Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
Argumentos de ficción
(Noël Burch, Praxis del cine, Madrid, Editorial Fundamentos, 5ª
edición, 1985, pp.145-161)
sido consagrados. Incluso en los «Cahiers du Cinéma» puede decirse que más de los
tres cuartos de los artículos publicados tratan esencialmente del Ar
Argumento
gumento e incluso si
tocan también los problemas de forma o de lenguaje es siempre a través de él. Ahora
bien, si después de ttanta
anta tinta
tinta como ha corrido
corrido nos aventuramos en un terno tan tr
trillado,
illado,
si reservamos incluso un lugar privilegiado al Argumento, es porque nuestro proceder
es diametralmente opuesto al de todos los críticos y al de casi todos los teóricos e
historiadores (aunque no, creemos, al de algunos cineastas). Por una parte pensamos
tratar el Argumento a través de los problemas de forma y de lenguaje; es una consecuencia
normal de nuestra actitud de conjunto. Pero por otra parte y sobre todo, queremos
tratar el Argumento en general, con una A mayúscula, mientras que habitualmente se
considera que no puede ser abordado más que como una suma de casos especiales, a
través de los argumentos.
Cuando Sternberg rodada The Scarlet Empress, sabía muy bien que su guión
era de una debilidad insigne: lo que para
p ara él contaba era crear un objeto plástico a través
de una operación que efectivamente es, para él, puesta en escena ( mise en scène), como
se dice compaginación (mise en page) o embotellado (mise en bouteille), mientras que
si Autant-Lara se ha visto empujado a crear (para films como Douce o La travesía de
París) un estilo casi tan artificial como el de Sternberg, es por la razón inversa: servir 1 Véase Cahiers du Cinéma, núm.
un argumento que estima de una importancia primordial. Para unos pues, la puesta en 195, pág. 66.
2
escena es un fin en sí misma, para otros
o tros sólo es un medio; las
jerarquías se han invertido, pero las posiciones de los que las
respetan son fundamentalmente semejantes: ambos creen en
una relación jerárquica entre Argumento y Forma (que ellos
llaman «estilo»). Es cierto que los bien intencionados han
hablado a menudo de una fusión del «Fondo» y la «Forma»,
pero sólo se trata de una postura más, fundada en concepciones
concepciones
estéticas periclitadas desde hace un siglo, porque esos
apóstoles de «la gran síntesis» no dejan de ser menos
tributarios de una concepción que separa guión y planificación
en dos etapas distintas, lo cual implica forzosamente una
jerarquía en uno u otro sentido: para todos, planificación
equivale a «puesta en forma»; por más que ésta sea
trascendente para unos, servil para otros, siempre se ejerce
con posterioridad, viniendo a superponerse a un guión previo
que es el desarrollo literario de un argumento cualquiera.
Las reglas del juego ( La
La règle du jeu ),
Jean Renoir, 1939
Evidentemente, hay excepciones. La más significativa del período de
entreguerras es a buen seguro un film que consideramos corno la obra maestra de su
autor, en gran parte por esta misma razón: es La Régle du jeu, de Jean Renoir. Si se
trata de uno de los primeros films «modernos» es precisamente en la medida en que la
elección del argumento ha sido hecha en función de las investigaciones
investigac iones formales a las
que quería dedicarse el autor en esa época, y sobre todo en la medida en que la forma
e incluso la factura del film derivan en efecto de ese argumento, aun tomado en su más
simple expresión, y en que derivan de él directamente, sin mediación alguna. Se trata,
nos parece, de la clave del problema que hoy el Argumento propone. A partir del
momento en que el cine toma conciencia de todos sus medios, en que se entrevé la
posibilidad de hacer films orgánicamente coherentes, en que todo se «aguanta», ¿no
debe pensarse el Argumento -por donde empieza (casi) siempre la elaboración de un
film- en función de la forma y la factura finales? Esta es la formulación que puede
darse hoy al problema. Pero este postulado Renoir lo había presentido ya muy
lúcidamente cuando tuvo que escoger el argumento de La Régle du jeu (y lo sabemos
por boca del autor,
au tor, que habló de ello en términos muy pertinentes durante
duran te una de las
emisiones que le consagró Jacques Rivette en la serie Cinéastes de notre temps). Es
casi una perogrullada afirmar que las vanas evoluciones e idas y venidas de todas clases
que movilizan de manera muy compleja la profundidad de campo y el espacio «off», y
que constituyen la trama plástica esencial de La Régle du jeu, no son más que la
prolon
pro longac
gac ión lite ral
ral,, el «aumen
«au mento»
to» com
comoo dicen
dic en los mús ico
icos,
s, de los con
confli
flicto
ctoss
sentimentales y de las interferencias entre mundo de los amos y mundo de los criados
que constituyen su argumento. El argumento, incluso en su más simple expresión, es el
microcosmos no sólo de cada secuencia sino casi de cada plano, al menos a un cierto
nivel de lectura.
3
de la imagen como de la planificación; y este film, como su
argumento, tiene principio pero no tiene fin, o si tiene
tien e uno se
halla enterrado bajo los millones de pájaros que han invadido
la pantalla (el mundo). Es un film en el que todo lo que sucede
a todos los niveles es consecuencia directa del postulado de
base que es su anécdota.
Para los músicos seriales esta concepción del crecimiento casi biológico de
una obra musical a partir de algunas cédulas generatrices (concepción nacida en las
grandes obras de Debussy y de Schönberg) se inscribe en un esfuerzo más vasto qué
apunta a dotar a la obra de una unidad orgánica cada vez mayor. 2 Y con análogo fin
algunos realizadores intentan establecer, desde hace poco, relaciones del mismo orden
entre la elección de sus argumentos y la forma y factura finales de los films que «sacan»
de ellos.
Pero se trata de lo que el literato de hoy designaría con cierto desdén como
«el resumen de la acción». Ello es debido a que el literato se dedica precisamente cada
vez más a fenómenos de trascendencia, mientras que el cineasta, por el mismo hecho
de la materialidad de su arte, tan grande como la de la escultura, por ejemplo, debe
dedicarse a lo concreto, a las realidades inmanentes. Sucede así que para nosotros,
cineastas, el argumento de esa gran novela moderna, Cosmos, de Witold Gombrowicz,
no es «la interpretación considerada como una aproximación al universo» o cualquier
otro postulado abstracto, sino lisa y llanamente «dos hombres penetran en la vida de
una casa donde ciertos signos misteriosos los llevan a admitir la existencia de un enigma
que tratarán de resolver... o de crear». Ciertamente, no queda excluido que Gombrowicz
haya partido de un problema de naturaleza puramente abstracta, pero esta abstracción
no es de ninguna utilidad para el hipotético cineasta que se dedicase a desarrollar el
esquema de esa novela en el cine; lo que le interesaría serían las estructuras visuales,
concretas, el tema del objeto perdido, las permutaciones de d e los papeles, etc. Porque el
2 Unidad que contestan en seguida
cine está hecho en primer lugar de imágenes y sonidos;
so nidos; las ideas vienen (quizá) luego. dialécticamente por un lenguaje de
Al menos en lo que llamamos el «cine de ficción». Porque, como veremos en el próximo naturaleza discontinua y disjunta.
5
su mitad por una gran «elipsis, en el interior de la cual se produce el único verdadero
acontecimiento (el asesinato). Ahora bien, esta noción de itinerario roto por elipsis se
reencuentra a todos los niveles del libro, desde la simple frase hasta el conjunto del
volumen, pasando por todos los períodos intermedios. En esto decíamos que la lección
de Robbe-Grillet es capital para los cineastas: porque ha creado un tipo de narración
«proliferante» que crece como un cristal a partir de una idea-cédula, para formar un
conjunto totalmente coherente, incluso en sus contradicciones, un conjunto
co njunto que refleja
en todas sus facetas -bajo una forma más o menos reconocible- el embrión del que ha
salido. Ninguna «novela» (en el sentido convencional) podía tener la unidad formal
que posee un libro de Robbe-Grillet, incluso el menos logrado de ellos. Y si tal como
creemos, el cine, como la música, puede ganar si tiende hacia una unidad orgánica cada
vez mayor, es evidente que las «formas» narrativas que la literatura ha suministrado tan
generosamente al cine durante
duran te una cuarentena de años no nos son ya de ninguna utilidad.
utilidad .
Los temas que subtendían esas formas, por el contrario, aún pueden servir, pero a
condición de que el realizador saque de ellos consecuencias formales y estructurales
que tengan un sentido en el cine; sacadas con conocimiento
conocimie nto de causa, esas consecuencias
harán que los desarrollos cinematográficos de esos argumentos estén radicalmente
alejados de los desarrollos literarios a que los mismos argumentos quizá hayan dado
lugar (basta comparar Les Caprices de Marianne con La Régle du jeu).
Otro tanto diremos por otra parte de L’Immortelle, el primer film de Robbe-Grillet, del
que una apresurada comparación con los fastos pictóricos de Marienbad nos nos condujo
en su momento (¡ay, junto a muchos de nuestros amigos!) a subestimar gravemente su
importancia. Es cierto que al nivel de la factura sólo el trabajo sonoro de Michel Fano
contribuye eficazmente a esa unidad de un tipo entonces totalmente nuevo; pero, ¿cómo
podía pensarse que un cineasta absolutamente novato llegaría a una coherencia tan
grande, donde tan pocos cineastas más experimentados se han mostrado capaces de
ello? Porque a nivel de lo que Louis Delluc llamaba el «découpage», es decir, la sucesión
de los acontecimientos, de las escenas e incluso de los planos en tanto que «continentes»,
«continentes »,
el éxito del film hoy nos parece total. El «programa» de L’Immortelle (término que sin
duda no puede sustituir al de «argumento» pero que para nosotros lo clarifica
singularmente) comporta un gradual «deterioro» de la verosimilitud a través de una
especie de laberinto con coincidencias de una artificialidad siempre creciente, y esta
estructura-itinerario se reencuentra a todos los niveles
nive les del film, tanto en el de la secuencia
como en el del plano. Porque a medida
medi da que el film progresa, son cada vezv ez más numerosas
6
las consecuencias y aun los planos que parten
de una «realidad» aparentemente coherente
pa ra de se mb oc ar
ar,, a tr av és de la s
contradicciones y las coincidencias con las
que se tropieza el protagonista, en una
artificialidad cada vez más «congelada»,
cada vez más aguda, exactamente de la
misma manera que el propio film parte de
un clima de banalidad voluntaria para llegar
a un artificio «inaceptable», a una
coincidencia sobrenatural directamente
salida de las novelas de Lovecraft. Por otra
parte, esa invasión de la «realidad» cotidiana
por misterios
misterios «imposi
«imposibles»
bles» remit
remitee a la novela
fantástica, pero lo que cuenta aquí es que
Robbe-Grillet haya hecho de ello a la vez un
principio de forma narrativa y de estructura
composicional. Es otro gran paso hacia la
Unidad.
La inmortal ( L’immortelle
L’immortelle), Alain
Robbe-Grillet, 1963
Está comúnmente admitido que los argumentos de Ma rien ri en ba d y de
L’Immortelle son «oscuros». Creemos que hay en ello una grave confusión de términos
en la que conviene detenerse. El argumento de Marienbad sólo es «obscuro» si se
persiste en querer que la acción que se desarrolla en la pantalla esté subtendida por una
verdad una
poseer única que lo que
«clave» «explique»
permitatodo, es decir,
resolver, si se persiste
en particular,
particular en pensar contradicciones,
, las diferentes que eell film debe
optar por lo que dice «A» contra lo que dice «X», decretar que tal o cual plano
corresponde al «fantasma» y tal otro a la «realidad» del guión. Pero, y los autores del
film lo han repetido suficientemente, Mar ien bad no tiene clave alguna, esas
contradicciones verbales o pictóricas son la misma esencia de la obra, no sirven para
esconder el argumento sino que se desprenden directamente de él, lo cual suministra
otro ejemplo de la manera en que ese argumento rige todo el acontecer del de l film. Desde
algunos puntos de vista, Marienbad es,
es, como L’Immortelle, un film inocente: nada está
escondido, todo lo que no es inmediatamente captable en el film no existe en ninguna
parte, y m
menos
enos ttodavía
odavía en la mente de los
los autores.
autores. Son films que no piden interpretación
interpretación
sino simplemente que se los mire. Son desde cualquier aspecto films para abordar
ingenuamente: nada falsea más el placer que podemos tomar en perdernos por esos
laberintos hechos para la vista y para el espíritu que buscar una significación oculta.
8
prestado a este film y sobre todo quizá un
du rac ión , 3 hacen que no
pro ble ma de durac
aporte nada nuevo al tipo de dialéctica
enunciado en Pierrot le fou.
9
argumento que, para ser tan absolutamente invisible como los que algunos
algun os comentaristas
han creído descubrir escondidos en los laberintos de Marienbad , podría eventualmente
revelarse mediante la interpretación, a través de lo que se llamaba no hace mucho en
los Estados Unidos un «close reading»; a diferencia de lo que sucede con Robbe-Grillet,
es un argumento que existe lisa y llanamente. Simplemente, se expresa mediante
metáforas de un orden tan personal que es muy probable que el propio autor no quiera
o no pueda formularlo nunca sino con otras metáforas absolutas; éstas no tienen
significación singular, remiten a todo un mundo interior, inaprehensible en cuanto tal,
salvo quizá mediante un análisis de tipo gestáltico, en el sentido en que esta disciplina
disc iplina
permite comprender conjuntos que son refractarios a la disociación. Por tanto, si tales
obras parecen solicitar una interpretación, no nos parece que ésta se imponga más que
las dé las novelas o de los films de Robbe-Grillet. Porque también aquí alcanzar el
«centro secreto de todo», aun cuando en cierto sentido éste exista efectivamente en el
espíritu del autor, no es necesariamente una manera de conocer mejor una obra, y es
casi seguramente una manera de perderla de vista.4
Por razones obvias, pocos films han adoptado hasta el presente esta función
«blanchotiana» del argumento. Sin embargo, existe uno que constituye
co nstituye un formidable
paso hacia una solución al «problema» del ar argumento,
gumento, y que personalmente
personalmente nos seduce
más que las restantes hasta aquí propuestas, puesto que nos parece la más rica en posibles
desarrollos, presentando una especie de síntesis entre las aproximaciones de Marienbad
y de Pierrot le fou y conservando todas las ventajas de ambos. Nos referimos al film de
Ingmar Bergman, Persona, quizá el más bello que este autor de sorprendente evolución
nos haya dado hasta hoy.
ho y.
10
films. Pero entonces, ¿con qué derecho
impedirían a Bergman tener la misma ambición
que un Ford o un Walsh,
Walsh, o sea la de hacer films
para que sean vividos y nada más?
una rotura,
ocasión sino también
suministra, porqueentender,
a nuestro el montaje casi-subliminal
una que utiliza Bergman
materia más inmediatamente en esta
sentida en
tanto que película que los planos de duración «normal», en los que siempre tenemos el
tiempo y el lugar de «perdernos» un poco, olvidando quizá durante un lapso de tiempo
que todo eso no es sino luz y celuloide. Las idas y venidas entre, por una parte, una
brusca conciencia de la naturaleza del espectáculo y y,, por otra parte, su olvido parcial o
total, nos parece responder tanto a la dialéctica de las funciones y de las materias (que
ya hemos evocado) como a la estética brechtiana. Desde este punto de vista puede
observarse además que Bergman parece haber logrado otra síntesis, reuniendo las dos
tendencias de que hemos hablado precedentemente, o sea la que tiende hacia una mayor
unidad orgánica a través de un juego de ambigüedades entrelazadas cada vez más
complejo, y la que tiende hacia una organización a base de discontinuidad y disparidad.
Y de la dialéctica entre continuo y discontinuo que de ello resulta se nutre el metabolismo
de la obra entera.