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PROLOGO
Francisco de Orellana.
“
spañol de Extremadura, varón destinado a ser héroe de
epopeya, tenía frente despejada y hermosa, ojos ardiendo en la
hoguera de espíritu aventurero y cristiano, barba negra y
espesa enmarcando un rostro noble, prematuramente
envejecido ,labios propicios al gesto imperioso, voz
armoniosa y persuasiva, marcial el continente, era de guerrero
acostumbrado a mandar y luchar con los hombres y la naturaleza
malsana de los bosques americanos; primero en Nicaragua y al fin en las
selvas vírgenes del oriente. Bueno como el agua de los riachuelos
limpios, soñador empedernido, poeta del descubrimiento, amó con el
amor de sus amores las aguas de los inmensos ríos. Leal con lealtad de
castellano antiguo.
Diestro en el manejo de la espada, invicta en sus robustas manos.
Capitán de héroes, inteligencia formada en la Ley, fundó ciudades a
orillas de un río, descubrió tierras ribereñas. Voluntad de acero, sufrió
hambres, desengaños y traiciones. Herido y abandonado a sus propios
recursos, no traicionó jamás a su tierra ni a su Emperador, Semper
Augusto.
Ningún varón como él más leal y ninguno como él más amargado por la
traición y más acusado de haber traicionado a sus superiores. Amó la paz
y fue guerrero y murió luchando, y casi todos sus descubrimientos tintos
están de sangre. Vinculó su destino con la tierra y el agua fue su único
camino.
Vecino de una ciudad por el fundada, muere lejos de ella en tierra hostil
y sin nombre. Solo el amor le acompañó hasta más allá de la muerte.
“Con esta mesnada reducida trepa los andes nevados, entra en Quito y el día 1
de marzo de 1541, sale rumbo a su dolor y gloria. Trasmonta la cordillera,
siguiendo el ya conocido camino trazado por Gonzalo Díaz de Pineda: Cumbayá
–Tumbaco - Guamaní- Papallacta; húndese en la selva y desgarrado por la
maleza, consumido por el hambre, pobre, sin perros, sin caballos y sin indios,
reúnese con Gonzalo Pizarro”.
Dr. Carlos Aguilar Vásquez. - El Caballero del Rio
Gonzalo Pizarro. -
Aquí empieza la odisea increíble del hombre, de los nautas del río
mar, que pronto lo descubrirían para la gloria de España.
Los Arcabuceros del Río. -
Su lucha.
"...El soldado practico con el arcabuz, por cuanto temor tenga del enemigo, jamás
pierde el estilo de cargar bien su arcabuz. Y poner su frasco en la cinta, y cebar con su
frasquillo y polvorín la cazoleta de su arcabuz, y pone su cuerda, sin andar midiendo y
mirando, ni parando para lo acertar a hacer, y jamás deja de acertar; porque tiene
medido con su dedo segundo de la mano derecha el largor de la cuerda cuando le pone en
la serpentina, para que caiga justa en el polvorín, y tira seguro. Pero el que no es
práctico, todo es, al contrario, que con el miedo que tiene al enemigo se turba y no
acierta a cargar, ni halla el frasquillo, y no tira la cuarta parte de tiros que el práctico, y
anda embelesado...”.
Armada de “Orellana”
Los indios silvícolas que ya tiempo atrás los hostigaba, por lo general y cuando
eran pocos no daban el cuerpo, se ocultaban tras los grandes árboles y esperaban la
ocasión para disparar sus envenenadas flechas. Esto ponía los nervios de punta a los
soldados expedicionarios enseñados a combatir en campo abierto y con disciplina
militar.
Sabían que a pocos metros ocultos estaban sus enemigos, era difícil verlos, pues se
pintaban sea de negro o sea de rojo que los confundía con la oscura selva que siempre les
cobijaba, rara vez encontraban espacios abiertos que les permitiera ver el sol.
De pronto a pocos metros vieron salir una docena de salvajes que con feroces gritos de
guerra se acercaban con sus arcos y flechas envenenadas.
Sacó otra bala de su boca; luego de haber cebado el cañón con la pólvora de uno de sus
cartuchos o apóstoles, metió estopa e introdujo la bala taqueando con fuerza y
mandándola al fondo del mismo.
Pocos metros adelante pudo ver el estrago que algunos plomos habían causado al
enemigo que, tumbados en el suelo, unos muertos y otros heridos se contorsionaban
tratando de incorporarse. Otros se retiraban al ver y oír el estrago de las bocas de fuego
que con su estruendo hacían eco en la umbrosa selva, se retiraban para volver con más
furia.
Francisco colocaba ya la baqueta en su lugar y se adelanto a su compañero que acababa
de hacer fuego, soplo avivando la mecha de su arcabuz avanzando así mismo a la
izquierda de su compañero, que iniciaba la misma maniobra de recargar su arma.
Al ver la huida del enemigo, Don Francisco ordeno avanzar al campo que estos acababan
de dejar libre, la densa nube del humo de la pólvora se disipaba poco a poco en medio de
la agreste selva en la que se encontraban; Francisco y sus hombres miraban el lugar en
donde hacía poco estaban los salvajes. El espectáculo llenó de júbilo a los españoles,
muchos enemigos yacían muertos y otros trataban de arrasarse o incorporarse
gravemente heridos.
Todos los soldados habían tenido tiempo de cargar sus arcabuces, y confiados avanzaban
al campo de los enemigos disparando a quemarropa a unos cuantos salvajes que
agresivos aún trataban de incorporarse, o a algo que en la oscura selva ese momento se
movía.
Tanto el Capitán como los suyos, por precaución cargaron sus arcabuces ya con más
tranquilidad, la pólvora de sus cargas pre dosificadas que pendían de sus bandoleras se
habían terminado por lo que echaron mano a la polvera.
Los expedicionarios, lo que menos querían es tomar prisioneros a los salvajes; y, mucho
menos gastar su invalorable y poca pólvora y mechas que les quedaba. Francisco y los
suyos apagaron los cabos de mecha enrollada en su antebrazo, arcabuz al hombro,
desenfundaron sus espadas y con ellas remataron a cuanto enemigo parecía aún vivo.
Acostumbrados como todo soldado español a recoger el botín luego de una batalla, esta
vez sabían que de los salvajes no obtendrían nada, pues estos luchaban desnudos y sus
precarias armas que no eran otras que su temible arco y cerbatana de dardos
envenenados; el único botín que esperaban ansiosos fue el alimento que el disperso
poblado de los indios podía proveerles, casi nada encontraron, por lo que prendieron
fuego a las chozas nativas y con lo poco que tomaron volvieron a embarcarse en el “San
Pedro”.
… “obligados por el hambre habían saltado a tierra, para matar indios y conquistar
alimentos. El río les pertenece y suyos son los bohíos aborígenes: En nombre de Dios y
del rey, el león de Castilla, obligado a rugir su cólera y su derecho, recobra su realeza y
en el esplendor de su poderío, siembra a su paso desolación y muerte. El círculo del
horizonte es pequeño y débil para silenciar su rugido y las tierras y las aguas son apenas
prolongaciones de sus rampantes garras”. -Dr. Carlos Aguilar Vásquez. - El Caballero del
Rio. -
canela, estaban armados con una de las primeras armas de fuego portátiles
adoptadas por los ejércitos: el arcabuz de mecha.
Arcabuz de mecha de tipo militar, con disparador de palanca tipo ballesta. Los arcabuceros de la
expedición al Amazonas con seguridad portaban armas como esta.
Los disparadores en general son de dos tipos. Los primeros modelos toman
prestado el de las ballestas, conformado por una leva o palanca que se
manipula con los últimos cuatro dedos de la mano que empuña el arma, este
tipo de disparador se utilizó hasta el siglo XVII. A finales del siglo XVI el
disparador adquiere una morfología más parecida a los actuales y se rodea de
un arco guardamontes.
Los cañones de una rama de los arcabuces van a aumentar en peso y longitud lo
que va a requerir de un apoyo o soporte para disparar el arma.
L as mechas podían convertirse en una verdadera pesadilla logística, ya que
abastecer de cuerdas a los arcabuceros durante el combate no era una tarea fácil.
Generalmente un oficial circulaba cargando con cincuenta madres de cuerdas
encendidas para abastecer a los hombres de su cuadro no solo de mechas, sino
que le "daba fuego" a aquellos cuya mecha se había apagado.
Como cada pedido de armas incluía los moldes para fabricar la munición, el
calibre de las balas fundidas tendría que coincidir con el del cañón. Sin
embargo, esto no siempre ocurría en la práctica debido a imprecisiones en la
manipulación de los moldes.
La dosificación de la pólvora se realizaba de forma subjetiva y más bien
exagerada una vez que se habían utilizado los estuches pre dosificado de la
bandolera.
Esto ocurría con frecuencia cuando las circunstancias obligaban a mantener una
cadencia de fuego rápida y el tirador no tenía tiempo de volver a llenar los
estuches para dosificar sus cargas y vertía la pólvora en el bacinete
directamente con el polvorín de reserva. De todo ello resultaba una
considerable desigualdad de tiro.
L a indumentaria de los arcabuceros era mucho más liviana que la de los
"...Para travar esta escaramuca es necessario, que el Capitán que gyare los arcabuzeros
sea pratico y los soldados también, porque con poca perdida suya, siendo tales, podrian
castigar de veras al enemigo. Conviene que tenga buen conocimiento en el enemigo para
ver si es pratico, que en él y sin termino, si con reposo y orden: y comience con la
bendicion de Dios y de la prima andada saque tres fileras de a cinco soldados cada una,
largas la una de la otra quinze passos, y no con furia, sino con reposo diestramente: y en
acabando de disparar la primera filera, sin volver el rostro, hagan lugar a la otra, que
viene a tirar, contrapassando al lado izquierdo, dando los costados al enemigo, que es lo
más estrecho del cuerpo, y largos en la filera uno de otro tres passos, y con cinco, o seys
pelotas en la boca, y dos cabos de cuerda encendida, muy tostada y buena, y cargar con
presteza, siempre atacando su pólvora con la baqueta, que haze mucha facion mas que no
la atacando, y volver a tirar con la propia orden, y en el mismo lugar pero el arcabuzero
no ande para tirar el enemigo, buscando la mira del arcabuz, sino serrado el ojo
izquierdo mire por sobre la mira, y tenga un poco alto al enemigo, pero derecho y presto,
que es seguirissimo: y asi estas tres fileras tira cada una quatro tiros y no más ..."(Martin
de Eguiluz, Milicia, discurso y regla militar. 1st ed. Madrid 1592)
“...tales ballestas tenían los moros que a muy grande trecho facien grand golpe, e
muchos golpes ovimos visto, de los cuadriellos que los moros tiraban, que pasaban al
caballero armado, e salien d`el e ivanse perder, e escondiense todos so tierra, tan rezios
vienen”.
O sea que, a gran distancia, no sólo tenían potencia para atravesar de lado a
lado a un caballero cubierto por una loriga y el perpunte que vestían debajo,
sino que incluso, tras ello, se enterraban profundamente en el suelo.
En cualquier caso, las saetas disparadas por estas armas tenían a media-larga
distancia menos precisión que un arco, debido a la menor longitud que las
flechas, que solían medir alrededor de los 80-90 cm. y tenían por ello mayor
estabilidad en vuelo.
Ballesta de estribo:
Iban provistas de un estribo en la parte delantera por donde el ballestero metía
el pie para poder tirar de la cuerda, que era tensada a mano. Eran las más fáciles
de recargar si bien, por razones obvias, eran las menos potentes. No podían
atravesar una cota de malla, pero sí podían pasar un perpunte.
Mecanismos:
La rodela es un tipo de escudo redondo que se usó entre los ss. XV-XVII.
Rodela viene del italiano rotella, procedente del latín rota (rueda), es por ello que todas
son redondas. El arma era conocida en la jerga renacentista española como "luna".
Inicialmente se fabricaban de madera con brocal metálico o de bronce en borde, de
perfil plano y con un diámetro entre 40-60 cm. Las rodelas posteriores solían hacerse
metálicas. Todas las rodelas se llevaban embrazadas.
Coleto: Vestimenta hecha de piel, por lo común de ante, con mangas o sin ellas,
que cubre el cuerpo, ciñéndolo hasta la cintura; en lo antiguo tenía unos
faldones que no pasaban de las caderas.
Horquilla. -
Lock time: Período de tiempo que transcurre entre el instante en que el fiador
del mecanismo libera el martillo (serpentín en este caso) y el instante de la
detonación de la carga.