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UNIVERSIDAD DEL CLASUTRO DE SOR JUANA.

Vasconcelos, el hombre que quise “ser-Todo.”


Gerardo Allende H.

1.-Introducción: El que quise ser por que quiso ser todo.

“Pero más bien que nuestras aptitudes, son


nuestras fallas y limitaciones de nuestra
naturaleza las que determinan el porvenir.”
Ulises Criollo, p.337.

Mi primer acercamiento a la obra de José Vasconcelos fue hace más o menos siete

años, yo tendría unos diecisiete y torpemente comenzaba –un poco tarde, debo

aceptarlo, triste, pero humildemente - a interesarme por la lectura y los acontecimientos

políticos.

Me veo (mal visto, mal dicho, tal vez) como un joven dejándose llevar por la euforia

de la campaña electoral de Vicente Fox, como un mozuelo atolondrado y con la

hormona aun lo suficientemente alborotada como para aventurarse a ingresar al Partido

Acción Nacional.

Eran tiempos en que la mercadotecnia lograba darle a la palabra “cambio” una

resonancia casi mística que invitaba a la política y la conciencia social; al

reconocimiento del enemigo número uno: el PRI y el hastío de <<70 años de la

dictadura de partido único>>.

La publicidad y carismática simplonería del guanajuatense con botas eran más

atractivas y estimulantes para mi inocente y aburguesada juventud, que las propuestas

sociales del PRD y Cuauhtemoc Cárdenas (con quien mi mamá y mi hermana

simpatizaban, lo cual hacía las discusiones de sobremesa bastante divertidas, al grado de

vasos y platos volando ante la falta de argumentos) o que la beligerante y rebelde


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posición del EZLN; había estudiado en escuelas Lasallistas, estaba entonces bien

adiestrado (neutralizado) ante cualquier postura de izquierda…

A pesar de que en esos días mis objetivos estaban puestos en alcanzar algún cargo

público como diputado (o ¡por qué no! Presidente de la República) la fortuna se

encargaría de abrirme nuevos caminos.

El participar activamente en la vida interna del PAN inesperada e inconscientemente

me alejó del caudillismo gerencial foxsista y me acercó más a la historia y doctrina de

ese partido y por tanto a la figura de Manuel Gómez Morin.

Leí con entusiasmo no sólo sus escritos sobre el PAN, sino también y sobre todo su

ensayo 1915, el cual compré en las oficinas del PAN-DF, ubicado en la Colonia Roma,

sin tener idea de lo que trataba. Hasta la fecha recuerdo mi frase de batalla de aquellos

días, aquella que me sacaba de apuros y me hacía parecer ante mis ignorantes

compañeros como alguien leído:

“EL deber mínimo es el de encontrar, por graves que sean

la s diferencias que nos separen, un campo común de acción

y de pensamiento, y el de llegar a él con honestidad, que

es siempre virtud esencial y ahora la más necesaria en México.

Y la recompensa menor que podemos esperar, será el hondo

placer de darnos la mano sin reservas.”

En varios libros tanto de Gómez Morin como otros del PAN aparecía ocasionalmente el

nombre de Vasconcelos al que en realidad no le prestaba mucha atención; fue un libro

de Enrique Krauze, Caudillos Culturales en la Revolución Mexicana, sobre Gómez

Morin y Lombardo Toledano el que me mostró tangencialmente al maestro de éstos en


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todo su esplendor; ahí pude ver no sólo la influencia que había tenido sobre ellos, sino

en la vida intelectual del México posrevolucionario en general.

Así comenzó a intrigarme ese nombre propio, esa figura que me resonaba como

aquellos personajes de los comics que en la infancia disfrutaba; … dando inicialmente,

en una de mis aún esporádicas visitas al Fondo de Cultura Económica, con un libro de

José Joaquín Blanco titulado Se llamaba Vasconcelos quedé completamente fascinado

con la figura de ese oaxaqueño, mucho más fascinado que con los cursis relatos que en

la primaria se hacían de su paisano Benito Juárez.

Desde ese momento Gómez Morín y el PAN empezaban a parecerme aburridos junto a

la posibilidad de crearse a sí mismo tal como Vasconcelos se jactaba de haberlo hecho;

“Para qué un partido -me decía a mi mismo- si puedo hacerlo yo solo”.

Al día siguiente de culminar mi lectura del libro de Blanco fui entusiasmado a buscar

libros del propio Vasconcelos, sin intermediarios. En especial me llamaban la atención

la Teoría dinámica del derecho (pues en aquellos días quería ser abogado y el hecho de

que Vasconcelos lo fuera me emocionaba aún más para seguir ese camino) y la Raza

Cósmica.

En el Fondo de Cultura Económica me dieron la lamentable noticia de que la Teoría

Dinámica tenía años sin reeditarse, de hecho, la Editorial Botas que lo publicó ya ni

siquiera existía; y por desgracia la Raza Cósmica estaba agotada.

Era tal mi ansia vasconcelista que fui inmediatamente a las librerías de viejo de

Miguel Ángel de Quevedo en búsqueda de mi anhelado personaje; tenían en su primera

edición la Estética, que en ese aspecto gastado y antiguo parecía más enigmático e

inalcanzable de lo que era. Sorprendente pero razonable, su precio era de $700,

muchísimo dinero en comparación con los $250 que traía en la bolsa. Desconsolado,

tuve que conformarme con el Proconsulado de un modesto precio de $185.


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En realidad no sabía de qué trataba ese texto, pero era tal mi necesidad de empaparme

de Vasconcelos que lo que fuera era bueno.

Llegué a mi casa a poner el texto junto a los otros 3 o 4 libros que ya intuían la

suficientemente amplia biblioteca que hoy poseeo; no podía leerlo en ese momento pues

al día siguiente tenía examen de Física y había que estudiar fastidiosos vectores y

formulas de distancia y tiempo… En ese momento me sentí como Vasconcelos cuando

en las manos tenía contratos de compra-venta y en la mente la “voluntad” de

Schopenhauer.

Al día siguiente, habiendo cumplido con los asuntos escolares (a medias, pues no

alcancé más que un 7 en el mentado examen de Física…) pude comenzar a leerlo. Pero

por increíble que parezca aún no accedía a Vasconcelos, pues un Prólogo (no recuerdo

de quién) se interponía en nuestro camino.

En dicho Prólogo me enteré de que el Proconsulado era la última parte de sus

“Memorias” y que le precedían el Ulises Criollo, La Tormenta y El Desastre.

Eso me hizo desistir de mi lectura y hacerla ordenadamente (no era tan aventurero

como mi juventud me lo hubiera permitido; orden del cual debería arrepentirme si no

fuera porque Gómez Morín a través de 1915 me había advertido que el método y la

crítica eran pertinentes “contra los excesos de nuestro entusiasmo”.)

Mi objetivo, entonces, era conseguir el Ulises Criollo lo más pronto posible. Mientras

tanto releía desordenadamente el libro de Blanco para no perder la inercia vasconcelista.

Finalmente se me prendió el foco y recordé la vasta biblioteca que mi abuelo poseía,

seguramente entre todas esas páginas estaría ese infaltable texto.

Fui a su casa, apenas y salude para dirigirme al estudio. Lo polvoso y desordenado

complicaba un tanto mi búsqueda, pero la fortuna lo puso ante mis ojos rápidamente

¡ahí estaba! En dos tomos, editado por el F.C.E y la SEP.


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Le pedí a mi abuelo que me los regalara y accedió, pero condicionadamente: “sí,

llévatelos, pero es tu regalo de Navidad adelantado”… qué era un regalo navideño

frente al mundo que se me abría con ese texto en la mano!!

Así conseguí el Ulises Criollo, más por “fallas y limitaciones” y un poco de fortuna

que por cualquier virtud de la que quisiera pomposamente jactarme.

Lo leí completo como en dos días, la fascinación sobrepasaba por mucho la

comprensión. No tenía tiempo para detenerme en los nombres que mencionaba, mi

lectura y espíritu exigían embriaguez inmediata sobre cualquier otra cosa.

Al paso me salían nombres como Hegel o Alfonso Reyes, Nietzsche y Madero,

Wagner y Carranza; tan ajenos para mí en ese momento que no me decían nada. Yo me

enfocaba tan sólo en los trayectos de Vasconcelos, en sus viajes y actitudes, en sus

desplantes y su soberbia manera de hablar de sí mismo. No me interesaba qué hacía o

sabía Vasconcelos, sino más bien saber qué hacer para ser-Vasconcelos…

Ya han pasado varios años de esa lectura, varías páginas he recorrido desde aquella

embriaguez; a la distancia, después de que nombres como Hegel y Nietzsche ya no me

asustan y que el asombro por lo griego o la metafísica ha sido mitigado por unas buenas

dosis de filosofía analítica; después de hartarme de Heidegger y de adorar a Foucault

acompañado por una perplejidad ante las eruditas ocurrencias de Deleuze, vuelvo a

encontrarme con estas páginas de Vasconcelos, frescas pero lejanas… como la carta del

amigo que ha convertido un corto viaje en una estancia permanente en el rincón más

lejano de la Tierra.

Que diferente es el sentimiento y la actitud ante él; no es lo mismo leerlo a sabiendas de

que habrá que decir cosas “concretas e inteligentes” sobre para lucirme en clase, que

habrá que detenerse en cada nombre propio y cada acontecimiento histórico que
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menciona por si a alguien se le ocurre preguntar sobre ello, detenerse pausadamente en

varios párrafos para encontrar lugares comunes con otros autores, con su época.

No es lo mismo haberlo leído desde un espíritu necesitado de esa energía, que verlo

como un texto más dentro de muchos otros importantes dentro de la literatura

hispanoamericana. En aquellos mozos días era la única lectura concebible para mí, la

única que necesitaba, como el niño que ignora todos los juguetes y es capaz de

divertirse imaginativamente con las cajas de cartón que los guardaban.

Fue sorprendente ver cómo ha cambiado mi visión sobre la vida y la filosofía desde

aquellos días. Pasajes de este texto que antes me resonaban como verdades absolutas y

últimas de la existencia, hoy tan sólo son figuras retóricas que mucho tienen de bello

pero poco de verdadero; ahora su concepción de la libertad me parece pobre y fantástica

ante la evolucionista y naturalista de Dennett y su misticismo estético pierde sentido

ante la ontología <<acerca de lo que hay>> de Quine.

Siento nostalgia por aquel Vasconcelos de mis 17 años, pero no puedo negar que el

que he leído en estos tiempos es más real, más concreto y me ha mostrado qué lejos

estamos de aquellos tiempos, qué lejos estoy de “ser-Vasconcelos”… incluso de querer

serlo.

2.-Algunos datos Biográficos.

José Vasconcelos nació el 27 de febrero de 1882 en Oaxaca y murió el 30 de junio de

1959.

Creció en el norte del país por el empleo de su padre, quien era empleado aduanal.

Esto le da la oportunidad de estudiar en Estados Unidos, donde comienza a

experimentar sus primeros sentimientos nacionalistas frente a sus compañeros


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norteamericanos quienes lo discriminan. A puños, así Vasconcelos comienza a tener una

imagen de lo que es ser mexicano.

En aquellos tiempos la nación se dividía en o que a poderes e intereses se refiere entre

la religión católica y el poder centralista y dictatorial de Porfirio Díaz. Grupos que a su

vez estaban aliados a las oligarquías y a los intereses del capital extranjero tanto de

Estados Unidos como de Europa.

Ya en la Ciudad de México estudia en la Escuela Nacional Preparatoria y



posteriormente en la Escuela de Jurisprudencia. Como el mismo dice estudia derecho

más por eliminación que por vocación. Estando vetado para las matemáticas y a falta de

la carrera de Filosofía, la opción menos desagradable sería la de abogado.

Como estudiante Vasconcelos se describe a así mismo, desde muy pequeño, como un

genio.

Terminando sus estudios participa en la Revolución al lado de Madero para después

ser abogado particular en una de las firmas extranjeras más prestigiosas.

Desde aquí podemos ver ya que la vida de Vasconcelos no se debate sólo entre las

letras y la cultura, sino también entre la política y el dinero.

Fue rector de la Universidad Nacional del 9 de junio de 1920 al 12 de octubre de

1921, desde donde empieza a proyectar su impulso de la educación más allá de la

academia y las aulas, del positivismo que desde su juventud había combatido, con un

carácter popular y holista.

Deja la rectoría al ser llamado por el Presidente Álvaro Obregón para que ocupe el

cargo de Secretario de Educación Pública. Comienza así en forma su proyecto de una

educación que tenga como base a la estética y sea capaz de generar un mestizaje cultural

a partir de una supresión de indios y blancos.


Me he saltado en estos datos biográficos su niñez y lo haré así con otras etapas que he reservado por su
relevancia para cuando entremos al Ulises Criollo y sea desde ahí de donde se revelen dichas etapas.
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El tono de su intención y proyecto como Secretario me parece que queda bien

plasmada en el siguiente pasaje del discurso que dio con motivo de la inauguración del

nuevo edificio de la Secretaria:

[...] Grecia madre ilustre de la civilización europea de la


que somos vástagos, está representada por una joven que
danza y por el nombre de Platón que encierra toda su alba.
España aparece en la carabela que unió este continente
con el resto del mundo, la cruz de su misión cristiana y el
nombre de las Casas, el civilizador.
La figura azteca recuerda el arte refinado de los
indígenas y el mito de Quetzalcoatl, el primer educador de
esta zona del mundo.

En números, su gestión también es bastante rica, en 1920 había 8 171 escuelas, 17206

maestros y 679 897 alumnos; para 1923 la cifras se incrementaron a 13 847 escuelas, 26

065 maestros y 1 044 539 alumnos. (Fuente: SEP, Boletín, II, 1923-1924, p.686) 

Además de la apertura de múltiples bibliotecas y la edición de textos clásicos al alcance

de todos.

Vasconcelos se va del país por diferencias con el régimen y regresa hasta 1928 para

preparar su candidatura a la presidencia en las elecciones de 1929.

Después de su derrota, la cual no acepta, vuelve a exiliarse. Comienza así el periodo

que podríamos llamar del resentimiento, cuando Vasconcelos cada vez queda más

decepcionado ante la imposibilidad de su proyecto estético-espiritual mediante el cual

se redundaría la Nación como un nuevo tipo de humanidad, expresado claramente en la

Raza Cósmica (cómica para muchos críticos…) y su idea de la quinta raza, la cual

nacería, cual superhombre nietzscheano de una nueva afirmación de la vida sobre

nuevos valores.



citado en: Blanco, José Joaquín. Se llamaba Vasconcelos. F.C.E, México, 1977. p. 91
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No será hasta 1940 cuando Vasconcelos retorne a México para dirigir la Biblioteca

Nacional, donde permanecerá casi hasta el final de sus días.

Entre sus obras más importantes dentro de su prolífica pluma encontramos:

Teoría dinámica del derecho (1907), La intelectualidad mexicana (1916), Pitágoras,

una teoría del ritmo (1916), El monismo estético (1918), Estudios indostánicos (1920),

La Raza Cósmica (1925), Indología (1926), Estética (1935), Breve historia de México

(1937) y sus Memorias en tres volúmenes: Ulises Criollo (1935), La Tormenta (1936),

El Desastre (1938) y El Proconsulado (1939).

Miembro del Ateneo de la juventud junto con intelectuales como Alfonso Reyes y

Antonio Caso, fundador del Colegio Nacional; político, abogado, educador, filósofo,

bohemio y rompecorazones (como el de la bella Rivas Mercado quien incluso se

suicidó), hasta nazi y mocho en sus últimos años… Vasconcelos, el hombre que quiso

ser todo, pero ya era demasiado.

Como nos dice José Joaquín blanco: “Su vida ya fue vivida. Pero en su recuerdo y en

sus libros, los vivos pueden vivirla un poco.” Y si hay un libro en que está posibilidad

se realiza es, precisamente, en el Ulises Criollo.

3.-Odiseo en Aztlan.
“Atravesaba las calles antiguas y reposadas del rumbo
universitario, adolorido en lo íntimo, mal comido y peor
atrajeado, indiferente a la pompa ajena, pero musitando:
<<Oiréis hablar de mí…>>”
Ulises Criollo, p. 125.

Éste, Odiseo en Aztlan, era uno de los títulos en que Vasconcelos había pensado para el

primer volumen de sus Memorias. Finalmente se decidió por Ulises Criollo.

¿Qué permanece en estos dos títulos, qué se pierde del primero en la elección del

segundo? Grecia, evidentemente, es lo que permanece; pero no cualquier Grecia, sino la

Grecia heroica de Homero, la del viajante en busca de su Ítaca, del apatrida voluntario
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en busca de su propia tierra, de su lugar y su lenguaje. Viaje que a la vez trae inscrito de

por sí el regreso, ese lugar donde todo comenzó.

Pero en el segundo titulo es precisamente el lugar lo que se pierde., Aztlan no es más.

Vasconcelos tiene que sacrificar el lugar por una identificación con aquellos que no se

les reconoce ni el suelo de nacimiento ni el suelo de origen. Ese es el sentimiento de

Vasconcelos en su recuerdo, el de una tierra que no lo entendió.

El pensamiento de lo indígena (sugerido en el Aztlan del primer titulo) siempre fue de

subidas y bajadas, pero a final de cuentas parece que es la idea del indígena alcohólico

ignorante la que se impone en su imaginario desde el resentimiento; más cercanos a los

simplones de sombrero y pantalón ajustado que encontró en su regreso a Durango, que

al Quetzalcoatl que pensaba desde la Secretaría de Educación como el primer educador.

Lo homéricamente griego que permanece tendrá que buscar otro lugar, nuevas rutas de

viaje en donde el asentamiento sólo sea un capricho para que la expresión sea plena. Ese

lugar, a mi parecer es el lenguaje que se alcanza a lo largo de sus obras pero

específicamente en este Ulises Criollo.

Vasconcelos es capaz, como decía Proust, de hacer con su propia lengua una lengua

extranjera, capaz de apropiarse del lenguaje para sus propósitos más allá de disciplinas y

academias.

Es en el lenguaje donde sublima todos sus viajes, viajes a veces inmóviles al ser los

del espíritu; ahí, en las letras es donde marca los puertos de llegada y salida. El Ulises

Criollo majestuosamente es un finale que opera como esa cartografía donde el lenguaje

de la política no tiene porque ser otro distinto al de la estética que a su vez es el mismo

que el de su propia vida.

Es aquí donde tiempo e historia ya no se identifican más, donde es tan sólo

Vasconcelos intempestivamente quien marca los ritmos y los movimientos, quien dirige
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las miradas y las sensaciones. No es el camino y el paisaje de Durango lo que describe,

es su camino, su andar, su rastro, lo que el pone de sí para permear de buen gusto cada

inexplorable rincón, cada minucia, hasta los bordes de la más pequeña de las piedras

que le salen al paso.

Desde Nueva York, no nos da sus impresiones ni una descripción sugerente, su

lenguaje crea la distancia y la perspectiva única que de ello se puede tener.

Pareciera que los lugares donde está son estéticos, pero no es eso lo que sucede, sino

que él, el esteta, puede concebir lo estético en cualquier parte que se encuentre: desde

Nueva York leyendo a Ruskin, o al lado del ciego que toca el violín en la Sierra Madre

Occidental.

El Ulises Criollo es un libro del que se puede decir estoy <<leyendo-Vasconcelos>>,

sin necesidad de la preposición “a” o “de”; no es una novela de Vasconcelos ni una

autobiografía: es-Vasconcelos.

Un libro de gestos inesperados y a ratos necesariamente aburrido, que va de capítulos

como El Intelectual, que en lo personal es mi predilecto, a otros como el de Francisco I.

Madero donde abandona por un rato la exaltación estética de su figura y la creación para

hacer meramente una descripción de hechos.

Lo que nunca pierde es ese ritmo que desde sus años de preparatoria buscaba en la

dinámica, un movimiento más parecido al de la parábola y su infinitud que al de una

elipse que regresa a sí: “[…] porque lo mismo en cuadrado que en círculo el

movimiento que vuelve sobre sí mismo es como la vida cotidiana que aburre y

entristece.” (p.131)1

A veces el carácter de memoria parece dudoso, pues es tan buena y fluida la escritura,

tan claro y preciso lo que describe, que pareciera escrito en el mismo momento, como

1
De aquí en adelante todas las citas que haga serán del Ulises Criollo, por lo cual sólo colocaré el número
de página al final de la cita según la edición del F.C.E- SEP.
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una especie de cuadro impresionista que sin ser una copia fiel de la realidad, mantiene

(para algunos negativamente) la representación y la sensación de aquello que se plasma,

expresionismo realista que en su realismo nos aleja de toda objetividad.

En el capitulo ya mencionado de El Intelectual, es capaz de envolverte por esa

atmósfera que oscilaba entre la Crítica de la Razón Pura y la Estética de Hegel, que se

debatía entre la Grecia apolínea de Reyes y la dionisiaca de Vasconcelos.

Que ganas dan de estar ahí entre jóvenes a los cuales no tenían “Ningún género de

culto a lo que sólo es medio e intermedio, y sí toda vehemencia dispuesta para la

conquista de lo esencial y absoluto.” (p.269)

Ser transportado desde el “verano fronterizo polvoriento y sofocante” de su infancia

hasta el momento revolucionario de “conspirar y repartir los fermentos” es la soberbia

travesía que con una megalomanía lúdica Vasconcelos nos hace recorrer en esta obra…

este es el Ulises Criollo: memoria que deja de serlo para convertirse en un recuerdo que

se reclama como creación presente para el cual la palabra hoy es insuficiente.

4.-Mística y vida estética.

“La palabra filósofo me sonaba cargada de


complacencia y misterio. Yo quería ser un filósofo.
¿Cuándo llegaría a ser un filósofo?”
Ulises Criollo, p.46

Si hubiera que presentar el espíritu de Vasconcelos me parece que la película Nostalgia

de Tarkovsky sería más que adecuada, con largos planos secuencias y lugares

encerrados en donde el agua aparece como elemento primordial. El espíritu de

Vasconcelos es un espíritu en estado líquido, siempre fluyendo. Y en ese indeterminado

fluir es donde contradictoriamente encuentra permanencia y estabilidad: “Disfrutar de

fuerza ignorada y segura y disimularla con sincera e imperturbable bondad. Combinar

así la grandeza y ternura. Tal es mi propia concepción del genio.” (p.301)


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Sobretodo en esta analogía que hago pensemos en la cuestión de las dos gotas que al

unirse no dan más que una gota, 1+1=1. Ese es el axioma vasconceliano, un axioma que

nace de inesperados desgarramientos que Vasconcelos tiene que sufrir.

La madre, esa que le inculcaba la trinidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo es el



precedente ineludible de la búsqueda de la unidad.  Esa de la que el destino lo separó,

algo que para el era inconcebible, pues eran uno mismo, estará presente en todo

momento de su creación, será la gota originaria de la necesidad de Vasconcelos por el

absoluto. Todo lo que en sustancia tenga a la madre será digno de considerarse estético,

todo lo demás no serán más que caricaturas.

¿Cómo evitar comparar al Ulises Criollo con las Confesiones de San Agustín? Si ella, la

madre “Atenta a las almas, descuidando el cuerpo” lo veía como eso, como aquel que

tenía que conocer el mal pare poder vencerlo. ¿Qué mal? Ese mal de la ciencia que

Vasconcelos enfrentará toda su vida, frente a los positivistas en nombre del espíritu y la

belleza.

Esas últimas pláticas con la madre, esas que a Vasconcelos lo colocaban “Como a

quien se penetra de una música sacra” (p.125), no son más que el preludio de su propia

musicalidad: “Lo que para mí era el pensamiento no me llegaba por imagen ni por

fórmulas, sino por ondas y melodías.” (p.303)

Esa agonía de juventud por no ver más a la madre, ese relato de cómo vivió aquellos

últimos momentos con ella, a través de chorros de lágrimas bajo la cúpula de la iglesia,

son los que nos muestran otro aspecto del movimiento homérico de Vasconcelos: la

madre también es la esperanza del Retorno.

A todos aquellos que pretenden encontrar en la contradicción la debilidad de

Vasconcelos, no pueden más que callar después de comprender los saltos que describe
∗∗
Agradezco los oportunos comentarios de la maestra Alicia Montemayor y de mis compañeros de clase
en este aspecto que en mi lectura y exposición había dejado del lado y que me ha permitido ver otra cara
de las múltiples (pero a final de cuentas, una…) que Vasconcelos muestra.
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en el Ulises Criollo; esos saltos que van del sentimiento materno a la dinámica que

encuentra en los libros científicos de la biblioteca de la Escuela Nacional Preparatoria y

permanecerán a lo largo de su obra.

No puede ser más que un monismo estético lo que –más allá de cualquier edípica

caricaturización- puede devolverle a Vasconcelos el vacío que ha dejado en él la

ausencia del seno de su madre.

Si bien el tono místico se va degradando con el paso de aquella juventud preparatoriana

a los últimos relatos de su etapa maderista, es cierto que en cada página se siente esa

estela del absoluto configurado por él de su infancia, desde la ternura por su madre que

incluso frente a su tumba llegaba a perder. Todo movimiento es un momento singular de

absolución.

En sus concepciones filosóficas del Ateneo de la Juventud y la negación del estilo y la

forma a las que sus compañeros se enfocaban, se muestra ese espíritu despierto que

como el de su madre quiere despreocuparse del cuerpo.

Filosofía y religión, Cristo y Pitágoras; arte y pensamiento no tienen ya por que

separarse, no se tiene por qué escribir libros por separado con temas diversos, el tema es

Uno y es posible encontrarlo… No todo es uno, pero hay uno en todas partes.2

El genio de Vasconcelos consiste en esta capacidad de hablar de lo mismo desde

distintos lugares, de que su búsqueda es ya por sí misma creación, incluso sus

ocurrencias alcanzan el tono de un descubrimiento… Sólo así puede comprenderse que

para él, “En la mecánica intervenía el milagro y quedaba abierto el campo para la

invención”. (p.131)

2
Utilizo aquí una figura deleuziana que aparece en su texto sobre el barroco, El Pliegue: “No todo es
pez, pero hay peces en todas partes.”
En gran medida el espiritu vasconceliano plasmado en su obra es bastante barroco. Una columna barroca
no es un ángel, pero esta formada, llena y plena de ángeles.
De igual forma, la obra de Vasconcelos no es una Estética, pero esta llena de ella. El Uno vasconceliano
sólo puede formarse a partir de otros movimientos que no se identifican con él, pero que son
imprescindibles para su fin.
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Vasconcelos, quien se sentía solo a pesar de la inevitabilidad de una geografía bastante

poblada; quien hace de su vida el relato de la soledad como una virtud, es la imagen

mesiánica que el hace de sí mismo. Es la que lo impulsará a ser una figura pública que

en sus adentros algo más tiene por decir y hacer.

Pero a final de cuentas, más allá del “entusiasmo científico” que le tomaba todo el día

como estudiante o de su labor como Educador del pueblo de México, siempre es a otro

lugar al que a punta el espíritu de Vasconcelos; siempre queda ese tono en el que añora

aquellas noches de comunión divina: “[…] y por las noches la oración me llevaba al

mundo de mi infancia donde mi madre era maestra y ejemplo.” (p. 133)


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BIBLIOGRAFÍA.

De José Vasconcelos:

-Raza Cósmica, La. Espasa-Calpe, Col. Austral. México, 2002.

-Ulises Criollo. Fondo de Cultura económica- SEP. México, 1982.

Otros Autores.

-Blanco, José Joaquín. Se llamaba Vasconcelos, F.C.E. México, 1977.

-Gómez Morin, Manuel. 1915 y otros ensayos, Parido Acción Nacional-Epessa, 2000.

-Krause Enrique, Caudillos culturales de la Revolución Mexicana. Tusquets. México,


1996.

Recursos en línea:

- <www.colegionacional.org.mx>

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