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LA ESPIRITUALIDAD ES UN TEMA SERIO

Gisella Quintana, Diana J. León, Dayse Villegas - 2 de diciembre de 2018

En psicología se plantea que el ser humano es un ser biopsicosocial (así lo enseñaban en


la secundaria), con esferas que convergen. Pero una forma de psicoterapia en concreto,
la logoterapia, suma otra dimensión, la espiritual. Su primer exponente, Viktor Frankl,
habló de una espiritualidad más allá de la religiosidad, que es propia de toda persona y
busca la trascendencia: Toda vida, por más mísera que sea, tiene un sentido.

Por supuesto, eso se había intentado antes. El filósofo neerlandés de origen sefardí
Baruch Spinoza fue expulsado de su comunidad en el siglo XVII por afirmar que el
hombre necesita una espiritualidad no religiosa. “Para él no era posible que lo espiritual,
algo puro y perfecto, se corrompa en lo religioso, que está matizado por intereses
humanos”, explica el psicólogo clínico y docente Francisco Martínez Zea.

Posteriormente, Immanuel Kant (filósofo precursor del idealismo alemán, 1724-1804)


intentará llevar la espiritualidad más allá del dogma y emparentarla con la moral
(entendida como bondad). “Un hombre rico en espíritu es un buen hombre, y no
necesariamente religioso”.

Siglos después, Frankl toma de ellos cuando crea la logoterapia y la une a sus
circunstancias: un judío austriaco que vivió el auge del nacionalsocialismo. Neurólogo y
psiquiatra brillante, obtuvo un salvoconducto para abandonar el país con su esposa, pero
renunció a él por no dejar a sus padres. Fue enviado a los campos de concentración y
allí trabajó previniendo suicidios entre los prisioneros.

Al ser liberado, supo que había perdido a sus seres queridos. Un año después publicó El
hombre en busca de sentido. En el libro Frankl busca respuesta a una paradoja: ¿Por qué
murieron los prisioneros más robustos y sobrevivieron los débiles? “El hombre robusto
trabajaba, comía y dormía. Los débiles nos poníamos a imaginar la vida cuando
saliéramos”, cita Martínez de la autobiografía de Frankl. Se proyectaban más allá de la
miseria. La esfera espiritual, concluyó el psiquiatra, es necesaria para sobrevivir. “Permite
sobrellevar la carga e incluso la muerte de manera más digna”.

Aquello que le genere significado y conexión. La


espiritualidad puede construirse desde el aprecio por la
naturaleza, las artes o el deporte.
Espiritual o religioso

¿En qué difiere lo espiritual de lo religioso? Martínez lo resume en un punto, la


racionalidad. “Muchas veces, lo religioso carece de lo racional. Lo espiritual, no”. Es
posible encontrar gente muy espiritual, más no religiosa. ¿Por qué es una constante esa
inquietud por el plano espiritual? Porque nuestra mortalidad nos hace desear ser
eternos, y en esa búsqueda reflexionamos sobre nosotros, sobre el ser.

¿Y por qué no todos nos hacemos estas preguntas? El mundo moderno nos idiotiza,
afirma el psicólogo, para no pensarnos. Y nos hace ver al pensador como una figura
distraída, cuando él es quien se ha dado cuenta de lo que nos está sucediendo.

Y si la religión no ha marcado el camino hacia lo espiritual, ¿por dónde ir? Por la


educación, opina Martínez, y vuelve a la filosofía. “Kant logra una moral más racional,
una creencia espiritual menos dogmática y una felicidad más coherente entre los actos y
la ética personal”. Hacer el bien no porque nos miren, sino porque creemos que es lo
correcto.

Diversidad de experiencias

No existe una espiritualidad en singular; se habla espiritualidades, dado que son muchas
y diversas, empieza estableciendo Ángel Manzo Montesdeoca, máster en Estudios
Teológicos.

En una sola confesión pueden encontrarse varios rostros. “Por ejemplo, dentro del
cristianismo evangélico, una es la espiritualidad pentecostal, otra la de las iglesias
quichuas, y otra la de los grupos de línea conservadora. De igual forma ocurre en el
catolicismo, islam, budismo, judaísmo”.

Pero desde una mirada más amplia, la espiritualidad es una dimensión del ser humano,
una composición de la identidad de las personas que les da un sentido de trascendencia.
“No es propiedad de religión alguna”, aclara Manzo, y puede existir sin filiación religiosa.
En todas las culturas los seres humanos forjan y experimentan espiritualidades.

“Pero sí es cierto que la espiritualidad genera vínculos que pueden constituirse en


elementos religiosos”. El teólogo cree que la religión puede aportar positivamente a la
construcción de una espiritualidad sana (“como también a la locura y destrucción,
muchas religiones hoy desfiguran la identidad humana”). Por ello hay que evaluar la
religión.

“Me parece que lo espiritual y lo religioso se atraen, como pez en agua”. La apatía a lo
religioso pasa por el desencanto ante las estructuras religiosas. ¿Cómo decidir entre lo
uno y lo otro? Manzo propone una espiritualidad más genuina, y si la religión aporta a
ello, bienvenida.
Cultivar la espiritualidad

Aceptar y cultivar esta dimensión humana es un


componente importante para la salud integral, el
bienestar y la supervivencia.

La espiritualidad es una experiencia antropológica fundamental, aporta el educador y


máster en filosofía Diego Jiménez. “Es la experiencia del límite, de que más allá de nuestra
piel hay algo. Nosotros, de condición finita, somos capaces de pensar, sentir y
experienciar lo infinito. Nos damos cuenta de que más allá de nosotros hay algo y
alguien”.

Además, es percibir que habitamos el mundo con otros, y que la vida cobra sentido con
ellos, que los necesitamos. “Y esas necesidades relacionales tienen el poder de
humanizarnos cuando las vivimos a plenitud y de manera sana”.

Para Jiménez, sí hay relación entre espiritualidad y religión. Lo que se pone de manifiesto
cuando se la niega, es que hay disconformidad con la institución religiosa, lo cual es
válido, porque a veces esta última va reñida con el cultivo de la espiritualidad.

Pero normalmente la institucionalidad religiosa es una gran ayuda, opina. “Tenemos


movimientos religiosos que son una oportunidad de oro para que la gente cultive su vida
espiritual”. Jiménez piensa en tradiciones católicas como la ignaciana, que forma a
hombres y mujeres en lo que él considera una espiritualidad sana e integral.

La espiritualidad es la manera en que uno encuentra significado y paz


interior. Muchos la encuentran a través de la religión. Otros, por medio de
la música, el arte o la naturaleza. Otros, en valores y principios.
Dr. Eduardo Santillán

Alimento para el espíritu

Nacemos despiertos a la espiritualidad, asegura la terapeuta holística Verónica de Ycaza.


“Es el estilo de vida basado en la búsqueda excesiva de lo material, la fama, el poder
sobre otros, la educación demasiado racionalista y competitiva, el que nos va apartando
de la gracia de seguir mirando la vida con ojos espirituales”. Por eso, dice, despertar a la
espiritualidad es volver a ser como niños y retomar el camino.

¿Cómo despertar nuevamente? Las experiencias de amor, de maravilla e inclusive el


dolor profundo pueden llevar a percibir que somos mucho más que cuerpo y mente que
viven y observan. Por eso evitamos ese despertar, porque la espiritualidad no es cómoda.
“Implica mucho valor decidirse a salir del espejismo de la personalidad y las convenciones
sociales, salir del confort y relativa seguridad”. La espiritualidad real conlleva explorar la
verdad, y ser congruente con ella.

¿Qué cosas alimentan la espiritualidad? En primer lugar, requiere tiempo, dice De Ycaza.
“Una práctica cotidiana es necesaria. Meditación, oración y servicio desinteresado a la
vida son formas de nutrir nuestra área espiritual”.

Reflexión constante y la búsqueda del equilibrio

En definitiva, la espiritualidad siempre dependerá de los principios que cada uno aplica
en su vida y su manera de entenderla. En ese sentido podemos decir que todos los seres
humanos abrazamos una espiritualidad.

Pero en todos, advierte Tomás Rodríguez, filósofo y profesor de la Universidad de las


Artes, hay una línea en común: “La espiritualidad es el grado de equilibrio y armonía que
puede tener un ser humano con los elementos que le rodean, su contexto. Y entre esos
elementos los que más se repiten son felicidad, paz, amor, deidad, vida y muerte”.

Por eso, para algunos, la espiritualidad es el equilibrio con Dios, como decía Soren
Kierkegaard (teólogo danés padre del existencialismo, 1813-1855), cita Rodríguez. Para
otros, es la armonía con su prójimo, la naturaleza, los bienes, entre otros.

“La espiritualidad ha sido abordada por un sinnúmero de visiones y cosmovisiones que


tienen su propia interpretación”, explica Rodríguez, quien además es doctorante de
Filosofía. En estas interpretaciones menciona a Friedrich Nietzsche (filósofo y filólogo
alemán, 1844-1900) y el vitalismo, el mundo como voluntad y representación de Arthur
Schopenhauer (filósofo alemán, 1788-1860), la cosmovisión indígena, los elementos
fenoménicos de Kant, la suma teológica de Tomás de Aquino (teólogo y filósofo católico,
principal figura de la teología sistemática, 1224-1274)…

“Es necesario que cada ser humano profundice en estas y otras reflexiones para
encontrar lo que le da equilibrio a su vida”. Por supuesto, hay muchas maneras de tratar
de encontrar este anhelado balance. “Si alguien en su trabajo encuentra una expresión
de paz, porque soñó ser periodista, ingeniero, docente, astronauta, y en su producción
también encuentra un proceso de autocrecimiento y realización, esta persona, a su
manera, está experimentando un tipo de espiritualidad”.

Pero ese equilibrio, a su vez, es una búsqueda permanente donde las personas meditan
sobre otras formas de pensar. Por eso Rodríguez advierte que no es adecuado
considerar que la espiritualidad se refleja en una sola dimensión. “Porque si esa forma
de espiritualidad le falla a la persona puede caer en una vaciedad existencial”.

Para motivar estos procesos de reflexión que nos ponen en contacto con nuestra propia
espiritualidad, Rodríguez dice que debemos cuestionarnos lo que somos, lo que
hacemos. “La espiritualidad también es un alto nivel de cuestionamiento consigo mismo.
Si no cuestionas tus bases y estructuras ideológicas, no hay procesos renovadores. Hay
que atreverse a rehacerse una y otra vez”, puntualiza el docente.
“El ser humano nunca estará completo y solo se encuentra a sí mismo cuando se
cuestiona absolutamente todo. Es un ejercicio de valentía, porque el mundo está hecho
para que uno no se cuestione, no se haga preguntas”.

La espiritualidad es el grado de equilibrio y armonía que puede tener un ser


humano con los elementos que le rodean, su contexto. Entre esos elementos
están la felicidad, la paz, el amor, las deidades, la vida, la muerte.
Tomás Rodríguez, filósofo y profesor

Un camino personal y real

La espiritualidad es padre y madre de la


concentración, la meditación y la realización personal.

La espiritualidad humana se sustenta también en procesos físicos, de acuerdo con el


doctor Eduardo Santillán, Ph. D., especialista en neuropsiquiatría. “No es etérea. Es
inclusive de orden bioquímico, dado que es el resultado de la actividad de determinadas
estructuras cerebrales pertenecientes al sistema límbico o cerebro emocional”, revela.

Por eso, agrega, la vida espiritual se constituye en un factor protector y promotor de la


salud mental y del equilibrio psíquico, particularmente en especial en trastornos como
la depresión, la ansiedad y las adicciones. La espiritualidad es parte necesaria de una
personalidad madura.

Al tratarse de un elemento auténtico, no se puede encasillar la espiritualidad como una


puerta de salida de la realidad. “No es una negación de la vida, sino una real aceptación
de la vida”, aclara. No es una cortina de humo para disfrazar la ignorancia. Es padre y
madre de la concentración, la meditación y la realización personal”, asevera.

Sin embargo, tal exploración sí conduce a descubrimientos individuales. “La


espiritualidad es la manera en que uno encuentra significado, esperanza, consuelo y paz
interior en la vida. Muchas personas encuentran espiritualidad a través de la religión.
Otras la hallan por medio de la música, el arte, o conectándose con la naturaleza. Otros
la encuentran en sus valores y principios”.

Ignorar esta necesidad, enfatiza, es lo que deshumaniza a los individuos y a las sociedades,
desde los matrimonios hasta las grandes corporaciones. La carencia de espiritualidad
constructiva es un ingrediente trascendental para constituir el caldo de cultivo donde ‘el
hombre es el lobo del hombre’, añade. El especialista ofrece algunas pautas que le
permitirán iniciar esta investigación personal (aunque no todas funcionarán en la misma
medida para todas las personas).
 Identifique las cosas en su vida que le dan una sensación de paz interior,
comodidad, resistencia, amor y conexión.
 Aparte tiempo cada día para hacer aquello que le ayude espiritualmente. Orar y
meditar.
 Puede incluir prestar servicio comunitario o trabajo voluntario.
 Lea libros inspiradores, pasee por la naturaleza.
 Destine tiempo a solas para pensar.
 Practique un deporte.
 Asista a servicios religiosos que le generen real convicción.

Carencias evidentes

La falta de espiritualidad se refleja en la actual carencia de sentido por la vida. “Mucha


espiritualidad quiere ir más allá, al otro mundo, y se ve incapaz de responder al mundo
de hoy; es una espiritualidad escapista. Quiere divinizar, cuando el reto es humanizarnos.
Tenemos una espiritualidad muy carente de justicia, y abundante en actividades
religiosas”, dice Manzo.

Cultivar la espiritualidad es primordial hoy, enfatiza Jiménez, porque hemos olvidado que
la vida humana tiene valor y no precio. “Nos urge redescubrirnos en nuestra
trascendencia. Andamos sin rumbo, convencidos de que el mercado tiene la respuesta a
todo, destruyendo sin más nuestro planeta, inconscientes del profundo dolor por el que
pasan muchos hermanos, y esto es en parte porque olvidamos cultivar nuestra vida
interior, la dimensión espiritual de nuestra existencia”.

Es necesario cultivar la espiritualidad, puntualiza Martínez, porque al sistema le conviene


mantenernos apartados de lo importante, y porque quienes se atreven a pesar de eso,
corren el riesgo de caer en una espiritualidad sesgada, vinculada a la vía de los intereses
humanos.

La culpa, la queja, la mentira, el odio, son evidencias de una espiritualidad adormecida,


señala De Ycaza. A esta persona nada le satisface plenamente.

Hay malos hábitos, desorden, vicios, juegos inútiles y violentos, maltrato a los seres
vivientes, egoísmo, estrés constante. Se evita hacer cambios necesarios para asumir la
propia responsabilidad de crear una vida equilibrada y feliz.

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