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LAS TRES VISITAS

Olga López Molina

1
A los que tienen miedo a creer.

2
ÍNDICE

David................................................................................................... 4
Confinamiento ..................................................................................... 7
Primera visita .................................................................................... 15
Origen ............................................................................................... 18
Segunda visita ................................................................................... 35
Historia ............................................................................................. 38
Tercera visita ..................................................................................... 81
Destino .............................................................................................. 84
Crisis............................................................................................... 119
Epifanía........................................................................................... 125
Epílogo ............................................................................................ 128

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David

Me está resultando muy duro romper el bloqueo de la página en


blanco, porque es la primera vez que escribo algo que no sean informes
técnicos o correos electrónicos, pero siento un impulso irrefrenable de
poner por escrito lo que viví durante aquellos días de estricto
confinamiento de la primavera de 2020. Porque, si bien no fue algo que
sucediera en la vida real (¿o sí sucedió?), para mí fue tan real como si
realmente lo hubiera visto y oído. Y no solo eso: cambió mi vida para
siempre. Por eso quiero compartirlo, por si a alguno más le sirve lo que
yo pueda contarle de todo lo que me revelaron.

Pero antes de ponerme a explicar lo que me sucedió, creo que debo


poner en situación al hipotético lector de estas líneas, así que me
presentaré.

Me llamo David Méndez. Nací en uno de los barrios obreros de


Barcelona hace 55 años, de padres andaluces. Soy ingeniero informático
y trabajo como administrador de sistemas en un ayuntamiento del
cinturón metropolitano de Barcelona. Soy funcionario de carrera desde
hace treinta años (todavía me suena raro decirlo), pero eso no significa
que no trabaje duro cuando la situación así lo exige. De hecho no es raro
que algún día tenga que quedarme a trabajar hasta la noche o algún que
otro fin de semana. Siempre digo que mi trabajo es un poco de «bombero»,
siempre de guardia para apagar algún «incendio». Y entre fuego y fuego
hago planes para evitar que se produzcan más.

En 1989, poco después de terminar la carrera, me casé con Silvia,


mi novia de toda la vida. A los cinco años de casarnos tuvimos a Sara,
nuestra única hija. A Silvia le costó mucho quedarse embarazada, y
aunque queríamos tener más familia, sus problemas físicos nos hicieron
desistir finalmente de tener más hijos, lo que no nos impidió crear una
buena familia y ver crecer a nuestra hija sana y feliz.

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Sara hace un año que voló del nido pues encontró un trabajo en
una compañía aérea poco después de terminar su grado de Turismo y
decidió irse a vivir con su novio, con el que llevaba saliendo cuatro años.
A pesar de que no vive lejos, la verdad es que la echo un poco de menos.
Debe de ser el síndrome del «nido vacío» del que tanto se habla entre los
que estamos en lo que llaman «mediana edad».

Aunque quizá, más que nido, debería hablar de casa vacía, porque
Silvia falleció a finales de 2018 a causa de un cáncer fulminante. Desde
que se lo detectaron hasta que murió apenas pasaron tres meses. Estaba
tan extendido por todo su cuerpo que no hubo nada que hacer, aparte de
evitar que sufriera.

Cuando sucedió lo que voy a contar, a pesar de que hacía más de


un año de su muerte, todavía era incapaz de recordar aquellos días sin
sentir un nudo en la garganta. Para mí había pasado demasiado poco
tiempo como para mirar atrás sin dolor. Me parecía que nunca dejaría de
sentir este vacío en el pecho, ahí donde se supone que está el corazón.

Después de incinerar su cuerpo lo único que hice fue sumergirme


en el trabajo y encerrarme en mí mismo. Sara también estaba pasando
por su duelo particular, pero ella intentaba animarse y animarme a mí.
En eso salió a su madre, siempre optimista, siempre confiando en que las
cosas acabarían yendo a mejor.

Por desgracia, ese no es mi caso. Siempre he sido de los que tiende


a ver el vaso medio vacío.

La soledad que viene impuesta desde fuera es un infierno, y desde


que Silvia murió nuestro hogar me parecía una cáscara vacía. Todo en la
casa me recordaba a ella, todos los buenos momentos que pasamos
juntos volvían a mi memoria junto con el dolor de no tener ya la
posibilidad de crear nuevos recuerdos con la que fue mi mejor amiga.
Incluso llegué a pensar en vender el piso y mudarme a otro donde no
hubiera nada que me recordara a ella, pero los precios de los pisos en
Barcelona están por las nubes y finalmente deseché la idea. No me
apetecía nada meterme en una hipoteca o comenzar el agotador proceso
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de buscar otro piso en la atestada y cara Barcelona solo por aliviar el
duelo.

Además, me resisto a dejar un lugar en el que fui tan feliz. No sé,


me da la impresión de que estaría traicionando su recuerdo si me fuera
a otro lugar.

Sin embargo, cada vez que entraba por la puerta al terminar mi


jornada de trabajo la soledad volvía a golpearme con fuerza como una
bofetada en pleno rostro. A veces se me hacía tan insoportable que
acababa saliendo al cabo de un rato y empezaba a pasear sin rumbo pero
como si tuviera prisa por las empinadas calles de mi barrio, el Baix
Guinardó. Después de una hora volvía a casa cansado, me echaba en el
sofá e intentaba pasar el rato como podía hasta la hora de cenar.

Trabajaba mucho, comía poco y dormía menos. Así se podría


resumir mi rutina diaria aquellos días.

Y como os podéis imaginar, los fines de semana y festivos en


general eran una tortura. Normalmente me quedaba en la cama hasta
que me dolía todo el cuerpo, me levantaba a comer cualquier cosa y salía
a pasear o de visita a casa de mis padres. Aunque esto último no lo hacía
muy a menudo, pues insistían en recordarme que Silvia ya no estaba
conmigo y que debería buscarme otra mujer que me hiciera compañía.
¡Como si fuera tan fácil sustituirla! No, no es como cuando se te estropea
el microondas y te compras uno nuevo.

Sara insistía en que pidiera la baja médica pues según ella «tenía
una depresión de caballo». Y yo le respondía: «¡Lo único que me faltaba
era estar en casa todo el santo día!». Al menos cuando estaba en el trabajo
mi mente estaba ocupada en otras cosas que no fueran la ausencia de
Silvia. Ya sé que no era más que una huida hacia adelante, pero no se
me ocurría otra manera de llevar el duelo.

Aunque todo eso cambió a partir de aquellos días de primavera de


2020.

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Confinamiento

Las noticias sobre el famoso coronavirus (SARS-COV-2) llevaban


desde febrero siendo cada vez más preocupantes, pero he de reconocer
que no supe ver la gravedad de la situación hasta que no nos estalló a
todos en la cara. Al principio pensaba que los medios de comunicación
estaban haciendo demasiado ruido con una enfermedad que para la gran
mayoría de los infectados era poco más de una gripe. Incluso pensaba
que se muere más gente al año de gripe que la que estaba muriendo de
la enfermedad que provocaba este virus recién llegado, una enfermedad
que llamaron con el prosaico nombre de COVID-19.

A principios de marzo, el popularmente conocido como


«coronavirus» ya estaba empezando a preocuparnos en serio. A pesar de
mi habitual indiferencia hacia todo lo que suele alarmar a la gente, sí que
empecé a ser más consciente de lo que tocaba con las manos. Solía bajar
con un compañero informático a desayunar a un bar cercano, y el verlo
lleno de gente a esas horas me causaba un poco de aprensión. Pero
seguimos más o menos con nuestra vida normal, aunque veía entre los
compañeros de trabajo y entre mi familia que ellos también estaban
empezando a preocuparse.

Y entonces llegó el comunicado del gobierno central del 14 de marzo


en el que se declaraba el confinamiento de la población para evitar que
la pandemia colapsara los hospitales de todo el país, y el estado de alarma
para garantizar que se cumplía con las medidas estrictas que afectaban
a la movilidad de la gente.

A partir de ahí, mi vida (como la de mucha otra gente) cambió su


rutina de un modo que meses antes ni siquiera hubiéramos podido
imaginar. En cuestión de unos pocos días tuve que organizar no solo mi

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trabajo desde casa, sino también el de todo el personal del ayuntamiento
para el que trabajaba. Durante las dos primeras semanas solo fui dos
días al trabajo, y la verdad es que impresionaba ver las calles desiertas
sin apenas tráfico. Desde lo de Silvia nunca me apetecía regresar a casa,
pero con todo aquello del confinamiento empecé a sentir mi casa como
un refugio del que estar a salvo del «bicho», como la gente lo llamaba.
Solo salía para comprar comida y poco más. Mi vida social se reducía a
llamadas o videollamadas con mi familia y algunos (muy pocos) amigos.

A primeros de abril, en los días que se preveía que habría un «pico»


en el número de infectados, el gobierno decretó medidas de confinamiento
aún más restrictivas: solo podían salir las personas que trabajaban en
servicios considerados esenciales: limpieza, distribución de alimentos,
seguridad ciudadana, suministros básicos, hospitales y similares. Aquel
año justo coincidió con la Semana Santa (del 6 al 12 de abril), lo cual hizo
que aquellos días fueran todavía más extraños si cabe: sin vacaciones,
sin celebraciones, sin actividad social de ningún tipo… Incluso a mí, que
hacía meses que no tenía el cuerpo para fiestas, me parecía raro.

El mundo ahí fuera se había detenido, pero yo hacía más de un año


que seguía atascado en el mío, culpando al universo del golpe emocional
que había sufrido.

En el fondo sentía una satisfacción algo siniestra por tener que


estar recluido en casa. Si antes tenía que inventarme excusas para no
quedar con nadie o tenía que cumplir a regañadientes con las
convenciones sociales, ahora tenía la excusa perfecta para hacer lo que
quisiera, cuando y como quisiera.

El jueves 9 de abril (Jueves Santo) me desperté temprano por la


costumbre de madrugar. Lucía un sol espléndido y podía olerse la
primavera, pero apenas podía disfrutarlo por los negros nubarrones de
dolor que se cernían sobre mi cabeza. Después de una ducha rápida y de
desayunar me pasé toda la mañana trabajando con el ordenador.

Aunque muchas veces comer es lo que menos me apetece, y menos


cuando estoy solo, intento comer lo más sano posible porque ya no soy
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un chaval y quiero mantener el colesterol y la diabetes lejos de mí. Sin
embargo aquel día, a pesar de mis buenas intenciones, tomé una lata de
fabada que vi en la despensa y di buena cuenta de ella con una cerveza
fría.

No sé si fue la fabada o la cerveza, que tenía unos grados más de


lo que estoy acostumbrado, pero la comida me hizo sentirme
especialmente pesado y somnoliento. Poco después de comer, ya sentado
en el sofá mientras mantenía la vista fija en la pantalla de la televisión
sin prestar mucha atención al canal que estaba puesto, sentí un sopor
tan grande que me acosté en el sofá con la intención de echar una siesta.
Y lo curioso es que, a pesar de que hacía meses que me costaba mucho
dormir, entré en un sueño profundo casi antes de recostar la cabeza en
el sofá.

Aunque no estoy seguro de que fuera un sueño normal, porque


recuerdo todos y cada uno de los detalles. De hecho, incluso tuve la
sensación de despertarme justo apenas unos segundos después de caer
dormido. Abrí los ojos y la televisión seguía emitiendo el mismo programa
que estaba viendo, los rayos de sol entraban hasta el fondo del comedor
y todo estaba como lo había dejado.

Pero no podía ser real, porque Silvia estaba de pie junto a mí.

No era la primera vez que soñaba con Silvia desde que murió, pero
en esta ocasión era distinto. En los sueños anteriores apenas recordaba
vagos detalles, muchas veces absurdos, y desde luego había olvidado
completamente cualquier cosa que ella hubiera podido decirme. Lo único
que me dejaban todos esos sueños era esa sensación amarga de despertar
y darme cuenta de que ella no estaba allí. De que nunca más estaría allí.

Y ahí la tenía, de pie frente a mí, junto al sofá donde me había


acostado presa del sopor y en el que tantas horas habíamos pasado
juntos.

Bien mirado, ahora que estoy explicando los detalles de mi


experiencia, podría decir que era ella pero a la vez no lo era. Quiero decir,

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aquella Silvia se parecía más a la que conocí hacía más de treinta años
que a la que murió consumida por el cáncer. Era una Silvia joven de
aspecto saludable. Su rostro irradiaba la lozanía de la juventud, esa que
se va perdiendo con el paso de los años a medida que el proceso de
envejecimiento avanza inexorable en todas las células de nuestro cuerpo.

Pero no solo era eso. Había algo en su actitud y la expresión de su


rostro que jamás había visto en «mi» Silvia. Irradiaba serenidad y
confianza. Se la veía feliz, como si se hubiera librado de un gran peso.
¡Hasta se la veía más guapa! No me malinterpretéis: yo siempre la había
visto guapa, pero era como si su belleza interior (que siempre había
tenido) se reflejara en el exterior y le añadiera más armonía a sus rasgos
faciales.

—Hola, David —dijo ella con una sonrisa divertida—. ¡Cuánto


tiempo sin verte!

Yo me restregué los ojos (con una sensación muy real de apretar


los dedos contra los párpados) y la miré sin dar crédito a lo que tenía
frente a mí.

—¿De verdad estás aquí? —fue lo único que se me ocurrió


preguntar.

Silvia siguió sonriendo y tardó unos segundos en responder.

—No, en realidad estoy a años-luz de distancia. Pero ya sabes, en


los sueños todo es posible.

—Entonces… no eres tú —afirmé más que pregunté, decepcionado


porque, una vez más, aquella no era la Silvia real.

Ella soltó una risa que me hizo recordar a la que fue con veinte
años menos.

—No, no soy ella —admitió finalmente—. La Silvia que tú conociste


está muy lejos. Además, ella no puede regresar aquí.

—¿Por qué? —pregunté automáticamente.

—Porque no está permitido que los que han pasado al otro lado se

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comuniquen con los que siguen en este mundo —respondió ella al
momento.

Podría haber creído lo que me estaba diciendo, pero la rabia y el


dolor que sentía me impulsaron a usar el sarcasmo, ese mecanismo de
defensa que utilizaba tantas veces para ponerme la armadura en el
corazón.

—Ya, debí suponerlo. Entonces eres una alucinación, como las que
he tenido otras veces. ¿Cómo ibas a ser real? Estás muerta. Muerta e
incinerada.

—No es verdad —dijo ella sin dejar de sonreír mientras meneaba la


cabeza, pensando seguramente en que yo iba a ser un hueso duro de
roer—. Silvia está bien, está en un lugar al que tú también podrás ir… si
quieres.

—¿Si quiero? —repetí con incredulidad— ¿Y por qué no iba a


querer?

—Porque no crees —se limitó a responder «la otra» Silvia.

—¿A qué te refieres? ¿A Dios? ¿Al más allá?

Ella asintió con la cabeza.

—Crees que has perdido a Silvia para siempre y no es verdad. Y lo


que es todavía peor: llevas mucho tiempo renunciando a creer en lo que
está más allá de lo puramente material, y eso te está poniendo en peligro.

—¿En peligro de qué?

La otra Silvia tardó unos segundos antes de responder mientras


me miraba fijamente a los ojos:

—En peligro de muerte.

—¡Ja! ¡Vaya novedad! Si has venido a verme para decirme esto,


podrías haberte ahorrado la visita. Ya sé que voy a morir. La muerte nos
llega a todos, ¿sabes?

—Aquí en la carne sí, pero no es esa muerte a la que me refiero sino

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a otra mucho peor: la muerte definitiva, que significa dejar de existir para
siempre —y Silvia recalcó las dos últimas palabras.

—Para mí no hay diferencia.

—Pues la hay, te lo aseguro.

—¿Y por qué debería creerte? No eres más que una alucinación. ¡Ni
siquiera eres la Silvia real, aunque tengas su cara!

—Porque allá arriba creen que mereces la oportunidad de saber.


Porque en el fondo, lo que tienes es miedo a creer.

Suspiré profundamente. Incluso ahora recuerdo vívidamente la


sensación de haber llenado los pulmones de aire.

—¿A qué viene todo esto? ¿Qué quieres de mí? —pregunté


finalmente.

—Este fin de semana vas a recibir tres visitas que te explicarán


todo lo que necesitas saber para tomar tu decisión final.

—¿Mi decisión final? —repetí, asombrado— ¿De qué decisión estás


hablando?

—De la decisión de conocer a Dios o bien seguir como hasta ahora


y llegar a la muerte espiritual.

—¿Y esto qué es, un ultimátum? —estallé— Mira, me parece que


todo esto es demasiado. ¿Sabes a qué me recuerda todo esto? Al dichoso
Cuento de Navidad de Dickens y sus fantasmas del pasado, del presente
y del futuro. Solo que no estamos en Navidad sino en abril, y tampoco
soy el avaro señor Scrooge. Hasta me parece que todo este montaje es
una burla cruel, porque esa historia era la favorita de Silvia. Todas las
navidades se empeñaba en ver una versión de las muchas que tiene esa
historia.

La otra Silvia asistió a mi diatriba en silencio. Su rostro seguía


reflejando bondad serena pero a medida que yo hablaba también percibí
tristeza en su mirada. Lo peor de todo es que yo, en mi ofuscamiento, no
podía evitar sentir cierta satisfacción al ver el efecto que le estaban

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haciendo mis palabras.

—David, allá arriba no hay ultimátums ni se obliga a nadie a hacer


nada en contra de su voluntad —respondió ella finalmente—. Estás
enfadado con Dios y es comprensible, pero debes entender que estás
dirigiendo tu ira en la dirección equivocada. Solo queremos darte la
oportunidad de cambiar el rumbo de tu vida, y no lo haríamos si no
viéramos que todavía no has llegado a la bancarrota espiritual, que hay
potencial en ti para creer.

En ese momento estaba tan enfadado que ni siquiera la miré a los


ojos cuando repliqué a sus palabras.

—Yo sí creí alguna vez, ¿sabes?

—Lo sé —asintió ella moviendo la cabeza. Pero yo continué como si


no la hubiera escuchado.

—Cuando esa a la que estás suplantando se puso tan enferma le


recé a tu Dios de todas las maneras que supe para que la curara, para
que no muriera, para que no nos dejara solos a su hija y a mí, pero no
sirvió de nada. Dios fue sordo a mis plegarias, así que debo suponer que
no hay nadie al otro lado de la línea.

Silvia asintió mirando hacia el suelo, como si estuviera


considerando las palabras con las que contestar. Finalmente se encogió
de hombros y declaró:

—Podría responder a eso, pero prefiero que sean ellos quienes lo


hagan.

—¿Ellos?

—Las visitas. Yo simplemente he venido aquí a anunciarte su


llegada.

Seguí con mi silencio enfurruñado, la vista fija en el suelo.


Entonces ella se agachó y, con su rostro frente al mío, me miró fijamente
con semblante serio e insistió:

—Los escucharás con la mente abierta, ¿verdad?

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Yo levanté la vista y la miré sin responder durante unos segundos.
Entonces ella se levantó, sonrió levemente y anunció:

—Antes de que termine el día recibirás la primera visita. Por mi


parte, mi trabajo ya está hecho. Adiós, David.

Y entonces se desvaneció en el aire, como si nunca hubiera estado


allí. Pero antes de despertar, todavía pude oír su voz en mi interior,
aunque fue solo una palabra.

«Confía».

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Primera visita

No sé por qué, pero desperté sobresaltado y con el corazón


desbocado. Aparentemente estaba todo igual que cuando caí en ese
extraño sopor. La televisión seguía encendida y el sol de la tarde entraba
hasta el fondo del comedor. Miré mi reloj y marcaba las cuatro y media.
No recordaba muy bien la hora que era antes de tumbarme en el sofá,
pero juraría que no habían pasado más de cinco minutos.

Durante un buen rato estuve sentado intentando inspirar y espirar


profundamente para regresar al ritmo cardiaco normal, mientras le daba
vueltas en la cabeza a la experiencia que acababa de tener. Recordaba
todos los detalles como si los hubiera vivido realmente: los rasgos de la
«falsa Silvia», sus palabras, las mías… Todavía hoy las recuerdo con todo
detalle.

Como pasaba el tiempo y seguía estando confuso, apagué el


televisor y empecé a pensar en los posibles motivos de esta experiencia.

Era cierto que últimamente no había comido ni dormido demasiado


bien (el cambio de rutina por el confinamiento no ayudaba precisamente),
pero dudaba mucho que aquello pudiera ser una alucinación. ¡Había sido
demasiado real!

Tenía un montón de pensamientos desordenados bullendo en la


mente. ¿Qué había pasado? No era raro que tuviera sueños absurdos,
pero aquel parecía demasiado real y extrañamente coherente.

No hacía más que dar vueltas a las palabras de aquella Silvia, tan
real en su aspecto y tan irreal en lo que decía.

Increíblemente me pasé el resto de la tarde así, sentado en silencio


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en el sofá, con la mente yendo de un pensamiento a otro sin orden ni
concierto. Cuando quise darme cuenta, el sol ya se había ocultado detrás
de los edificios que tenía enfrente y mi estómago empezaba a protestar
pidiendo comida.

Me levanté arrastrando las piernas hasta la cocina (habían sido


muchas horas sin apenas usarlas). Como no tenía muchas ganas de
cocinar, me preparé un salmorejo de bote y le eché pan tostado y taquitos
de jamón.

Mientras masticaba lentamente la comida, pensaba en lo que había


querido decir la otra Silvia cuando me dijo que estaba en peligro de
muerte. Francamente, eso fue lo que más preocupado me dejó. La
expresión de su cara no era de broma, eso estaba claro.

¿A qué se refería? ¿Iba a tener algún accidente de tráfico, un ataque


al corazón, alguna enfermedad incurable? ¿Qué me iba a pasar? Total, la
muerte nos espera a todos tarde o temprano. Puede ser más o menos
repentina, más o menos inesperada, más o menos dolorosa, pero que nos
morimos es la única certeza que todos los seres humanos tenemos. Por
como lo dijo parecía referirse a un tipo distinto de muerte, pero en esos
momentos no tenía ni idea de lo que quería decir.

Cuando terminé con esa cena frugal (por llamarla de alguna forma)
volví al sofá sin saber muy bien qué hacer a continuación. Normalmente
navegaba un poco por las redes sociales y por Internet antes de irme a
dormir, aunque últimamente lo hacía cada vez menos pues me aburría
cada vez más. Y eso que llegué a pasar muchas horas muertas durante
muchos días para distraer mi atención de la pérdida de Silvia. Ahora ya
estaba saturado, y más aún con el monotema del coronavirus.

Pero esa noche, no sé por qué, no acudí a ninguna de las


distracciones inútiles de las que solía echar mano entonces y seguí
sentado en el sofá, pensando en muchas cosas y en ninguna en
particular. Me asomé durante un momento al pequeño balcón del piso al
que se accedía desde al comedor. Ahí fuera la ciudad seguía
extrañamente tranquila, como lo había estado durante más de tres
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semanas. Curiosamente lo que más se oía eran los pájaros, que ya no
tenían que competir con el ruido del tráfico y de las personas para
hacerse oír.

Como me había despertado pronto aquella mañana, el sueño me


atacó a una hora relativamente temprana de la noche. Al principio intenté
resistirme a irme a la cama, porque recordaba muy bien cuáles habían
sido las palabras de la otra Silvia («antes de que termine el día recibirás
la primera visita»), pero luego pensé que si ese aviso se iba a hacer
realidad daba igual que yo estuviera dormido o despierto. Y la verdad es
que me encontraba cansado y tenía ganas de acostarme.

Cuando me dirigí al dormitorio y encendí la luz, me llevé tal susto


que sentí como si el corazón estuviera a punto de salirme por la boca.

Había alguien en mi habitación, recostado en mi cama y


mirándome con una sonrisa divertida en el rostro.

Un rostro que conocía muy bien, pues aquella persona era mi viva
imagen con veinte años.

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Origen

Cuando me recobré del susto inicial tras los que parecieron unos
segundos interminables, aquel otro David ensanchó su sonrisa y me dijo:

—Hola, David. Estabas avisado de mi llegada, ¿verdad?

—¿Tú eres la primera visita? —pregunté yo tontamente. ¿Quién iba


a ser, si no? Nadie había llamado a la puerta, todas las ventanas estaban
cerradas y no me había movido de casa en todo el día. Además de que era
imposible que hubiera por ahí alguien idéntico a mí pero tres décadas
más joven.

El joven David asintió con la cabeza y siguió recostado y


sonriéndome. Era inquietante ver aquella versión más joven de mí mismo,
mucho más que la visión de la otra Silvia. Me costaba mucho
reconocerme en él pues, aunque físicamente sí que era igual que yo con
treinta y cinco años menos, había algo en su expresión que no me
pertenecía.

—Si es cierto que existe el «allá arriba», tenéis una manera muy
retorcida de presentaros —comenté con sarcasmo.

El joven rio abiertamente, se levantó de un salto y se puso frente a


mí.

—¿Por qué lo dices? ¿Por esto? —y se señaló a sí mismo— No nos


lo tengas muy en cuenta, somos traviesos y además queríamos utilizar
una imagen que te hiciera reaccionar.

Solté un gruñido y durante un rato estuvimos mirándonos el uno


al otro sin decir nada. Él sonreía, yo mantenía el ceño fruncido y los ojos

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entornados, a la expectativa.

—Como veo que no tienes ninguna pregunta que hacerme,


empezaré yo —dijo él rompiendo el pesado silencio que se había formado
entre los dos—. Me llamo Origen, y voy a hablarte del principio de todo.

—¿Del principio de todo? —repetí yo enarcando una ceja— ¿Y por


qué me vas a hablar sobre eso? ¿Qué tiene que ver conmigo y con lo que
me ha pasado?

—Tiene todo que ver. No puedes comprender tu situación actual si


no sabes qué haces aquí y por qué estás donde estás ahora.

No debió de verme muy convencido, porque insistió:

—La mejor manera de abordar cualquier cuestión sobre la realidad,


ya sea humana o divina, es considerando sus tres fases: origen, historia
y destino. Esta es la base que te permitirá apreciar el estado en que te
encuentras de la manera más sabia posible.

Yo me encogí de hombros, pero tampoco le repliqué.

—Quieres aparentar que no te interesa lo que digo, pero sé que en


algún rincón de tu mente sientes curiosidad. Y no voy a preguntarte si
me equivoco, porque lo sé.

—¿Me lees el pensamiento o algo así? —pregunté yo, más incómodo


que sorprendido ante esa posibilidad.

—Mucho más que eso —respondió él, después de volverse a sentar


en la cama con las piernas cruzadas—. Tengo línea directa con tu mente
gracias a un socio que tienes alojado en ella.

—¿Cómo dices? ¿Tengo un parásito en la cabeza? —exclamé


irónicamente.

Origen se echó a reír a carcajadas.

—¡Me gusta tu sentido del humor! —exclamó, divertido— No, no es


un parásito, porque no se alimenta de ti sin dar nada a cambio. De hecho,
es justo lo contrario: extrae lo mejor de ti para construir un material
eterno.
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Como percibió mi extrañeza, dijo:

—No estás entendiendo nada, ¿verdad? No te preocupes, a eso


llegaremos a su debido tiempo. De momento deja que te explique lo que
he venido a decirte, ¿de acuerdo? ¡No tenemos toda la noche!

Y le debió de hacer gracia esta última observación, pues estuvo


riéndose él solo de su ocurrencia durante unos segundos. Yo mientras
tanto me senté en la cama junto a él, pues notaba que las piernas estaban
empezando a dolerme de estar quieto sin moverme. Él debió darse cuenta
de mi incomodidad porque se levantó de repente y sugirió:

—Quizá sea mejor que vayamos al sofá del comedor, estaremos más
cómodos.

Así que regresé al salón, con Origen siguiendo mis pasos. Su


presencia era tan real que podía sentirla a mis espaldas mientras
caminaba. Para entonces había decidido dejarme llevar por aquel sueño
tan extraño o lo que fuera, de modo que me senté cómodamente e invité
con un gesto a mi interlocutor para que comenzara.

El joven volvió a sentarse en el sofá con las piernas cruzadas (sin


llegar a la postura del loto) y comenzó su explicación sin más preámbulos.

—Dios es el origen de todo lo que existe: la creación material, los


seres que la habitan…

—¿Te refieres a ese Dios en el que no creo? —le interrumpí yo, más
por ánimo de fastidiar su discurso que por otra cosa.

Él no pareció enfadarse por la interrupción y se me quedó mirando


con una expresión divertida en el rostro.

—Bueno, eso depende. ¿A qué Dios te refieres?

Su respuesta me dejó un poco descolocado, pero respondí:

—A cuál va a ser… al Dios «verdadero», el de la Iglesia. El que


manda desgracias a gente buena y no mueve un dedo para evitar que los
malos salgan impunes de sus fechorías. El que tiene una legión de
intermediarios que aprovechan su poder como representantes de Dios

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para controlar a los fieles y cometer actos horribles en su nombre
mientras piden a sus fieles obediencia y resignación. El que permite que
haya guerras, hambre, enfermedades terribles… ¿Sigo?

—Sé a lo que te refieres —dijo Origen levantando las manos en


actitud conciliadora—. Y no puedo estar más de acuerdo contigo. Yo
tampoco creo en ese Dios.

—¿Disculpa? —exclamé yo, estupefacto.

—Ese Dios no existe —insistió él, recalcando las dos últimas


palabras.

—¿Entonces se ha acabado la conversación? Vaya, ha sido más


breve de lo que esperaba.

—No hemos hecho más que empezar. ¡No te vas a librar de mí tan
fácilmente! —sonrió Origen— Verás: el Dios del que vengo a hablarte, el
que existe y es la Fuente de todo y de todos, no tiene nada que ver con el
que me acabas de describir. Ese es el Dios de las religiones humanas y
como tal es una proyección de vuestros errores de percepción y de
vuestras miras estrechas. Los humanos habéis dado a Dios muchas
características vuestras, como cuando habláis por ejemplo de «la ira de
Dios». Me da escalofríos solo imaginarlo. ¡Dios es incapaz de sentir tal
cosa!

He de admitir que me resultaba extraño ver una versión joven de


mí hablando de Dios con esa vehemencia (yo jamás había hecho nada
parecido), así que permanecí en silencio, lo que Origen aprovechó para
seguir explicándose:

—Dices que el Dios en el que no crees manda desgracias a gente


buena, y no es así. Las desgracias que afligen a la gente buena no las
envía Dios, sino que forman parte del hecho de vivir en un mundo como
este, donde las desgracias y los accidentes simplemente ocurren porque
forman parte de la vida. Nadie está libre de desgracias, enfermedades y
accidentes, sin importar las precauciones que tomen ni lo virtuosos que
sean.

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—Luego si nadie está libre, eso quiere decir que las desgracias nos
pueden llegar porque sí, y Dios no moverá un dedo para impedirlas.

—Si Dios os evitara las desgracias, dejaríais automáticamente de


ser libres.

—¿Y eso? Explícamelo.

Origen suspiró.

—Podría darte la respuesta corta, pero prefiero la respuesta larga.


Y esta pasa por hablarte del origen de todo. Solo así confío en que
comprendas lo que acabo de decirte.

—De acuerdo, dame la respuesta larga. Intentaré no interrumpirte.

—¡Te lo agradezco! Pues bien: te he dicho que Dios es el origen de


todo y de todos. Dios es la Primera Causa, Fuente y Centro: no fue creado
por nada ni por nadie, pero él sí tiene la prerrogativa de crear y tiene un
plan para sus criaturas, que puede resumirse en este mandato: «Sed
perfectos como yo soy perfecto».

—¿Y a qué te refieres exactamente con ser perfecto?

—A que llegues a ser la mejor versión de ti, a que consigas hacer


realidad todo tu potencial.

No pude evitar enarcar las cejas al escuchar el mandato.


«¿Perfectos como Dios?», pensé, «¡Ni en un millón de años!».

Estaba claro que Origen podía leer mi pensamiento, pues sonrió e


hizo este comentario:

—Tienes razón, tardarás más de un millón de años en ser perfecto.


Pero no te preocupes, tienes toda la eternidad por delante.

Yo sonreí a mi vez y animé con un gesto a Origen para que


continuara con su explicación.

—Para ayudar a los mortales como tú a cumplir ese mandato, entre


otras cosas, Dios creó (o más bien planeó) mundos como este, entornos
donde los seres humanos de carne y hueso tienen la posibilidad de

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perfeccionarse, lugares donde la posibilidad del mal está siempre
presente y donde la imperfección es real.

—¿Y por qué no nos creó perfectos desde el principio? ¡Nos


habríamos evitado muchos problemas! —exclamé, sin acabar de
comprender a dónde quería ir a parar mi joven yo.

—Si Dios hubiera querido crearos perfectos «de fábrica», puedes


estar seguro de que lo seríais desde hace mucho tiempo. De hecho «creó»
en la eternidad a seres perfectos en otra parte del universo, pero Él pensó
en algo distinto para vosotros. Es cierto que siendo perfectos de origen os
hubierais ahorrado muchos problemas, pero también os habríais visto
privados de muchas cosas.

—¿Como qué?

—De experimentar la imperfección, de aprender lo que es correcto


por ensayo y error.

—Pues yo hubiera preferido nacer perfecto. ¡Me habría ahorrado


mucho sufrimiento! El que siento ahora, sin ir más lejos.

—Pero si hubieras nacido perfecto no podrías experimentar la


satisfacción que se tiene una vez se superan las dificultades, una vez que
se aprenden lecciones nuevas. Es un poco como si un alpinista prefiriera
ser teletransportado directamente a la cima de una alta montaña antes
que realizar la escalada por él mismo. Los retos estimulan a los seres
humanos, David. La comodidad y el conformismo, no.

Después de unos segundos de silencio, que interpreté me había


concedido mi interlocutor para que fuera asimilando lo que me había
dicho, le espeté:

—Pero todavía no has respondido a mi pregunta. ¿Qué tiene que


ver el mal en el mundo con nuestra libertad?

—Tienes razón, ahora mismo te lo explico —admitió, con una


sonrisa sincera. Si pensaba que yo era duro de roer, desde luego no lo
transmitía con su lenguaje corporal—. El libre albedrío que tenéis los

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mortales implica que tenéis margen de maniobra para actuar, dentro de
los límites de vuestra condición humana. La libertad que tenéis como
seres humanos os da la posibilidad de aprender, y aprender es un proceso
de ensayo y error que puede implicar tanto acertar como equivocarse,
seguir el camino correcto o el equivocado. Si tenéis que aprender algo, no
hay otra alternativa que ser libres para decidir si queréis aprenderlo o no
y la manera en que queréis aprenderlo. Dios, nuestro Padre, no quiere
interferir en ese proceso. ¿Cómo va a crear a seres libres y luego va a
interferir en sus vidas? Sería romper sus propias reglas.

—Ese Dios del que hablas parece habernos creado para divertirse
viéndonos tropezar y andar a ciegas —le espeté —. ¡Y a mí no me hace
ninguna gracia!

Origen meneó la cabeza sin dejar de mirarme, y pude ver tristeza


en sus ojos.

—¿En serio lo crees? No, es tu dolor, y no tú, el que dice esas cosas.
¿Cómo puedes decir que Dios, que tu Padre se divierte con tus
desgracias? Dios es Amor, es inconcebible que haga tal cosa. El que ama
solo desea lo mejor para el amado.

Mi joven yo siguió mirándome con expresión dolorida durante unos


segundos, pero seguí en mis trece.

—No creo en que exista un Dios benévolo. No hay nada en el


universo que me muestre que se ha creado con amor y justicia. Ni lo veo
allá arriba —dije, señalando al techo— y mucho menos aquí abajo.

—¿En serio no lo ves? —preguntó Origen— ¿Ni siquiera arriba en


el cielo? ¿La procesión ordenada de los planetas, las estrellas y las
galaxias te parecen fruto de la casualidad?

—¿Y no hay choques de asteroides? ¿No hay estrellas que mueren


en una explosión gigantesca? Ahí fuera hay muerte y destrucción.

—Pero también nacimiento y creación. De los restos de las estrellas


moribundas acaban surgiendo nuevas estrellas. El fin de una cosa es la
semilla para que comience otra. Pero volvamos al Origen, que al fin y al

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cabo es lo que he venido a contarte. Dime, David, ¿en qué realidad puede
surgir orden del caos sin intervención de alguien? ¿No iría eso contra la
entropía?

—Pero la teoría del big bang… —empecé yo, y entonces fue mi yo


de veinte años quien me interrumpió.

—La teoría del big bang es eso, una teoría, no es un dogma


indiscutible y algún día vuestros científicos la cuestionarán y la
mejorarán. Si piensas que una explosión de proporciones cósmicas
combinada con unas cuantas leyes de la Física puede dar lugar a todo lo
que ves… en fin, habría muchas cosas que necesitarían mucho más que
eso para poder ser explicadas.

—La ciencia puede dar cuenta de todo eso —insistí yo.

—La ciencia puede explicar todo lo que entre dentro de su ámbito.


Más allá de ahí, tiene que ceder el paso a lo que se ocupa de esas
cuestiones que quedan fuera de su alcance. No puede explicar la Causa
Primera, que desde luego no fue el big bang. Puede explicar las causas
secundarias, las que vinieron después en el tiempo, pero llega un
momento en la secuencia de causas y efectos en la que no puede decir
absolutamente nada pues la Causa Primera escapa de su ámbito.

—¿La Causa Primera?

—Uno de los múltiples nombres de Dios —aclaró Origen—. Al


menos estarás de acuerdo conmigo en que hubo una Causa Primera, si
retrocedemos en el tiempo por la cadena de acontecimientos. La Causa
Primera es un típico postulado filosófico.

—La filosofía nunca ha sido mi fuerte —admití hoscamente—. Lo


mío eran las ciencias.

—La ciencia también trabaja con axiomas, con hipótesis de partida


o como las quieras llamar —replicó Origen—. Las matemáticas no
podrían existir si no fuera por los axiomas, esos principios
indemostrables pero evidentes por sí mismos. Tenemos por ejemplo el
principio de identidad: toda cosa es igual a sí misma. Parece una tontería,

25
¿verdad? Pues sin ese postulado no se podría avanzar con los
razonamientos lógicos. Junto con otros principios igualmente
indemostrables y evidentes por sí mismos, es un principio básico del
pensamiento.

Me quedé unos segundos en silencio, reflexionando sobre lo que


me estaba diciendo y (debo admitirlo), buscando un argumento con que
replicar el suyo. Hasta que creí encontrarlo y respondí:

—De todas maneras, que exista una Causa Primera no implica que
esa Causa Primera sea Dios.

—Tienes razón —admitió Origen mientras sacudía la cabeza


afirmativamente—. Pero no tengo argumentos para convencerte de eso.

—¡Vaya! —exclamé yo con una sonrisa de triunfo, pensando que


había ganado la batalla dialéctica — ¿Entonces admites que no puedes
convencerme de que Dios existe?

—Por supuesto que no puedo, y tampoco he venido a eso —


respondió Origen con serenidad—. No hay demostración lógica ni
científica sobre la existencia de Dios.

—¿Entonces?

—Para dar el salto de la Causa Primera a Dios se necesita fe —dijo


Origen mirándome fijamente.

Debo reconocer que eso me descolocó un poco.

—Luego no se puede demostrar la existencia de Dios —concluí,


repitiendo la afirmación de Origen.

—Por supuesto que no —respondió Origen con una sonrisa—. Para


el que no cree, ninguna demostración externa le hará cambiar de opinión
porque siempre encontrará algún argumento que refuerce su postura.
Como dijo Blaise Pascal: «En la fe hay suficiente luz para aquellos que
quieren creer y suficientes sombras para cegar a los que no». Eres tú el
que mediante la luz de la fe crees. Mejor dicho, confías en que exista Dios
y vives tu vida de manera coherente con esa confianza.

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—Pues mal lo tienes, porque creo que la fe me abandonó hace
tiempo, si es que alguna vez la tuve —insistí yo.

Mi joven yo se quedó un rato mirándome, como si intentara


escudriñar en mi interior. Curiosamente, no me sentí incómodo.

—¿Eso crees? Creo que todavía anda por ahí dentro un débil rayo
de fe —dijo finalmente, señalándome a la altura del corazón—. Por eso
estoy aquí, para que la hagas crecer y brillar en tu interior.

Ahora fui yo el que me quedé observándolo mientras me rascaba la


barbilla, pensativo.

—¿Y qué piensas hacer para que recobre mi fe?

—Me conformo con que escuches lo que hemos venido a explicarte.

—¿Hemos?

—Te recuerdo que ibas a recibir tres visitas, aún te quedan otras
dos más. Cada uno de nosotros hemos venido a explicarte algo, y tan solo
te pedimos que nos escuches. Total, no tienes nada mejor que hacer, ¿no?
—dijo Origen con una sonrisa.

—Bueno, quizá me iría bien descansar un poco —objeté yo.

—Estás descansando —replicó mi joven yo con una expresión


divertida en su rostro—. ¿O crees que esto está pasando realmente?

—La verdad es que parece muy real —admití y miré a mi alrededor


para comprobar que todo estuviera en su sitio, como durante la vigilia.
Sorprendentemente, lo estaba.

Origen debió suponer que yo me encontraba ya en un estado más


receptivo y reanudó sus explicaciones.

—Hemos empezado por Dios, y es cierto que Él es el origen de todo


lo que existe. Sin Él nada podría existir por sí solo, es el que todo lo
sustenta. Pero quedarnos solo en la palabra Dios quizá sea simplificar
demasiado, porque no está solo y nunca lo estuvo. Déjame que te hable
de los «compañeros» del Padre.

27
»Llegados a este punto, tengo que hacer una pequeña “trampa”. Me
explico: tengo que hablar de ciertos acontecimientos como si hubieran
sido secuenciales, pero en realidad ocurrieron en la eternidad. Espero me
disculpes, pero de otra forma entenderías aún menos lo que te quiero
explicar.

»Digamos que, antes de que todo fuera creado, Dios lo ocupaba todo
sin ninguna clase de diferenciación. Dios era lo personal y lo no personal;
todo estaba en él y no había nada más que él.

»Pues bien, hubo un momento (vamos a llamarlo el momento cero)


en el que ese Dios primigenio (que llamaremos YO SOY) se diferenció para
liberarse de las cadenas de la infinitud. Hubo un acto de voluntad por el
que el YO SOY quiso que hubiera variedad en el universo, por decirlo de
algún modo. Y lo “primero” que hizo fue que aparecieran otros dos iguales
a Él: el Hijo Eterno y el Espíritu Infinito. Lo que en la Iglesia cristiana
llaman Trinidad, aunque exista algo de confusión respecto a sus
componentes. Pero eso ahora no importa; lo que quiero que sepas de
momento es que hay tres Dioses absolutos e infinitos que tienen su papel
en la organización del universo.»

Origen hizo una breve pausa antes de continuar, supongo que para
darme ocasión a hacer alguna pregunta, pero yo permanecí en silencio.
Hasta ese momento estaba escuchando con atención, aunque tenía la
impresión de que iba a perderme a no mucho tardar.

—En la eternidad siempre hubo un Padre Universal, un Hijo Eterno


y un Espíritu Infinito, que están unidos como lo están pensamiento,
palabra y acción. El Hijo (el Verbo) surgió del Padre (sin Hijo no tendría
sentido llamarlo Padre, ¿verdad?) y el Espíritu (el Dios de Acción) de ellos
dos. Junto con el Espíritu surgió a la existencia eterna el llamado
universo perfecto o Havona, donde habitan seres perfectos que sirven de
modelo para toda la creación.

Por supuesto, lo de los Dioses de la Trinidad me sonaba familiar,


pero lo del universo perfecto era nuevo para mí.

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—Y si ya tenían un universo perfecto, ¿por qué nosotros somos
imperfectos? —insistí— ¡Dios se podría haber quedado ahí perfectamente
y se habría ahorrado el caos y la destrucción!

—Tú sigues con lo tuyo, ¿no? —respondió Origen con una media
sonrisa— Ya te lo he dicho, vosotros formáis parte de otra clase de
creación, la que aprende a ser perfecta mediante la experiencia, mediante
ensayo y error. ¿Y qué necesitáis para poder aprender?

Me quedé en silencio, confuso. En ese momento no sabía qué


responder ni a dónde quería ir a parar. Origen vio mi confusión y
respondió por mí:

—Necesitáis ser libres.

—Lo siento, pero no acabo de ver la relación —dije mientras me


rascaba la cabeza.

—Vamos a ver, David. Si has de aprender, debes tener libertad para


tomar tus propias decisiones ante cualquier problema o situación que se
te presente, ¿no crees? Si no fueras libre serías como una máquina,
seguirías la programación previa que desarrolló tu diseñador,
simplemente estarías dando una respuesta predeterminada ante una
situación prevista por el que te creó. ¿Dónde está el aprendizaje ahí?

—De acuerdo, pero si decido obrar mal y hacer daño a mucha


gente, ¿por qué no me obliga ese Dios a que cambie mi decisión? Al fin y
al cabo sería algo bueno que me impidiera hacer el mal, ¿no?

—¿Y qué habrías ganado con eso? ¿Habrías aprendido que lo que
querías hacer estaba mal? Dime una cosa: ¿cuándo fue la primera vez
que te tomaste en serio lo de hacer copias de seguridad de tu ordenador?
¿Cuándo alguien te lo dijo o cuando perdiste información valiosa por no
haber hecho caso de ese consejo?

Solté un gruñido, aunque no pude evitar recordar todas las veces


que me había pasado eso por posponer hacer una simple copia de
seguridad, antes de incorporarlo a mis rutinas de trabajo.

29
—¡Y aun así tropezáis en la misma piedra muchas veces! —exclamó
Origen, siguiendo el hilo de mis pensamientos— A lo que voy es que es
inevitable que exista la posibilidad de obrar mal o de caer en el error si
tenéis que ser libres para elegir.

—De acuerdo, pero ¿qué pasa si yo obro bien pero son otros los que
con sus actos me hacen daño? ¿No es injusto que tenga que sufrir las
consecuencias de sus malas acciones?

—Por supuesto que es injusto —respondió Origen tras soltar un


profundo suspiro—. Las malas acciones de la parte perjudican al todo,
pero de lo que se trata aquí es de que los malhechores, como hijos de
Dios que son, también son libres para decidir cómo actuar. Dios respeta
el libre albedrío de sus hijos por igual, porque no hace acepción de
personas. Tú has tenido una sola hija, pero contéstame a esta pregunta:
¿tendrías preferencias entre tus hijos, solo porque uno es más bueno y
obediente que el otro?

Me revolví en el sofá, inquieto. Pensar en Sara me hizo comprender


que la respuesta a esa pregunta era negativa. Origen se dio cuenta de
que había comprendido su argumento, porque añadió:

—Sé que quieres a tu hija Sara con un amor incondicional, así que
no hace falta que me respondas.

Asentí, cabizbajo. En mi cabeza seguía dándole vueltas al asunto.


Apreciaba la libertad de decidir, ¡quién no!, pero me estaba dando cuenta
de que ese don venía con un precio a pagar: el precio de equivocarse y de
sufrir las consecuencias de los errores de otros. Pero todavía tenía
muchas dudas y sentía la necesidad de disiparlas.

—¿Y qué me dices de las catástrofes naturales, de las que nadie


tiene culpa? ¿También forman parte del plan de Dios? ¿Están ahí para
que aprendamos algo?

Origen me miró unos segundos con esa mirada suya tan limpia
antes de responder.

—¿Recuerdas que te hablé sobre los seres perfectos? Pues allí

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arriba también hay mundos perfectos creados artificialmente. Mundos
donde no hay terremotos, huracanes, erupciones volcánicas ni nada por
el estilo, pues fueron diseñados para que no hubiera fenómenos de ese
tipo. Este mundo en el que vives (y billones de mundos más que hay ahí
fuera) no tuvieron ese origen, sino que se crearon mediante procesos
naturales que vuestros geólogos conocen bien. Con esto no quiero decir
que se crearan solos; creo haberte dicho que detrás de toda creación
material hay una voluntad, una mente diseñadora, una planificación. Los
mundos como el tuyo están activos geológicamente, tienen fenómenos
atmosféricos que no existen en los mundos artificiales, y eso hace que
puedan producirse sucesos catastróficos para los seres vivos que los
habitan.

—¿Y eso forma parte del aprendizaje? —insistí.

—¿Tú qué crees? —preguntó Origen a su vez.

—Tengo la impresión de que me vas a responder que sí. Igual que


el libre albedrío nos puede llevar a cometer errores, la manera en que se
creó la Tierra puede dar lugar a catástrofes.

—Yo diría más bien que la Tierra, como parte de la creación


imperfecta, puede dar lugar a lo que llamamos catástrofes, pero piensa
que para el Planeta estas son simplemente ajustes y mecanismos que
sirven para aliviar tensiones. No debemos ver los fenómenos naturales
extremos como fatalidades o males absolutos: en la naturaleza existe el
equilibrio, no tiene sentido hablar de justicia o injusticia. Eso sí, como
seres humanos que vivís en el planeta tenéis la gran oportunidad de
aprender de las leyes de la naturaleza y de los frágiles equilibrios que
rigen la buena salud de la Tierra.

—Pues parece que no estamos aprendiendo mucho —repliqué yo—


. Fíjate cómo nos estamos viendo por culpa del dichoso coronavirus.

Mi joven yo soltó una risa breve y triste.

—Sí, el coronavirus. Ya se encargará mi compañero de hablarte


sobre los virus y las bacterias, esos minúsculos invitados no deseados…

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—¿Tu compañero? —pregunté, intrigado.

—La segunda visita —respondió, con una sonrisa pícara—. Pero


antes de irme, tengo que decirte alguna cosilla más sobre el origen.

Enarqué las cejas y le invité a continuar con un gesto.

—He hablado contigo del origen de la Creación, pero queda tratar


sobre el más importante desde tu punto de vista: el tuyo.

—¿Mi origen? Ese ya lo sé. Nací en Barcelona en 1965, de mi padre


y de mi madre.

—Si, vale —dijo mi joven yo poniendo los ojos en blanco. Debo


admitir que no le estaba poniendo las cosas fáciles—. Tu padre y tu
madre fueron los intermediarios, los que pusieron tu ADN por así decir,
pero tú eres mucho más que tu genética. Decir que tu origen está en tus
padres no es del todo exacto.

—Y ahora me dirás, cómo no, que me creó Dios.

—Así es. Es justo lo que iba a decirte. Además, no solo te creó, sino
que te otorgó dos cosas: tu personalidad y un fragmento suyo, que
llamaré chispa divina.

—¿A qué te refieres con personalidad? ¿A ser de la manera que soy?


Yo creí que eso era una mezcla de mi genética y mi entorno: crianza,
educación, clase social…

—Eso a lo que te refieres es tu carácter, pero no estoy hablando de


eso. Me refiero a tu individualidad, a tu sello distintivo como ser diferente
a todos los demás que se reconoce a sí mismo en todo momento como
alguien individualizado, independientemente de los cambios que le hayan
ocurrido a lo largo del tiempo. La personalidad te permite reconocer a
otras personas y comunicarte con ellas. ¿Alguna vez te la habías
planteado de esta forma?

Yo negué con la cabeza. Todo aquello me resultaba demasiado


abstracto, pero despertó mi curiosidad.

—¿Y qué es lo que tú llamas chispa divina y dónde está? Y sobre

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todo, ¿qué hace ahí y para qué sirve?

—La chispa divina es otro de los grandes regalos del Padre —


respondió Origen con una sonrisa entusiasta—. Si todos en el mundo
supieran lo que es y lo que hace, el mundo sería un lugar mucho mejor.
Verás: en el momento en que una persona toma su primera decisión
moral (esto es, cuando se ve enfrentado al dilema de elegir entre el bien
y el mal), llega a su mente un fragmento de Dios, que habitará allí durante
toda su vida (y más allá) mientras no abrace el mal de manera deliberada.

—Así que tengo un Pepito Grillo en mi cabeza… —empecé a decir,


pero mi joven yo me interrumpió, negando con la cabeza.

—No, no es la voz de tu conciencia. Tu conciencia es parte de tu


mente y responde a tus mecanismos de pensar y razonar. La chispa
divina está en la parte más elevada de tu mente para espiritualizar tu
pensamiento, para mejorar la calidad de tus pensamientos.

—O sea, que según tú tengo un fragmento de Dios alojado en mi


cabeza. ¿Y desde cuándo, si puede saberse?

—Eso depende de cada persona, no a todo el mundo le llega a la


misma edad. Suele ser entre los cinco y los seis años.

—¿Y por qué no he notado su presencia?

—Desde luego, no será porque no lo intenta. Es difícil que captes


sus mensajes si no estás a la escucha.

—¿Y qué tengo que hacer para escucharlo? ¿Meditar, o algo así?

—Algo así. Orar ayuda a comunicarse con él, pero no creo que
hayas probado seriamente a orar.

—Ah, sí, he rezado muchas veces. En el colegio de curas al que fui


de pequeño rezábamos todos los días. No tengo la sensación de que
sirviera de mucho.

—Cuando hablo de orar no me refiero a recitar oraciones de


memoria ni a pedir tonterías, David. Me refiero a hablar con el Padre, a
hacer peticiones más espirituales y menos materiales. Ahí sí que la

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chispa divina puede ayudarte, y mucho.

—¿Ayudarme? ¿A qué?

—A ser mejor, a progresar, a espiritualizarte. A ser más de lo que


eres ahora: un ser humano triste y perdido, que se limita a vivir la vida
sin pena ni gloria.

Siguió un momento de silencio. Aparté la mirada de mi joven reflejo


y me puse a pensar en sus palabras. La verdad es que estaba viviendo mi
vida de manera mecánica, dejándome llevar por la rutina. Algo dentro de
mí me decía que no podía seguir así mucho tiempo, pero no sabía qué
hacer para cambiar de rumbo.

Estaba tan absorto en mis pensamientos que me sobresaltó volver


a oír la voz de Origen, que seguía sentado a mi lado:

—Creo que mi misión aquí ha terminado. Te he explicado tu origen


y el de todo lo que existe. Podría haberme extendido mucho más, pero no
se trata de saturar tu mente con demasiada información. Piensa en todo
lo que te he dicho, David. Pronto llegará la segunda visita.

Me sonrió, levantó la mano a modo de saludo y se desvaneció,


dejándome solo con muchas cosas en las que pensar.

34
Segunda visita

Me desperté en la cama, sobresaltado. Mi primer pensamiento fue


preguntarme qué estaba haciendo allí cuando hacía un momento estaba
con Origen charlando en el sofá. En ningún momento fui consciente de
haber regresado a la cama para acostarme. Vestido y sobre la colcha, por
cierto.

Nada más levantarme regresé al comedor, donde pude ver que la


luz del sol iluminaba ya la calle. Me parecía increíble que hubiera pasado
toda la noche con aquel extraño sueño, pues mientras estuve con Origen
el tiempo había pasado mucho más rápido. Por otro lado, me sentía muy
descansado, como si durante las ocho horas transcurridas hubiera
tenido un sueño profundo y reparador. Ni siquiera me había afectado
dormir fuera de la cama, aun cuando era primeros de abril y la
calefacción no estaba puesta.

Volví a sentarme en el sofá, donde había tenido aquella


conversación tan extraña con mi joven yo, Origen. Un nombre muy raro,
aunque lógico teniendo en cuenta de lo que me estuvo hablando.

Miré hacia el lado del sofá donde había estado sentado el joven,
como esperando que apareciera en cualquier momento para seguir con
su charla, pero enseguida tuve la certeza de que Origen no iba a volver,
así que me levanté y me dirigí al cuarto de baño para tomar una ducha.
Todavía llevaba puesta la ropa del día anterior, y necesitaba sentirme
limpio y con ropa cómoda.

Una vez duchado y vestido, me sentí mucho mejor. Ya solo me


faltaba aplacar el estómago, que estaba empezando a rugir pidiendo

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comida. Fui a la cocina a hacerme un bocadillo de queso, que acompañé
con un café con leche, y me fui con el desayuno al comedor. Aunque mi
cocina era bastante espaciosa para lo que suele ser habitual en Barcelona
no me gustaba comer allí, pues daba a un patio interior y era demasiado
oscura para mi gusto.

Dejé el desayuno en la mesa y me acerqué al balcón unos instantes.


Era viernes santo, día festivo. Barcelona solía estar desierta en Semana
Santa, pues eran muchos los que se marchaban de la ciudad (¿o quizás
huían?) para disfrutar de unas minivacaciones en cualquier otra parte,
pero con el confinamiento parecía como si la ciudad hubiera sido asolada
por una catástrofe apocalíptica que hubiera dejado los edificios intactos
pero acabado con todos sus habitantes.

Jamás había habido tanto silencio en las calles, y aunque a


menudo me quejaba del ruido de Barcelona y del exceso de gente que
había por todas partes, aquella ausencia de sonidos habituales y de
personas caminando por la calle me resultaba inquietante y me impedía
disfrutar de aquella tranquilidad. Quizá porque sabía que no se debía a
una situación normal.

Aquel viernes tuve tiempo de sobra para reflexionar sobre mi


experiencia de la noche anterior. Curiosamente, y a diferencia de los
sueños «normales», podía recordar todas y cada una de las palabras de
Origen. Podía revivir los diálogos con toda precisión, casi como si
estuviera viendo una película en mi mente. Eso debía ser cosa de «ellos»,
quienes quiera que fueran, pues mi memoria nunca había sido tan
buena. Estaba claro que querían que recordara, y que recordara durante
mucho tiempo. Hoy día esos recuerdos siguen grabados a fuego en mi
memoria.

¿Podría decir que aprendí algo de la experiencia? Lamento decir


que no. En mi fuero interno seguía enfadado por mi soledad, por mi
incapacidad de seguir adelante con mi vida, y le echaba la culpa al
universo (o a Dios) de todas mis desventuras. Por otro lado, otra parte de
mí seguía preguntándose por el propósito de esa extraña aparición. ¿Se

36
debía en realidad a lo que decía ser? ¡Y no hablemos de cuando vi en
sueños a aquella extraña Silvia!

Durante aquellas horas llegué a dudar muy seriamente de mi salud


mental. Había leído noticias en las que decían que el confinamiento iba a
ocasionar numerosos trastornos mentales. ¿Sería yo uno de los afectados
por una circunstancia tan excepcional como aquella? Siempre he gozado
de un buen equilibrio mental, pero aquello superaba todos mis intentos
de explicación racional.

Por lo demás, el día transcurrió sin novedades. La única ocasión


en la que hablé con otro ser humano fue cuando Sara me llamó, sobre
las cinco de la tarde. Desde que empezó el confinamiento no nos
habíamos visto y hacíamos videoconferencias prácticamente todos los
días. Mi vida social ya era escasa antes del confinamiento, pero cuando
este llegó se redujo aún más y se limitaba a mensajes con Sara, mis
padres y mi hermana, y a los breves diálogos que mantenía cuando tenía
que ir a comprar comida y otros artículos de primera necesidad en el
supermercado.

A las ocho en punto de la tarde, como era costumbre desde que


empezó el confinamiento, salí al balcón de mi casa a aplaudir, junto con
muchos otros vecinos de la calle a los que solo veía a esa hora del día. Es
curioso, pero el día anterior me salté la cita. Supongo que estaba tan
impresionado por la visita de la falsa Silvia que ni siquiera escuché los
aplausos que sonaban en la calle. Pero aquel día sí que lo tuve presente,
y ofrecí mi ración de aplausos por todos los que estaban velando por la
salud de tantos.

Justo cuando cerré la puerta del balcón, ya dentro del comedor,


noté una presencia detrás de mí.

Me giré y ahí estaba la segunda visita, sonriéndome de pie junto al


sofá.

37
Historia

—Hola, David —me saludó la segunda aparición, con esa sonrisa


cálida que parecía ser habitual en las alucinaciones mentales.

Porque no había duda de que era una alucinación: aquella visita


parecía ni más ni menos que mi vivo retrato. Era como verme en un
espejo. Un poco más benévolo que los espejos comunes, pues era una
imagen que parecía ofrecer una versión mejorada de mí. Eso sí, no tan
joven como Origen; su apariencia transmitía madurez, pero sin llegar a
la decrepitud ni al desgaste.

Una vez más, me sorprendió ver una aparición tan nítida y sólida
como aquella. Era imposible que me hubiera caído dormido, pues estuve
plenamente consciente de todo lo que había hecho con anterioridad.
Estaba despierto, no me cabía duda. ¡Si hasta podía escuchar el rugido
de mis tripas, que me estaban pidiendo la cena!

—Ay, David, no aprendes. ¡Siempre intentas racionalizarlo todo! —


exclamó con aire risueño la segunda visita, que como las anteriores
parecía poder leer mis pensamientos— Déjate llevar y siéntate aquí en el
sofá conmigo. Tenemos mucho de qué hablar.

Y dicho esto se sentó en el sofá, en el mismo lugar en el que estuvo


sentado Origen hacía menos de veinticuatro horas, y me animó con un
gesto a que me sentara también.

—Me encantaría, pero resulta que tengo hambre, así que voy a
prepararme la cena —dije yo. Al momento pensé en lo absurdo de la
situación. ¡Se me aparece mi vivo retrato y solo pienso en comer!

Pero a mi sosias pareció no importarle ese pequeño desaire y


38
respondió, sin dejar su sonrisa:

—Tranquilo, no hay prisa. Puedo esperar —y me animó con un


gesto a que fuera a la cocina.

Y eso hice. Mientras hacía la cena (un par de huevos fritos con
jamón) pensaba en lo surrealista de aquella situación y hasta tenía la
débil esperanza de que en cuanto regresara al comedor vería que todo
había sido una alucinación y estaría solo de nuevo, pero en cuanto
regresé al comedor para poner la mesa vi que mi yo mejorado seguía allí
donde lo dejé, sentado en el sofá con expresión afable.

En cuanto la mesa estuvo dispuesta (hasta me tomé el tiempo de


descorchar una botella de vino tinto para acompañar), me senté y le dije
señalando la cena (no sin ironía):

—Si gustas…

Él rio de buena gana.

—Gracias, estoy bien —respondió finalmente—. Come tranquilo, si


hay algo que me sobra es tiempo.

Me encogí de hombros y empecé a dar buena cuenta de la cena.

—Si la primera visita era Origen, ¿tú eres Historia? —aventuré,


mientras daba un trago de vino.

—Así es —asintió él—. Ahora que ya conoces más o menos cuál fue
el origen, mi misión es hablarte de la historia de tu mundo.

—Pues podrías haberte ahorrado la visita. La Historia se me daba


muy bien en el colegio.

—Como muchos de tus contemporáneos, creéis que conocéis


vuestro pasado, pero todavía desconocéis mucho de lo que sucedió —
replicó Historia—. Y es importante saberlo, pues explica gran parte de la
situación en la que os encontráis.

—¿Y dices que te sobra tiempo? Pues vas a necesitar mucho para
repasar diez mil años de historia de la civilización.

39
—En realidad la historia de la humanidad abarca mucho más… —
me corrigió mi sosias.

—Sí, lo sé —le interrumpí—. El homo sapiens apareció en África


hace 300.000 años, lo leí en la Wikipedia no hace mucho.

Historia me miró en silencio durante un rato, mientras yo seguía


dando cuenta de mi cena.

—Los primeros seres humanos son más antiguos de lo que creéis


—prosiguió—. Es curioso lo errada que está la cronología que manejan
vuestros historiadores y arqueólogos en muchos casos, esa es parte de la
confusión que reina en vuestro mundo desde hace milenios... Pero ya
llegaremos a eso. David, la civilización en la Tierra apareció mucho antes
de lo que pensáis. Y tampoco los seres humanos surgieron en África.

—Como me imagino que no te vas a marchar sin contarme esa


historia y tenemos toda la noche… adelante, soy todo oídos.

Historia hizo una mueca de incredulidad.

—Será mejor que espere a que termines de cenar, así tendré toda
tu atención —dijo sonriendo pero con cierto deje de ironía.

Regresé a la cocina, tomé un yogur de la nevera y volví a sentarme


en la mesa. Durante el tiempo que estuve dando cuenta del yogur,
ninguno de los dos pronunció una palabra. Debo admitir que evitaba
mirarlo y fingía estar concentrado en lo que estaba haciendo, con la inútil
esperanza de que no estuviera sentado en el sofá cuando levantara la
vista.

Ahora que ha pasado un tiempo, me pregunto por qué me resistí


tanto, por qué me costó tanto empezar a admitir que lo que me decían
era la respuesta que había estado pidiendo durante muchos años sin ser
consciente de ello. Supongo que todo tiene su momento, y el mío todavía
no había llegado.

Retiré la mesa con toda la parsimonia del mundo, fregué todo lo


que había ensuciado y cuando la cocina quedó más o menos ordenada

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regresé al comedor. Ahora sí me senté junto a Historia, resignado a tener
otra charla con una aparición de origen desconocido.

—¿Tengo toda tu atención? —preguntó él sin atisbo de ironía en


cuanto me puse cómodo en el sofá.

Yo me encogí de hombros y me quedé a la espera.

—Muy bien, empecemos entonces. Como ya te dije antes, los seres


humanos aparecieron en este planeta antes de lo que vuestros científicos
creen. Tampoco descendieron del mono, en el sentido estricto del
término.

—¿A qué te refieres con que no descendieron del mono? ¿No me


digas que eres creacionista? —me burlé yo.

Historia ignoró el comentario y prosiguió.

—No, David, no te confundas. Que Dios sea el Creador de todo lo


que existe no quiere decir que se encargue de todo el proceso de principio
a fin. Hay seres celestiales que se encargan de traer la vida a los mundos
y de hacer que la vida arraigue y prospere en un planeta. Dime, David,
¿cómo crees que surgió la vida en este planeta? ¿Casualidad y muchos
millones de años por delante para construir los ladrillos de la química
orgánica? No es tan sencillo como eso.

—Vale, Origen ya me dio la charla sobre la casualidad cuando me


habló de cómo surgió el universo —dije, levantando las manos como para
instarle a que no siguiera—. No hace falta que insistas, aunque quiero
que quede claro que sigo sin estar convencido.

Historia sonrió. Me pareció que su mirada se volvió algo triste


durante unos segundos, pero enseguida recuperó el buen humor que
mostró desde que apareció en el comedor.

—Está bien. Si Origen ya te explicó que el azar no puede explicar


que surja orden del caos, no seguiré por ahí. ¡Solo espero que me dejes
proseguir! —exclamó, más divertido que enojado por mis interrupciones.

—No te prometo nada —dije, devolviéndole la sonrisa. Es cierto que

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sentía curiosidad, pero no quería dar a entender que me interesaba lo
que me fuera a decir.

—Me sirve —replicó Historia encogiéndose de hombros—. Quiero


hacer un recorrido muy, muy rápido por la historia de la humanidad. ¡Va
a ser difícil resumir casi un millón de años! Aunque tampoco es mi
intención explicar todo lo que pasó, sino aquello que te ayude a
comprender un poco cuál ha sido el camino que ha recorrido la
humanidad y por qué estáis como estáis.

—¿Te refieres a jodidos con este virus?

—A eso también llegaremos. Ten un poco de paciencia.

Mi sosias se detuvo un momento y me miró como estudiándome.


Parecía que estaba evaluando la mejor manera de explicarme todo lo que
quería decir. Finalmente pareció asentir para sus adentros y prosiguió.

—Los primeros seres humanos aparecieron hace casi un millón de


años de una familia de primates…

Una vez más, no pude dejar de interrumpir la disertación de mis


visitas.

—¿De primates? Entonces esos eran los eslabones perdidos, ¿no?

—No, David. Eran primates igual de animales que lo habían sido


sus antepasados. La evolución (cuyo funcionamiento conocéis pero de
cuyos mecanismos apenas sabéis nada) produce «saltos» que hacen que
surjan especies distintas dentro de otras especies, siempre que las
condiciones ambientales sean las propicias.

»Como te iba diciendo, hace aproximadamente un millón de años


nacieron unos gemelos de una pareja de primates que eran especialmente
inteligentes dentro de su tribu. Estos primates no eran seres humanos:
simplemente eran animales inteligentes que podían crear utensilios muy
rudimentarios, como puntas afiladas de piedra, de sílex y de hueso. Por
lo demás, no podían considerarse personas. Carecían de libre albedrío y
de capacidad de evaluar sus actos antes de llevarlos a cabo. Actuaban

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por instinto.

«En cambio, estos gemelos eran distintos. Su apariencia era


diferente a la de sus padres. Tenían apenas más vello en el cuerpo del
que tenéis vosotros. Eran de baja estatura, morenos y de tez oscura, muy
parecidos a los actuales inuit. Muy pronto se dieron cuenta de que eran
vistos con hostilidad por otros miembros de su tribu por el hecho de ser
distintos y más inteligentes, y fueron conscientes de que debían huir y
alejarse de ellos todo lo que pudieran. De hecho, esa fue una constante
en la parte más aventajada de su descendencia: poner toda la distancia
posible con sus parientes inferiores para evitar aparearse con ellos.»

—¿Por qué? —pregunté intrigado.

—Ese tipo de uniones lo que hace es degradar a los mejor dotados,


no elevar a los menos capaces —respondió Historia—. Algo debieron de
intuir al respecto esos primeros clanes humanos, pues fueron
conscientes de ser un grupo aislado y excepcional que debía evitar
separarse y mezclarse. Con el aumento de la capacidad cerebral
desarrollaron un abanico más amplio de emociones y un lenguaje propio,
así como una gran valentía. Claro que tampoco sentían el dolor con la
misma intensidad que vosotros, los actuales homo sapiens.

»Por desgracia también eran muy agresivos, lo que hizo que muy
buenos especímenes se perdieran para siempre debido a las guerras que
libraban continuamente entre clanes enfrentados. Ya ves, ¡la agresividad
es consustancial a la naturaleza humana! Pero también lo es un don
divino que define y separa claramente a un ser humano de un animal
inteligente: la personalidad, que es lo que os da el libre albedrío. Creo que
Origen ya te habló de este don, ¿cierto?»

Asentí.

—Perfecto —prosiguió Historia—. También hubo una parte de los


descendientes de esa primera pareja que sí se aparearon con primates
inferiores, lo que dio lugar a homínidos que ya no podían considerarse
seres humanos plenos. Habían vuelto a la animalidad, por así decir, pues

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carecían de la capacidad cerebral suficiente y de todo aquello que tenían
los primeros seres humanos. De hecho durante un tiempo la humanidad
corrió un serio peligro de retroceder en todas las artes que habían
necesitado generaciones para avanzar: la cultura, la religión, la creación
de herramientas… los mismos neandertales eran pueblos mestizos,
aunque consiguieron medrar durante casi medio millón de años. De
todas formas sus progresos fueron muy pequeños, y si los comparamos
con sus antepasados iban degenerando continuamente. Pero algo pasó
hace quinientos mil años en las tierras altas del noroeste de la India entre
unas tribus descendientes de los primeros seres humanos que hizo que
la situación cambiara.

Mi otro yo hizo una pausa dramática, para ver si yo aventuraba


alguna conjetura. Al principio no tenía ni idea de a qué se refería, así que
arqueé las cejas y me limité a mirarle para invitarle a seguir, pero de
repente me asaltó una duda y la planteé.

—Has dicho que los primeros seres humanos eran todos morenos
y de tez oscura. Entonces, ¿cómo surgieron las razas? Porque hoy día hay
mucha más variedad racial que esa.

Historia me miró con aprobación, como el profesor que premia la


respuesta de su alumno (aunque en mi caso había sido una pregunta).

—Pues eso es justo lo que pasó hace quinientos mil años, querido
David: surgieron las razas de color de manera repentina, y no en varias
familias sino en una sola. Sus hijos fueron los antepasados de las seis
razas de color de Urantia.

—¿Seis razas? Pues no me salen las cuentas.

—Estos son los colores: rojo, naranja, amarillo, verde, azul e índigo
o añil.

—Pues aparte de la raza roja y la amarilla, no caigo en cuáles son


las demás. Además, me falta la raza blanca.

—La raza blanca no fue una raza original, sino que se originó por
mezcla de parte de las seis razas iniciales, en buena parte de la raza azul

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pero también de los primeros humanos y de otra raza que apareció
después y de la que te hablaré más adelante. En cuanto a la raza naranja
y la verde, se extinguieron hace ya muchos miles de años o fueron
absorbidas por otros pueblos. La raza índigo es básicamente la que ahora
conocemos como raza negra.

Esto de las seis razas me había dejado un poco descolocado, pues


nada tenía que ver con lo que nos habían contado, pero había otro detalle
que no se me había escapado:

—Antes me dijiste que el ser humano no había surgido en África.


Entonces, ¿me quieres decir que la primera pareja de seres humanos no
nació en África, sino al noroeste de la India?

Mi sosias asintió, sonriente. Parecía visiblemente satisfecho de ver


que estaba escuchando lo que decía y que seguía su relato con interés.

—Pero parece que hay muchas pruebas de que los primeros


humanos venían de África —objeté—. No solo por los restos fósiles que
se han encontrado, sino por los análisis del genoma que nos retrotraen a
esa parte del mundo…

—Quizá el problema está en que los arqueólogos deberían buscar


en otros sitios… en el noroeste de la India, por ejemplo. En cuanto a los
análisis del genoma, me da la impresión de que también os falta
información para remontaros correctamente cientos de miles de años
atrás. Ya te dije que os faltan muchísimas piezas del rompecabezas que
es la historia de la humanidad, y yo apenas voy a hablarte de unas pocas
piezas que os faltan.

Me quedé pensativo. No me acababa de convencer del todo, pero


debo admitir que me encajaba más el noroeste de la India que el
continente africano como cuna de la humanidad. Desde allí era mucho
más fácil extenderse por todos los rincones del planeta.

—De todos modos, tampoco hace falta que aceptes sin más lo que
te digo —añadió mi yo mejorado, que parecía acompañarme en el flujo de
mis pensamientos—. Eso sí, estoy convencido de que vuestros científicos

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acabarán haciendo descubrimientos que confirmarán mis palabras. De
hecho, ya se van produciendo.

»Pero, si me permites, y llegados a este punto, déjame que te hable


de un acontecimiento decisivo para la humanidad que coincidió en el
tiempo con la aparición de las seis razas de color, y que es otra pieza más
que os falta en el rompecabezas de vuestra historia. Más o menos por
esas fechas se produjo la llegada de un personaje muy importante,
alguien que ningún ojo humano podía ver.»

—¡Cuánto misterio! —exclamé, burlón— ¿Y quién era ese personaje


tan enigmático?

—A todos los mundos habitados por mortales como vosotros llega


un administrador celestial para ocuparse de los asuntos del mundo y
hacer avanzar a la humanidad de ese planeta. Suele llegar en cuanto
aparece la voluntad humana, pero…

—Un momento —le interrumpí— ¿A qué te refieres con que aparece


la voluntad humana?

—Me refiero a la aparición de los primeros seres humanos. Esto es,


cuando hay un animal en el planeta con la capacidad de reconocer a Dios,
de actuar según criterios éticos, de reconocer el bien del mal.

—Vale, así que ese ser celestial llega cuando surgen los primeros
humanos. Pero me has dicho que los seres humanos aparecieron en la
Tierra mucho antes de las razas de color, ¿me equivoco?

—No, así es. Más o menos medio millón de años antes de que
llegara el administrador, al que vamos a llamar Príncipe Planetario para
ser más exactos.

—Vaya, así que era de la realeza —dije, con sorna—. ¿Y cómo es


que tardó tanto en llegar? Medio millón de años son muchos años para
dejar un planeta a la buena de Dios.

—David, una cosa debo dejarte bien clara: allá arriba nunca se deja
a un mundo «a la buena de Dios», como dices tú. Este mundo está tan

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atendido y supervisado como si fuera el único mundo habitado en todo
el universo. Solo que vuestro mundo fue uno de los mundos especiales,
por así decirlo.

—¿A qué te refieres con especiales?

—La Tierra es un mundo que allá arriba se define como «decimal».


En un mundo de cada diez donde se siembra la vida se autorizan algunos
experimentos, tanto con los mecanismos biológicos como con ciertos
aspectos de la evolución de los seres que la habitan. Por ejemplo, aquí se
probó un mecanismo para curar heridas que tuvo éxito y se ha
implantado en otros mundos.

»Pero me estoy desviando. Un mundo decimal como este, al


experimentar variaciones sobre el plan previsto para todos los planetas,
puede seguir un rumbo distinto a una esfera donde todo se ha hecho
según lo planeado y sin salirse ni un centímetro de lo establecido. Aquí
hubo varias cosas que fueron distintas a lo que sucede en un planeta
normal: la voluntad humana suele surgir mucho después de que
aparezcan las razas de color, normalmente entre los hombres rojos; en
cambio en la Tierra surgió cientos de miles de años antes. El Príncipe
Planetario llegó mucho más tarde de lo que suele llegar a un mundo
normal. Tampoco ha pasado en ningún otro planeta que las razas de color
aparecieran no solo a la vez, sino dentro de una misma familia. En otros
mundos la raza roja es la que llega primero, y luego llegan las demás
hasta que finalmente aparece la raza índigo. De hecho la raza roja suele
ser la que domina sobre todas las demás. ¡Fíjate si eso ha sido distinto
en vuestro mundo!»

En ese momento pensé en los nativos americanos y su triste suerte,


y no pude por menos que estar de acuerdo.

—Pero nos habíamos quedado en la llegada del Príncipe Planetario


—prosiguió Historia—. Hace quinientos mil años, como te dije, llegó a
este planeta un ser celestial nombrado para ser el gobernante del mundo.
Su nombre era Caligastia y no venía solo, sino acompañado de un equipo
de seres celestiales invisibles y de un grupo de cien mortales superiores,
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que le ayudarían en su plan de enseñar los fundamentos de la civilización
a los habitantes de este mundo. Los cien formaban su séquito visible, y
por ello tenían la posibilidad de relacionarse con los mortales de aquel
tiempo.

—¿Y estos cien mortales cómo llegaron aquí? ¿En una nave
espacial?

—¡Buena pregunta! ¿Te acuerdas de que te comenté que la vida se


sembró en este planeta? Pues los seres que se encargan de sembrar la
vida (del orden denominado Portadores de Vida) pueden hacer cosas
asombrosas para vosotros los humanos, como por ejemplo crear cuerpos
materiales donde pueden insuflarse la vida y el alma. Pero no crearon
esos cuerpos de la nada, sino a partir de cien supervivientes
seleccionados de entre los descendientes de la primera pareja de seres
humanos. Así se ahorraron transportar cuerpos materiales a través de
distancias enormes. El alma es mucho más ligera que un cuerpo
material, pues está hecha de una sustancia menos densa.

»Esos cien miembros humanos del séquito del Príncipe Planetario


(cincuenta hombres y cincuenta mujeres) originaron muchos de vuestros
mitos y leyendas. Estaban lejos de ser dioses, pero para los humanos de
aquella época no hay duda de que les parecían seres sobrenaturales. De
hecho, sí que podían considerarse superhumanos. Es más: crearon un
orden de seres invisibles para los ojos humanos mediante una unión
hombre-mujer no sexual, y podían vivir mucho más tiempo que un mortal
normal, pues tenían la capacidad de alimentarse de un arbusto especial
y aprovechar con él unas energías y corrientes de vida que los seres
humanos normales no podían aprovechar y que por tanto abocaba a sus
cuerpos a la degeneración y la muerte.»

No sé por qué, me dio por pensar en los dioses del Olimpo. ¿Podrían
ellos formar parte de los cien de los que me estaba hablando Historia? Mi
yo mejorado me miró significativamente, pero no respondió a mi pregunta
mental y siguió hablando.

—Caligastia y todo su equipo se instalaron en un lugar desde el


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que irradiar a todos los pueblos de aquel entonces. Ese lugar está ahora
bajo las aguas del golfo Pérsico, en Mesopotamia. Por entonces el clima y
el paisaje de aquella región era muy distinto al actual y mucho más
favorable para incitar a los humanos a que desarrollaran su cultura y su
civilización.

»Lo primero que hicieron fue construir una ciudad, que iba a servir
como foco de civilización. Esa ciudad se llamaba Dalamatia y sus edificios
estaban hechos todos de ladrillo…»

—¿Ladrillo? —pregunté yo con incredulidad— ¿Hace quinientos


mil años?

—Como ya te dije, hay muchas cosas de vuestra historia que


desconocéis —respondió Historia—. Muchos de los avances de vuestra
humanidad fueron más antiguos de lo que se cree. Pero déjame proseguir.

»¿Cómo iba a convertirse Dalamatia en un foco de civilización? La


idea era atraer a la ciudad a los miembros más capaces de las tribus
vecinas para enseñarles todas las artes necesarias para progresar, de
modo que una vez terminaban su formación regresaban a sus tribus de
origen para poner en práctica todo lo que habían aprendido. En la ciudad
del Príncipe les enseñaban sobre alimentación, control de los
manantiales, salud, riego, domesticación de los animales, protección
contra los animales salvajes… También enseñaban a cultivar la mente:
allí surgió el primer alfabeto y un sistema de escritura. ¡Hasta tenían una
biblioteca con más de dos millones de documentos! Asimismo
instruyeron sobre la industria y el comercio, para forjar los metales y
trabajar con fuego, así como promover el intercambio de bienes entre las
tribus. Y cómo no, también enseñaron una religión incipiente en la que
abandonar de una vez las creencias supersticiosas e ignorantes. Todo
esto, obviamente, sin exceder la capacidad de aquellos seres humanos
primitivos para asimilar todo aquel nuevo conocimiento.»

Me acordé de repente de todas las leyendas que hablaban de dioses


que habían bajado a la Tierra a impartir conocimiento a los humanos, y
que luego habían regresado al cielo del que vinieron. Nunca había hecho
49
mucho caso a aquellas historias, la verdad, pues todo lo que no era
ciencia me parecían cuentos de viejas sin ninguna base, pero debo
admitir que parecían coincidir en parte con lo que Historia estaba
contando.

Mi sosias se quedó callado durante unos segundos, supongo que


para dejar que asimilara todo lo que estaba contando, al cabo de los
cuales prosiguió su relato:

—En definitiva, lo que se pretendía era hacer que la civilización


humana progresara poco a poco y según su capacidad de asimilar todas
las mejoras que se enseñaban en Dalamatia. Y todo fue más o menos
según el plan durante trescientos mil años, hasta que sucedió algo que
hizo que el rumbo del planeta se torciera, y que explica en parte su
situación actual.

Y de nuevo mi yo mejorado hizo otra pausa dramática. Ahí sí que


no tenía ni idea de a qué se estaba refiriendo, así que me limité a
interrogarle con la mirada. Pero en vez de seguir con su narración, me
hizo una pregunta:

—Supongo que habrás oído hablar de Lucifer, ¿verdad?

—¿Del Maligno? ¡Cómo no! —dije, irónicamente— ¡La de veces que


me amenazaron en el colegio con que iría al infierno a hacerle compañía
si no me portaba bien!

Historia hizo una mueca, pero no hizo ningún comentario al


respecto y siguió con su explicación:

—Lucifer era el soberano del sistema de mundos al que pertenece


la Tierra, cuyo nombre es Satania (y no, no se llama así por Satanás; en
todo caso sería al revés). Un ser brillante, cuyo aspecto no tenía nada que
ver con las imágenes siniestras y demoníacas con las que se le ha
representado a lo largo de la historia. Tan brillante era que se dejó cegar
por su propia luz y se atrevió a ir contra su Creador y a declararse en
rebeldía. Y no solo se rebeló él, sino que arrastró a otros mundos de su
sistema. La Tierra fue uno de esos mundos. Satanás, el lugarteniente de

50
Lucifer, viajó a la Tierra para conseguir que Caligastia se uniera a la
rebelión, cosa que hizo.

—Entonces ¿Lucifer y Satanás son dos seres distintos?

—Y Belcebú también —confirmó mi sosias—. Toda esta confusión


de nombres forma parte de lo mucho que desconocéis de la historia de
vuestro mundo. Pero sí es cierto que todos ellos eran (son) rebeldes y
trabajaron juntos para hacer caer a muchos seres celestiales.

En ese momento me vinieron a la mente las palabras «guerra en los


cielos». De eso también hablaban las leyendas… y hasta el Apocalipsis,
por lo que recordaba de mis años de escuela católica.

—Me pregunto por qué no hemos oído hablar de Caligastia, si tan


importante es en la historia del mundo —comenté.

—Quizá prefiera mantenerse en el anonimato para seguir haciendo


todo el mal que pueda sin ser advertido —aventuró Historia, pero no
entendí su comentario en ese momento, así que no insistí y dejé que
continuara—. Las consecuencias de la adhesión del Príncipe a la rebelión
de Lucifer fueron desastrosas para la humanidad de aquella época y para
las que vinieron después: Caligastia se declaró soberano absoluto y Dios
del mundo, y no iba a obedecer a nadie que no fuera Lucifer. El mundo y
la humanidad que vivía en él quedaron abandonados a su suerte, en aras
de una libertad mal entendida, y todo el progreso de trescientos mil años
desapareció en un periodo de tiempo muchísimo más corto.

»A todo esto, y para prevenir que la rebelión se extendiera más por


el sistema, la Tierra y los demás mundos rebeldes fueron puestos en
cuarentena…»

—Mira, como nosotros ahora… —comenté.

—Sí, las rebeliones de los cielos son como los virus: infectan y
destruyen allí por donde pasan —replicó Historia—. Por eso es preciso
atajarlas de raíz, pero con un matiz importante: todos los seres de libre
albedrío deben tomar una postura frente a ellas tarde o temprano. La
voluntad humana es sagrada en los cielos, nunca insistiré lo bastante en

51
esta idea. No se puede obligar a nadie a que tome una decisión tan
importante como esa, ni siquiera por una buena causa.

»Aquí en la Tierra todos los seres que formaban parte del equipo de
Caligastia tuvieron que tomar la decisión: seguir al Príncipe o
desobedecer sus órdenes. Cuarenta de los «supermortales» que te
mencioné eligieron desobedecer al Príncipe y seguir leales a los
gobernantes celestiales de rango superior a Lucifer, aun estando
incomunicados de esos gobernantes debido a la cuarentena impuesta
sobre el planeta. Entre esos cuarenta estaba Van, que junto con Amadón,
descendiente de la primera pareja de humanos, que también era inmortal
como «premio» por haber donado su plasma vital para la creación de los
cien supermortales, fueron los grandes héroes de aquel episodio tan
nefasto de la historia de la humanidad. Gracias a ellos la llama de la
civilización no llegó a apagarse del todo y pudieron pasar el testigo a otros
de los que te hablaré más adelante.»

—Y si se suponía que toda esa gente era inmortal, ¿por qué no han
llegado hasta nuestros días? Los únicos superhéroes que conozco son los
de los cómics.

Historia soltó una risa breve antes de responder.

—Resulta que los rebeldes perdieron la posibilidad de aprovechar


las energías del universo que les daban la inmortalidad como
consecuencia de haber elegido el mal. No así los miembros leales, que
pudieron seguir alimentándose de esas energías que les daban vida
indefinida. Pero más tarde abandonaron el planeta y solo quedó Van y
Amadón, y ellos también acabaron por marcharse. Pero no adelantemos
acontecimientos, ya llegaremos a ese momento y a por qué no hay seres
inmortales entre vosotros.

»Como habían perdido la inmortalidad, los supermortales rebeldes


acudieron a la reproducción sexual para perpetuar la sublevación en su
descendencia. De ahí vienen las leyendas que hablan de dioses que
descendieron del cielo para unirse a los mortales, que están presentes en
muchas culturas del mundo. Algunos de vosotros echáis mano de la
52
hipótesis extraterrestre para explicar estos mitos y leyendas, pero en
realidad hacen referencia a los cien de Caligastia. Los sesenta dieron
lugar a una nueva raza en el mundo, que se llama nodita por Nod, uno
de los sesenta supermortales rebeldes. Quizá este nombre te suene
familiar de tus años de colegio religioso, pues Caín marchó a “la tierra de
Nod” después de matar a su hermano Abel.»

Me encogí de hombros. La historia de Caín y Abel sí me resultaba


familiar, por supuesto, pero había olvidado por completo el detalle de qué
pasó con Caín después de que matara a su hermano.

—La cuestión es que aquella falsa libertad que propugnaba Lucifer


y a la que se adhirió Caligastia hicieron que el planeta se sumiera en el
caos y la destrucción. Un caos que afectó también a Dalamatia, la sede
del gobierno del Príncipe Planetario, que fue invadida por tribus
semisalvajes que obligaron a los rebeldes a abandonar la ciudad.

»Pero los leales corrieron mejor suerte. Poco después de ser


expulsados de Dalamatia por sus colegas rebeldes, se dirigieron a las
tierras altas del oeste de la India, desde donde proyectaron la
rehabilitación del mundo e intentaron remediar en lo posible todos los
destrozos causados por la rebelión de Lucifer. Van creó comisiones de
trabajo similares a las que se crearon en Dalamatia, que al principio
estaban dirigidas por supermortales leales pero que, cuando se fueron,
pasaron a estar supervisadas por mortales, algunos de los cuales tenían
el don de la inmortalidad, como Amadón. Con ellos y con otros mortales
fieles germinó de nuevo la semilla de la civilización en vuestro planeta.
La Tierra fue gobernada por una comisión de emergencia durante nada
menos que ciento cincuenta mil años, formada por seres visibles e
invisibles. Durante todo este tiempo, Van y Amadón permanecieron en el
planeta sustentándose del llamado árbol de la vida, del que también se
habla en numerosas leyendas y que está representado en obras artísticas
de la antigüedad.»

Solté un silbido de admiración.

—¡Ciento cincuenta mil años! Muchos años son para vivir en este
53
mundo, sobre todo en aquellas épocas tan primitivas.

—El tiempo no transcurre de la misma forma para el que vive


indefinidamente —replicó Historia con una sonrisa—. Además, no se
mantuvieron precisamente ociosos: tenían mucho trabajo por hacer.
Entre otras cosas, tenían que preparar el terreno para que llegara una
pareja del cielo, la siguiente ayuda celestial para los mortales de este
planeta. ¿Has oído hablar de Adán y Eva?

—¡Cómo no! Y del cuento de la serpiente y la manzana también.

—Eso forma parte de las leyendas distorsionadas por el tiempo,


como te podrás imaginar. Ya te he comentado sobre la primera pareja de
humanos, y no eran Adán y Eva como se cuenta en el Génesis de la Biblia.
Adán y Eva llegaron muchísimo después, aproximadamente hace unos
treinta y ocho mil años. Los humanos de aquel tiempo habían llegado al
máximo nivel biológico que los mecanismos de la evolución permitían,
aunque estaban sumidos en el salvajismo y en el estancamiento moral
debido a la rebelión de Caligastia. Los más avanzados de entre ellos eran
los noditas, descendientes de los supermortales rebeldes que se habían
mezclado con otros pueblos de color, y los amadonitas, descendientes de
Amadón y de los primeros pueblos del mundo. Todos ellos residían en
una franja que va desde el nordeste del Mediterráneo al este del valle del
Éufrates.

»En todos los planetas habitados por mortales como vosotros llega
primero un Príncipe Planetario para ayudar a sentar los fundamentos de
la civilización, y milenios después, cuando la evolución biológica de los
seres humanos llega a su máximo, viene una pareja de un orden distinto
para elevar la calidad biológica de esos humanos primitivos. De hecho a
los Adanes y Evas se les denomina también elevadores biológicos, pues
esa es justamente su misión principal. Como resultado de esa elevación
se producen otras consecuencias deseadas como las invenciones, el
progreso material y la iluminación intelectual.

»Durante miles y miles de años, Van y Amadón prepararon el


terreno para Adán y Eva e instruyeron y dirigieron a miles de seres
54
humanos para construir otro nuevo centro de civilización. Después de
considerar tres posibles emplazamientos se decidieron por una península
larga y estrecha situada en la costa oriental del Mediterráneo, más o
menos a la altura de la actual isla de Chipre.»

—¿Una península larga y estrecha? No recuerdo que haya ninguna


ahí donde dices.

—Porque hace miles de años que se hundió bajo el mar. Piensa que
han pasado treinta y ocho mil años. El mar Mediterráneo ha cambiado
mucho desde entonces; te recuerdo que por aquella época había un
puente terrestre que comunicaba Sicilia con África, por ponerte un
ejemplo. También ha habido glaciaciones durante el tiempo transcurrido
que han hecho que la línea de la costa haya ido cambiando a medida que
los glaciares avanzaban primero y retrocedían después.

»Aquella península fue llamada Edén y era un lugar de belleza


paradisiaca donde se estaba congregando lo mejorcito de la raza humana
gracias a Van y sus compañeros —Historia debió percibir mi
incredulidad, pues dijo—. Sí, David, el Edén existió realmente. De hecho,
hubo dos lugares que se llamaron así. Pero ya llegaremos a eso.

»Van y su grupo hicieron numerosas obras de todo tipo para hacer


del Edén un lugar donde poder prosperar e irradiar con su cultura al
resto del mundo: desde un sistema de alcantarillado hasta canales de
riego, pasando por caminos pavimentados y edificios destinados a
viviendas. También se cultivaban toda clase de árboles y plantas
destinados a fomentar la agricultura y la jardinería. Allí también se plantó
el árbol de la vida, que sustentaría a Adán y Eva y los mantendría vivos
indefinidamente, igual que lo había hecho con Van y Amadón.»

—¿Sabes a qué me está empezando a recordar esta historia? Al


mito de la Atlántida.

Mi sosias esbozó una sonrisa enigmática y prosiguió su relato.

—Los trabajos del Edén no estaban completos más que en una


pequeña parte cuando vinieron Adán y Eva, pero en parte se dispuso así

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para que ellos decidieran cómo completar las obras. Por cierto, y antes
de que me lo preguntes: no, Adán y Eva tampoco llegaron en una nave
espacial. Sus cuerpos necesitaron un proceso de diez días de duración
para materializarse en el planeta. Antes de realizar el largo viaje desde su
mundo de origen a la Tierra estudiaron a fondo las circunstancias del
planeta, su fauna, flora e incluso la lengua que se hablaba en Edén, y
que se pretendía que fuera el idioma mundial. Eran plenamente
conscientes de que aquel mundo no era fácil, pero aun así estaban
dispuestos a trabajar duro para enmendar lo que Caligastia y su rebelión
habían destruido.

»Pero, como suele pasar, una cosa es que te lo expliquen y otra es


verlo con tus propios ojos. La situación del mundo era desalentadora
incluso para los inasequibles al desaliento. Además Adán y Eva no podían
estar en contacto con los gobernantes celestiales, pues todas las
comunicaciones estaban cortadas debido a la cuarentena impuesta a los
mundos rebeldes. Para colmo, los seres celestiales que había de servicio
en la Tierra y que actuaban como asesores de la pareja se marcharon
siete años después de que llegaran, llevándose también a Van y Amadón.
Así que se encontraban solos y debían guiarse por su propio
entendimiento.

»Y como guinda final estaba el hecho de que Caligastia y su


ayudante Daligastia seguían en el planeta por decisión de los gobernantes
celestiales. De hecho, como la rebelión no había quedado derrotada
oficialmente, Caligastia seguía siendo el Príncipe Planetario, y a pesar de
que estaba despojado de todo poder e influencia sobre las mentes
normales y de que era invisible para los mortales, hizo todo lo posible por
influir en las personas de voluntad más débil y más receptivas con el
objetivo de hacer fracasar el plan de Adán y Eva. Al principio el Príncipe
rebelde intentó persuadir a la pareja para que se adhirieran a la rebelión
pero fracasó rotundamente, de modo que se decantó por maniobras
indirectas que involucraban a terceras personas.

»Así que durante poco menos de ciento veinte años, contra viento y

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marea, Adán y Eva se esforzaron todo lo posible por mejorar la civilización
de ese mundo tan dañado por la rebelión.»

—De momento lo que me estás contando se parece más bien poco


a la historia de Adán y Eva del Génesis.

—Esa historia no deja de ser una leyenda, un mito que sí tiene una
base de realidad pero que miles de años de tradición oral han
distorsionado enormemente —observó mi yo mejorado—. Aunque claro,
no podemos juzgar con el pensamiento racional del siglo veintiuno la
manera de pensar y de relacionarse con el entorno de los humanos
primitivos. Ellos estaban menos interesados en reflejar los hechos tal
como ocurrieron que en transmitir la moraleja de la historia. ¿Cómo, si
no, explicarías la incoherencia de que Caín marchara a la «tierra de Nod»,
si se suponía que Adán y Eva eran los padres de toda la humanidad?

»Pero permíteme que continúe con la historia del Edén, pues es


crucial para comprender por qué estáis como estáis ahora mismo. Hace
un momento te comenté que Caligastia estaba intentando por todos los
medios que Adán y Eva fracasaran en su plan. Parte de ese plan era
engendrar medio millón de descendientes directos, seres humanos de
pura raza violeta (llamados así por su tonalidad de piel). Con el tiempo,
esos descendientes irían abandonando el Edén y se mezclarían con los
mejores individuos de todas las razas, para mejorar así la genética de la
humanidad.

»Ese era el plan, pero antes de llegar a los ciento veinte años de
trabajo en el Edén y cuando Adán y Eva tenían apenas un centenar de
descendientes, todo se torció. Un líder de una de las confederaciones de
tribus noditas (descendientes de los sesenta supermortales rebeldes)
trabó amistad con Eva y le insistió durante años en que lo mejor sería
tener un jefe nodita mestizo de raza violeta para ayudar en la misión de
la pareja. Él no era consciente, pero Caligastia lo estaba manipulando
para que persuadiera a Eva y le vendiera la idea como una mejora del
plan establecido. Por otra parte, aquel líder nodita no quería esperar a
que hubiera medio millón de descendientes de Adán y Eva, pues eso

57
impediría que él pudiera ver algún progreso durante su corta vida
terrenal: quería resultados inmediatos. ¡Y vaya si los consiguió! Pero no
los que él había esperado.

»Al principio Eva se opuso rotundamente a ese desvío del plan, pero
la falta de progresos y los problemas que los acuciaban en el Edén
acabaron por derribar todas sus defensas y consintió en mantener
relaciones sexuales con Cano, otro jefe nodita de una colonia que residía
cerca del Edén, para engendrar a ese supuesto líder mestizo.»

—Vaya, vaya —murmuré—. Así que esa fue la manzana que comió
Eva.

—Enseguida todo el Edén se dio cuenta de que algo iba mal.


Cuando Adán se enteró de lo que Eva había hecho, lejos de enojarse con
ella, buscó a una mujer nodita que residía en el Edén y cometió a
sabiendas la misma falta que Eva. Así que ya ves, Adán también comió
de la manzana, tal como dice la leyenda del Génesis. Aunque lo que se
llamó la caída del hombre fue algo bien distinto.

En ese momento me vino a la mente un pensamiento vulgar, pero


algo me refrenó a expresarlo en voz alta. Historia me miró con aprobación
y siguió con su relato:

—Cada vez que comían del árbol de la vida eran advertidos de que
el día en que mezclaran el bien y el mal se volverían como mortales y
dejarían por lo tanto de vivir indefinidamente. Adán sabía que eso
implicaba perder a Eva, y eligió compartir su suerte para poder seguir
juntos. No podía soportar la idea de seguir en aquel mundo sin su
compañera.

»Pero esto no fue lo peor: todavía habría muchas tragedias más que
sumar a aquella falta. Cano y su tribu fueron aniquilados por los
habitantes del Edén, el líder nodita que tanto insistió a Eva para que se
desviara del plan se suicidó ahogándose en un río y todo el Edén se vio
amenazado por un ejército de tribus noditas que buscaban venganza por
la cosecha de muerte de los primeros días.

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»Ante este panorama, la pareja y sus seguidores fieles abandonaron
el Edén para buscar un nuevo hogar. De ningún modo Adán quería
enzarzarse en una guerra con los noditas; él había venido para construir
una civilización, no para destruirla. Así que se dirigieron hacia la única
dirección posible de huida: el este.

»Pero las desgracias no habían acabado. Al tercer día de su viaje


una comisión de seres celestiales les anunció que los hijos menores de
veinte años debían partir al mundo de origen de Adán y Eva, y que los
hijos mayores debían tomar una decisión en aquel momento: permanecer
con sus padres en la Tierra o seguir a los hijos menores. De los hijos
adultos, solo un tercio eligió la primera opción. Así que Adán y Eva
tuvieron que pasar por el amargo trago de despedirse de las tres cuartas
partes de su prole antes de proseguir su viaje.

»Aunque no todo fueron malas noticias: al menos no les habían


declarado culpables de rebelión, con lo que simplemente pasaron a tener
la condición de seres mortales, con todo lo que implica eso.»

—¿Y eso es una buena noticia? —pregunté, escéptico— ¿Ser


rebajado a mortal? ¿Qué es lo que implica ser mortal, por cierto? Ahora
mismo no es que vea muchas ventajas a envejecer y morir.

—Todo a su debido tiempo, David. De eso te hablará la tercera


visita —respondió Historia amablemente.

No dije nada más, pero seguí mirándole con expresión de


incredulidad. Mi sosias interpretó que podía seguir contando su historia
y prosiguió:

—A pesar de que a partir de entonces eran unos mortales más del


planeta, que no podrían utilizar el árbol de la vida (este se había quedado
en el primer Edén y acabó siendo destruido por el fuego) y que acabarían
muriendo víctimas del envejecimiento celular, Adán y Eva prosiguieron
con su misión y se adhirieron a ella sin más desvíos del plan.
Consiguieron que la civilización de la Tierra hiciera grandes progresos a
pesar de todo.

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»Adán y Eva fundaron otro Edén en uno de los tres emplazamientos
que Van había considerado antes de que llegaran y que estaba situado
entre los ríos Tigris y Éufrates, allí donde más cerca se encontraban los
dos ríos. Por supuesto en el nuevo Edén lo tuvieron algo más difícil pues
tuvieron que empezar desde cero, no como en el primer Edén, en el que
Van les había adelantado mucho trabajo. Ni qué decir tiene que tanto la
pareja como sus hijos echaban mucho de menos las comodidades y la
belleza del primer Edén, pero Adán y Eva no cayeron en el desánimo y se
centraron en aprovechar al máximo la vida que les quedaba para enseñar
a sus hijos todo lo referente a la administración pública, educación y
enseñanza religiosa. Los hijos que conocieron el primer Edén prefirieron
olvidarlo para no sufrir por contraste ante la situación actual. Todos se
convirtieron en grandes líderes que fundaron otros tantos centros de
civilización. Uno de sus hijos, Set, que nació en el segundo Edén, creó
una orden de sacerdotes que viajó por todo el mundo civilizado
difundiendo no solo enseñanzas religiosas avanzadas sino también
fundamentos de civilización, como maestros y médicos. Además de a su
propia prole con Eva, Adán donó su plasma vital para fecundar a más de
mil seiscientas mujeres de entre los tipos más elevados (principalmente
noditas), con lo que se consiguieron casi otros tantos hombres y mujeres
superiores.

»Eva vivió 511 años en la Tierra, y Adán 530. Tras su muerte quedó
roto el enlace entre el gobierno celestial y los seres humanos que había
durado cuatrocientos cincuenta mil años, y sigue así desde entonces. La
pareja dejó como legado una gran cultura, que por desgracia no pudo
perdurar mucho tiempo debido a las consecuencias de su falta.

»Como ya te mencioné, Adán y Eva debían dejar medio millón de


descendientes directos, que luego se mezclarían con el resto de razas del
planeta. Pero cuando sucedió la falta estaban muy lejos de ese número y
esa mezcla se hizo de una manera menos sistemática. Por ejemplo, la
raza roja apenas se benefició de la sangre violeta, la raza negra tampoco.
Pero hubo consecuencias de la falta para todas las razas, consecuencias

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que estáis sufriendo hoy día.»

Mi yo mejorado hizo una pequeña pausa antes de continuar. La


verdad es que sentía curiosidad por saber a qué se refería. Si se suponía
que Adán y Eva habían venido para mejorar a todas las razas y habían
tenido tan pocos descendientes, no era difícil de imaginar que la mejora
se había quedado muy corta.

—Verás: antes no te lo he comentado, pero la evolución de las


especies no es un proceso lineal siempre ascendente, de los tipos más
primitivos a los más complejos, sino que a veces se producen líneas
evolutivas que no prosperan y retrocesos no deseados. Uno de esos
retrocesos fue el paso de ciertas plantas primitivas a bacterias y virus a
gran escala, que como bien sabes pueden ocasionar un sinnúmero de
enfermedades graves. Pues bien: los Portadores de Vida, los encargados
de sembrar la vida en los mundos, evaluaron la situación y previeron que
la mejora biológica que traerían Adán y Eva se encargaría de aumentar
la resistencia de los seres humanos a ese tipo de organismos. Pero
millones de años después llegó la pareja y no logró llevar a cabo la mejora
esperada, así que ese es el motivo por el que sois tan vulnerables a
bacterias y virus.

—¿Y explica también todas las demás enfermedades?

—Es obvio que no tuvisteis la elevación biológica que sí tiene un


mundo normal, y eso se aplica a la menor resistencia a todas las
enfermedades, sin contar las que se deben al maltrato medioambiental al
que los seres humanos están sometiendo al planeta.

Asentí lentamente. Miré mi reloj de pulsera, pues tenía la sensación


de que había pasado mucho tiempo desde que mi sosias empezó a relatar
su historia. Sorprendentemente, fui incapaz de saber qué hora era, pues
la esfera del reloj se me aparecía totalmente borrosa. Por supuesto,
Historia advirtió mi gesto y comentó:

—No te preocupes por el tiempo. Podemos estirarlo como si fuera


chicle. ¡Y todavía tengo mucho que contarte!

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—Espero que no me vayas a contar lo que pasó año por año, porque
si no nos van a dar las campanadas de Año Nuevo —mascullé yo.

Mi yo mejorado soltó otra de sus risas abiertas.

—Tranquilo, para cuando amanezca ya me habré ido. Tan solo te


pido que me escuches con la mente abierta. Vamos a ver: nos habíamos
quedado en la muerte de Adán y Eva, ¿verdad? Pues vamos a seguir por
ahí, pero pasaremos muy rápidamente por los milenios que siguieron.

»La verdad sobre los hechos acaecidos en vuestro mundo estuvo en


grave riesgo de estar sepultada en el olvido. Los humanos hacían
progresos intelectuales, pero retrocedían en los avances espirituales.
Tanto, que hace unos cinco mil años el concepto de Dios se había vuelto
una idea difusa y estaba en claro peligro de desaparecer. Por ese motivo
uno de los llamados Hijos de emergencia que estaba supervisando el
planeta (recuerda que el Príncipe Planetario estaba en rebeldía y Adán y
Eva habían muerto hacía milenios) se ofreció voluntario para encarnarse
en el planeta y reavivar la llama de la espiritualidad y el concepto de Dios.
Su nombre era Maquiventa Melquisedec, al que se menciona en la Biblia
como un hombre que no nació de mujer. Y realmente así fue, pues
apareció en forma adulta en Palestina y vivió en su sede de Salem
(antecesora de la ciudad de Jerusalén) durante noventa y cuatro años.

»A diferencia de Adán y Eva, cuya misión era más material e


intelectual que espiritual, Maquiventa se encargó más bien de recuperar
la idea de un solo Dios que se había perdido con la rebelión de Caligastia
y la falta de Adán y Eva, añadiendo además otras enseñanzas que los
pueblos de aquel tiempo pudieran asimilar, como por ejemplo el concepto
de la Trinidad, que Dios es el Padre de todos y que todo el mundo puede
salvarse por la fe en Dios. También tuvo que enfrentarse a creencias
erróneas, como la de que los sacrificios de animales podían conseguir el
favor divino, e intentó sustituirlas por otro tipo de ofrendas que no
implicaran la muerte de ningún ser vivo. Por desgracia, la inercia de
aquellos pueblos era todavía demasiado fuerte y siguieron con esas
prácticas sangrientas.

62
»Pero a pesar de todo Maquiventa logró llevar a cabo empresas
duraderas que tuvieron una gran influencia en el desarrollo espiritual
posterior de la humanidad, y la más importante fue la creación de un
cuerpo de misioneros, llamados los misioneros de Salem, que salieron a
predicar el evangelio que Maquiventa les había enseñado por todos los
rincones del mundo conocido, desde las regiones más remotas de Europa
hasta China y Japón.

»Finalmente, y a los noventa y cuatro años de aparecer como


humano en Palestina, Maquiventa decidió abandonar el planeta. No solo
porque, a diferencia de Adán y Eva antes de que cometieran la falta, no
podía vivir indefinidamente (recordemos que el árbol de la vida había sido
destruido hacía miles de años), sino también porque los pueblos en los
que vivía empezaron a considerarle un ser divino y a venerarle de un
modo que empezaba a ser excesivo, y porque consideraba que su misión
en la Tierra ya había concluido. De modo que una noche se retiró a
descansar a su tienda y a la mañana siguiente ya no estaba allí.

»A pesar de la fuerte inercia de la humanidad de volver a las


supersticiones y creencias antiguas, la llama del monoteísmo logró
mantenerse viva en algunos pueblos hasta la llegada de otro Maestro de
la verdad, del que sin duda habrás oído hablar: Jesús de Nazaret.»

—¡Cómo no! —exclamé— Tengo curiosidad por saber qué me vas a


contar de Jesús.

—Estoy seguro de que algunas cosas te van a sorprender. Pero


antes, deja que te comente algo sobre las revelaciones religiosas que
habéis recibido. De hecho, ya te he hablado sobre ellas. Verás: cuando
los seres humanos llegan al punto máximo de su discernimiento
espiritual, siempre llegan revelaciones celestiales que vienen a transmitir
ideas y conceptos que ayudan a la humanidad a avanzar espiritualmente,
y por extensión en los demás aspectos (social, material, intelectual, etc.).
Ha habido muchas revelaciones de este tipo a lo largo de vuestra historia,
pero solo cinco han tenido una importancia capital: la primera tuvo lugar
cuando llegó el Príncipe Planetario y los cien supermortales, que se vio

63
interrumpida con la rebelión; la segunda tuvo lugar en el Edén de la mano
de Adán y Eva; la tercera fue transmitida por Maquiventa Melquisedec, y
la cuarta la trajo justamente Jesús de Nazaret, al que allá arriba se llama
con otro nombre, por cierto.»

—Me has hablado de cuatro. ¿Cuál es la quinta?

—La quinta es justamente la que te estoy contando ahora —


respondió Historia con una sonrisa.

—¡No me digas que soy un privilegiado al que le están


transmitiendo toda una revelación! —me burlé yo— ¿Qué se supone que
tengo que hacer ahora? ¿Fundar una religión o algo parecido?

Mi yo mejorado rio de buena gana.

—¡No te creas tan importante! —exclamó, divertido— Esta


revelación lleva sesenta y cinco años en tu mundo, solo que todavía muy
pocos la conocen. Pero todo llegará...

»En fin, nos habíamos quedado en Jesús de Nazaret. Quizá te hayas


dado cuenta de que todas las revelaciones os han llegado a través de seres
celestiales, por llamarlos de alguna forma. Ninguno de ellos vino a la
Tierra y nació como ser totalmente humano. Esto fue cierto en parte en
el caso de Jesús de Nazaret: era un ser celestial enormemente importante
en la organización del universo, pero vino a este mundo como un mortal
más: nació en una familia de Palestina igual que nacen todos los niños
que han sido y serán.»

—¿Enormemente importante en la organización del universo? —


repetí, enarcando las cejas— Los cristianos dicen que es el Hijo de Dios,
la segunda persona de la Trinidad.

—Es tan Hijo de Dios como un millón de seres como él —replicó


Historia—. Jesús de Nazaret pertenece a un orden del Paraíso que se
llaman Hijos Creadores. Son los creadores y gobernantes de unas
unidades administrativas llamadas universos locales. En concreto, Jesús
de Nazaret (o Miguel de Nebadón, que es como se le llama allá arriba) es
el Hijo Creador de vuestro universo local, Nebadón. Los universos locales

64
tienen diez millones de mundos habitados por vida inteligente, aunque el
vuestro es un universo local joven y está lejos de haber llegado a ese
número: apenas ha llegado al cuarenta por ciento de mundos habitados
por mortales.

—Y con casi cuatro millones de mundos a los que ir… ¿por qué vino
a parar aquí, si se puede saber?

—Esa es una buena pregunta —alabó mi sosias—. En el universo


suele cumplirse la máxima de que «los últimos son los primeros», y
vuestro mundo estaba en una situación muy mala debido a la rebelión.
Es cierto que Lucifer arrastró a treinta y siete Príncipes Planetarios a su
rebelión, pero también lo es que vuestro mundo, al ser decimal (o
experimental, si lo prefieres así), tenía una dificultad añadida para
recuperar la normalidad y seguir el ritmo establecido para todos los
mundos evolutivos.

—Entonces… ¿vino a terminar con la rebelión?

—Sí, pero ese no fue el principal motivo por el que vino a este
planeta y nació como un niño indefenso. Vino para ganar plena soberanía
en su universo.

—¿Me quieres decir que no tenía poder sobre su universo y debía


venir a un agujero como este a ganárselo? —pregunté, con tono escéptico.

—Bueno, no tenía que ir necesariamente a un agujero, como tú lo


llamas. Para comprender plenamente a todas las criaturas de su universo
(para tener la capacidad de ponerse en su lugar, por así decir), los Hijos
Creadores deben encarnarse en siete órdenes diferentes de seres de su
universo, y la última encarnación es siempre en una criatura mortal. Así
todas las criaturas pueden estar seguras de que los Hijos Creadores las
comprenden y mostrarán misericordia con ellas. Una vez han cumplido
con estas siete encarnaciones, los Hijos Creadores se convierten en
soberanos plenos de su universo, pues han adquirido una experiencia de
primera mano de cómo es la vida de sus criaturas.

—Pues espero que le dieran la soberanía cum laude, porque no

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podía haber venido a un sitio peor —ironicé yo.

Historia soltó una carcajada antes de responder.

—Creo que había un mundo por ahí que estaba peor que vosotros…
así que debéis estar orgullosos de haber tenido el privilegio de recibir la
visita de vuestro Hijo Creador. ¡De entre cuatro millones de mundos, os
tocó a vosotros! ¡Fuisteis afortunados, en verdad! Desde que vuestro Hijo
Creador anunció que había elegido vuestro mundo para su última
encarnación como mortal (que fue poco después de la falta de Adán y
Eva), estuvisteis en boca de todos desde entonces. Un pequeño mundo
como la Tierra llegó a ser conocido en todos los confines del universo
local.

—Todavía no acabo de ver las bondades de ese privilegio. El mundo


es un desastre y la Iglesia cristiana ha cometido muchas atrocidades en
nombre de Jesús.

—David, créeme: este planeta es mejor gracias a la visita de vuestro


Hijo Creador y a pesar de todas las barbaridades que se cometieron en
su nombre y en el de Dios. Quizá no seas capaz de verlo ahora porque te
falta un poco de perspectiva, pero espero que más adelante puedas darte
cuenta, cuando reflexiones sobre todo lo que te estamos diciendo.

»Jesús de Nazaret, aunque te cueste creerlo, no vino aquí para


fundar ninguna Iglesia; eso fue cosa de sus compañeros humanos. Antes
al contrario, él abogaba por una experiencia personal con Dios, sin
intermediarios, sin teología, sin clero. Su evangelio era mucho más
sencillo que todo eso: Dios es el Padre de todos y por lo tanto todos somos
hermanos en la gran familia de Dios. No hace falta seguir los preceptos
de ninguna Iglesia para salvarnos y conseguir la vida eterna: tan solo
necesitamos fe.»

—La fe —repetí, con un suspiro—. Eso que a mí me falta.

—La tienes, pero todavía no eres consciente de ello —replicó mi


sosias, rotundo—. Es débil, pero tiene potencial de crecer. De lo contrario
no habrías recibido nuestra visita.

66
Me encogí de hombros y bajé la mirada. De repente me sentí muy
agobiado por la incertidumbre de aquellos días y eché de menos
enormemente a mi hija y a mis padres. Y sobre todo, me mataba que
Silvia no estuviera a mi lado en esos días de confinamiento. Me di cuenta
de que su muerte me había hundido más de lo que podía reconocer.
¡Cómo me hubiera gustado pasar aquellos días con ella, sentir su
optimismo, su calidez! La soledad llevaba meses golpeándome con fuerza,
y yo simplemente me había limitado a dejarme llevar por la rutina. Ahora
mi mundo se había vuelto más pequeño y eso hacía que todavía estuviera
más tiempo a solas con mis lúgubres pensamientos.

Claro que todo eso había dado un vuelco con estas experiencias tan
extrañas que estaba teniendo, justo cuando el mundo parecía haberse
vuelto del revés. En ese momento parecía que estaba llegando a un punto
de inflexión en mi vida, pero no era capaz de ver hacia dónde me dirigía.

Historia parecía seguir el hilo de mis pensamientos y me miraba


con gran afecto y empatía. Y eso hizo que me sintiera un poco menos solo
y recuperara un poco el ánimo, aunque sin dejar el sarcasmo.

—Entonces, ¿vas a contarme ahora la vida de Jesús? Te advierto


que me machacaron bastante con ella en el colegio de curas.

—Crees que la sabes, que es distinto. Hay muchísimo de la vida de


Jesús que no aparece en los evangelios. Por ejemplo, que tenía ocho
hermanos (cinco varones y tres mujeres) y que tuvo que hacerse cargo de
su familia a los catorce años, cuando su padre José murió en un
accidente laboral. Aquella trágica circunstancia le sirvió para conocer de
primera mano lo que era ser cabeza de familia, dado que no tuvo hijos.

»Otra de las grandes lagunas en la historia de su vida es lo que hizo


durante todos los años transcurridos desde que fue al Templo de
Jerusalén por primera vez (donde supuestamente se perdió, aunque en
realidad nunca estuvo perdido) hasta que comenzó su vida pública de
predicación. ¿Sabías que estuvo de viaje durante casi dos años por el
Mediterráneo y llegó hasta Roma e incluso a los Alpes suizos? ¡Si hasta
conoció al emperador Tiberio, que se quedó profundamente impresionado
67
con él! Aquel viaje le sirvió para conocer al mayor número de mortales
diferentes y mezclarse con ellos: tuvo contacto directo con más de
quinientas personas de diferentes razas y condiciones a las que cambió
la vida con sus palabras. Algunas de ellas fueron años después líderes
cristianos destacados, que vivieron y murieron sin saber que habían
conocido al mismísimo Jesús de Nazaret. En verdad aquel periodo fue
tan fructífero o más que los años en que estuvo predicando por Palestina,
que se narran de forma muy resumida e incompleta en los evangelios.

»Después de aquel viaje por el Imperio romano pasó una temporada


en la ciudad persa de Urmia, donde dio numerosas conferencias en un
templo dedicado a diferentes filosofías de las religiones, aunque sin
adherirse a ninguna religión en particular. Como ves, fue sembrando en
otras partes del mundo, no solo en la tierra donde nació. Pero después
de aquel viaje ya apenas viajó fuera de Palestina. Por entonces no era
plenamente consciente de quién era, pero una estancia a solas durante
seis semanas en el monte Hermón le sirvieron para estar seguro de cuál
era su verdadera naturaleza y, ya al final, tuvo una conferencia con
Satanás y Caligastia en la que rechazó de plano todas las proposiciones
de los rebeldes. Esa fue la «tentación» de la que hablan los evangelios,
que estuvo lejos de ser tal. Tras salir airoso de aquel lance fue nombrado
Príncipe Planetario de vuestro planeta, y no solo eso. Justo entonces
terminó la rebelión de Lucifer y se vetó a los rebeldes de todos los órganos
del gobierno celestial, y también cuando vuestro Hijo Creador consiguió
la plena soberanía de su universo, aunque ese logro se hiciera oficial
meses más tarde, durante su bautismo en el río Jordán.»

—Un momento —dije, levantando la mano—. ¿Estás diciendo que


la rebelión ha terminado?

—En lo que respecta al Hijo Creador, así es —asintió Historia—.


Hace ya tiempo que hay un nuevo jefe en Satania, de nombre Lanaforge,
que justamente tomó las riendas del gobierno de otro sistema de Nebadón
cuyo soberano también se rebeló, antes de la rebelión de Lucifer, así que
es un gobernante brillante y probado. Pero la rebelión no ha terminado

68
en lo que respecta al gobierno del superuniverso. Los rebeldes todavía
están a la espera de juicio.

—Espera, espera. ¿Superuniverso? ¿Qué es un superuniverso? Es


la primera vez que oigo hablar de eso.

—Tienes razón, tendría que habértelo explicado. ¡Qué despiste el


mío! Dicho así rápidamente y para que te hagas una idea: la Creación
habitada por mortales está compuesta por siete superuniversos.
Imagínate un grupo de galaxias por cada uno, para hacerte una idea.
Todas las estrellas que puedes ver de noche están en tu superuniverso,
de nombre Orvontón. Pues bien, los superuniversos (una unidad física y
administrativa de dimensiones gigantescas, como te puedes imaginar)
están gobernados por tres seres elevados, que se llaman Ancianos de los
Días pues fueron las primeras personalidades creadas. Ellos son los que
tienen la prerrogativa de dictar sentencia sobre la supervivencia de una
criatura, sea cual sea el orden al que pertenezca.

—Pero ¿por qué son ellos los que juzgan, y no el Hijo Creador?

—¿Puede un padre juzgar y condenar a su propio hijo? —respondió


mi sosias con otra pregunta— El juicio a Lucifer y los rebeldes está visto
para sentencia, pero el fallo no se ha producido todavía. Mientras tanto,
todos los rebeldes (menos Caligastia y su ayudante Daligastia) están
presos en otros mundos no habitados por mortales.

—¿Y por qué esos dos no están presos con los demás?

Historia se encogió de hombros y respondió:

—Se decidió que se quedaran en el planeta, y aquí siguen. Pero


tampoco pueden hacer gran cosa desde ese encuentro con Jesús. La
voluntad humana es sagrada y no pueden inmiscuirse en ella.

—Con toda la gente mala que hay por el mundo, no sé yo… —


murmuré con escepticismo.

—La gente mala actúa por su propia voluntad, no necesita de


ningún demonio que la azuce —insistió mi yo mejorado.

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Los dos nos quedamos en silencio durante un buen rato. Supongo
que él me quería dar tiempo para asimilar toda la información que me
estaba dando, que era mucha, y al cabo de un espacio de tiempo que no
podría precisar (recordad que no podía saberlo) Historia preguntó con
suavidad:

—¿Puedo seguir con mi relato?

—Espera un momento —dije, levantando la mano—. Entonces, si


en el monte aquel Jesús se había ganado la soberanía de su universo,
aquello para lo que había venido a la Tierra, ¿por qué no se marchó
entonces y se ahorró todo lo que vino después?

—Porque quiso quedarse un tiempo más y ofrecer un regalo no solo


a la humanidad de la que formas parte, sino a todas las criaturas de su
universo: mostrar lo que es vivir haciendo la voluntad de Dios.

—No tengo ni idea de a qué te refieres con la voluntad de Dios.


¿Qué es eso? ¿Cómo puede saberse?

—Entiendo que no sepas qué es, pues has estado un poco


«distraído» al respecto, por así decir. Te falta sintonía con el Padre, nada
que no pueda remediarse, por cierto. Él está más cerca de ti de lo que
crees… tan solo has de hablarle como estás hablando conmigo, como
hablarías con un amigo. Incluso pídele lo que necesites. Que no sea
material, por supuesto. Dios no está para atender esas tonterías. Y luego
mantente a la escucha. Te aseguro que siempre obtendrás respuesta.
Puede que no siempre sea la que tú esperas, pero seguro que será la
mejor respuesta para ti en ese momento. El Padre del cielo nunca se
equivoca.

Lo miré como si me hubiera hablado en chino. Aquellas palabras


no tenían mucho sentido para mí en aquel momento, y él pareció darse
cuenta, así que cambió de tema.

—Volviendo a lo que estaba contando, estábamos en que Jesús


decidió quedarse un poco más en la Tierra para enseñaros algunas cosas
más sobre el Padre del cielo. A diferencia de su vida anterior, era

70
plenamente consciente de quién era: un ser humano y divino. Su vida
pública (y el final de su vida puramente humana) comenzó oficialmente
cuando fue bautizado por su primo Juan el Bautista en el Jordán, el año
en que cumplió los treinta y uno. Después de bautizarse se dirigió a las
montañas para pasar cuarenta días de retiro en los que reflexionar sobre
lo que iba a hacer a partir de ese momento. Piensa que era un ser divino
con mucho poder, incluso con el poder de materializar sus deseos y de
obrar prodigios a los ojos de los humanos. ¿Iba a usar a las huestes
celestiales que tenía a su disposición durante su obra pública? ¿Iba a
usar sus prerrogativas de creador para buscar comida y bebida? ¿Iba a
usar sus poderes para preservar su vida? ¿Iba a alterar el orden natural
de las cosas para lograr sus fines? ¿Iba a obrar milagros para que
creyeran en él? ¿Iba a reivindicar la figura del Mesías judío para sí? Para
Jesús estaba claro que la respuesta a todas esas preguntas debía ser
negativa: seguiría el orden natural establecido, no echaría mano de su
poder para que creyeran en él y, por encima de todo, se sometería a la
voluntad de Dios Padre.

—Pues en los evangelios se dice que Jesús hizo milagros. ¿No faltó
ahí a su palabra?

—No, porque la inmensa mayoría de milagros que aparecen en los


evangelios fueron algo totalmente involuntario. Debo recalcar que, como
Hijo Creador, Jesús tenía la capacidad de materializar lo que deseaba, y
tenía que estar muy pendiente de sus pensamientos para que sus poderes
creadores no se pusieran en marcha, pues eran poderes que actuaban
independientemente del tiempo. En ciertas ocasiones Jesús sí obró
prodigios de manera consciente, pero siempre con la seguridad de que
esa era la voluntad del Padre y con algún fin concreto, nunca por capricho
ni de forma arbitraria.

—¿Y tampoco caminó sobre el agua?

—Tampoco —negó mi sosias—. Esa escena formó parte de un


sueño que tuvo el apóstol Pedro cuando iban en barco por el lago
Tiberíades una noche de fuerte viento. Jesús se había comprometido a

71
no usar sus poderes sobrenaturales si no era la voluntad del Padre, y
cumplió su palabra.

—¿Y la resurrección de Lázaro?

—Eso sí fue un prodigio deliberado y consciente. Como sabrás,


Jesús se ganó muy pronto la enemistad de los dirigentes religiosos judíos,
que vieron amenazada su posición privilegiada en la sociedad judía, a la
que tenían sometida con cientos de rituales y preceptos arbitrarios e
inútiles y que tenía la obligación de dar dinero para el Templo (y para
ellos, obviamente). El Maestro resucitó a Lázaro de verdad, lo devolvió a
la vida en su cuerpo físico para demostrar a los dirigentes religiosos que
él era «el camino, la verdad y la vida». Fue su último intento de
convencerlos, un intento inútil como ya sabrás. El Sanedrín judío veía a
Jesús como un intruso, alguien que estaba fuera de la organización
religiosa de su tiempo y que amenazaba todo lo que ellos significaban, así
que no pararon hasta verlo morir en la cruz.

Me quedé pensativo durante unos instantes. Debo admitir que la


figura de Jesús siempre me había producido respeto, incluso cuando ya
me había desengañado de la religión católica. Podía burlarme de muchas
cosas relacionadas con la Iglesia, pero me daba reparo hacerlo de Jesús.

—Supongo que hay muchas cosas de su vida que desconocemos,


pero siempre me ha intrigado una cosa: ¿realmente murió por nuestros
pecados, como afirman los cristianos? Porque, si es así, ni veinte como
tú conseguirán convencerme de que Dios es un Dios de amor.

—¡Por supuesto que no! —exclamó Historia, y fue la única vez que
lo noté algo alterado— ¿Cómo va un padre a exigir un sacrificio de su hijo
para expiar las culpas de otros? ¡Eso es muy de Dios del Antiguo
Testamento que exigía sacrificios y chivos expiatorios, no es el Dios Padre
del que hablaba Jesús!

—Entonces, ¿por qué tuvo esa muerte tan horrible en la cruz? ¡Digo
yo que podría habérsela ahorrado!

—No podía hacerlo si quería vivir de acuerdo con las normas que

72
él se había impuesto cuando estuvo cuarenta días de retiro en las
montañas. No iba a forzar las situaciones, no iba a eludir el fluir de los
acontecimientos y, por encima de todo, iba a seguir la voluntad de Dios
Padre.

—Entonces sí que es cierto que Dios quería que él muriera de esa


forma.

—¡Claro que no! La voluntad del Padre es que siguiera el curso


natural de los acontecimientos, que es distinto. Y ese curso de
acontecimientos, por desgracia, le llevó a morir en la cruz. Piensa que
cualquier otra alternativa le hubiera hecho recurrir a su poder divino, y
eso habría ido en contra de sus primeras decisiones sobre cómo iba a ser
su vida pública. ¡Se habría hecho trampas a sí mismo! ¿Qué clase de
ejemplo hubiera dado, no solo a vuestra humanidad, sino a los casi
cuatro millones de humanidades que pueblan su universo?

—¿Y qué me dices de su resurrección? ¿Realmente resucitó al


tercer día?

—Así es —asintió Historia—. Resucitó al tercer día, tal como había


anunciado varias veces, solo que no con el mismo cuerpo que tenía en
vida.

—¿Entonces no fue como en el caso de Lázaro? ¿Tan destrozado


estaba su cuerpo que no podían arreglarlo?

—Nada de eso. Es cierto que el cuerpo de Jesús quedó muy


deteriorado por todo el castigo que sufrió antes y durante la crucifixión,
pero si los seres celestiales hubieran querido, el cuerpo habría quedado
como nuevo, pueden hacer esas cosas y mucho más. Pero no se trataba
de restaurar el cuerpo físico de Jesús. Como Hijo Creador, Jesús ya había
cumplido con su misión en la Tierra, y como humano quería pasar por lo
mismo que pasan todos los mortales. Pero dejaré que sea la próxima
visita la que te dé más detalles sobre esto. De momento, quédate con la
respuesta de que sí, resucitó, pero con otro cuerpo menos denso que
ciertos tipos de seres celestiales tenían que hacer visibles a los ojos

73
humanos.

»La resurrección fue un acontecimiento tan impactante para los


apóstoles que, por desgracia, perdieron de vista la enseñanza de Jesús.
Se enfocaron en la muerte y resurrección de su Maestro y dejaron en
segundo plano su vida y sus enseñanzas. Por desgracia, la religión sobre
Jesús eclipsó a la religión de Jesús.»

—¿Y cuál era esa religión de Jesús?

—La religión como experiencia de primera mano con Dios, sin


intermediarios, sin clero, sin doctrinas, sin teología. En su religión todos
somos hijos de Dios y por tanto hermanos, y solo necesitamos tener fe en
Dios para obtener la vida eterna.

—¿Y ya está? ¿Así de sencillo?

—Que se pueda formular de manera sencilla no significa que sea


sencillo de poner en práctica —replicó Historia con una media sonrisa. Y
añadió, entornando los ojos—. Me gustaría ver cómo lo intentas.

Aquella alusión personal me hizo sentirme incómodo, así que


cambié algo el tema:

—Vale, ya estamos a dos mil años del día de hoy, ¿qué más te queda
por contarme?

—¡No tengas tanta prisa por echarme! —rio mi sosias— Aún no he


acabado del todo con Jesús. Junto con la promesa de resucitar al tercer
día, el Maestro también anunció que derramaría sobre todos los humanos
su presencia espiritual, el Espíritu de la Verdad. Eso sucedió el día de
Pentecostés, mientras los apóstoles y otros seguidores de Jesús estaban
reunidos en la casa de la familia de Juan Marcos, uno de los evangelistas.
Se encontraban orando cuando todos fueron conscientes de una
sensación de confianza y alegría que no habían sentido jamás, y se
sintieron impulsados a salir de su encierro para predicar la buena nueva
de la resurrección de su Señor Jesucristo.

»Pero el Espíritu de la Verdad no vino solo a ellos, sino a todos los

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seres humanos honrados que habitaban el planeta. Y no fue exclusivo de
vuestro mundo: en todos ellos, cuando el momento es propicio, llega ese
espíritu, cuya misión es fomentar y personalizar la verdad. Dijo el
Maestro: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Pues
justamente para eso llega esta presencia espiritual del Hijo Creador a los
mundos.»

—Entonces, lo de hablar en lenguas y todo eso que se dice en los


evangelios…

—Nada de nada —atajó mi yo mejorado—. Lo que pasó es que


sintieron una fuerza espiritual que no habían sentido antes porque
mientras Jesús estaba en la Tierra no podía enviarla. Además, esa
presencia espiritual preparó a los humanos de ahí en adelante para poder
ser habitados por otro espíritu: el espíritu del Padre, la chispa divina.

—¿Me quieres decir que todos los humanos tenemos esa chispa
divina?

—Todos los humanos de mente normal —matizó Historia.

—¿Y qué significa «de mente normal»?

—Una mente capaz de reconocer a Dios.

Iba a preguntar más sobre la chispa divina, pero mi sosias levantó


una mano para interrumpirme y se me adelantó:

—De momento eso es todo lo que voy a decirte sobre la chispa


divina. Dejaré que sea la tercera visita la que te explique más sobre ella.
Lo que sí quiero es añadir alguna cosa más respecto al Espíritu de la
Verdad, porque no llega porque sí, sino que obedece a unos propósitos
muy claros. Verás: Jesús vino a enseñar un evangelio concreto para los
seres humanos de aquella época, y gracias al Espíritu de la Verdad ese
evangelio de Jesús se va actualizando en cada generación para resolver
las dificultades espirituales de los humanos de todos los tiempos.
También está para ayudaros a comprender la verdad, a encontrarla allí
donde se encuentre, y así acercaros más a Dios.

75
—Pues no sé qué decirte —dije, mientras me rascaba la cabeza,
pensativo—. No parece que la gente le haga mucho caso a ese espíritu.
La mentira, la injusticia y la falsedad parecen campar a sus anchas en
este mundo más que nunca.

—Que las manchas negras del lienzo de la vida no te hagan perder


de vista su blancura —replicó Historia enigmáticamente. Y como vio que
no le entendía, añadió—. Es cierto que vuestro planeta ha sufrido
muchas guerras y mucha destrucción, pero si seguís la religión de Jesús,
su evangelio de poner la otra mejilla, de devolver bien por mal, nada ni
nadie os podrá derrotar. Ahí, en el evangelio de Jesús, está el secreto de
una civilización mejor, basada en la hermandad, la buena voluntad del
amor y la confianza mutua. Además, no hay que olvidar que Jesús hizo
otra promesa…

—¿Qué promesa?

—La de regresar.

—Pues no estaría mal que regresara ahora. Seguro que lo primero


que haría sería ir a El Vaticano a darle un puntapié a más de uno, como
hizo con los mercaderes del Templo.

Historia rio de buena gana ante mi ocurrencia.

—Solo hay un pequeño problema… nadie sabe cuándo va a volver.


Eso solo él lo sabe.

—¿Tendrá que ver con la sentencia a Lucifer y los rebeldes? —


aventuré yo.

—Solo él lo sabe —repitió Historia, así que no insistí.

—¿Y tampoco se sabe cuándo va a ser la sentencia del juicio a


Lucifer?

—Tampoco —negó mi sosias moviendo la cabeza—. Depende de los


Ancianos de los Días. Piensa que allá arriba manejan unos tiempos
distintos a los vuestros. Una comparación burda sería que compararas
tu existencia con la de una mariposa, cuya vida transcurre en un lapso

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muy corto de tiempo, de dos a cuatro semanas de media. ¿Cuánto es eso
para ti? Apenas un suspiro, y cuantos más años vas dejando atrás más
rápido transcurre. En cambio para ella es toda su vida.

—¿Y cuánto tiempo llevamos hablando, por cierto? —seguía sin ver
la hora de mi reloj.

Historia soltó una carcajada y respondió:

—Tranquilo, que no me queda mucho más que contarte. Después


de que el Hijo Creador regresara a su lugar como soberano del universo
local, la religión que se organizó alrededor de su figura fue extendiéndose
por el Imperio romano. Al principio los apóstoles y sus seguidores
constituyeron una especie de secta de la religión judía, pero pronto las
divergencias les hicieron escindirse en una nueva religión. Fue en
Antioquía (en la actual Turquía) donde se llamó cristianos por primera
vez a los discípulos de Pablo de Tarso, que fue realmente el que dotó de
cuerpo teórico aquella nueva religión, hasta el punto de que podríamos
decir que el Nuevo Testamento describe la experiencia religiosa de Pablo
y sus convicciones religiosas.

»La suerte de los apóstoles fue diversa. Muy pocos murieron de


viejos. Uno de ellos fue Juan el evangelista, que murió en Éfeso (la actual
Turquía) a la edad de 101 años. Otros murieron ejecutados, algunos
incluso crucificados, como el caso de Felipe y de Pedro. Otros viajaron a
tierras lejanas a predicar el evangelio y nada más se supo de ellos. Su
pueblo de origen, el pueblo judío, se negó a aceptar en bloque el evangelio
de Jesús, pero resultó que los pueblos occidentales (sobre todo los
griegos, la gran influencia cultural del Mediterráneo en aquella época)
fueron mucho más receptivos a las enseñanzas cristianas, pues carecían
de una religión digna de tal nombre.

»Aquellos doce hombres pusieron patas arriba el imperio con su


evangelio. Los primeros cristianos eran realmente una hermandad: se
llamaban hermanos y hermanas, ayudaban a los pobres, compartían sus
posesiones y creían firmemente en que la segunda venida de Jesús sería
inminente (aunque luego eso no sucediera). Desde un principio el
77
cristianismo era más que una religión: era un nuevo orden de sociedad
que quería penetrar en todos los ámbitos de la sociedad y en todas las
clases sociales. Esa fue su gran fuerza, pero también su gran debilidad.
Cuando el cristianismo se convirtió en la religión del imperio, ya era
demasiado tarde para que impidiera la decadencia del Imperio romano,
pero este duró lo suficiente para garantizar la supervivencia del
cristianismo.

»Durante los años más oscuros de la Edad Media, el cristianismo


también pasó por su particular “edad oscura”, pues estaba muy insertada
en la sociedad y la política de su tiempo. Ahí fue donde el cristianismo
cayó en sus horas más bajas, en el dogmatismo, la intolerancia, las
tinieblas morales y el estancamiento espiritual. De aquella época
surgieron numerosas sectas cristianas, algunas de las cuales continúan
hoy en día. El cristianismo lleva siglos dividido, y si se mantiene es
porque la religión de Jesús sigue latente en él. Pero desde el siglo pasado
lleva enfrentándose a un problema muy extendido en el mundo, que es
la secularización.»

—¿A qué te refieres con secularización?

—Tal como te he dicho, el cristianismo se inmiscuyó en todas las


áreas de la sociedad humana, y eso incluía también la ciencia. Durante
siglos, la religión cristiana manejó la ciencia y los descubrimientos
científicos con mano de hierro: no hace falta que te recuerde a Galileo
Galilei, por ejemplo, al que por poco quemaron en la hoguera por
atreverse a afirmar que la Tierra se movía alrededor del Sol. Por supuesto,
la Iglesia tendría que haberse circunscrito a su ámbito, que era la
religión, pero ya te he dicho que formaba parte de su poder ser
omnipresente en todos los aspectos de la sociedad. A la ciencia le costó
siglos deshacerse de ese vínculo, que poco a poco y a partir del siglo XVII
fue ahondando en la separación con los grandes científicos y filósofos de
la época (Newton, Descartes, Leibniz y otros).

»Hace mucho tiempo que ciencia y religión están totalmente


separadas, y eso es bueno para ambas. El problema es que se ha elevado

78
a la ciencia a la categoría de la religión en tanto que se la ha caracterizado
como fuente de sentido para los seres humanos, y eso es tan erróneo
como que la religión se encargue de la ciencia. Esa es la secularización
de la que te hablaba: parece que Dios ha muerto, como decía Nietzsche,
que ya no es necesario, porque lo que realmente existe es lo material y de
ello ya da cuenta la ciencia. Se ha equiparado religión con superstición o
engaño, y se la ha rechazado pues sus postulados no son demostrables
científicamente. También se ha equiparado al hombre con un animal
racional, con un autómata que se mueve por impulsos químicos y
predecible si se conocen las leyes o los principios que originan esos
impulsos. ¿Pero cómo puede ser entonces que dos personas piensen
distinto o perciban un fenómeno de manera diferente? ¿Cómo explicar el
amor y todos los valores elevados que experimentáis si no sois más que
máquinas? ¿Cómo explicar el arte, la poesía, el aprecio por la belleza?

»El rechazo a las religiones institucionalizadas por no estar a la


altura de los tiempos, por no abanderar los ideales más trascendentes y
elevados a los que los humanos pueden aspirar, ha llevado a muchos no
solo a negar la religión, sino también a negar a Dios mismo. Y no iréis
por buen camino si os empeñáis en alejar a Dios de vuestras vidas, pues
el materialismo y el secularismo acaban por llevar al totalitarismo, a la
ausencia de toda ética y compasión hacia vuestros semejantes. Es
totalmente comprensible que la humanidad quisiera desembarazarse de
la dominación de la Iglesia institucionalizada; gracias a ese impulso se
han producido grandes avances científicos y sociales; lo que es
preocupante es que al irse al extremo de negar a Dios, el secularismo os
lleva a entregaros a una esclavitud igual de aberrante: la política y
económica. Lo habéis visto en las guerras mundiales del siglo veinte y en
la inestabilidad internacional que vino a continuación.

»Todo el mundo dice querer la paz, pero os hace falta Dios para
alcanzar esa fraternidad que haga que las guerras y los enfrentamientos
entre seres humanos sean cosa del pasado.»

Historia se quedó en silencio, y yo también. Daba la impresión de

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que había terminado de contar lo que había venido a decir. Pero añadió
algo más:

—El futuro se os presenta cargado de desafíos, y no me refiero solo


a esta pandemia que estáis viviendo. Son muchos los problemas a los que
tenéis que enfrentaros como humanidad más pronto que tarde. Por
desgracia, no tenéis a ningún gobernante superhumano visible, como sí
tienen otros mundos que han seguido una senda más «normal» que la
vuestra, aunque no estáis solos. Además, como mundo donde se encarnó
el Hijo Creador, estoy seguro de que os espera un destino brillante.

»En cuanto a ti, David, tú también tienes tus propios retos, entre
ellos el de perder el miedo a creer. Espero que tengas la sabiduría
suficiente para poder afrontar tus luchas interiores y salir airoso de ellas.
Depende de ti, pero has de saber que no estás solo. Piensa en tu chispa
divina, ella puede guiarte en todas las encrucijadas que se te presenten
en el camino. Adiós, David.»

Se desvaneció en el aire y abrí los ojos de golpe en mi cama con la


luz de un nuevo día.

80
Tercera visita

Aunque no era la primera vez que me pasaba, todavía me resultaba


muy extraño verme en la cama, como si mi conversación con Historia
hubiera sido simplemente un sueño. ¡Si hasta había cenado mientras él
me esperaba sentado en el sofá!

Me levanté de la cama y fui a la cocina. Todo lo que había ensuciado


en la cena estaba limpio y seco en el escurreplatos. La botella de vino
tinto estaba sobre la encimera casi llena, solo le faltaba la copa que me
había tomado durante la cena. Todo parecía estar como yo lo había
dejado. Solo yo estaba donde no era consciente de haber ido, pues era
incapaz de recordar en qué momento me fui a la cama. Vestido, eso sí.
Se ve que mi visita consideró que ponerme el pijama sería demasiado.

Ahora que lo pienso, no deja de parecerme sorprendente que


después de haber experimentado la segunda visita hubiera normalizado
aquella experiencia hasta el punto de que ni siquiera estaba en estado de
shock. Antes al contrario, creo que nunca he estado tan lúcido como
aquel sábado por la mañana, el día siguiente a la segunda visita.

Algo dentro de mí me hacía tomarme en serio todo lo que Historia


me había contado, pero seguía con mi lucha interna, continuaba
resistiéndome a creer en todo aquello. Esa historia de la rebelión de
Lucifer, Satanás y Caligastia sonaba realmente increíble, pero también
era cierto que ayudaba a comprender por qué nuestro mundo está tan
desnortado. De todas formas, como lo del demonio siempre me había
parecido un cuento para aterrorizar a los niños que se portaban mal, y
los que decían ser satanistas me parecían unos chiflados, seguía sin

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saber qué pensar de ese relato.

¡Por no hablar de Adán y Eva! ¿No era acaso la historia del Génesis
un cuento para someter a las mentes crédulas? Pero, por otro lado, lo
que mi sosias me había contado sonaba muy verosímil, a pesar de incluir
a toda clase de seres celestiales de los que jamás había oído hablar.

¿Y qué decir del tal Melquisedec? Si hasta busqué en Internet y


encontré que se hablaba de este personaje en la Biblia, y también en uno
de los rollos del mar Muerto. En la Wikipedia encontré una información
que desde luego me dio que pensar, después de todo lo que Historia me
había dicho:

Melquisedec es visto como un ser divino y se le adjudican títulos hebreos


como Elohim. Según este texto, Melquisedec proclamará el «Día de la expiación»
y expiará a las personas que están predestinadas a él. Él también juzgará a
pueblos.

En cuanto a Jesús… la verdad es que me convenció más lo que mi


yo mejorado me explicó que el Jesús que me habían enseñado. Debo
admitir que, en mi desengaño religioso, me enfadé más con Dios que con
Jesús, todavía no sé muy bien explicar por qué. Quizá porque intuía que
Jesús no pintaba nada en mis desgracias, que el que tenía verdadero
poder era Dios.

«Quizá esté equivocado», pensé. «Por lo que me ha contado mi


sosias, Jesús también es un pez gordo.»

El día transcurrió más o menos tranquilo, dentro de mi soledad.


Por la mañana me dediqué a buscar en Internet sobre todo lo que Historia
había relatado, pero enseguida me saturé pues la información que
encontré estaba más o menos relacionada con las Iglesias cristianas y me
sonaba todo a lo mismo.

Por la tarde tuve la videollamada de rigor con Sara. Por un


momento estuve tentado de contarle las experiencias tan extrañas que
había tenido, pero acabé desechando la idea. Seguramente creería que la
combinación de soledad y confinamiento me estaba volviendo loco, y

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tampoco quería alarmarla innecesariamente.

A continuación llamé a mis padres, a los que también llamaba con


frecuencia para ver cómo se encontraban. Seguían viviendo en Barcelona
en el barrio de siempre, pero nos separaba media ciudad y no nos
veíamos desde que comenzó el confinamiento. Con las noticias y las
advertencias de las autoridades, pensamos que era mejor no tener
contacto, pues por su edad formaban parte del grupo de riesgo que tenía
mayor probabilidad de contraer la peor versión de la COVID-19.

Estuve hablando durante unos diez minutos con mi madre más o


menos de lo de siempre, y cuando colgué me di cuenta de que
prácticamente el día había pasado sin darme cuenta, pues empezaba ya
a oscurecer.

Sabía lo que eso significaba.

La tercera visita no tardaría en llegar.

No podía evitar estar un poco nervioso. ¿Dónde me lo iba a


encontrar esta vez? No podía evitar mirar por todos lados, esperando
encontrármelo escondido en algún rincón. Cualquiera que me hubiera
visto pensaría que estaba buscando algún mosquito molesto.

Se hizo de noche y nadie había venido a visitarme de momento, así


que dejé de buscar. Me encogí de hombros y fui a prepararme algo de
comer.

Cuál fue mi sorpresa cuando escuché desde el pasillo ruido de


cacerolas en la cocina. Entré y allí estaba el tercer visitante, dispuesto a
hacer la cena.

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Destino

—¿Qué haces aquí? —pregunté sorprendido al tercer visitante,


aunque después de decirlo en voz alta me di cuenta de lo absurdo de la
pregunta.

—¿Tú qué crees? —preguntó a su vez, divertido— Hoy voy a ser yo


quien te prepare la cena. Me han dicho que no comes de manera muy
saludable y no estaría nada mal que cambiaras un poco tu dieta.

Ya puestos a hacer afirmaciones obvias, respondí:

—Tú debes ser la tercera visita.

—Así es —asintió—. Mi nombre es Destino, para servirte.

Si los otros visitantes me sorprendieron por la proyección que


reflejaban sobre mi persona, este todavía me impresionó más. Si Historia
era mi yo actual mejorado, Destino parecía representar a mi yo futuro.
Despedía un halo de luz y su cuerpo (a diferencia de los otros dos) era
etéreo, casi como el de un fantasma. Su aspecto era tan liviano que podía
ver lo que había a través de él. Curiosamente, eso no le impedía manejar
los utensilios de cocina.

Pero ¿acaso no era todo eso un sueño? ¿Qué lógica podía pedirle a
lo que estaba sucediendo?

Destino se manejaba en la cocina con tanta soltura como si se


hubiera dedicado a preparar comidas toda su vida. Abrió el frigorífico y
me miró con desaprobación.

—Tu despensa no es para tirar cohetes, pero haré lo que pueda.


Espérame en el comedor y no te preocupes: yo me encargo de todo.

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Como fuera que me quedé parado frente a él sin saber qué decir ni
qué hacer (en el fondo esperaba que empezara a soltarme su charla nada
más verme), me invitó con un gesto a que me fuera, de modo que di media
vuelta y me senté en el sofá del comedor, donde estuve durante un buen
rato escuchando a Destino trasegar con sartenes, platos y vasos.

Al cabo de un tiempo que nuevamente no pude precisar, pues la


visión de todos los relojes era borrosa, empecé a sentir somnolencia y
cerré los ojos. Apenas lo había hecho escuché la voz de Destino a unos
metros de mí, diciendo:

—La cena está servida.

Abrí los ojos bruscamente y cuál fue mi sorpresa al ver que la mesa
del comedor estaba puesta y en el centro había unas fuentes relucientes
de cristal con unas verduras y frutas que no había visto en mi vida. Pero
eso no era todo: los platos y vasos parecían estar hechos de diamantes,
y los cubiertos de oro con incrustaciones de piedras preciosas. También
había pequeñas jarras (hechas del mismo material que los platos y los
vasos) con algo que parecían zumos de diferentes colores.

—¿Qué es todo esto? —pregunté, sin acabarme de creer lo que


estaba viendo.

—Bueno, tu vajilla me pareció demasiado corriente para una


comida así, y yo tengo mis propios recursos —respondió, risueño.

Me incliné hacia las fuentes para ver mejor lo que contenían.


Contenían una especie de ensalada con verdura y frutas de colores
imposibles que no había visto en mi vida.

—Me imagino que esto tampoco lo has sacado de mi frigorífico —


comenté yo, señalando las fuentes. Nunca he sido de comer mucha
verdura ni fruta, pero el contenido atraía tanto a la vista que me hacía
sentir deseos de probarlo.

—Por supuesto que no. Nada de lo que ves aquí se encuentra en tu


planeta.

85
—¿Y todo ese ruido de cacharros?

—Era solo un poco de efecto teatral —rio Destino, divertido.

—¿Y cómo has conseguido...?

—Te lo repito, David. Tengo mis recursos.

Me encogí de hombros, renunciando a comprender, pero Destino


añadió algo más.

—Este es el tipo de alimentos que comerás cuando pases al otro


lado. Me pareció interesante que pudieras probarlos ahora, como parte
del relato sobre tu destino. Hay muchas ideas preconcebidas que aclarar
respecto a lo que es el cielo.

—¿Como, por ejemplo, que en el cielo ni se come ni se bebe?

—En efecto, esa es una de las ideas que conviene desterrar. Pero
sentémonos a la mesa y disfrutemos de estos manjares.

Yo ya había visto que Destino había dispuesto dos platos y dos


vasos, pero aun así pregunté:

—Ah, ¿pero tú también me vas a acompañar?

—¡Por supuesto! ¿O es que pensabas que me iba a limitar a ver


cómo comes?

—Bueno, eso es lo que hizo Historia... —empecé a replicar, pero


Destino me interrumpió.

—Claro, porque te habías preparado unos huevos fritos con jamón.


¿Cómo iba Historia a comer eso? Ese no es el tipo de alimentos que
encontrarás allí arriba. En los mundos que te esperan no se come nada
que tenga origen animal.

—Pues no sabéis lo que os perdéis.

—Pruébalo, y luego me dices si nos perdemos algo importante.

Destino me invitó a tomar asiento y él se sentó también. Me puse


un montoncito de todo en el plato y empecé a probarlo. ¡Dios mío!
¡Aquellas verduras eran una delicia! Me parecieron muy sabrosas, y eso

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que yo era más aficionado a la carne que a la verdura.

Miré a mi yo futuro, que sonreía. No hacía falta que le dijera nada.

—Prueba ahora alguno de los zumos —me aconsejó, tomando una


de las jarritas para servirme—. No te van a decepcionar.

Probé el zumo que me sirvió, y la sensación fue la misma que con


la comida. Aquello no se parecía a nada de lo que hubiera probado.
Parecía fruta, pero ninguna que yo conociera o que me resultara siquiera
familiar.

En un rincón había una pequeña bandeja de cristal tallado con un


postre con textura de flan, pero bañado con algo que parecía chocolate
negro. En cuanto reparé en él se me hizo la boca agua.

—Adelante, pruébalo —me animó mi yo futuro—. Es un postre


hecho a base de frutas y la cubierta es una especie de chocolate
mejorado.

¡Y tan mejorado! Aquello era sencillamente delicioso. Todavía hoy


puedo recordar aquel sabor.

Comí y bebí de todo lo que había preparado Destino y, contra lo


que pudiera parecer, teniendo en cuenta que solo era fruta y verdura, me
sentí saciado enseguida. Y no solo eso: realmente había disfrutado de
aquellos manjares.

—Lo reconozco —admití—. No tenéis nada que perderos respecto a


lo que se come aquí.

—¡Y eso que solo he traído una muestra muy pequeña! —exclamó
mi yo futuro— Te esperan alimentos aún mejores.

Me desperecé en la silla y le invité a que nos sentáramos en el sofá


para estar más cómodos. Yo al menos lo necesitaba.

—Cuéntame algo más sobre por qué tenemos que comer y beber
cuando estemos al otro lado —le pedí.

—Sabía que esta comida despertaría tu interés —respondió


Destino, satisfecho—. Pero si te parece, mejor empiezo por el principio y
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te hablo del alma.

—¿El alma? —repetí, intrigado, pues no acababa de ver la relación.

—Sí, el alma, esa parte de ti que ya está creciendo en tu interior y


que de hecho es la que sobrevive (o tiene el potencial de sobrevivir) a la
muerte física. El alma es hija de tu mente y de la chispa divina de la que
te habló Historia, y va creciendo a medida que progresas espiritualmente
y tomas decisiones con valor de supervivencia. Es una realidad no
material que comienza a desarrollarse aquí, en este mundo, y que
alimentas y crece cuanto más cerca estás del bien... y de Dios. De hecho
la sustancia de la que está formada es una especie de materia más liviana
situada a medio camino de la materia física y del espíritu, que tiene por
nombre moroncia y que es invisible a ojos humanos.

»Pues bien, cuando mueres tu cuerpo y tu mente quedan atrás. Son


trajes viejos que ya no te sirven, que no necesitas allí donde vas. Lo que
queda de ti es, por un lado, tu alma, y por otro, tu chispa divina, que es
la que guarda todos tus recuerdos como ser mortal.

»Durante el intervalo de tiempo que transcurre entre la muerte y el


despertar, una serafín guardiana...»

—Espera, espera. ¿Has dicho «una serafín guardiana»? Me parece


que ahí hay un error de género.

—Nada de eso —replicó Destino meneando la cabeza—. Allá arriba


se usan pronombres femeninos para referirse a los numerosos órdenes
de ángeles que existen, entre los cuales están las serafines.

Me encogí de hombros y lo invité a proseguir.

—Pues como te iba diciendo, la serafín guardiana se encarga de


custodiar el alma, y la chispa divina se va al mundo remoto del que
procede y espera a ser convocada para el despertar de su compañero
mortal, además de hacer otras cosas que ahora sería demasiado prolijo
contarte.

»Después de la muerte, dependiendo de tu grado de avance

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espiritual, despertarás o bien al tercer día o bien cuando se produzca una
especie de “despertar colectivo” en las llamadas “dispensaciones”, que se
producen cada mil años, aunque también las hay especiales. En el
despertar se convoca a la chispa divina para que regrese. Si lo hace, se
une en un nuevo cuerpo con el alma que tenía custodiada la serafín. Si
la chispa divina no aparece, eso significa que esa persona estaba en
bancarrota espiritual, que no tenía un alma lo suficientemente
desarrollada como para perdurar, que no reconocía a Dios como su Padre
y Creador. Si la chispa divina no responde a la llamada, esa persona deja
de existir y se produce la verdadera muerte.»

No pude evitar sentir un escalofrío ante aquello, pues recordé lo


que me habían dicho las visitas anteriores de que yo estaba en peligro de
muerte.

Destino, como era de esperar, pareció leer mi pensamiento porque


me miró significativamente, aunque no hizo ningún comentario al
respecto y prosiguió con su explicación.

—Ese despertar se produce en los llamados mundos mansión,


mundos creados artificialmente que albergan tanto materia física (que
podrías ver con los ojos que tienes ahora) como materia moroncial,
materia más liviana hecha de moroncia.

—Espera, espera —le interrumpí—. ¿Mundos creados


artificialmente, dices? ¿Como la Estrella de la Muerte?

Destino rio con gana ante mi comparación, y luego respondió:

—Hay una diferencia importante: que no fueron creados para


destruir planetas, sino como escuelas gigantescas en las que empezáis a
aprender a ser perfectos. A diferencia de mundos como la Tierra, creados
a partir de procesos naturales de miles de millones de años de atracción
de materiales rocosos en virtud de la gravedad y que giran alrededor de
estrellas, los mundos artificiales como son los moronciales no solo no
giran alrededor de ninguna estrella, sino que tampoco tienen ninguna
cerca. En su lugar tienen una fuente de energía interna que es la que los

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calienta y da luz, aunque algo distinta a la luz de vuestro sol.

»Pero me estoy desviando. A lo que voy es que, cuando despiertes


en uno de los mundos mansión, tendrás un cuerpo nuevo hecho de
moroncia. Un cuerpo que, por muy liviano que sea, necesita energía.
¿Cómo obtenéis energía para el cuerpo aquí en la Tierra? Pues del
alimento y la bebida, ¿verdad? Así obtendréis también energía en esos
mundos: comiendo y bebiendo. Solo que hay una diferencia importante:
no se generan desechos, todo lo que se ingiere se aprovecha.»

—¿Y ese es el cielo del que hablan las religiones?

—Más o menos, aunque me parece que todo lo que os han podido


contar se queda corto ante lo que realmente es. En la Biblia se mencionan
siete cielos, que son en realidad los siete mundos mansión. Estos mundos
giran alrededor de uno de los siete satélites que giran alrededor de la
capital del sistema de mundos al que pertenece la Tierra, que se llama
Jerusem. Ni qué decir tiene que todos ellos son mundos arquitectónicos
o artificiales.

»De hecho no hay un cielo sino muchos, pues los mundos


moronciales son la primera parada de un viaje muy, muy largo. Si cuando
llegues al primer mundo moroncial habrás creído llegar al Paraíso, ¡no te
quiero ni explicar cuando llegues al Paraíso de verdad!»

Me lo quedé mirando con extrañeza.

—Ah, ¿pero es que los mundos moronciales no son el Paraíso?

—¡Qué va! Os queda mucho por recorrer hasta llegar al Paraíso.


Pero si te parece vamos por orden, porque me gustaría hablarte sobre la
carrera ascendente que Dios ha preparado para todos los mortales de la
creación, tú entre ellos. Para todos los que se salven por la fe, claro.

La última frase de Destino no se me pasó por alto, así que pregunté:

—¿Qué quieres decir? ¿Que hace falta tener fe para continuar?

—Por supuesto. Es condición sine qua non. ¿Qué sentido tendría


que continúes sin fe? Allí arriba si sobrevives es para ascender al Paraíso,

90
no puedes estar simplemente existiendo sin ningún propósito. Y eso pasa
porque creas en el plan del Padre y en Él.

—¿Y no puedes pasar un tiempo allí mientras te lo piensas? Igual


no todo el mundo lo tiene claro a la primera.

—Claro, no hay ningún problema con eso. ¿Qué es un poco de


tiempo cuando se puede tener toda la eternidad por delante? Pero tarde
o temprano tendrás que tomar una decisión al respecto. En la creación
de Dios no es posible estancarse y seguir existiendo.

Pero aún me quedaba alguna duda, y estaba dispuesto a no


dejarme nada por preguntar.

—Por otro lado, ¿no es bastante con ver que hay algo al otro lado
para creer? Ahora es lógico que no creamos, porque no vemos ni sabemos
que haya algo después de la muerte.

—No pienses que esa va a ser una razón suficiente para creer. No
importa en qué etapa estés del camino, siempre habrá algo que tendrás
que aceptar por la fe. De hecho, eso fue lo que le sucedió a Lucifer, del
que Historia ya te habló. Lucifer no reconocía la existencia de Dios Padre,
por la sencilla razón de que no lo había visto. Es más, afirmaba que Dios
era una patraña inventada por los gobernantes del superuniverso para
justificar su poder. Así que ya ves, por muy ser celestial que seas,
también necesitas un poco de fe para aceptar lo que no puedes ver ni
percibir.

»Pero volvamos a la carrera ascendente, ¡que siempre me voy por


las ramas! Estábamos en el primer mundo al que llegas después de morir.
Imagínate: tienes un cuerpo nuevo al que tienes que adaptarte, con
nuevos sentidos que ni siquiera eres capaz de imaginar ahora. Un cuerpo
joven, sano y ágil, en el que nada te va a doler. Piensa que es probable
que tus últimos recuerdos de la Tierra sean de un cuerpo envejecido y
gastado (en el caso de que mueras de puro desgaste físico), y ahora de
repente te ves con un cuerpo nuevo al que tienes que adaptarte. Por eso
te dan diez días de “vacaciones”, para que te vayas acostumbrando a esa

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nueva vida y saber qué ha sido de tus seres queridos, y en general
cualquier cosa que quieras saber sobre tu planeta de origen.»

En ese momento pensé que estaría bien preguntar quién y cómo


hizo las pirámides de Egipto, que es algo que había despertado mi
curiosidad desde que fui allí con Silvia y Sara unas vacaciones de verano
de hacía diez años. Destino esbozó una sonrisa enigmática y prosiguió:

—Además, necesitas un tiempo para ir recuperando poco a poco


tus recuerdos de cuando vivías en la Tierra, que la chispa divina guardó
para ti mientras estabas dormido. Por suerte tendrás ayuda en eso, ya
que volverás a ver a los seres queridos que te precedieron: familiares,
amigos… todos los que alguna vez te importaron y que hayan despertado
antes que tú. Tendrás ocasión de volverte a reunir con ellos y de recordar
los buenos momentos que pasasteis juntos. ¿Te imaginas compartir esa
comida tan deliciosa que acabas de probar con tus seres queridos y
poneros al día de todo lo que habéis hecho y aprendido?

Mencionar a los seres queridos hizo que me surgiera una duda.

—Has dicho que tendré la oportunidad de volver a ver a mis seres


queridos, así que entiendo que volvería a ver a Silvia. Pero ¿seguiríamos
viviendo como marido y mujer?

—No, David. Aunque el carácter masculino y femenino no se pierde


durante toda la carrera ascendente, lo que sí están ausentes en los
cuerpos moronciales son los genitales, ya que no es necesaria la función
de reproducirse. Más allá de este mundo no hay relaciones sexuales tal
como las practicáis aquí, pero el amor que sentiste no desaparecerá
cuando pases al otro lado, y si tuviste una buena y fructífera relación con
tu esposa ese vínculo se mantendrá durante toda la eternidad. Además
los buenos equipos de trabajo son muy apreciados allá arriba, ¡y qué
mejor que una pareja que se compenetra bien para llevar a cabo las
tareas que os asignen!

—Ah, ¿pero vamos a trabajar?

—Por supuesto, querido amigo. ¿Pensabas que al cielo se sube a

92
no hacer nada? No, sería muy aburrido estar ocioso durante toda la
eternidad. Aunque puedes estar tranquilo, siempre disfrutarás de
periodos de descanso o vacaciones para deleitarte con todo lo que has
logrado hasta ese momento y recargar las baterías, por así decir.

»Una vez que acaben esas primeras vacaciones, vas a empezar a


estudiar. Lo que sucede es que será un estudio mucho más apasionante
que el que puedas llevar a cabo aquí. Allí vas a pasar por un plan de
estudios hecho a medida para ti, cuya finalidad es ir eliminando poco a
poco todo rastro “animal” de tu carácter y espiritualizarte un poco más.
Tendrás ocasión de aprender sobre todo aquello que se te dé mejor y para
lo que estés bien dotado, pero recuerda que habrá cosas que te resulten
difíciles de captar o que te saquen de tu zona de comodidad. De todas
formas, no vas a pasar por nada que no seas capaz de superar.»

—Estás hablando como si fuera un hecho que voy a seguir allí.


¿Tan seguro estás de que voy a aceptar todo lo que me dices?

Destino me miró fijamente durante unos segundos antes de


responder.

—Me gustaría pensar que vas a aceptar lo que te estoy exponiendo,


pero en última instancia depende de ti. De todas formas, deja que te
explique cuál sería tu destino si decides creer. ¡Para eso he venido!

»A medida que vas progresando en cada mundo mansión, te darán


un cuerpo moroncial nuevo, menos denso que el anterior, pero ya no
volverás a pasar por nada parecido a la muerte física. Simplemente te
duermen y cuando te despiertas estás en otro mundo mansión con un
cuerpo nuevo. Aunque también puede ser que vayas a otro mundo
moroncial de visita, y entonces simplemente viajas, pero sin ser
ciudadano de ese mundo, pues son tus logros los que determinan tu
nuevo cuerpo y, con él, tu “carta de ciudadanía” en ese mundo nuevo.

»Igual que tu cuerpo va siendo cada vez menos denso, te volverás


menos material y más intelectual y espiritual. Poco a poco irás puliendo
los defectos que arrastrabas desde la Tierra, todos tus conflictos internos

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y tu falta de armonía mental. Y por supuesto no estarás solo: hay órdenes
de seres creados especialmente para acompañaros y educaros.»

»A partir del tercer mundo mansión la formación que recibirás será


más positiva. En el primer y segundo mundo se trata más bien de
compensar deficiencias, pero en el tercero empezarás a tomar contacto
con el saber y la cultura de ese nivel de la realidad: lógica, filosofía,
metafísica… Tu comprensión y tu percepción se ampliará de una manera
que ahora no puedes imaginar, ¡y eso es solo el principio! En el cuarto
mundo mansión vivirás en un nuevo orden social donde el amor y el
servicio desinteresado son la norma y no la excepción, y dominarás no
solo el idioma del sistema, sino también el del universo local…»

—Un momento —le interrumpí, intrigado—. ¿Hay que aprender


idiomas? ¡Creí que al menos allí nos comunicaríamos con el pensamiento!

—Toda comunicación necesita de un lenguaje que emisor y


receptor conozcan para que tenga éxito. Pero no te preocupes, al principio
tendrás intérpretes a tu disposición, buenos maestros para aprender ese
nuevo idioma y una mente mucho mejor que la que tienes ahora, de modo
que captarás las enseñanzas de una manera mucho más rápida y
profunda.

»Pero prosigamos. En el quinto mundo moroncial, y siguiendo con


los idiomas, perfeccionarás la lengua del superuniverso (así que ya ves,
no vas a aprender un idioma nuevo sino tres). También darás un gran
paso adelante, tus horizontes se expandirán notablemente y llegarás a
tener consciencia cósmica para verte como ciudadano del cosmos.
Asimismo podrás experimentar cómo son las sociedades en mundos
como la Tierra que han llegado a la perfección o edad de luz y vida. Pero
de eso te hablaré más adelante, si me lo permites.

»En el sexto mundo empiezas a conocer algo sobre la siguiente fase


de tu carrera, que es la fase como espíritu (hasta entonces estás en la
realidad moroncial). Aquí suele suceder un hecho muy importante, que
es la fusión de tu Ajustador (tu chispa divina) con tu mente. Desde ese
momento tu inmortalidad está plenamente garantizada, pues lo que te
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otorga la chispa divina es justamente la eternidad. Ya nada ni nadie
puede hacer que mueras: en esa etapa de la carrera ascendente has
decidido sobrevivir y ser uno con tu Ajustador, que recibe el don de la
personalidad o individualidad al fusionarse contigo.

»Cuando se produce la fusión recibes un nuevo nombre. Ya no


serás David sino David y Ajustador, así que es lógico que tu nombre sea
otro…»

—¿Y qué nombre tendré?

—Lo sabrás a su debido momento —respondió Destino de manera


tajante, así que no insistí.

»Cuando se produce la fusión, te conceden cuarenta días de retiro


espiritual para tomar decisiones muy importantes, como por ejemplo el
camino que vas a seguir para ir hasta Havona. El universo perfecto,
¿recuerdas? Origen ya te habló de él.»

Asentí. No dejaba de maravillarme que todo lo que hasta ese


momento me habían dicho las tres visitas se había quedado grabado a
fuego en mi mente.

—En el séptimo mundo mansión recibirás la preparación necesaria


para convertirte en ciudadano de Jerusem, la capital del sistema. Aquí
ya ha desaparecido todo rastro de tu parte más primitiva y animal, de la
«marca de la bestia». Para entonces se habrán creado grupos de
ascendentes como tú, que se preparan juntos para residir en Jerusem.
El trabajo en equipo es fundamental en el camino al Paraíso, raramente
se te va a encomendar alguna tarea que tengas que llevar a cabo tú solo.

»Una vez seas ciudadano de pleno derecho de Jerusem, la


“Jerusalén celestial” de la que habló Pablo de Tarso, ya no tendrás ningún
cambio de cuerpo más hasta que termines tu recorrido por el universo
local. Puede que tu envoltorio moroncial pase por algún cambio o ajuste,
pero no habrá pérdida de conciencia ni “traje” nuevo hasta más adelante.»

—Pero ¿qué es exactamente lo que se enseña en todos esos


mundos?

95
—Todo lo que podrías haber aprendido aquí en la Tierra, pero no
conseguiste aprender. Si hay algo que necesites dominar y conocer bien,
puedes estar seguro de que lo aprenderás allá arriba. Y también debes
saber otra cosa: más allá de la Tierra no hay caminos fáciles ni atajos
para alcanzar tus objetivos. A pesar de que tendrás resueltos muchos
problemas que aquí te ocupan mucho tiempo (vivienda, sustento, ocio,
etc.), vas a tener que esforzarte para pulir todo lo que necesites mejorar.
De hecho, uno de los objetivos de todo el plan educativo moroncial es
erradicar de tu carácter cosas como la tendencia a postergar las cosas y
a eludir los problemas, la falta de sinceridad, la injusticia y la búsqueda
de lo fácil. Allí no tendrás manera de esquivar las situaciones o las
obligaciones desagradables, que aquí sí puedes ir trampeando con más o
menos fortuna. Con toda esa formación, aprenderás a levantarte después
de fracasar, y mantendrás el equilibrio necesario cuando tengas éxito
para evitar que ese logro infle en demasía tu ego y te tomes demasiado
en serio. Todo lo que te enseñen en los mundos moronciales y más allá
tiene un propósito muy bien definido, y es que tengas ocasión de conocer
los detalles del funcionamiento y de la administración del gran universo
(del universo habitado).

—¿Y todo eso para qué? Porque si el Paraíso es la meta final, ¿qué
sentido tiene aprender todo lo del universo habitado si luego te pasas la
eternidad descansando?

—¿Y quién te ha dicho que te vas a pasar la eternidad


descansando? —preguntó a su vez Destino esbozando una amplia
sonrisa— Quizá te he dado la impresión errónea de que el Paraíso es el
final, pero piensa una cosa: si el Paraíso fuera la meta final y definitiva
para los mortales ascendentes como tú, ¿qué sentido tendría montar toda
la escuela gigantesca que conforma el gran universo?

—Bueno, por lo que me estás contando, es necesario aprender a


ser perfectos para poder entrar al Paraíso, ¿no?

—Sí, pero luego, una vez eres perfecto... ¿para qué sirve? ¿A quién
le sirve que seas perfecto?

96
—¿A Dios... supongo? —respondí yo, no muy convencido.

—Dios no necesita nada de ti, aparte de que le ames y desees de


todo corazón que tu voluntad sea la suya. Pero para responder esas
preguntas necesito que esperes un poco, a cuando lleguemos al Paraíso.

»De momento nos habíamos quedado en Jerusem, la capital del


sistema. Cuando hayas terminado tu formación allí, pasarás a la capital
de la constelación, que es la siguiente unidad administrativa superior
(una constelación consta de cien sistemas). La constelación a la que
pertenece el sistema de Satania (y por tanto la Tierra) es Norlatiadec, cuyo
mundo capital es Edentia. Ese nombre sin duda te sonará familiar, pues
los Jardines del Edén se nombran así en honor de la capital de la
constelación. Es un mundo gigantesco, unas cien veces más grande que
la Tierra, donde gobiernan los llamados Altísimos.

»Mucho podría decir de los Altísimos, pero baste ahora con decir
que están más relacionados con tu mundo de lo que piensas. No por nada
se dice que “los Altísimos gobiernan en los reinos de los hombres”.
¡Recuerda estas palabras cuando te informes sobre los avatares de la
política en tu mundo!

»Para que te hagas una idea, alrededor de Edentia giran setenta


esferas, y alrededor de cada una de estas esferas giran diez satélites, así
que todo el sistema se compone nada menos que de 771 mundos
arquitectónicos. Si hay algo que caracteriza a Edentia es su belleza
botánica y sus lagos y arroyos, de los que hay decenas de miles por los
que discurre la misma agua que circula en tu mundo. Lo que no hay son
océanos ni ríos torrenciales. Hay atmósfera para que puedan respirar las
criaturas materiales y las moronciales, pero lo que no hay son fenómenos
atmosféricos tormentosos ni estaciones tal como los entendéis aquí.

»En cuanto a la formación que recibirás en la sede de la


constelación y en los mundos que la rodean, está relacionada con la
cultura social. Esta etapa va a ser relativamente “tranquila” para ti, y se
dedicará básicamente a conseguir que seas sociable mientras vives y
trabajas con compañeros que pueden llegar a ser muy diferentes a los
97
mortales.»

Al escuchar estas últimas palabras, me vino a la mente la idea de


que seguramente tendría que pasarme una larga temporada en Edentia.
No me caracterizo precisamente por ser una persona sociable. Destino
esbozó una sonrisa comprensiva y prosiguió:

—Una vez pasas por los setenta mundos que rodean a Edentia y te
gradúas en todos ellos, pasarás a establecer tu residencia en el mundo
capital. Ahí te encontrarás a medio camino entre tu estado de hombre
material y el estado futuro de espíritu ascendente, y tendrás ocasión de
formar parte del programa de la constelación relacionado con el bienestar
colectivo, racial, nacional y planetario, así como de conocer aún más
cosas sobre el Paraíso y el futuro que te espera.

»¡Pero el viaje continúa! De ahí pasarás a la sede de tu universo


local, Nebadón. Su mundo capital es Salvingtón, otro mundo
arquitectónico alrededor del que giran 490 esferas (70 satélites directos
y 420 satélites de estos). Tendrás que pasar por todas ellas (llamadas
Universidad Melquisedec) para adquirir el estatus de residente de
Salvingtón.»

—¡Espera! ¿Melquisedec, como el que vino a la Tierra?

—Así es. Los Melquisedec son un orden de seres del universo local
que no solo sirven como hijos de emergencia que pueden otorgarse a los
mundos; de hecho su función principal es la docencia, son los grandes
educadores del universo local. En la llamada esfera Melquisedec es donde
aterrizarás desde Edentia y comenzará la parte espiritual de tu
formación, que se desarrollará en todas las esferas que te he mencionado.

»De Edentia irás a Salvingtón, el mundo capital de tu universo


local. Cuando te gradúes de Salvingtón dejarás de ser moroncial para ser
espíritu, y tu formación continuará fuera de tu universo local. Cuando
partas de Salvingtón para proseguir el viaje, ya como espíritu, tendrás un
encuentro con alguien muy especial: tendrás una audiencia con Miguel,
el Hijo Creador, al que conocisteis aquí en la Tierra como Jesús de

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Nazaret. En ese momento tu estado quedará establecido para siempre: ya
nunca te desviarás del camino correcto.

»De Salvington irás a la capital del sector menor, que es la siguiente


unidad administrativa en la jerarquía. Un sector menor tiene cien
universos locales. Tu sector menor es Ensa y su capital se llama Umenor
la tercera. En sus siete esferas educativas recibirás una enseñanza que
será principalmente de carácter físico y material.

»De Umenor la tercera viajarás al sector mayor, la siguiente unidad


administrativa. Un sector mayor está compuesto de cien sectores
menores. Tu sector mayor es Esplandon y su mundo capital es Umayor
la quinta, pero no vas a pasar solo por tu sector mayor, sino que deberás
recorrer los diez que componen tu superuniverso. Ahí tu formación será
principalmente de tipo intelectual.

»Una vez hayas terminado tu formación en el sector mayor te


dirigirás a Uversa, el mundo sede del superuniverso de Orvontón, que es
el séptimo superuniverso. Allí recibirás formación general sobre
administración superuniversal, pero también instrucción específica de
acuerdo con tus aptitudes. De ahí abandonarás los superuniversos y sus
creaciones materiales para dar un gran salto: Havona, el universo
perfecto. Hasta ese momento llegas con un solo tipo de perfección: la
perfección de propósito. Esto es, tus propósitos son perfectos, estás a
prueba de decepciones, tu fe ha sido probada en incontables ocasiones y
ha salido triunfante de todos los desafíos. Aquí es importante resaltar
que, aunque tus propósitos o fines sean perfectos, la manera de llevarlos
a cabo no tiene por qué serlo todavía. ¡Y fíjate en todo el camino que has
recorrido hasta entonces!

»Pero volvamos a Havona. Esta creación perfecta gira alrededor del


Paraíso y consta de siete circuitos que contienen nada menos que mil
millones de mundos. Pues bien, prepárate porque vas a recorrer todos y
cada uno de esos mundos y a recibir una educación personal: ya no
habrá más enseñanza en clases o grupos. Allí tendrás amplias
oportunidades de confraternizar con sus habitantes nativos, que a

99
diferencia de los mortales como tú fueron creados perfectos. Ellos pueden
ganar cierta experiencia, pero nunca tendrán la ocasión de experimentar
lo que se siente cuando se aprende a hacer bien las cosas a base de
ensayos y errores. Por tu parte, como mortal ascendente tendrás la
ocasión de saber lo que es ser perfecto “de serie” y de compensar la falta
de espiritualización de tus inicios. Así que ya ves, tanto ellos como tú os
beneficiaréis mutuamente.

»Una vez hayas pasado por los mil millones de mundos de Havona,
estarás preparado para viajar al Paraíso. Pero antes de proseguir con el
viaje, tengo que explicarte algo sobre esta asombrosa creación de Dios.

»El Paraíso es el centro de toda la creación y el lugar donde residen


las tres Personas de la Deidad: el Padre Universal, el Hijo Eterno y el
Espíritu Infinito.»

—Una pregunta —le interrumpí, levantando la mano—. Si los


Dioses son infinitos, ¿cómo es que tienen un sitio donde residir? ¿No se
supone que deberían estar en todas partes?

—Y lo están, pero en el Paraíso es donde su presencia es percibida


de una manera más intensa y desde donde podemos considerar que se
irradian hacia todo el universo. Por si no te lo había dicho, los seres de
espíritu necesitan moradas donde vivir, del mismo modo que los mortales
como vosotros tenéis un suelo firme sobre el que construir vuestras
viviendas.

»El Paraíso es tanto material como espiritual. Está fuera del tiempo
y no tiene un lugar en el espacio, pero el tiempo y el espacio surgen de
él. Sus dimensiones sobrepasan toda comprensión humana. Ha existido
y existe desde la eternidad, igual que Dios. Es la única parte de lo que
existe que no se mueve, que permanece inmutable y estacionaria. Por eso
marca las direcciones absolutas del norte, sur, este y oeste. Igual que en
Havona hay seres nativos también los hay en el Paraíso, y tendrás
ocasión de confraternizar con ellos.

»No hay nada en la creación que pueda compararse al Paraíso. Es

100
único, así que comprenderás que dar el salto de Havona al Paraíso es un
cambio lo bastante drástico como para que necesites cierta preparación.
En primer lugar, tú solo no puedes ir allí desde Havona: hay unos seres
angélicos especiales que son los únicos que pueden llevarte hasta el
Paraíso. Y una vez llegas necesitarás adaptarte a las nuevas condiciones:
para ti el tiempo pasará a ser una simple ilusión; aunque tengas cierta
noción de las secuencias de acontecimientos, vivirás en un eterno
presente.»

—Y una vez se llega al Paraíso… ¿ya está? ¿Ese es el final del viaje?

—Pues ahí está la buena noticia: no, David, el Paraíso no es el final.


Si bien es cierto que el descanso es el elemento esencial para disfrutar
del Paraíso, pues te ayudará a tomar contacto con la eternidad, allí
también pasarás por un nuevo tipo de formación y de servicio. Y no solo
eso: conocerás a seres pertenecientes a más de tres mil órdenes diferentes
de ciudadanos del Paraíso.

—¿Y qué se enseña en el Paraíso que no se haya aprendido antes?

—Mucho más de lo que te imaginas, querido amigo. Entre otras


cosas, debes aprender la técnica para acercarte a la Divinidad. Te
recuerdo que en Havona has adquirido la perfección de propósito, pero
todavía no tienes la perfección de acción: esa es la que debes alcanzar en
el Paraíso, pues siempre existe la manera adecuada y perfecta de hacer
cualquier cosa, y justamente allí te enseñarán cuál es. Allí te encontrarás
con todo el conocimiento del universo, la ética superior, la filosofía más
avanzada… para que te hagas una idea sobre todo lo que podrás aprender
allí, una hora de instrucción en el Paraíso equivale a diez mil años de
memorización de conocimientos aquí en la Tierra. Pero hay algo más que
perfeccionar, y es la adoración: ese contacto que se establece con la
Deidad como acción de gracias y en el que la Deidad responde
reconociendo su satisfacción ante el contacto. Por cierto, puedes poner
en práctica la adoración desde ya mismo, igual que la oración. Podríamos
decir que son dos caras de la misma moneda: en la oración hablas con
Dios para pedirle lo que necesitas; en la adoración, Dios responde.

101
El asunto de la adoración y la oración no me interesaba en ese
momento, pero sí sentía curiosidad por algo que había mencionado
Destino.

—Si el Paraíso no es el final, ¿qué hay después? ¿Vamos a algún


otro sitio?

—Una vez pases por el periodo de formación en el Paraíso, una vez


te hayas graduado, por así decir, te enrolarás en el llamado Cuerpo de la
Finalización. Pasarás a ser finalitario, un mortal que en su momento se
fusionó con su chispa divina y que ha alcanzado la perfección en el nivel
finito de la realidad. Durante esta era del universo regresarás a los
universos del tiempo, pero no volverás a tu superuniverso hasta haber
servido en los otros seis.

»Así que, como ves, los finalitarios sirven de muchas formas en los
mundos habitados, pero en los universos se especula con que ese no va
a ser su destino final, sino que serán enviados a servir en otra parte de
la creación que actualmente está deshabitada y en proceso de formación:
los llamados niveles del espacio exterior.»

—¿Niveles del espacio exterior? ¿Y qué se supone que es eso?

—Por decírtelo de manera sencilla: las galaxias lejanas que


vuestros astrónomos han podido detectar hasta ahora pertenecen a los
niveles del espacio exterior.

—¿Y quieres decir que todos esos miles de millones de galaxias


están deshabitados? Entonces, ¿qué es lo que está habitado?

—Lo que te dije que era el gran universo: los siete superuniversos
y el universo central, Havona. Más allá de los superuniversos, a una
distancia promedio de unos cuatrocientos mil años luz, comienzan los
universos del espacio exterior. Allí, en esa creación todavía por terminar,
se desarrollará otro acto de la evolución del universo: la perfección en el
nivel absonito de la realidad.

Tanta información me estaba saturando, y mi yo futuro me miraba


como sopesando si debía detenerse o continuar, pero mi curiosidad me

102
animaba a saber más. Supuse (y en eso acerté) que más adelante tendría
ocasión de recordar y relacionar debidamente toda aquella información,
así que pregunté:

—¿Qué es el nivel absonito?

—Explicado de manera más o menos sencilla: el nivel finito es en


el que te encuentras actualmente, en el que estás circunscrito al espacio
y el tiempo. Vives en un aquí y ahora. En un momento dado solo puedes
estar en un lugar a la vez, y no puedes viajar ni al futuro ni al pasado.
Es fácil de entender, porque es el único que conoces… de momento.

»El nivel finito está dentro de otro nivel, que se llama absonito pues
está entre este y el nivel absoluto. En el nivel absonito se trasciende el
tiempo y el espacio: los seres absonitos pueden reconocer el espacio y el
tiempo como tales, pero pueden desplazarse por ambos a voluntad. Aquí
quizá te pueda ser útil pensar en vosotros los mortales como seres de dos
dimensiones y en los seres absonitos como seres de tres dimensiones.

»Y por último y abarcando a los otros dos está el nivel absoluto, en


el que solo habitan las Deidades (Padre, Hijo, Espíritu). En el nivel
absoluto el espacio y el tiempo no existen, todo es el mismo continuo Aquí
y Ahora.»

—Entonces, ¿me quieres decir que en ese espacio exterior del que
hablas habrá seres que trasciendan el tiempo y el espacio?

—No solo eso, sino que también experimentarán cosas totalmente


distintas a las que están viviendo los seres finitos como tú. Ellos también
nacerán imperfectos y necesitarán de otros seres que les ayuden a
perfeccionarse en su nivel de existencia. Y ahí es donde entran, entre
otros, los finalitarios. Aunque esto es solo una suposición: solo las
Deidades absolutas conocen los detalles del plan.

Destino hizo una pausa para que asimilara todo aquello.

—Debo admitir que como aventura suena muy bien —comenté,


después de unos segundos de reflexión.

103
—¡Y no creas que el espacio exterior es el final de la aventura! —
exclamó mi yo futuro con entusiasmo— Pero permíteme que, llegados a
este punto, te hable de otro proceso de perfeccionamiento que no afecta
a seres individuales sino a la creación misma. Si me sigues hasta el final,
verás que están estrechamente relacionados.

»Verás, David. En el universo no son solo las criaturas mortales


las que pasan por un proceso de perfeccionamiento. La humanidad en su
conjunto también se perfecciona, así como la parte material.»

—¿A qué te refieres con la parte material?

—Me refiero a los planetas, estrellas y cuerpos celestes en general.


Vuestros astrónomos han podido observar que hay estrellas que deben
morir para que nazcan otras, que los planetas como la Tierra se han ido
creando a base de atraer material que orbitaba cerca apresándolo con la
gravedad. Vuestro mundo está geológicamente activo; todos los días hay
terremotos en alguna parte del planeta. Pues bien: llegará un momento
en el que la creación material se estabilizará de manera que ya no haya
destrucción, y lo hará cuando se hayan agotado sus posibilidades físicas
de expansión y desarrollo. Ese estado de perfección física se denomina
de luz y vida, un estado que también se aplica a las humanidades que
pueblan el universo.

—Así que la humanidad como un todo también evoluciona…

—En efecto. Toda humanidad pasa por siete épocas, dependiendo


de las misiones que han recibido de lo alto. La primera época es la que
precede a la llegada del Príncipe Planetario: comienza cuando aparece la
voluntad en los primeros seres humanos (cuando se puede decir que un
animal ha dejado de serlo para ser humano). Hablamos de los humanos
primitivos. Es una época bastante larga según vuestros estándares:
puede ir de ciento cincuenta mil años a más de un millón de años. No
creo que haga falta que me extienda mucho con esta época; tan solo te
diré que en la Tierra, por ser un planeta decimal (de eso ya te habló
Historia), se caracterizó por ser una época de luchas prolongadas y
brutales por la supervivencia. En esta época es cuando empiezan a llegar
104
los Ajustadores o chispas divinas para habitar en la mente de esos
humanos primitivos, aunque no de manera permanente: los seres
humanos de esas épocas tienen serias limitaciones biológicas que lo
impiden. Pero no hay que preocuparse por su destino: ellos también se
fusionarán con una chispa divina, aunque no es la del Padre. En su caso,
y a diferencia de los que (como tú) tenéis el potencial de fusionaros con
el Ajustador y por tanto de llegar al Paraíso, ellos permanecerán en el
universo local como ciudadanos permanentes.

—¿Y eso no es discriminatorio? Ellos no tienen la culpa de haber


nacido como seres primitivos, ¿no?

—¡Por supuesto que no! No tienes que verlo como un castigo o una
discriminación hacia ellos. Los ciudadanos permanentes del universo
también son necesarios, mantienen la sabiduría experiencial de esa parte
de la creación, un tipo de sabiduría de la que carecen otros tipos de seres
celestiales.

»Pero volvamos a las épocas de evolución de la humanidad. La


segunda comienza con la llegada del Príncipe Planetario, que por lo
general llega unos cien mil años después de que los seres humanos
caminen erguidos, cuando lo envía el Soberano del Sistema (que en
vuestro caso fue Lucifer) después de que los Portadores de Vida (los
encargados de sembrar la vida en los planetas) le informen de que la
voluntad humana está activa en el planeta, aunque solo sea en unos
pocos mortales.

»Con la llegada del Príncipe Planetario aparece el gobierno. En un


planeta normal, los seres humanos alcanzan un alto grado de civilización
y no luchan en la barbarie como sí les ocurrió a vuestros antepasados
lejanos. Esta etapa dura unos quinientos mil años. Los Ajustadores
vienen en cantidades cada vez mayores, pues la condición biológica de
los seres humanos favorece su llegada.

»El Príncipe y su equipo se esfuerzan por reemplazar la religión


primitiva, enormemente supersticiosa y nacida del miedo, por una
religión más elevada, mediante revelaciones adaptadas a la capacidad de
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los seres humanos por recibirlas. Esto hace que se produzca un
amanecer espiritual, que aquí en vuestro mundo no ha llegado a
producirse del todo, al menos no en todos los aspectos. Aunque eso no
significa que no se produzcan guerras: sigue habiendo luchas raciales y
tribales, pero cada vez hay menos y de menor intensidad. Es una era de
dispersión de las diferentes razas y de intenso nacionalismo, en el que
surgen numerosos idiomas que separan a los distintos grupos humanos.

»El gran logro de esa época es la vida familiar, la familia y el hogar


como base de las relaciones humanas, lo que hace que se potencie la
agricultura. Es lógico, pues la vida familiar no es muy compatible con la
vida nómada de los cazadores. También en esta época se lleva a cabo la
igualdad entre hombres y mujeres. No es una época de grandes
desarrollos mecánicos, pero sí se ha alcanzado cierto grado de
civilización.

»Y después llega la tercera etapa, marcada por la llegada de Adán y


Eva y por la culminación del desarrollo físico del ser humano contando
únicamente con la dotación biológica de la que dispone. En esta época
los Ajustadores llegan en mayor número y cada vez más humanos tienen
el potencial de fusionarse con su chispa divina. Diez mil años son
suficientes para que Adán y Eva (a los que también se conoce como Hijos
Materiales) lleven a cabo una transformación maravillosa con su trabajo
de mejora biológica de las razas humanas. Es importante señalar que, en
un planeta normal, los Hijos Materiales y el Príncipe Planetario unen sus
esfuerzos para elevar a la humanidad. Por desgracia esto no fue lo que
sucedió en la Tierra: por diferentes motivos, ni Adán y Eva ni el Príncipe
Planetario unieron sus esfuerzos ni completaron las misiones que tenían
asignadas.

»Cuando los Hijos Materiales consiguen cumplir con su misión, el


resultado es espectacular: se produce un aumento de la capacidad
intelectual y se acelera el progreso espiritual de los humanos que se han
mezclado con sus descendientes, la raza violeta. Este mestizaje hace que
esta sea una época de grandes invenciones, de control de la energía y de

106
las fuerzas naturales y de desarrollo mecánico. También es una época de
exploraciones y de sometimiento del planeta.»

—Por lo que estás comentando hasta ahora, no tengo muy claro en


qué época estaríamos actualmente —observé, pues llevaba un rato
comparando lo que me estaba contando Destino con la situación actual
del mundo.

Destino movió afirmativamente la cabeza antes de responder.

—Es lógico, pues en vuestro caso no estáis en una época


claramente definida, dado todo lo que sucedió en vuestro mundo. Habéis
alcanzado logros de la segunda y la tercera época, pero también os
quedan muchas cosas por conseguir de ambas. En los cielos se dice que
la Tierra lleva una época de retraso (o más) respecto a un planeta
promedio. ¡Realmente estáis siguiendo un camino atípico! Y eso, que
podría parecer negativo, no lo es si pensáis que os da un amplio abanico
de experiencias que en otros mundos simplemente no se pueden
producir. No niego que tenéis problemas muy serios y que no tenéis
ayuda celestial visible que os ayude a solucionarlos, pero detrás de cada
problema hay una gran oportunidad para crecer y para adquirir
sabiduría que no deberíais desaprovechar. Además, no estáis solos: aquí
mismo, en este planeta, tenéis un gobierno superhumano que no está de
brazos cruzados y juega muy bien sus cartas.

»Pero volvamos a la tercera época, esa en la que estáis... a medias.


Cuando termina esta época las razas están tan mezcladas que ya no se
distinguen. ¿Sabes cuál es su color? El matiz aceitunado del tinte violeta.
Curioso, ¿verdad?»

—Está claro que no estamos ni de lejos terminando esa época. Es


más, el racismo sigue vigente y por desgracia ha tomado nuevos bríos —
observé.

—Como te he dicho, no estáis siguiendo el curso normal de la


evolución de un planeta —me recordó Destino antes de proseguir—.
Como ya no hay razas reconocibles, el nacionalismo deja paso al

107
internacionalismo y a la fraternidad. Los idiomas van cediendo ante la
lengua del pueblo violeta, de modo que la humanidad se dirige hacia un
gobierno común, un idioma común y una religión de alcance planetario.
También se desarrolla un nuevo interés por las artes, la música y la
literatura, así como por una filosofía digna de tal nombre. Por supuesto,
se producen nuevas revelaciones celestiales que los seres humanos no
pueden conocer por ellos mismos pero que están preparados para recibir.
Todo junto produce un despertar que es el punto de inflexión para que la
humanidad alcance la cuarta etapa de desarrollo: la llegada de un Hijo
del Paraíso.

»Hay diferentes órdenes de Hijos del Paraíso, que también se llaman


hijos descendentes pues hacen el camino inverso a vosotros, que sois
seres ascendentes: van del Paraíso a los mundos habitados por mortales
para llevar a cabo la misión de hacer avanzar la humanidad de un
planeta.

»En esta etapa la humanidad recibe la visita de un Hijo del orden


Avonal. Los Avonales se encarnan como adultos: no nacen ni mueren
como los humanos del planeta, como sí hacen los Hijos Creadores cuando
se otorgan. Los Hijos Avonales pueden seguir viviendo durante
generaciones y generaciones, pero una vez su misión ha terminado
abandonan el planeta y regresan a su estado anterior.

»Durante esta época, los humanos se van liberando poco a poco de


la cantidad de trabajo que deben realizar para garantizar su sustento, de
modo que solo necesitan dedicar unas dos horas y media de trabajo.»

—¡Dos horas y media! —exclamé con un silbido de admiración— La


verdad es que no sabría qué hacer con tanto tiempo libre, y me temo que
la mayoría de la gente tampoco.

—En esa época la gente es lo bastante educada y está lo bastante


espiritualizada para saber a qué dedicar las horas de ocio de una manera
sana y responsable, de modo que lo invierten en mejorar como personas
y en servir a los demás. En eso os queda todavía un largo trecho, me
temo. Pero sigamos.
108
»Como en las épocas anteriores, también hay nuevas revelaciones
de la verdad. El gobierno es de gran calidad y está dirigido por los más
capacitados...»

—Una vez más, no estamos ni de lejos en ese punto —interrumpí,


con una mueca sarcástica.

Destino ignoró mi comentario y prosiguió su explicación.

—Si hay algo que caracteriza esta época, es que se produce un


regreso a formas de vida más sencillas, naturales y auténticas. Florece el
arte, la música y en general todas las ramas del saber. También se
produce un gran despertar religioso en todo el mundo. Curiosamente,
puede ser que un mundo necesite más de un Hijo Avonal, que podrían
estar encarnados o no (esto es, pueden o no ser visibles por los humanos
de esos tiempos), dependiendo de la naturaleza de su misión.

»Esta época puede durar entre veinticinco mil y cincuenta mil años,
hasta que el estado de la humanidad es el propicio para que aparezca un
Hijo Paradisíaco otorgador.»

—¿Otro Hijo del Paraíso?

—Así es.

—¡Menudo lío! Hasta ahora me estás hablando de logros que la


humanidad actual no podría ni soñar, pero por otro lado está la visita de
Jesús, que es el Hijo Creador del universo local. ¿Dónde encaja esa visita
en todas estas épocas?

—¿De dónde crees que vienen los Hijos Creadores? —preguntó


Destino a su vez.

Me encogí de hombros y le interrogué con la mirada.

—Del Paraíso, David. Esta es otra prueba más de que vuestro


mundo no siguió el camino de un mundo promedio, pues vuestro Hijo
Creador llegó después de Adán y Eva y su época correspondiente.

»Cuando el mundo está listo para la espiritualización, llega el Hijo


otorgador, que suele ser Avonal o Magistral, que es otro orden de Hijos

109
paradisíacos, salvo en vuestro caso que llegó el Hijo Creador. El planeta
posee una cultura elevada y una raza preparada para asimilar
enseñanzas todavía más avanzadas. La gran pasión de los mortales de
esa época es penetrar la realidad cósmica y estar en comunión con la
realidad espiritual. Se crean nuevos sistemas de educación y de gobierno
y una nueva alegría de vivir, que podríamos calificar de celestial.»

—Suena al cielo en la tierra.

—Si lo comparas con la Tierra, sin duda. ¡Pero esta no es la etapa


final! Espera y verás.

»Como los Avonales, este Hijo también se encarna y su misión es


elevar espiritualmente a los seres humanos del planeta mostrando cuál
es “el camino, la verdad y la vida” para esos mortales, del mismo modo
que hizo Jesús de Nazaret en la Tierra. Después de la muerte de este Hijo
otorgador, al tercer día, llega el Espíritu de la Verdad a ese mundo y todos
los seres humanos con mente normal reciben su Ajustador...»

—Un momento, un momento —volví a interrumpir, pues me sentía


muy confundido por las explicaciones de Destino—. Esto es lo que
Historia me dijo que ocurrió en la Tierra después de la muerte de Jesús:
que llegó el Espíritu de la Verdad y que a partir de ese momento todas
las personas de mente normal tienen Ajustador. ¿Pero cómo puede ser,
si se supone que en esa etapa la humanidad está mucho más avanzada
de lo que estuvimos en época de Jesús, ni siquiera si lo comparamos con
los que vivimos en el siglo XXI?

—De nuevo, David: la Tierra sigue un camino completamente


atípico. Es más, te diré algo que espero que valores: todo esto que te estoy
contando es información que en muchas humanidades no conocen hasta
estar mucho más avanzadas de lo que lo está la humanidad de la Tierra.

—¿Y por qué a mí? —pregunté, desconcertado.

Destino se echó a reír al ver la expresión de mi cara.

—Siento que no puedas sentirte especial, David, pero no eres el


único que conoce todo esto. De hecho la información está a disposición

110
de todos los que tengan deseos de saber la verdad, pero mucha gente
anda todavía distraída con otras cosas, no están deseosos de encajar
todas las piezas del gran rompecabezas que es la vida.

»Si te explico... si te explicamos todo esto es porque creemos que


tienes el potencial de creer y de aprovechar esta información para
convertirla en sabiduría y desarrollar todo el poder que tienes dentro y
que ahora mismo está enterrado bajo toneladas de resentimiento y de
amargura.»

—Así que la información está aquí... —murmuré para mí mismo


mientras me acariciaba la barbilla, intrigado.

—Y tengo la impresión de que la encontrarás —completó Destino,


con una sonrisa divertida—. ¡Pero ya nos hemos vuelto a salir del tema,
y no tengo toda la noche!

En ese momento estalló en carcajadas. Yo me lo quedé mirando


mientras reía a mandíbula batiente por un chiste que solo entendía él,
hasta que de repente cesó y volvió a su expresión serena habitual.

—Vamos a ver, por dónde iba... sí, el Hijo otorgador. Esa época
pude durar entre diez mil y cien mil años y en ella se produce un gran
progreso ético y espiritual. Las enfermedades y la delincuencia son
prácticamente cosa del pasado. La duración media de la vida humana en
esa época es de unos trescientos años.

—¡Qué me dices! ¿Trescientos años? ¿Cómo puede ser posible, si


en este mundo solo unos pocos llegan a los cien?

—Vuestro cuerpo, convenientemente desprovisto de taras


hereditarias y cuidado como se merece, tiene el potencial de vivir durante
mucho más tiempo. Piensa en los hombres primitivos y en su esperanza
de vida: habéis mejorado considerablemente en cuanto a manteneros con
vida durante más tiempo, pero todavía hay mucho margen de mejora.

—¿No se hace la vida demasiado larga cuando puedes vivir


trescientos años y se trabaja dos horas y media al día?

111
Mi yo futuro esbozó una media sonrisa y respondió:

—No si la vives con sentido.

En eso tuve que darle la razón. Ahora mismo una vida tan larga y
con tantas enfermedades y desgracias sería una tortura, pero no cuando
la humanidad está en un nivel espiritual más elevado.

—En esta época del Hijo otorgador hay cada vez menos gobierno y
ejércitos, por la sencilla razón de que dejan de tener razón de ser. ¡Este
Hijo sí es el Príncipe de la Paz! Sigue habiendo muchas naciones pero solo
una raza, un idioma y una religión. La humanidad está rozando la utopía
con los dedos, ¡pero todavía quedan más etapas que recorrer!

»La siguiente es una época de paz mundial generalizada en la que


la fraternidad entre los seres humanos es la norma y no la excepción.
Aquí debo admitir que os queda un trecho mucho más largo que para
otros mundos, que además no sufren de una cuarentena como vosotros
y están plenamente conectados con las transmisiones del universo y los
circuitos espirituales. En esta época no se produce ninguna visita
celestial particular, como sí sucede con las anteriores y con la siguiente,
la séptima y última, que voy a explicarte a continuación.

»La séptima y última etapa se caracteriza por la llegada de unos


Hijos diferentes que tienen su origen en la Trinidad: los Hijos
Instructores. A diferencia de los Hijos del Paraíso, no viene uno solo sino
en un grupo bastante numeroso, que permanece no menos de mil años
en la esfera. En esta época la humanidad está tan avanzada que
podríamos decir que el reino de los cielos se ha hecho realidad en el
planeta.

»En esta época la humanidad está ya muy espiritualizada y tan


perfeccionada desde el punto de vista físico que la duración de la vida se
acerca a los quinientos años...»

No quise interrumpir a Destino, pero hice cálculos y me imaginé a


mí mismo al final de mi vida en el año 2020, ¡habiendo nacido en 1520!
¡Cuántos acontecimientos históricos decisivos habría podido presenciar!

112
En verdad me costaba imaginar que pudiera vivir tanto, comparado con
los ochenta años más o menos que esperaba que mi cuerpo aguantara.
Pero no pude resistirme a hacer una pregunta:

—¿Y no es un problema que la gente viva tanto? ¿No hay


superpoblación?

—No, porque los humanos de esa época son lo bastante


responsables como para autorregular su reproducción. Ni siquiera es
necesario que haya gobierno, las personas son lo bastante sabias como
para autogobernarse y ejercer sus libertades con responsabilidad y
pensando en el bien común. En esta época solo es necesario emplear una
hora de trabajo, para que te hagas una idea de lo poco que se requiere
para que la sociedad funcione correctamente. El mundo está en contacto
con los asuntos del universo, no como ahora que vivís aislados sin saber
nada de lo que sucede fuera de los límites de vuestro planeta.

—La verdad, se me hace difícil imaginar a qué se dedica la gente en


esa época.

—Es comprensible. Estáis tan lejos de esa etapa que no concebís


que haya diversiones ni ocupaciones que no tienen nada que ver con los
trabajos ni las diversiones de tu tiempo. Pero te puedo asegurar que
desearías vivir una vida tan plena y llena de sentido como esa, aunque
ahora no tengas muy claro en qué consiste. No creas que todo es perfecto:
todavía se producen accidentes y deben realizarse ajustes, pero de una
magnitud que no es comparable con la de vuestro mundo actual.

»Llega un momento en que los Hijos Instructores consideran que


su misión ha terminado. Entonces el Príncipe Planetario es elevado a la
categoría de Soberano Planetario y se produce un hito crucial en la
historia de una humanidad: la proclamación de la edad de luz y vida de
ese mundo. Esa, querido David, es la edad en la que la utopía se hace
realidad en un mundo, la edad en la que la humanidad de un planeta
alcanza la perfección, el cielo en la tierra.»

—¿Y nosotros también llegaremos a ese estado? Tal como estamos

113
ahora, lo dudo.

—Puedes estar seguro de que llegaréis. No lo verás en esta vida,


pero forma parte de la evolución de la humanidad de un planeta y esta
humanidad lo logrará algún día, a pesar del estado en el que se encuentra
actualmente. Tardará más o menos, habrá más o menos retrocesos antes
de que se produzcan avances, pero será un hecho.

—Eso si no nos autodestruimos antes. Con todas las amenazas que


nos acechan, no me extrañaría que nos extinguiéramos por nuestra
propia estupidez.

—Recuerda que ni siquiera los dinosaurios se extinguieron: las


aves continuaron en la Tierra como sus descendientes. Además, hay un
detalle importante: Jesús, vuestro Hijo Creador, prometió regresar.
¿Crees que iba a volver a un planeta muerto? Este fue el mundo donde
se otorgó como mortal, no va a dejar que os destruyáis así como así.
Aunque siempre respetará vuestro libre albedrío, igual que lo respetan
todos los seres celestiales.

»Pero déjame que continúe, pues la historia no termina con el


planeta en luz y vida. ¡Todavía hay muchas cosas que quiero contarte!»

—¿Ah, sí? Pensaba que este era el final de la historia. ¿Qué más
hay aparte del «y fueron felices y comieron perdices»?

Destino rio ante mi ocurrencia.

—Pues hay mucho más. Para que te hagas una idea, cuando un
mundo entra en luz y vida es como si la humanidad estuviera viviendo ya
en los mundos moronciales y recibiendo enseñanzas mucho más
avanzadas. Es más: muchos seres humanos no pasan por la muerte para
continuar con su viaje ascendente hacia los mundos moronciales.

—¿Cómo que no mueren? Entonces qué hacen, ¿los matan?

—¡No seas bruto! —exclamó mi yo futuro, divertido— En los


mundos que han alcanzado ese estado hay templos moronciales a los
cuales van los que dejan este mundo cuando están listos para fusionarse

114
con su chispa divina. Esa fusión no puede realizarse en cualquier lugar,
pues supone la desintegración del cuerpo físico y se genera por tanto una
gran explosión de energía. Por eso se realiza en ese templo, construido a
prueba de ese tipo de llamaradas de luz.

»Fíjate si están avanzados en esos mundos que no necesitan pasar


por los mundos moronciales para fusionarse con el Ajustador. Las
reuniones en el templo para despedir a los que se fusionan, a diferencia
de vuestros funerales actuales, son acontecimientos gozosos que todos
(los que se van y los que se quedan) celebran con alegría. Un templo
moroncial tiene capacidad para unas trescientas mil personas. ¡Eso es el
doble de capacidad del campo de fútbol más grande de vuestro mundo!
Intenta imaginar por un momento lo que debe ser una reunión tan
multitudinaria para asistir a esas fusiones tan espectaculares.

»Todas las personas que se fusionan con su chispa divina no van a


los mundos mansión, sino que dan un salto mucho más grande y se
dirigen hacia la sede del universo local. Es lógico, si pensamos que ya
han alcanzado cierto grado de perfección en su mundo nativo que a los
mortales de tu planeta les cuesta más adquirir, dado el estado evolutivo
en el que se encuentran. Eso sí, puede que esos mortales regresen a los
mundos mansión, pero para enseñar a otros cuyo mundo de origen
estaba en una etapa menos avanzada. Lo que está claro es que nadie se
verá privado de las experiencias necesarias para perfeccionarse.

»La vida en la edad de luz y vida sigue teniendo accidentes y


enfermedades propias de la vejez, y está supervisada por un gobierno
organizado en centros administrativos y donde participan también seres
celestiales. La edad de luz y vida comprende siete etapas, tras las cuales
el gobierno superhumano del planeta se va liberando de sus
responsabilidades para continuar con su carrera ascendente. En la
última etapa se alcanza la cima del desarrollo material en todos los
ámbitos: desaparece al gobierno, la guerra es historia, no hay pobreza ni
desigualdad, la ciencia, el arte y la historia alcanzan sus máximos, la
economía se ha vuelto ética, la música es sublime, la vida es sencilla pero

115
estimulante...»

—¿Y no nos salen alas de la espalda? —me burlé yo.

—Los humanos de esa época no llegan a ser ángeles: comen, beben


y duermen como vosotros —respondió Destino, ignorando mi burla—.
Pero estoy seguro de que si pudieras verlos ahora te maravillarías ante
sus cuerpos espléndidos y su gran sabiduría. Incluso en la séptima etapa
los seres humanos aprenden el idioma del universo local antes de
abandonar el planeta, tan conectados están con la creación a la que
pertenecen.

»Pero la luz y vida no acaba en el planeta, sino que se va


extendiendo por todas las unidades administrativas de la creación.
Primero por el sistema de mundos habitados, después por la
constelación, a continuación por el universo local. Por cierto, antes de
seguir, no puedo resistirme a comentar que se especula en los cielos con
que los Hijos Creadores (llamados Hijos Maestros cuando han logrado la
soberanía de su universo) también están destinados a servir en los
universos del espacio exterior junto con sus compañeras las Ministras
Divinas, y que el orden de los Melquisedec se encargará de tomar el
gobierno de los universos locales perfeccionados. Así que si es cierto que
los finalitarios, los mortales perfeccionados, están destinados a servir en
los universos del espacio exterior, tendréis como compañeros a los Hijos
Maestros y a las Ministras Divinas. Estimulante, ¿verdad?

»¡Y la propagación de la luz y vida no acaba aquí! Cuando se


extienda a todo el sector menor, la creación material estará ya
estabilizada para siempre. De ahí se extenderá al sector mayor, donde es
probable que se hagan realidad potenciales de sabiduría cósmica que no
podemos ni imaginar.

»Llegará un día en que, sector mayor a sector mayor, todo el


superuniverso alcance la luz y vida. No se sabe exactamente qué
sucederá entonces, pero sí se especula con que aparezcan en escena
ciertos órdenes celestiales destinados a implementar cambios en la
organización y administración de cada una de las unidades
116
administrativas, probablemente dirigidos a permitir la llegada de los
futuros habitantes del espacio exterior, para que aprendan sobre la
perfección alcanzada mediante la experiencia en el nivel finito.

»¿Qué sucederá cuando los siete superuniversos lleguen a la edad


de luz y vida? Este será sin duda un hito trascendental, tan importante
como la aparición del universo central en la eternidad. Se especula que
el Ser Supremo, el Dios del nivel finito que aprende de todas las
experiencias de todas las criaturas del gran universo, ya completo como
Deidad, salga de Havona y establezca su residencia en la sede del séptimo
superuniverso (tu superuniverso) como soberano todopoderoso y
experiencial de las creaciones perfeccionadas del espacio y el tiempo.

»De todas formas, todavía quedan eones para que esto suceda. Que
se sepa, actualmente hay mundos en la quinta o la sexta etapa de luz y
vida en los universos más antiguos (no es el caso del vuestro), así que no
se ha dado todavía que un sistema entero se haya establecido en luz y
vida.

»Mientras tanto, allá fuera esperan las creaciones del espacio


exterior, donde se desarrollará el siguiente acto: la conquista de la
perfección absonita. De manera semejante a vosotros los mortales, sus
habitantes carecerán de la experiencia finita, de la perfección alcanzada
mediante la experiencia en el nivel finito. En ese aspecto los mortales
perfeccionados en el gran universo les serán de gran ayuda, igual que los
habitantes nativos de Havona lo son para vosotros. Igual que viajáis hacia
Havona y de allí al Paraíso para alcanzar la perfección, los habitantes del
espacio exterior alcanzarán la perfección del nivel absonito viajando como
vosotros, hacia arriba y hacia dentro, por toda la creación hasta llegar al
Paraíso.»

—¿Y aquí se acaba todo? ¿O vas a decirme que hay algo más?

La mirada de Destino fue lo bastante elocuente. No, la historia no


acababa ahí.

—Te recuerdo que te hablé de tres niveles de la realidad: finito,

117
absonito y absoluto. ¿Qué pasará cuando se alcance la perfección en el
nivel absonito? Obviamente nadie lo sabe, eso solo lo saben los Dioses
absolutos. Pero es bastante plausible que, cuando el universo maestro (el
gran universo más los universos del espacio exterior) alcance la
perfección, termine el acto absonito de la Creación y comience la
búsqueda de la perfección absoluta. ¿En qué se puede traducir eso en el
universo? Pues muy bien podría ser un cosmos infinito.

Debo reconocer que me quedé boquiabierto ante ese panorama.


Cuando conseguí alejar de mi mente mis pobres intentos de imaginarme
una creación infinita, pregunté:

—¿Y se puede perfeccionar un cosmos infinito?

Destino sonrió y respondió algo que todavía me sorprendió más:

—No. Eso implicaría que los potenciales absolutos se agotarían, lo


cual es imposible por principio. Los potenciales de la Deidad son
inagotables. ¿No es maravilloso? ¡La aventura de la existencia no tiene
fin, y además no se repetirá nunca! Siempre habrá nuevas cosas que
aprender, nuevas metas que lograr. Si esto no te ilusiona, no sé qué
puede hacerlo, la verdad.

Me quedé cabizbajo y en silencio durante unos minutos, mientras


mi yo futuro me miraba con una sonrisa comprensiva. Finalmente, se
levantó del sofá y me dijo:

—Este es, a grandes rasgos, el Destino que te aguarda si estás


dispuesto a creer. Mi trabajo aquí ha terminado. Ahora depende de ti.
Solo te pido que pienses en todo lo que te hemos dicho. Adiós, David. Sé
fuerte.

Justo cuando pronunció esas dos últimas palabras («sé fuerte»), mi


yo futuro se desvaneció y me desperté con el tono insistente de mi
teléfono móvil.

118
Crisis

Estuve sin reaccionar durante unos segundos interminables, con


las palabras de Destino todavía sonando en mi mente. Sé fuerte. ¿Qué
querría decir con esas dos palabras?

Por desgracia, supe demasiado pronto a qué se refería. Tomé el


móvil y descolgué. Era mi hermana, Patricia.

—¿Sí? —pregunté, con la voz ronca.

—David, perdona que te moleste tan temprano en domingo, pero


ha pasado algo terrible —la voz de mi hermana sonaba quebrada de
angustia—. Se trata de papá. Se lo han llevado al hospital.

Oír hablar de un hospital hizo que me temiera lo peor. Aun así, me


resistía a confirmar mis temores.

—¿Al hospital? ¡Pero si la última vez que hablé con él estaba bien!

—Eso es lo que nos había hecho creer, pero no. Se ve que hace tres
días empezó a tener fiebre intermitente y un dolor de cabeza muy fuerte,
pero con los analgésicos iba tirando. Anoche empezó a notar que le
faltaba el aire, así que mamá llamó al teléfono de emergencias. Cuando
le midieron la saturación se dieron cuenta de que la tenía bajísima, así
que se lo llevaron al hospital todo lo rápido que pudieron. Todavía no le
han hecho la PCR, pero sospechan que ha enfermado de COVID-19.

—¿Y mamá? ¿También está contagiada?

—No lo sabemos, pero tendrá que estar confinada en casa sin poder
salir por lo menos dos semanas. De momento no tiene síntomas, pero no
podemos descartar que se haya contagiado también. Lo peor de todo es

119
que no podemos estar en el hospital con papá, y a mamá tampoco
podremos verla. Eso sí, necesitará ayuda para que le hagan la compra,
pero no podemos acercarnos a ella por si acaso tiene el coronavirus.

Así que era eso a lo que se refería Destino. La noticia fue para mí
como un mazazo en la cabeza. En unas semanas en que la gente estaba
cayendo como moscas por el coronavirus, parecía que mi padre estaba
sentenciado de muerte. Con ochenta años y problemas varios de salud,
tenía muchas papeletas para no poder contarlo. Eso sin contar que los
hospitales estaban colapsados y médicos y enfermeras no daban abasto.

—Y suerte ha tenido nuestro padre de que se lo hayan llevado al


hospital —prosiguió su hermana, todavía alterada—. Con la avalancha
de enfermos a muchas personas mayores que tienen síntomas de
coronavirus los sedan en su casa a esperar la muerte. Tengo mucho
miedo, David. No quiero que papá se muera solo, rodeado de extraños.

—Tranquila, mujer, no tiene por qué pasar lo peor —intenté


tranquilizarla, pero sin demasiada convicción—. Es cierto que ya es
mayor, pero siempre ha salido adelante con achaques y todo. Ahora
mismo llamo a mamá e intento saber algo más de papá. ¿Sabes a qué
hospital se lo han llevado?

—Está en Bellvitge, pero no podemos ir a verle —insistió mi


hermana.

—Sí, ya sé, pero a algún teléfono se podrá llamar para saber cómo
se encuentra, ¿no?

—No es tan sencillo, David. Nos han dicho que no llamemos


nosotros porque las líneas están casi siempre ocupadas. Llamarán una
vez al día, tampoco sabemos ni la hora ni si será siempre a la misma
hora.

—¿Y a quién llamarán? ¿A mamá?

—Sí, claro. Mejor que sea a ella, está muy angustiada con todo esto
y encima tampoco está para muchos trotes.

120
—De acuerdo, la llamaré de todas maneras.

—Tengo mucho miedo, David —repitió mi hermana, sollozando—.


No quiero que se muera papá.

—Yo tampoco, Patricia, pero ahora poco podemos hacer, aparte de


esperar a que su cuerpo resista. Dime si necesitas que te ayude a tener
a mamá atendida.

—De momento puedo hacerme cargo, por suerte hizo la compra


hace tres días y no necesita nada. Además de que yo estoy más cerca que
tú de ellos. Pero si me hiciera falta tu ayuda ya te diré. Llama a mamá,
que la pobre está muy afectada.

—La llamo ahora mismo. Besos —y colgué.

Y eso hice. Si mi hermana estaba casi al borde del llanto, mi madre


estaba llorando a lágrima viva. No hacía más que preguntarse dónde
podía haber pillado mi padre «el bicho», como ella decía. Intenté
tranquilizarla, pero era muy difícil hacerlo a distancia. La verdad es que
me sentía muy impotente, allí en casa, sin poder ir a verla ni abrazarla.
Tampoco me salía decirle que todo iba a salir bien, porque nadie lo sabía
y no quería que sonara falso.

Cuando colgué, me sentí peor de lo que ya me sentía después de


hablar con mi hermana. Entonces caí en la cuenta de que quizá Sara no
sabía lo que había pasado y la llamé.

Descolgó el teléfono enseguida y ni siquiera protestó porque fuera


muy pronto (debían ser las ocho de la mañana por entonces). Ahora tengo
la impresión de que algo barruntaba, pues no pareció demasiado
sorprendida. Es más, desde el primer momento intentó tranquilizarme.

—No te preocupes, papá. El abuelo es fuerte, saldrá de esta.

—No estoy tan seguro, Sara. Este virus se ceba con la gente mayor.
Estoy muy preocupado, la verdad —me desahogué—. Lo peor es no poder
hacer nada más que esperar en casa. Esto de no poder ir al hospital ni
que te den información es angustioso. ¡Los días se me van a hacer eternos

121
esperando noticias!

—Mamá siempre me decía que en estos casos lo único que quedaba


era esperar… y rezar.

Me extrañó mucho ese comentario suyo, pues no recordaba que


Silvia hubiera hecho un comentario así, pero estaba todavía demasiado
bloqueado por la noticia como para pensar en otra cosa que no fuera la
situación de mi padre.

Pasé todo el día en un estado de agitación continua. La tranquilidad


parecía esquivarme. Nada me distraía. Lo único que hacía era comprobar
continuamente las notificaciones del teléfono, por si había alguna
novedad. No hacía más que maldecir mi mala suerte. Primero Silvia, y
ahora podría ser mi padre. Nunca es un buen momento para que los
padres se vayan. No estaba preparado para eso. Una vez más, maldije a
las alturas por la desgracia que volvía a cernirse de nuevo sobre mi
familia.

Daba vueltas por mi casa, nervioso, sin saber qué hacer para pasar
las horas. Me había olvidado completamente de las tres visitas que había
tenido y solo me quejaba por la situación en la que me encontraba: solo,
sin poder salir ni estar con mi familia, atado por las circunstancias a
tener que esperar las noticias y cómo se desarrollaban los
acontecimientos.

Solo cuando me sentí mareado y con un vacío tremendo en el


estómago me di cuenta de que me había olvidado de desayunar. Miré el
reloj y era casi la hora de comer. Abrí la nevera para hacerme algo rápido
y pillé lo primero que encontré: un preparado de pasta fresca con cuatro
quesos.

Mientras esperaba a que hirviera el agua, no pude evitar acordarme


del comentario que había hecho Destino sobre mis pésimos hábitos
alimentarios, pero ahora no tenía ni ganas ni deseos de cambiarlos. Comí
deprisa y maquinalmente, simplemente para acallar las protestas de mi
estómago.

122
La tarde transcurrió de la misma manera angustiosa. Para colmo,
me dio por buscar en Internet sobre los casos más graves de COVID-19
y eso hizo que me sintiera aún peor. ¿Intubarían a mi padre? ¿Moriría
ahogado después de esforzarse en vano por inhalar aire?

Estaba ya anocheciendo cuando el tono del móvil me sobresaltó y


me abalancé para descolgar. Era mi madre. Según le habían contado (y
por lo que pude entender entre sollozos), mi padre tenía neumonía
bilateral provocada por el coronavirus y estaban considerando intubarlo
pues su saturación en sangre era muy baja. El problema es que la UCI
del hospital estaba llena de casos todavía más graves que el de mi padre.
Si su salud empeoraba, tendrían que trasladarlo de hospital, pero
estaban todos igual de colapsados y sería toda una odisea encontrar una
plaza libre.

Todavía soy incapaz de recordar lo que le dije a mi madre, si es que


le respondí algo.

El peor de los escenarios se había producido.

Cuando colgué, me invadió una tristeza tan grande que sentí ganas
de llorar. Maldije al coronavirus, maldije la situación, maldije mi vida.
Por primera vez en todo el día, dejé el teléfono bien lejos de mí. No tenía
ganas de hablar con nadie.

Se me puso tal nudo en el estómago que decidí no cenar. Me pasé


un buen rato con la mirada perdida, sentado en el sofá frente al televisor
apagado. Afuera no se oía apenas ningún ruido, hacía rato que la gente
en los balcones había salido a aplaudir a las ocho, como era costumbre
aquellos días. Como no había transeúntes ni tráfico por la calle, reinaba
un silencio casi absoluto aquel Domingo de Resurrección.

Debía ser casi medianoche cuando me cansé de estar sentado en


el sofá y me fui al dormitorio a tumbarme en la cama. Estaba seguro de
que no iba a pegar ojo aquella noche, pero me dolía todo el cuerpo de la
tensión y pensé que al menos estar acostado me aliviaría.

Nada más lejos de la realidad. A oscuras en la cama no paraba de

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dar vueltas y de angustiarme cada vez más por lo que podía pasar.
Empecé a sentir un persistente dolor de cabeza, probablemente tendría
la tensión por las nubes.

Debía ser de madrugada cuando, agotado de cuerpo y mente, lancé


un grito con el pensamiento:

«¡Dios, ayúdame!»

Y caí profundamente dormido en un sueño sin sueños ni


pesadillas.

124
Epifanía

La luz del día me despertó. Miré el reloj, eran las nueve de la


mañana del Lunes de Pascua. Me sorprendió haber dormido tan seguido,
y me sentí tan descansado como las mañanas anteriores, después de
recibir las tres visitas.

Y no solo eso. No sé si había sido el sueño reparador, pero de


repente veía las cosas de otra forma. Sentía mi mente más lúcida, como
si me permitiera percibir la realidad a través de unos lentes más claros y
transparentes.

Entonces, de golpe, un aluvión de ideas inundó mi mente. Todavía


sentado en la cama, empecé a unir todas las piezas del rompecabezas.
Todo lo que me habían dicho las tres visitas encajó perfectamente en la
situación en la que me encontraba.

Y de repente comprendí.

No había nada ni nadie a lo que culpar. Silvia había muerto porque


vivimos en un mundo donde los accidentes ocurren, donde hay
enfermedades, donde hay injusticias. Pero ningún mal es eterno, pues al
final siempre acaba triunfando el bien. Ahora Silvia estaba en un lugar
mucho mejor, continuando su viaje al Paraíso. Quién sabe si estaría
esperándome. Seguro que el tiempo pasa más rápido aquí que allí.

En cuanto a mi padre… sí, era cierto que su vida corría peligro,


pero de repente dejé de sentirme angustiado por la posibilidad de que
muriera. Si todavía quedaba algo que me preocupara era la posibilidad
de que sufriera, de que sintiera dolor, pero estaba seguro de que en el
hospital harían todo lo posible por evitarle todo sufrimiento. Tenía

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ochenta años, hasta ahora había vivido una vida plena y había podido
disfrutar de sus hijos y sus nietos. Si ese iba a ser el final, habría que
aceptarlo y alegrarse por él. El sufrimiento terminaría para él, y le
esperaba una gran aventura.

Justo en ese momento, sin pensar, me vinieron estas palabras a la


mente, dirigidas hacia ese Dios en el que hasta el día anterior no creía:

«Que se haga tu voluntad.»

Después me inundó una ola de alegría. Salí al balcón y exhalé el


aire fresco de la mañana, disfrutando de cada bocanada de oxígeno. Me
puse a cantar en la ducha (hacía mucho tiempo que no lo hacía), me vestí
con ropa cómoda y me dispuse a desayunar lo más apetitoso que
encontrara y que no fuera un ataque a mis arterias.

Ya con el estómago lleno, me senté en el sofá, cerré los ojos y sentí


la imperiosa necesidad de meditar. Nunca lo había hecho, y me di cuenta
de que necesitaba conectar con mi chispa divina. La pobre seguro que
había estado desesperada todo ese tiempo en el que hice oídos sordos a
sus intentos de comunicarse conmigo. Tan solo quería centrar mi
pensamiento en darle las gracias por estar ahí y transmitirle mi propósito
firme de mejorar como persona. Quería vivir la vida con todo lo que me
diera. Fuera bueno o malo, todo me serviría para aprender.

Estuve meditando y hablando con Dios toda la mañana. ¡Tenía


muchas cosas sobre las que pensar y que contar! Pensé con tristeza en
todo el tiempo que había pasado por la vida sin pena ni gloria a raíz de la
muerte de Silvia. Si hubiera sabido lo que sabía entonces… Pero tampoco
tenía sentido lamentarse. Como dice el refrán, «más vale tarde que
nunca». Y había decidido no volver a lo de antes, pasara lo que pasara.

Quería vivir una vida con sentido, nunca más iba a dejarme llevar
por el pesimismo ni el desánimo. Sí, este mundo era un mundo loco y
atrasado, pero también era hermoso y estaba lleno de gente buena.

Y no solo quería mejorarme a mí mismo, sino que sentí que quería


ayudar a los demás también. No podría ser feliz viendo que otros sufren.

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Así que, sin pensarlo dos veces, llamé por teléfono a mi madre, a mi
hermana y a mi hija para darles palabras de consuelo y fuerza en esos
momentos. Les dije que las quería y que, pasara lo que pasara, todo iba
a salir bien. Y lo dije con toda la fuerza y la convicción que me habían
faltado el día anterior.

Aquel Lunes de Pascua, mi «noche oscura del alma» había tocado a


su fin, para dar paso a un amanecer radiante y luminoso.

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Epílogo

Mi vida cambió radicalmente desde que recibí aquellas tres visitas,


y no puedo estar más agradecido por la gran oportunidad que tuve de
cambiar de rumbo.

Finalmente mi padre no llegó a estar intubado en la UCI. De una


manera que los médicos no llegaron a comprender del todo, su saturación
mejoró a los dos días (justo el día que comprendí) y consiguió curarse
poco a poco de la neumonía. Sus defensas habían reaccionado
favorablemente, aunque estuvo ingresado casi dos meses en el hospital
sin poder recibir visitas. Eso sí, el personal sanitario se portó de maravilla
y pudimos comunicarnos con él por videoconferencia al menos una vez
al día o cada dos días.

Pasé el confinamiento aprovechando para meditar y leer todo lo que


podía, siempre que el teletrabajo me lo permitía. Busqué por la red la
información que me habían ofrecido mis visitantes, y no tuve que
esforzarme mucho pues gracias a unas palabras clave enseguida
encontré lo que buscaba. Poco a poco fui conociendo a otra gente que
había accedido a este nuevo conocimiento y creé nuevas amistades que
(estoy seguro) serán para toda la vida.

Cuando le dieron el alta a mi padre procuraba pasar el máximo


tiempo posible con mi madre y con él. Todavía necesitaba oxígeno y se
fatigaba apenas daba unos pasos por la casa, pero estaba animado y muy
contento de haberle ganado el pulso a la muerte por el momento.

Como el confinamiento ya se había relajado un poco para entonces,

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procuraba ir todos los días a su casa, ayudarlos en las tareas domésticas
y sobre todo recordarles lo mucho que los quería.

Una tarde de finales de junio, me quedé a solas con mi padre pues


mi madre había salido un momento a comprar. Hacía calor, pero por
suerte no demasiada, así que estábamos los dos sentados en el balcón de
su casa, donde ya daba la sombra y soplaba una brisa del mar muy
agradable.

—Este coronavirus ha vuelto nuestro mundo del revés, ¿verdad? —


comentó mi padre en un momento dado, después de hablar sobre temas
sin importancia— ¡Por poco no lo cuento!

Yo asentí, mientras miraba hacia el cielo, viendo como las nubes


se dirigían lentamente hacia el noroeste.

—Por suerte sigues aquí, dando guerra —le dije, mientras le


palmeaba la rodilla en un gesto cariñoso.

—Aunque, ¿sabes? Tampoco me hubiera importado morir. Total,


¡si me espera un viaje al Paraíso!

Me lo quedé mirando con los ojos como platos. ¿De dónde había
sacado aquella idea? ¡No le había comentado mi experiencia a nadie!

Entonces, una vez más, comprendí. Le sonreí y simplemente le


pregunté:

—A ti también te han visitado, ¿verdad?

Él no me respondió, pero no hizo falta.

Su sonrisa habló por él.

FIN

Vilanova i la Geltrú, 19 de diciembre de 2020

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