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autor : Ariel Gurevich

Elogio de la dispersión
Obra dispersa, de Santiago Loza, Buenos Aires, Entropía, 2017.

El título Obra dispersa, que reúne buena parte de la producción dramatúrgica de Santiago Loza, podría hacer pensar que
se trata de materiales disconexos, desconcentrados, periféricos. Nada más alejado. Algunos de estos textos teatrales han
sido publicados en ediciones sueltas; todos tuvieron, tienen y tendrán múltiples montajes escénicos. ¿Cómo pensar, sin
embargo, lo disperso como motor en la escritura de Loza? ¿Cuál es la continuidad que atraviesa una obra tan prolífica,
poderosa, bella? En El orden del discurso (1970), Foucault nos recuerda que toda coherencia es una ilusión, una falsa
unidad; que el autor, el texto, incluso la obra, no existen: emergen como efecto, como «regularidad en la dispersión».
Quien conozca a Santiago, quien haya leído su producción teatral, narrativa y cinematográfica, sabrá que Loza hace de la
dispersión una fuerza, un derrotero disfrutable: el principio mismo de unidad.

Las obras aquí reunidas parecen señalar que el texto teatral es ante todo literatura dramática. El libro reclama su
existencia autónoma, independiente de sus formas escénicas. El humor, el dolor, la emoción, suceden en los textos. Y
también en el cuerpo. Son voces poéticas agobiadas por mundos domésticos, que se elevan del fondo de lo cotidiano
hacia una dimensión trascendental, mística: una madre de ciudad chica o pueblo grande que espera la llegada del hijo
que vive afuera (Todas las canciones de amor); una jubilada el día que en el colectivo se enfrenta a un suceso
extraordinario (Nadie sabe de mí); una costurera de barrio y el dilema de entregar un vestido a Eva Perón o a Libertad
Lamarque (Nada del amor me produce envidia); Natalie Wood, oriunda de Lomas de Zamora (Esplendor) en guerra con
su hermana contra el olvido; en definitiva: vidas comunes llenas de epifanías, de personajes anodinos, falsamente
insustanciales, llenos de incorreción, de amor, de violencia.

Obra dispersa también afirma la necesidad de que haya un relato como antídoto contra el desorden. Es la trama
teatral («el cuentito») aquello que finalmente ampara, restituye y organiza sentido y el lugar donde se cuela una dimensión
social. Las peripecias que estos personajes atraviesan son siempre muy sencillas: esperar, entender el desamor, poder
nombrarse. En estas pequeñas grandes fábulas, se enfrentan a lo otro de sí mismos. El espectador es quien acompaña
de la mano estos trayectos, en silencio: el rito teatral será el espacio de reunión.

Por eso, el lugar del otro en Obra dispersasiempre es un catalizador. El otro es interlocutor, punto de amarre, tabla del
náufrago contra la locura, coágulo donde estalla la ternura o la violencia. El monólogo como tipo textual (organizador de
muchas de estas obras) no sólo es la forma mediante la cual se expresa la soledad: por el contrario, el monólogo reclama
la presencia de alguien que se encuentre del otro lado para que el relato exista como ofrenda, como donación, como fe
compartida. En este sentido, la de Loza es una escritura que parece pedirnos que guardemos sus imágenes, que
subrayemos sus frases.

Creo que Textos Reunidos (Biblos, 2014) y Obra dispersa(Entropía, 2017) –hasta el momento todo el teatro editado
de Santiago Loza–, son el frente y el dorso de un mismo libro. Una expresión que busca la unidad desesperadamente
porque la sabe siempre precaria. Una obra abierta, siempre en mutación. Por eso, sobre el final de estas piezas, siempre
encontraremos la gracia, el éxtasis, la dilución, el abandono, la muerte, la compresión o el alivio: cuerpos conscientes de
su finitud, que se despiden dichosos, con el alivio de dispersarse, de dejar de ser, de partir.

(Actualización noviembre 2017 - febrero 2018/ BazarAmericano)

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