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Introducción
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Presentado al II Seminario Internacional: Desplazamiento, Implicaciones y retos para la gobernabilidad, la
democracia y los derechos humanos, Bogotá, Septiembre 4 a 7 de 2002.
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A este respecto cabe recordar que las poblaciones desplazadas son pobres,
proceden en su gran mayoría del campo y arrastran consigo años de marginalidad
y exclusión social. No entendemos muy bien qué fundamento conceptual tiene la
distinción entre “pobres históricos” y desplazados cuando la verdad es que ambos
son históricamente pobres.
Es irreal plantear una política para desplazados que no tenga en cuenta que toda
familia desplazada ha sido recibida por alguien en alguna parte y que esto
conforma un nuevo vínculo y una nueva situación. El futuro de la familia
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Con los desplazados ha ocurrido algo comparable a lo sucedido con los enfermos
mentales. La sociedad ha logrado ver a los discapacitados y a los “niños
diferentes” con cierta simpatía y solidaridad. Entretanto los enfermos mentales, los
“locos” siguen siendo – hoy como ayer – presencias más dignas de temor o
desprecio que de consideración y aprecio. Frecuentemente se habla de la
voluntad política o de la falta de voluntad política para ocuparse de las
necesidades de la población desplazada. Sería conveniente explorar también
estas ambivalencias y hacerlas explícitas para remover obstáculos eficaces e
invisibles que retrasan el compromiso del Estado y de la Sociedad en esta
materia.
Las acciones en este frente requieren estrategias culturales para cambiar un modo
de relación y de percepción excluyente frente a la población desplazada y
proyectos concretos de reorientación de los servicios y de las instituciones con
miras a remover, hasta donde sea posible, hábitos, prácticas y sistemas
organizativos y burocráticos que favorecen la exclusión y la discriminación frente a
poblaciones que no manejan ni el mundo urbano, ni la cultura letrada, ni los
trámites.
En este aspecto hay una enorme tarea que podría resumirse en la necesidad de
adecuar y reorientar los servicios del Estado y sus instituciones a las necesidades
y características de la población desplazada. Aplicar un poco el criterio de que “el
Sábado es para el hombre y no el hombre para el Sábado” Con demasiada
frecuencia ocurre que las instituciones y los servicios ponen a la población
vulnerable y necesitada – sin que medie en esto mala intención ni propósitos
inconfesables - a pagar el costo de sus dificultades para acceder a los servicios,
comprender los trámites, financiar los desplazamientos, y cumplir con toda clase
de requisitos. El costo humano y económico de este desgaste social no se evalúa
ni la población afectada suele reclamar por ello. A fin de cuentas ni ellos se viven a
si mismos ni son vistos con la lógica de “Time is money” que es la que motiva el
reclamo de clientes importantes cuando pierden su tiempo en trámites ineficientes.
Ejemplos sobran y todos los conocemos. Para citar uno solo el caso de un padre
de familia desplazado – afortunado en comparación con otros – que consiguió
cupo para su hija en una escuela oficial: Debió hacer siete viajes a una institución
para conseguir finalmente un documento que lo acreditaba como desplazado y
que era indispensable para la inscripción en el año escolar.
§ Una noción simplista y linear de causalidad: a tal evento corresponde tal efecto
(enfermedad) y en consecuencia tal tratamiento
§ Una reducción del sufrimiento a “trauma psíquico” que desconoce que la
guerra y el sufrimiento son experiencias colectivas, históricas y sociales.
§ La consideración de la persona como individuo atomizado y no como sujeto de
relaciones
§ La fragmentación de las necesidades – que son muchas y complejas – y la
respuesta a ellas en forma de prestaciones parceladas (consulta, terapia de
apoyo, alimentación, vivienda etc).
Pero para completar – como dice la gente - hay más. La forma más efectiva de
“seguridad social” de los pobres es – y sigue siendo – la solidaridad de sus
familiares, de sus amigos y de sus redes de vecindario. Es lo que explica el que
ciertas familias desplazadas se mantengan vivas en las más duras condiciones de
existencia. Esas familias no sobreviven gracias al cabal cumplimiento de los
derechos a que son acreedores sino a formas de ayuda social más personales ,
accesibles y tradicionales que son las que otorga la amistad, el compadrazgo, el
paisanaje y la solidaridad. En muchas ocasiones la promoción de los derechos
no produce – como lo señalábamos antes – las respuestas y las ayudas
correspondientes pero sí puede destruir esas formas de protección tradicionales y
cercanas. Es lo que encierran ciertas expresiones como: “Esos desplazados
tienen derecho a todo, yo no les ayudo más. Nosotros que tampoco tenemos nada
no tenemos derecho a nada”. El resultado final trágico es personas que resultan
privadas en la práctica de los derechos que se les atribuyen y abandonadas
además de las redes sociales protectoras. Personas que además abandonan su
creatividad y su participación en espera de que el derecho a tener derechos las
salve.
Para no fracasar en este empeño conviene mantener siempre presente que una
persona o una comunidad puede considerarse en la perspectiva de la ciudadanía
o en la perspectiva de la proximidad. Somos ciudadanos frente al Estado y en el
marco de ese contrato social establecemos derechos y obligaciones. Somos
prójimos frente a quienes se vinculan con nosotros en relaciones de solidaridad y
confiabilidad que no pueden sujetarse ni encerrarse en el marco de las relaciones
jurídicas de ciudadanía. Es tan importante asegurar que la población desplazada
acceda – como el resto de los colombianos – al pleno ejercicio de su ciudadanía
como proteger aquellos vínculos de solidaridad y confiabilidad que son anteriores
y trascendentes a los vínculos contractuales del derecho.
Una acción que – bien llevada – reduce el riesgo de que las personas se
establezcan en una situación vital de desconcierto, desesperanza, dependencia y
resentimiento pasivo muy difícil de abordar y de superar.
En busca de alternativas
Un asunto ético
Lo primero es llamar la atención sobre una distinción que parece sutil pero es de
grandes consecuencias: las personas desplazadas por la violencia pueden ser
vistas y acogidas con el espíritu de quien ve en este reto inmenso, una
oportunidad, o con la mentalidad de quien considera en ellos solo un problema.
Una cosa es considerar los problemas acarreados y asociados con el
desplazamiento forzoso de la población y otra considerar a la población
desplazada como un problema.
acompañar las decisiones que se tomen para mitigar, prevenir, o atender las
múltiples y urgentes necesidades de los desplazados.
“El mayor factor protector es la presencia de una comunidad que genere procesos
continuos, concretos y al alcance de la gente” (Cf. D.Summerhill, war and mental
health). Se ha mostrado hasta la saciedad el beneficio de las redes sociales para
la prevención de la enfermedad y la rehabilitación física y mental de los enfermos.
Lo mismo vale para el binomio que se establece entre familias desplazadas y
familias receptoras: la mayor o menor vulnerabilidad de las familias desplazadas
depende, en buena medida, de la situación de la comunidad receptora con la que
establecen relación.
Sin embargo, las estrategias de alto riesgo tienen también sus riesgos. Los grupos
de riesgo, nos dicen, incluyen: mujeres cabeza de hogar, menores de edad,
ancianos, personas discapacitadas. Con estos criterios habría que incluir a casi
toda la población con excepción de los hombres en edad productiva que no suelen
figurar entre los grupos de alto riesgo. Sin embargo, como lo muestran los datos y
los hechos, los hombres jóvenes y en edad productiva son el grupo de mayor
riesgo con respecto a la posibilidad de ser reclutados o de morir asesinados.
Los niños figuran, con razón, entre los grupos de mayor riesgo. Pero se olvida con
frecuencia que trabajar con los niños es trabajar con sus madres y con los adultos
mayores. Una tarea esencial con los niños consiste en identificar y apoyar a los
adultos que los acogen o que pueden acogerlos y atender sus necesidades. En
este aspecto los ancianos juegan un papel muy importante, generalmente
subestimado, por una mentalidad que mira los grupos de edad en función de su
productividad económica y no mira su capacidad de producción social, de
transmisión de valores y de generación de cohesión social2
Por otra parte es bueno saber que la población vulnerable no es la que – según
nuestras previsiones - debe ser vulnerable sino la que resulta siendo vulnerable.
Es bueno dejarle ese espacio a la realidad sobre el pensamiento. Hay dinámicas
protectoras que escapan a nuestro conocimiento y que le permiten a la gente
afrontar con éxito situaciones de máximo sufrimiento. Las capacidades
individuales, pero sobre todo los recursos sociales y culturales están posiblemente
en el origen de este fenómeno. Por eso decimos que es mejor confiar más en lo
que resulta ocurriendo que en lo que imaginamos debe ocurrir. A la hora de la
verdad la comunidad nos enseña quienes son las personas más afectadas.
“Nosotros todos estamos muy tristes – nos decía el mayor de los hermanos de una
familia numerosa desplazadas de las selvas del Micay – pero las que están más
malas son mi mamá y mi hermana. A mi mamá se le está cayendo el pelo y ya ni
come y mi hermana no hace más que llorar”.
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Un reciente estudio del Banco Mundial sobre la situación colombiana ha mostrado, que los hogares con
ancianos, se encuentran en mejores condiciones que los hogares en similares circunstancias sin ancianos
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Proteger y no perturbar
Fortalecer la comunidad
EN SINTESIS
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Pola Elisa Buenaventura G Email: pola@norma.net ; Martín Vergara R Email:
marver@norma.net . Asociación Solidarios por la Vida (SOLIVIDA) Teléfono: 4223056 Cali
Colombia