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¿Por qué se oponen los intelectuales al capitalismo?

Por Robert Nozick

Cortesía de La Ilustración Liberal.Con la reproducción de este ensayo de Robert Nozick,


La Ilustración Liberal quiere brindar un homenaje a este lúcido filósofo norteamericano
recientemente fallecido. Una versión anterior del mismo se ofreció como parte de una
serie de conferencias en Trinity College, Connecticut. Esta versión (revisada) se
presentó para su publicación en 1984 en el volumen de ensayos que recogía esa serie
de conferencias pero, accidentalmente, fue el primer manuscrito lo que se publicó en
The future of Private Enterprise, ed. Craig Aronoff et al. (Atlanta, Georgia State
University Business Press, 1986). Hay una edición en español incluida en la obra de
Robert Nozick Puzzles socráticos, ed. Cátedra, 1997, Madrid.Es sorprendente que los
intelectuales se opongan de tal modo al capitalismo. Otros grupos de estatus
socioeconómico comparable no muestran el mismo grado y medida de oposición.
Estadísticamente, por tanto, los intelectuales constituyen una anomalía.No todos los
intelectuales están en la izquierda.. Como ocurre con otros grupos, sus opiniones se
extienden a lo largo de una curva. Pero en su caso, la curva se desvía y se tuerce hacia
la izquierda política. La proporción exacta de lo que denominamos anticapitalista
depende de cómo se fijen los límites: de cómo se interprete la postura anticapitalista o
de izquierdas y de cómo se distinga al grupo de los intelectuales. Las proporciones
pueden haber cambiado algo en los últimos tiempos, pero por término medio los
intelectuales se sitúan más a la izquierda que los que tienen su mismo estatus
socioeconómico. ¿Por qué? No entiendo por intelectuales a todas las personas
inteligentes con cierto nivel de educación, sino a aquellos que, por vocación, tratan con
las ideas, según se expresan en palabras, moldeando el flujo de palabras que otros
reciben. Estos forjadores de palabras incluyen a los poetas, novelistas, cánticos
literarios, periodistas de diarios y revistas y numerosos profesores. No incluyen a
aquellos que primordialmente crean y transmiten información formulada cuantitativa o
matemáticamente (los forjadores de números) o los que trabajan con medios visuales,
pintores, escultores, cámaras. Contrariamente a los forjadores de palabras, la gente
que se dedica a estas profesiones no se opone al capitalismo de un modo
desproporcionado. Los forjadores de palabras se concentran en ciertos ámbitos
ocupacionales: las instituciones académicas, los medios de comunicación de masas, la
administración.Los intelectuales forjadores de palabras se desenvuelven bien en la
sociedad capitalista; en ella disponen de amplia libertad para formular, desarrollar,
propagar, enseñar y debatir las ideas nuevas. Hay demanda de sus destrezas
profesionales, estando sus ingresos muy por encima de la media. ¿Por qué entonces se
oponen al capitalismo de un modo tan exagerado? De hecho, algunos datos indican que
cuanto más próspero es un intelectual y cuanto más éxito tiene, más probable es que
se oponga al capitalismo. Esta oposición al capitalismo procede principalmente "de la

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izquierda", pero no exclusivamente. Yeats, Eliot y Pound se oponían a la sociedad de
mercado desde la derecha. La oposición de los intelectuales forjadores de palabras al
capitalismo es un hecho de trascendencia social. Dan forma a nuestras ideas e
imágenes de la sociedad; establecen las alternativas de actuación que analizan las
administraciones. Entre tratados y lemas, nos proporcionan las frases con que
expresamos. Su oposición es importante, especialmente en una sociedad (a menudo
denominada "post-industrial") que cada vez depende más de la formulación explícita y
de la propagación de la información.¿Debemos realmente buscar una explicación
específica del porqué los forjadores de palabras se oponen de forma desproporcionada
al capitalismo? Consideremos la respuesta directa que sigue: el capitalismo es malo,
injusto, inmoral o inferior y los intelectuales, al ser inteligentes, se dan cuenta de esto
y por tanto se oponen a ello.Esta sencilla explicación no tiene validez para aquellos
que, como yo mismo, no piensan que el capitalismo, el sistema de la propiedad privada
y del libre mercado, sea malo, injusto, malvado o inmoral. Los lectores que discrepan
deben observar que incluso una creencia verdadera puede no tener una explicación
directa: se podría creer en ella debido a algunos factores distintos de su veracidad,
tales como la socialización y la integración cultural.Hay algo en el modelo de oposición
de muchos intelectuales que indica, pienso yo, que no se trata sólo de que se percaten
de la verdad sobre el capitalismo. Porque cuando se refuta una u otra de las quejas
concretas acerca del capitalismo (quizás la de que conduce al monopolio, o a la
contaminación, o a demasiadas desigualdades, o la de que implica la explotación de los
trabajadores, o deteriora el entorno, o conduce al imperialismo, o causa guerras, o
impide el trabajo responsable, o trata por todos los medios de satisfacer los deseos de
la gente, o estimula la falta de honradez en el mercado, o produce en función de los
beneficios y no de la utilidad, o frena el progreso para aumentar los beneficios, o
desbarata los modelos tradicionales para aumentar los beneficios, o conduce a la
sobreproducción, o a la infraproducción), cuando se demuestra y se acepta que la
queja tiene una lógica imperfecta, o supuestos imperfectos en tomo a hechos, la
historia o la economía, el que se queja no cambia entonces de opinión. Abandona el
tema y rápidamente se lanza a otro. ("Pero, y el trabajo infantil, o el racismo que
incorpora, o la opresión de las mujeres, o los barrios bajos de las ciudades, o que en
épocas menos complicadas podíamos arreglamos sin planificar, pero ahora todo es tan
complejo que..., o el anunciar seduciendo a la gente para que compre cosas o.. ) En el
debate se abandona un punto tras otro. Lo que no se abandona sin embargo es la
oposición al capitalismo. Porque la oposición no se hace sobre la base de esos puntos o
quejas, y de ese modo no desaparece cuando ellos lo hacen. Hay una animadversión
oculta contra el capitalismo. Esta animadversión suscita las quejas. Las quejas
racionalizan la animadversión. Después de alguna resistencia, puede que se abandone
una queja concreta y, sin volver la vista, se presentarán otras muchas con el fin de
desempeñar la misma función: racionalizar y justificar el odio del intelectual al
capitalismo. Si el intelectual estuviese sencillamente reconociendo los fallos o los

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errores del capitalismo, no encontraríamos esa animadversión. La explicación de esta
oposición necesitará ser una explicación no sencilla que también tenga en cuenta la
animadversión.Se puede plantear la objeción de que la explicación es sencillamente la
obvia, según la cual las personas inteligentes pueden tener simplemente una tendencia
natural a mirar a su alrededor y criticar lo que está mal. O que forma parte de la
naturaleza de la actividad creativa e innovadora el hecho de generar una mente
escéptica que rechaza el orden establecido. Pero ¿por qué, entre los inteligentes, son
especialmente los forjadores de palabras y no .los forjadores de números los que se
inclinan hacia la izquierda? Si son de temperamento crítico, ¿por qué los forjadores de
palabras son normalmente tan poco críticos con los programas "progresistas"? Si la
actividad innovadora y creativa es la causa, ¿por qué ha de conducir al escepticismo y
no a descubrir virtudes sutiles en las creencias y doctrinas establecidas? (¿No se
dedicaron Dante, Maimónides y Santo Tomás de Aquino a la actividad intelectual
creativa?) ¿Y por qué debe expresarse el escepticismo acerca del orden establecido, y
no acerca de planes para alternativas globales que se supone mejorarán dicho orden?
No, al igual que la idea de que el capitalismo es sencillamente malo y que los
intelectuales son suficientemente listos para darse cuenta de ello, la explicación de que
los intelectuales son críticos y escépticos por naturaleza no es satisfactoria. Estas
"explicaciones" son demasiado interesadas; no encajan con los detalles de la situación.
Debemos buscar la explicación en otra parte. Sin embargo, no debería sorprendemos
que las explicaciones que se les ocurren resulten ser tan autocomplacientes cuando se
ofrecen explicaciones, son los intelectuales quienes las ofrecen.Podemos distinguir dos
tipos de explicación para la relativamente alta proporción de intelectuales que se
oponen al capitalismo. El primero considera que hay un factor exclusivo en los
intelectuales anticapitalistas. El segundo tipo de explicación identifica un factor
aplicable a todos los intelectuales, una fuerza que les impulsa hacia los puntos de vista
anticapitalistas. El que empuje a algún intelectual concreto hacia el anticapitalismo
dependerá de las otras fuerzas que actúan sobre él. En conjunto, no obstante, puesto
que hace que el anticapitalismo sea más probable en cada intelectual, tal factor dará
lugar a una proporción mayor de intelectuales anticapitalistas. Pensemos en el número,
superior a lo normal, de personas que van a la playa en un día de sol. Puede que no
seamos capaces de predecir si un individuo concreto va a ir -ello depende de todos los
restantes factores que actúan sobre él- pero el sol hace más probable que cada
persona vaya y de este modo conduce hasta un número total mayor de gente que va a
la playa. Nuestra explicación será de este segundo tipo. Identificaremos un factor que
hace que los intelectuales se inclinen hacia actitudes anticapitalistas, pero no lo
garantiza en ningún caso concreto.Teorías previasSe han propuesto distintas
explicaciones a la oposición de los intelectuales al capitalismo. Una de ellas, apoyada
por los neo- conservadores, se centra en los intereses de grupo de los intelectuales 1.
Aunque les va económicamente bien bajo el capitalismo, les iría aún mejor, según
piensan, en una sociedad socialista en la que su poder sería superior. En una sociedad

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de mercado no hay concentración centralizada del poder y si alguien tiene poder, o
parece tenerlo, es el empresario y hombre de negocios triunfador. Las recompensas de
riqueza material son ciertamente suyas. En una sociedad socialista, sin embargo, serían
los intelectuales forjadores de palabras los que nutrirían las burocracias
gubernamentales, quienes marcarían la política a seguir y supervisarían la ejecución de
la misma. Una sociedad socialista, piensan los intelectuales, es aquella en la que ellos
gobernarían -idea que les resulta atractiva- lo cual no es ninguna sorpresa.
(Recordemos que Platón, en la República, define la sociedad ideal como aquella en la
que gobiernan los filósofos.) Pero esta explicación, en términos de los intereses de
grupo de los intelectuales, no es satisfactoria en sí misma. Incluso si entre los intereses
de grupo de los intelectuales estuviese la transición a una sociedad socialista (y dejo de
lado el carácter tan ilusorio de este proyecto), el colaborar con la transición a largo
plazo no necesariamente favorece los intereses individuales de un intelectual concreto.
Los neoconservadores cometen el mismo error que los marxistas al analizar el
comportamiento de los capitalistas. Pasan por alto el hecho de que la gente actúa, no
según los intereses de su grupo o clase, sino a tenor de sus intereses individuales.
Favorecería el interés individual de todo intelectual el reservarse, mientras que los
otros realizan la ardua tarea de construir una sociedad más favorable a los
intelectuales2. Podemos formular una explicación más clarificadora, no obstante. Si los
intelectuales piensan que les iría mejor en una sociedad socialista, y así disfrutan
leyendo acerca de las virtudes de tal sociedad y de las imperfecciones del capitalismo,
ellos mismos constituirán un mercado fácil y sustancioso para tales palabras y, de ese
modo, favorecerá los intereses de los intelectuales como individuos el producir tal festín
de palabras para consumo de los demás intelectuales. El economista F. A Hayek ha
identificado otra razón por la que los intelectuales podrían estar a favor de una
sociedad socialista. Se piensa de esa sociedad que está organizada siguiendo un plan
consciente, es decir, una idea. Las ideas son la materia prima de los forjadores de
palabras, y de este modo una sociedad planificada convierte en primordial aquello que
constituye su labor profesional. Es una sociedad que encarna ideas. ¿Cómo podrían los
intelectuales dejar de considerar a una sociedad tal como seductora y valiosa? Sin
duda, podemos exponer las ideas que representa una sociedad capitalista, la libertad y
los derechos individuales, pero estas ideas definen un proceso de libertad, no el modelo
final resultante. Una ideología que desea estampar un modelo en una sociedad hará por
tanto que una idea sea más fundamental para la sociedad y (a menos que la idea sea
repugnante) resultará por tanto atractiva para los gustos especiales de los
intelectuales, que son profesionales de las ideas.Una explicación distinta se centra en
cómo la motivación de la actividad intelectual contrasta con las motivaciones más
altamente valoradas y recompensadas en la sociedad de mercado. La actividad
capitalista -así se cuenta- está motivada por la codicia egoísta, pura y simple, mientras
que la actividad intelectual está motivada por el amor a las ideas. Sin duda, este
contraste es exagerado. Un capitalista puede desear ganar dinero para apoyar su causa

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o acción caritativa favorita. Una actividad empresarial puede estar motivada por sus
propias recompensas intrínsecas, las recompensas del dominio, la competencia
profesional y la labor cumplida. Sin duda, estas actividades pueden también aportar
recompensas extrínsecas, pero igualmente puede un novelista que se mueve por
motivos puramente artísticos obtener grandes derechos de autor. Y ¿está la propia
actividad intelectual motivada siempre, únicamente, por sus recompensas intrínsecas?
Se dice que los escritores (varones) escriben para lograr la fama y el amor de bellas
mujeres. Tampoco están claramente ausentes las motivaciones competitivas en el
mundo intelectual. Recordemos cómo Newton y Leibniz se pelearon sobre quién de los
dos había inventado antes el cálculo, y cómo Crick y Watson corrieron a toda prisa para
adelantarse a Pauling y ser los primeros en descubrir la estructura del ADN.Pero
aunque las motivaciones de la gente que triunfa económicamente bajo el capitalismo
no precisan ser claramente inferiores a las de los intelectuales, no es menos verdad
que en una sociedad capitalista las recompensas económicas tenderán a ser para los
que satisfacen las demandas de otros expresadas en el mercado, para los triunfantes
productores de lo que quieren los consumidores. Los intelectuales, igualmente, pueden
satisfacer una demanda de mercado de sus productos, como se muestra en los
elevados ingresos de algunos novelistas y pintores. Sin embargo, no es necesario que
el mercado recompense el trabajo intelectualmente más meritorio; recompensará
(parte de) lo que le gusta al público. Éste puede ser un trabajo de menos mérito, o
puede no ser en absoluto un trabajo intelectual. El mercado, por su propia naturaleza,
es neutral respecto al mérito intelectual. Si el mérito intelectual no es recompensado
del modo más elevado, eso será por culpa, si hubiese culpa, no del mercado sino del
comprador, cuyos gustos y preferencias se expresan en el mercado. Si hay más gente
dispuesta a pagar por ver a Robert Redford que por escucharme dando una conferencia
o por leer mis escritos, ello no implica una imperfección del mercado.Al intelectual
puede molestarle al máximo el mercado, no obstante, cuando ve una oportunidad de
triunfar, desde el punto de vista económico, produciendo una obra que es de menor
mérito a sus propios ojos. El verse tentado a degradar sus propios criterios de calidad
para conseguir éxito y reconocimiento popular -o hacerlo de hecho- puede causarle un
resentimiento contra el. sistema que le induce a caer en tales motivaciones y
emociones de escaso gusto. (Los guionistas de Hollywood son el ejemplo
paradigmático.) De nuevo, no obstante, ¿por qué culpa al sistema de mercado más que
al público? ¿Le molesta un sistema que traza su camino hacia el éxito pasando por los
gustos del público, un público menos agudo, instruido y refinado que él, un público que
es intelectualmente inferior a él? (Sin embargo, la mayoría de los productores del
mercado saben más acerca de su producto y de sus niveles de calidad que la mayoría
de los consumidores.) ¿Por qué tienen los intelectuales que estar tan resentidos por
tener que satisfacer las demandas del mercado si lo que quieren son los frutos del éxito
de mercado? Siempre pueden, al fin y al cabo, elegir aferrarse a los niveles de su oficio
y aceptar recompensas externas más limitadas.El economista Ludwig von Mises explicó

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la oposición al capitalismo como un resentimiento por parte de los menos3. Más que
imputar su propia falta de éxito, en un sistema libre en el que otros iguales que ellos
triunfan, al fracaso personal, la gente le echa la culpa a la naturaleza del sistema
mismo. Sin embargo, los hombres de negocios fracasados, por lo general, no culpan al
sistema. Y, ¿por qué culpan al sistema los intelectuales en lugar de a sus
conciudadanos insensibles? Dado el alto grado de libertad que un sistema capitalista
concede a los intelectuales y dado el cómodo estatus de que gozan los intelectuales
dentro de ese sistema, ¿de qué culpan al sistema? ¿Qué esperan de él?La formación
académica de los intelectualesLos intelectuales de ahora confían en ser las personas
más altamente valoradas en una sociedad, los de más prestigio y poder, los que
obtienen mayores recompensas. Los intelectuales se consideran con derecho a esto.
Pero, en general, una sociedad capitalista no honra a los intelectuales. Mises explica el
resentimiento particular de los intelectuales, en contraste con los trabajadores,
diciendo que se mezclan socialmente con capitalistas triunfadores y que por ello les
consideran como un grupo de referencia destacado y les humilla su estatus inferior. Sin
embargo, incluso aquellos intelectuales que no se mezclan socialmente están
resentidos de un modo similar, a la vez que simplemente el puro mezclarse no basta
-los instructores de deportes y de danza que trabajan para los ricos y tienen líos con
ellos no son especialmente anticapitalistas. ¿Por qué entonces los intelectuales
contemporáneos se sienten con derecho a las más altas recompensas que su sociedad
puede ofrecer, y molestos cuando no las reciben? Los intelectuales piensan que son las
personas más valiosas, las de mayor mérito, y que la sociedad debería premiar a la
gente en función de su valía y mérito. Pero una sociedad capitalista no cumple el
principio distributivo "a cada uno según sus méritos o valía". Aparte de los regalos, las
herencias y las ganancias del juego que se dan en una sociedad libre, el mercado
distribuye a aquellos que satisfacen las demandas de los demás expresadas a través
del mercado, y lo que distribuya de este modo depende de lo que se demande y del
volumen del suministro alternativo. Los empresarios fracasados y los trabajadores no
sienten la misma animadversión al sistema capitalista que los intelectuales forjadores
de palabras. Solamente la conciencia de una superioridad no reconocida, o de unos
derechos traicionados, produce esa animadversión.¿Por qué piensan los intelectuales
forjadores de palabras que son valiosísimos, y por qué piensan que la distribución debe
hacerse de acuerdo con su valía? Obsérvese que esto último no es un principio
necesario. Se han propuesto otros modelos de distribución, incluyendo la distribución
paritaria, la distribución según el mérito moral, la distribución según la necesidad. De
hecho, no es necesario que haya modelo alguno de distribución que la sociedad esté
tratando de alcanzar, incluso una sociedad preocupada con la justicia. La ecuanimidad
de una distribución puede residir en su planteamiento desde un proceso justo de
intercambio voluntario de propiedades y servicios justamente adquiridos. Cualquier
resultado que se produzca en ese proceso será justo entonces, pero no existe un
modelo concreto al que deba ajustarse el resultado. ¿Por qué entonces los forjadores

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de palabras se consideran valiosísimos, y aceptan el principio de distribución según la
valía?Desde los comienzos del pensamiento documentado, los intelectuales nos han
dicho que su actividad es valiosísima. Platón valoraba la facultad racional por encima
del valor y de las apetencias y consideraba que los filósofos deberían gobernar;
Aristóteles sostenía que la contemplación intelectual era la actividad suprema. No es
sorprendente que los textos que nos han llegado registren esta alta valoración de la
actividad intelectual. Las personas que formularon valoraciones, que las escribieron con
razones para respaldarlas, eran intelectuales, después de todo. Se ensalzaban a sí
mismos. Los que valoraban más otras cosas que el meditar sobre las cosas usando
palabras, ya fuese la caza o el poder o el placer sensual ininterrumpido, no se
preocupaban por dejar informes escritos duraderos. Sólo los intelectuales elaboraron
una teoría acerca de quién era mejor.¿Qué factor provocó la sensación, por parte de los
intelectuales, de que tenían un valor superior? Voy a centrarme en una institución
concreta: las escuelas. A medida que el conocimiento libresco se hizo cada vez más
importante, se extendió la escolarización -enseñar a los jóvenes a leer y familiarizarse
con los libros. Las escuelas se convirtieron en la principal institución al margen de la
familia para forjar las actitudes de los jóvenes, y casi todos los que más tarde se
convirtieron en intelectuales pasaron por la escuela. Allí triunfaron. Se les juzgaba
frente a otros y se les consideraba superiores. Se les ensalzaba y premiaba, eran los
favoritos de los profesores. ¿Cómo podrían dejar de sentirse superiores? Diariamente
experimentaban diferencias en la facilidad para las ideas, en el ingenio. Las escuelas les
decían, y les demostraban, que eran los mejores.Las escuelas, también, exhibían y por
tanto enseñaban el principio de la recompensa de acuerdo con el mérito (intelectual).
Al intelectualmente meritorio se dirigían las alabanzas, las sonrisas de los profesores y
las calificaciones más altas. En la moneda que ofrecían las escuelas, los más
inteligentes constituían la clase alta. Aunque sin que formase parte de los currículos
oficiales, en las escuelas los intelectuales aprendían las lecciones acerca de su propia
valía, superior en comparación con los demás, y de cómo esta valía superior les daba
derecho a mayores recompensas.La más amplia sociedad de mercado, sin embargo,
enseñaba una lección distinta. Ahí las principales recompensas no eran para los más
brillantes verbalmente. Allí a las habilidades intelectuales no se les concedía el mayor
valor. Instruidos en la lección de que ellos eran los más valiosos, los que más merecían
la recompensa, los que mayores derechos tenían a la recompensa, ¿cómo podían los
intelectuales, por lo general, dejar de estar resentidos con la sociedad capitalista que
les privaba de las justas retribuciones a que les "daba derecho" su superioridad? ¿Es
sorprendente que lo que sentían los intelectuales instruidos, hacia la sociedad
capitalista, fuera una profunda y sombría animadversión que, aunque revestida de
diversas razones públicamente apropiadas, continuaba incluso cuando se demostraba
que esas razones particulares eran inadecuadas?Al decir que los intelectuales se
consideran con derecho a las más altas recompensas que la sociedad en su conjunto
puede ofrecer (riqueza, estatus, etc.), no quiero decir que los intelectuales consideren

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esas recompensas como los bienes más preciados. Quizás valoren más las
recompensas intrínsecas de la actividad intelectual o el pasar a la historia. Sin
embargo, también se sienten con derecho a la más alta apreciación por parte de la
sociedad en general, a lo máximo y mejor que pueda ofrecer, por insignificante que
resulte. No pretendo conceder relevancia especial a las recompensas que se abren
camino hasta los bolsillos de los intelectuales o que afectan a sus propias personas. Al
identificarse a sí mismos como intelectuales, pueden sentirse molestos por el hecho de
que la actividad intelectual no sea la más altamente valorada y recompensada.El
intelectual quiere que la totalidad de la sociedad sea una extensión de la escuela, para
que sea como el entorno en que le fue tan bien y en que tanto se le apreció. Al
incorporar unos criterios de recompensa que son diferentes de los propios de la
sociedad global, las escuelas garantizan que algunos vayan a experimentar un posterior
descenso en la escala social. Los que están en lo más alto de la jerarquía escolar se
considerarán con derecho a una posición de primera, no sólo en aquella micra-
sociedad, sino en la más amplia, una sociedad cuyo sistema les resultará molesto
cuando no les trate según sus necesidades y derechos auto-adjudicados. El sistema
escolar crea por tanto un sentimiento anticapitalista entre los intelectuales . Más bien,
crea un sentimiento anticapitalista entre los intelectuales de la palabra. ¿Por qué no
desarrollan los forjadores de números las mismas actitudes que estos forjadores de
palabras? Presumo que estos niños brillantes con las cuentas, aunque consiguen
buenas calificaciones en los exámenes correspondientes, no reciben de los profesores la
misma atención y aprobación personal que los niños brillantes con la palabra. Son las
destrezas verbales las que acarrean estas recompensas personales por parte de los
profesores y, en apariencia, son estas recompensas de un modo especial las que dan
forma a ese sentimiento de tener derecho a algo.Hay que añadir un aspecto más. Los
(futuros) intelectuales forjadores de palabras triunfan por lo que atañe a la forma oficial
del sistema social escolar, en el que las recompensas importantes se distribuyen por
parte de la autoridad central del profesor. Las escuelas incluyen otro sistema social de
cariz informal en las aulas, los pasillos y los patios, en el que las recompensas se
distribuyen no por parte de la autoridad central sino de manera espontánea, a placer y
capricho de los compañeros. Aquí a los intelectuales les va peor.No sorprende, por
tanto, que la distribución de los bienes y recompensas por medio de un mecanismo
distributivo centralizado sea más tarde considerada por los intelectuales como más
apropiada que la "anarquía y el caos del mercado". Porque la distribución en una
sociedad socialista planificada centralmente es a la distribución en una sociedad
capitalista como la distribución por parte del profesor es a la distribución por parte del
patios.5Nuestra explicación no postula que los (futuros) intelectuales constituyan una
mayoría incluso entre las clases académicamente superiores de la escuela. Este grupo
puede estar formado sobre todo por los que tienen destrezas librescas considerables
(pero no abrumadoras) junto con algo de gracia social, fuerte deseo de complacer,
cordialidad, encanto personal y habilidad para respetar las reglas del juego (y

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parecerlo). Tales alumnos, también, serán muy bien considerados y recompensados por
el profesor, e igualmente les irá estupendamente bien en la sociedad más amplia. Y se
desenvuelven bien dentro del sistema social informal de la escuela. De modo que no
aceptarán de un modo especial las normas del sistema formal de la escuela. Nuestra
explicación plantea la hipótesis de que los (futuros) intelectuales están representados
de un modo desproporcionado en esa parte de la clase alta (oficial) de la escuela que
experimentará un relativo movimiento de descenso. O, más bien, en el grupo que
predice para sí mismo un futuro en declive. La animadversión surgirá antes del
desplazamiento hacia el interior de un mundo más amplio y de experimentar un
descenso real de estatus, en el momento en que el alumno listo se da cuenta de que
(probablemente) se desenvolverá peor en la sociedad más amplia que en su situación
escolar actual. Esta consecuencia no buscada del sistema escolar, el espíritu
anticapitalista de los intelectuales, se ve, por supuesto, reforzada cuando los alumnos
leen o reciben las enseñanzas de intelectuales que presentan esas mismas actitudes
anticapitalistas.Sin duda, algunos intelectuales forjadores de palabras fueron alumnos
conflictivos y críticos y por ello no contaron con la aprobación de sus profesores.
¿Aprendieron ellos también la lección de que los mejores deberían obtener las
recompensas más altas y piensan, a pesar de sus profesores, que ellos mismos eran los
mejores, y empiezan por ello a tener un resentimiento temprano contra la distribución
que realiza el sistema escolar? Claramente, acerca de esto y de las otras cuestiones
aquí tratadas, necesitamos datos en tomo a las experiencias escolares de los futuros
intelectuales forjadores de palabras para matizar y probar nuestras hipótesis.Planteado
como fenómeno global, apenas se puede negar que las normas internas de las escuelas
estén llamadas a afectar a las creencias normativas de las personas tras su paso por
las escuelas. Las escuelas, al fin y al cabo, son la principal sociedad ajena a la familia
en que los niños aprenden a comportarse, y de ahí que la escolarización constituya su
preparación para la más amplia sociedad no familiar. No sorprende que los que triunfan
al calor de las normas de un sistema escolar se quejen de una sociedad que se atiene a
normas diferentes y que no les garantiza el mismo éxito. Tampoco es sorprendente,
cuando esos son los mismos que proceden a dar forma a la propia imagen de la
sociedad, al juicio sobre sí misma, si la sección de la sociedad que es sensible a las
palabras se vuelve contra ella. Si uno estuviese diseñando una sociedad, no intentaría
diseñarla de modo que los forjadores de palabras, con toda su influencia, estuviesen
instruidos en la animadversión contra las normas de la sociedad. Nuestra explicación
del anticapitalismo desproporcionado de los intelectuales se establece sobre la base de
una generalización sociológica muy plausible. En una sociedad en la que un sistema o
una institución extrafamiliar, la primera en que ingresan los jóvenes, distribuye
recompensas, aquellos a quienes les va mejor tenderán a internalizar las normas de
esta institución y confiarán en que la sociedad en general funcionará según estas
normas; se considerarán con derecho a repartos distributivos de acuerdo con esas
normas o (como mínimo) a una posición relativa igual a aquella que estas normas dan

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como resultado. Además, los que constituyen la clase superior dentro de la jerarquía de
esta institución extrafamiliar y que experimentan luego (o prevén experimentar) un
desplazamiento hacia una posición relativamente inferior en la sociedad en general,
debido a su percepción del derecho frustrado, tenderán a oponerse al sistema social
más amplio y a sentir animadversión hacia sus normas.Obsérvese que ésta no es una
ley determinista. No todos los que experimentan una movilidad social hacia abajo se
volverán en contra del sistema. Tal movilidad hacia abajo, no obstante, es un factor
que tiende a producir efectos de ese tenor, y por ello se manifestará en proporciones
diversas con respecto al conjunto. Podríamos distinguir formas en las que la clase alta
puede desplazarse hacia abajo: puede obtener menos que otro grupo o (cuando ningún
grupo se desplaza por encima de ella) puede empatar, sin conseguir más que los que
previamente se había previsto serían inferiores. Es el primer tipo de desplazamiento
hacia abajo el que más indigna y humilla; el segundo tipo es bastante más tolerable.
Muchos intelectuales (dicen ellos) están a favor de la igualdad mientras que sólo un
número reducido exige una aristocracia de intelectuales. Nuestra hipótesis se refiere al
primer tipo de desplazamiento hacia abajo como especialmente generador de
resentimiento y animadversión.El sistema escolar imparte y premia solamente algunas
de las destrezas válidas para el éxito posterior (es, al fin y al cabo, una institución
especializada), por lo que su sistema de recompensas será diferente del propio de la
sociedad en general. Esto garantiza que algunos, al pasar a la más amplia sociedad,
experimentarán un desplazamiento social descendente junto con las consecuencias que
lo acompañan. He afirmado antes que los intelectuales quieren que la sociedad sea una
extensión de las escuelas. Ahora vemos cómo el resentimiento debido a un sentido del
derecho frustrado procede del hecho de que las escuelas (en calidad de sistema social
extrafamiliar) no constituyen una condensación de la sociedad.Nuestra explicación
parece predecir ahora el resentimiento (desproporcionado) que albergan los
intelectuales instruidos respecto a la sociedad en la que viven, cualquiera que sea la
naturaleza de la misma, capitalista o comunista. (Los intelectuales se oponen
desproporcionadamente al capitalismo en comparación con otros grupos de estatus
socioeconómico parecido dentro de la sociedad capitalista. Otra cuestión es si se
oponen de modo desproporcionado en comparación con el grado de oposición de los
intelectuales de otras sociedades hacia esas sociedades). Claramente, pues, serían
relevantes algunos datos acerca de las actitudes de los intelectuales de los países
comunistas hacia el aparato del partido; ¿sentirán esos intelectuales animadversión
hacia ese sistema? Nuestra hipótesis precisa de matización para que no se aplique (o
se aplique de un modo tan contundente) a cualquier sociedad. ¿Deben los sistemas
educativos de toda sociedad producir inevitablemente una animadversión antisocial en
los intelectuales que no reciben las mayores recompensas de esa sociedad?
Probablemente no. Una sociedad capitalista es peculiar en cuanto a que parece
anunciar que está abierta y es receptiva solamente al talento, a la iniciativa individual,
al mérito personal. El hecho de crecer en una sociedad feudal o de castas hereditarias

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no crea expectativa alguna de que la recompensa esté o deba estar de acuerdo con la
valía personal. A pesar de la expectativa creada, una sociedad capitalista premia a las
personas en tanto en cuanto satisfacen los deseos ajenos, expresados a través del
mercado; recompensa de acuerdo con la contribución económica, no con la valía
personal. Sin embargo, la sociedad capitalista se acerca lo bastante a un sistema de
recompensas a tenor de la valía personal -valía y contribución se entremezclan a
menudo- como para hacer crecer las expectativas creadas por las escuelas. El ethos de
la más amplia sociedad está lo bastante cercano al de las escuelas como para que la
cercanía genere resentimiento. Las sociedades capitalistas premian el logro individual o
proclaman que lo hacen, y de ese modo dejan al intelectual, que se considera
buenísimo, especialmente amargado.Otro factor, creo, tiene un determinado papel. Las
escuelas tenderán a crear tales actitudes anticapitalistas cuanto mayor sea la
diversidad de quienes asistan a ellas. Cuando casi todos los que van a tener éxito
financiero asistan a escuelas distintas, los intelectuales no habrán adquirido esa actitud
de ser superiores a ellos. Pero incluso si muchos niños de clase alta van a escuelas
distintas, una sociedad abierta tendrá otras escuelas que incluyan también a muchos
que van a triunfar económicamente como empresarios, y los intelectuales van a
recordar con resentimiento, más tarde, lo superiores que eran académicamente a los
de su edad que lograron mayor riqueza y poder. La transparencia de la sociedad tiene
otra consecuencia, además. Los alumnos, tanto los futuros forjadores de palabras como
los demás, no saben cómo les va a ir en el futuro. Pueden esperar cualquier cosa. Una
sociedad cerrada al progreso destruye pronto esas esperanzas. En una sociedad
capitalista abierta, los alumnos no se resignan pronto a que se limite su progreso y su
movilidad social; la sociedad parece anunciar que los más capacitados y valiosos
llegarán a lo más alto, sus escuelas ya han transmitido a los que tienen más talento el
mensaje de que son valiosísimos y que merecen las mayores recompensas, y después
estos mismos alumnos con el más alto estímulo y las mayores expectativas ven a otros
compañeros suyos, de quienes saben que son y a quienes consideraron menos
meritorios, subir más alto que ellos mismos, recibiendo las mejores recompensas a las
que ellos mismos se consideraban con derecho. ¿Es extraño que sientan animadversión
por esa sociedad? Hemos pulido de algún modo la hipótesis. No es simplemente las
escuelas formales sino la escolarización formal en un contexto social específico lo que
genera un sentimiento anticapitalista en los intelectuales (forjadores de palabras). Sin
duda, la hipótesis requiere matización posterior. Pero ya está bien. Es hora de pasarles
la hipótesis a los expertos en ciencias sociales, sacarla de las especulaciones de sillón y
entregársela a quienes se sumergen en hechos y datos más específicos. Podemos
señalar, sin embargo, algunas áreas en las que nuestra hipótesis podría conducir a
consecuencias y predicciones verificables.En primer lugar se podría predecir que cuanto
más meritocrático es el sistema escolar de un país, más posibilidades hay de que sus
intelectuales sean. de izquierdas. (Piénsese en el caso de Francia.)En segundo lugar,
los intelectuales que fueron "frutos tardíos" en la escuela no habrían desarrollado el

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mismo sentido de derecho a las recompensas más elevadas; por lo tanto, el porcentaje
de los intelectuales de tipo "fruto tardío" que serán anticapitalistas será menor que el
de los de tipo "fruto temprano".En tercer lugar, limitábamos nuestra hipótesis a las
sociedades (contrariamente al sistema de castas de la India) en las que el estudiante
triunfador podía confiar bastante en un éxito posterior parecido en la sociedad más
amplia. En la sociedad occidental, las mujeres no han disfrutado hasta ahora de tales
expectativas, por lo que no sería de esperar que las estudiantes que formaban parte de
la clase académica superior, y que sin embargo sufrieron luego un desplazamiento
descendente, mostrasen la misma animadversión anticapitalista que los intelectuales
varones. Podríamos predecir, pues, que cuanto más se vea que una sociedad se mueve
hacia la igualdad de oportunidades ocupacionales entre las mujeres y los hombres,
mayor será la tendencia de sus intelectuales femeninas al mismo anticapitalismo
desproporcionado que muestran sus intelectuales varones.Algunos lectores pueden
albergar dudas sobre esta explicación del anticapitalismo de los intelectuales. Sea como
sea, creo que se ha identificado un fenómeno importante. La generalización sociológica
que hemos enunciado es intuitivamente convincente. Algo así tiene que ser cierto. Por
lo tanto, algún tipo de efecto tiene que producirse en ese sector de la clase alta escolar
que experimenta un desplazamiento social descendente, tiene que generarse algún tipo
de antagonismo contra la sociedad en general. Si ese efecto no es la oposición
desproporcionada de los intelectuales, entonces ¿qué es? Comenzamos con un
fenómeno intrigante que precisaba explicación. Hemos encontrado, creo yo, un factor
aclaratorio que (una vez establecido) es tan evidente que tenemos que creer que
explica algún fenómeno real.¿Hay solución?Quienes piensan que la sociedad
capitalista debería ser fuertemente contestada -pero, ¿por qué piensan así?- se
alegrarán de este efecto inintencionado del sistema escolar. Sin embargo, como hemos
observado, el problema de la falta de armonía entre la intelectualidad y las normas de
la sociedad global es un problema de alcance más general. Se enfrentará a él cualquier
sociedad, sea cual sea su carácter, cuyo sistema escolar se especialice y no sea una
condensación de la sociedad. Cuanto más importantes e influyentes sean sus
intelectuales forjadores de palabras (como en las "sociedades post-industriales"),
mayor será este problema. De este modo, todos los lectores pueden preguntarse
conmigo cómo se podría evitar esta oposición a la sociedad de los intelectuales -aunque
algunos lectores podrían preferir hacerse esta pregunta con respecto a alguna sociedad
no capitalista. Cuando las escuelas y la sociedad global no están bien articuladas, las
dos soluciones obvias son reestructurar cualquiera de ellas para alinearla con la otra.
En primer lugar, se podría intentar que la sociedad se ajustase a las normas de la
escuela, bien mediante una estructuración socialista que sitúe a los intelectuales en lo
más alto o mediante una meritocracia que surja de forma natural. Sin embargo, por
muy importante que llegue a ser el conocimiento en la sociedad, ninguna sociedad
relativamente libre premiará o podrá premiar del modo más destacado a las destrezas
escolares más altas. Las escuelas, con grandes esfuerzos, se centran solamente en

12
algunas cualidades; éstas, al tiempo que desempeñan un papel significativo en el éxito
económico en ciertos casos, nunca explicarán del todo la posición social resultante. Los
consumidores no son profesores que califican resultados de pruebas e intervenciones
en clase.Como alternativa, y de un modo no tan ambicioso, las escuelas podrían
modificarse para ajustarlas a la sociedad en general, o al menos para evitar que
inculquen normas contrarias. Si los inteligentes tienen derecho a algo que el mercado
no les da, es al reconocimiento de que son inteligentes -nada más. No tienen derecho a
las mayores recompensas de la sociedad en general.¿Cómo podría entonces impartirse
esta lección de modestia? Decir simplemente que la economía premia adecuadamente
otros atributos no será suficiente. Los niños aprenderán de los hechos de la escuela, no
de las palabras, y los internalizarán. Sin duda, el sistema social global del medio
escolar valora muchas cosas: destreza atlética en el patio, hacerse respetar por los
compañeros, talento para cantar en el auditorio, una buena impresión en todas partes.
Pero la escuela sólo reconoce oficialmente las destrezas intelectuales y el rendimiento.
Dado que, después de todo, eso es para lo que está, le sería difícil dar paridad o un
reconocimiento muy significativo a otros atributos. (Doy por sentado que los premios a
la actitud y a la conducta son una bobada en todas partes.)Otra posibilidad es reducir
la jerarquía académica dentro del sistema escolar. Las escuelas podrían enseñar sin
jerarquizar a los estudiantes, sin calificarles en función del éxito de su aprendizaje. Los
reformadores apelan de vez en cuando a la abolición de los exámenes y las
calificaciones. Paul Goodman argumentaba que éstos tienen una función extrínseca a la
de la propia educación, al atender únicamente a las necesidades de los futuros
patronos o de las comisiones de admisión de otros centros docentes, a quienes se
puede dejar hacer sus propias pruebas informativas6. (Está claro, no obstante, que los
exámenes y los certificados también amplían la elección discrecional de los estudiantes.
Los patronos aceptan la declaración de una facultad de que un estudiante ha cumplido
con los requisitos para una licenciatura sin profundizar demasiado en cuáles son esos
requisitos o qué utilidad tienen los cursos en relación con los objetivos del empleo.)Sin
embargo, los exámenes desempeñan también otras funciones, intrínsecas al proceso
educativo. Informan al estudiante de cómo lo está haciendo a tenor de criterios
objetivos, de cómo lo está haciendo comparado con otros de su grupo de referencia
(¿de lo bien que, al fin y al cabo, debería esperar de sí mismo hacerlo?). Proporcionan
información para la división del alumnado en grupos según el nivel académico cuando
sea adecuado desde el punto de vista educativo, así como una posible formación
continuada.En cualquier caso, dada la función informativa extrínseca, los patronos
considerarán ventajoso contratar a personas procedentes de las escuelas que evalúan y
certifican y, por lo tanto, los estudiantes considerarán ventajoso acudir a esas escuelas.
Cualquiera que sea el interés social general, la gente perseguirá sus propios intereses
individuales. Nadie se negará a contratar a los de una escuela concreta o a acudir a la
misma por el hecho de que ese tipo de escuela cree intelectuales con una
animadversión anticapitalista. Al tiempo que la legislación para modificar los sistemas

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educativos podría conseguir el objetivo, sus beneficios son tan remotos en comparación
con su coste que no es probable que tal legislación se apruebe. Tampoco es tal
legislación, al menos en lo que se refiere a escuelas privadas, compatible con el ethos
capitalista de la libertad y de los derechos individuales7.Reestructurar las escuelas para
dar menos importancia a las destrezas y logros intelectuales suscita cuestiones
problemáticas, al margen de la muy clara relativa al coste resultante en cuanto a
eficacia social (a corto plazo). El cultivo de las capacidades intelectuales y del talento
es, pensamos, un valor importante en sí mismo. Sin embargo, los sistemas escolares
que sabemos que lo cultivan, también generan, involuntariamente, una animadversión
contra el sistema social entre algunos de los intelectualmente más dotados. Si la
estabilidad a largo plazo del sistema social deseable se ve mejor atendida frenando el
cultivo de algunos rasgos valiosos y enormemente admirables de los individuos,
entonces nos enfrentamos a un serio conflicto de valores. Tranquilizará a los que
apoyan la continuidad de la sociedad capitalista recordar que este conflicto es general.
La sociedad comunista considera igualmente que los intelectuales se salen del camino
recto. A raíz de la Revolución Cultural, los chinos, con un gran coste económico y
personal, intentaron convertirles en seres como el resto, mediante la reeducación
forzosa, el exilio al campo y la persecución personal. Falló el intento. La tensión de la
sociedad capitalista con sus intelectuales es mucho menos grave -podemos
simplemente tener que vivir con ella. Pase lo que pase, no obstante, los intelectuales
tendrán la última palabra.

1
Véase Bruce-Biggs (ed.), The New Class? (Nueva York, McGraw-Hill, 1981).
2
Véase Mancur Olson, The Logic of Collective Action (Cambridge, MA, Harvard University Press, 1965).
3
Ludwig von Mises, The Anti-Capitalistic Mentality (Princeton, NJ, Van Nostrand, 1956)
4
Es irónico que consideremos el sentimiento anticapitalista como consecuencia del sistema escolar, cuando una serie de
autores recientes, de ideología radical, consideran que ese sistema moldea a las personas para el capitalismo, para ser
dóciles y obedientes seguidores de instrucciones, aceptadores de la jerarquía, conservadores de programas, etc. Un
sistema escolar dado, por supuesto, podría tener ambos efectos, intencionadamente o no, moldeando a algunos para
que encajen en el sistema económico y a otros para que se opongan al mismo.
5
Podemos entender ahora por qué los deportistas escolares no tienden a volverse exageradamente en contra del
sistema capitalista, incluso aunque también ellos puedan experimentar un descenso de posición social tras los años
escolares. Fue el sistema social informal el que les trató tan bien con anterioridad, y si bien podrán luego lamentar o
acusar las preferencias de los consumidores del mercado, no tendrán un vínculo preferente con ningún tipo de
distribución que no sea a través del conjunto de las preferencias de los individuos.
6
Paul Goodman, Compulsory Mis-Education and the Community of Scholars (Nueva York, Vintage Books, 1966).
7
Sin restringir su argumento a las escuelas, ]oseph Schumpeter comenta cómo "a una sociedad capitalista burguesa le
resultará difícil meter en cintura a los intelectuales... Al defender a los intelectuales como grupo ...la burgesía se
defiende a sí misma y su modelo de vida. Solamente un gobierno de naturaleza no burguesa y de credo no burgués --en
las circunstancias modernas solamente un gobierno socialista o fascista- es suficientemente fuerte como para
controlarlos. Para hacerlo, tendría que cambiar instituciones típicamente burguesas y reducir drásticamente la libertad
individual en todos los estratos de la nación. Y un gobierno como ése no es probable -ni siquiera sería capaz de hacerlo-
que llegue a frenar en seco a la iniciativa privada. De ello se derivan tanto la falta de buena disposición como la
incapacidad del sistema capitalista para controlar eficazmente al sector intelectual"; Capitalism, Sooíalism and
Democracy (Nueva York, Harper, 1950), págs. 150-151.

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