Desde muy niño, mi vida ha estado relacionada de una forma u otra al
hombre, al mito, a la trayectoria, a los legados y a la trascendencia del siempre reconocido por sus méritos buenos, el Benemérito, Benito Pablo. Benito Pablo nació en 1806 y murió en 1872. La historia épica y típica del pastorcillo, la flauta de carrizo, la oveja perdida, la huída de San Pablo, Guelatao como nombre de origen, Antonio Salanueva y Margarita Maza, fue grabada en mi memoria desde el jardín de niños de aquella escuela coyoacanense que sigue haciendo honor a su memoria: El Instituto Juárez. La historia no tan típica, poco épica del estudio, los primeros pasos en el español y las letras, las tareas escolares y sus primeros noviazgos hubo de ser buscada y finalmente encontrada entre la pluma de Andrés Henestrosa, oaxaqueño también, y de otros autores investigadores que en la época de los setentas se dieron vuelo publicando materiales que -por instantes- parecían pretender mostrar más el lado oscuro de Benito que la tan nombrada "humanización" del arquetipo. Entre versiones, descubrí un hombre que hizo lo que creyó correcto; poco importa que él fuera el único que lo creyera así. Juárez sabía que estaba bien, que pensaba hacia el futuro, que pretendía mantener la naciente república y que "al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios". La diferencia es que Benito, legislador y abogado, Benito precursor, promotor y defensor, no abogaba por Dios ni para Dios. Había convertido al César en una República, institucional, firme, con estructuras, con identidad, con patriotismo y habría exigido -para la República misma (que no para él; nunca para él)- los beneficios de la tierra, de los mares, de las minas, de los cielos, de los suelos, de los pozos y de los recursos, todos naturales, que hacían capitalistas a los que profesaban el culto y más comunistas a los que se distraían por el culto también. Benito Pablo, masón, encontró que "a Dios rogando y con el mazo dando" no era una costumbre del pueblo (como lo es hoy en día); era una costumbre del dueño del mazo, el clero, que irónicamente parecía instruido por el mismo diablo siguiendo instrucciones precisas de algún alto comisionado por Dios, o de Dios o algo así. Tanta confusión de roles entre sacerdotes, prelados y pelados, con clérigos y clericots, entre oficiantes y oficiosos, licenciados y licenciosos, funcionarios y funcionantes, directivos y dirigentes, dirigidos todos, habían logrado poner al país una etiqueta roja de precio rebajado como prenda en fin de temporada. Ya los alemanes, los franceses, los españoles, los ingleses, los americanos y algunos oportunistas, le tenían puesto el ojo a Las Barrancas del Cobre, al Cerro de la Bufa, a Las Lagunas de Montebello, al Golfo de México o a la Península de Yucatán. Algunos intrépidos (si es posible denominar así a la cobardía que envuelve la mediocridad sin orgullo) se dieron a la tarea de encontrar, en algún lugar de Austria, un títere grande, grande, grande, que hasta parecía Emperador. Maximiliano, el Ingenuo, lo llamaron. Pero para abreviar, sus amigos y sus cómplices, lo llamaron simplemente Maximiliano I. Siempre he creído, a partir del profuso relato de Fernando del Paso, que lo mejor que acompañó a Maximiliano en su periplo por nuestro país, fue Carlota, que en la dificultad por no entender qué es lo que tenía que hacer aquí cuando apenas aprendía el por qué tenía que vivir allá, se quedó al final de cuentas con una intrincada simbiosis que no pudo llegar a resolver: por buscar lo de aquí, perdió lo que tenía allá y al final de su vida no fue de allá, ni hizo aquí; no fue de aquí, ni hizo allá. Juárez García, ya hecho, ya derecho, ya recio, ya necio -dirían sus detractores-, germinaba constantes, intensas y profundas semillas de Patriotismo para fortalecer la República. Emitía leyes para el campo, leyes para el clero, leyes para la educación, leyes para el registro civil, leyes para el trabajo, todas amparadas en una Reforma Integral como ninguno antes aquí, como Abraham Lincoln allá, como Bolívar en el otro allá, como Gandhi en uno mucho más allá, o como Gorbachev o Mao en otros iguales de grandes que los de más allá y como ninguno, después de él, como ninguno en ningún lado del mundo, enfocado, concentrado, entendido, convencido en el México que quería, no en el México que veía. Tal parecía su determinación y tan distante, tan lejano, tan etéreo el sueño de Reforma, que sólo en su reducido grupo de trabajo obtenía apoyo y refuerzo en su labor agobiante. "Pocos pelos pero bien peinados". El gobernante ahora, ya maduro, ya seguro, ya entendido, ya sabido, ya exiliado, ya expatriado y repatriado, tomó el cargo, tomó una pluma, tinta, papel, cera, lacre, un sello, un matasellos y subió a su carroza. ¿Se lee fúnebre? Pues así parecía, porque Juárez, el personaje, cotidianamente vestía de negro. Tomó su carroza y armó su propia ruta: la ruta Juárez que hoy nadie sigue porque la ruta Hidalgo es más cortita y tuvo más promoción y estímulo para los alumnos sobresalientes de quinto y sexto de primaria. Tampoco siguen la ruta Juárez porque implica esfuerzos: grandes distancias, caminos difíciles, climas extremos, poblados sin abasto y ciertas dolencias en el pecho que serían siempre sus compañeras de viaje. Si alguna vez quisieras emular a Benito, el tránsfuga, imagínate conduciendo un VW de aquellos viejitos que veías en cualquier lado, lo más rápido que puedas, de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez en Chiapas hasta la Ciudad de Juárez en Chihuahua; ah!, pero sin aire acondicionado y sin agua de litro y medio fría; sin radio ni estéreo ni celular ni cassettes y con lo mínimo para la gasolina y casetas. Cuando llegues a Ciudad Juárez, te regresas a Tuxtla, sin descanso también. Y al llegar a Tuxtla, vuelves a ir a Juárez y así, unas cuarenta o cincuenta veces en poco más de tres años y todo por el pago honorífico que da el servir a la Patria, la medianía que provee el ejercicio de la función y blablabla. ¡Exactamente! ¡Ese es el punto! ¡Juárez no fue nunca sólo palabras! ¡Juárez fue sueños! ¡Juárez fue Visión! ¡Juárez fue misión, valores, estrategias, objetivos y metas! También hoy, en el 2006, mis candidatos sueñan, pero sueñan donde no conocen. Tienen visión, pero tienen visión de hombres, visión de grupo, visión de partido; les falta visión de estado porque se parece mucho al juego de Luis Donadlo y nadie quiere salir muerto. Mis candidatos tienen misión, valores, estrategias, objetivos y metas, como Juárez, pero se desconocen entre sí, se descalifican entre sí, se atacan entre sí, se comen entre sí y nos indigestan a todos con el pueril argumento de "la guerra mediática". Mis candidatos son hombres de palabras, de medios, tal vez de actitud, pero no de resultados, ni de métodos de trabajo, mucho menos de acción. Juárez no tenía medios ni contaba con tiempo oficial en los canales de televisión y radio; él era el medio y también el director, productor, editor, realizador, ambientador y -en un par de veces- el encargado de efectos especiales. Benito Pablo Juárez no se peleaba con el pueblo, peleaba en nombre del pueblo para conservar y defender lo que el mismo pueblo no sabía que tenía, ni lo que valía, ni lo que representaba dejar de tenerlo; pero un pelo de populista, no. Definitivamente. No era populista, ni popular. A mitad del Carnaval, la comparsa imperial fue arrestada y Juárez recibe y escucha una andanada de rechiflas, abucheos, amenazas y demás que sus mismos cercanos le previenen: son muchos y están enojados, dicen. El escritor francés, creador del Joroba de la Iglesia de Nuestra Señora de París, de Los Miserables y de decenas de obras más, escribe una carta rígida, donde inquiere: "...como si la ley y su ejecución fueran un feudo sagrado e inexpugnable protegido a capa y espada por una gruesa coraza que jamás debe romperse ni tocarse y que está por encima de todo instinto humano." Cortejando su reciente adscripción republicana, Víctor Jaime Hugo impone a su solicitud su sello característico, irónico, al escribir: "Escuche Ciudadano Presidente de la República: Que el mundo vea esta cosa prodigiosa: la república tiene en su poder a su asesino, un emperador; en el momento de arrollarlo, se da cuenta de que es un hombre, lo suelta y le dice: Eres del pueblo como los demás. Vete. Por encima de todos los códigos monárquicos de los que caen gotas de sangre, abra la ley de la luz, y, en medio de la página más santa del libro supremo, que se vea el dedo de la República posado sobre esta orden de Dios: No matarás!. Estas dos palabras contienen el deber. Usted cumplirá ese deber. La aplicación de la Ley es patriota, la condonación de la culpa es humana. Usted será humano antes que patriota y le perdonará." Juárez García, estadista, no lee la carta a tiempo..., ni a destiempo. Las tres M's traidoras son fusiladas en el Cerro de las Campanas el 19 de Junio de 1867. Víctor Hugo escribe el día 20, publica el día 21 y Juárez contesta, no a él, sino a todo el mundo, el 15 de Julio a través de su Manifiesto a la Nación, que él, Benito Pablo Juárez García, zapoteca de origen, mexicano por nacimiento, patriota por convicción, liberal por pensamiento, grande por su fe, él no fusiló a Maximiliano de Habsburgo, ni a Tomás Mejía ni a Miguel Miramón. Las leyes mexicanas lo establecen y él acató la Ley. "Sólo soy, dice, el depositario humilde de la función honorífica. Aquí, en México, ¡aquí se cumple la Ley!" Desafortunadamente, andando la historia, el Manifiesto de Juárez no se ha vuelto a leer ni a releer. Al investigar en la red, encuentro 158,927 vínculos que hablan de la carta que envió Víctor Hugo a Juárez y 24,212 que se refieren al "Manifiesto a la Nación"; de estos, sólo en 168 páginas aparece el texto completo. Y es entonces cuando empiezo a entender por qué mi pueblo, mi vecino, muchos de mis alumnos y amigos no acatan la Ley. Porque resulta tan distante, tan lejano, tan exagerado, tan desorbitado lo que ha hecho un sólo hombre por toda una nación, que emularlo queda fuera de mi posibilidad, de tu posibilidad, de la posibilidad colectiva. Por eso Juárez, el mito, se hizo mito; para que todos supieran que un indígena llegó a ser Presidente de la República Mexicana y que ahora ni el Comandante Cero tiene raíz y origen en el lugar que comanda. Por eso a Juárez, la imagen, le quitaron lo trascendente y lo tornaron corriente: "fue un hombre de ideas..., en su tiempo" y además, le pegaba a Margarita. Por eso a Juárez, el cuadro, lo sacaron de cuadro porque su sola presencia hacía pesado el primer ejercicio de alternancia en la Presidencia. ¿Qué tan difuso estará Juárez en nuestras mentes, que mi Cardenal, el primado, comentó que "...¡¡¡necesitábamos otro Juárez en estos tiempos !!!" ¿Qué tan vago se ha tornado su legado que las Leyes de Reforma sólo conservan el "de" original; ni son las leyes que se cumplan ni se conserva ya la Reforma que les dio origen. Hoy en día, escucho: Soy Presidente desde que tocan las primeras notas del himno nacional y dejo de serlo un instante antes de escuchar los aplausos de mi discurso del día, justo a tiempo para decir a la concurrencia "vayan con Dios". ¿Qué tantos pasos hemos dado en nuestra Constitución Política, que la de 1857 sirvió de ejemplo para una serie de nuevas repúblicas y las modificaciones del período 2000-2006 nos ajustan a los mecanismos del TLC, de la OCDE, de la APEC y de la ONU entre otros? ¿Globalización? ¿Transculturalización? ¿Normalización o Estandarización? ¿Mimetización? Yo pienso que sí, que en una buena parte, los tiempos de hoy no son como los tiempos donde Benito, Miguel Lerdo de Tejada y Melchor Ocampo debían difundir epístolas para los días de matrimonio como pruebas incipientes de un procedimiento documentado que persiste hasta nuestros días. De esto y cien ejemplos más, Juárez, el visionario, ha sido sobrepasado por el tiempo y la tecnología. Pero el otro, el hombre, el arquetipo, la figura, la presencia, la esencia y el ejemplo de vida, creo que han sido y siguen siendo válidos hoy y también mañana. Nosotros, mexicanos del siglo XXI, hemos abandonado la palabra "sacrificio" de nuestro quehacer diario. Hemos olvidado lo que significa, en la realidad, "morir por la Patria", "vivir para la Patria" y también "traición a la Patria". Ahora -como escribí antes- sólo es blablabla. Sin embargo, la Patria subsiste y aún sigue siendo mi sueño verla grande, fuerte, auténtica, poderosa y reconocida. Juárez, el Patriota, Juárez, a final de cuentas, no me enseñó a luchar contra Cristeros o Cristianos; me enseñó a conservar lo que tanto trabajo me costó ganar. Juárez no me enseñó a elegir entre la fe y la herejía; me enseñó a que no puedo aplicar mi fe donde la fe de los demás se ve comprometida y hoy, mucho más que en sus tiempos, hay una cantidad impresionante de versiones de fe. Juárez no me enseñó a salirme con la mía escabulléndome del enemigo; me enseñó a conservar la postura enmedio del vendaval de críticas a mi actuación, porque los objetivos, las metas, estrategias, misión y visión están, y estaban, al alcance de todos. Juárez no me enseñó a ser intransigente, ni intolerante, ni intratable; me enseñó a no perder mis principios, a defender mis convicciones y a perseguir mis sueños, aún con el enemigo en casa. Juárez me enseñó a querer y a creer en México, en cada rincón de México, aún sin conocerlo. Porque para defender como defendió, luchar como luchó, aguantar como aguantó, enfrentar como enfrentó, esgrimir como esgrimió argumentos, creo que la Patria, mi Patria también, ¡ha de valer muchísimo! Al final de cuentas, por eso Benito, el inagotable, murió como murió. El 21 de Junio de 1872, el hombre -sólo el hombre- murió. Todo lo demás, mucho en realidad, se conserva de él: la carroza, sus anteojos, la chistera, algunos lápices, su baúl, muchas notas manuscritas, un par de himnos con su Nombre, sus escritos, sus descendientes y su frase, impresionantemente simple de decir, impresionantemente difícil de seguir: "Que el Pueblo y el Gobierno respeten los derechos de Todos. Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la Paz" En el segundo centenario del nacimiento de Benito Pablo, que sea el ejemplo del hombre, sus acciones, sus motivaciones, sus aspiraciones, sus intenciones y sus sueños, nuestro mejor motivo para considerarnos mexicanos, sencillamente mexicanos, orgullosamente mexicanos.