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Por supuesto, eso se había intentado antes. El filósofo neerlandés de origen sefardí
Baruch Spinoza fue expulsado de su comunidad en el siglo XVII por afirmar que el
hombre necesita una espiritualidad no religiosa. “Para él no era posible que lo espiritual,
algo puro y perfecto, se corrompa en lo religioso, que está matizado por intereses
humanos”, explica el psicólogo clínico y docente Francisco Martínez Zea.
Siglos después, Frankl toma de ellos cuando crea la logoterapia y la une a sus
circunstancias: un judío austriaco que vivió el auge del nacionalsocialismo. Neurólogo y
psiquiatra brillante, obtuvo un salvoconducto para abandonar el país con su esposa, pero
renunció a él por no dejar a sus padres. Fue enviado a los campos de concentración y
allí trabajó previniendo suicidios entre los prisioneros.
Al ser liberado, supo que había perdido a sus seres queridos. Un año después publicó El
hombre en busca de sentido. En el libro Frankl busca respuesta a una paradoja: ¿Por qué
murieron los prisioneros más robustos y sobrevivieron los débiles? “El hombre robusto
trabajaba, comía y dormía. Los débiles nos poníamos a imaginar la vida cuando
saliéramos”, cita Martínez de la autobiografía de Frankl. Se proyectaban más allá de la
miseria. La esfera espiritual, concluyó el psiquiatra, es necesaria para sobrevivir. “Permite
sobrellevar la carga e incluso la muerte de manera más digna”.
¿Y por qué no todos nos hacemos estas preguntas? El mundo moderno nos idiotiza,
afirma el psicólogo, para no pensarnos. Y nos hace ver al pensador como una figura
distraída, cuando él es quien se ha dado cuenta de lo que nos está sucediendo.
Diversidad de experiencias
No existe una espiritualidad en singular; se habla espiritualidades, dado que son muchas
y diversas, empieza estableciendo Ángel Manzo Montesdeoca, máster en Estudios
Teológicos.
En una sola confesión pueden encontrarse varios rostros. “Por ejemplo, dentro del
cristianismo evangélico, una es la espiritualidad pentecostal, otra la de las iglesias
quichuas, y otra la de los grupos de línea conservadora. De igual forma ocurre en el
catolicismo, islam, budismo, judaísmo”.
Pero desde una mirada más amplia, la espiritualidad es una dimensión del ser humano,
una composición de la identidad de las personas que les da un sentido de trascendencia.
“No es propiedad de religión alguna”, aclara Manzo, y puede existir sin filiación religiosa.
En todas las culturas los seres humanos forjan y experimentan espiritualidades.
“Me parece que lo espiritual y lo religioso se atraen, como pez en agua”. La apatía a lo
religioso pasa por el desencanto ante las estructuras religiosas. ¿Cómo decidir entre lo
uno y lo otro? Manzo propone una espiritualidad más genuina, y si la religión aporta a
ello, bienvenida.
Cultivar la espiritualidad
Además, es percibir que habitamos el mundo con otros, y que la vida cobra sentido con
ellos, que los necesitamos. “Y esas necesidades relacionales tienen el poder de
humanizarnos cuando las vivimos a plenitud y de manera sana”.
Para Jiménez, sí hay relación entre espiritualidad y religión. Lo que se pone de manifiesto
cuando se la niega, es que hay disconformidad con la institución religiosa, lo cual es
válido, porque a veces esta última va reñida con el cultivo de la espiritualidad.
¿Qué cosas alimentan la espiritualidad? En primer lugar, requiere tiempo, dice De Ycaza.
“Una práctica cotidiana es necesaria. Meditación, oración y servicio desinteresado a la
vida son formas de nutrir nuestra área espiritual”.
En definitiva, la espiritualidad siempre dependerá de los principios que cada uno aplica
en su vida y su manera de entenderla. En ese sentido podemos decir que todos los seres
humanos abrazamos una espiritualidad.
Por eso, para algunos, la espiritualidad es el equilibrio con Dios, como decía Soren
Kierkegaard (teólogo danés padre del existencialismo, 1813-1855), cita Rodríguez. Para
otros, es la armonía con su prójimo, la naturaleza, los bienes, entre otros.
“Es necesario que cada ser humano profundice en estas y otras reflexiones para
encontrar lo que le da equilibrio a su vida”. Por supuesto, hay muchas maneras de tratar
de encontrar este anhelado balance. “Si alguien en su trabajo encuentra una expresión
de paz, porque soñó ser periodista, ingeniero, docente, astronauta, y en su producción
también encuentra un proceso de autocrecimiento y realización, esta persona, a su
manera, está experimentando un tipo de espiritualidad”.
Pero ese equilibrio, a su vez, es una búsqueda permanente donde las personas meditan
sobre otras formas de pensar. Por eso Rodríguez advierte que no es adecuado
considerar que la espiritualidad se refleja en una sola dimensión. “Porque si esa forma
de espiritualidad le falla a la persona puede caer en una vaciedad existencial”.
Para motivar estos procesos de reflexión que nos ponen en contacto con nuestra propia
espiritualidad, Rodríguez dice que debemos cuestionarnos lo que somos, lo que
hacemos. “La espiritualidad también es un alto nivel de cuestionamiento consigo mismo.
Si no cuestionas tus bases y estructuras ideológicas, no hay procesos renovadores. Hay
que atreverse a rehacerse una y otra vez”, puntualiza el docente.
“El ser humano nunca estará completo y solo se encuentra a sí mismo cuando se
cuestiona absolutamente todo. Es un ejercicio de valentía, porque el mundo está hecho
para que uno no se cuestione, no se haga preguntas”.
Ignorar esta necesidad, enfatiza, es lo que deshumaniza a los individuos y a las sociedades,
desde los matrimonios hasta las grandes corporaciones. La carencia de espiritualidad
constructiva es un ingrediente trascendental para constituir el caldo de cultivo donde ‘el
hombre es el lobo del hombre’, añade. El especialista ofrece algunas pautas que le
permitirán iniciar esta investigación personal (aunque no todas funcionarán en la misma
medida para todas las personas).
Identifique las cosas en su vida que le dan una sensación de paz interior,
comodidad, resistencia, amor y conexión.
Aparte tiempo cada día para hacer aquello que le ayude espiritualmente. Orar y
meditar.
Puede incluir prestar servicio comunitario o trabajo voluntario.
Lea libros inspiradores, pasee por la naturaleza.
Destine tiempo a solas para pensar.
Practique un deporte.
Asista a servicios religiosos que le generen real convicción.
Carencias evidentes
Cultivar la espiritualidad es primordial hoy, enfatiza Jiménez, porque hemos olvidado que
la vida humana tiene valor y no precio. “Nos urge redescubrirnos en nuestra
trascendencia. Andamos sin rumbo, convencidos de que el mercado tiene la respuesta a
todo, destruyendo sin más nuestro planeta, inconscientes del profundo dolor por el que
pasan muchos hermanos, y esto es en parte porque olvidamos cultivar nuestra vida
interior, la dimensión espiritual de nuestra existencia”.
Hay malos hábitos, desorden, vicios, juegos inútiles y violentos, maltrato a los seres
vivientes, egoísmo, estrés constante. Se evita hacer cambios necesarios para asumir la
propia responsabilidad de crear una vida equilibrada y feliz.