso semejante.
¿Por qué le fue patrocinado por el gobierno anglo-egipcio su trabajo? ¿Cuánto cobró por el
mismo y por hacer públicas sus investigaciones? Tales preguntas, sin embargo, quedan
arrumbadas gracias a la confidencia lúcida y mesurada que de su trabajo hace el investigador,
cosa que lleva la paz a sus lectores.

La autoridad de Evans-Pritchard, en un principio, halla punto de apoyo en su trabajo narrativo


de investigación sobre el terreno; contando cuánto sufre el investigador de campo en su
adentrarse en las fronteras de las diferentes culturas. En contraste con el retrato histórico del
inquisidor Fournier, Evans-Pritchard comenta en la memorable introducción a su trabajo de
campo, de forma modesta, cómo accediera al conocimiento de los nuer: «Viví entre los nuer
casi un año entero. No me parece que un año sea tiempo suficiente y necesario para hacer un
estudio sociológico completo de esa gente, especialmente por darse durante ese tiempo ciertas
condiciones adversas para la gente sometida a mi estudio, en contra de lo que hiciera en dos
expediciones, una en 1935 y otra en 1936, que llegaron a conclusiones prematuras». Más que
una demostración de sus éxitos, lo que hace Evans-Pritchard es repetirse en una suerte de
interludios bucólicos. Estudioso modesto, se escuda en ese tono que es propio al narrador de
cuentos. Su actitud nos recuerda eso que Paul Fussell llamara, en su Great War and Modern
Memory, «flema británica»: «La trampa, en esto, consiste en dar la sensación de que las cosas
le sobrevuelan a uno; uno habla, pues, como si la guerra fuese cosa absolutamente normal»,
(1975, pág. 181).” (Rosaldo, 1991:138-139)

“El narrador Evans-Pritchard se describe como el investigador de campo en su condición de


hombre que mantiene su frialdad de mente y su buen juicio hasta en las más difíciles
condiciones. Escribe sin presunción y por ello hace simpática la figura del investigador de
campo. El lector lo contempla, efectivamente, como un hombre que nunca dice más (aunque
muchas veces diga menos) de lo que sabe: alguien que da más de lo que promete. Es más, así
las cosas tiende el lector a aceptar a Evans-Pritchard y a sus narraciones y a la adversidad que
le envuelve como cosas propias al heroísmo, si bien sea un heroísmo devenido de la
necesidad de ser mimético más que un aspirante a la épica. Sugiere el narrador a sus lectores
que, el investigador de campo, atraviesa por dificultades físicas y psicológicas ante las cuales
no podría sobrevivir cualquiera. Evans-Pritchard, así las cosas, comienza su narración, su
informe acerca de su trabajo de campo. como sigue:

«Yo, al contrario que los lectores, conozco a los nuer. Y por ello puedo juzgar mi trabajo más
severamente que los lectores. Puedo, por ello, decir que si este libro revela ciertas
insuficiencias no dejarán tales de espantarme. Un hombre puede juzgar su trabajo en la lucha
con los obstáculos que en el curso del mismo se le presenten y que tenga que superar,
endureciéndolo. Mas, aun tomando lo dicho como un standard, no me avergüenzo de los
resultados».

Lo dicho por Evans-Pritchard roza la cómico... Debe conocer el lector que, a despecho de sus
tribulaciones y de sus intentonas, el investigador de campo vive felizmente; sobrevive, al cabo,
para ser el narrador, el que cuente el cuento y hasta lo escriba. Tenaz, embotadamente, con
absoluta contumacia. Evans-Pritchard no deja de repetir, una vez y otra, que él estaba allí, en
el lugar de los hechos narrados, y sus lectores no... Sólo él puede describir /// los modos de
vida de los nuer. Irónico y enteradillo, Evans-Pritchard no ha hecho sino presentar su trabajo de
campo en forma igualmente autoritaria a la demostrada por Le Roy Ladurie al tomar a Fournier
como fuente suprema de información.

Llega más lejos el narrador, a la hora de dar apoyatura a su autoridad, a su ponderación,


cuando asevera que tanto él, investigador, como los investigados, desarrollaron una suerte de

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intimidad, acaso comparable a esa noción historicista del influjo ancestral que conforma los
modos nacionales. Evans-Pritchard se basa, para hablar de esa suerte de intimidad que tan
cara le resulta, en el forzado igualitarismo impuesto por los nuer con respecto a él mismo
(especialmente, al contrastarlo con su primera experiencia de investigador de campo entre los
azande). Así lo cuenta:

«Precisamente porque viví en estrecho contacto con los nuer tuve con ellos más intimidad que
con los azande, a pesar de lo cual puedo escribir de éstos en forma más detallada. Los azande
no me permitieron vivir como uno más entre ellos; los nuer, sin embargo, no me dejaron vivir al
margen de ellos. Entre los azande, me vi obligado a vivir al margen de la comunidad; entre los
nuer fui prácticamente obligado a vivir como un miembro más de su comunidad. Los azande
me trataban como a un superior; los nuer, por el contrario, me daban el trato que se otorga a un
igual».

Una vez más, el lector puede dar muestras de un escepticismo más que notable, llegado el
momento de tomarse al pie de la letra lo que dice Evans-Pritchard6. Y aunque afirme el
narrador que puede escribir fundamentalmente acerca de los azande, mucho más, incluso, que
acerca de los nuer, es lo cierto que además de escribir The Nuer, escribió también Nuer
Kinship and Marriage y Nuer Religion.” (Rosaldo, 1991:140-141)

5.3 Bueno para pensar

5.3.1 El ascensor en la torre de Babel

“Let us imagine a complex Babel tower. This tower has nine floors corresponding to nine
different cultures world-wide. Two of them use the same primary official languages and even
different dialects of a given language can be spoken on any one floor.” (Batel, 1996:221)

“On each floor, people of different ethnic origins or various religious confessions coexist.
Consider now one of the main psychoactive drugs used all over the world: alcohol. Consider its
use and misuse within the nine floors, issues which are of course related to the availability of
alcohol in the country, the way it is consumed, the habits of the population, the threshold of
social tolerance, the public health policies regarding alcohol, the social and economic levels and
numerous anthropological and historic factors.” (Batel, 1996:221)

“Furthermore, the misuse of alcohol is a multi-factorial process linked to genetic, psychological,


cultural and social factors as well as a high individual inclination to dependence. Each floor,
according to each culture, has a different interpretation of this idea of misuse. The
anthropological dimensions of madness, guilt and tolerance threshold for what counts as a
problem in a given culture is highly different from one floor to another.” (Batel, 1996:221)

“Consider now the dissimilar groups of people taking an interest in the treatment of alcohol
abuse. They are as different as physicians, psychiatrists, psychologists, nurses; but also peers,
social workers, AA.” (Batel, 1996:221)

“Think that, on each floor, all these people could gather to discuss this concept of misuse, and
more precisely the notion of alcohol dependence, among the inhabitants of their own floor. Each
expert would have, according to their education, experience or habits, a different perception and
definition of this concept of dependence. Think now of a group of people considered by the
entire range of experts described above as alcohol-dependent after a long discussion to seek a
consensus. The significance of different aetiological factors, the type, the pattern of drinking and
the form of alcohol dependence can vary considerably from one person to another.” (Batel,
1996:221)

“Consider now a team of researchers coming from every floor under the auspices of an
international organization (WHO) to work in this tower with its complex stratification of multi-
dimensional culture.” (Batel, 1996:221)
6
En el apéndice a la edición de Witchcraft, Oracles, ond Magic among the Azande. Evans-Pritchard
(1976), se refiere a su trabajo de campo en términos más de participación-observación. Quizás lo haga
para que sea más notable el contraste con su informe acerca de los nuer.

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“This team, prompted by the purpose of finding a common language, has decided to explore the
criteria for alcohol dependence. Thanks to a complex but irreproachable methodology, this team
sets up a long and serious work to prove the comparability, reliability and acceptability of the
criteria /// (ICD-10) as used on each floor. This ambitious and courageous project comes to
build a lift to pass from one floor to another, but also to break the intracultural stratifications.
What is a more, the aim of standardization of this concept of dependence implies the need to
consider each floor crosswise through differences between experts, differences between the
instruments used (CIDI or SCAN), and number of necessary criteria to obtain a diagnosis.”
(Batel, 1996:221-222)

“Can we really believe we achieve the stated intentions despite the fact that some data were
missing?” (Batel, 1996:222)

5.3.2 El indio borracho y la oscuridad

“- Por último, volvería a Geertz. Nos dice que el etnocentrismo de cada uno provoca
habitualmente una asimetría moral en nuestras relaciones, juicios y diálogos que se extendería
a cualquier forma de etnocentrismo. Habla, por tanto, de un etnocentrismo que yo he llamado
también etnorreferencial para distinguirlo del impositivo, que parte de ese substrato básico de
referencias culturales que bajo formas distintas todos, creo, tenemos. Y postula entonces la
existencia de un etnocentrismo común, que he llamado cándido, que no es el fagocita del que
normalmente se habla sino el que se da inocentemente, acríticamente también (y en esto se
distinguiría del anterior), entre la gente. Entre la buena gente, también. Preferiría dejar al propio
Geertz que cuente, increíblemente bien, la historia del indio borracho y la máquina de diálisis,
porque escenifica a la perfección la situación intercultural más común, acrítica y
bienintencionada, de las sociedades pluriétnicas actuales en sus relaciones interculturales
directas:

«El caso es simple, aunque sea confusa su resolución. La escasez extrema de máquinas de
diálisis, debido a su elevado coste, condujo hace algunos años, como es lógico, a la formación
de largas colas en espera de lograr el acceso a ellas de los pacientes que las necesitaban, en
un programa médico gubernamental en el suroeste de los EEUU. Estaba dirigido, como
también es lógico, por médicos jóvenes e idealistas procedentes de los más importantes
centros de formación, fundamentalmente /// del nordeste. Los pacientes necesitan mantener
una disciplina estricta en lo que se refiere a su dieta y algunas otras cuestiones, por lo menos
durante un largo período de tiempo, para que el tratamiento sea eficaz. En la medida en que se
trataba de una intervención pública, sometida a las regulaciones antidiscriminatorias y, en todo
caso, como ya he dicho, con una fuerte motivación moral, la lista de espera se había
organizado sin tener en cuenta la capacidad económica que el paciente pudiera tener para
hacer frente a su pago y sólo en función de la gravedad que exigía el tratamiento y el orden
cronológico de las solicitudes. Esta política llevó, con los embrollos habituales de la lógica de la
práctica, al problema del indio borracho.

«El indio, una vez que consiguió acceder a la máquina tan disputada, se negó a parar de
beber, incluso a controlar la bebida, que consumía en una cantidad prodigiosa, con gran
consternación por parte de los doctores. Su posición, dirigida por un principio [...] de
permanecer uno mismo sea lo que sea que otros quieran hacer de ti. era: “Sí, soy un indio
borracho empedernido, lo llevo siendo desde hace ya tiempo y pienso seguir siéndolo todo lo
que me permita el tiempo de vida que ustedes sean capaces de darme a base de enchufarme
a esta condenada máquina suya.” Los médicos, cuyos valores eran bastante diferentes,
consideraban que el indio estaba bloqueando el acceso a la máquina de otros pacientes de la
cola que tenían una necesidad de ella igualmente desesperada que la que el indio tenía, y
pensaban que éstos harían un mejor uso de los beneficios que podía dispensarles -quizá un
joven de clase media, bastante parecido a ellos mismos, destinado a ocupar un puesto en la
Universidad e incluso, quién sabe, en la Facultad de Medicina-. Cuando surgió el problema de
forma clara, el indio estaba ya ocupando la máquina de diálisis, por lo que no podían ya
permitirse a sí mismos el sacarle de ella (ni, supongo, se lo habrían autorizado); pero estaban
realmente contrariados -al menos tan contrariados como decidido el indio, que acudía
puntualmente y disciplinadamente a todas las citas- y seguramente hubieran encontrado

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alguna razón ostensiblemente médica para cambiar su posición en la lista de espera, si


hubieran visto a tiempo lo que se les venía encima. Él continuó en diálisis y ellos siguieron
desconcertados durante varios años, hasta que orgulloso, tal como me lo imagino, agradecido
(aunque no a los médicos) por haber conseguido prolongar una vida en la que beber, y de
forma poco cortés, murió.

«Bien, lo que interesa de esta pequeña historia ahora, no es lo insensibles que pueden llegar a
ser los médicos (no lo fueron a pesar de /// que se encontraron en un buen apuro) o hasta qué
punto había perdido el indio la cabeza (no la perdió, sabía perfectamente lo que quería).
Tampoco nos sugiere que tenían que haber prevalecido bien los valores que mantenían los
médicos (esto es, los nuestros, aproximadamente), el indio (esto es, los no-nuestros,
aproximadamente), o cierto juicio trans-parte tomado de la filosofía o de la antropología [ ...].
Era un caso difícil y concluyó de una forma dura; pero yo no veo cómo una dosis más de
etnocentrismo o de relativismo o de algo más neutral podía haber mejorado la situación (quizá
podía haberlo logrado un poco más de imaginación). El interés de la historia -no estoy seguro
[es Geertz quien lo dice] de que tenga una moraleja propiamente dicha- es que es este tipo de
situación, no la tribu lejana, envuelta en una diferencia coherente [...] la que representa, aun
melodramáticamente la forma más general en la que hoy surgen conflictos de valores que
emanan de la diversidad cultural.» Y más adelante dirá: «No es la incapacidad de los
participantes en la situación para abandonar sus convicciones y adoptar los puntos de vista de
los otros lo que hace la historia tan amargamente deprimente [...]. Es su incapacidad para ni
tan siquiera imaginar, entre la niebla que encubre la diferencia, cómo puede uno escapar a una
asimetría moral absolutamente genuina. Todo ocurre en la oscuridad»3 .

Y ante esa asimetría moral quizá nuestras únicas armas sean la conciencia de su existencia, la
crítica de nuestro fundamento ante el fundamento del otro y, más imaginativamente, intentar
hablar y llegar a acuerdos o, al menos, saber que en esa ocasión ha sido imposible. Yo estoy
de acuerdo en que éste es el tipo más frecuente, con mucho, de etnocentrismo, como sería el
crítico el más infrecuente. Es la fidelidad al referente cultural que no se adopta por maldad ni
por estupidez, sino por enculturación y por inconsciencia de la propia situación y de lo que la
propia situación implica. A veces se resuelve el conflicto, no del todo la perplejidad, cuando uno
cambia de opinión y acepta la del otro. En otros casos se batalla abierta y conscientemente con
el otro para que acepte la nuestra o, como en el caso del indio borracho, todo permanece sin
posibilidad alguna de encuentro. Siempre entre tinieblas. Cualquier alternativa que pase por el
acercamiento exige encender la mayor cantidad de luz posible, en el conocimiento- en la
apertura del talante y en el descubrimiento de objetivos compartidos. Y para esto /// en absoluto
es suficiente «ser bueno» o «ser progresista» o «ser tolerante», atributos que inciden más bien
en cuál de las tres vías tomar. Si eres tolerante pero te convence más tu propio principio moral,
en un momento de asimetría o bien batallas abiertamente o en otras circunstancias, toleras.
Esto a su vez depende de la gravedad con que tu propio principio moral se contradice en los
efectos de una acción, de la gravedad moral del resultado de una acción vista desde un
principio moral al que no estás dispuesto a renunciar. Es decir, habría que separar varias cosas
para poder tomar una decisión respecto a lo que queremos hacer.

La oscuridad, en primer lugar, es de tres tipos. Una es la que procede de la ignorancia de qué
piensa el otro, qué interesa al otro, qué cree el otro que debe hacer, y qué ocurre si lo llega a
hacer y qué si decidiera no hacerlo, no interesarse o no pensar así: oscuridad que procede del
desconocimiento del otro. Otra (a la que se llega por caminos intelectuales y afectivos distintos,
pero que puede resultar tan difícil o, posiblemente, más que la primera), es la ignorancia de
cuáles son las cosas que pensamos mantener por encima de los cuernos de la luna, cuáles
son aquellas a las que estamos real y sinceramente dispuestos a renunciar y hasta qué punto,
y en qué grado se sitúa nuestra determinación para una y otra. Qué intereses pensamos
mantener, o no, o a medias; qué normas pensamos defender, morir por ellas o mirar hacia otro
lado si se ignoran o subvierten; qué creemos, qué seguridad tenemos respecto a aquello que
creemos, sobre el mundo, sobre la sociedad, sobre las relaciones entre los seres humanos,
sobre el destino de la humanidad, y hasta qué punto estamos dispuestos a admitir que otros
produzcan sus propios pensamientos y creencias sobre todo ello y que actúen en
consecuencia; en que sí y en qué no y en qué hasta qué punto solamente sí o no. Según sea el

3
C. Geertz (1986: 116-117), op. cit.

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encuentro entre lo que sé del otro y lo que sé de mí, tendríamos que adoptar una u otra de las
soluciones.” (San Román, 1996: 110-113). [Tercer tipo] (...) “Es el problema bien conocido de
que al tomar una decisión se están rechazando los principios fundamentales que sustentan las
otras, estamos poniendo en evidencia ante nosotros mismos (lo que más importa en este caso)
y ante los demás (lo que más puede perturbarnos) no sólo la contradicción existente, en la
práctica, entre varios de nuestros valores más apreciados, la inconsistencia mutua de varias de
nuestras creencias más respetadas y amadas, sino /// nuestra responsabilidad al decidir
contravenir unas para seguir las otras. Y por tanto, inevitablemente, también suscita una
imagen de nosotros mismos mucho más pequeña, mucho más turbia, mucho más pobre,
mucho menos digna, mucho más ajustada. Intentemos imaginarlo.” (San Román, 1996:113-
114)

5.3.3 Cazando dragones

“Mi estudio se propone, por consiguiente, contrastar con algunos resultados de las ciencias
cognitivas y de la lingüística algunos tratamientos de la palabra todavía habituales entre los
historiadores y los etnólogos, que a mi parecer requieren algunas revisiones críticas. Más
concretamente, quisiera mostrar que el privilegio concedido al enunciado frente a las
condiciones de enunciación y la utilización de los contenidos hablados como muestras de una
cultura (o de una mentalidad) tienen consecuencias muy problemáticas sobre el modo en que
se representan las creencias de los individuos y su relación con las representaciones
compartidas. Dichas consecuencias se podrían evitar aplicando los resultados ya adquiridos
por las ciencias del lenguaje y del conocimiento, que no son en absoluto demasiado técnicos y
que, en la formulación que voy a presentar, son comunes a varias escuelas de pensamiento
divergentes en otros aspectos. Dichos resultados son los siguientes:

- la idea de que la significación de un enunciado es inseparable de un contexto y que tomarlo al


pie de la letra, haciendo abstracción de las condiciones de su enunciación, puede conducir a
verdaderos contrasentidos;

- la idea de que el cerebro humano no funciona como una fotocopiadora y la hipótesis de una
transmisión exhaustiva de las representaciones culturales impide pensar la dimensión de
reapropiación (y llegado el caso, de distanciamiento con respecto a ellas) que está presente en
toda expresión individual de un pensamiento, aunque sea compartida.5 ///

Para acabar con esta cuestión, voy a examinar el ejemplo etnográfico personal que considera
D. Sperber en el artículo que estoy comentando, un ejemplo que vuelve a conducirnos al
núcleo central del debate. Conviene señalar que los diálogos que vamos a citar fueron
recogidos en parte en el cuaderno de campo del etnólogo.

En 1969, cuando Sperber estaba viviendo entre los dorzé del sur de Etiopía, un día el viejo
Filaté le invitó a acompañarle a matar un dragón famoso en la zona. Según el viejo, valía la
pena probar suerte por los siguientes motivos: «Si lo haces, Dios estará contento, el gobierno
estará contento» y sobre todo: « Tiene el corazón de oro. Tiene un cuerno en la nuca. Todo su
cuerpo es dorado». En resumen, matar al dragón es un acto meritorio y lucrativo a la vez. Filaté
promete volver a visitar más tarde al etnólogo para darle más información. Sin embargo, al día
siguiente no ocurre nada. Sperber anota en su diario: «Buen tiempo. El viejo del dragón no ha
vuelto. Lástima». La caza del dragón no tendrá lugar.

No cuesta imaginar la reacción de un etnólogo chapado a la antigua en esas circunstancias:


habría anotado en su cuaderno: «Los dorzé creen que existen dragones con el corazón de oro»
y hubiese podido añadir que dicha creencia estaba muy viva, puesto que él mismo había sido
invitado a la caza de un dragón. Por lo que respecta a los dorzé, el enunciado se habría
sumado, dentro del apartado dedicado a las «creencias relativas a los animales», a la idea de
que los leopardos son cristianos y respetan a los jóvenes de la Iglesia copta (Sperber,
1954:141).

5
En este contexto sigo a Boyer, 1997, de quien he tomado prestada la imagen del cerebro como
fotocopiadora y la noción de una «transmisión cultural exhaustiva». Sperber (1996) llega a conclusiones
parecidas a través de la aplicación de un modelo epidemiológico a la transmisión de las representaciones.

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Indiscutiblemente, el viejo Filaté no se inventó de cabo a rabo la idea del corazón de oro de los
dragones. Esta existe en la cultura de los dorzé, al igual que la representación de los leopardos
cristianos. Como en el caso de los gemelos-pájaros de los nuer, todo el problema consiste en
saber en calidad de qué existen. /// Sperber señala en este sentido que, a pesar de los buenos
sentimientos atribuidos a los leopardos, los dorzé no relajan la vigilancia de los rebaños en los
días de ayuno. También se pregunta por lo que podríamos designar como la actualización de
este tipo de representaciones. En efecto, las creencias son estados mentales que no admiten
ningún tipo de observación directa. Resultan accesibles para el etnógrafo a través de los
enunciados o, de manera más equívoca, de las prácticas que las presuponen (la prueba en el
caso del dragón es que se le da caza). Ambas condiciones parecer darse (y ser congruentes8)
en el caso de Filaté, quien dice su creencia y anticipa, bajo la forma de un proyecto, la acción
que le corresponde. Sin embargo, la cosa tal vez no esté tan clara y Sperber intenta aportar un
poco de luz mediante una descripción más completa de las circunstancias de su diálogo con
Filaté, completando de memoria las lagunas de su cuaderno de campo.

El diálogo siguió, en efecto, un extraño derrotero: el etnólogo multiplicó las objeciones para
declinar la invitación aun cuando, como el mismo reconocerá luego, pocos de sus pares tienen
la oportunidad de acceder a una situación etnográfica potencialmente tan fecunda como una
caza del dragón en compañía de indígenas. Pero no. Como comenta con humor, resultó ser
«un matador de dragones recalcitrante», lo cual supone, según él, una adhesión a la creencia
del otro que se traduce en sus torpes esfuerzos por librarse de «un mal paso imaginario».
También analiza los silencios de su cuaderno de investigación como un síntoma de ese
deslizamiento inconfesable: la creencia en el dragón debe seguir siendo cosa del otro y sólo
suya, «la brecha entre las culturas ilustrada en una viñeta» (1982:82). Es decir que se habría
plegado inconscientemente a las expectativas del relativismo cultural, aun cuando su
experiencia efectiva indicaba algo muy distinto. Nos ofrece asimismo elementos contextuales
que contribuyen a precisar la condición de la creencia de Filaté. ¿Por qué buscó la
colaboración de un extranjero (desprovisto, además, de cualquier tipo de arma) en lugar de
acudir a los aldeanos? La respuesta es que Filaté de hecho no estaba seguro de encontrar un
eco a su creencia entre éstos: en 1969, los dragones con el corazón de oro ya eran cosa del
pasado entre los dorzé. Esta información, deducible sencillamente de la lógica de la situación,
contradice, dicho sea de paso, la idea de una actualidad de la creencia de los dorzé, que antes
he comentado que tenía grandes probabilidades de pasar a formar parte de la etnografía
«clásica» de dicho pueblo.

Además del análisis que propone el autor, se pueden extraer aún otras conclusiones del
ejemplo citado. A mi modo de ver, la postura de «matador de dragones recalcitrante» que
adopta Sperber se comprende en el contexto de la lógica de su interacción con Filaté y del
dilema axiológico que ésta activa. El etnólogo podía optar entre dos actitudes que habrían
resguardado la integridad de su posición: o bien rechazar la creencia del otro («Los dragones
no existen; por lo tanto, no veo motivo para salir a cazar uno»), o bien seguirle el juego («¡De
acuerdo, en marcha!»). Sin embargo, ambas posiciones resultaban igualmente costosas en el
contexto de la interacción concreta entre ambos hombres: el etnólogo no se reconoce /// el
derecho de comunicar su opinión sobre unas creencias que, por regla general, no comparte. Y
a la inversa, puede tener algún escrúpulo moral ante la idea de participar en un juego que,
desde su punto de vista, equivale a engañar al otro sobre sus verdaderas convicciones y corre
el riesgo de modificar su relación con su creencia al aportarle una nueva justificación («La
prueba de que los dragones existen es que hasta los europeos los cazan»). La posición que
adoptó Sperber es un compromiso entre ambas alternativas: desengaña al viejo a la vez que le
contenta. Aun así, la lógica de la conversación entre ambos protagonistas refrenda a pesar de
todo la hipótesis de la existencia del dragón; ésta es la fuente principal de la creencia
momentáneamente reconocida por el etnólogo y el viejo, por su parte, debió ver alentada la
suya por el mismo mecanismo. Sperber colaboró sin querer con Filaté en la gestación de un
dragón.

8
Mientras que en el caso de los leopardos cristianos, la práctica contradice la creencia, lo cual pone
directamente en entredicho su régimen de veracidad.

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La situación que acabo de recordar, de la adhesión de facto de un etnólogo a unas creencias


9
que por otra parte rechaza, tal vez parezca demasiado infrecuente y escurridiza para merecer
tanta atención. Sin embargo, pienso que puede servir para abrir la reflexión sobre un problema
que se ha comentado muy a menudo: el de la interacción entre etnólogos e informadores y los
«artefactos» que de ella resultan;10 ¿en qué medida induce el etnólogo, si no los contenidos, al
menos el modo de presentación de las representaciones culturales que recoge? ¿En qué
medida, en particular, conduce a los indígenas a un grado de reflexión sobre su propia cultura
que carece de equivalente «natural» o a expresar ideas hasta entonces no formuladas? A
continuación quisiera mostrar que este tipo de fenómenos se pueden producir también fuera de
las situaciones de investigación y que prestar atención a las modalidades y condiciones en las
que se recogen las palabras permite aclarar de manera útil su génesis.” (Albert, 2003: 70-72)

5.3.4 ¿Mirada distante?: vulnerabilidad y corazones rotos

“In 1985 an avalanche in Colombia buried an entire village in mud. Isabel Allende, watching the
tragedy on television, wanted to express the desperation she felt as she helpessly observed so
many people being swallowed by the earth. In her short story „Of Clay We Are Created,‟ Allende
writes about Omaira Sánchez, a thirteen year-old girl who became the focus of obsessive media
attention. News-hungry photographers, journalists, and television camera people, who could do
nothing to save the girl‟s life, descended upon her as she lay trapped in the mud, fixing their
curious and useless eyes on her suffering. Amid that horrid audience of onlookers, which
included Allende herself watching the cruel „show‟ on the screen, she places the photographer
Rolf Carlé. He too has been looking, gazing, reporting, taking pictures. The something snaps in
him. He can no longer bear to watch silently from behind the camera. He will not document
tragedy as an innocent bystander. Crouching down in the mud, Rolf Carlé throws aside his
camera and flings his arms around Omaira Sánchez as her heart and lungs collapse.

The vulnerable observer par excellence, Rolf Carlé incarnates the central dilemma of all efforts
at witnessing. In the midst of a massacre, in the face of torture, in the eye of a hurricane, in the
aftermath of an earthquake, or even, say, when horror looms apparently more gently in
memories that won't recede and so come pouring forth in the late-night quiet of a kitchen, as a
storyteller opens her heart to a story listener, recounting hurts that cut deep and raw into the
gullies of the self, do you, the observer, stay behind the lens of the camera, switch on the tape
recorder, keep pen in hand? Are there limits -of respect, piety, pathos- that should not be
crossed, even to leave a record? But if you can't stop the horror, shouldn't you at least
document it?

Allende assumed that once her story was published, Omaira would disappear from her life. But
in Paula, her moving memoir of her daughter's sudden and rapid death from porphyria, she
finds herself returning to Omaira's story, which has acquired the eerie power of fiction that
foretells the future. This time, Allende is painfully close to tragedy, no television screen acting as
buffer. Like Rolf Carlé, she must get „down in the mud‟ with her daughter, who has fallen into a
coma, her gaze „focused beyond the horizon where death begins.‟ Sitting at the bedside of
Paula, a Sleeping Beauty who will never awaken, Allende, with pen in hand, gives up the
possibility of imagining other worlds through fiction. Surrendering to the intractableness of
reality, she feels herself setting forth on „an irreversible voyage through a long tunnel; I can't see
an exit but I know there must be one. I can't go back, only continue to go forward, step by step,
to the end‟.”1 (Behar, 1996: 1-2)

“Even I, a practitioner of vulnerable writing, am sometimes at a loss to say how much emotion is
bearable within academic settings. Last fall, at a feminist anthropology conference at the
University of Michigan organized by the graduate students, I found myself in just such a

9
Para dar cuenta de esta anomalía, Sperber evoca el «Ya lo sé, pero aún así...» que analizó O. Mannoni
y observa que, tras su conversación con Filaté, se sintió como si «volviera a ser (él) mismo» (1982: 82).
10
Uno de los casos más discutidos es el de la cosgomonía dogón que expuso Marcel Griaule en Dieux
d‟eau. ¿El viejo sabio Ogotemmeli dominaba de manera ordenada dicha mitología en su totalidad o bien
su configuración fue inducida –léase realizada- por el etnólogoi? Véase también Goody, 1979.
1
Isabel Allende, Paula (New York: HarperCollins Publishers, 1995), 238, 310. Also see my review, “In the
House of Spirits,” in Women‟s Review of Books 13, 2 (November 1995): 8. Allende‟s story “Of Clay We are
Created” appears in The Stories of Eva Luna (New York: Macmillan, 1991)

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dilemma as a new colleague prefaced her remarks by turning warmly toward me to say my work
had given her permission to speak in ways that are taboo in the academy. Naturally I was
flattered, but also I felt apprehensive. What would I find myself responsible for? She began to
read, first from her ethnographic writing about spirit possession in India, giving detailed and
thoughtful descriptions in a cool and controlled voice. Suddenly, she switched gears. Her tone
grew passionate as she recounted her own experience of being brutally beaten by a former
husband in a possession trance. She had not read this section of her work aloud before and her
voice trembled. Soon the tears came to her eyes. She to stop several times to catch her breath.
By the end, she was sobbing.

The room was packed. All the available seats were taken and there were people standing in the
back. In an effort to create a more feminist and egalitarian environment, the students had
arranged the chairs in a circle, so there was a huge gaping hole, a cavern, in the middle of the
room. When my colleague had finishing speaking, a terrible silence, like a dark storm cloud,
descended upon everyone. A part of me wished the cavern in the middle of the room would
open up and swallow us all, so we wouldn‟t have to speak.

After what seemed an eternity, another anthropology colleague, in her kindest voice, tried to
take charge of the situation by commenting on the disparity between the two voices -the
detached ethnographic voice and the exceedingly emotional personal voice. After a while, I too
spoke, feeling obliged to speak. I took up where my colleague left off, and wondered aloud how
we, as ethnographers, might go about writing emotion into the personal material without
draining it all from the ethnography. My colleague, I realized, had made an all-too common
mistake, which I had come to recognize in my own writing: she paced her story in such a way
that the ethnography moved along, steady, like a train cutting through a field, and then, Boom!
Bang! Crash! There was the wrenching personal story of the suffering anthropologist. How, I
asked-of my colleague and of myself-might we make the ethnography as passionate as our
autobiographical stories? What would that take? And how might we unsettle expectations by
writing about ourselves with more detachment and about others with all the fire of feeling? Can
we give both the observer and the observed a chance at tragedy? As I spoke, people in the
audience nodded their heads. Everyone seemed relieved that I, the champion of personal
writing, was putting autobiography back in its place as the handmaiden of ethnography.

My new colleague had by this time calmed down and wiped away her tears. Even though I had
responded sensibly and given her what everyone took to be a very constructive comment, I felt
like I had failed her. What kept me glued to my chair, unable to rise and embrace her? Like
Omaira Sánchez, she'd been in trouble. Unlike Rolf Carlé, I had watched her from a distance,
sinking into the cavern in the middle of the room.

The image of my colleague, alone before the cavern, flashed before my eyes again when I was
in Cuba early this year attending a women's conference about writing and art. A young writer,
reading her fiction aloud for the first time, grew so nervous that her body shook convulsively.
She tried to read, but she couldn't keep her hands still long enough to hold up her notebook.
Immediately, one after another, the older, established writers present leaped to her side and put
their arms around her. Soon, she was reading, still shaking but concentrating on her story. In
fact, she went way over her time. After being politely asked to cut her reading short, she had
become a furious prima donna. I felt she had lost her right to any sympathy. Later in the
conference, another woman, talking about divided Cuban families, began to cry and could no
longer go on speaking. This time the audience spontaneously began to applaud, louder and
louder, as if to finish her sentence. Many of those clapping were crying, too.

In Michigan, all that emotion scared us, scared me. So we stayed quiet, like obedient
schoolchildren waiting for the teacher to scold us. And, sadly, I became that teacher, ruler in
hand, making my own knuckles bleed.” (Behar, 1996: 16-19)

“On an airplane, a few months late -coming back from a conference in San Francisco about
women's health, where I think I made myself extremely vulnerable by talking about my panic
episode- I will sit next to a woman from Detroit whose mother was murdered. „Your mother
murdered!‟ I will say, in a voice cracking with astonishment rather than with compassion. Yes,
by the newspaper boy. Shot her. He was on drugs. I will look at the woman's face and ask: „But

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aren't you enraged? How do you live with the loss of your mother? How do you live with the fact
that her murderer is still alive?‟ And she will say to me: „I belong to a group called Murder
Victims Families for Reconciliation. I am against the death penalty. I have traveled up and down
the California coast, talking to legislators, talking to victims, talking to teachers, teaching that
you can't solve violence with more violence. You must forgive.‟ This woman, I will think, is
another angel in my path. Mourning, she reminds me, „is not replacing the dead but making a
place for something else to be in relation to the past. . . . We bring the past to the present, we
allow ourselves to experience what we have lost, and also what we are -that we are- despite
this loss.12 The Ilongot, as I have learned from Renato Rosaldo, don't forgive. What they don't
forgive is death. No, death cannot be forgiven. Can I be horribly honest? I am afraid. Too afraid
to even imagine a headhunt.

“Michaelson asks: 'Of what value are sorrow and tears? How can one put them to use for
purposes of a life politics?' Let me try to answer what is perhaps intended to be nothing more
than a rhetorical question, a question for which no answer is really desired. I think of the film
Shoah, which is a working through of sorrow, because all the tears have already been cried.
Claude Lanzmann's aim is not to present gruesome images from the past, but to grapple with
the impossibility of telling the story of the Holocaust. His effort is to 'screen loss.‟ He wants to
make 'present in the film the absence of the dead.' Lanzmann returns with his camera to the
prosaic site where Jews passed from the normal world to the world of the camp. He goes back
to the station building, the rails, the platforms, which are just as they were in 1942, not changed
at all. 'I needed that,' Lanzmann says, 'a permanence of iron, of steel. I needed to attach myself
to it.' He films survivors crossing the line between the world of the camp and the rest of the
world. He films the distance, between present and past, the living and the dead. 'They can cross
over, but neither they nor we are anywhere but in the present‟.13

No, we are nowhere but in the present. And I am here, in Texas, where I didn‟t think I wanted to
be, but since I am here, I take a deep breath, and smile, and take joy that I am alive, and like a
melodramatic soap opera star or maybe a countrywestern singer with a taut guitar, I look my
audience in the eye and get ready to belt out those words I wrote very late at night when I was
very tired and just wanted to get to sleep and forget everything. And I say:

„Call it sentimental, call it Victorian and nineteenth century, but I say that anthropology that
doesn‟t break your heart just isn‟t worth doing anymore.‟

And I mean it. Because my heart is broken. Because the one person I whish had heard me sing
this lament for him isn‟t here. Can‟t be here.” (Behar, 1996: 175-177)

5.3.5 La pena, el dolor y la furia

“If you ask an older Ilongot man of northern Luzon, Philippines, why he cuts off human heads,
his answer is brief, and one on which no anthropologist can readily elaborate: He says that
rage, born of grief, impels him to kill his fellow human beings. He claims that he needs a place
"to carry his anger." The act of severing and tossing away the victim's head enables him, he
says, to vent and, he hopes, throwaway the anger of his bereavement. Although the
anthropologist's job is to make other cultures intelligible, more questions fail to reveal any
further explanation of this man's pithy statement. To him, grief, rage, and headhunting go
together in a self-evident manner. Either you understand /// it or you don't. And, in fact, for the
longest time I simply did not.
7
In what follows, I want to talk about how to talk about the cultural force of emotions. The
emotional force of a death, for example, derives less from an abstract' brute fact than from a

12
Roth, The Ironist‟s Cage, 225-226
13
Roth, The Ironist‟s Cage, 225
7
In contrasting Moroccan and Javanese forms of mysticism, Clifford Geertz found it necessary to
distinguish the "force" of cultural patterning from its "scope" (Clifford Geertz, Islam Observed [New Haven,
Conn.: Yale University Press, 1968]). He distinguished force from scope in this manner: "By 'force' I mean
the thoroughness with which such a pattern is internalized in the personalities of the individuals who adopt
it, its centrality or marginality in their lives" (p. 111). "By 'scope,' on the other hand, I /// mean the range of
social contexts within which religious considerations are regarded as having more or less direct relevance"

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particular intimate relation's permanent rupture. It refers to the kinds of feelings one experiences
on learning, for example, that the child just run over by a car is one's own and not a stranger's.
Rather than speaking of death in general, one must consider the subject's position within a field
of social relations in order to grasp one's emotional experience.8

My effort to show the force of a simple statement taken literally goes against anthropology's
classic norms, which prefer to explicate culture through the gradual thickening of symbolic webs
of meaning. By and large, cultural analysts use not force but such terms as thick description,
multivocality, polysemy, richness, and texture. The notion of force, among other things, opens to
question the common anthropological assumption that the greatest human import resides in the
densest forest of symbols and that analytical detail, or "cultural depth," equals enhanced
explanation of a culture, or "cultural elaboration." Do people always in fact describe most thickly
what matters most to them?” (Rosaldo, 1993: 1-2)

5.3.5.1 The Rage in Ilongot Grief

“Let me pause a moment to introduce the Ilongots, among whom my wife, Michelle Rosaldo,
and I lived and conducted field research for thirty months (1967-69,1974). They number about
3,500 and reside in an upland area some 90 miles northeast of Manila, Philippines.9 They
subsist by hunting deer and wild pig and by cultivating rain-fed gardens (swiddens) with rice,
sweet potatoes, manioc, and vegetables. Their (bilateral) kin relations are reckoned through
men and women. After marriage, parents and their married daughters live in the same or
adjacent households. The largest unit within the society, a largely territorial descent /// group
called the bertan, becomes manifest primarily in the context of feuding. For themselves, their
neighbors, and their ethnographers, head-hunting stands out as the Ilongots' most salient
cultural practice.

When Ilongots told me, as they often did, how the rage in bereavement could impel men to
headhunt, I brushed aside their one-line accounts as too simple, thin, opaque, implausible,
stereotypical, or otherwise unsatisfying. Probably I naively equated grief with sadness. Certainly
no personal experience allowed me to imagine the powerful rage Ilongots claimed to find in
bereavement. My own inability to conceive the force of anger in grief led me to seek out another
level of analysis that could provide a deeper explanation for older men's desire to headhunt.

Not until some fourteen years after first recording the terse Ilongot statement about grief and a
headhunter's rage did I begin to grasp its overwhelming force. For years I thought that more
verbal elaboration (which was not forthcoming) or another analytical level (which remained
elusive) could better explain older men's motives for headhunting. Only after being repositioned
through a devastating loss of my own could I better grasp that Ilongot older men mean precisely
what they say when they describe the anger in bereavement as the source of their desire to cut
off human heads. Taken at face value and granted its full weight, their statement reveals much
about what compels these older men to headhunt.

In my efforts to find a "deeper" explanation for headhunting, I explored exchange theory,


perhaps because it had informed so many classic ethnographies. One day in 1974, I explained
the anthropologist's exchange model to an older Ilongot man named Insan. What did he think, I
asked, of the idea that headhunting resulted from the way that one death (the beheaded

(p. 112). In his later works, Geertz developed the notion of scope more than that of force. Unlike Geertz,
who emphasizes processes of internalization within individual personalities, my use of the term force
stresses the concept of the positioned subject.
8
Anthropologists have long studied the vocabulary of the emotions in other cultures (see, e.g., Hildred
Geertz, "The Vocabulary of Emotion: A Study of Javanese Socialization Processes," Psychiatry 22 (1959):
225-37). For a recent review essay on anthropological writings on emotions, see Catherine Lutz and
Geoffrey M. White, "The Anthropology of Emotions," Annual Review of Anthropology 15 (1986): 405-36.
9
The two ethnographies on the Ilongots are Michelle Rosaldo, Knowledge and Passion: Ilongot Notions of
Self and Social Life (New York: Cambridge University Press, 1980), and Renato Rosaldo, Ilongot
Headhunting, 1883-1974: A Study in Society and History (Stanford, Calif.: Stanford University Press,
1980). Our field research among the Ilongots was financed by a National Science Foundation predoctoral
fellowship, National Science Foundation Research Grants GS-1509 and GS-40788, and a Mellon Award
for junior faculty from Stanford University. A Fulbright Grant financed a two-month stay in the Philippines
during 1981.

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victim's) canceled another (the next of kin). He looked puzzled, so I went on to say that the
victim of a beheading was exchanged for the death of one's own kin, thereby balancing the
books, so to speak. Insan reflected a moment and replied that he imagined somebody could ///
think such a thing (a safe bet, since I just had), but that he and other Ilongots did not think any
such thing. Nor was there any indirect evidence for my exchange theory in ritual, boast, song, or
10
casual conversation.

In retrospect, then, these efforts to impose exchange theory on one aspect of Ilongot behavior
appear feeble. Suppose I had discovered what I sought? Although the notion of balancing the
ledger does have a certain elegant coherence, one wonders how such bookish dogma could
inspire any man to take another man's life at the risk of his own.

My life experience had not as yet provided the means to imagine the rage that can come with
devastating loss. Nor could I, therefore, fully appreciate the acute problem of meaning that
Ilongots faced in 1974. Shortly after Ferdinand Marcos declared martial law in 1972, rumors that
firing squads had become the new punishment for headhunting reached the Ilongot hills. The
men therefore decided to call a moratorium on taking heads. In past epochs, when headhunting
had become impossible, Ilongots had allowed their rage to dissipate, as best it could, in the
course of everyday life. In 1974, they had another option; they began to consider conversion to
evangelical Christianity as a means of coping with their grief. Accepting the new religion, people
said, implied abandoning their old ways, including headhunting. It also made coping with
bereavement less agonizing because they could believe that the deceased had departed for a
better world. No longer did they have to confront the awful finality of death.

The force of the dilemma faced by the Ilongots eluded me at the time. Even when I correctly
recorded their statements about grieving and the need to throwaway their anger, I simply did not
grasp the weight of their words. In 1974, for example, while Michelle Rosaldo and I were living
among the Ilongots, a six-month-old baby died, probably of pneumonia. That afternoon we
visited the father and found him terribly stricken. "He was sobbing and staring through glazed
and bloodshot eyes at the cotton blanket covering his baby."5 The man suffered intensely, for
this was the seventh /// child he had lost. Just a few years before, three of his children had died,
one after the other, in a matter of days. At the time, the situation was murky as people present
talked both about evangelical Christianity (the possible renunciation of taking heads) and their
grudges against lowlanders (the contemplation of headhunting forays into the surrounding
valleys).

Through subsequent days and weeks, the man's grief moved him in a way I had not anticipated.
Shortly after the baby's death, the father converted to evangelical Christianity. Altogether too
quick on the inference, I immediately concluded that the man believed that the new religion
could somehow prevent further deaths in his family. When I spoke my mind to an Ilongot friend,
he snapped at me, saying that "I had missed the point: what the man in fact sought in the new
religion was not the denial of our inevitable deaths but a means of coping with his grief. With the
advent of martial law, headhunting was out of the question as a means of venting his wrath and
thereby lessening his grief. Were he to remain in his Ilongot way of life, the pain of his sorrow
would simply be too much to bear."6 My description from 1980 now seems so apt that I wonder
how I could have written the words and nonetheless failed to appreciate the force of the grieving
man's desire to vent his rage.

Another representative anecdote makes my failure to imagine the rage possible in Ilongot
bereavement all the more remarkable. On this occasion, Michelle Rosaldo and I were urged by
Ilongot friends to play the tape of a headhunting celebration we had witnessed some five years
before. No sooner had we turned on the tape and heard the boast of a man who had died in the

10
Lest the hypothesis Insan rejected appear utterly implausible, one should mention that at least one
group does link a version of exchange theory to headhunting. Peter Metcalf reports that, among the
Berawan of Borneo, "Death has a chain reaction quality to it. There is a considerable anxiety that, unless
something is done to break the chain, death will follow upon death. The logic of this is now plain: The
unquiet soul kills, and so creates more unquiet souls" (Peter Metcalf, A Borneo Journey into Death:
Berawan Eschatology from Its Rituals [Philadelphia: University of Pennsylvania Press, 1982]. p. 127).
5
R. Rosaldo, Ilongot Headhunting, 1883-1974, p. 286.
6
Ibid., p. 288.

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intervening years than did people abruptly tell us to shut off the recorder. Michelle Rosaldo
reported on the tense conversation that ensued:

As Insan braced himself to speak, the room again became almost uncannily electric. Backs
straightened and my anger turned to nervousness and something more like fear as I saw that
lnsan's eyes were red. Tukbaw, Renato's Ilongot "brother." then broke into what was a brittle
silence, saying he could /// make things clear. He told us that it hurt to listen to a headhunting
celebration when people knew that there would never be another. As he put it: "The song pulls
at us, drags our hearts, it makes us think of our dead uncle." And again: "It would be better if I
had accepted God, but I still am an Ilongot at heart; and when I hear the song, my heart aches
as it does when I must look upon unfinished bachelors whom I know that I will never lead to
take a head." Then Wagat, Tukbaw's wife, said with her eyes that all my questions gave her
pain, and told me: "Leave off now, isn't that enough? Even I, a woman, cannot stand the way it
feels inside my heart."7

From my present position, it is evident that the tape recording of the dead man's boast evoked
powerful feelings of bereavement, particularly rage and the impulse to headhunt. At the time I
could only feel apprehensive and diffusely sense the force of the emotions experienced by
Insan, Tukbaw, Wagat, and the others present.

The dilemma for the Ilongots grew out of a set of cultural practices that, when blocked, were
agonizing to live with. The cessation of headhunting called for painful adjustments to other
modes of coping with the rage they found in bereavement. One could compare their dilemma
with the notion that the failure to perform rituals can create anxicty.8 In the Ilongot case, the
cultural notion that throwing away a human head also casts away the anger creates a problem
of meaning when the headhunting ritual cannot be performed. Indeed, Max Weber's classic
problem of meaning in The Protestant Ethic and the Spirit of Capitalism is precisely of this kind.9
On a logical plane, the Calvinist doctrine of predestination seems flawless: God has chosen the
elect, but his decision can never be known by mortals. Among those whose ultimate concern is
salvation, the doctrine of predestination is as easy to grasp conceptually as it is impossible to
endure in everyday life (unless one happens to be a "religious virtuoso"). For Calvinists and
Ilongots alike, the problem of meaning resides in practice, not theory. The dilemma for both
groups involves the practical matter of how /// to live with one's beliefs, rather than the logical
puzzlement produced by abstruse doctrine.” (Rosaldo, 1993: 2-7)

5.3.5.2 How I Found the Rage in Grief

“One burden of this introduction concerns the claim that it took some fourteen years for me to
grasp what Ilongots had told me about grief, rage, and headhunting. During all those years I
was not yet in a position to comprehend the force of anger possible in bereavement, and now I
am. Introducing myself into this account requires a certain hesitation both because of the
discipline's taboo and because of its increasingly frequent violation by essays laced with trendy
amalgams of continental philosophy and autobiographical snippets. If classic ethnography's vice
was the slippage from the ideal of detachment to actual indifference, that of present-day
reflexivity is the tendency for the self-absorbed Self to lose sight altogether of the culturally
different Other. Despite the risks involved, as the ethnographer I must enter the discussion at
this point to elucidate certain issues of method.

The key concept in what follows is that of the positioned (and repositioned) subject. 10 In routine
interpretive procedure, according to the methodology of hermeneutics, one can say that

7
M. Rosaldo, Knowledge and Passion, p. 33.
8
See A. R. Radcliffe-Brown, Structure and Function in Primitive Society (London: Cohen and West, Ltd.,
1952), pp. 133-52. For a broader debate on the "functions" of ritual, see the essays by Bronislaw
Malinowski, A. R. Radcliffe-Brown, and George C. Homans, in Reader in Comparative Religion: An
Anthropological Approach (4th ed.), ed. William A. Lessa and Evon Z. Vogt (New York: Harper and Row,
1979), pp. 37 -62
9
Max Weber, The Protestant Ethic and-the Spirit of Capitalism (New York: Charles Scribner's Sons,
1958).
10
A key antecedent to what I have called the "positioned subject" is Alfred Schutz, Collected Papers, vol.
1, The Problem of Social Reality, ed. and intro. Maurice Natanson (The Hague: Martinus Nijhoff, 1971).

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ethnographers reposition themselves as they go about understanding other cultures.


Ethnographers begin research with a set of questions, revise them throughout the course of
inquiry, and in the end emerge with different questions than they started with. One's surprise at
the answer to a question, in other words, requires one to revise the question until lessening
surprises or diminishing returns indicate a stopping point. This interpretive approach has been
11
most influentially articulated within anthropology by Clifford Geertz.

Interpretive method usually rests on the axiom that gifted ethnographers learn their trade by
preparing themselves as broadly as possible. To follow the meandering course of ethnographic
/// inquiry, field-workers require wide-ranging theoretical capacities and finely tuned sensibilities.
After all, one cannot predict beforehand what one will encounter in the field. One influential
anthropologist, Clyde Kluckhohn, even went so far as to recommend a double initiation: first, the
ordeal of psychoanalysis, and then that of fieldwork. All too often, however, this view is
extended until certain prerequisites of field research appear to guarantee an authoritative
ethnography. Eclectic book knowledge and a range of life experiences, along with edifying
reading and self-awareness, supposedly vanquish the twin vices of ignorance and insensitivity.

Although the doctrine of preparation, knowledge, and sensibility contains much to admire, one
should work to undermine the false comfort that it can convey. At what point can people say that
they have completed their learning or their life experience? The problem with taking this mode
of preparing the ethnographer too much to heart is that it can lend a false air of security, an
authoritative claim to certitude and finality that our analyses cannot have. All interpretations are
provisional; they are made by positioned subjects who are prepared to know certain things and
not others. Even when knowledgeable, sensitive, fluent in the language, and able to move
easily in an alien cultural world, good ethnographers still have their limits, and their analyses
always arc incomplete. Thus, I began to fathom the force of what Ilongots had been telling me
about their losses through my own loss, and not through any systematic preparation for field
research.

My preparation for understanding serious loss began in 1970 with the death of my brother,
shortly after his twenty-seventh birthday. By experiencing this ordeal with my mother and father,
I gained a measure of insight into the trauma of a parent's losing a child. This insight informed
my account, partially described earlier, of an Ilongot man's reactions to the death of his seventh
child. At the same time, my bereavement was so much less than that of my parents that I could
not then imagine the overwhelming force of /// rage possible in such grief. My former position is
probably similar to that of many in the discipline. One should recognize that ethnographic
knowledge tends to have the strengths and limitations given by the relative youth of field-
workers who, for the most part, have not suffered serious losses and could have, for example,
no personal knowledge of how devastating the loss of a long-term partner can be for the
survivor.

In 1981 Michelle Rosaldo and I began field research among the Ifugaos of northern Luzon,
Philippines. On October 11 of that year, she was walking along a trail with two Ifugao
companions when she lost her footing and fell to her death some 65 feet down a sheer
precipice into a swollen river below. Immediately on finding her body I became enraged. How
could she abandon me? How could she have been so stupid as to fall? I tried to cry. I sobbed,
but rage blocked the tears. Less than a month later I described this moment in my journal: "I felt
like in a nightmare, the whole world around me expanding and contracting, visually and
viscerally heaving. Going down I find a group of men, maybe seven or eight, standing still,
silent, and I heave and sob, but no tears." An earlier experience, on the fourth anniversary of my
brother's death, had taught me to recognize heaving sobs without tears as a form of anger. This
anger, in a number of forms, has swept over me on many occasions since then, lasting hours

See also, e.g., Aaron Cicourel, Method and Measurement in Sociology (Glencoe, Ill.: The Free Press,
1964) and Gerald Berreman, Behind Many Masks: Ethnography and Impression Management in a
Himalayan Village, Monograph No.4 (Ithaca, N.Y.: Society for Applied Anthropology, 1962). For an early
anthropological article on how differently positioned subjects interpret the "same" culture in different ways,
see John W. Bennett, "The Interpretation of Pueblo Culture," Southwestern Journal of Anthropology 2
(1946): 361-74.
11
Clifford Geertz, The Interpretation of Cultures (New York: Basic Books, 1974) and Local Knowledge:
Further Essays in Interpretive Anthropology (New York: Basic Books, 1983).

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and even days at a time. Such feelings can be aroused by rituals, but more often they emerge
from unexpected reminders (not unlike the Ilongots' unnerving encounter with their dead uncle's
voice on the tape recorder).

Lest there be any misunderstanding, bereavement should not be reduced to anger, neither for
12
myself nor for anyone else. Powerful visceral emotional states swept over me, at times
separately and at other times together. I experienced the deep cutting pain of sorrow almost
beyond endurance, the cadaverous cold of realizing the finality of death, the trembling
beginning in my abdomen and spreading through my body, the mournful keening that started
without my willing, and frequent tearful sobbing. My present purpose of /// revising earlier
understandings of Ilongot headhunting, and not a general view of bereavement, thus focuses on
anger rather than on other emotions in grief.

Writings in English especially need to emphasize the rage in grief. Although grief therapists
routinely encourage awareness of anger among the bereaved, upper-middle-class Anglo-
American culture tends to ignore the rage devastating losses can bring. Paradoxically, this
culture's conventional wisdom usually denies the anger in grief at the same time that therapists
encourage members of the invisible community of the bereaved to talk in detail about how angry
their losses make them feel. My brother's death in combination with what I learned about anger
from Ilongots (for them, an emotional state more publicly celebrated than denied) allowed me
13
immediately to recognize the experience of rage.

Ilongot anger and my own overlap, rather like two circles, partially overlaid and partially
separate. They are not identical. Alongside striking similarities, significant differences in tone,
cultural form, and human consequences distinguish the" anger" animating our respective ways
of grieving. My vivid fantasies, for example, about a life insurance agent who refused to
recognize Michelle's death as job-related did not lead me to kill him, cut off his head, and
celebrate afterward. In so speaking, I am illustrating the discipline's methodological caution
against the reckless attribution of one's own categories and experiences to members of another
culture. Such warnings against facile notions of universal human nature can, however, be
carried too far and harden into the equally pernicious doctrine that, my own group aside,
everything human is alien to me. One hopes to achieve a balance between recognizing wide-
ranging human differences and the modest truism that any two human groups must have
certain things in common.

Only a week before completing the initial draft of an earlier version of this introduction, I
rediscovered my journal entry, written some six weeks after Michelle's death, in which I made a
vow to myself about how I would return to writing anthropology, if I ever did so, "by writing Grief
and a Headhunter's Rage ... " My journal went on to reflect more broadly on death, rage, and
headhunting by speaking of my "wish for the Ilongot solution; they are much more in touch with
reality than Christians. So, I need a place to carry my anger-and can we say a solution of the
imagination is better than theirs? And can we condemn them when we napalm villages? Is our
rationale so much sounder than theirs?" All this was written in despair and rage.

Not until some fifteen months after Michelle's death was I again able to begin writing
anthropology. Writing the initial version of "Grief and a Headhunter's Rage" was in fact cathartic,
though perhaps not in the way one would imagine. Rather than following after the completed
composition, the catharsis occurred beforehand. When the initial version of this introduction was
most acutely on my mind, during the month before actually beginning to write, I felt diffusely
depressed and ill with a fever. Then one day an almost literal fog lifted and words began to flow.

12
Although anger appears so often in bereavement as to be virtually universal, certain notable exceptions
do occur. Clifford Geertz, for example, depicts Javanese funerals as follows: "The mood of a Javanese
funeral is not one of hysterical bereavement, unrestrained sobbing, or even of formalized cries of grief for
the deceased's departure. Rather, it is a calm, undemonstrative, almost languid letting go, a brief ritualized
relinquishment of a relationship no longer possible" (Geertz, The Interpretation of Cultures, p. 153). In
cross-cultural perspective, the anger in grief presents itself in different degrees (including zero), in different
forms, and with different consequences.
13
The Ilongot notion of anger (liget) is regarded as dangerous in its violent excesses, but also as life-
enhancing in that, for example, it provides energy for work. See the extensive discussion in M. Rosaldo,
Knowledge and Passion.

141
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It seemed less as if I were doing the writing than that the words were writing themselves
through me.

My use of personal experience serves as a vehicle for making the quality and intensity of the
rage in Ilongot grief more readily accessible to readers than certain more detached modes of
composition. At the same time, by invoking personal experience as an analytical category one
risks easy dismissal. Unsympathetic readers could reduce this introduction to an act of
mourning or a mere report on my discovery of the anger possible in bereavement. Frankly, this
introduction is both and more. An act of mourning, a personal report, and a critical analysis of
anthropological method, it simultaneously encompasses a number of distinguishable processes,
no one of which cancels out the others. Similarly, I argue in what follows that ritual in general
and Ilongot headhunting in particular form the intersection of multiple coexisting social
processes. Aside from revising the ethnographic record, the paramount claim made here
concerns how my own mourning and consequent reflection on Ilongot bereavement, rage, and
headhunting raise methodological /// issues of general concern in anthropology and the human
sciences.” (Rosaldo, 1993: 7-12)

5.3.6 Los ojos y las orejas bien abiertos pero la boca bien cerrada

“En las calles aprendí que no hay que hacer preguntas. Existen, como mínimo, dos razones
para esta regla. Una se debe a que la gente se arriesga a ser detenida por la policía o a ser
estafada o robada en la calle. Preguntas sobre tu comportamiento también te las pueden hacer
para saber si te pueden arrestar o para descubrir cuándo y de qué manera vas a participar en
un reparto de dinero o de heroína. Incluso, si no vemos la conexión directa entre las preguntas
y estos riesgos es porque no hemos entendido todavía el «juego» de quien pregunta.

La segunda razón para no realizar preguntas es que tú no debes preguntar. Si eres aceptado
en las calles significa que tienes que estar al día, y estar al día significa estar bien informado, y
estar bien informado significa ser capaz de entender lo que está ocurriendo con la única ayuda
de indicios mínimos. Preguntar una cuestión es mostrar que no eres aceptable y esto crea
problemas en una relación en la que apenas acabas de conocer a alguien. (Agar, 1980:456)”
(Hammersley, Atkinson, 1994:123-124)

“In conclusion, Polsky may offer some help in the methodological and ethical problems
connected with street ethnography. He listed some points which make the potential street
ethnographer less intrusive and threatening to a potential deviant informant, and the points are
worth noting. They are paraphrased and summarized here (1969:120-129):

(1) Don‟t contaminate the criminal‟s environment with gadgets (tape recorder, questionnaire
form).

(2) The absolute „first rule‟: initially keep your eyes and ears open but keep your mouth shut.

(3) Once you learn the group‟s special language (the argot), do not try to use it.

(4) Build a sample by „snowballing‟; that is, get one criminal who will vouch for you.

(5) Once you establish a relationship with an informant, „let him know what you do for a living
and let him know why‟.

(6) In studying a criminal, you must „realize that he will be studying you‟, and you must „let him
study you. Don‟t evade...questions...about your personal life‟.

(7) „You must draw the line, to yourself and to the criminal‟. To the extent that you are unwilling
to witness criminal acts your „personal moral code of course compromises‟ your „scientific role-
but not, I think, irreparably‟.

(8) Keep faith. In reporting your research, you must „sometimes write of certain things more
vaguely and skimpily‟ than you might prefer.

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(9) „Letting criminals know where you draw the line of course depends on knowing this yourself.
If you aren‟t sure, the criminal may...maneuver you into an accomplice role‟.

(10) Although you „mustn‟t pretend to be „one of them‟, it is equally important that you don‟t stick
out like a sore thumb in the criminal‟s natural environment‟.

(11) „A final rule is to have a few unbreakable rules‟.

In reading the articles in the present volume, one can see that most of not all of the street
ethnographers have followed Polsky‟s dicta.” (Weppner, 1977:40-41)

5.4 Virtudes, dilemas y mentiras en el trabajo de campo

5.4.1 The Classic Virtues

5.4.1.1 The Kindly Ethnographer

“Most, if not all, ethnographers make a play for their subjects, suggesting that they are intensely
sympathetic chroniclers. Most ethnographers, of whatever stripe, are quite taken by the lives of
those they examine, but this is not inevitably so. Sometimes, we examine unpleasant lives,
groups, and organizations - and might choose to do this with malice aforethought. The
examination of disparaged groups - groups that one begins the research expecting to dislike -
does occur in the social sciences (e.g., Peshkin 1986), although not as often as one might
expect.2 This phenomenon is well-explored by Jack Douglas (1976) in his provocative
Investigative Social Research. Douglas, more than most ethnographers, is explicit about the
reality of disparaging informants and of being suspicious of the information that one receives.
His powerful metaphor of the investigatory paradigm of research stems from this stance.
Douglas assumes that subjects might mislead, evade, lie, and put up fronts (p. 57). Recognizing
this, Douglas suggests that similar interactional tools might be legitimate for the sociologist -
turnabout is fair play. The illusion of being more sympathetic than we are aids research but is
deceptive. Inevitably, we must /// confront the "agony of betrayal" (Lofland 1971), if only
because our analysis is more detached than our emotions demand.

Sometimes in the course of research, we become sympathetic to the aims of the group. For
instance, some years ago I became interested in the deflection of stigma and presentation of
self in social movements (Fine 1992). I attended the national conference of Victims of Child
Abuse Laws, a group organized to support adults accused of child abuse and to curb the power
of social workers. As a parent of two young children, this was a group with which I had some
qualms about being associated, both meeting these "creeps" and in having my good name
associated with theirs. Although the research was not designed to debunk the organization, I
assumed that members had to defend themselves. Through a relatively brief research sojourn, I
found myself convinced that some of these activists were unfairly accused and others justly
labeled and that the movement as a whole had a severe problem of boundary maintenance.
Although I was not a hostile researcher, I was less sympathetic than I led others to believe.
Should I have confessed my suspicions, or simply have made neutral and seemingly positive
statements about understanding the legal system and social services agencies from their
perspective? The identity that I presented was different from the one I felt.

For politically committed researchers, investigative research has a considerable appeal (e.g.,
Burawoy 1991; esp. Salzinger 1991). Yet such a stance presupposes limited informed consent,
in that what is being informed is less than what the subjects would wish to know in hindsight. It
is also less than what the researcher recognizes that she or he should report. Our informants
have given us a "gift" (Jacobs 1980, 377), but how have we returned the favor? In research of
this kind - for example, the workings of the inner circles of the Ku Klux Klan (Kennedy [1954]

2
This has been a particularly salient issue in social movement research, in which there are "good" and
"bad" social movements, which are often studied differently. Civil rights groups, gay rights movements, and
pro-choice lobbies are treated quite differently and with more frequency than are groups that are racist
(arguing for civil rights for majority groups), homophobic (arguing for family values), and anti-choice
(arguing for the sanctity of human life). For an extreme, if justified, example of how to observe a despised
group, examine crusading journalist Stetson Kennedy's ([1954] 1990) The Klan Unmasked.

143
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1990) - we might neglect the standard ethnographic injunction to understand the world
sympathetically through the informant's eyes (M. Wax 1980, 278). We have "dehumanized" and
"demonized" our informants, placing them outside our moral community, in the guise of justice
(Appell 1980, 355).

The researcher appears to be a kindly soul but turns out to be a "fink" (Coffman 1989, l25), a
spy, an undercover agent, operating against the interests of the observed group (Johnson
1975). Even though this approach is justified in terms of its overall benefit and in light of the
postmodern impulse that we will always have a political stance, it is based on a lie - a lack of
kindly intentions, a hidden secret.” (Fine, 2001: 369-370)

5.4.1.2 The Friendly Ethnographer

“Will Rogers once said - and many since have mocked - that he never met a man he didn't like.
This is the claim of the qualitative researcher: Will Rogers in academic tweed. The researcher
should not dislike anyone. It is the rare ethnographer who admits that this is not the case. Most
researchers discover that there are individuals with whom they are incompatible. We do not like
/// everyone that we meet - certainly not everyone that we meet in the workplace, particularly
when goals and motivations conflict.

This claim covers a range of emotions and types of relationships. Many emotions stand
between the ecstatically fulfilling and the brutal horrid. In reality, we find individuals with whom
we are not close but with whom we can maintain cordial, if somewhat distant, relationships
when there is no tension in the system and when we are not aiming for conflicting goals. Many
relations are "temporarily friendly." Then there are others with whom we feel acutely
uncomfortable and from whom we attempt to keep our distance. Even in ethnographic research
we create elaborate rationales whereby we place ourselves in other spaces. Finally, we must
honor those sacred few of whom we can say with confidence that we really do not like, that we
hate. Many ethnographers uncover an occasional person of that sort - a target of dislike.
Hopefully not too many or this style of research, which, after all, depends on pleasantries, would
be impossible. Hated individuals are found within our ethnographic world, but in the narrative
representation of that world, they often vanish. We crop them from the picture. The illusion is
that we have managed our affairs sweetly and well. We do this both because we wish to
present ourselves as likable and also because most researchers outside the "confessional"
mode (see Johnson 1975; Van Maanen 1988) see the discussion of personal animosities as
irrelevant.

This assumption of irrelevance raises a problem when our dislike stems from something that
relates to the research question - in other words, when the personal dislike is not merely
idiosyncratic but is connected to our orientation to the research scene. Maurice Punch (1986)
has asserted, for instance, that when attempting to write about the rhetoric of a progressive
English private school, he and some of the major actors came to dislike each other dislike that
grew out of conflicting goals and understandings. For observers who are driven to attempt to
like everyone, hostility might flower when their friendly face is not accepted by some of those to
whom it is offered. A spurned ethnographer can be a dangerous foe. This spurning is not
necessarily idiosyncratic but can emerge directly from the conditions of research, although it
has tended to be treated as an embarrassing nodule, hidden from the reader's prying eyes.

I confess to several instances in which bad feelings developed between my subjects and
myself. I touch upon one instance in the methodological appendix describing my seasons
studying Little League baseball in With the Boys: Preadolescent Culture and Little League
Baseball (Fine 1987), but significantly I did not reveal this dislike within the main text itself or in
articles, seemingly suggesting that although such dislike was relevant methodologically it was
not relevant substantively, even though it reflected the intensity of adult needs for justifying their
activity. One coach, not of a team that I had singled out for attention, felt that I was collaborating
with his rivals in the league and refused to permit me to collect the questionnaires from his boys
that he had previously willingly distributed. During the season he attempted to humiliate me, ///
as, for instance, not accepting a lineup card that another coach asked me to deliver. As a
consequence, I took private pleasure writing about this man and his son in my book, although I
was very careful to be "ethical" in that I never mentioned his name and excluded identifying

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features. Perhaps if he read the book, he might recognize himself, or perhaps his colleagues
would. Those of us with access to "the media" have power that others cannot match. Our
structural position as reporters places us as gatekeepers into the social world. Taunt us if you
dare.” (Fine, 2001: 370-372)

5.4.1.3 The Honest Ethnographer

“The grail of informed consent is at the end of the twisted road of most ethical discussions.
3
Research subjects, many say, have a right to know what they are getting themselves into.
Such a sentiment sounds proper and has been institutionalized through a maze of federal and
academic regulations. However, this advice is contrary to the writings of classic ethnohrraphers
(and other methodologists) who are concerned about "reactivity" - those who want their
research "clean." Two valued goals conflict: Something must give. If subjects know the research
goals, their responses are likely to be skewed.

The goal of informed consent is complicated by the ethnographic commonplace, gleaned from
Claser and Strauss's (1967; see M. Wax 1977) The Discovery of Grounded Theory, that good
ethnographers do not know what they are looking for until they have found it: Theory is
grounded in empirical investigation. This model suggests that there is truth out there that we
must be careful not to pollute. Not only are we unsure of the effects of explaining our plans but
often we do not know what we want until well into the research project. Many qualitative
researchers must complete a Human Subjects Committee document or a grant application that
asks for the hypotheses and how they will be conveyed. Often, the only honest response is that
what we are studying is Them.

The expanded version of explaining that we are studying you is to say, with considerable vague
truth, that we are interested in the problems faced by people in your condition, what you do, and
how you think. In many research settings, this is satisfactory, particularly when groups feel
underappreciated. This explanation proved admirably suited to my research with professional
cooks and amateur mycologists, both of whom felt that the public did not appreciate them: The
descriptive ploy seduces many an informant. I did not have to explain precisely what I wanted to
know, although my informants eventually made educated guesses, as I came to conclusions
myself.

By "not being honest," I do not mean that ethnographers fib about their research, although they
might, but rather that ethnographers shade what they do know to increase the likelihood of
acceptance: placing our ease before that of our informants. In the process, we construct a web
of justifications for this deception. In this sense, ethnographers use the same arguments as do
those who select laboratory experimentation, claiming that the truth will systematically
compromise the findings and create demand characteristics (Rosenthal 1966). ///

The controversy over the absence of honesty reached its apex in the controversy over Laud
Humphreys's Tearoom Trade. Humphreys interviewed informants who had unknowingly
participated in his ethnography of impersonal sex in public restrooms, but he did so under the
guise that they were chosen through random selection. He tracked down these individuals
through their license plates. In the enlarged edition of his book, Humphreys (1975) reconsidered
his decision. Clearly, these individuals were interviewed under false pretences, even though
there was no evidence that they suffered harm. Throughout life we mislead others for goals that
appear worthy - or if not worthy, at least convenient. One might ask why honesty should in
practice, as opposed to in theory, be seen as virtuous, particularly in the absence of harm.

The vigorous and heated debate in the 1960s about the legitimacy of disguised, covert
observation is a debate about informed consent. Kai Erikson (1967) pointedly criticized
colleagues who entered scenes in which they had no legitimate standing, professing bogus
claims to belonging. He argued that this methodology did not respect the moral stature of
informants, provided misleading data, and undermined the ethical stature of the profession. He
singled out for criticism research by John Lofland and Robert Lejeune (1960) in which these
3
The notion of a "right" to informed consent represents another in the long series of expansions of rights in
modern society about which many have written (McIntyre 1984; M. Wax 1982). Are there truly any rights to
be told the truth in the sociopolitical sense of natural rights?

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researchers and their colleagues attempted to explore the reaction of members of Alcoholics
Anonymous to new "members" of varying social classes. The researchers "played" recovering
alcoholics and dressed according to social class norms, presumably misleading members of
these groups. Critics of hidden research believe that disguised observation places the
researcher in the same position as an espionage agent, perhaps reflecting a lack of concern
with the "right" of informants not to be deceived, particularly when the beneficiary is the
deceptive researcher. Supporters, such as Judith Rollins (1985; see Reynolds 1982) suggest
that hidden research does little harm and can be important in studying elites, as in her study of
relations between domestics and their employers by being hired as a "maid."

How much and what kinds of explanations we provide are choices that we make from a position
of power and information control. Borrowing a metaphor from the espionage community I
distinguished among three strategies of information control: Deep Cover, Shallow Cover, and
Explicit Cover (Fine 1980). In the first of these, Deep Cover, the researcher does not announce
his/her research role. Rather, the researcher participates in the life of the group as a full
member. Operating under Explicit Cover, the researcher makes as complete an announcement
of the goals and hypotheses of the research as possible, not worrying if this explanation will
affect behavior. The third technique, Shallow Cover, finds a middle ground. The ethnographer
announces the research intent but is vague about the goals. The researcher is announced, but
the research foci are not compromised. As Coffman (l989) asserted, one's story should hold up
should the facts be brought to one's informants' attention (p. 126). Such a compromise is either
the best of all worlds or the worst, depending on one's orientation. These divisions, and the grey
areas between them, remind us forcefully that the line between being "informed" and ///
"uninformed" is unclear (Thorne 1980, 287) and that all research is secret in some ways,
because subjects can never know everything (Roth 1962, 283).” (Fine, 2001: 372-374)

5.4.2 Technical Skills

5.4.2.1 The Precise Ethnographer

“A dearly held assumption is that field notes are data and reflect what "really" happened. We
trust that quotation marks reveal words that have been truly spoken. This is often an illusion, a
lie, a deception of which we should be aware. We engage in the opposite of plagiarism, giving
credit to those undeserving at least not for those precise words. To recall the exact words of a
conversation, especially if one has not been trained in shorthand or as a court reporter (and not
even then, as stenographers and court reporters attest), is impossible. This is particularly
applicable for those who wish to maintain the illusion of "active membership" or "complete
membership" (Adler and Adler 1987) by not taking notes within the limits of the public situation.
We snicker at a hoary joke about a participant observer, noted for his small bladder, who made
frequent visits to the john. There the researcher furtively and rapidly inscribed his observations.
We maintain an illusion of omniscience by recreating a scene with attendant bits of talk - skating
on ever thinner ice.

In such situations, we become playwrights, reconstructing a scene for the insight of our readers,
depicting ongoing events in our minds (Bartlett 1932): turning near-fictions into claims of fact.
Notetaking and writing demand transformation and recontextualization. We claim that the scene
really happened, but the scene did not happen in precisely the form we announce. We are like
those popular biographers who, in order to make a scene compelling and "real," create dialogue
that is "likely" to occur and that, in the process, supports our own arguments and morals. The
dialogue is not accurate in that an attestation that these "precise" words were said is futile. One
would need a gifted, encyclopedic ear: an ear never seen. When conscientiously compiled, the
quotations are both true and false. They are true in that, with conscientious researchers, they
represent something "along the lines" of what was said - transformed into our own words that
we place in a methodologically unsanitary way in the mouths of others.

In teaching qualitative methods I assign my graduate students an in-class exercise: A pair


converse informally for a minute or two, and once the conversation has been completed, I ask
all students to write the exact words spoken as best they can. When I play the tape, students
discover to their chagrin that although they might have captured the "gist" of the conversation,
which had ended only moments before, they have not remembered the words themselves.

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Some students have better recall than others, but none are near perfection. This underlines my
point that details of quotations and descriptions of behaviors are approximations, signposts, and
minidocudramas. We make our /// informants sound like we think they sound, given our
interpretations of who they "really" are (Atkinson 1992, 26-27).

In most of my observational research, I kept my field notebook in plain view, perhaps


decreasing errors, and possibly distracting my informants. Even so, I know from a few
transcribed tapes of fantasy role-playing games that the materials I presented when relying on
field notes are not exact quotations. If they are not what I wanted to hear, neither are they what I
did hear.

The illusion of verisimilitude is crucial for the grounding of qualitative research. We embrace its
rich precision. The belief that this is "real life," not fiction or guesswork, provides a
methodological charter for participant observation. This depiction of reality gives ethnography
an advantage over survey research, experimentation, and other techniques, but it is a belief that
is at best only approximately true.” (Fine, 2001: 374-375)

5.4.2.2 The Observant Ethnographer

“We assume that the report of a scene is "complete": that there exists a reasonably precise
correspondence between what is said to have occurred and what "actually" happened. A related
belief is that little of importance was missed at least when the ethnographer was present. But
suppose that this comforting belief is not accurate, suppose that the picture painted is missing
critical details. The ethnographer might not have been sufficiently observant. The ethnographic
picture will always lack detail and shading, and sometimes these absences are material in that
other ethnographers might have reached sharply different conclusions from highlighting other
material.

On the surface, this criticism primarily targets "bad ethnography" - most agree that
ethnographers differ in skills. Science fiction writer Theodore Sturgeon allegedly noted in
response to claims that most science fiction is of poor quality that "90 percent of science fiction
is crap, but then 90 percent of everything is crap." Following Sturgeon's "law," 90% of all
ethnography is crap. Although we should dispute the numbers and should be wary of
transforming quality into a dichotomous variable of "crap/not crap," the point remains. However,
we must transcend this chilly assertion of scholarly incompetence to recognize that the ability to
be totally aware is imperfect. We mishear, we do not recognize what we see, and we might be
poorly positioned to recognize the happenings around us. Consider those wry anecdotes told on
our children of when they misheard some common phrase and transformed it in comic ways,
such as the child who (mis)hears the first line of the national anthem as "Jose, Can You See?"
Ethnographers, particularly when newly observing novel scenes, are like that amusing 5-year-
old. Everything is capable of multiple interpretations, and misunderstandings stem not from
incompetence but from competencies in other domains. Some things we do not see because
we simply are not trained or situationally knowledgeable. Paul Stoller's (1989) rich ethnography
of the Songhay of Niger, The Taste of Ethnographic Things, reminds us that we rely on our
visual and auditory senses to the neglect of /// touch, smell, and taste. We are not observant -
the very skill on which competent participant observation is supposedly (and actually) based.
This weakness is inescapable.

A further cause of being unobservant results from personal, temporal, and situational pressures.
We know how stressful participant observation can be even in the best circumstances. Hours
and hours of observations are followed by hours and hours of composing one's field notes.
When I was conducting research with fantasy role-play garners - who played Dungeons &
Dragons - I would occasionally spend the lengthening hours from 7 in the evening until 4 the
following morning with these young men. It would have required a very dramatic event to
capture my analytic attention in the wee hours of a long night. Perhaps I should admit, more
honestly, that for much of the time I was simply present, barely monitoring what transpired
among these gainers. My powers of observation were substantially decreased. When I drank or
puffed marijuana with research subjects, my powers of concentration were altered for the worse
and better. When I had a vexing day at the university or a dispute with my wife, my
concentration diminished. Researchers who bring their children into the field must cope with

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multiple distractions (Cassell 1987). How could it be otherwise? What I noticed, and my ability to
take notes varied. As we know from straining to decipher scribbled field notes, sometimes we
simply do not type all of the things we have noted, or worse, we cannot read our own writing.
Some ethnographers, in fact, do not write field notes, trusting instead in their memory. One
claimed, memorably, "I am a fieldnote!" (Jackson 1990, 21).

The ability to be observant varies, and we should not assume that what is depicted in the
ethnography is the whole picture. Obviously for reasons of space, events are excluded, but
much is excluded because it passed right under our nose and through our ears and because
our hands were too tired to note the happening.” (Fine, 2001: 375-376)

5.4.2.3 The Unobtrusive Ethnographer

“Most "textbooks" on qualitative research emphasize that an observer should influence the
scene as little as possible (e.g., Taylor and Bogdan 1984). Underlying this attitude is the
principle that the researcher should not truly become a "participant" observer. After all, what
would we learn if researchers burst into a social scene and immediately took charge, pushing
events in directions in which they would not otherwise have gone? Although this would still be a
social environment, it might not be the environment one had planned to examine. Too great an
involvement in a social scene can transform an ethnography into a field experiment.

Yet, recognizing that the researcher should not direct a scene, one might also wonder whether
competent, active observers do not and should not have influence. Ultimately, the
methodological goal is to become a full member of a scene: to "settle down and forget about
being a sociologist" (Goffman 1989, 129). How is this possible when one is just an observant
piece of furniture? ///

Over time, I have chosen - perhaps only to make life easy, perhaps not - to recognize my
participatory desires. Although I still attempt not to put too fast a spin on a setting, I add myself
to the mix, and I attempt to understand how I feel as a participant. Among mushroom collectors,
I did compete with my informants for the best patches and pointed out specimens if of fungal
worth. The degree to which one is an "active member" affects the extent to which this
sympathetic understanding is possible, and this is a function of one's social location: I had far
more success in being a member as a fantasy role-play gamer and as a mushroom collector
than as a Little League baseball player or a professional cook. Once when observing high
school debaters, I recalled through sympathetic introspection what these young men and
women were experiencing, using emotion to my own end. Kleinman (1991), in describing her
research on a holistic health center, made us recognize that our emotions, as they arise in field
settings, directly influences what we see, how we get along with others, and the strategic
choices that we make in our ethnographies.

We can never be a cipher. Every group is a collection of personalities and styles. As a


consequence, the presence of an observer should not be too worrisome, as long as the impact
is not excessively directive or substantive.” (Fine, 2001: 376-377)

5.4.3 The Ethnographic Self

5.4.3.1 The Candid Ethnographer

“Ethnographers differ little from Erving Coffman's social actors; they rely upon impression
management. Although Coffman (1989) has proposed that a good ethnographer must be willing
to look like a "horse's ass" (p.128) this is easier said than done, particularly as advice coming
from one whose own self is carefully hidden in his own ethnographies (Fine and Martin 1990).

No one wishes to look "bad," and as a consequence, much information unknown to the reader -
is censored by a self-concerned ethnographer. One frequently encountered technique for this
defense of the self is the fly-on-the-wall model: an ethnography without ethnographer - the fully
unobtrusive ethnographer, as described above. This technique has been most dramatically
perfected by The New Yorker magazine: Its ethnography, such as Stephen King's (1990)
description of Little League baseball, has no observer. Much journalism operates on this claim,

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not just of objectivity but on the more radical belief that, in Edward R. Murrow's terms, "You Are
There." The illusion is that everything reported has actually happened because you have been
"directly" exposed to it. This illusion can be recognized for what it is when the writer relies on the
passive voice, indicating that someone "was asked," attempting to elide the reality that the asker
was the writer. The literary claim is that the asking happened "naturally."

The question ultimately becomes who is the "who" in the system? How many imperfections is
one going to choose to report? How much is relevant /// for public consumption, particularly as it
relates to the embarrassing actions of the researcher, as discussed in the earlier sections of this
article? The issue of what and how much to report does not have any "right" or eternal answers.
Answers are always grounded in choices, wherein the cynic can claim, as I do here, that the
researcher is either not being candid or is overglorifying the self in a report that none but one's
relatives might choose to read. Whatever choice is made is not entirely theoretical. We cannot
disentangle the personal demands of presentation of self - how one will appear to others - from
the question of what one should do "in the name of science." Being candid becomes a situated
choice that is forever linked with how the candor is likely to affect one's reputation as a scholar.
We have our careers to think of, and issues of honesty and ethics must be analyzed within this
personal nexus (Barnes 1979, 179). One hopes that one does good by doing well.

Recent experimental attempts to move oneself into the center of one's ethnography can no
more escape the dilemmas of exposing one's candor than can attempts to pretend that one
wasn't there at all. New techniques of ethnographic description demand the same bracketing of
candor as does the claim of the absent ethnographer. In discussing my attempts experimentally
to manipulate fantasy games to uncover levels of "fantasy violence" (Fine 1983,251), I selected
instances that I felt made the points I wished to make while simultaneously making myself seem
competent as player and ethnographer. One cannot escape the reality that the presentation of
one's own role is invariably an exercise in tact. There always is a reader looking over a writer's
shoulder.” (Fine, 2001: 377-378)

5.4.3.2 The Chaste Ethnographer

“One of the dirty little secrets of ethnography, so secret and so dirty that it is hard to know how
much credence to give, is the existence of saucy tales of lurid assignations, couplings, trysts,
and other linkages between ethnographers and those they "observe." The closest that we come
to this in the published record is the examination of the opposite side of the mirror: cases in
which female ethnographers are harassed by male subjects (e.g., Conaway 1986; Easterday,
Papademas, Schorr, and Valentine 1977; Hunt 1984; R. Wax 1979). These obnoxious and
brazen attempts at sexual acquaintanceship are part of the territory in a sexist world. Why
should the female ethnographer be treated differently from any other female? One wonders,
therefore, about male ethnographers and their female informants - are academics more moral
than other social groupings?

We hear spicy whispers about ethnographers - typically, anthropologists in distant and storied
realms - who "go native." The ethnographer is so taken that he or she decides to remain
embedded in that place. This decision is often linked to love or marriage, and anthropology
initiates are specifically warned about this hazard (Conaway 1986,53). Marriage might represent
the validated, intense commitment to that scene the ethnographer desires. Coffman (1989)
sardonically remarked that you realized that you have become /// incorporated into a scene,
when "the members of the opposite sex ... become attractive to you" (p. 129).

Just as long-term relationships arise, so do brief encounters - equally passionate, even if limited
in time and space. Humans are attracted to each other in all domains. They look, they leer, they
flirt, and they fantasize. The written record inscribes little of this rough and hot humanity.
Admittedly, such relations do not always transpire. I cannot admit to more than a few looks and
thoughts, but others can. Occasionally, one finds an honest, if careful, anthropological account
written about a distant outpost. Paul Rabinow's (1977) account of intimacy with a Berber woman
in Morocco is well known:

Ali took me into the next room and asked me if I wanted to sleep with one of the girls.
Yes, I would go with the third woman who had joined us for dinner. Before we left the

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house, Ali took me aside, and shuffling, said that he had promised to pay her but he
didn't have any money. Everyone wished everyone a fine night, and we left. We did not
say more than a few words to each other. My few Arabic expressions became garbled
and confused in my mind. So, silently and with an affectionate air, she indicated that I
should sit on a low pillow while she made the bed ... The warmth and non-verbal
communication of the afternoons were fast disappearing. This woman was not
impersonal, but she was not that affectionate or open either. (Pp. 68-69)

One admires the tact with which the passage is written. Rabinow only implies that he agreed to
sleep with this woman, never writes that they had intercourse, and explains that this woman
was a prostitute provided by his "real" informant, not an informant herself. His ethnographic
relations were not defiled. He does not address whether Berber sexual activity differed from his
experiences in Chicago. For him, this evening was not data. The scene dissolves as in old
Hollywood films: PG ethnography.

Similarly careful is Colin Turnbull (1986), whose apparent sexual liaison with a Mbuti woman,
sent to him by her father, the tribal chief, is described obliquely and presented to explain how he
carved out his social identity (pp. 24-25). Dona Davis (1986), studying menopause in a
Newfoundland fishing village, is coy about her sexual relationship with another stranger in the
community, an engineer working on the water system (pp. 253-54). She discussed how this
man fulfilled her "private needs" and discusses in some depth the reactions from villagers, but
their interaction is not data.

Ethnographers value and demand their privacy. This privacy is surely understandable and, from
the ethnographer's perspective, no doubt quite desirable and defensible. Sexual contact
stigmatizes the writer, particularly female writers (Whitehead and Price 1986, 302). We are to
create science, not porn. Malinowski's (1967) diaries were only published posthumously and a
rare book about a female anthropologist and her relations with a local male appears under a
pseudonym (Cesara 1982, 55-56). The taboo on including these data /// misleads a naive
reader about the emotional and personal qualities of this methodology. Participant observation
is a methodology in which the personal equation is crucial, and yet too many variables remain
hidden. The question is whether we can preserve our privacy while we reveal the impact and
relevance of our behavior, both private and public. Where is the balance?” (Fine, 2001: 378-
380)

5.4.3.3 The Fair Ethnographer

“What does it mean to be fair? Is fairness possible? The label "fair" can consist of two
alternative meanings: that of objectivity or that of balance. Each is problematic, and each is far
from universal in qualitative research narratives. Some suggest that they should not even be
goals.

Qualitative researchers need not be warned about the difficulty, if not the impossibility, of
pretending objectivity. Objectivity is an illusion - an illusion snuggled in the comforting blanket of
positivism - that the world is ultimately knowable and secure. Alas, the world is always known
from a perspective, even though we might agree that often perspectives do not vary
dramatically. The new ethnographic movement, originating in anthropology in the writings of
James Clifford and his colleagues, has steadily spread outside of that domain into other arenas
of ethnographic work - for instance, education and sociology (Atkinson 1992; Cubrium 1988).
Few ethnographers accept a single objective reality, but in realist ethnographies (Van Maanen
1988), such a doubt is not explicitly stated. Indeed, the illusion is quite the reverse. So, my
study of Little League baseball masquerades as informing the outsider about the "real facts" of
this hidden social world, without my being self-conscious (except in the appendix) about my role
in this doing. I ask and demand your trust, even while my theories of child rearing and my own
fitful and unsuccessful experiences as a young athlete are discreetly ignored. I presented
myself as an "honest broker" - an individual with nothing to hide and everything to share. I could
be trusted to parse the facts. This claim helped my professional reputation for responsibility
while ignoring my romanticism of a sitcom suburban life I never shared.

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In that it ignores the motives and themes of the researcher in interpreting what we call "reality,"
accepting an image of fairness in the name of objectivity is misguided. However, excising such
a claim does not solve the problem. The response, embracing subjectivity, is also problematic.
The reality of occupational backstages is that values will inevitably come into conflict. By
admitting one's perspective and/or by seeing the world in terms of ideology and narrative, we
wear a mask of openness but without doing justice to all the ways in which a setting might be
understood. We have not presented the diversity of worldviews because we are, by nature, an
"interested party," whose definitions of the worldviews available will be distorted by what we can
see and by our unwillingness to accept that, for our participants, objectivity exists - in practice, if
not in fact. My point is not that this can be avoided but, rather, that we should come out more
forcefully and admit the paradox. As Margery Wolf (1992) demonstrates in A Thrice Told Tale,
the same set of events can be /// understood quite differently through different sets of discursive
practices. We simply must make presentational choices.

This realization becomes particularly salient for ethnographers engaged in "policy relevant" or
qualitative applied research: a branch of qualitative research that expanded in the 1980s (Estes
and Edmonds 1981; Loseke 1989). Perhaps the classic example of "motivated ethnography" is
Kai Erikson's (1976; see Clazer 1982, 62) Everything in Its Path, an ethnographic examination
of the aftermath of a dam collapse in the Buffalo Creek area of West Virginia. Erikson
represented a law firm that was attempting to sue the mining company for negligence; his task
was to collect data to this end. This does not mean that Erikson was dishonest in his report but,
rather, that his perspective channeled the data that he collected (and couldn't collect) and
oriented his interpretations. However, policy issues need nut be central to the research for
selection and "self-censorship" of data to be an issue. Data are never presented in "full," and
choices are inevitable. In protecting people, organizations, and scenes, we shade some truths,
ignore others, and create fictive personages to take pressure off real ones (Adler and Adler
1993; Warren 1980). A colleague once informed me that he shaved data that might harm the
public perception of the ethnic grouping with which he was in sympathy, feeling that they had
enough trouble without having to confront his truth.4 Car salesmen, clergymen, politicos, and
participant observers massage the realities they share with their audiences.

Participant observation often becomes participant intervention: Finding a problem, we wish to fix
it. Identifying with our informants in loco parentis we wish to take their side (Barnes 1979, 171),
to protect them from harm, and make everything right. This human reality suggests that
qualitative evaluation research, like all evaluation research, is always "contaminated" by the
perspective that the researcher brings to the question and by the emotions generated in the
field. Although this is inevitable, and connected to evaluation in general (answers depend on
questions), the researcher must admit the lack of "fairness" while alleging that this lack is
evident in all policy claims.” (Fine, 2001: 380-381)

5.4.3.4 The Literary Ethnographer

“Ethnography is nothing until inscribed: Sensory experiences become text. The idiosyncratic
skills of the ethnographer are always evident, and nowhere is this more apparent than in the
literary production of ethnography. Each ethnography is an attempt to fit a world into a genre
(Atkinson 1992, 29-37) and to make the account seem like a competent version of the "kind of
thing" that this genre should entail. This is the heart of the textual practice of the qualitative
researcher.

Inscription is dangerous for all writers (Fine 1988; Fine and Kleinman 1986) - those that are
"bad" and those that are "good." For the bad writers, the problem is in keeping the interest of
one's readers, assuming that one is able to get published. One must insure that the writing is
not so muddled that the intentions of the author gets lost or that the author becomes so verbose
that the reader gets lost (Richardson 1990). Bad writing, assuming that we can define /// it, is a
rather simple problem. Teaching social scientists to write, while not easy, is at least something
that we know how to do.

4
The observant reader will not have missed the fact that I have shaded his identity and ethnicity. The truly
cynical might wonder whether - here - I use the male pronoun to cover both genders.

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But what about writers who are not burdened by literary incompetence? Many writers write well
but do so in a language that is not easily translatable for those outside the community.
Postmodernists and radical feminists express themselves fluently, but not enough of their
readers have acquired an easy sense of what things mean in their texts. These authors belong
to a different universe of discourse from much of their potential audience. Other writers might
write so well, in conventional terms, that the reader is more taken by the writing than by the
substance. The writing can hide a lack of evidence, as it sometimes does in quasi-popular
works (see Becker 1986). One of the most influential ethnographies of the past decade is Arlie
Hochschild's (1983) estimable The Managed Heart. It is surely effective prose. Yet it is not richly
ethnographic and is limited for that reason. She has not provided enough data for readers to
judge the lives of stewardesses from whom she generalizes. She writes too well and shares too
little.

Then there are those who write ethnography as poetry - Dan Rose's (1987) study, Black
American Street Life (see also Rose 1990) comes to mind: impressionist ethnography (Van
Maanen 1988). The problem confronting Rose's reader is to determine through the web of the
literary text what he means, what he wants us to think he means, or at least what we are
learning. Using this technique Rose means for us to confront his images, but sometimes, as
readers, our minds become heavily confused. The writing carries too much meaning, and
inevitably meaning gets shuffled and is imprecise.” (Fine, 2001: 381-382)

5.4.4 Closing: Opening Lies

“All trades develop a body of conceits that they wish to hide from those outside the boundaries
of their domain; so it is with ethnographers. I do not denigrate our common enterprise but,
rather, specify what we can and cannot claim. In which cloaks can we wrap ourselves? Limits
remain to what we do - obdurate limits - and we must not be blind to these limits: Let us open
our conceits to ourselves and our readers. A tension exists in my arguments: Am I suggesting
that we produce better ethnography, or should we embrace our frailties? Do I provide advice or
succor for inevitable failings (John Van Maanen, personal communication, 1992)? Like most
cheery cons, I do both. As a psychoanalytic son, I believe in the maxim "know thyself' more than
I believe in "better thyself." By knowing oneself, one can improve a bit, but more significantly,
one can recognize that the limits of the art are part of the data. Some of the lies are more
"foundational" than others in that one can hope to be reasonably observant and precise,
whereas protecting one's self from harsh critique is central to one's professional standing.

My goal is not to expose the sins of individual others so much as it is to expose the claims of
our collectivity. Yet, sometimes, as in the April 1992 Journal of Contemporary Ethnography
special issue on William Foote Whyte's Street Corner /// Society, an account of life in the North
End of Boston, ethnographers attempt to debunk previous efforts, being debunked in their turn.
Some Boston brownstones are glass houses. Although some value exists in exposing the flaws
of others and challenging the nature of those truth claims, the greater good is to explore
process and theory rather than to critique description.

Perfection is professionally unobtainable. These lies are not lies that we can choose, for the
most part, not to tell; they are not claims that we can avoid entirely. We must suffer the reality
that they are part of the methodology by which we prepare a reality for a transformed
presentation. Ethnography is ultimately about transformation. We take idiosyncratic behaviors,
events with numerous causes, which may - God forbid! - be random (or at least inexplicable to
us mortals), and we package them. We contextualize events in a social system, within a web of
meaning, and provide a nameable causation. We transform them into meaningful patterns, and
in so doing, we exclude other patterns, meanings, or causes. Transformation is about hiding,
about magic, about change. This is the task that we face and is the reality that we must
embrace. We ethnographers cannot help but lie, but in lying, we reveal truths that escape those
who are not so bold.” (Fine, 2001: 382-383)

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