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El problema de la intersubjetividad en David Hume.

Un análisis desde el
concepto de “simpatía”

Daniel Quiroz Ospina


Universidad de Antioquia

1. Introducción.

En la Introducción al Tratado de la naturaleza humana, Hume afirma que sus ideas sobre
el entendimiento y sobre las pasiones constituyen una cadena entera de razonamientos. Esto
desde un punto de vista general. En forma particular, Hume insiste en el carácter analógico de
ambas reflexiones (T.2.1.11.8)1.
El autor asevera esto tras exponer las principales características del mecanismo de la
“simpatía”. La razón: la simpatía constituye, en el sistema de Hume, un eslabón fundamental en
la cadena de razonamientos que él señala al inicio de su obra: las pasiones son posibles en el
entendimiento gracias a un mecanismo por el cual la imaginación actúa en este sentido. Esto
permite preguntarnos por la simpatía como tal elemento. Por otro lado, Hume introduce este
concepto y su funcionamiento luego de un análisis de las características del orgullo y la
humildad, y tras advertir que estas pasiones sólo se dan en la vida comunitaria puesto que ella
proporciona el campo de acción posible de la simpatía, pues ésta consiste en recibir los
sentimientos de los demás, tener una idea de ellos y convertirla en su impresión (T.2.1.11.2). Ésta
y la intersubjetividad están mutuamente implicadas, por lo que se hace necesario pensar también
este problema. Esto nos dice algo fundamental, lo cual será el tema central de esta disertación: la
simpatía, a partir de los principios de la mente, hace posible la intersubjetividad, y esta última
forma la personalidad de cada individuo, su subjetividad. La simpatía conecta el entendimiento
del individuo con los demás y contribuye a formar su “yo”, y con ello se convierte en la base de
la sociabilidad y, por ende, de la moral. Esto no es algo evidente, pues la simpatía tiene muchos
matices destacables; así, el problema y la hipótesis ya están dados y es lo que vamos a mostrar en
este texto. La pregunta que nos guiará es: ¿cómo es posible el mecanismo de la simpatía como

1
Las referencias al Tratado se harán así: (T. Libro. Parte. Sección. Párrafo).
base de la intersubjetividad? Se responderá en tres pasos: 1) Describiremos el funcionamiento de
la simpatía a partir de las relaciones naturales. 2) Analizaremos este mecanismo respecto a la
relación entre el “yo” y los “otros”; mostraremos su papel en la creencia del individuo en la
existencia de otras mentes. 3) Describiremos sus consecuencias en la intersubjetividad y
miraremos cómo la simpatía es una “influencia social”.

2. El mecanismo. Simpatía y relaciones naturales.

La importancia del concepto de simpatía para explicar las pasiones y la moral se deja
entrever cuando Hume afirma que la reputación y el buen nombre son consideraciones de gran
peso en la vida de cada ser humano. Además, la tendencia a tener en estima las opiniones de las
personas cercanas a nosotros y no de todas en general hace notar también que el fenómeno de la
simpatía tiene una proximidad fundamental con las relaciones naturales y espontáneas del
entendimiento humano. Hay que explicar entonces el papel que juegan estas relaciones
espontáneas de toda mente a la hora de tener ideas de los sentimientos ajenos y sus posteriores
impresiones, y también el hecho de que, según la fuerza de estas relaciones, también se puede
hablar de grados de fuerza de la simpatía, lo cual se confirma en 3.3.1.
Hume deja ver en 2.1.11 que, sin la relación de semejanza, la simpatía no sería nada: por
ejemplo, las opiniones de mis cercanos son importantes, al punto de influenciar las propias, sólo
porque hay una relación fuerte de semejanza acompañada de la contigüidad que implica su
parentesco o cercanía; sin embargo, hay relaciones más débiles de semejanza que sólo requieren
el hecho de que el otro que me comparte sus sentimientos sea también un ser humano al igual que
yo. Lo anterior tiene una consecuencia fundamental: es lo que permite la formación de
sentimientos morales que permiten juzgar el comportamiento sin que sea necesaria una cercanía
de parentesco o amistad; gracias a ello, es posible concebir un “bien de la humanidad”. Así, para
responder emocionalmente a los demás, nos formamos ideas de sus pasiones y emociones (Baier.
Waldow, 2008, p. 62), y ya que el mecanismo de la simpatía implica la posibilidad de convertir
dichas ideas en impresiones, podemos decir que la fuerza de este mecanismo aumenta a medida
que el individuo encuentra más cosas en común con quienes simpatiza: “vemos que allí donde
existe, además de la semejanza general de nuestra naturaleza, una peculiar similitud en nuestra
forma de ser, carácter, país o lenguaje, todo ello facilitará la simpatía” (T.2.1.11.5).
Sin embargo, donde se nota más la fuerza de la simpatía es en la relación de contigüidad. Si
bien el individuo es capaz de formarse la idea de la pasión de otra persona y convertirla en la
impresión correspondiente, este proceso es más notorio si la persona que me comparte sus
emociones tiene una cercanía especial. “Los sentimientos de los demás tienen poca influencia
cuando esas personas no tienen relación con nosotros; es necesaria la contigüidad para poder
comunicar los sentimientos en toda su integridad” (T.2.1.11.6). La diferencia fundamental
estriba en la influencia que pueda resultar de la simpatía; aunque pueda recibir los sentimientos
de cualquiera y comprenderlos, si el otro sólo tiene en común conmigo el hecho de ser humano,
es más difícil que éstos influyan en el propio carácter; sin embargo, es claro que la posibilidad
existe, pues de lo contrario no se podría concebir un “bien de la humanidad” que genere
sentimientos con los cuales hago juicios morales en general. En este orden de ideas, la relación de
contigüidad se encarga de hacer más vivo este mecanismo para el individuo, pues el “yo” está
mucho más ligado a la idea del otro con quien me comunico; la imaginación, dice Hume desde
1.1.4, actúa con más facilidad cuando la relación es más estrecha.
Ahora bien, estas dos relaciones anteriores no tendrían asidero sin la relación de
causalidad. En efecto, ésta es considerada por Hume como la más fuerte y extensa; que dos ideas
sean ligadas por la imaginación a través de la correspondencia causa-efecto constituye la mayor
parte de nuestros razonamientos, pues la mente une una idea o impresión a otra que, según su
percepción, le sigue constantemente; la experiencia nos muestra la conexión una y otra vez y la
imaginación la concibe como necesaria (T.1.3.1.1). Esto se hace fundamental para el mecanismo
de la simpatía a partir de dos aspectos: el primero tiene que ver con la semejanza más simple
entre dos personas: consiste en que, en este proceso, lo primero que percibimos son los efectos
del sentimiento en la otra persona; si, como Hume afirma sobre las distintas mentes, “no hay
ninguna que sea movida por una afección de la que, en algún grado, estén libres las demás”
(T.3.3.1.7), el efecto proyectado por la otra persona puede ser comparado con alguna idea
semejante en mí mismo y concebir una causa. Por otra parte, cuando comprendo la causa de esa
emoción del otro, mi imaginación concibe el efecto con más vivacidad, lo cual facilita tanto la
conversión de la idea en impresión como la comprensión de que tal fenómeno puede producir tal
emoción. Esto refleja la afirmación de Hume: “Ninguna pasión ajena se descubre directamente a
la mente: sólo percibimos sus causas o sus efectos. Por estas cosas es por lo que inferimos la
pasión y son ellas, en consecuencia, las que dan origen a nuestra simpatía” (T.3.3.1.7).
La causalidad es fundamental para la simpatía porque las ideas ligadas son las que permiten
a la imaginación del individuo buscar en su mente algo con lo que pueda comparar la pasión del
otro; la conversión de la idea en impresión implica que la simpatía es una suerte de imagen que
representa esta pasión ajena; no puedo sentir exactamente lo que siente el otro, sino que me baso
en mi propia experiencia. Este aspecto de la causalidad en la simpatía, viendo el ejemplo
esbozado, juega el papel de convencer a la imaginación de la realidad de lo que siente el otro
(T.2.1.11.8) y de hacer de la idea impresión según una imagen basada en nuestra experiencia.
Seguiremos hablando de ello más tarde.
El segundo aspecto en el que la causalidad juega un papel fundamental para la simpatía
tiene que ver con la doble relación de impresiones e ideas que posibilita a los seres humanos tener
pasiones indirectas. Dicha relación doble consiste en que la idea de la causa de la pasión produce
una impresión placentera o dolorosa; ésta genera la impresión propia de la pasión, la cual se
dirige a su objeto (otra persona o yo) que a su vez está ligado a la idea de la causa de la pasión.
¿Qué pasa cuando la pasión indirecta es causada por el elogio o la censura de alguien más? Hume
razona teniendo en mente el orgullo y la humildad. Quien realiza el elogio simpatiza con el
orgullo de la persona a causa de algo; luego dirige el encomio hacia él y éste simpatiza a su vez
con lo que siente el otro al elogiarlo. Esta simpatía le genera un placer adicional y refuerza su
orgullo. En este caso la doble relación de impresiones e ideas en el orgullo se ve reforzada por
otra causa: el elogio del otro, que a su vez proviene de la simpatía de quien alaba hacia el orgullo
primario del individuo. “Es cierto, pues, que si una persona se contemplase a sí misma desde
igual perspectiva en que aparece ante su admirador, obtendría en primer lugar un placer
singular, y luego un orgullo o satisfacción propia, según la hipótesis antes explicada”
(T.2.1.11.9). La doble relación que primero produce la pasión se ve complementada con otra
relación doble que consiste en la simpatía hacia la emoción y el placer que siente el otro cuando
elogia, lo cual produce una sensación placentera, y un orgullo mayor, igualmente dirigido al yo,
pero esta vez ligado a la simpatía por el elogio. Así, se puede ver el papel fundamental que
juegan, primero, la causalidad en la simpatía, y luego ésta en las pasiones indirectas. También
hablaremos de esto más tarde. Lo que se puede decir ahora es que el papel de las relaciones
naturales en la simpatía se ha hecho clara; es posible afirmar que la semejanza y la causalidad la
posibilitan, mientras que la contigüidad le da más fuerza y vivacidad en la mente humana.

3. La simpatía y la concepción de otras mentes.

Nuestra explicación de las relaciones naturales en la simpatía dejó por supuesto que el
individuo le concede una identidad a los demás y concibe sus emociones, pasiones y
comportamientos como estados mentales pertenecientes a ellos. Ahora vamos a mirar de qué
manera la simpatía es la encargada, en la imaginación de la persona, de hacer que ésta conciba la
existencia de otros “yo”. Haremos esto resolviendo dos problemas que se presentan a esta
posibilidad de la simpatía: 1) Si ya Hume demostró que la identidad personal no es más que una
ficción de la imaginación (T.1.4.6), ¿cómo concebir ahora que se pueda otorgar existencia a otras
mentes? 2) Si la simpatía no significa que sentimos las mismas pasiones de los otros, sino que
nos hacemos la idea y posterior impresión de éstas a partir de nuestra propia experiencia, ¿cómo
saber que efectivamente son experiencias de los otros? O en otras palabras, ¿de qué manera la
simpatía nos saca de nosotros mismos y nos hace ver a los demás como otros?
Cuando Hume piensa en algo así como el “yo”, no encuentra algo sustancial; no hay una
impresión duradera que se pueda identificar como el “yo”, sino que se piensa siempre en una
percepción cualquiera que se ha tenido o se está teniendo, pero que no permanece todo el tiempo
en la mente. El “yo” no es más que una colección de percepciones ligadas por la imaginación, y
nos atribuimos una identidad gracias a la confusión de la sucesión de percepciones semejantes
con la invariabilidad y unidad (T.1.4.6.6). Esta unión de percepciones se da por semejanza y
causalidad, y su punto de partida es la memoria. Surgen las preguntas: si la identidad no es más
que un cúmulo unido por la imaginación con base en la memoria, ¿cómo aquélla une unas
percepciones ajenas, de las que no tiene plena conciencia como suyas, y las atribuye a otro
individuo sin tomar como base su memoria, pues no puede penetrar en ella? Podemos responder
que, en primer lugar, cuando la imaginación de un individuo hace que éste se otorgue una
identidad, no se limita al conjunto de las percepciones pasadas, a su memoria. Así, Hume afirma:
“Pero una vez que hemos adquirido por la memoria esa noción de causalidad, podemos extender
ya la misma cadena de causas y, en consecuencia, la identidad de nuestra persona más allá de
nuestra memoria, y comprender tiempos, circunstancias y acciones que hemos olvidado y que
sólo suponemos que han existido” (T.1.4.6.20).
Así como nos damos identidad más allá de lo que recordamos, no necesitamos limitarnos a
los recuerdos y percepciones actuales de la otra persona para saber que ella ha tenido una historia
y es la misma persona desde que nació. Sin embargo, en este caso ya se supone que las
percepciones, actuales o no, son de ese otro. Así, otra forma de responder es a través de la
existencia corporal: las percepciones son asignadas a un cuerpo determinado que corresponde a la
persona a quien identificamos; unos seres cuyos cuerpos se asemejan a los nuestros y se
comportan de formas semejantes a nosotros debería bastar para otorgar identidad a los demás
fuera de mí. Sin embargo, eso sería admitir que el “yo” es sustancial y que está en el cuerpo; y
éste es tanto o más cambiante que cualquier objeto externo, lo cual lo hundiría en las mismas
dificultades y confusiones que Hume le atribuye a la existencia de los objetos externos. Solo
queda lo que Tony Piston (1996) explica: “Por un lado, Hume parece aceptar que el contenido
de la mente de otra persona no es inmediatamente percibido por nosotros y sólo es conocido por
sus “signos” o efectos” (p. 258). En efecto, como se afirmó más arriba, uno de los momentos
claves de la simpatía es que sólo podemos percibir los efectos de la pasión en la otra persona;
dichos efectos se reflejan en sus expresiones y su comportamiento. Si bien el cuerpo no es el yo,
ni es lo que atribuye directamente la identidad, es en quien vemos esos efectos. Por tanto, hay una
conexión causal que va desde los signos que son efectos de la pasión, el comportamiento del otro,
a la atribución de estados mentales que vendrían siendo propios de esa persona y que se
representan a través de dichos signos (p. 258). La imaginación concibe unas causas para esos
efectos del comportamiento; es por esto que Piston (1996) concluye: “El punto crucial parece
ser este: que en aras de justificar la adscripción de estados mentales a otros con base en su
comportamiento debemos haber descubierto una conjunción constante entre estos tipos de causa
y efecto…” (p. 260).
Todo esto responde a los dos problemas planteados al inicio de este apartado; gracias a que
la imaginación concibe la conjunción constante de los efectos de las pasiones en el
comportamiento e infiere unas causas de ello, podemos justificar la atribución de unos estados
mentales a otros “yo”, con todos los problemas que implica hablar de una identidad personal,
tanto propia como ajena. Gracias a esta creencia es posible que la simpatía nos haga concebir la
existencia de otros yo. Ahora bien, ¿cómo se refleja esto la interacción humana? Es lo que vamos
a tratar a continuación.

4. La intersubjetividad. La simpatía como “influencia social”.

Una de las consecuencias más fuertes de todo lo anterior es que la identidad humana, la
identificación de estados mentales en uno y otro individuo, siempre se da con relación a las
emociones de cada quien; ese conjunto de percepciones que se reflejan en efectos del
comportamiento, y no algo así como un “ego” sustancial o trascendental, es la base de la
identidad propia y de los demás. La mente se considera como “un sistema causalmente
interrelacionado de percepciones” (Baier, 1991, p. 129); entre ellas, las pasiones son las que
posibilitan la concepción de una personalidad individual, y como todas las percepciones son
cambiantes e inestables, dicha personalidad también es cambiante. “El yo es complejo,
cambiante, dependiente de otros para poder ser, para su vida emocional, su autoconciencia y sus
autoevaluaciones” (Baier, 1991, p. 130). Y si es dependiente de otros, se puede decir que hay una
interdependencia, pues la simpatía no es algo unilateral, sino que los hombres están compartiendo
sus sentimientos en todo momento y los están recibiendo para comprenderlos y entender las
emociones, el comportamiento y la personalidad de sí mismos y de los demás. No es gratuito que
Hume afirme que los juicios acerca de nuestro propio carácter “están siempre acompañados de
pasión” (T.2.1.11.9), pues éstos, por lo general, expresan el amor o el odio de los demás hacia
nosotros; si uno es el objeto de una pasión ajena, nuestra imaginación realiza el proceso de la
simpatía hacia esa emoción expresada por el otro, lo cual genera placer o dolor y, como el objeto
de ello somos nosotros mismos, produce orgullo o humildad según el caso, tal como lo
mencionamos cuando hablamos acerca de la doble relación de impresiones e ideas.
Las pasiones, al menos las indirectas, sólo pueden ser percibidas a partir de una vida en
comunidad, ya que, sea la causa o el objeto de la pasión, siempre hay una persona involucrada,
sea uno mismo o alguien más; y si estas pasiones son las que permiten identificar y atribuir una
identidad a uno mismo y a los otros, se puede decir que éstas son la base del reconocimiento, la
sociabilidad y la propia personalidad a través de su comunicación por la simpatía. Y si ésta
comunica eminentemente placeres y dolores de distintas clases, también se puede decir que es la
base del sentimiento moral.
Hay bastantes afirmaciones concluyentes en lo anterior, por lo que es bueno mirar cómo se
refleja esto en el texto humeano; el apartado 3.3.1 nos mostrará todo lo anterior a través de un
segundo tratamiento del concepto de simpatía.
Según Hume, lo que se califica en un juicio moral son los caracteres o las cualidades
mentales, y no tanto las personas como tal (T.3.3.1.6) (Baier, 1991, p. 134). Tales cualidades,
como ya hemos mencionado, son las que constituyen la personalidad y se forman a través de la
comunicación de sentimientos, de la simpatía. Esta se basa en la semejanza de las mentes
humanas, lo que permite que quien reciba la emoción de otro pueda hacerse una imagen de ella a
través de los efectos que genera en quien está sintiendo, ya que no es posible sentir la pasión del
otro (T.3.3.1.7). La simpatía, como ya lo explicamos más arriba, tiene más influencia cuando la
persona que comunica tiene una relación más estrecha con el receptor; sin embargo, dos o más
personas extrañas pueden comunicar sus sentimientos y hacer de sus ideas impresiones, la
diferencia es que la posible influencia sea menor. Es por esto que, según Hume: “el placer de un
extraño con quien no tenemos amistad nos agrada sólo por simpatía” (Ibíd.). Ahora bien, si es
posible la simpatía entre extraños, es posible de alguna forma entre cualesquier personas.
A partir de esto, Hume afirma que el mecanismo de la simpatía es el principio de los
sentimientos morales (T.3.3.1.8). Si como dice Baier (1991), el libro dos del Tratado comienza
encargándose de las pasiones sobre las que se basan los juicios sobre uno mismo (p. 134), el libro
tercero se encarga de las evaluaciones entre los demás y uno mismo mutuamente. “Nuestras
evaluaciones morales son generales, y hechas desde un punto de vista general, mientras que las
evaluaciones sobre las que se funda el amor propio son más particulares y directamente
hedónicas” (p. 135). Tal generalidad posibilita virtudes como la justicia y la obediencia a la ley,
ya que hay ciertas cosas que en su momento no generan un bien, pero que aceptamos porque en el
fondo es lo mejor y representa un bien para la humanidad en su conjunto. Tal es el caso de la
justicia: hay ciertas decisiones y hechos en torno a ella que no representan un bien para la persona
y que la mayoría juzga como injustos; sin embargo, nadie cuestiona la necesidad de un sistema de
justicia para garantizar la buena convivencia en una sociedad, pues ello representa un bien para
todos; así, Hume afirma que la simpatía tiene la capacidad de ponernos fuera de nosotros mismos
para poder juzgar los actos de los demás tal como si éstos nos afectasen a nosotros (T.3.3.1.9).
Ahora bien, la simpatía no sólo posibilita los juicios morales desde un punto de vista
general, sino que también permite juzgar los actos particulares e individuales que representan un
bien o un mal; lo que Hume llama “virtudes naturales” (T.3.3.1.10). En estos casos el principio de
la simpatía es mucho más sólido que en la justicia porque los actos que aprobamos en todo caso
tienden a un bien que no es para un conjunto más allá de cada caso particular, sino para cada
individuo. Los grados de simpatía difieren cuanto el punto de vista es más general; sin embargo,
esto no cambia el hecho de que tenemos la tendencia a aprobar o desaprobar ciertas cosas.
Finalmente, podemos decir que el mecanismo de la simpatía, al permitir la comunicación de
emociones y dar como resultado el sentimiento moral general o particular, es la base de la vida en
sociedad, de la personalidad de cada quien, ya que ésta se forma recibiendo impresiones,
pasiones, por cuenta propia y por los demás; un hombre en solitario no podría jamás sentir
orgullo, envidia, humildad, etc., pues estas pasiones deben ser comunicables y comunicadas
necesariamente.

5. Conclusión.

Hemos visto y explicado a lo largo de la disertación el papel fundamental que juega el


mecanismo de la simpatía, en primer lugar, en la comunicación de emociones a través de las
relaciones naturales; en segundo lugar, en la identificación y asignación de una identidad
personal a mí mismo y a quienes me rodean, no como un “yo” sustancial, sino como una
personalidad cambiante e inestable, pero que de alguna forma permanece en el mismo individuo;
y en tercer lugar, en la vida en sociedad, pues al ser la manera de comunicar los sentimientos, es
lo que nos permite generalizar lo que produce placer y dolor, lo que a su vez posibilita conocer
las distintas pasiones y tener sentimientos que nos permiten juzgar moralmente los actos de los
demás. Hemos visto también que este mecanismo tiene unos grados que varían conforme la
cercanía de quienes comunican sus sentimientos hacia el individuo; sin embargo, Hume afirma
que es este mismo mecanismo el que permite saber lo que sienten personas completamente
extrañas a uno, por lo que, a pesar de las variaciones, la simpatía es lo que permite juzgar los
hechos, no desde nuestro punto de vista egoísta y particular, sino desde la generalidad, que no es
otra cosa que el bien de la humanidad como conjunto.
5. Bibliografía.

- Baier, Annette. (1991). A progress of sentiments. Reflections on Hume’s Treatise. Cambridge:


Harvard University Press.
- Baier, Annette y Waldow, Anik. (2008). A conversation between Annette Baier and Anik
Waldow about Hume’s account of Sympathy. Hume Studies, Vol. 34 (1), p. 61-87.
- Hume, David. (1981). Tratado de la naturaleza humana. Trad. Española de Félix Duque.
Barcelona: Orbis.
- Piston, Tony. (1996). Sympathy and other selves. Hume Studies, Vol. 22 (2), p. 255-272.

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