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CRISTIANOS Y PACIFISMO

Entonces muchos judíos, amantes de la justicia y el derecho, se retiraron al desierto para


establecerse allí con sus mujeres, sus hijos y sus ganados, porque la desgracia se había
desencadenado sobre ellos. Los funcionarios del rey y la guarnición que residía en
Jerusalén, en la Ciudad de David, recibieron la denuncia de que algunos hombres,
conculcando la orden del rey, habían ido a ocultarse en los escondites del desierto. Un
fuerte contingente salió a perseguirlos y logró alcanzarlos. Los cercaron y se dispusieron
para atacarlos. Era un día sábado, y les dijeron: “¡Es hora de acabar con esto! ¡Salgan,
cumplan la orden del rey y salvarán sus vidas!". Ellos respondieron: “No saldremos, ni
obedeceremos la orden real, profanando así el sábado”. Inmediatamente los atacaron,
pero ellos no se defendieron, ni siquiera arrojándoles piedras o cerrando la entrada de sus
refugios. “Muramos todos, decían, manteniendo nuestra integridad. El cielo y la tierra
son testigos de que ustedes nos hacen perecer injustamente”. Así fueron atacados en
pleno sábado, y perecieron los hombres con sus mujeres, sus hijos y el ganado. Eran en
total unas mil personas. Al enterarse de lo ocurrido, Matatías y sus amigos se lamentaron
amargamente por las víctimas, pero dijeron: “Si todos nos comportamos como nuestros
hermanos y no peleamos contra esta gente en defensa de nuestras vidas y de nuestras
costumbres, muy pronto nos exterminarán de la tierra”.  Y aquel mismo día resolvieron
lo siguiente: “Hagamos frente a todo el que venga a atacarnos en día sábado, para no
morir como nuestros hermanos en sus refugios”.       (1 Mac 2, 29-41)
 “Esto es una guerra cultural en la que deben saber que no nos vamos a rendir jamás.”
Agustin Ruse

Los cristianos son pacíficos, nunca pacifistas.

            Considero pacifismo como una ideología pagana, que por un lado echa sus raíces en
la atracción por lo esotérico de hinduismo y budismo que hemos visto florecer sobre todo
en las últimas décadas, y por otro una especie de agente pro soviético, antiimperialista
occidental y de izquierdas. Es por tanto extraña al pensamiento cristiano. Sin embargo,
como todo error tiene algo de verdad, ha sido capaz, manejando un concepto tan valioso
como es la paz, de persuadir mimosamente a muchos como si se tratara de algo muy y
puramente cristiano. Recuerdo que un cristiano, que recibe el nombre del Príncipe de la
Paz, muerto en la cruz redentora, tiene y debe tener en mucha estima la paz no solamente
como la paz interior, consecuencia de un obrar recto y de confianza en la misericordia
divina, sino y por supuesto la paz “exterior” entre las naciones y personas en general. Pero
debe apartarse de las ideas extrañas a su fe, entre otras cosas porque puede provocar
situaciones de grave injusticia, como es el caso con este tema.
            Abordaré aquí dos aspectos de militancia cristiana, una que se puede dar en
situaciones de injusticia extrema, llevando a la situación de la siempre indeseable
confrontación militar, y otra respecto a la militancia de cristianos en nuestras sociedades
libres de conflictos armados.
            Para el primer aspecto parto de la Escritura, en concreto de los Libros de Macabeos
(no en exclusiva, pero procuraré no extenderme), teniendo en cuenta la Tradición y la
enseñanza del Magisterio. No obstante, como se trata de mi interpretación, si juzgan que
me equivoco en algo, agradezco sus aportaciones.
            Aunque los Libros de los Macabeos pertenecen al Antiguo Testamento, los
encuentros perfectamente válidos para esta reflexión (en su contexto, claro está). Si leemos
estos textos sagrados, podemos observar un hecho crucial: los judíos se levantan en la
defensa de su fe (y también de su patria, pero principalmente por la defensa de la Ley de
Dios) después de una persecución atroz, duradera y cierta. Una persecución que se
podría llamar con toda razón aniquilación. O se hacían helenistas, o muertos.
            Me parece que este es uno de los aspectos cruciales que caracterizaba todo
levantamiento de cristianos ocurridos en la historia, así como la doctrina de la guerra justa
defendida por la Iglesia. No olvidaremos la gran estima que tenía y defendía la Iglesia
respecto a la autoridad legítima y querida por Dios. Ya durante el imperio romano (y
pagano, de los que juraban “por Júpiter”), a pesar de no ser cristianos sus emperadores, los
cristianos les rendían obediencia, a veces hasta el heroísmo de los mártires.
            ¿Con que ahora estamos recordando los primeros tiempos de la Iglesia y la vida de
los primeros cristianos? ¿O será que recordamos lo que nos interesa? ¿Con que el Espíritu
Santo ha despegado desde el siglo IV y ha aterrizado ahora en el siglo XX, sobrevolando la
Iglesia durante diecisiete siglos? Pues mira por donde Gregorio XVI, ese papa
“ultracatólico e integrista” como lo llamaría ahora la jauría masónica y sus secuaces, los
recuerda en las facetas que nosotros jamás lo recordaríamos. En la encíclica  Mirari
Vos (sobre los errores principales de su tiempo) de muy, muy lejano 1838, que para
nosotros es un tiempo de cuentos no católico porque “se alejó de su esencia evangélica”, el
Papa recuerda la postura de los primeros cristianos frente a la autoridad. Partiendo de las
palabras de san Pablo a los romanos (Rom 13.2): “…Así, pues, el que resiste a la potestad,
resiste a la ordenación de Dios y se condena a sí mismo”, que los cristianos supieron hacer
vida en su justo medio, lleva a la consideración las sabias palabras de San Agustín y el
admirable ejemplo de San Mauricio:
            “No era éste, ciertamente, el proceder de los primitivos cristianos, quienes, para no
incurrir en tan grave falta, aun en medio de las terribles persecuciones contra ellos
levantadas, se distinguieron por su celo en obedecer a los emperadores y en luchar por la
integridad del imperio, como lo probaron ya en el pronto cumplimiento de cuanto se les
mandaba (no oponiéndose a su fe de cristianos), ya en el derramar su sangre en las
batallas peleando contra los enemigos del imperio. Los soldados cristianos, dice San
Agustín,  sirvieron fielmente a los emperadores infieles; más cuando se trataba de la
causa de Cristo, no reconocieron a otro emperador que al de los cielos. Distinguían al
Señor eterno del señor temporal; y, no obstante, por el primero obedecían al
segundo. Así ciertamente lo entendía el glorioso mártir San Mauricio, invicto jefe de la
legión Tebea, cuando, según refiere Euqerio, dijo a su emperador:  Somos, oh emperador,
soldados suyos, pero también siervos que con libertad confesamos a Dios; vamos a morir
y no nos rebelamos; en las manos tenemos nuestras armas y no resistimos porque más
bien que rebelarnos preferimos morir. Y esta conducta de los primeros cristianos brilla
con espléndidos fulgores; pues es de notar que, además de la razón, no faltaba a los
cristianos ni la fuerza del número ni el esfuerzo de la valentía si hubiesen querido luchar
contra sus enemigos. Somos de ayer, dice Tertuliano,  y ocupamos ya todas vuestras
casas, ciudades, islas, municipios, los mismos campamentos con sus tribus y decurias,
los palacios, el senado, el foro… ¿Para qué lucha no seremos capaces, aun con menores
fuerzas, los que tan gozosamente morimos, a no ser porque en nuestra disciplina es más
lícito morir que matar? Si negándoos la cooperación de nuestras fuerzas nos retiráramos
a un lugar apartado de la tierra, la pérdida de tantos y tales ciudadanos hubiera
debilitado vuestra dominación, o mejor dicho, tal vez la hubieseis perdido; no hay duda
de que os espantaríais de vuestra propia soledad…; no encontraríais a quien mandar,
tendríais más enemigos que ciudadanos; más ahora, por el contrario, debéis a la
multitud de los cristianos el tener menos enemigos.
                Estos preclaros ejemplos de inquebrantable sujeción a los príncipes, fundados
en los santísimos preceptos de la religión cristiana, condenan la insolencia y gravedad de
los que, agitados por torpe deseo de desenfrenada libertad, no se proponen otra cosa que
hollar los derechos de los príncipes y reducir a los pueblos a miserable esclavitud,
engañándolos con apariencias de libertad…” (Mirari Vos 14-15)
            ¡Cuál lejos estamos nosotros de este tiempo y de este pensar! Y cuando pensamos
que nos enseñaron que los pontífices del XIX eran unos siervos del poder, embajadores de
cesaropapismo. Así es como de facto los vieron muchos porque así fueron pintados, como
los Shreeks de muy, muy lejano. Y los que se fueron al quinto pino de San Pablo, San
Agustión, y San Mauricio resulta que somos nosotros. ¿Qué es San Pablo para
nosotros? “Si no tuviera caridad…”  y no te muevas de allí no sea que…, “ama y haz lo
que quieras” de San Agustín, que si no lo aclaras es como no decir nada o peor y cuando
no con la música de Bob Dylan de fondo. ¿No estoy describiendo la realidad acaso en
tantos casos? Pero vamos a continuar con nuestras consideraciones respecto a la postura
cristiana frente al poder terreno. Una postura que no era, como sostenían los acusadores de
la Iglesia “que los acusaban día y noche…” , un servilismo ante el poder, sino la
contribución más constructiva a la paz y convivencia:
“Por lo cual convendrá que los ciudadanos estén sujetos y obedezcan a los príncipes como
a Dios,  no tanto por el temor del castigo, cuanto por el respeto de la majestad, y no por
adulación, sino por la conciencia del deber. Con lo cual el imperio permanecerá en su
grado colocado con muchísima más firmeza. Pues experimentando los ciudadanos la
fuerza de este deber, es necesario que huyan de la maldad y de la contumacia; porque
deben estar persuadidos de que los que resisten a la potestad política, resisten a la divina
voluntad, y que los que rehúsan honrar a los príncipes, rehúsan honrar a Dios.” (Leon
XI; II, Enc. Diuturnum – 28 de junio de 1881 – Sobre el origen del poder, apartado
Dignidad de la doctrina católica, punto 6)
            Sabiendo respetar cualquier forma de gobierno, con tal de que sirva al bien común y
mantenga sus prerrogativas de una autoridad legítima:
“Interesa atender en este lugar que aquellos que han de gobernar las repúblicas pueden
en algunos casos ser elegidos por la voluntad y juicio de la multitud, sin que se oponga
ni lo repugne la doctrina católica. Con cuya elección se designa ciertamente el
príncipe, mas no se confieren los derechos del principado, ni se de el mando, sino que se
establece quién lo ha de ejercer. Ni aquí se cuestiona acerca de las formas de
gobierno, pues no hay por qué la Iglesia no apruebe el principado de uno solo o de
muchos, con tal que sea justo y tienda a la común utilidad. Por lo cual, salvo la justicia,
no se prohíbe a los pueblos el que adopten aquel sistema de gobierno que sea más apto y
conveniente a su natural o a los institutos y costumbres de sus antepasados.” (Leon XIII,
Enc. Diuturnum – 28 de junio de 1881 – Sobre el origen del poder, apartado Designación
del gobernante. Formas de gobierno, punto 6)
Si bien siempre se ha puesto el coto inamovible al poder terreno cuando este se oponía a la
ley de Dios:  
 “Una sola causa tienen los hombres para no obedecer,  y es cuando se les pide algo que
repugne abiertamente al derecho natural o divino; pues todas aquellas cosas en que se
viola la ley natural o la voluntad de Dios, es malo el mandarlas y el hacerlas. Si, pues,
aconteciere a alguno el ser obligado a querer más una de dos cosas, a saber, o despreciar
los mandatos de Dios o de los príncipes, se debe obedecer a Jesucristo, que manda dar al
César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (Mat 22, 21), y a ejemplo de los
apóstoles, responder animosamente: Conviene obedecer a Dios más bien que a los
hombres (Hech. 5, 29). Y, sin embargo, no hay por qué argüir a los que se portan de este
modo de que quebrantan la obediencia; pues si la voluntad de los príncipes pugna con la
voluntad y las leyes de Dios, ellos exceden la medida de su potestad y pervierten la
justicia; ni entonces puede valer su autoridad, la cual es nula cuando no hay justicia.”
(Leon XIII; II, Enc. Diuturnum – 28 de junio de 1881 – Sobre el origen del poder, apartado
Dignidad de la doctrina católica, Obedecer a Dios antes que a los hombres no es
desobediencia, punto 16).
“Del mismo modo alababa públicamente Tertuliano a los cristianos, porque eran, entre
todos los demás, los mejores y más seguros amigos del imperio. El cristiano no es
enemigo de nadie, ni del emperador, a quien, sabiendo que está constituido por Dios,
debe amar, respetar, honrar y querer que se salve con todo el romano imperio; y no
dudaba afirmar que en los confines del imperio, tanto más disminuía el número de sus
enemigos cuanto más crecía el de los cristianos…” (Leon XIII; II, Enc. Diuturnum,
apartado Argumento en favor de los cristianos, punto 20)
Pero, aquí viene un salto cualitativo, ¿qué hacer frente a una autoridad injusta? La respuesta
nos supera a los que tenemos la mentalidad de este mundo. Tanto en el terreno político,
como religioso. Ahora, podríamos decir claramente, hay un afán de rebelión, de protesta, de
sedición, tanto en el terreno político como religioso. Somos hijos de nuestro tiempo, y
por eso una especie de mezcla de marxismo-liberalismo llena nuestras médulas. En el
subconsciente está la idea o de revuelta social (herencia marxista) o dejar la iglesia para la
capilla y no extrapolar ninguna idea religiosa al “exterior” (herencia tanto marxista como
liberal masónica). El siguiente texto de Leon XIII recoge la postura de los primeros
cristianos frente a un gobierno claramente injusto. Es un texto de otra dimensión, pero
siempre tenemos que hacer un esfuerzo de purificación:
“A la verdad, era bien otra la cuestión cuando los edictos imperiales, de mancomún con
las amenazas de los pretores, las impulsaban y constreñían a divorciarse de la fe cristiana
o a dar de mano por cualquier estilo a los deberes que les imponía; entonces no vacilaron
en desobedecer a los hombres para obedecer y agradar a Dios. Sin embargo, a pesar de
la crueldad de los tiempos y circunstancias, no hubo quien tratase de promover
sediciones ni de menoscabar la majestad del príncipe, ni jamás pretendieron otra cosa
que confesarse cristianos, serlo realmente y confesar incólume su fe: tan distante se
hallaba de su ánimo el pensamiento de oponer en ninguna ocasión resistencia, que se
encaminaban, contentos y gustosos, cual nunca, el cruento potro, donde la grandeza de su
alma rendía la magnitud de los tormentos. Por esta razón se llegó a honrar en aquel
tiempo el denuedo de los cristianos alistados en la milicia, porque era cualidad
sobresaliente del soldado cristiano hermanar con el valor a toda prueba el perfecto
conocimiento de la disciplina militar y mantener, unida con su valentía, la inalterable
fidelidad al emperador; sólo cuando se exigían de ellos demostraciones anticristianas,
como la violación de los mandatos divinos, o que volviesen el acero contra indefensos y
pacíficos discípulos de Cristo; sólo entonces rehusaban la obediencia al príncipe, y aun
así, preferían separarse de las armas y dejarse matar por la Religión antes que
desbaratar la autoridad pública con motines y sediciones.” (Leon XIII; II, Enc.
Diuturnum, apartado Ante las leyes inicuas obedecían a Dios, sin rebelarse contra el
príncipe, punto 21)
Ahora nos rebelamos y contra la madre que nos parió, porque somos más hijos de este
mundo que de Cristo. Rebeliones silenciosas, rebeliones abiertas, pero rebeliones al fin y al
cabo tan lejanas de pensar cristiano. Desde luego, hay que beber de las fuentes para sanar.
Seguimos. Sin embargo, la situación de los cristianos en el imperio romano, aunque con
persecuciones, era esencialmente distinta de las que se presentaban en el futuro con el paso
de los siglos. Yo diría que hay una diferencia esencial, una característica reflejada en los
libros de los Macabeos [“Sólo la ceguera y tozudez pueden hacer cerrar los ojos ante los
tesoros de saludables enseñanzas encerradas en el Antiguo Testamento Por eso, el que
pretende desterrar de la Iglesia y de la escuela la historia bíblica y las sabias enseñanzas
del Antiguo Testamento, blasfema la palabra de Dios, blasfema el plan de la salvación
dispuesto por el Omnipotente y erige en juez de los planes divinos un angosto y mezquino
pensar humano.” (Pío XI, Mit Brennender Sorge, 14)] y repetida de alguna manera en
varios momentos históricos. No siempre se trata de persecución simplemente (con todo lo
que significa que no es nada simple). Se trata más bien de genocidio o aniquilación, de
borrar de la faz de la tierra todo rostro de cristianos, y no solamente ellos. No se trata ya
solamente de ejecución de soldados adultos como San Mauricio, se trata de eliminación y
destierro de poblaciones enteras, de todo lo que se mueva. La situación de las cruzadas, tan
denigradas por las leyendas negras, forma parte de algo totalmente distinto. Gracias a ellas,
lamentando todos los errores que conlleva una confrontación a gran escala, se ha impedido
el avance del Islam durante un tiempo importante. Gracias a los héroes de las Navas de
Tolosa y de otras batallas, hoy en día somos más libres con diferencia que en
Magreb. “Traigan a la memoria los ejemplos de su patria: consideren que si sus mayores
hicieron dentro y fuera de España muchas proezas de valor y muchas obras ilustres, no las
pudieron hacer desvirtuando sus fuerzas con las disensiones, sino juntándose todos como
una sola alma y un solo corazón. Porque animados de la caridad fraterna y sintiendo
todos lo mismo, es como triunfaron de la prepotente  dominación de los moros, de la
herejía y del cisma. Por consiguiente, sigan las pisadas de aquellos, cuya fe y gloria han
heredado, e imitándolos hagan ver que aquellos dejaron herederos no sólo de su nombre,
sino también de sus virtudes.”  (León XIII, Cum Multa, 11; 1882, Encíclica a los católicos
españoles). Algo que, por supuesto, los cobardes  no sabrán ni agradecer ni reconocer.
            Pasan los siglos y los cristianos luchan por su supervivencia en la precursora de la
solución final de la Vendé. Y a partir de la época de Roberspiere y d’Alambert, los
cristianos, pero en masa, empiezan a molestar en Europa principalmente incluso con sus
vidas y con su respirar. Empieza la secuencia, nada exhaustiva: genocidio de armenios,
Cristiada, España, Rusia,… El eslogan dedicado a los cristianos era: genocidio sí,
resistencia no. Y al que luchaba se le tapaba con la tierra y el silencio, o en el caso de los
que no perdieron, con insultos de odio más feroz. Las últimas grandes matanzas de
cristianos ocurrieron en Biafra sin que apareciera en la prensa siquiera. En Sudán, a
regañadientes. Ahora mismo, The Independent llega a acusar a los cristianos coptos y sirios
por protestar, por apoyar a los dictadores Mubarak y Assad. Naturalmente, mejor muertos,
si puede ser. Si ya no se callan de ninguna manera, pues el medio más eficaz y punto, como
siempre.
            Este desorden y condicionamiento en el pensar afectó sobremanera a los católicos.
Un buen número de ministros suyos se entregó a las doctrinas ateas marxistas. Se cansaron
de trabajo y proceder cristiano y se entregaron al servicio de la lucha de clases. “Los pobres
en el espíritu” llegaron a ser simples pobres. El Evangelio, una perspectiva económica. Las
estrellas del cielo cayeron a la Tierra arrastradas por la cola de Dragón. Sirvieron
tristemente al imperio soviético para abrirse paso en América del Sur y hacer pinza al Gran
Imperio. Curiosamente, estos mismos fueron bien vistos en un clima general de aclamación
pacifista. Pero Dios no lo ve con buenos ojos. Millones de católicos que se pasaron al
protestantismo porque no se les hablaba de Dios, ni se les hablaba bien en tantos casos,
confirmaron en la práctica aquel error.
            Conclusión de esta primera parte: los cristianos deben ser la parte más constructiva
de la sociedad; deben apartarse de las doctrinas paganas, pacifismo incluido; no son
anarquistas no promotores de sediciones ni rebeliones; en casos extremos cuando se
cuestiona la misma supervivencia (sin el levantamiento de los Macabeos Cristo no se
podría encarnar), luchan por la misma (CIC, 2265: “La legítima defensa puede ser no
solamente un derecho, sino un deber grave, para el que es responsable de la vida de otro,
del bien común de la familia o de la sociedad.”) y la libertad religiosa; en el caso de la
mayoría de sociedades actuales libradas de la plaga de la guerra, son militantes de lucha
constructiva. Podría decir que la milicia pertenece a su esencia. Deben tener en cuenta,
mediante oraciones y penitencia en primer lugar, la suerte de sus hermanos perseguidos en
todo el orbe.
            ¿Todo vale en esta lucha? Vamos a la segunda parte:
            El Yunque no, los yunques sí
            “Mantenerse firmes, como el yunque al ser golpeado.” San Ignacio de Antioquia
            No recurriré aquí al informe sobre El Yunque que fue encargado por la CEE para su
estudio sobre el tema. No me parece bien comentar un documento privado de los obispos.
Bastantes opiniones hay en la blogosfera católica, y no solamente católica. Lo abordaré
sucintamente desde la perspectiva comentada de la militancia católica.
            Aparece en algunos medios que El Yunque fue fundado en Puebla (México) por
Ramón Plata en 1955 (el fundador fue asesinado varios años después). Situémonos en el
contexto. Hace poco más de dos décadas fue la guerra de los cristeros. Después de
armisticio la cúpula de los cristeros y muchos de sus militantes fueron vilmente asesinados.
Hay una gran diferencia, a mi entender, entre el levantamiento de los cristeros y el
levantamiento del bando nacional en la guerra civil española. En el primero parecía que la
jerarquía se entrometía demasiado. Hasta estaba implicada en la negociación del armisticio.
Creo que eso es un error, los obispos no deben actuar de generales. Pueden incitar y
solicitar la paz, pero las condiciones deben ser llevadas principalmente por los bandos
implicados. Los cristeros no podían ser el ejército de la jerarquía, aunque sea ejército de los
hombres que defendían su fe, además de supervivencia.
            Después de la derrota de los cristeros sigue, o mejor dicho prosigue, un gobierno
muy laicista con fuerte carga masónica, uno tras otro. En esas circunstancias es al menos
comprensible que surja la tentación de que a grandes males se conteste con grandes medios.
Si mis enemigos utilizan métodos de organizaciones secretas, ¿por qué yo no? ¿No estamos
en una guerra al final y al cabo?
            Pues como digo, en aquellas circunstancias la tentación de pensar así tenía que ser
muy fuerte. No es ciertamente la respuesta cristiana, que procuraré abordar al final del
artículo, pero al menos hemos de hacer un esfuerzo en comprender a estos hermanos
nuestros. Comprender en la necesidad de la militancia, pero sin salirse un ápice de lo que
debe hacer especialmente un católico. Y llamarlos a que, manteniendo lo mejor de su lucha,
no cedan nunca a la presión de una supuesta justificación de medios por sus fines.
            Sigo el hilo de Humanum Genus (Encíclica sobre la masonería y otras sectas
hostiles a la Iglesia, 1884) de Leon XIII:
            “El humano linaje, después de haberse, por envidia del demonio, miserablemente
separado de Dios, creador y dador de los bienes celestiales, quedó dividido en dos bandos
diversos y adversos, de los cuales el uno combate asiduamente por la verdad y la virtud, y
el otro por cuanto es contrario a la virtud y la verdad. El uno es el reino de Dios en la
tierra, es decir, la verdadera Iglesia de Jesucristo, a la cual, quien quisiere estar adherido
de corazón y según conviene para la salvación, necesita servir a Dios y su unigénito Hijo
con todo su entendimiento y toda su voluntad; el otro es el reino de Satanás, bajo cuyo
imperio y potestad se encuentran todos los que, siguiendo los funestos ejemplos de su
caudillo y de nuestros primeros padres, rehúsan obedecer a la ley divina y eterna y
acometer empresas contra Dios o prescindiendo de Dios mismo.” (HG, 1)
            “En nuestros días, todos los que favorecen la peor parte parecen conspirar a una y
pelear con la mayor vehemencia, siéndoles guía y auxilio la sociedad que llaman
de  masones, extensamente dilatada y firmemente constituida. Sin disimular ya sus intentos,
audacísimamente se animan contra la majestad de Dios, maquinan abiertamente y en
público la ruina de la Santa Iglesia, y esto con el propósito de despojar, si pudiesen,
enteramente a los pueblos cristianos de los beneficios que les granjeó Jesucristo, nuestro
Salvador. Llorando Nos estos males, somos compelidos por urgente caridad a clamar
repetidamente a Dios: He aquí que tus enemigos vocearon; y levantaron la cabeza los
que te odian. Contra tu pueblo determinaron malos consejos, discurrieron contra tus
santos. Venid, dijeron, y hagámoslos desaparecer de entre las gentes (Ps 82, 2-4).” (HG,
2)
            Algunos no creerán lo que están leyendo y lo que he puesto, creyendo esto un texto
prohibido o “superado” incluso por la Iglesia actual. No, no lo es. Si para un católico
sedevacantismo es incompatible con su fe, porque Cristo no puede errar, tampoco se puede
ejercer una especie de sedevacantismo de los papas pasados, como me atrevo a llamar a la
“hermenéutica de la ruptura”. De momento, es importante que tengamos presente todo lo
que se cocía y la magnitud de los males que se preparaban, siendo estos advertidos por los
pontífices para los tiempos venideros. Esta encíclica en concreto me parece más profecía
que encíclica, por decirlo de alguna manera. Hay que leerla con la luz de la fe y nutrirse de
estas verdades. Aquello que parecía una secta de cuatro rayados estuvo detrás de la
revolución francesa, cogiendo más poder año tras año. Señala el Papa en el nº 6:
            “Así que en espacio de siglo y medio la secta de los masones se ha apresurado a
lograr aumentos mayores que cuanto podía esperarse, y entrometiéndose por la audacia y
el dolo en todos los órdenes de la república, ha comenzado a tener tanto poder que parece
haberse hecho casi dueña de los Estados.”
            Poco a poco empiezan a minar la estructura de la sociedad europea de entonces,
dirigiéndola a una forma de vida totalmente ajena de Dios. Todo bajo la apariencia de un
servicio a la humanidad, petición de derechos que son pisoteados, un futuro mejor, en
definitiva, la búsqueda y promesa de paraíso terrenal que nunca llegó, ni puede, realizarse.
Al menos, este peregrinaje nuestro no puede ser más llevadero, ni la alegría ser más
humana, sin el dulce yugo de Cristo.
            “De hecho la secta concede a los suyos libertad absoluta de defender que Dios
existe o que no existe; y con la misma facilidad se recibe a los que resueltamente defienden
la negativa, como a los que opinan que existe Dios, pero sienten de El perversamente,
como suelen los panteístas; lo cual no es otra cosa que acabar con la verdadera noción de
la naturaleza divina, conservando de ella no se sabe qué absurdas apariencias. Destruido
o debilitado este principal fundamento, síguese quedar vacilantes otras verdades
conocidas por la luz natural; por ejemplo, que todo existe por la libre voluntad de Dios
creador; que su providencia rige el mundo; que las almas no mueren; que a esta vida ha
de suceder otra sempiterna.” (HG, 14)
“Buscan hábilmente los subterfugios, tomando la máscara de literatos y sabios que se
reúnen para fines científicos,  hablan continuamente de su empeño por la civilización, de
su amor por la ínfima plebe; que su único deseo es mejorar la condición de los pueblos y
comunicar a cuantos más puedan las ventajas de la sociedad civil.” (HG, 8)
 

            Sin embargo, o mejor dicho las consecuencias lógicas de fundamentación de las
sociedades al margen de Dios, han sido nefastas. En Europa y Rusia especialmente, las
cosas no han podido ir a peor. Una desgracia (es poco decir) tras otra. ¿No estáis
gobernando vosotros? ¿No tenía que haber sido esto un paraíso terrenal? No podía ser de
otra manera como de manera tan aguda lo vio Leon XIII:
                        “…; y los frutos de la secta masónica son, además de dañosos, acerbísimos.
Porque de los certísimos indicios que hemos mencionado antes, resulta el último y
principal de sus intentos; a saber: el destruir hasta los fundamentos todo el orden religioso
y civil establecido por el cristianismo, levantando a su manera otro nuevo con
fundamentos y leyes sacadas de las entrañas del  naturalismo.” (HG, 9)
            “Mucho tiempo ha que se trabaja tenazmente para anular en la sociedad toda
ingerencia del magisterio y autoridad de la Iglesia, y a este fin se pregona y contiende
deberse separar la Iglesia y el Estado, excluyendo así de las leyes y administraciones de la
cosa pública el muy saludable influjo de la religión católica,…”  (HG, 11)
            “Bastante claro aparece de lo que sumariamente hemos referido qué sea y por
dónde va la secta de los masones. Sus principales dogmas discrepan tanto y tan
claramente de la razón, que nada puede ser más perverso. Querer acabar con la religión y
la Iglesia, fundada y conservada perennemente por el mismo Dios, y resucitar después de
dieciocho siglos las costumbres y doctrinas gentilicias, es necedad insigne y audacísima
impiedad. Ni es menos horrible o más llevadero el rechazar los beneficios que con tanta
bondad alcanzó Jesucristo, no sólo a cada hombre en particular, sino también en cuanto
viven unidos en la familia o en la sociedad civil, beneficios señaladísimos aun según el
juicio y testimonio de los mismos enemigos. En tan feroz e insensato propósito parece
reconocerse el mismo implacable odio y sed de venganza en que arde Satanás contra
Jesucristo. Así como el otro vehemente empeño de los masones de destruir los principales
fundamentos de lo justo y lo honesto, y hacerse auxiliares de los que, a imitación del
animal, quisieran fuera lícito cuanto agrada, no es otra cosa que impeler al género
humano ignominiosa y vergonzosamente a la extrema ruina.” (HG; 20)
            Los católicos eran unos lacayos del papa, algo extraño a este mundo de la razón.
Bajo el pretexto de la legítima separación de la Iglesia y el Estado, promovían su verdadero
fin: la expulsión de Dios del Estado (un fin que en definitiva sigue hasta nuestros días).
Había dos enemigos: el Papa y sus lacayos, o sea, católicos y por ende, todos que se
relaciones con Cristo de forma abierta y sincera, tiempo a tiempo. Pero no se engañen,
después de la Iglesia van peligros para el Estado:
            “Pero donde, sobre todo, se extrema la rabia de los enemigos, es contra la Sede
Apostólica y el Romano Pontífice. Quitóselos primero con fingidos pretextos el reino
temporal, baluarte de su independencia y de sus derechos: en seguida se le redujo a
situación inicua, a la par que intolerable, por las dificultades que de todas partes se le
oponen; hasta que, por fin, se ha llegado a punto de que los autores de las sectas
proclamen abiertamente lo que en oculto maquinaron largo tiempo; a saber: que se ha
de suprimir la sagrada potestad del Pontífice y destruir por entero el Pontificado,
instituido por derecho divino. Aunque faltaran otros testimonios, consta suficientemente lo
dicho por el de los sectarios, muchos de los cuales, tanto en otras diversas ocasiones como
últimamente, han declarado ser propio de los masones el intento de vejar cuanto puedan
a los católicos con enemistad implacable, sin descansar hasta ver deshechas todas las
instituciones religiosas establecidas por los Papas. Y si no se obliga a los adeptos a
abjurar expresamente la fe católica, tan lejos está esto de oponerse a los intentos
masónicos, que antes bien sirve a ellos. Primero, porque éste es el camino de engañar
fácilmente a los sencillos e incautos y de atraer a muchos más; y después, porque
abriendo los brazos a cualesquiera y de cualquiera religión, consiguen persuadir de hecho
el grande error de estos tiempos; a saber: el indiferentismo religioso y la igualdad de
todos los cultos; conducta muy a propósito para arruinar toda religión, singularmente la
católica, que, como única verdadera, no sin suma injuria puede igualarse a las
demás.” (HG, 13) (Antes de que empiecen a inquietarse, recuerdo la Declaración
conciliar Dignitatis Humanae (sobre la libertad religiosa), 1: “Todos los hombres tienen el
deber buscar la verdad, especialmente en aquello que se refiera a Dios y a su Iglesia,
buscarla, y una vez conociéndola, aceptarla y permanecer en la fidelidad.
                De la misma forma declara el Santo Concilio que esas obligaciones apuntan
hacia, y ligan la conciencia de los hombres, y que la verdad no se impone de otra forma
que con la fuerza de la misma verdad que al mismo tiempo entra con suavidad y fuerza en
el alma. Por lo demás, siendo el hecho de que la libertad religiosa, que los hombres exigen
para poder ejercer su deber de la búsqueda de Dios, se refiere a la libertad de no sufrir
presión en la sociedad civil, deja intacta la doctrina tradicional católica sobre la
obligación moral de los hombres y sociedades hacia la verdadera religión y la única
Iglesia de Cristo.”)
Peligros para el Estado (HG; 24, 25): “Sin esto, los turbulentos errores que ya llevamos
enumerados han de bastar por sí mismos para infundir a los Estados miedo y espanto.
Porque quitado el temor de Dios y el respeto a las leyes divinas, menospreciada la
autoridad de los príncipes, consentida y legitimada la manía de las revoluciones, sueltas
con la mayor licencia las pasiones populares, sin otro freno que la pena, ha de seguirse
por fuerza universal mudanza y trastorno. Y aun precisamente esta mudanza y trastorno es
lo que muy de pensado maquinan y ostentan de consuno muchas sociedades
de  comunistas y socialistas, a cuyos designios no podrá decirse ajena la secta de los
masones, como que favorece en gran manera sus intentos y conviene con ellas en los
principales dogmas. Y si por hechos no llegan inmediatamente y en todas partes a los
extremos, no ha de atribuirse a sus doctrinas y a su voluntad, sino a la virtud de la religión
divina, que no puede extinguirse, y a la parte más sana de los hombres, que, rechazando la
servidumbre de las sociedades secretas, resisten con valor sus locos conatos.
                ¡Ojalá juzgasen todos del árbol por sus frutos y conocieran la semilla y
principio de los males que nos oprimen y los peligros que nos amenazan! Tenemos que
habérnoslas con un enemigo astuto y doloso que, halagando los oídos de pueblos y
príncipes, ha cautivado a unos y otros con blandura de palabras y adulaciones. Al
insinuarse con los príncipes fingiendo amistad, pusieron la mira los masones en lograr en
ellos socios y auxiliares poderosos para oprimir la religión católica, y para estimularlos
más  acusaron a la Iglesia con porfiadísima calumnia de contender envidiosa con los
príncipes sobre la potestad y reales prerrogativas. Afianzados ya y envalentonados con
estas artes, comenzaron a influir sobremanera en los Gobiernos, prontos, por supuesto, a
sacudir los fundamentos de los imperios y a perseguir, calumniar y destronar a los
príncipes, siempre que ellos no se mostrasen inclinados a gobernar a gusto de la secta. No
de otro modo engañaron, adulándolos, a los pueblos. Voceando libertad y prosperidad
pública, haciendo ver que por culpa de la Iglesia y de los monarcas no había salido ya la
multitud de su inicua servidumbre y de su miseria, engañaron al pueblo, y despertada en
él la sed de novedades, le incitaron a combatir ambas potestades.  Pero ventajas tan
esperadas están más en el deseo que en la realidad, y antes bien, más oprimida la plebe, se
ve forzada a carecer en gran parte de las mismas cosas en que esperaba el consuelo de su
miseria, las cuales hubiera podido hallar con facilidad y abundancia en la sociedad
cristianamente constituida. Y éste es el castigo de su soberbia, que suelen encontrar
cuantos se vuelven contra el orden de la Providencia divina: que tropiecen con una suerte
desoladora y mísera allí mismo donde, temerarios, la esperaban próspera y abundante
según sus deseos.”
            Saben que las sociedades cambian por el cambio de paradigma al que se somete. La
cuestión es cambiar los principios de moralidad, lo legal será lo único moral, y el que dicta
la ley, dicta la moral. El legislador principal es solamente el hombre. Como es él el que
dicta las normas, rebuscando y hurgando en sus pasiones se le podrá dirigir por dónde
plazca y se estime:
            “… y ponen vilmente en cosas perecederas toda la felicidad, como si la fijaran en
la tierra. Lo referido puede confirmar una cosa más extraña de decirse que de creerse.
Porque como apenas hay tan rendidos servidores de esos hombres sagaces y astutos como
los que tienen el ánimo enervado y quebrantado por la tiranía de las pasiones, hubo en la
secta masónica quien dijo públicamente y propuso que ha de procurarse con persuasión
y maña que la multitud se sacie de la innumerable licencia de los vicios en la seguridad
que así la tendrán sujeta a su arbitrio para atreverse a todo” (HG, 16)
            La educación, de los primeros objetivos. Resultados seguros a medio y largo plazo:
            “También tiene puesta la mira, con suma conspiración de voluntades, la secta de
los masones en arrebatar para sí la educación de los jóvenes. Ven cuán fácilmente pueden
amoldar a su capricho esta edad tierna y flexible y torcerla hacia donde quieran, y nada
más oportuno para formar para la sociedad una generación de ciudadanos tal cual ellos se
la forjan.” (HG, 17)
            Volvemos ahora a la situación que analizamos al comienzo de esta segunda parte.
Dije que por una parte es comprensible que unos católicos, después de tanta embestida, se
desesperen e intenten devolver, de alguna manera, golpe por golpe. Tal y como estoy
golpeado, así devuelvo. Me atacaros desde el secreto, desde el secreto respondo. Si puede
ser comprensible, porque somos frágiles, no es justificable en absoluto. Si bien es cierto
que por muchas actuaciones de HO y PpE (dos de las organizaciones que vinculan, aunque
sea por medio de algunas personas, no todas en absoluto, a El Yunque) El País expresó su
preocupación, para un católico eso no puede ser consuelo. Amén que muchas actuaciones
de estas organizaciones son de mi agrado, y que se puede colaborar con ellos perfectamente
sin ningún problema. En este punto es muy importante no cargar contra las organizaciones
arriba indicadas (y sus iniciativas,  voluntarios y miembros activos, como lo hace El País
por ejemplo) como si fueran una organización secreta. Sin embargo, el problema es
vincularse con cualquier organización, aunque no sea y por supuesto masónica, en la que se
pida un secreto y reserva absolutos, se llame como se llame. Es absurdo supuestamente
luchar a favor de la Iglesia, sin tener transparencia con la misma. No quiere decir que toda
persona tiene que publicar todo lo que piensa (casi como yo por ejemplo), pero un vínculo,
como mínimo de confesión sacramental y deseable dirección espiritual, es imprescindible.
Si no, puedes derechamente perder tu alma, “y qué le sirve a uno ganar todo el mundo
pero perder su alma”. Lo nuestro es transparencia de una fuente incontaminada de la
montaña, “lo que habéis oído en secreto, decidlo en los tejados”.
            Un abogado madrileño ha denunciado a El Yunque (aquí tenemos no pequeño
problema jurídico: ¿qué es eso, El Yunque?, ¿existe?) entre otras cosas por intentar reclutar
a los adolescentes sin que estos comuniquen nada a sus padres, ni a nadie. Conviene
recordar el consejo dado por León XIII: “Y aun no harían mal los que preparan a los niños
para bien recibir la primera comunión en persuadirles que se propongan y empeñen a no
ligarse nunca con sociedad alguna sin decirlo antes a sus padres o sin consultarlo con su
confesor o con su párroco.” (HG, 34)
            Y aquí está la clave que subrayamos otra vez: no se puede, no se debe, luchar por
Cristo al margen de su Iglesia. Estarás  al margen si no estás comunicado con ella de una
manera eficaz: solamente eso puede ser eficacia. Si no, inevitablemente puedes adquirir,
por mucho que pretendas luchar “para el bien”, rasgos contra los que la Iglesia bien
advertía. Que nadie se parezca a los masones ni de lejos:
                Arrancar la máscara (HG, 29): “… quede sentado que lo primero que procuréis
sea arrancar a los masones su máscara para que sean conocidos tales cuales son; que los
pueblos aprendan por vuestros discursos y pastorales, dados con este fin, las malas artes
de semejantes sociedades para halagar y atraer la perversidad de sus opiniones y la
torpeza de sus hechos. Que ninguno que estime en lo que debe su profesión de católico y su
salvación juzgue serle lícito por ningún título dar su nombre a la secta masónica, como
repetidas veces lo prohibieron nuestros antecesores. Que a ninguno engañe aquella
honestidad fingida; puede, en efecto, parecer a algunos que nada piden los masones
abiertamente contrario a la religión y buenas costumbres; pero como toda la razón de ser
y causa de la secta estriba en el vicio en la maldad, claro es que no el licito unirse  a ellos
ni ayudarles de modo alguno.”
“Tienen que prometer los iniciados, y aun de ordinario se obligan a jurar
solemnemente,  no descubrir nunca ni de modo alguno sus compañeros, sus signos, sus
doctrinas. Con estas mentidas apariencias y arte constante de fingimiento, procuran los
masones con todo empeño, como en otro tiempo maniqueos, ocultarse y no tener otros
testigos que los suyos.” (HG, 8)
            Por lo tanto, podemos decir que la lucha de los católicos y la gente de buena
voluntad pasa siempre por las armas de siempre: vida de oración, formación, apostolado,
militancia. De forma abierta y omnipresente. A eso se debe invitar a los fieles una y otra
vez, sin cesar. Es el camino de la Iglesia enseñado siempre:
                “Aunadas las fuerzas de una y otra clase, trabajad, venerables hermanos, para
que todos los hombres conozcan bien y amen a la Iglesia; porque cuanto mayor fuere este
conocimiento y este amor, tanto mayor será la repugnancia con que se miren las
sociedades secretas y el empeño en huirlas.”  (HG, 30)
            “Tan fiero asalto pide igual defensa; es a saber; que todos los buenos se unan en
amplísima coalición de obras y oraciones.” (HG, 35)
            Juan Pablo II, Fidei depositum, 5: “Que la luz de la verdadera fe libre a la
humanidad de la ignorancia y de la esclavitud del pecado, para conducir a la única
libertad digna de este nombre (cf. Jn 8,32): la de la vida en Jesucristo bajo la guía del
Espíritu Santo…”
 
            “Tomemos por nuestro auxilio y mediadora a la Virgen María, Madre de Dios, ya
que venció a Satanás en su concepción purísima; despliegue su poder contra las sectas
impías, en que se ven claramente revivir la soberbia contumaz, la indómita perfidia y los
astutos fingimientos del demonio. Pongamos por intercesor al Príncipe de los Ángeles del
Cielo, San Miguel, que arrojó a los enemigos infernales; a San José, Esposo de la Virgen
Santísima, celestial Patrono de la Iglesia católica; a los grandes apóstoles San Pedro y
San Pablo, sembradores de la fe cristiana y sus invictos defensores. En su patrocinio y en
la perseverancia de todos en la oración confiamos que Dios acuda oportuna y
benignamente al género humano, expuesto a tan enormes peligros.” (HG, 36, invocación
final)
 
Regnare Christum Volumus!
Deus vult!

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