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Nosotros los profesores…

Ahora que quedan pocos días para terminar este año 2010, año del
tigre, año de esfuerzos, año difícil, de cambio de presidente y de
bandada política, terremoto en el centro de nuestro país, mineros
atrapados al interior de la tierra, mapuches en huelga de hambre,
servicio público peleando por sueldos dignos…

Me surge el deseo de querer mirar mi país, este Chile que ha


cambiado profundamente, que en busca permanente de su identidad
como discurso que ha dominado la perspectiva histórica de nuestra
memoria, ha construido una identidad, un modo de ser, una manera
de pararse en el mundo, que a mí no me gusta, que no me deja
satisfecha y que me parece que a muchos nos deja sin posibilidad
alguna de crecer.

Chile se ha transformado en un país aún más duro, aún más agreste,


aún más salvaje. Más allá del desierto inmenso que lo corona y los
trozos de tierra que batallan con el mar en su infinita tierra sureña.

Chile se ha transformado en un pequeño monstruo espigado, largo,


manifiesto. Chile es para algunos y yo tengo la sensación, siendo
chilena, que los chilenos ya no tenemos mucho que hacer por acá.

Es difícil comenzar y probablemente como todo en la vida, solo podré


hacerlo desde lo que conozco, desde lo que hago y desde lo que veo
en mi día a día. Trabajo en un colegio público para Adultos que no
han terminado su educación escolar. Trabajo en un colegio que
arrienda un número determinado de salas en un colegio diurno de la
comuna y que no tiene derecho a una sala de profesores o bien, a un
espacio donde los docentes puedan descansar, pensar sus clases,
tener reuniones, guardar sus objetos personales, sin la entrada
permanente de alumnos.

Nos sentamos ayer a conversar sobre cómo se evaluaba el año 2010


y cómo comenzar a pensar los desafíos a emprender el año 2011. Y
yo todo el tiempo me preguntaba cuál es el proyecto educativo. No
porque no lo hubiera, o no porque no fuera claro, sino porque el
proyecto educativo en el que todos estamos inmersos ya no funciona,
ya no articula posibilidades de desarrollo, ya no puede crecer.

Al igual que nuestro país, que ha tomado una senda iluminada por
años dirigidos por la Concertación y ahora ya salida del horno y
reluciente con la derecha, donde los chilenos ya no tenemos un Chile
para crecer.

¿Qué proyecto le estamos ofreciendo a los jóvenes, a los niños a las


personas que habitarán este país una vez que aquellos cansados del
poder, del dinero, de la imposición y de la voz de mando ya hayan
partido? ¿Qué le podemos decir nosotros profesores a nuestros
estudiantes que cada día aumentan más y más la tasa de deserción
escolar? ¿De qué les vamos a hablar a estos jóvenes que ya saben,
que lo han vivido, que ya conocen que todo lo que les ofrecemos, el
camino por el cual trabajamos no es más que una mentira?

Chile hoy apuesta nuevamente por la educación, una educación


elitista, una educación para algunos, una educación que no logra la
movilidad social deseada. Chile hoy apuesta por hospitales y clínicas,
para algunos, para aquellos que tienen dinero, que pueden pagar el
plan, que tienen un sueldo fijo para descontar de su planilla el monto
descomunal que solicita la Isapre.

Chile hoy apuesta, por modelos foráneos, por lenguas ajenas, por
tecnologías traídas de otros lugares, para decirnos que lo tenemos no
funciona, que el mundo ha cambiado, pero no todos podemos
cambiar, no todos tenemos derecho a cambiar, no todos podemos
seguir el ritmo vertiginoso de esta vida.

Los discursos se contraponen y es complicado ver para dónde nos


podemos mover.

Como profesores, yo solía pensar que nuestro rol era comunicarles a


los estudiantes que la educación es una herramienta liberadora,
saber y conocer es la posibilidad de poseer algo tan profundo,
inmaterial, transversal que puede cambiar tu vida. Es la diferencia
entre tener verdadero poder y no tenerlo.

Muchos tendrán poderes pasajeros, muchos emprenderán una batalla


diaria a lo largo de su vida para sentir el extraño placer de poder
poner su pie pequeño y brazo corto sobre otros. Muchos se
vanagloriaran por su experticia, sus capacidades, su conocimiento
que les permite ganar la batalla, ganar más dinero, escalar
posiciones, subir más alto… y a mí me parece tan inocente…
pretender, pretender la inmortalidad donde no ocurre nada, donde
todo es pasajero, hoy él es presidente, mañana será ella, nuevamente
otro y la vida y el sentido y el proyecto ¿dónde queda?

Yo le solía decir a mis adultos que los libros eran lo más maravilloso
del mundo, porque tienen reglas propias, porque no puedes
aprovecharte de ellos, porque su naturaleza es tan misteriosa que no
puedes creer conocerla. Yo le decía a mis alumnos, cada vez que se
enojaban porque encontraban un libro muy largo, muy aburrido,
incapaz de capturar su atención tan caprichosa que se equivocaban,
que no eran ellos los que decidían leer o no leer un libro, era el libro
el que te elegía y no quedaba otro que aceptarlo.

No era Kafka, en El Proceso, el equivocado. No era Kafka quien había


cometido un error tan profundo que generaciones de estudiantes hoy
egresados no conocen su nombre. Eran ellos, ellos simplemente los
que no podían leer a Kafka, los que no tenían lo que se necesitaba
para que esas palabras tomaban sentido.
Yo le solía decir a mis estudiantes, cuando me hablaban de que yo
tenía que ganarme su cariño, que tenía que ser amorosa, que tenía
que aprender a conocerlos, que ellos así se iban a interesar en la
clase e iban a querer aprender. Yo le decía a mis estudiantes, que
todo era al revés, que yo no tenía que ganarme nada, que yo no tenía
que hacer esfuerzo alguno, eran ellos los que tenían que ganarse el
derecho a estar en la clase, a participar, a opinar, a decir lo que
quisieran simplemente porque el lenguaje ya era su aliado y no su
enemigo, simplemente porque ellos se podían ganar el poder. Pero el
poder no se regala, el poder no se compra, el verdadero poder, surge
del sudor y la lágrima, el verdadero poder es la libertad de elegir.

Hace años una amiga querida, me escribió una carta contándome de


su trabajo en poblaciones de Santiago como trabajadora social. Había
sido un día duro, un día de aquellos en que todo parece injusto y uno
se siente tan pequeño, tan grano de arena en la playa, tan incapaz de
ganarle al mundo y obtener un poquito de justicia y ella me escribió
contándome que ahora después de este tiempo de trabajo, había
logrado comprender qué era la pobreza, qué era lo que pasaba con
aquellos que les poníamos el cartel de pobres: ser pobre era no tener
libertad, ser pobre es no poder elegir.

Y Chile hoy tiene tantos, tantos pobres, aún más de aquellos, de esos
números que hemos combatido por años.

Hoy los chilenos no podemos elegir, andamos pisando huevo,


miedosos de nuestra propia sombra, siempre temerosos de que otro
sea un poco más pillo, un poco más rápido, un poco más osado, un
poco mejor y nosotros lo perdamos todo.

La gente tiene miedo y lo ha tenido por mucho tiempo, antes por


razones claras y enemigos definidos, hoy el miedo surge de adentro,
sale del interior de nuestra alma, desde el punto más profundo, ahí
está la cuna del miedo, tenemos miedo de nosotros mismos y luego
de todo lo que nos rodea, porque sabes que pase lo que pase no
podremos elegir, no podremos ser libres, no podremos estar en
control.

Pero nosotros los profesores apostábamos por la educación, por la


maravilla de las letras, de las matemáticas, de la historia, de la
ciencia, del arte… Nosotros los profesores combatíamos ese miedo
desde el interior, desde ese poder inmaterial que los que amamos la
educación conocemos, porque sabemos que somos libres al poder
elegir, soy libre al saber que es lo que conozco, aprendo y deposito
en mi espíritu. También porque creíamos que el conocimiento y la
información, la capacidad de aprender, de hacer conexiones
cerebrales y concretas entre diversas disciplinas era le modo de
preparar a estos niños y jóvenes para entrar en este mundo cada vez
más competitivo, cada vez más agresivo, cada vez más especializado,
cada vez más innovadora, cada vez más moderno. Nosotros, los
profesores, pensábamos que la educación era la herramienta, era la
manera, era la apuesta correcta, para encontrar el modo de salir de la
pobreza, de la ignorancia, del sueldo mínimo, de la casa conseguida
luego de años de postulación al subsidio, de la comida a base de pan
y té, de las colas en los hospitales con un niño llorando en brazos, de
las calles de tierra y sin iluminación. Apostábamos por la educación
para curar todos los males, todos los males…

Y es mentira… ¿Es posible? ¿Cómo puede suceder?

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