editorial
El significado
del 17 de octubre
Cada 17 de octubre los peronistas nos encontramos
con una situación diferente respecto al año anterior. En
ese sentido, nunca nos aburrimos. Lo que sí se repite
cada año es la pregunta sobre el futuro, que nos preo-
cupa porque siempre que el peronismo estuvo dividido
la nación sufrió las consecuencias. La raíz de este pro-
blema viene de lejos. En las dos últimas décadas el
peronismo no ha logrado definir una pauta estable y
unificada de selección de sus dirigentes. La
Renovación fue el último intento en este sentido. Esta
falta se relaciona estrechamente con un reiterada inde-
terminación programática.
Pero la cuestión excede los amplios márgenes de
nuestro movimiento. El peronismo no podrá ser mejor
si el sistema político en el que está inmerso no mejora.
Esto significa que deben revisarse algunas de las nor-
mas de la competencia partidaria. Las formas predomi-
nantes de construcción política de los últimos años pri-
vilegian las lealtades personales por sobre el acuerdo de
ideas y proyectos. Dentro y fuera del peronismo. De
hecho, actualmente todas las fuerzas alternativas con
cierto peso son proyectos personales. Por eso, última-
mente en muchos gobiernos –incluso provinciales o
municipales–, cualquiera sea su signo partidario, el
apoyo a la gestión tiende a expresarse como un panegí-
rico incondicionado, y cualquier mínima crítica es con-
siderada desleal, aun cuando provenga del propio
campo. Algunos funcionarios, por precaución, prác-
ticamente no opinan sobre cuestiones políticas y se
refugian en la técnica. Hoy pareciera que debate sólo
quien se opone, no quien apoya. La política de
gobierno entonces se vacía de contenido y casi todos
los funcionarios que dejan de serlo pasan inmediata-
mente al otro bando.
Puedo dar testimonio de que no siempre fue así. De
la misma manera que Ramón Carrillo lo había hecho
pocos meses antes, en 1955 dejé de formar parte del
gabinete de ministros de Juan Perón porque no apro-
baba el estéril enfrentamiento con la Iglesia. Varias
veces habíamos expresado críticas mientras integrába-
mos ese gabinete. Pero una vez afuera, no dijimos una
sola palabra en contra. Eso fue porque, más allá de las
lealtades personales, compartíamos los ideales por los
que luchábamos.
Hoy como ayer, la única forma de encontrar la uni-
dad en un movimiento político es volver a insistir en las
cuestiones doctrinarias y programáticas. La acción de
gobierno no puede evaluarse únicamente a partir de la
consideración de un funcionario determinado o de
medidas aisladas. De la misma manera, es absurdo
pensar que puede haber unidad simplemente porque
todos los proyectos personales se alineen tras una figu-
ra. Al menos en el peronismo, ningún liderazgo podrá
lograr la unidad de esta forma, por más méritos que
acumule, porque siempre va a haber más aspiraciones
personales que puestos a ocupar, y porque siempre va a
haber quien perciba que le conviene abrirse y jugar por
afuera. En ausencia de un acuerdo doctrinario, el costo
de la deslealtad es ínfimo.
Pero el peronismo no nació para satisfacer proyec-
tos personales. Tampoco lo hizo para ganar elecciones.
El peronismo fue creado para expresar las demandas
postergadas en un proyecto nacional. Su visión movi-
mientista le permite contener expresiones ideológicas
diversas, pero su razón de ser no es precisamente la
contención. Su existencia sólo se justifica en la medida
en que pueda conducir un proyecto nacional que inte-
gre a todos los argentinos.
Ese es el espíritu del 17 de octubre: el pueblo fue a
la plaza a rescatar al líder que había impulsado la más
importante reforma social de la historia nacional. Es
cierto, lo hizo por el amor que le tenía, y también por
defender los avances conquistados. Pero su líder no
pidió venganza, ni favores personales: pidió elecciones,
y así fundó ese día la fuerza política que llevó adelante
la única revolución del siglo XX basada en un proyec-
to nacional.
Los tiempos han cambiado. Y seguirán cambiando.
Pero cada 17 de octubre los peronistas debemos volver
a impulsar los valores y los ideales que nos dan a la vez
unidad y razón de ser.
Antonio Cafiero
1
debates
Argentina: lineamientos estratégicos
Adolfo Koutoudjian, profesor e investigador del
Instituto de Geografía de la Universidad de Buenos
Aires, de la Escuela de Defensa Nacional, de la Escuela
Superior de Guerra Conjunta y de la Escuela de
Guerra Naval, presentó en el Instituto de Altos
Estudios Juan Perón un trabajo de su autoría titulado
“Argentina: Lineamientos Estratégicos 2007”. A con-
tinuación se transcribe un resumen del mismo, además
de los comentarios de Oscar Tangelson, Mario Cafiero
y Ricardo Rouvier.
El propósito de este trabajo es trazar algunos linea-
mientos sobre la actual situación geopolítica argentina
y la necesaria evolución de la misma. Consideramos
que, lejos del fárrago político cotidiano, los factores
geopolíticos están presentes, consciente o inconscien-
temente, en el accionar no sólo del Estado sino tam-
bién de la sociedad. Ellos, recurrentemente, afloran a la
consideración general para marcar el peso de su
impronta, afirmando o cuestionando la política exte-
rior, la política regional, los proyectos de inversiones,
la infraestructura, la política de defensa y hasta la
estructuración social y económica de la Argentina. De
ahí la necesidad de considerarlos en sus determinan-
tes y posibilidades, en su influjo y en su peso en la for-
mación de la conciencia nacional del pueblo argenti-
no, como así también en la consideración de los inte-
reses nacionales.
La Argentina requiere consensuar lineamientos
estratégicos en un nuevo país integrado regionalmente
y consolidar un fuerte entrelazado geopolítico en el
Cono Sur de América. Necesita ser un país que vuelva
a contener a sus habitantes, que evite la actual frag-
mentación económico–social y que muestre horizontes
de realización a sus juventudes.
En lo que lleva de vida independiente, la Argentina
pasó por diversos ciclos geopolíticos de expansión y
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retracción, de incertidumbre y reafirmación. Hoy, el
país en lo geopolítico está inmerso en un tiempo histó-
rico que está dejando huellas muy marcadas en su terri-
torio, en su población y en sus clases dirigentes. Es
necesario desentrañar y clarificar estos lineamientos
con vistas al posicionamiento del país en lo que se avi-
zora como un incierto y conflictivo siglo XXI.
Los intereses nacionales son los que redundan en
por Adolfo Koutoudjian
beneficio directo de la Nación y deberían ser consen-
suados al máximo entre todas las expresiones políticas.
Son permanentes a lo largo del tiempo histórico, por lo
que la lucha de los partidos políticos y agrupaciones
sociales debería centrarse en la mejor manera de llevar-
los a cabo. Estos intereses se manifiestan en distintos
aspectos: a) en el internacional, el interés nacional pasa
por la soberanía política, territorial y económica; b) en
el interno, es de interés nacional la seguridad de los
habitantes, de las fronteras y de las instalaciones estra-
tégicas; c) en el aspecto económico, el interés nacional
consiste en consolidar la independencia económica y el
bienestar de sus habitantes; d) en lo social, los intere-
ses nacionales pasan por mejorar la salud, la educa-
ción y el medio ambiente; y e) en el orden jurídico
constitucional, el interés nacional pasa por la rediscu-
sión de ese orden.
Para pensar en los términos de la Geopolítica es
necesario, en principio, pensar a largo plazo, descar-
tando casi la agenda política cotidiana. Así es necesa-
rio pensar en 10, 20 y hasta 50 años hacia el futuro,
como también desde el pasado, aun en esta época de
globalización económica y crack cultural, donde las
arquitecturas geopolíticas de las postguerras del siglo
XX están crujiendo. Reflexionar sobre el destino
eventual del Estado–Nación, particularmente el
argentino y el de los vecinos inmediatos, es tarea
ineludible en esta época.
Este desafío intelectual se agrava hoy debido a los
cambios profundos que están ocurriendo en el mundo.
Nuestras ideas y acciones estuvieron aprisionados
durante 40 años por la impronta del enfrentamiento
este–oeste. Desde la desaparición de la Unión
Soviética, el sistema mundial bipolar ha cambiado
bruscamente y nos vemos obligados a pensar cuál es el
sistema mundial que nos encuadra o contiene.
Estamos presenciando fenómenos que pocos años
atrás eran insospechables.
Uno de los aspectos más difíciles de abordar en las
ciencias sociales y políticas es la capacidad de previsión
del futuro o, por lo menos, los lineamientos principales
por donde debe discurrir el devenir de una sociedad
organizada políticamente en el espacio. Es necesario
atreverse a trazar esos lineamientos dado que, a nues-
tro criterio, de poco vale estudiar la arqueología y

estructura de los hechos políticos del pasado y del pre-
sente de una sociedad y su Estado, si dichos estudios
no sirven para alcanzar algunos grados de certezas
hacia donde orientar el rumbo de una comunidad.
Así como el siglo XX fue el de las grandes guerras
en el plano político militar, el siglo XXI será el siglo de
las “pequeñas guerras”, como la de los Balcanes, el
Cáucaso, África, los Andes Americanos, o las “guerras
de inteligencia”.
Los conflictos son más internos que externos, lo
que obliga a replantear los principios de soberanía,
autodeterminación, intervención, seguridad general y,
por supuesto, el rol de las instituciones estatales. El
siglo XX terminó con la caída del Muro de Berlín y la
implosión de la URSS.
Es un hecho que la desaparición geopolítica del
comunismo de Estado y del Tercerismo Geopolítico, y
la falta de respuestas para la inclusión de las áreas y sec-
tores sociales marginados del desarrollo, están llevando
al auge del integrismo religioso y distintas formas de
pensamiento mágico y voluntarista. Ni el capitalismo
ni las democracias de forma occidental, y menos aún
los socialismos de Estado, han podido dar respuestas
hasta hoy a casi la mitad de la población mundial.
En los últimos 20 años se ha desarrollado un sus-
tancial aumento de la productividad capitalista que
acrecentó la brecha entre los países: tan sólo 9 países
concentran el 60% del comercio mundial. Hoy, el
mundo tiene verdaderas áreas de privilegio y grandes
regiones marginales. Este fenómeno no sólo se des-
arrolla a nivel continental, sino también en el plano
nacional, regional y hasta en las grandes metrópolis. Es
este uno de los factores de mayor inestabilidad actual y
de los próximos años.
Desde hace dos décadas venimos sosteniendo que
la lucha por el poder tiene una finalidad esencial: ase-
gurar directa o indirectamente la apropiación de los
recursos críticos para el desarrollo económico y social,
y la supremacía militar. En estos últimos tiempos esta-
mos asistiendo a una carrera por los fondos marinos del
Océano Glacial Ártico, iniciada públicamente por
Rusia durante julio de 2007, seguida rápidamente por
Noruega y Dinamarca, pero en realidad comenzada
silenciosamente por Canadá, Estados Unidos y las
grandes empresas petroleras desde hace varios años.
Otro hecho geoeconómico de estos tiempos es el
debate por los biocombustibles, tema que implica sus-
tituciones de energía e involucra territorios agrícolas
susceptibles de alterar la oferta alimentaria, aunque
nunca sustancialmente.
Fruto del desarrollo de algunas regiones y la exclu-
debates
sión de otras, nuevamente están recrudeciendo las
migraciones masivas de sur a norte.
Por último, se pueden destacar los problemas refe-
rentes al agua dulce, hecho de indudable trascendencia
económico social, pero que da lugar a muchos mitos,
exageraciones y poco pensamiento racional.
Estos hechos, que hacen al desarrollo económico,
están enmarcados, limitados o acotados por la cuestión
ambiental planetaria, fenómeno que por primera vez
en la historia humana está mostrando los límites del
planeta y, por ende, del crecimiento o, por lo menos, de
este estilo de desarrollo económico, sea capitalista o
socialista.
Sudamérica en el contexto geopolítico mundial
Las dos guerras mundiales del siglo XX, el contex-
to político e ideológico que marcaron los paradigmas
de la Guerra Fría, así como la disolución de la Unión
Soviética, uno de los dos actores predominantes en la
díada capitalismo–socialismo, marcan el período de la
post Guerra Fría y el nuevo orden de poder que se
estructura a partir de la caída de esta potencia.
El nuevo orden mundial del siglo XXI delinea en sus
albores sólo una gran superpotencia planetaria: los
Estados Unidos. En efecto, es una potencia militar hege-
mónica, una economía “locomotora” (junto con China)
del resto del mundo pero, fundamentalmente, una cultu-
ra de valores y lenguajes con pretensiones universales.
Pero lo cierto es que los Estados Unidos no tienen
el monopolio del poder militar, no logran imponer sus
valores en todo el mundo y varios poderes regionales
tienen pretensiones de autonomía estratégica: la Unión
Europea, el MERCOSUR, la Asociación de Naciones
del Sudeste Asiático que conforman el ASEAN, espe-
cialmente China, India y Japón, son algunos de los
actores que plantean la discusión del nuevo rol de
Estados Unidos como hegemonía.
El cambio del paradigma económico–social provo-
cado por la crisis energética de los 70 y el nuevo proce-
so civilizatorio que toma impulso en los 80 y se crista-
liza en los 90, destacan la crisis de los estados naciona-
les. La fuerte tendencia a la fragmentación geopolítica
de los estados y de las sociedades nacionales, a través de
3
un proceso de mundialización o globalización de las
nuevas tendencias tecnoeconómicas, ponen en duda
toda la arquitectura política mundial posterior no sólo
a la Revolución Rusa del siglo XX, sino a la Revolución
Francesa del siglo XVIII.
Paradójicamente, el modelo de desarrollo nortea-
mericano se muestra crecientemente no sustentable en
debates
términos ambientales y de recursos naturales, por lo
que el germen de la inestabilidad mundial estaría pre-
sente aún por muchos años hasta reconstruir un nuevo
orden geopolítico mundial a través de dos procesos
contradictorios: el unicato americano o el consenso
interregional mundial.
Los tres procesos más relevantes que caracterizan el
contexto mundial son: la hegemonía mundial estadou-
nidense con la clara percepción general de ver a toda
América como su área de influencia; un mundo econó-
micamente interdependiente con fuerte proceso de
regionalización geoeconómica en bloques relativamen-
te autosuficientes; y la tendencia creciente a la frag-
mentación de los grandes estados nacionales y las
sociedades nacionales.
Dentro de esta dinámica mundial, América Latina
se encuentra con una fuerte crisis de horizontes de des-
arrollo que conlleva una crisis de identidad y una pro-
funda inestabilidad política y económica.
Dentro del espacio de poder sudamericano, se apre-
cian ciertas regiones consideradas como economías de
enclave en el Área Pacífico y en la Patagonia. Lo más
significativo es el enorme vacío demográfico que pre-
senta el centro de América del Sur, tanto la llanura
Amazónica como la del Orinoco y la Chacopampeana.
El punto clave es que la región sudamericana es el
único espacio semivacío que se visualiza, e inclusive
presenta estructuras políticas débiles para el mundo del
futuro. Este siglo XXI, habitado ya por 6.300 millones
de personas y con una perspectiva de 9.000 millones
para dentro de 25 años, está mostrando un creciente
crujido de estructuras geopolíticas. Estos “crujidos” son
hoy en día los procesos de fragmentación que están
sufriendo los Estados Nación, en especial los medianos
y grandes.
Como consecuencia de los cambios en la esencia
de las relaciones con nuestros países, se manifiestan
modificaciones geopolíticas significativas, algunas de
las cuales aún están en pleno desarrollo: a) el creci-
miento de las grandes urbes millonarias; b) la expan-
sión de la frontera agropecuaria; y c) el incremento
del comercio interregional, sobre todo bajo el ampa-
ro del MERCOSUR.
El MERCOSUR surge hacia la mitad de la década
4 del ochenta entre Brasil y Argentina, quienes, depo-
niendo rivalidades históricas, resuelven crear un mer-
cado común visualizado en el Tratado de Asunción fir-
mado en 1991 y con vista a desarrollar hacia comien-
zos del siglo XXI un espacio político y cultural seme-
jante, con instituciones comunes y una moneda común.
El MERCOSUR es esencialmente un proyecto
integracionista, que toma como modelo los pasos
seguidos por la Unión Europea, con una clara visuali-
zación geopolítica de un mundo que avanza hacia la
formación de macro regiones económicas y políticas.
Dados los vínculos históricos y geopolíticos origina-
les entre los diferentes países del MERCOSUR, sería
mutuamente beneficioso fortalecernos como bloque.
No sólo los mercados son los que importan dentro
del MERCOSUR, sino la marcada importancia que
están cobrando sus recursos naturales. Este hecho
suma una gran cantidad de certezas en nuestro hori-
zonte regional sudamericano, a diferencia de otras
regiones en donde prima la incertidumbre para un
futuro muy próximo.
Lo cierto es que tanto el MERCOSUR como
Sudamérica están en un laberinto con pocas luces y
mucha incertidumbre. Pero si la unión hace a la fuerza,
un bloque amplio sudamericano sería el paso lógico
para posicionarse en fuerza en los próximos años.
Algunos desafíos en el orden geopolítico cobran
enorme importancia a la hora de plantear la Agenda
Estratégica Sudamericana: a) ocupación del interior
continental por medio del desarrollo productivo y
expansión de las comunicaciones; b) mantenimiento de
la cohesión del MERCOSUR como respuesta geopo-
lítica y geoeconómica al poder de los Estados Unidos y
de la Unión Europea; c) recuperación del rol del
Estado; d) necesidad de discutir nuevos paradigmas de
desarrollo económico social, también de dimensión
filosófica y cultural, acerca de la integración que nece-
sariamente debemos alcanzar como bloque regional; e)
mecanismos institucionales de protección y defensa en
lo económico, también en los bancos regionales, carte-
ras de insumos, provisión de alimentos y energía fren-
te a eventuales bloqueos, crisis, etcétera; y f ) construc-
ción de infraestructuras de integración nacional y
regional, como el manejo de cuencas, corredores bioce-
ánicos, puentes y una integración energética.
Prospectiva geopolítica argentina
Caracterizar geopolíticamente a un país tiene la
ventaja de evitar discusiones retóricas sobre el destino
del mismo y, muchas veces, permite entender mejor su
política exterior, por encima de ideologismos o
“modas” políticas coyunturales. De ahí que no parece
ocioso hacer una caracterización geopolítica básica de
la Argentina que, a nuestro criterio, debería ser la base
desde la cual planificar nuestro ordenamiento territo-
rial interior y nuestro relacionamiento exterior.
Una de las características destacadas es que, en lo
geográfico, estamos entre los mayores estados del
mundo (octavo en superficie entre los casi 200 países

que llegan al siglo XXI). En el ámbito continental es de
enorme importancia el ser un país de convergencia
entre los que integran el Cono Sur Americano. Las
grandes posibilidades naturales y la posición céntrica
en el área templada sudamericana otorgan ventajas
importantes en el largo plazo. En especial, la posesión
de una llanura templada de más de un millón de km²,
con buena irrigación, hace del país no sólo un granero
del mundo, sino también da posibilidades agroindus-
triales para grandes masas humanas, en atención a la
escasa densidad poblacional del territorio.
Pero quizás, una de las características más impor-
tantes de la Argentina contemporánea es ser una sínte-
sis cultural, con una extraordinaria y fructífera mezcla
de culturas que alumbró uno de los biotipos más sin-
gulares del mundo, destacado a veces a pesar de la ima-
gen de sí mismo del argentino medio.
En el siglo XX el país desarrolló una estructura
social de gran clase media que, aunque con fuerte
regresión en los últimos años, es una de las caracte-
rísticas distintivas de una sociedad de gran movili-
dad social.
Sin embargo, como primer problema, se evidencia
el resurgimiento de un modelo agroexportador que
marca una fuerte concentración en lo económico y
altamente polarizante en lo social, que aún derrama
poca riqueza equitativa. Esta situación lleva a un
segundo problema, el proceso de concentración econó-
mica generado en los últimos años en el marco de los
equilibrios regionales relativos. El tercer gran tema es
la necesidad de reestructurar el Estado Nacional debi-
litado y sin objetivos nacionales compartidos.
Indudablemente, la falta de un Proyecto Nacional con-
sensuado agrava la falta de consenso acerca tanto del
modelo económico social implantado a principio de los
90, como del que se desarrolló desde el 2002.
El cuarto problema es asegurar el abastecimiento de
energía del 2011 en adelante. La Argentina ocupa una
posición expectante en el concierto de las naciones por
su consumo de energía. En términos generales puede
señalarse que nuestro país, por su estructura de consu-
mo y su abastecimiento de energía, está más cerca de
los países desarrollados que de los subdesarrollados.
Tan importante como la producción y el consumo
de energía en sus diversas fuentes, lo es la posesión de
reservas de un país. La Argentina actualmente se auto-
abastece de energía, ya sea en petróleo, gas, minerales
de uranio, carbón para usos técnicos y electricidad.
Sólo importa carbón para metalurgia y algunos sub-
productos petrolíferos. Siendo el abastecimiento ener-
gético global medianamente satisfactorio, los aspectos
conflictivos se dan en la distribución espacial, sectorial
debates
y financiera de la explotación de los recursos y en la
futura oferta, dada la alta tasa de crecimiento del PBI
y la carencia de inversiones significativas en los últimos
años. En cuanto al nivel de producción en relación a las
reservas, se señala que esta situación no es sustentable.
Así también, la exploración es otro tema pendiente
en la agenda energética.
El quinto problema tiene que ver con la necesidad
de lograr una distribución más equitativa del ingreso,
en lo social y en lo regional. La enorme brecha existen-
te entre ricos y pobres, que se agravó en el último cuar-
to de siglo, llevó a la aparición de la marginalidad social
en grandes sectores de la población. Como sexto pro-
blema surge la necesidad de desarrollar un sistema
educativo moderno, integral e inclusivo, en el senti-
do de que colabore en recuperar la capacidad de
movilidad social perdida y una distribución más
equitativa del ingreso. Finalmente, el diagnóstico de
las redes de infraestructura vial y ferroviaria mues-
tran, en toda la Argentina, un alto nivel de insufi-
ciencia y obsolescencia.
Por lo tanto, es esencial desarrollar: a) un nuevo
Proyecto Nacional para el mundo que viene, no para el
que fue; b) replantear democráticamente el funciona-
miento político institucional, ante el gran divorcio
entre las expectativas populares y las instituciones
actuales; c) educar (o reeducar) a nuestras nuevas gene-
raciones para el mundo que viene; d) recuperar firme-
mente el timón y el manejo del Estado para saldar la
enorme brecha existente en la estructura del ingreso
nacional, en la carencia de seguridad y en la necesidad
de generar usinas de pensamiento y acción para toda la
Argentina; e) desarrollar sostenidamente una política
de integración regional interna y sudamericana a través
de políticas activas en la producción, el empleo y la
infraestructura; f ) hacer filosófica y políticamente un
balance crítico de los períodos pasados, rescatando en
los mismos sus aspectos positivos para la Argentina y
asumiendo sus errores y fallas.
Es esencial en los próximos tiempos repensar la
arquitectura política e institucional de la Nación, ante
un mundo en una virtual guerra por los recursos vita-
les (energéticos, alimenticios y de conocimientos tec-
nológicos). Una adecuada regionalización de la
Argentina debe tomar en cuenta criterios geopolíticos 5
y estratégicos claros y bien definidos por la Nación.
La Argentina tiene un norte empobrecido y social-
mente vulnerable, un centro dinámico con grandes
problemas estructurales y un sur rico y vulnerable
geopolíticamente. La clave estratégica de esta situa-
ción consiste en generar políticas y obras que articu-
len sólidamente las tres macroregiones, adecuadamen-
debates
te articuladas con los países vecinos.
Síntesis y conclusiones
El incremento de las tensiones políticas regionales
y la inestabilidad de los mercados, a pesar del modelo
capitalista vigente en la mayor parte del mundo, siguen
poniendo una alta cuota de incertidumbre política.
Nuevos cambios en los patrones tecnológicos, con-
flictos internacionales de magnitud y la insatisfacción
creciente en grandes masas humanas, hacen franca-
mente complicado pensar más allá de una década.
Pensar la República del Bicentenario lleva necesa-
riamente a pensar en varios escenarios, para los cuales
es necesario constatar algunos datos y certezas econó-
micas, a saber:
Ha habido cambios en el modelo de acumulación y
distribución vigente, cuya profundidad repercutirá por
mucho tiempo.
Algunos de estos cambios son difíciles de revertir
en el mediano plazo; por ejemplo, las privatizaciones
de servicios públicos.
El modelo económico consensuado seguirá apos-
tando fuertemente al incremento del comercio exterior,
entre otros motivos, por la necesidad de generar patro-
nes de acumulación que sostengan el aparato estatal y
la rápida expansión de servicios.
Ha habido una fuerte caída de la participación del
sector asalariado en la distribución del ingreso y, segu-
ramente, le costará muchos años a este sector volver a
los niveles de los años setenta.
El comportamiento de las economías regionales y
las provincias seguirá manteniendo fuertes lazos con el
gobierno federal, aunque con creciente importancia
económica y política de algunas grandes regiones
argentinas, como por ejemplo la Patagonia y el conur-
bano bonaerense.
Necesitamos consensuar planes estratégicos que
dejen su impronta por mucha décadas, de manera de
revertir definitivamente la ingeniería sociopolítica reac-
cionaria y antidemocrática trazada entre 1976 y 1978.
La Argentina necesita recuperar su autoestima con-
vocando a lo mejor del pensamiento argentino, sin pre-
juicios ni exclusiones. La tarea que tenemos por delan-
6 te requiere convocar nuevamente a la juventud argen-
tina a construir la Nación soñada en el marco de la
Patria Grande Sudamericana.
Comentario de Oscar Tangelson
En el trabajo de Koutoudjian hay una fuerte
impronta de su propia formación, que tiene que ver con
el orden geográfico. Más que realizar un análisis, pre-
tendo hacer una complementación del documento pre-
sentado. De alguna manera, lo que ocurre –y esta es la
enorme responsabilidad que tiene esta generación para
analizar y discutir los temas– es que estamos en medio
de un proceso de profunda transformación del paradig-
ma. Del mismo modo que la generación del 80 –con
todas las críticas que podamos hacerle– definió un
modelo a partir de un cambio internacional, creo que
hoy se está dando un cambio de similares característi-
cas al que ocurrió con la Revolución Industrial, lo que
dio lugar a la transformación de todas las dimensiones
de la realidad.
Es importante destacar que hay ciertos momentos
de la historia en los que hay una profunda mutación
de todas las relaciones. Tenemos la suerte o la desgra-
cia de estar vivos y tomando decisiones en una etapa
de ese tipo.
Hacia fines del siglo XVIII se comienza a usar el
carbón, se generaliza el uso de la máquina, se sustituye
la artesanía por la industria y la standarización, la
escuela se constituye en un vehículo de formación para
la industria, hay cambios y disputa hegemónica, e
Inglaterra asume la conducción. Hay un pueblo que
hasta entonces tenía una parte importante del poder
internacional y se equivoca: España, que inicia con ese
error la declinación que experimentó después.
Hacia fin del siglo XIX hay, a mi juicio, una trans-
formación muy profunda que culminó en 1973. En un
trabajo que realicé sobre la Argentina en el siglo XXI,
comparé qué pasó en cada Revolución Industrial en
diecisiete dimensiones de la realidad, incluyendo una
cantidad de elementos que hacen a la naturaleza de las
innovaciones, la hegemonía, el rol de la Argentina, la
organización de la producción, la lógica económica, el
tipo de industrialización, las relaciones laborales, la
ocupación, el rol del Estado, la estructura política, la
distribución del ingreso, la educación, la distribución
espacial de la población, etcétera. Porque cuando hay
una revolución de ese tipo mutan todas estas relacio-
nes, y la responsabilidad que tiene la dirigencia de un
país es definir cuál es la naturaleza de las respuestas.
Con este trabajo, Koutoudjian apunta, justamente,
a contribuir en la construcción de esas respuestas.
El punto básico es que a fines del siglo XIX nace el
Estado Nación. Alemania no existía, Estados Unidos
tampoco –había una guerra entre el norte industrial y
el sur agrícola, que quería seguir mandando fibra de

algodón a las fábricas textiles inglesas–, Italia no exis-
tía y Argentina no existía: éramos un conjunto de pro-
vincias dispersas, cada una con su caudillo.
Tanto en Estados Unidos como en la Argentina hay
un proceso parecido: ambos países expanden la fronte-
ra agrícola con el mismo método de exterminio de la
población indígena y, además, pueblan esos espacios
vacíos con migración continental. Gobernar es poblar,
para nosotros, para nuestros hijos y para todos los
hombres del mundo de buena voluntad. Y nace la clase
media. La gran diferencia entre Estados Unidos y la
Argentina es que aquí detrás de la conquista del des-
ierto no viene nadie y se produce un proceso de pro-
funda polarización. En cambio en Estados Unidos,
detrás del ejército fueron los pioneros que repartieron
la tierra y por lo tanto generaron las condiciones de
una democracia económica que fue sustento de una
democracia política.
En nuestro caso ocurre un proceso de concentra-
ción oligárquico de la propiedad de la tierra, que pro-
duce un modelo político conservador inevitable. Esa
transformación que implica la lógica de la producción
en gran escala y de consumo masivo, y la aparición de
la clase media como necesidad del modelo, está susten-
tada en un hecho: el costo del barril de petróleo.
Cuando en 1973 aumenta el valor del petróleo se
decuplica el valor de la energía. De ahí que este mode-
lo, apoyado en una matriz energética, estaba sustenta-
do en el precio del petróleo. Hoy el barril cuesta 124
dólares, lo que hace absolutamente imposible el mode-
lo anterior. Los ejemplos de la transformación ya están
presentes y están cambiando en todas las dimensiones
de la realidad: de la producción en gran escala a la
pequeña serie, del fenómeno de costo al fenómeno de
calidad, entre otros.
Hay un conjunto de instrumentos que son funcio-
nales y coherentes a una cierta forma de paradigma de
organización de la producción y de la estructura econó-
mica, social, política, cultural y hasta militar. Hoy esta-
mos en los inicios de un proceso de profunda transfor-
mación del paradigma, y todos los que estamos toman-
do decisiones tenemos la enorme responsabilidad de
definir cuál es el tipo de respuesta que le corresponde a
la Argentina. Mi impresión es que los elementos que
marcan las grandes tendencias de este proceso y que
están inmersos en esta idea de revolución industrial o
tecnológica, se manifiestan en tres dimensiones en este
momento y, de algún modo, nos exige estas respuestas.
En primer lugar, la aparente globalización, porque
en realidad hay globalización financiera. Si fuera eco-
nómica no habría subsidios agrícolas en Europa. Y
mucho menos hay globalización social, de otro modo la
debates
humanidad no pagaría el precio inadmisible de 30.000
criaturas que mueren por día de hambre o de enferme-
dades evitables. Cuando se habla de globalización, es
un poco superficial.
El segundo fenómeno que se está dando, y que
cambia la estructuración geopolítica y económica, tiene
que ver con un hecho que no ocurría en el mundo hace
1.600 años: un continente tiene moneda única. Sin
embargo, tratamos el tema como si fuera monetario o
financiero nomás, y en realidad es un hecho de una
gran importancia geopolítica. Se estructura el 25% del
producto bruto mundial, 27 países y 600 millones de
personas alrededor de un proceso de integración polí-
tica. Esta es la gran diferencia que tenemos que esta-
blecer sobre la pretensión del ALCA, que es un mode-
lo de libre cambio de productos que coexiste con una
pared que impide que pase la gente. Es decir, el ALCA
es un modelo de hegemonía política y no de integra-
ción política. En el modelo de la Unión Europea coe-
xiste un proceso de integración económica, política,
social y de libre movilidad de las personas. Dentro de
15 años, el 60% del producto va a estar en el Pacífico
Norte. De ahí que la propuesta de Koutoudjian de la
unión sudamericana y lo que estamos planteando sobre
los ejes biocéanicos es una forma de responder al cam-
bio en los flujos internacionales de la economía.
Tenemos que construir algo diferente. Todos los
procesos de integración que llevemos a cabo son parte
de una estrategia de reforzamiento de nuestra capaci-
dad de negociación internacional.
Hay un último fenómeno, y es el que abre esperan-
zas. Junto con la supuesta globalización y la integración
hay un tercer componente de esta transformación tec-
nológica: la recuperación de lo local como espacio de
desarrollo. No es una moda que trabajemos sobre des-
arrollo local, lo que ocurre es que al romper la lógica de
producción masiva y llegar al consumo personalizado
se recupera la importancia del origen cultural y regio-
nal de los productos. El mercado va a asumir crecien-
temente una demanda por productos diversificados, y
esto va a ayudar a la equidad.
Los años 1976 y 2001 son momentos de ruptura
institucional. En ese lapso de 25 años y a lo largo de
todo el período, se implantan políticas económicas de
cierto signo, y uno puede percibir que pasamos de tener 7
3% de la población bajo la línea de pobreza en 1974,
al 54%; se produjo un deterioro en el proceso de con-
centración de la riqueza con tres componentes: con-
centración social del ingreso –hay un 53% del ingreso
para el 20% de la población más rica–, concentración
funcional, es decir, pérdida relativa del salario, y con-
centración regional del ingreso en un proceso de pro-
debates
funda asimetría.
Toda la lógica de articulación hacia fuera y de inte-
gración hacia adentro tiene que tener como objetivo
responder a estos grandes principios de transforma-
ción. Por eso tenemos que apostar al tema científico
tecnológico, porque no estamos tan atrás. Este es el
único país emergente con tres premios Nobel de cien-
cias. Y, como lo hemos hecho, podemos competir con
Francia y Canadá y venderle un reactor nuclear a
Australia.
¿Cómo hacemos ciencia y tecnología? Argentina no
puede ni debe competir por bajo costo en mano de
obra. No debemos por nuestra concepción de la socie-
dad y su justicia, y no podemos porque, por ejemplo, es
imposible competir con Indonesia o con Malasia por el
bajo costo de mano de obra. Tenemos que competir por
el nivel de calificación de nuestra gente, y la educación
no es simplemente el ejercicio de un derecho, sino la
construcción del instrumento estratégico para la capaci-
dad del país de responder al desafío de este tiempo.
El Popol Vuh es el libro sagrado de los mayas, escri-
to 1.500 años atrás. En él los mayas planteaban como
objetivo de su sociedad “que todos se pongan de pie y
que nadie quede atrás”. Me parece que esa frase tiene
un enorme significado político para poder comprender
desde entonces cuál es el sentido de una sociedad, que
se vincula con la justicia social y con la distribución de
los frutos del esfuerzo colectivo entre sus integrantes.
La propuesta que nos hace Koutoudjian es tender
ciertos carriles de reflexión, y en eso quiero colaborar.
Cuál es el marco general de interpretación de esta
transformación y en qué medida están cambiando las
relaciones entre los países. La irrupción de China y de
la India, por ejemplo, modifica el panorama interna-
cional. Por todo esto, tenemos que tomar decisiones
muy claras respecto a los temas que hacen a nuestras
posibilidades de renacer.
Los ejes son integración e justicia social interior,
no sólo por lo que implica como imperativo de la
ética social, sino porque es la forma en la que vamos
a poder competir. Tenemos que ser capaces de formar
a nuestra gente, que es la mayor riqueza que tenemos.
Cuando el peronismo dice “lo mejor que tenemos
es el pueblo”, no es un eufemismo, es una forma de
concebir al hombre como centro de la sociedad, no
8 como un elemento pasivo.
Creo que, como todas las dimensiones, va a cambiar
también la de la estructura política. Van a crecer los
mecanismos de participación social a nivel local, porque
es una forma en la que realmente se hace efectivo un
proceso. Y es central también el apoyo que se le pueda
dar al desarrollo científico y tecnológico, como un pro-
ceso de inserción en este mundo que se transforma.
Tenemos por delante poco tiempo. La definición de
los grandes parámetros de este nuevo paradigma se
están definiendo y lo importante es cómo nos posicio-
namos en este proceso, qué decisiones concretas toma-
mos y, lo que es más importante, cómo superamos esta
aparente contradicción entre el corto y el largo plazo.
En rigor de verdad, el largo plazo no existe. Todas
las decisiones son hoy. Pero las decisiones cotidianas
tienen que tener un marco de orientación política, que
es el que realmente le da sentido a la gestión cotidiana.
Tenemos que tener un instrumento de acción con
direccionalidad política y capacidad de gestión en el
marco de un proyecto, y un debate acerca del mundo en
el que estamos tomando las decisiones.
Con esta presentación Koutoudjian nos dio un con-
junto de elementos que deben enriquecer el debate y
que deben formar parte de una discusión. Es poco pro-
bable que haya en la Argentina un movimiento políti-
co en condiciones de instrumentar una transformación
de esta magnitud que no sea surgido del peronismo.
Por eso, lo que tenemos que hacer es propiciar –y
en esto la historia del peronismo es muy rica– las for-
mas de participación que hagan posible una construc-
ción social.
Comentario de Mario Cafiero
El trabajo de Koutoudjian es un verdadero aporte a
un tema sobre el que hace mucho no se habla en la
Argentina: el desarrollo de la inteligencia nacional.
Todos los países tienen su inteligencia nacional y
sus lugares de pensamiento. El colonialismo empieza
por lo cultural y por el pensamiento, por eso desarrollar
la inteligencia es fundamental. No puede haber proyec-
to nacional si previamente no lo discutimos, no lo pen-
samos y no lo racionalizamos. Y, por supuesto, si no
tiene encarnadura en el pueblo es un proyecto elitista.
Desarrollar una dirigencia que, de alguna manera,
pueda articularse con esa inteligencia es fundamental.
Hemos tenido pocos dirigentes que han hecho esto.
¿Alcanza con pensar? Confucio decía que “aprender
sin pensar es imposible, pero pensar sin aprender es
muy peligroso”. Si no aprendimos lo que nos pasó es
peligroso, porque creemos que estamos generando los
conceptos y las ideas, y en realidad no estamos yendo
hacia ningún lado.
¿Qué aprendí yo? Por ejemplo, en el año 2003 hubo
una denuncia muy bien fundamentada acerca de que la
Unión Europea había incorporado en la Constitución
como territorio de ultramar a las Malvinas y el
Atlántico Sur. Cuando uno analiza por qué la
Argentina no hizo nada se encuentra con que en el
mismo tiempo nuestro país firmaba una declaración

conjunta con la Unión Europea donde pedía el apoyo
para el canje de la deuda. Entre otras cosas, aprendí
que la deuda fue un fenomenal mecanismo de discipli-
na y sujeción de la política nacional. No podemos des-
arrollar un proyecto nacional si no rompemos los
mecanismos de dependencia. Podemos tener buenas
ideas, pero ¿cómo las concretamos? Tenemos que ir a la
nacionalización en serio de los recursos, no tenemos
otra opción.
Hay un decreto que Antonio Cafiero firmó en el
año 1975, donde establece cuáles son los minerales
estratégicos de la República Argentina. Hoy sin
embargo se llevan la minería. No tenemos control de
los gasoductos, del oro, etcétera. Entonces, ¿qué pro-
yecto nacional podemos armar si no recuperamos un
mínimo resorte estratégico?
Si no salimos de este neocolonialismo en el que
estamos –porque no es neoliberalismo–, es muy difí-
cil armar un proyecto nacional. Lo decía Perón:
“Unidos o dominados”. Estamos dominados. Es
ingenuo pensar que todo es conspiración, pero más
ingenuo aún es pensar que nada es conspiración. Es
decir, hay otros proyectos nacionales hegemónicos:
Estados Unidos, Europa, China, Brasil, los tienen; y
nosotros no lo tenemos.
Lo que se plantea desde estos trabajos es ver si
podemos ser una Nación y no una neocolonia, pero
para eso tenemos que romper la dependencia.
Comentario de Ricardo Rouvier
El trabajo de Koutoudjian tiene el mérito de foca-
lizar nuestra conciencia en la importancia de los diver-
sos aspectos del contexto internacional, como condi-
cionantes respecto a nuestra Nación Argentina. Perón
–como todos sabemos– consideraba la política interna-
cional como la verdadera política, y nos instaba a mirar
siempre el espacio regional y global. Maestro de la geo-
política, Perón introdujo en la cultura política nacional
la necesidad de considerar en un sentido estratégico la
cuestión de la espacialidad y la relación entre el hom-
bre y su hábitat. Lo instaló en el discurso político como
un saber trascendente para determinar las alianzas
regionales, y la necesidad de construir un lugar en el
mundo para nuestro país. El líder del justicialismo nos
dejó en los años 1960 y 1970 la preocupación por el
desequilibrio ambiental y la ecología humana.
Debemos reconocer que como parte de la crisis de
la política también globalizada, las políticas nacionales
de los países que componían el tercer mundo han sufri-
do redimensionamientos, habiendo perdido en el tra-
yecto la visión estratégica. Este debilitamiento se regis-
tra en el pasaje del perfil del estadista al pragmatismo
debates
del dirigente hábil para las coyunturas. Pasamos del
Proyecto Nacional a la disputa electoral, como si fuera
éste el único campo del poder. O, mejor dicho, segui-
mos en la confusión simple de considerar al gobierno y
al poder como idénticos.
El problema de nuestro país, que involucra a nues-
tra clase dirigente, es considerar lo que Koutoudjian
nos dice como un contenido imprescindible para la
planificación y la acción política: ¿cómo insertarnos
como país y como políticos en el marco del contexto
actual, cuando nuestra modalidad política nos empuja
al imperio de la coyuntura sobre la estructura, de lo
local sobre lo regional? Hoy podríamos seguir diciendo
que una marca profunda de la dependencia sigue sien-
do este carácter secundario de nuestra presencia en el
planeta, frente a los países centrales. Y si hablamos de
países centrales cabría preguntarse: ¿China no lo es ya?
Este trabajo nos sitúa en forma muy exhaustiva
dentro de las coordenadas actuales que caracterizan a
la sociedad mundial posindustrial y que involucra,
entre otros, fenomenales cambios culturales que se
van produciendo a alta velocidad, lo que obliga al ciu-
dadano común a un esfuerzo adaptativo permanente
y a los políticos profesionales a estudiar la realidad
social que se presenta como compleja. Esta dinámica
capitalista que Schumpeter definió con una expresión
tan breve como feliz, cuando la caracterizó como: “la
destrucción creativa”.
Las profecías europeas sobre el fin del capitalismo
no se han cumplido: una de sus virtudes principales es
la capacidad de acomodación. Decía el filósofo francés
Cornelius Castoriadis: “si las sociedades occidentales
siguen funcionando, seguramente no es por culpa de
sus dirigentes, sino que es el resultado de la extraordi-
naria flexibilidad (resiliencia) de las instituciones capi-
talistas y liberales (rasgos totalmente desconocidos por
los críticos y adversarios del régimen), y de las enormes
reservas de todo tipo (no sólo de riqueza) ya acumula-
dos”. Agrego yo: flexibilidad que le permite compren-
der al multiculturalismo, sin que su núcleo central
corra peligro. Tolera inclusive minorías políticas o
sociales insurgentes, o sectores culturalmente margina-
les a los paradigmas sociales dominantes, sin que el sis-
tema corra ningún peligro. El paradigma es el modelo
económico y un sistema político que acompañe, que no
contradiga la dinámica de la acumulación y la apropia- 9
ción privada de la misma. Esta maleabilidad frente a la
rigidez del socialismo real le dio ventajas comparativas
que se expresaron en la libertad de costumbres y en la
tecnología como inventiva aplicada a la producción.
Como señala el trabajo, los procesos de regionaliza-
ción y fragmentación de los Estados nacionales y de las
sociedades nacionales, se inscriben dentro del marco de
debates
la tensión permanente entre la unipolaridad y la multi-
polaridad. Las regiones aisladas tienen un modo de
defensa que consiste en agruparse, en buscar cadenas
de valor regionales, en alianzas estratégicas destinadas
a fortalecer su posición en el mundo. Si coincidimos en
que estamos bajo una verdadera hegemonía del capita-
lismo y la democracia liberal en occidente, que parecen
hoy inconmovibles, señalemos que se establece un
rango de reformas en un estrecho sendero conocido
como posibilismo a la luz de las experiencias políticas
populares que pretenden movilizar el status quo.
Justamente, el concepto de democracia social es una
construcción–respuesta a la concentración y a la exclu-
sión social.
Ahora bien, en su trabajo Koutoudjian nos plantea
una salvedad de carácter epistemológico cuando seña-
la las diferencias del mundo de hoy, luego de la fina-
lización del conflicto este–oeste. Dice textualmente:
“uno de los aspectos más difíciles de abordar en las
ciencias sociales y políticas es la capacidad de previ-
sión del futuro, o por lo menos, los lineamientos prin-
cipales por donde debe discurrir el devenir de una
sociedad organizada políticamente en el espacio”.
Aprovecho esta cita, que es significativa, para señalar
que justamente la impronta de la historia es que la
exégesis totalizadora no es suficiente para explicarnos
lo que luego no ocurre. Es decir, que hay lugar para la
imprevisibilidad y para la innovación y la creatividad,
que nos permiten sorprendernos y convierten toda
profecía en una probabilidad.
Esto que menciona Koutoudjian pone un límite a la
normativa de las “condiciones”. Los seres humanos nos
subordinamos a la evolución, y con las certezas de hoy
no podemos convertir la prospectiva en una ciencia
exacta. Pero el propósito no es cabalgar hacia cualquier
parte, abandonando toda teleología. Por eso, lo mismo
que hemos mencionado como meritorio en el trabajo
también lo señalamos como directivo, y convierte al
contexto en el texto de la dinámica histórica. Pero es
un texto inercial, un congelamiento de las condiciones,
un desierto de acechanzas y posibilidades.
Hace mucho afirmábamos que los pueblos escriben
el texto de la historia, y si bien ahora debemos revisar
esta construcción lingüística, no podemos dejar de
10 decir que otras maneras de lo popular, otras modalida-
des de la voluntad de los pueblos siguen vigentes. Con
sus indiferencias o con sus participaciones, ellos acele-
ran o retrasan la evolución de las estructuras. El
Imperio Romano, la URSS, el Imperio Americano, se
consideraron o consideran a sí mismos como el “fin de
la historia”. Quiero decir que, si bien no debemos des-
conocer los datos que nos informan cuantitativamente
sobre las circunstancias en que la geopolítica se expre-
sa hoy, las reservas energéticas naturales y los obstácu-
los al desarrollo, esto no es suficiente para cerrar la
historia, porque son las relaciones entre los seres
humanos las que determinan que las condiciones sean
posibilidades o pérdidas. Es verdad que cabalgar la
evolución no es crearla, no es inventarla, pero el futu-
ro siempre ha desmentido los pronósticos totalizado-
res. En última instancia, el debate es sobre el sujeto
histórico. El sujeto está circunscrito a las condiciones
objetivas y subjetivas, y no tiene margen de libertad,
creatividad. O, por el contrario, el sujeto termina
incumpliendo con su contexto.
Me parece que hay algo inamovible, por el
momento, que es el núcleo duro del sistema que impe-
ra en occidente y que reproduce hacia oriente: el régi-
men económico de producción y acumulación de
riqueza, con el abastecimiento de la revolución cientí-
fica–técnica. Esto es una relación social entre el capi-
tal y el trabajo, en el cual se involucra el desarrollo tec-
nológico y el acceso a la información y a la educación.
La ubicación de nuestra Patria en el contexto
actual internacional tiene que ver con el ingreso a la
globalización como fenómeno irrevocable, pero que
debe sustentarse en nuestra soberanía, en nuestra sin-
gularidad; y no servir para depredar nuestros recursos.
Es estratégico avanzar en las alianzas regionales, a
veces a pesar de la utilidad momentánea de las mis-
mas. Pero no hay duda que el destino histórico de la
región es su unión, rechazando toda forma de unipo-
laridad.
Todo esto pertenece al campo de la política y no
está inscripto en las condiciones materiales compara-
tivas en que nos encontremos. Es decir, pertenece al
campo del zoon politikon. Esto es lo que creo al leer
un texto interesante, instructivo y que nos deja pen-
sando sobre nuestro lugar en el mundo. Un pensa-
miento, el de Koutoudjian, que deslinda cualquier
mirada local y acotada, miopía que pone a la
Argentina en un testigo mudo de lo que pasa afuera,
como si el “afuera” no existiera. Diríamos al revés, hay
que comprender el mundo para comprender nuestra
propia aldea.
Traté de recuperar una mirada sobre la relación que
los seres humanos tienen entre sí, como el basamento
fundamental del hogar–mundo que habitamos, evi-
tando todo formalismo. Son tiempos en que los argen-
tinos, casi sin darnos cuenta, transitamos una oportu-
nidad histórica. Pero transitarla no significa aprove-
charla, el peligro está en que podemos enredarnos con
nuestra propia cola.

La integración Subregional en el sector Salud
El presente artículo sustenta que las condiciones
más propicias para afrontar y superar muchos de los
actuales desafíos de salud se encuentran a escala regio-
nal y subregional. En esta dirección están consolidán-
dose procesos de integración general y en salud en toda
la región: Caribe, Región Andina y Cono Sur.
Existen en la Región de las Américas alrededor de
unos treinta acuerdos de integración económica y polí-
ticas bilaterales y multilaterales con niveles variados de
desarrollo. En dicho marco, los países de Sudamérica
vienen apoyando seriamente la participación en los
foros subregionales de salud, tanto del MERCOSUR
como de los Países Andinos. En el contexto actual, la
integración en el MERCOSUR y en la Reunión de
Ministros de Salud del Área Andina (REMSAA)
brinda la oportunidad de mancomunar esfuerzos para
reducir riesgos y aprovechar oportunidades sanitarias,
estableciendo un temario político sectorial de aliento
subregional.
Los ámbitos de las reuniones de ministros de Salud
se presentan como espacios donde todos los países
pueden conseguir mayores beneficios, tanto para el
estado de salud de su población como para sus sistemas
de salud. Se puede visualizar cierto paralelismo entre
las actas de las reuniones de la REMSAA y las de las
reuniones de ministros de Salud del MERCOSUR,
que han brindado un marco de debate para difundir
informaciones, generar consensos y propiciar la nego-
ciación conjunta para acceder a ciertos bienes públicos
y meritorios regionales en salud. De hecho, han servi-
do para desarrollar planes de acción conjunta para el
control de enfermedades infectocontagiosas, cuya erra-
dicación en un país genera una externalidad positiva
para otro, evitando su propagación. Asimismo, estas
reuniones se han planteado como un ámbito apropiado
para la producción de conocimiento, la investigación y
la realización de estudios de políticas comparadas,
generando un círculo virtuoso para el proceso de policy
making.
Las reuniones han facilitado la dinámica de cons-
trucción de consensos basados en los principios de
equidad y solidaridad, ubicando a la salud como un
derecho fundamental. Es posible afirmar que día a día
se ha consolidado todo un sistema de gobernanza
internacional en salud. Indicador de esto es la abun-
dancia de reuniones y foros de salud internacionales.
En este sentido, resultan estratégicas la armoniza-
ción de posiciones y la participación en foros interna-
cionales con posiciones MERCOSUR o andinas, el
avance hacia la armonización de una posición sudame-
debates
por Alberto Hernández y Sebastián Tobar
ricana. El proceso de aprobación del Reglamento
Sanitario Internacional es un indicador de la eficacia
que pueden tener estas acciones, donde se participó
con una postura de los países del MERCOSUR que
luego se armonizó con los países andinos, constituyen-
do una posición común.
El proceso de integración subregional en la
Comunidad Sudamericana de Naciones debería facili-
tar la realización de estudios sobre evaluación econó-
mica del costo social y del costo de la intervención
subregional en enfermedades tales como VIH/SIDA,
malaria, dengue, chagas y tuberculosis, entre otras. Es
necesario estimar las brechas entre nuestros países, así
como los costos para controlar este tipo de enfermeda-
des, efectuar cálculos de proporción del PBI por año
por problema de salud pública seleccionado, estimar
requerimientos de conocimientos y servicios de salud
(tecnologías, recursos humanos, financiamiento), y la
necesidad de apoyo de otras agencias. La REMSAA,
como el MERCOSUR, nos pueden brindar una opor-
tunidad para caracterizar las estrategias utilizadas hasta
ahora para la prevención y control de enfermedades
(caracterizar las mejores prácticas y desarrollar meca-
nismos de evaluación externa de las respuestas nacio-
nales, así como las lecciones aprendidas). Asimismo, es
una oportunidad para intensificar el intercambio
subregional de información de expertos y la planifica-
ción de acciones conjuntas con los países.
En el contexto globalizado en que vivimos actual-
mente, debemos evitar las pérdidas de economías de
escala a nivel nacional (y más aún a nivel local) para
enfrentar ciertos desafíos sanitarios. Entre ellos, se des-
tacan el combate a ciertas epidemias de enfermedades
transmisibles como chagas o dengue, y los preparativos
para la pandemia de enfermedades como la gripe aviar,
la vigilancia sanitaria y la promoción de la salud.
En este sentido, es necesario aprovechar estos
ámbitos subregionales, profundizando los procesos de
integración en salud. Si bien se ha difundido la con-
signa “pensar global y actual local”, algunos de los des-
afíos sanitarios probablemente requieran un esfuerzo
contrario, de “pensar local y actuar en forma regional 11
o subregional”. En este sentido, las reuniones de
ministros de Salud andinos y del MERCOSUR per-
miten la constitución de una comunidad política sani-
taria, valores e intereses compartidos, una situación a
la que se llega por medio de la interacción de la auto-
ridad sanitaria de los estados partes, de sus técnicos y,
principalmente, mediante una tecnología clave, como
lo es el consenso.
debates
Hacia un capitalismo responsable
Gran parte de los problemas que tiene el mundo
actual se relacionan con la ruptura de los lazos de soli-
daridad social. Tal vez por ello hemos dejado de utili-
zar las palabras pueblo o comunidad, y preferimos
hablar de “sociedad”, lo que implica reconocer –casi
con resignación– que los vínculos humanos están fun-
damentalmente atravesados por el interés, y no por el
compromiso con los semejantes.
Aquellos lazos invisibles –reales o imaginarios–
sobre los cuales nuestros antepasados forjaron la idea y
el sentimiento de comunidad, más que invisibles, hoy
son virtuales y responden al ubicuo imperio de la tec-
nología. La Internet, como paradigma de la imparable
revolución de las comunicaciones, nos atiborra de
información, nos satura de instantaneidad y nos produ-
ce la sensación de vivir en un mundo mucho más
pequeño, en el que solo estamos a un par de “clicks” de
cualquier parte del globo. Así, nuestra aldea de ayer es
hoy el mundo entero, virtualmente poblado por millo-
nes de personas.
Paradójicamente, frente a este asombroso contex-
to de conectividad total, las personas parecen prefe-
rir replegarse sobre su propia individualidad y refu-
giarse en el ámbito doméstico. Más allá de las diver-
sas “etiologías” acerca de este verdadero fenómeno,
filósofos, sociólogos y economistas coinciden en que
esta tendencia resulta absolutamente funcional al
consumismo propio del mundo hipermercantilizado
en el que vivimos.
Pero en las sociedades contemporáneas no sólo se
han debilitado los compromisos de las personas con
sus congéneres, sino también, con sus instituciones;
por ejemplo, con el Estado. Las manifestaciones de
esta disminución del compromiso son diversas pero,
en todos los casos, no son inocuas. Generan conse-
cuencias negativas tanto a nivel individual como
colectivo, así como también a nivel intergeneracional
como intrageneracional.
Esto es preocupante, porque no debemos olvidar
que el Estado no es solamente un conjunto de organis-
mos, entes o instituciones. El Estado es, fundamental-
mente, un agente de unidad, de cohesión de una socie-
12 dad que por definición es plural, desigual, diversa,
estratificada y compleja. Cuando disminuye el com-
promiso de cada uno con el Estado, disminuye el com-
promiso de la sociedad con sus integrantes, de las per-
sonas con sus semejantes.
En buena medida, la crisis global –sin parangón
histórico adecuado– en la que estamos hoy inmersos se
debe a esta desconfianza en las capacidades del Estado,
y a su correlato, una confianza desmesurada en la capa-
cidad de generación de bienestar por parte del
Mercado. Estado y Mercado han sido hasta hoy las dos
por Fernando Duarte
grandes avenidas contrapuestas por las cuales la huma-
nidad ha peregrinado en busca de la felicidad.
Ambas, en sus formas históricas más puras, han
fracasado.
Al fracaso del Socialismo realmente existente
–representado dramáticamente en el derrumbe del
muro de Berlín de 1989– le sigue ahora el fracaso del
Mercado realmente operante, en el que la codicia sin
restricciones aparecía como la quinta esencia del des-
arrollo ilimitado del capital. Poco importaron las con-
secuencias de este modelo que en un horizonte ideoló-
gico sin competencia se asumió religiosamente como
único y verdadero. Es innegable que nunca antes el
mundo tuvo tanta capacidad como hoy para generar
riqueza.
Pero, a la vez, nunca hemos presenciado tantas dife-
rencias e inequidades. Esta cruel paradoja se traduce al
interior de nuestras sociedades en problemas de gober-
nabilidad, violencia, exclusión y discriminación.
Nosotros los latinoamericanos, sin ser los más
pobres, hemos forjado la región más desigual del globo.
De México a nuestro país, 37 de los hombres más ricos
del mundo –cuya riqueza equivale al PBI de 12 nacio-
nes que cuentan con más de 72 millones de habitantes–
conviven con más de 120 millones de personas que
viven en condiciones de pobreza. Sin embargo, haría-
mos mal en pensar que este cuadro de situación es sólo
aplicable a Latinoamérica. Desde los años 70 del siglo
pasado la mayor riqueza de la economía de los Estados
Unidos viene concentrándose en cada vez menos
manos. Meses antes de que se desatara la crisis, el 20%
de la riqueza de los estadounidenses estaba en manos
de tan sólo el 1% de su población y, paradójicamente,
es probable que la concentración aumente como resul-
tado de la debacle.
Sabemos que la inclusión social es resultado de una
economía que distribuye equitativamente sus benefi-
cios. No obstante, la exclusión social no debería aso-
ciarse solamente con la privación de ingresos y condi-
ciones de vida dignos desde el punto de vista material.
Hay dimensiones subjetivas de la inclusión que en
sociedades cada vez más complejas deben tenerse espe-
cialmente en cuenta para no generar segregaciones o
injustas discriminaciones por motivos raciales, sexua-
les, religiosos, culturales, etcétera. La inclusión es tam-
bién una sensación subjetiva que se construye en la
medida en que una sociedad logra incorporar efectiva-
mente a todos sus miembros en un proyecto común.
La dinámica y las necesidades del capital conspiran
contra estas posibilidades de inclusión. Ya en 1983, en
los albores de la recuperación democrática, Oscar
Oszlak reconocía que, al menos en la experiencia de
nuestro país, el “mercado” había resultado ser una pieza

central del reordenamiento de nuestra sociedad, cum-
pliendo funciones de desarticulación social, atomizan-
do individuos, promoviendo su mutua competencia,
destruyendo sus formas organizativas y resignificando
sus identidades sociales, por lo que en la Argentina la
“mano invisible” intentó cumplir el papel que el “puño
de hierro” planificador ejercía en otros contextos. Con
el diario del lunes en la mano, sabemos hoy que Oszlak
estaba en lo cierto. Luego de la caída de la ex URSS
este análisis alcanzaría validez global.
De esta forma, el “mercado” generó en
Latinoamérica, en mayor o menor medida, serios pro-
blemas de exclusión social. Sin embargo, el drama de la
exclusión no es patrimonio exclusivo de nuestra región
ya que, sin perjuicio de las singularidades que presenta
cada caso, afecta a gran parte de las sociedades contem-
poráneas. Europa, el continente que más ha trabajado
por la equidad y la inclusión, ha visto como el descon-
tento de amplios sectores sociales segregados generó
graves conflictos sociales, tal como ocurrió en Madrid,
en París o en Londres durante 2006 y 2007, aún antes
de que se precipitara esta crisis global.
Por eso, la crisis que nos afecta es sólo superficial-
mente financiera y, como tal, es la costosa manifesta-
ción de las creencias y valores que sostuvieron un modo
absolutamente improductivo y socialmente excluyente
de generación de riqueza. Es necesario, entonces, avan-
zar en la construcción de consensos, entre los países y
al interior de cada uno de ellos, que nos permitan
luchar con renovada fuerza contra la ruptura de la soli-
daridad, la inequidad y la exclusión social.
Como fruto de estos acuerdos deberían surgir nue-
vas y más profundas regulaciones al flujo doméstico e
internacional de capitales. También deberían readap-
tarse los organismos multilaterales de crédito para
actuar como organismos de prevención de crisis sisté-
micas y compensación de los costos que estas acarrean,
ya que, tal como sostiene Roberto Frenkel en un
reciente artículo periodístico, en una crisis sistémica
como la actual el daño marginal que padecen los pobres
del mundo es mayor a la pérdida de riqueza de quienes
financiaban a Lehman Brothers.
Sin embargo, los cambios que deberían articular-
se en el aún imperceptible escenario de la postcrisis
no deberían limitarse a los aspectos meramente nor-
mativos y regulatorios del sistema económico inter-
nacional.
Se impone, antes que nada, una redefinición de los
valores que sustentan las actividades generadoras de
riqueza y una reorientación de sus objetivos. Si antes
eso era necesario, ahora resulta imprescindible.
Sabemos que muchos de los problemas que nos
aquejan pueden resolverse con más y mejor desarrollo
económico. Pero este “mejor” desarrollo debe ser
impulsado por un Capitalismo Responsable que con-
ciba a la inclusión social como condición de posibili-
dad para la construcción de sociedades cohesionadas
debates
y particularmente preparadas para transitar por el
sendero del desarrollo de un modo económico, políti-
co, social y ambientalmente sustentable. La actual cri-
sis es una gran oportunidad para reflexionar crítica-
mente sobre los valores que nuestro modo de vida
estaba sustentando y reproduciendo. Como dijo
Amartya Sen, una sociedad, y los valores en los que se
sostiene, se reflejan con claridad en las formas en que
aquélla se organiza para proteger a sus miembros más
débiles.
Los argentinos, tal vez como pocos pueblos del
mundo, hemos aprendido con dolor que siempre hay
salida, que los pueblos, las naciones, no se disuelven
en la historia y no se formulan enigmas que no sean
capaces de resolver. Superada esta etapa, la legítima
demanda por un mayor bienestar seguramente conti-
nuará expresándose con fuerza al interior de todos los
países y, nuevamente, vuelvan a imponerse las voces
que claman por el mantenimiento a rajatabla del
orden y la solvencia macroeconómica a expensas de la
atención urgente de postergadas demandas sociales.
Sin embargo, nadie debería estar verdaderamente
conforme de vivir en un país con vigorosas y saluda-
bles políticas macroeconómicas, y al mismo tiempo,
con cuestionables indicadores sociales.
El fracaso del Socialismo Real, que en palabras de
Francois Furet “fue como si acabara de clausurarse el
camino más grande jamás ofrecido a la imaginación
del hombre moderno en materia de felicidad social”,
no afectó solamente al comunismo, al real y al imagi-
nario, sino que obligó a repensar algunas antiguas
convicciones tales como el “sentido de la historia” en
base a la cual el marxismo se había arriesgado a vati-
cinar el éxito ineluctable del socialismo.
A pesar de ello, fueron muchos los que no duda-
ron en correr apresuradamente a ofrendar el cadáver
aun tibio de la decepcionante experiencia del socialis-
mo real en el altar del capitalismo más desenfadado,
en algunos casos, usando como mortaja sus antiguas
aspiraciones de construir un mundo mejor.
Debemos preguntarnos, ahora, tras el fracaso del
Mercado realmente operante, si no es hora de ensayar
a escala planetaria nuevas formas post capitalistas,
superadoras de nuestras modalidades actuales de
organización social, en donde aquellos ideales iguali-
tarios –que inspiraron a la Ilustración y motorizaron
el proyecto inconcluso de la Modernidad– se despe-
13
guen de su aspecto formal y se conviertan en algo real
y concreto. Como peronistas, podemos aportar a esta
empresa nuestra temprana comprensión y convicción
en la necesaria e imprescindible centralidad del hom-
bre y la mujer como puntos de partida y de llegada de
todo proyecto político. Esta posición doctrinaria e
histórica del Justicialismo emerge hoy con renovado
vigor como propuesta que interpela al nuevo mundo
que sin duda emergerá luego de esta profunda crisis
global que estamos atravesando.
reseñas
Ceferino Reato
Operación Traviata
¿Quién mató a Rucci? La verdadera historia
Buenos Aires, Sudamericana, 2008, 309 páginas
Mucho se ha escrito sobre la soberbia armada y el
delirio guevarista de los Montoneros –que según
Firmenich eran la vanguardia de la clase obrera argen-
tina–, pero poco se dijo sobre la traición de este grupo
a Perón y al pueblo. El libro Operación Traviata, que
investiga el asesinato de José Ignacio Rucci, centra su
eje en este punto. La obra de Ceferino Reato
(Licenciado en Ciencia Política) excede en mucho el
género de la investigación periodística. La perspectiva
de la investigación social se desarrolla desde la intro-
ducción –que lleva por título “Políticamente
Correcto”– y plantea la validez de los testimonios
memoriosos y la construcción de la historia. Ubica cla-
ramente al libro Ezeiza, de Horacio Verbitsky, como el
principal artífice de la reciente “Historia Oficial”.
Sostiene que, tal vez, este paradigma esté ya agota-
do, porque no puede explicar en profundidad el tema
de la violencia argentina en los últimos 40 años.
Reato explica por qué no es posible adjudicar el ase-
sinato de José Ignacio Rucci al Ejército Revolucionario
del Pueblo (ERP), ni a la Central de Inteligencia de los
Estados Unidos (CIA), ni la a Triple A de López Rega,
ni al Mossad supuestamente ligado al ministro de eco-
nomía, José Ber Gelbard. Demuestra que fueron los
integrantes de la Organización Montoneros los autores
materiales y los responsables ideológicos del crimen.
Busca despejar una incógnita: el motivo por el cual
ellos no asumieron, de inmediato, la autoría de esa
acción militar. Jorge Lewinger es quien, muy breve-
mente, da una respuesta, al reconocer que “era un men-
saje a Perón, pero no lo podíamos firmar para no darle
la excusa de borrarnos del mapa”.
El asesinato de Rucci es la excusa que posibilita
14 analizar el clima de enfrentamiento ideológico que
signó los primeros años de la década del 70. La deno-
minada Operación Traviata no tuvo el objetivo de
“ajusticiar a un burócrata sindical”, sino que fue minu-
ciosamente preparada para “apretar” a Perón. Historiar
en detalle este hecho permite adentrarse en los oscuros
laberintos de la disputa por el poder. El viejo líder
había demostrado, dos días antes, que el camino de las
urnas era la vía más idónea para consolidar el camino
de la liberación y la justicia social en la Argentina. En
alguna medida el libro destruye versiones casi míticas
del relato sostenido por la izquierda, recuperando
documentos y testimonios de los principales actores de
una tragedia que aún no ha sido superada.
Cuando Perón regresó del exilio afirmó: “sólo la
organización vence al tiempo”. Él sabía que no tenía
mucho tiempo y apoyó su acción política en dos
organizaciones: la juvenil y la sindical. Una represen-
taba la tradición –la columna vertebral–, la otra el
trasvasamiento generacional. Dentro de este esque-
ma político buscó que tanto los jóvenes como los
dirigentes gremiales accedieran a puestos relevantes
del aparato estatal.
En el capítulo “Lenín, Facundo, Jesús y el Che”,
Reato muestra que los Montoneros, durante el gobier-
no de Héctor Cámpora, no solamente controlaban
todas las universidades nacionales sino que, además,
ocupaban una treintena de bancas de la Cámara de
Diputados de la Nación y tenían excelentes relaciones
con los gobernadores de Buenos Aires, Córdoba,
Mendoza, Salta, San Luis y Santa Cruz, en cuyas ges-
tiones ejercían cargos muy relevantes. Formaban parte
del gobierno, pero todo eso no les alcanzaba, los jóve-
nes iban por más. Aunque disfrutaban de los cargos,
despreciaban el “sistema demoliberal”.
Mientras el secretario general de la CGT apoyaba
incondicionalmente el Pacto Social, Mario Eduardo
Firmenich, al salir de una de las tantas reuniones que
tuvo con El Viejo, decía: “el poder político brota de la
boca del fusil. Si hemos llegado hasta aquí ha sido en
gran medida porque tuvimos fusiles y los usamos; si
abandonáramos las armas, retrocederíamos en las posi-
ciones políticas. (…) Lo que Perón define como socia-
lismo nacional no es el socialismo sino el justicialismo o
sea que la ideología de Perón es contradictoria con la
nuestra, porque nosotros somos socialistas”. Diecisiete
días después de estas declaraciones Rucci caía asesinado.
En la lectura del libro queda claro que si la violen-
cia física mató a Rucci, la violencia simbólica logró

herir de muerte la propuesta de pacificación e integra-
ción nacional de Perón. Según sus propias palabras, los
ejecutores le cortaron las piernas y le ataron las manos,
por lo que afirmó que “nuestro apoyo y nuestra excesi-
va comprensión hacia la guerrilla han terminado”.
Ceferino Reato destaca dos aspectos poco conoci-
dos de aquella época: las peligrosas relaciones que la
organización guerrillera estableció con el verdadero
aparato sindical y con el Ejército. En estos aspectos se
ve claramente que la pesquisa del periodista y la forma-
ción del politólogo fueron mucho más profundas que
las investigaciones realizadas, hasta el momento, por
los historiadores. En primer lugar se detallan los acuer-
dos entre Montoneros y Lorenzo Miguel, quien tenía
su propio poder, ya que era secretario general de la
UOM y estaba al frente de las 62 Organizaciones
Gremiales Peronistas.
En segundo término, la “alianza táctica” entre
Montoneros y el Ejército, desafiando la autoridad de
Perón, dio lugar al denominado “Operativo Dorrego”,
un emprendimiento cívico–militar llevado a cabo pocas
semanas después del éxito de la Operación Traviata. A
principios del mes de octubre, los soldados y los inte-
grantes de la Juventud Peronista de las Regionales
(cuadros de respondían a la Organización) trabajaban
conjuntamente en el territorio de la provincia de
Buenos Aires. Según Reato, este era sólo el primer
paso, ya que el General Calcagno y la Conducción
Nacional de Montoneros tenían planificados otros
proyectos en común, como la participación guerrillera
en las maniobras anuales del Ejército. Pero la gota que
derramó el vaso cayó justo el 12 de octubre de 1973, el
día en que el General asumió su tercera presidencia. En
medio de la inmensa movilización popular, un grupo
de jóvenes repartía el “Acta de unidad de FAR y
Montoneros” en la que se denunciaba la “creciente
ofensiva del imperialismo yanqui tendiente a sofocar
nuestro proceso de liberación”.
A pesar del permanente hostigamiento armado de
la guerrilla, el General buscó llevar a la práctica su con-
cepción de la Comunidad Organizada, a través del
Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, que pre-
sentó en su discurso a la Asamblea Legislativa el 1º de
mayo de 1974. Ese mismo día expulsó a los
Montoneros de la Plaza; no sólo los llamó estúpidos e
imberbes, sino que también los trató de “infiltrados que
trabajan de adentro, y que traidoramente son más peli-
grosos que los que trabajan desde afuera, sin contar que
la mayoría de ellos son mercenarios al servicio del
dinero extranjero...” Pocas semanas antes de morir, el
General nombró al pueblo como su único heredero;
tenía plena conciencia de que las estructuras peronistas
se estaban convirtiendo en meros aparatos de poder,
incapaces de representar la voluntad popular y los prin-
reseñas
cipios justicialistas.
Es interesante ver cómo algunos protagonistas
directos de esta historia reconocen ante el periodista
razones, excusas y “errores” que no son capaces de sos-
tener en las discusiones políticas que se iniciaron hace
ya 35 años. El caso más paradigmático es el de Roberto
Perdía, quien afirma: “ya no había confianza en Perón.
(…) Fue un cuestionamiento a su autoridad, a su con-
ducción. (…) Lo de Rucci hay que tomarlo junto con
la confrontación con Perón, que no supimos evitar. Es
parte de lo mismo. Hemos sido los principales perjudi-
cados”. En el libro se demuestra que esta interpretación
es totalmente falsa. Por un lado, el único que quiso evi-
tar la confrontación fue el General, mientras la organi-
zación guerrillera hizo todo lo posible por agudizar
las contradicciones. Por otro lado, los principales per-
judicados fueron los trabajadores, quienes además de
sufrir la represión del Proceso, ya que mayoritaria-
mente no tuvieron la opción del exilio, perdieron
muchas de sus conquistas laborales –entre otras, la
excelente ley de Contrato de Trabajo– y vieron fuer-
temente disminuida su participación en la distribu-
ción de la riqueza del país.
Un párrafo especial merecen los cientos de delega-
dos de base y dirigentes sindicales que nunca tuvieron
relación con los Montoneros, que son una parte impor-
tante de los treinta mil desaparecidos, por ejemplo
Oscar Smith, Secretario General del Sindicato de Luz
y Fuerza (Capital).
Desde el comienzo, Reato asume claramente que la
investigación periodística no puede remplazar a la jus-
ticia. Un libro no tiene el poder de condenar a los auto-
res materiales ni a los instigadores intelectuales de un
crimen, pero sí puede demostrar cómo la Conducción
Montonera, y todos los que acordaron con ella, fueron
los responsables de una política de abierto enfrenta-
miento a Perón, a quien finalmente traicionaron.
En Operación Traviata se demuestra cómo los vein-
titrés balazos que penetraron en el cuerpo del
Secretario General de la CGT acribillaron toda posibi-
lidad de diálogo, todo intento de reconstrucción eco-
nómica y social. La violencia le ganó la partida a la
democracia, el ideologismo pudo más que la política, la
visión de la lucha de clases triunfó sobre la propuesta
15
de la unidad nacional. El asesinato de Rucci y la muer-
te de Perón marcaron el fin de una época.
En los años 70 se perdió el valor de la vida, en los
80 se perdió la posibilidad del desarrollo económico y
en los 90 se perdió la bandera de la justicia social. Será
difícil recuperar estas tres décadas perdidas si no se
logra comprender en profundidad las causas de tantos
dolores y fracasos.
Catalina Pantuso
reseñas
Nicolás Casullo
Peronismo
Militancia y crítica
Buenos Aires, Colihue, 2008, 290 páginas
“Alguien dijo una vez
que yo me fui de mi barrio.
¿Cuándo?... ¿¡Pero cuándo!?
¡Si siempre estoy llegando!
Y si una vez me olvidé,
las estrellas de la esquina
de la casa de mi vieja,
titilando como si fueran manos amigas,
me dijeron: Gordo, Gordo, quedate aquí…
quedate aquí”.
(Aníbal Troilo)
“Cortá un pedazo de torta y dame
vamos hasta la esquina a ver qué pasa
todo está en orden como es costumbre.
Si algo ha cambiado eso es nosotros
el otro cambio, los que se fueron”.
(Lito Nebbia)
Rara sensación experimenta el que escribe estas
líneas: comentar un libro que comienza a leerse en el
cenit de la más profunda puja de poder que tuviera
lugar en estos lares desde el 2001 y que termina de
degustarse, lamentablemente, en pleno duelo por la
muerte del autor.
La primera reflexión es que el libro es un testamen-
to ideológico y político de Casullo. Seguramente sus
íntimos, los que sabían de su enfermedad, pueden
haber intuido su partida en los avatares de una de sus
últimas batallas intelectuales; pero este lector no podía
imaginar a la distancia que esta obra aguda, brillante,
fuera el resultado de un postrero compromiso militan-
te. Testamento de un intelectual y de un militante, que
no abjuró de éstas, sus dos pasiones. Así se puede
entender este libro dividido en dos obras, diferentes,
complementarias.
La primera es un ensayo, a modo de introducción,
destinado a desarrollar su idea sobre “el mito peronis-
ta”. Estas cuarenta páginas iniciales justificarían, por sí
solas, su publicación. El análisis permite al lector acce-
der a una interpretación elaborada, crítica, para nada
16 distante, de esos relatos (el mito) que se oponen al
“logos filosófico de otra clase culta”, de ese dueño de la
patria anterior, erigido como “inquisidor y refutador”
de la realidad. Se puede compartir o no su visión. Pero
este texto es de lectura insoslayable para el debate al
interior del peronismo; a fin de poder pincelar los dife-
rentes universos peronistas, su cultura, sus contradic-
ciones, sus límites.
La segunda parte es una selección de artículos y
ensayos propios que el autor compiló agrupándolos en
tres conjuntos: los escritos durante su militancia en la
denominada “tendencia revolucionaria” (1973 y 1974),
los elaborados en la reflexión forzada del exilio (entre
1978 y 1981) y, por último, los generados a su regreso
al país (entre 1984 y 2008) como “crítica intelectual
sobre las muertes del peronismo”.
El autor estructura su obra de una manera no tradi-
cional. En realidad, su “introducción”, el tratamiento
quirúrgico del mito peronista, es una conclusión, un
análisis/resultado abarcativo de la compilación de sus
artículos. Y el eje transversal que articula ambas partes,
ensayo y compilación, es “su peronismo”.
Sus conjeturas y juicios tienen como referencia
explícita su concepción del deber ser del peronismo, lo
que denomina “peronismo de izquierda”, revoluciona-
rio. Para Casullo, el nacimiento del peronismo marca
en forma indeleble su historia, porque el actor social
excluyente del 17 de octubre será el sujeto que sosten-
drá la permanencia de la fuerza política en los momen-
tos difíciles, en la resistencia. No niega su dimensión
policlasista, pero reivindica que sólo su origen de clase
le da una fuerza al peronismo que no ha tenido ningún
partido en los últimos sesenta años.
Este concepto es clave en su pensamiento, pues le
permite establecer claras diferencias de “su” peronismo
con la izquierda tradicional. Pero no sólo con otras
fuerzas. En su carta nunca enviada a Jarito Walker,
director de El Descamisado, a principios de 1974, rea-
liza un análisis crítico de la conducción de Montoneros
y los documentos “bajados” por ésta, que sorprende por
su certeza en el espacio/tiempo que fuera elaborado.
No sólo contextualiza, nuevamente, la relación de
Montoneros con Perón, el papel del líder (ahora cues-
tionado por la conducción de la organización) y su
lugar en la historia, sino que alerta sobre la inviabilidad
de la violencia como política vertebral de la etapa. Esta
presunción se transformará en juicio posterior a la con-
ducción de Montoneros.
En su producción del exilio se dedica al estudio de
concepciones medulares del peronismo y las contradic-
ciones ínsitas en ellas. Es de destacar su análisis del
papel que le cupo al sindicalismo peronista luego del
golpe de 1955, en el cual señala la visión “inadecuada”
de Cooke sobre esta rama y la tensión entre lo gremial
y lo político, que se resolverá en la debilidad perma-
nente de este último sector frente al “movimiento
obrero organizado”. La relación del peronismo con las
democracias y el socialismo, y su reclamo recurrente
por un perfil revolucionario: es notable cómo trata
estos temas sin referirse en forma explícita a Perón. El
pensamiento, las decisiones y el accionar del líder sub-
yacen en los textos, pero no son evaluados directamen-
te. Casullo, a partir de su exilio, se dedica “enteramen-
te” al peronismo, no a su fundador, sino a esa especie
de espacio único que se instala en el universo político
argentino de fin de siglo.
Los textos del retorno reflejan su decepción por la
claudicación de la dirigencia peronista luego del golpe
de 1976, su condena por la renuncia a la más mínima
aspiración transformadora (no ya revolucionaria) y por
los “olvidos” de los muertos, los desaparecidos y los
derechos humanos arrasados por el terrorismo de
Estado. No obstante, Casullo no se sitúa nunca fuera.
Su crítica es coherente con su marco teórico, construi-
do a partir de “concepciones, miradas e interpretacio-
nes de corte popular peronista, de fondo populista”. Es
reveladora, y atrapante a la vez, la aparente paradoja de
una renuncia que no se consuma, de una ruptura que
no es tal, y que alcanza una renovada reelaboración de
sus conceptos primeros, originales. En última instan-
cia, Spinoza no se equivocaba. Conmueve su relato
“Tratado sobre las esferas celestes (y blanca)”; qué
compañero no se siente identificado al leer esa hermo-
sa y trágica ficción, tan personal y tan nuestra.
Para concluir, el autor adelanta en su introducción
un pensamiento que refleja cierta esperanza, al afirmar
que “lo sustancial de aquel peronismo que fusionó pue-
blo y caudillo es hoy historia. Lo que no implica pen-
sar su muerte, ni negar su posibilidad de reformulacio-
nes y reconversiones, ni rechazar sus mutaciones y for-
mas postconstitutivas”. Este párrafo es síntesis, predic-
ción, de su última batalla militante, construida con
otros intelectuales, peronistas y no peronistas. Hoy, el
Espacio Carta Abierta es su obra póstuma, nacido en
defensa de un gobierno democrático (peronista), el de
Cristina Fernández.
Así como el primer peronismo, con su heroica
resistencia, tiene sus analistas y sus relatos “homéri-
cos”, los hechos que se engarzan con aquella historia a
partir de la década de los años sesenta comienzan a
reconocer sus cultores y descifradores. Casullo, como
Ivancich, entra en la galería de analistas–historiadores
de los peronismos más cercanos, vívidos. Sus legados
exigen a los que quedamos (siempre parten antes los
mejores) repensar glorias y fracasos, violencias y cons-
trucciones, lealtades y claudicaciones, al fin, la historia
y nuestros peronismos
Jorge Luis Etcharrán
reseñas
“Deberíamos dudar seriamente de la actual
tendencia a celebrar una política de consen-
so, que es acompañada con la afirmación de
que ella ha reemplazado a la política adver-
sarial de izquierda y derecha, supuestamente
pasada de moda. Una democracia que fun-
ciona correctamente exige un enfrentamien-
to entre posiciones políticas democráticas
legítimas. De esto debe tratar la con-
frontación entre izquierda y derecha. Tal
confrontación debería proporcionar formas
de identificación colectivas lo suficiente-
mente fuertes como para movilizar pasiones
políticas. Si esta configuración adversarial
está ausente, las pasiones no logran una sal-
ida democrática, y la dinámica agonista del
pluralismo se ve dificultada. El peligro es que
la confrontación democrática sea entonces
reemplazada por una confrontación entre
formas esencialistas de identificación o val-
ores morales no negociables. Cuando las
fronteras políticas se vuelven difusas, se
manifiesta un desafecto hacia los partidos
políticos y tiene lugar un crecimiento de
otros tipos de identidades colectivas, en
torno a formas de identificación nacionalis-
tas, religiosas o étnicas. Los antagonismos
pueden adoptar diversas formas, y sería ilu-
sorio creer que podrían llegar a erradicarse.
Es por eso que es importante permitir que
adquieran una forma de expresión agonista a
través del sistema democrático pluralista.
Los teóricos liberales son incapaces de
reconocer no sólo la realidad primordial de la
disputa en la vida social y la imposibilidad de
hallar soluciones racionales imparciales a las
cuestiones políticas, sino también el rol inte-
grador que juegan los conflictos en la democ-
racia moderna. Una sociedad democrática
requiere de un debate sobre alternativas
posibles, y debe proporcionar formas políti-
cas de identificación colectiva en torno a
posturas democráticas claramente diferenci-
17
adas. El consenso es, sin duda, necesario,
pero debe estar acompañado por el disenso.
(...) En una democracia pluralista [los]
desacuerdos no son sólo legítimos, sino tam-
bién necesarios. Proporcionan la materia de
la política democrática”.
Chantal Mouffe: En torno a lo político.
Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2007.
reseñas
Marcelo Rougier y Martín Fiszbein
La frustración de un proyecto eco-
nómico
El Gobierno Peronista de 1973-1976
Buenos Aires, Manantial, 2006, 256 págin
La obra de Rougier y Fiszbein, uno historiador, el
otro economista, constituye un excelente ensayo sobre
nuestra historia reciente, localizado en la experiencia
peronista de los años 1973–1976, pero con una mirada
global sobre el escenario internacional de los años
sesenta, la experiencia del proceso de sustitución de
importaciones y las transformaciones del Centro y la
Periferia a comienzos de los sesenta, y cuya luz penetra
en problemas de rigurosa actualidad.
El programa económico del peronismo en el perío-
do 1973–1976 es puesto a la luz de la propia experien-
cia histórica del justicialismo entre 1946 y 1955, de su
basamento doctrinario y del debate teórico, amplio y
fructífero que se da en la Economía y en las Ciencias
Sociales durante los sesenta e inicios de la década del
setenta, que es documentado rigurosa y extensamente
por los autores, con erudición y solvencia. El texto ana-
liza luego los avatares del programa de José Ber
Gelbard en el contexto de la vuelta al poder del pero-
nismo luego de dieciocho años de proscripción, los
condicionantes del Pacto Social y las alternativas de
implementación de un Plan económico explícitamente
basado en el crecimiento y la distribución del ingreso
que buscaba desde el inicio un reparto equitativo de la
riqueza.
Aparece el contexto sociopolítico argentino tras el
retorno del general Perón primero al país y luego al
gobierno, intentando sintetizar la experiencia histórica
del peronismo en lo que éste denomina el Modelo
Argentino para el Proyecto Nacional y en una acción
de gobierno que se ejecuta mediante la implementa-
ción del denominado Plan Trienal.
Hacia el triunfo del FREJULI y la asunción de la
Presidencia de Cámpora, la movilización social y el
18 amplio y masivo apoyo electoral al peronismo condi-
cionaron fuertemente el accionar de los tradicionales
sectores de poder y de la derecha clásica, que se encon-
traban en retirada, logrando imponerse la lógica que el
pensamiento nacional y popular venía forjando desde
la anterior década peronista y consolidando los espa-
cios institucionales que la expresaban, como la CGE
(Confederación General Económica) y la CGT
(Confederación General del Trabajo).
El proyecto de reformas encontró sus peores ene-
migos en los sectores de la Juventud Peronista que
hegemonizaba la organización Montoneros, opuesta al
rol central de la burguesía nacional en el nuevo mode-
lo de acumulación. Como bien señalan los autores del
libro que se comenta, los grupos radicalizados propo-
nían avanzar hacia el control estatal de los sectores pro-
ductivos estratégicos y sobre toda forma de comerciali-
zación interna y externa de mercancías, así como la
expropiación y apropiación por parte del Estado de la
propiedad en manos de los terratenientes mediante
alguna forma de reforma agraria. Una suerte de “radi-
calización antiimperialista y colectivista de la concien-
cia industrial–exportadora” que quebraba la alianza de
clases que sostenía al Pacto Social y al Proyecto en
curso, que buscaba coherentemente asociar a la bur-
guesía nacional con la clase trabajadora con un progra-
ma industrialista que superara el antiguo dilema de
dicha burguesía, que como expresara la socióloga
Mónica Peralta Ramos, citada en la obra, consistía en
que “su reproducción como fracción del capital tendía
a excluir su reproducción como capital nacional”.
La muerte del general Perón el 1° de julio de 1974
dejaría, como bien lo expresan los autores, “sin sustento
político” al equipo económico y la gestión devino en una
suerte de “continuidad agónica” que se extendió hasta la
renuncia de Gelbard en octubre del mismo año. El
gobierno de Isabel Perón pasa a ser hegemonizado por el
ministro José López Rega y fracasa el intento de Alfredo
Gómez Morales en realizar –como él mismo lo realizó en
1952– un proceso de ajuste en el programa en curso. Lo
sucedió aquello que los autores ajustadamente denomi-
nan la liquidación del programa de 1973: el tristemente
célebre “rodrigazo”, plan que implicó un retorno a pleno
de la ortodoxia liberal y de los grupos de poder y de la
derecha desplazados en el 73.
En un contexto internacional que se venía compli-
cando aceleradamente, con el alza de precios de impor-
tación y el cierre de mercados europeos a la carne
argentina, los esfuerzos por recomponer los ingresos de
los trabajadores fuertemente erosionados por la infla-
ción desatada por la feroz puja distributiva marcaron
un giro en el protagonismo de la CGT, el desplaza-
miento del Brujo López Rega y de Rodrigo, la breve

gestión de Bonanni en Economía y los esfuerzos por
relanzar la concertación de la mano de Antonio
Cafiero. El epílogo de la historia lo constituye un
retorno pleno a la ortodoxia económica de la mano de
Emilio Mondelli, que en los hechos fue más un lamen-
table prólogo de la larga noche de la dictadura que se
instauró en 1976.
Es sumamente interesante la afirmación de
Rougier y Fizbein al sintetizar que “la experiencia
1973–1976 reproduce crudamente el desempeño cícli-
co de la crecimiento económico de la Argentina de
posguerra”. Un ciclo completo de lo que la literatura
económica heterodoxa argentina llamó las fases de stop
and go, o lo que, al decir de esa gran figura histórica del
pensamiento nacional que fue Marcelo Diamand, cons-
tituyó el “péndulo argentino”. Resulta de enorme utili-
dad para la comprensión del presente, no sólo de la
perspectiva que brinda la historia, otra de las afirmacio-
nes de los autores que sostienen que “la viabilidad de ese
objetivo doble de redistribución y crecimiento tenía
como condición necesaria la estabilidad de precios”. O
como también señalan, “el fracaso del proyecto de cons-
truir un régimen político capaz de encauzar las añosas
expectativas y tensiones acumuladas” y del “fracaso del
proyecto de transformación económica que apuntaba a
aliviar las causas estructurales de esas tensiones”.
La inflación es en la economía argentina la conse-
cuencia de la lucha social en torno al ingreso, que
puede agravarse por la situación internacional y acu-
mular tensiones sobre los precios locales en mercados
fuertemente concentrados, pero que se dispara cuando
el poder de arbitraje del Estado, es decir de la conduc-
ción política, se ve reducido. Tras el crecimiento de la
demanda de consumo por el incremento del salario (y
en el caso del 73, por la mayor participación recupera-
da de los trabajadores en el ingreso), se interrumpe o
ralentiza el proceso inversor y los empresarios rompen
el círculo virtuoso de reducir su margen de ganancia
por unidad de producto, ampliando la masa de sus
beneficios, y comienzan a mantener su posición relati-
va incrementando los precios. Marcelo Rougier y
Martín Fiszbein concluyen su excelente ensayo afirman-
do que para el caso de “una alianza social inclusiva bajo
el signo del peronismo volverán a manifestarse los des-
afíos y condicionantes de un proyecto económico nacio-
nal, ahora agigantados por la marginalidad social y el
fuerte deterioro relativo de la estructura productiva
local”. En síntesis, el libro aporta un análisis desapasio-
nado y completo de las determinaciones políticas, socia-
les y económicas presentes en un proceso de reformas
que apunte a la justicia y la equidad social en el marco de
un capitalismo que se pretenda regular y ordenar con un
signo diferente a la pura lógico del mercado.
Pablo David Tonelli
opinión
“La verdadera razón [del éxito de los republi-
canos] es que dicen lo que creen desde una
perspectiva idealista. (...) Es inmoral darle a
la gente cosas que no se han ganado, porque
entonces no conseguirán ser disciplinados y
se convertirán en dependientes e inmorales.
(...)
La utilización de la palabra mal en el discurso
de la Administración [Bush] funciona del
modo siguiente. En la moral conservadora
del padre estricto, el mal es algo palpable,
una fuerza existente en el mundo. Para hacer
frente al mal hay que ser moralmente fuerte.
Si eres débil, permitirás que triunfe el mal;
así que la debilidad, en sí misma, es una
forma de mal, como lo es el fomentar la debi-
lidad. El mal es algo constitutivo, un rasgo
esencial que determina la manera de actuar
en el mundo. La gente mala hace cosas malas.
Eso es todo. No hay nada que explicar. No
puede haber causas sociales del mal, ni fun-
damentación religiosa del mal, ni razones ni
argumentos para el mal. El enemigo del mal
es el bien. Si nuestro enemigo es el mal, nos-
otros somos constitutivamente buenos. El
bien es nuestra naturaleza esencial, y lo que
hacemos en nuestra lucha contra el mal es el
bien. El bien y el mal están enzarzados en una
batalla que se conceptualiza metafóricamen-
te como una lucha en la que gana el más fuer-
te. Sólo una fuerza superior puede derrotar
al mal, y sólo una exhibición de fuerza puede
mantener a raya al mal. Es inmoral no exhi-
bir una fuerza aplastante, porque ello induci-
rá a quienes hacen el mal a realizar todavía
más acciones malas, pues pensarán que pue-
den salirse con la suya. Oponerse a una exhi-
bición de fuerza superior es, por tanto, inmo-
ral. No hay nada más importante en la bata-
lla del bien contra el mal, y si hay heridos
entre personas inocentes y no combatientes
que se cruzan en el camino, es una pena, pero
es esperable; y no hay nada que se pueda 19
hacer al respecto. Sí, desde luego, cometer
males menores en nombre del bien está jus-
tificado –‘males menores’, como recortar las
libertades individuales, autorizar asesinatos
políticos, derribar gobiernos, torturar, con-
tratar a delincuentes y crear ‘daños colatera-
les’”.
George Lakoff: No pienses en un elefante.
Madrid, Complutense, 2007.
reseñas
Programa de las Naciones Unidas
para el Desarrollo
Una brújula para la democracia
Buenos Aires, Siglo XXI, 2008, 112 páginas
El librito contiene un documento llamado Aportes
para una agenda de gobernabilidad democrática en
América Latina, elaborado por el Proyecto Regional de
Análisis Político y Escenarios de Corto y Mediano
Plazo del PNUD, y comentado luego por diversos
invitados, entre los que destacan Chacho Álvarez,
Francisco Delich y Marta Oyhanarte de Argentina,
Marco Aurelio García (Brasil), José Antonio Ocampo
(Colombia), Beatriz Paredes (México) y Rebeca
Grynspan (directora regional del PNUD). Como ya es
habitual en los últimos años, nuevamente asistimos a
una publicación regional en la que se plantean diagnós-
ticos y propuestas sobre la democracia latinoamericana,
y el peronismo ni siquiera figura opinando en un pie de
página. Los líderes políticos que apoyaron el proyecto
fueron Tabaré Vázquez, Fernando Henrique Cardoso y
Ricardo Lagos, y aportaron comentarios y sugerencias
Manuel Castells y Alain Touraine. Ignoro si esta lista
alcanza a explicar la rigurosa escasez de peronistas.
El espíritu del documento está señalado por el coor-
dinador del Proyecto, el boliviano Fernando Calderón,
quien afirma que el momento que vive América Latina
no sólo está signado por mutaciones políticas o
económicas, sino también por una desestructuración
de los “mapas” a través de los cuales se busca compren-
der los hechos. “Los proyectos estratégicos y total-
izantes de los años ochenta y noventa se han agotado y
todo parece indicar que la evolución de la realidad
social, una vez más, ha sobrepasado los enfoques con-
ceptuales y los pronósticos absolutos”. Este es el
desafío que procura enfrentar el Proyecto, por eso la
idea de “brújula”. Veamos entonces con qué esquemas
se pretende abordar este reto. Por lo pronto, declara
Calderón, “no existe una sola vía ni un solo norte, y las
sociedades reciben y producen diversas opciones políti-
cas que compiten y se entrelazan entre sí”.
20 Aportes comienza pues con un diagnóstico sobre la
situación actual: una generalizada desconfianza institu-
cional, nuevas y más complejas desigualdades laborales,
territoriales o de género, una frustración de expectati-
vas especialmente pronunciada entre los jóvenes, la
paradoja por la cual “se exige más y mejor política en
un contexto de escepticismo y descreimiento respecto
de ella”, una consolidación del espacio mediático como
el espacio público central en las sociedades latinoamer-
icanas, y la conformación de sociedades “policéntricas”,
sin un único referente. “En este sentido, sólo una
política innovadora que considere estas transforma-
ciones podrá reforzar la gobernabilidad democrática,
entendida como la capacidad de coordinar, desde la
política, las diversas asimetrías”.
La favorable coyuntura económica y el contexto
internacional harían posible la formulación de una
“agenda mínima de gobernabilidad democrática”. Cabe
una acotación acerca de que la definición asumida de
‘gobernabilidad’ (la coordinación de asimetrías) no es
precisamente acertada. Pero veamos primero qué hay.
Las críticas al texto vendrán al final.
La “agenda” contiene cuatro desafíos: a) limitar el
desarrollo de los poderes fácticos (grupos económicos,
por ejemplo) y enfrentar los poderes ilegales (el nar-
cotráfico o el crimen organizado); b) democratizar el
espacio público mediático; c) fortalecer el poder leg-
islativo y las instancias de deliberación pública; y d)
descentralizar y fortalecer el interculturalismo y la
democracia local. Supongo que todos suscribiríamos a
semejante breviario, aunque seguramente le agre-
garíamos algunos otros componentes menos política-
mente correctos.
El documento se extiende acerca de las razones de
tal “agenda”. En primer lugar, se afirma la necesidad de
lograr “un círculo virtuoso entre renovación política e
innovación económica”, dado que el Estado es el prin-
cipal factor capaz de regular las fuerzas del mercado.
Segundo, se señalan temas comunes para pensar un
papel estratégico del Estado. La lista bien podría
haberla hecho Clarín, lo que no necesariamente habla
mal de ella: “fortalecer una cultura de gobierno que
promueva la eficacia, mantenga la unidad y la
autonomía del Estado; elaborar más y mejores estadís-
ticas; fortalecer las áreas de planificación para poder
determinar horizontes de futuro; revisar la estructura
regresiva de los sistemas impositivos; y mejorar las
instituciones reguladoras de la democracia”.
En tercer lugar, se señala que “en algunos países, las
últimas crisis políticas y de gobernabilidad han fortale-
cido al Poder Ejecutivo en desmedro del Legislativo”.

En este punto resulta pertinente el criterioso aporte de
Daniel Zovatto: “si deseamos mejorar la calidad de la
política es imprescindible que nos ocupemos de la cri-
sis que en muchos países de la región atraviesan los
partidos políticos”. A la hora de avanzar en este ter-
reno, afirma Zovatto, es importante evitar el error “de
intentar fortalecer el Parlamento por un lado y los par-
tidos por el otro, de manera totalmente desconectada,
como si fueran dos instituciones que no interactúan
entre sí”.
Bueno, ahora van las observaciones que entiendo
podría haber hecho el peronista ausentado. Una
primera reflexión surge a partir del texto de Rebeca
Grynspan. Ella afirma que “no podemos mejorar la
democracia si no abordamos los problemas de
desigualdad y pobreza, de exclusión y fragmentación”.
Hasta acá estamos de acuerdo, pero el problema es que
ella traduce ‘desigualdad’ únicamente como ‘desigual-
dad económica’, omitiendo otras dimensiones de la
desigualdad que indudablemente afectan la calidad de
las democracias en la región: culturales, familiares,
sociales, etcétera (y freno con la lista, no porque crea
que no haya otras dimensiones significativas, sino para
evitar las típicas enumeraciones a las que son tan afec-
tos los organismos internacionales). El término que sí
parece incluir parcialmente estas dimensiones sería el
de ‘ciudadanía’: “la ciudadanía necesita consolidarse
combinando reconocimiento ciudadano, distribución
de recursos y participación social”, dice Grynspan. Es
decir, la ‘desigualdad’ sería un fenómeno casi pura-
mente económico y la ‘ciudadanía’ abarcaría otras
dimensiones. Sin embargo, nuestro amigo justicialista
hubiera interrumpido para recordarnos que hay
desigualdades en América Latina que se desnatural-
izan si se las expresa sólo en términos económicos. Y
agregaría que no alcanza con pretender recuperarlas
con una noción amplia de ‘ciudadanía’: en primer lugar,
porque implicaría una ficción de dudosa eficacia, en la
medida en que se involucran derechos que no están
suficientemente reglamentados en el sistema normati-
vo; y segundo, porque no toda desigualdad afecta dere-
chos y obligaciones. Por lo tanto, nos diría nuestro
compañero, se agradece la holgura del término ‘ciu-
dadanía’, pero quisiéramos insistir en la importancia de
volver a usar la idea de Justicia Social, que excede
largamente en alcances a la descolorida ‘equidad dis-
tributiva’.
Otra advertencia que podría hacerse es acerca de la
visión que se tiene de la política: el documento Aportes
plantea que “es necesario revalorizar el carácter
autónomo de la política, como una fuerza que abre
espacios, crea posibilidades y renueva opciones para
una democracia más participativa”. Sin embargo, la
concepción que subyace en el texto es la de una activi-
dad angelical: no se hace referencia al conflicto como
un aspecto constitutivo de la democracia, ni al poder
como una condición necesaria para la afirmación de la
reseñas
soberanía popular, ni a la vinculación programática
entre partidos y fuerzas sociales como una condición
inexcusable para conseguir impulsar cambios significa-
tivos. Al contrario, estas y otras cuestiones parecerían
estar excluidas del candoroso universo democrático. La
democracia latinoamericana requeriría principalmente
tres cosas: participación, transparencia y gobernabili-
dad (son los ejes que asume el PNUD para su trabajo
en la región). Estamos de acuerdo, diría nuestro omiti-
do compañero, pero no en la manera en que se con-
ciben, como un juego etéreo en el que sólo hace falta
que el honesto ciudadano confíe en la buena voluntad
de los dirigentes políticos para que quiera asistir a una
reunión en la que se decida el destino de su barrio.
De hecho, en los organismos internacionales los
partidos políticos no suelen integrar el centro de la
reflexión sobre la democracia, excepto para señalarse la
indiscutible desconfianza que hacia ellos tienen los ciu-
dadanos. De paso, esta constatación sirve para cargar a
los partidos con toda la culpa, como si los sacrificados
ciudadanos –clientes, al fin– siempre tuvieran la razón,
y como si no hubiera una monumental contradicción
en lo que suelen pretender de los partidos.
Los partidos no son vistos como instituciones fun-
damentales de la democracia porque postulen proyec-
tos de nación, estructuren instancias colectivas de
poder y de socialización política, o construyan una
peculiar manera de concebir la dignidad. Solamente se
los ve como organizaciones pertinaces que de una
buena vez deberían entender que tienen que someterse
a los más bajos instintos del sufrido ciudadano: de
hecho, en este libro incluso se llega a asimilar ‘crisis de
representación’ con ‘distancia entre ciudadanos y repre-
sentantes’. El planteo es tan banal que tendremos que
perdonar que nuestro peronista, ya con visible aire de
colado, no intente siquiera comentarlo.
Sí se menciona que “el fortalecimiento de los par-
tidos y las demandas de participación son compati-
bles”, pero debido a que “la expansión de la ciu-
dadanía y la cultura cívica” permitiría “promover
espacios deliberativos plurales en la sociedad civil, y
entre ésta y los partidos. También contribuiría a
democratizar las relaciones de género en la sociedad y
dentro de los propios partidos, descentralizar el poder
y generar políticas sociales innovadoras”.
Articulación, apertura, innovación, pluralismo... Qué
bonito. Si hasta dan ganas de meterse en política. 21
Al menos la diputada chilena Carolina Tohá nos da
una señal en el libro, al recordarnos que “la experiencia
ha mostrado que la descentralización no genera nece-
sariamente mayor participación y mayor igualdad”.
Pero como bien señalaba Luis Maira, la izquierda
latinoamericana, que antes tenía muchas ideas y pocos
votos, hoy tiene muchos votos y pocas ideas. Bueno, al
menos parece que tiene una ilusión: abrimos esos par-
tidos amañados a los ciudadanos, logramos que el
debate se haga más plural, descentralizamos el poder,
reseñas
renovamos la ilusión, y de paso así conseguimos que el
Estado controle a los tiburones...
A ver, entendámonos. No es que nuestro leal justi-
cialista esté apelando cínicamente al realismo político.
Tampoco está negando la necesidad de revisar la ten-
dencia generalizada a que los partidos sean simples
escenografías en las que sus pocos integrantes se
esfuerzan para que no se note que están todo el año a
cuatro manos sosteniendo el decorado. Ni siquiera es
que el compañero pretenda minimizar estos problemas
mientras se hace de la bandeja de masas secas que venía
relojeando desde el inicio de la reunión. Todo lo con-
trario: nos diría que si algún inconveniente tiene la
democracia en América Latina es precisamente que los
partidos son políticamente irrelevantes, y que la causa
de esto reside en buena medida en la inadecuación de
cierta idea europea del partido como algo completa-
mente desvinculado de agentes sociales reales y concre-
tos. Pero como bien lo señalaban los fundadores del
22
liberalismo político, sólo el poder frena al poder, no las
buenas intenciones. Si entendemos la gobernabilidad
como la capacidad que tiene una comunidad para gob-
ernarse a sí misma, una agenda democrática para
América Latina no podría dejar de reconocer que lo
que hay que hacer es fortalecer el poder de los partidos,
el de sus estructuras colectivas y el de la doctrina que
los sustenta. Cuando los ciudadanos probos los vean
mínimamente capaces de incidir en algo relevante,
cuando vean que tienen poder y transportan un ideario
actual y generoso, van a acercarse solitos. Y si ni así
vienen, diría el amigo peronista, no nos hagamos tanto
problema, que lo principal ya va a estar enderezado.
Mientras, como no queriendo reconocerlo, íntima-
mente se preguntaría por qué no lo invitan más a estas
reuniones. Pero apenas, porque lo haría como ya
sospechando la respuesta.
Mariano Fontela

Alejandro Susti González
Seré millones
Eva Perón: melodrama, cuerpo y simulacro
Rosario, Beatriz Viterbo, 2007, 192 páginas
Alejandro Susti González estudió Lingüística y
Literatura en la Universidad Católica del Perú y luego
viajó a los Estados Unidos, en donde vivió ocho años y
completó una maestría en Comunicación de Masas en
la Universidad de Towson (Maryland) y un Doctorado
en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de
John Hopkins (Baltimore). Al regresar a Perú publicó
los poemarios Corte de Amarras (2001) y Casa de citas
(2004). Además de la literatura, también se dedica a la
música y la composición; ha editado los CD Tren al
Edén (1988), Sueño en la Ruta (2003) y Kaoscopio
(2005). Actualmente ejerce la docencia en la universi-
dad de Lima y en la Universidad Católica.
El ensayo está dividido en tres partes: “Melodrama
y Política”, “Simulacros Narrativos” y “Cuerpo y
Religión”. En la primera parte, “Melodrama y Política”,
Susti González plantea que el peronismo estructura
narrativamente su propia historia siguiendo “el modelo
implícito de los géneros populares”, más exactamente
del melodrama romántico. Este relato tendría un fuerte
contenido ético y conllevaría una propuesta de reorga-
nización del orden social, sustentada en la familia, por
considerarla un medio eficaz para la comunicación de
las ideas políticas. En esta construcción, Eva Perón
actuaría como mediadora de la palabra de Perón, con el
fin de lograr intimidad con el destinatario, mediante
“la confusión relato–vida, realidad–ficción”. Eva Perón
proporciona el modelo de vida que el hombre y la
mujer de las clases medias y populares aspiran a mate-
rializar, situación que es aprovechada y explotada por el
aparato de propaganda del régimen.
En la segunda parte, “Simulacros Narrativos”, Susti
González dice que la elaboración del mito de Evita es
una construcción intertextual. Estos textos y subtextos
tienden a “erosionar el límite entre lo real y lo imagina-
ble”, logrando, de esta manera, una construcción de
sentido que satisface al imaginario colectivo. El autor
plantea que las voces de los narradores intentan llenar
un vacío, el de la ausencia o el silencio que la historia
ha generado en torno al personaje de Eva Perón.
La tercera y última parte se titula “Cuerpo y
Religión”. En este capítulo el autor enuncia que la cor-
poralidad de Eva Perón que construyen los relatos per-
onistas es similar a la corporalidad de los santos que
reseñas
proponían los textos de finales de la Edad Media. Es
decir, hay algo en los textos que narran la vida y la
muerte de Eva Perón que recuerda la “semantización
del cuerpo en la narrativa occidental” de finales de la
antigüedad. Susti González pretende ilustrar esto con
el intento de canonización de Eva Perón por parte del
gobierno peronista que, según él, estaba basado en una
construcción del rol “proveedor”, “nutricio” y materno
de Evita en relación a los sectores populares.
El autor, en esta obra, intenta hacer un análisis
social de una manifestación concreta de la cultura
argentina: el imaginario peronista y, especialmente, el
mito de Eva Perón. Sin embargo, termina realizando
una mera descripción desde el punto de vista estético,
y separando dos cosas inescindibles: la realidad popular
y la expresión cultural de ese mismo pueblo. Según
Susti González, el discurso político peronista se
apropia de la retórica y del modus operandi de los arte-
factos de la cultura popular de masas y los usa para
lograr la adhesión política. La necesidad de Eva Perón
de “inventarse a sí misma” se inscribiría dentro de este
plan comunicacional del peronismo.
De esta manera, el autor le quita autenticidad a la
construcción del discurso peronista y sus diferentes
manifestaciones. Por un lado, priva de legitimidad a los
mensajes emanados desde el poder al transformarlos en
“propaganda”, en “simulacros narrativos”, que escon-
derían, en el fondo, un afán de dominio. Aquí el autor
coincide con lo manifestado por Nietzsche en La
Voluntad de Poder, cuando dice que “la voluntad de 23
poder… va, pues, al encuentro de lo que se le opone”,
y que hay un “afán de dominar, un plasmar, modelar y
transformar, hasta que lo dominado queda incorpora-
do por completo a la órbita del agresor, ampliándola”.
Por otro lado, Susti González subestima a los sectores
populares que, según él, caerían presos de la “propagan-
da”, resignando su entendimiento y autonomía.
Ahora bien, pensamos que la lectura que hace el
reseñas
autor no sólo es parcial desde el punto de vista político
filosófico, sino también desde el análisis psicológico del
discurso. En este sentido, el proceso de construcción
del discurso no es cerrado ni unidimensional. Los
pueblos no cierran su análisis a una posibilidad
preestablecida, sino que poseen una atención abierta;
no se enfrascan en la expectativa de lo esperado, sino
que articulan con el resto del mundo como pacto de
encuentro. El proceso de construcción del lenguaje y
las narrativas sociales son una construcción cultural,
una semiosis en donde no hay una forma lineal de los
mensajes, sino más bien un retorno que hace posible
que el canal de comunicación se actualice, cobre vida
en el ida y vuelta y colabore en la acción histórica y, por
añadidura, en la construcción del mito. Para Saussure,
la comunicación sólo se logra cuando el objeto del que
habla el productor del mensaje es el mismo que imag-
ina el intérprete del mismo. Cuando esto sucede, hay
construcción, hay una verbalización, un pensamiento y
una acción comunes entre pares que se comunican.
Si tenemos en cuenta lo anterior, podemos realizar
el ejercicio de ver a Evita desde un ángulo diferente al
que plantea el autor. Podemos invertir el prisma, mirar
hacia dentro, descubrir que la construcción de una
imagen implica muchos reflejos, y entre ellos el más
importante, diría Pascal, es la construcción de sí
mismo, la construcción del cuerpo y el alma. Pascal
afirma que el hombre es un ser de “contradicciones”. Es
en este sentido que tenemos que ver la “contradicción”
que tenía Eva Perón. La “discordancia” que implicaría
convivir con roles tan dispares como los que emanaban
de su investidura pública de Primera Dama (rol suma-
mente complicado para una mujer en ese momento
histórico) y los que surgían de sus tareas sociales en la
Fundación, tareas de auténtica entrega hacia los más
humildes. ¿Por qué plantear como imposible convivir
con estos roles tan diferentes? ¿Por qué no ir más allá
de la estética que resalta el ensayo, para descubrir
detrás de las meras formas algo más profundo, la vida
de Evita en toda su plenitud? Si olvidamos, esto mutil-
amos las posibilidades de enriquecer el análisis de la
construcción del mito. Éste, para su existencia, requiere
tanto de la verdad histórica como de la verdad trascen-
dente; es decir, de los fenómenos que por transferencia
popular completan el mito y expresan nuestra cultura
mediante el folclore.
Los valores del peronismo son parte de los valores
24
del pueblo argentino. Es más, podría decirse que for-
man parte esencial y fundante, y por eso, con su dis-
curso pasa algo similar a lo de esas expresiones de la
literatura que al volverse tan comunes se transforman
en un clásico. Es decir, volver a la esencia no es otra
cosa que subsistir en sí misma. En mi opinión, para
pensar en la representación social de la persona Eva
Perón deberíamos partir de la singularidad no sólo del
contexto histórico social donde surgen (de la estruc-
tura social argentina de la época), sino también de
aquellos valores que le son caros al pueblo que la
transformó en mito.
No podemos evaluar la incidencia del género del
melodrama, ni del “aparato” de prensa y comunicación
del gobierno peronista, en la construcción de la narra-
tiva del peronismo, si mutilamos aspectos tan impor-
tantes del análisis. No podemos tener una comprensión
acabada de este fenómeno si sólo tomamos en cuenta
la resignificación o significación textual (o multitextu-
al) de un discurso, como si consideráramos que la rep-
resentación social de la vida del pueblo argentino, y en
particular la referente a Eva Perón, se tratara simple-
mente de una ficción fruto de la manipulación. Es difí-
cil comprender cómo es que una construcción comuni-
cacional ha perdurado tanto en el tiempo, si nada de lo
que se ha dicho es verdad o, mejor dicho, si nada de lo
que se comunica existe o es real. Decía San Agustín:
“pues aquel acto por el que el objeto es formado es el
conocimiento: conociendo forma el objeto y formán-
dolo lo entiende. Porque a la vez lo forma y es forma-
do y entiende. Como si la vista, viendo, formase la
pared, a la vez vería y formaría el objeto de la visión”.
Para el autor, construir una imagen religiosa de
Evita es una forma de apropiación y control de la
semantización acumulada en su cuerpo, que le posibili-
ta la trasgresión de la muerte. En este sentido el cuer-
po de Eva Perón se separa de la historia para volverse
esencia y naturalizar su encuentro con otro tiempo que
es ahistórico. Pienso que es más esclarecedor, para
entender por qué el pueblo le atribuye a Evita la condi-
ción de Santa, centrarse en su comportamiento mien-
tras vivía, en su obra y sus acciones para con los
humildes, más que poner el acento en el tratamiento de
su cuerpo después de muerta (o en la “semantización”
de su cadáver).
El heroísmo de Eva Perón surge de su entrega a una
labor incansable, que llevó a cabo de manera constante
y silenciosa, incluso en el sufrimiento. Nunca renunció
a la lucha por la causa de los más débiles, ni siquiera
cuando la enfermedad se apoderó de ella y la volvió
frágil. Vivió plena y dio su vida “cantando”, diciendo
“no quiero nada para mi” y de esta manera venció a la
muerte. Ahí radica su heroísmo, porque así se forja la
personalidad de un mártir. Esas son las cosas que la
engrandecen frente a su pueblo y, en ese sentido, la
vuelven comparable, por ejemplo, con Santa Teresa.
En mi opinión, la santidad de Evita no surge de una
intencionada “semantización de su cuerpo sin vida”,
como afirma el autor, sino del amor espontáneo del
pueblo que reconoció en ella una vida auténtica de
entrega y sacrificio.
Daniel Adrogué