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Omar Macías
Barcelona
Título de la edición original:
El libro de los breves instantes
Editorial M
Barcelona, 2010
© Omar Macías
© Editorial M
ISBN XX―XXX―XXXX―X
Depósito Legal: B.XXXX―2010
EL OBJETO MÁGICO
Printed in Spain
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Dedicado a mis conocidos y desconocidos
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EL LIBRO DE LOS BREVES INSTANTES
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LA FLOR DEL CACTUS ROJO
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A TODA VELA
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HUBO UNA VEZ UN HOMBRE
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“Estimado Director.
En primer lugar, gracias por haber explicado la realidad tal y como NO
es. De ese modo he comprendido el profundo mal que causa la ignorancia
que le rodea a usted y a toda la oficina. En segundo lugar le aconsejo que
no tenga tan mala uva, eso se contagia y que sepa que lo más probable es
que se gire en su contra tarde o temprano. Por último no me quería
despedir sin expresarle, en clave irónica, mis recomendaciones.
Siga así, siga disfrutando de su tiempo como lo esta haciendo hasta ahora.
Muy bien. Sé que lo único que busca es el camino hacia la felicidad para
poder recorrerlo con sus seres más cercanos. Qué gracia me hace usted señor
director. La vida es eso, ¿verdad? Dinero, poder, abuso y traición. ¿En qué
colegio le enseñaron todo eso? ¿Reconoce su propia miseria? Espero que en
su casa no siga las mismas normas porque de no ser así, no querría estar
en su pellejo cuando le devuelvan todo lo que usted ha dado. Hasta nunca.
Un hombre feliz”
Algunos días más tarde, mientras paseaba por el barrio, se
encontró a un gran amigo suyo al que había dejado de ver por
falta de tiempo y le contó su actual situación. Su amigo le dijo
que justamente andaba buscando a alguien que le ayudara en las
labores rurales de su huerto y que a cambio le ofrecía hospedaje
y comida. El oficinista aceptó la proposición ilusionado. Le
encantaba el campo, era una labor que durante toda su vida le
había atraído, pero nunca había tenido la oportunidad de
ejercer.
El oficinista se sentó debajo de un olivo después de una
jornada en su nuevo trabajo. Le encantaba trabajar en el huerto
de su amigo. Estaba sumamente feliz y se moría de ganas de
seguir leyendo aquella misteriosa libreta un hombre sin nombre.
Abrió al azar otra página.
‘...Hace dos semanas conocí a la mujer de mis sueños, es enfermera en un
hospital de la ciudad. La verdad es que ella es una mujer muy amable, el
mismo día que la conocí me invitó a su casa a tomar el te y cuando oí su
voz me enamoré completamente de ella. ¡Que maravilla! Quizás el cielo me
escuchó. Compartíamos las mismas penas, se sentía muy sola, y también
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TAXI
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LA HISTORIA DE SED
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LA HISTORIA DE SED
―¿Que tal Sed? Veo que te van bien las cosas.―dijo la chica
con un tono amenazador.
―Mmm ¿Passi? ―cuestionó el hombre de gris al reconocer
la mirada de esa mujer.
―Hombre, es un honor que el Gran Sed se acuerde de una
antigua amiga…del que seguro que no te acuerdas es de tu hijo
Agon. Claro. Ni tan siquiera lo conociste.
―¡Yo no tengo hijos!― renegó el hombre de gris.
―Ya, ya. Niega lo evidente, Sed, como de costumbre. Pues
que sepas, que tiene dos años y medio y que tiene el peor padre
que haya podido tener. Tú.
―¿Como me has encontrado?―preguntó el hombre de gris
―¿Que cómo te he encontrado? Sed, medio barrio habla de
ti. De tu arrogancia, de tus crímenes y de tus habladurías. Tu
discreción nunca ha sido destacada de entre tus sucias
habilidades. Lo que me extraña es que aún no estés en prisión.
Solo hay que indagar un poco para encontrarte. Y por mucho
que hayas sobornado a la policía del barrio tarde o temprano
vas a caer. Y te recomiendo que te busques un buen abogado o
que amistosamente arreglemos el tema económico que nos
incumbe, ya sabes, la manutención de un niño causa muchos
gastos. Solo te pido la pensión maternal que me corresponde.
¿Me entiendes?
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―Claro.
Fue entonces cuando más le inquietó la curiosidad.
Esa misma tarde llamó a un gestor suyo para que averiguara
datos de Argucia. Al hombre de gris nadie le oculta información
por insignificante que pareciese.
El hombre de gris estaba sentado en un sillón de su
asombroso despacho junto a un nuevo proveedor fumando,
mientras hacía la cata de una exótica mercancía colombiana
supuestamente dotada de una excelente calidad. Estaba delante
del proveedor cuando en un solo gesto apagó su cigarro
estrujándolo contra el cenicero y dio un puñetazo en la mesa.
Apresuradamente agarró al proveedor de la camisa y arrastró su
cabeza hasta llegar a la mercancía que le había traído.
―¿Esto te parece excelente? ¡Esta mierda no sabe a nada!.
Llévate esta basura antes de que te vuele la tapa de los sesos y
déjale clara una cosa a tu jefe. Quien intenta timar a Sed tiene
solo dos opciones: arrepentirse o morir.
En ese momento sonó el teléfono y antes de responder les
dijo a los guardias de seguridad:
―¡Llévense a este desgraciado de aquí!
La llamada era de su gestor y decía que había encontrado la
información solicitada. Halló un informe médico de unos 15
años atrás.
―Si, dígame―respondió
―Jefe, soy yo.
―Cuéntame ―exigió el hombre de gris
―Vamos a ver, ya tenemos el perfil de Argucia Toler mujer
caucásica, metro setenta y dos, 46 años, nacida en Dolortown.
La hospitalizaron de urgencia en la unidad de traumatología con
heridas graves causadas por un accidente de tráfico. Pudieron
salvarle la vida pero estuvo treinta y cinco días en coma, el día
treinta y seis despertó. Perdió un 60 por ciento de visión en el
ojo derecho y se fracturo el fémur y la cadera además de
padecer múltiples traumatismos. Ingresó en el hospital junto
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coche del hombre de gris con las llaves que había cogido de
encima de la mesa y se dio a la fuga después de saludarle con
una sonrisa.
Sed sonrió mientras pensaba en voz alta.
―Ese chico es bueno. Se nota quien lo ha instruido. Pero al
menos he conseguido lo que venía a buscar. No ha sido tan
difícil como me esperaba y no he tenido que matar a nadie.
Trist era un perfecto conductor.
Huyó sin un lugar de destino claro, solo quería ir lejos.
Decidió ir a casa de su madre a visitarla como hacía mínimo una
vez al año, en su cumpleaños que coincidía con el de Trist. En
efecto, ese día era el del doble cumpleaños de esa reducida
familia de dos miembros no muy bien avenidos. Bajó del coche
y fue directamente a la puerta de la casa de su madre. Llamó
pero no había nadie. Desafortunadamente ella no estaba pero él
le dejó una felicitación con sorpresa dentro de un sobre en el
buzón. Después de dejar la correspondencia volvió a subir el
coche de Sed. Se disponía a volver a su casa cuando de repente
oyó una sirena y un megáfono diciendo:
―Alto policía!
Ese coche estaba en busca y captura desde el día de la
captura de Miser. Al parecer ese traidor les había facilitado las
matrículas de todos los vehículos del hombre de gris. Pensaban
que el conductor era el propietario del vehículo, pero Trist no
quería dar tantas explicaciones. Sed estaba en busca y captura
desde el día de la emboscada.
―Le habla la policía, detenga el vehículo ahora!
Empezó la persecución con un trompo de 180 grados que
maniobró Trist, esa maniobra le dio dos o tres segundos de
ventaja respecto de la policía. Los dos coches iban a gran
velocidad por la Gran Avenida y luego Trist se desvió por un
calle pequeña dirección al puerto. Tiró en esa curva varios
cubos de basura que sonaron a lata rodando por el suelo
desordenadamente, el coche patrulla embistió esos cubos y
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―Silencio.
Había una acumulación de nieve inmensa justo encima de
nosotros que empezó a temblar.
―FAUSTO!!
De repente se desprendió la avalancha encima y perdí de vista a
Goyo. La nieve me arrastró unos cincuenta metros y estaba
totalmente desorientado. Se me desató la cuerda que me unía a
Goyo por lo que no tenía manera de encontrarle. Estuve quince
minutos buscándole desesperado, impotente y sin saber que
hacer, hasta que vi el cabo suelto de la cuerda que nos unía.
Empecé a tirar de la cuerda hasta que se hundía hacia el suelo.
Goyo debería estar a unos cuatro metros bajo la nieve y empecé
a excavar. Hubo un momento en el que la nieve ya era
demasiado dura y densa y ya no podía seguir excavando. Seguí
con el cuchillo durante un pequeño tramo, pero vi que no podía
seguir. Agarré la cuerda y la pase por una rama de un árbol que
había justo encima de nosotros. Después me puse en lo alto de
la rama me até la cuerda en la cintura y a modo de polea salte de
encima la rama hasta el suelo para que la energía cinética de mi
peso cayendo hacia abajo hiciera emerger a Goyo desde el
interior de la nieve. Efectivamente Goyo emergió unos metros
hasta que pude ver su brazo semi enterrado. Agarré su mano
con fuerza y noté que se me resbalaba porque él no ejercía
ninguna presión. Hacia toda mi fuerza pero era inútil porque se
me resbalaba. De repente estiré con todas mis fuerzas y la mano
de Goyo reaccionó me agarró con fuerza y logré sacarlo de esa
masa de hielo. Goyo estaba hipodérmico, tenía muchísimo frío,
tiritaba y decidí encender la antorcha incombustible que me dio
el sabio. Esa antorcha se encendía cuando se necesitaba y nunca
se apagaba si no se deseaba.
Goyo se recuperó.
―Uno a uno Fausto.
―¿Como?
―Estamos en paz yo te salve una vez y tú otra.
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