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Clase Teórica N° 6

Descartes: el nacimiento del cogito moderno

Prof. Martín E. Diaz

Buenos días, tardes o noches damos inicio hoy a la clase teórica N° 6 de la materia. La
clase de hoy guarda una directa vinculación con nuestra clase anterior en la que
trabajamos el denominado proceso de desacralización y secularización que se producirá
en un momento de suma relevancia para la tradición filosófica occidental y, como
veremos en la parte B de esta unidad, para la comprensión de una serie de fenómenos
históricos que se desplegarán a nivel mundial. Hacemos referencia al desarrollo
histórico de la modernidad como proceso histórico y filosófico.
En el contexto por tanto del desarrollo histórico de la modernidad vista desde Europa es
que hay trabajaremos hoy el planteo filosófico de uno de los filósofos de renombre al
interior de la tradición filosófica occidental: René Descartes (1596-1650). Este filósofo
y matemático francés constituye de algún modo uno de los “grandes héroes” del
pensamiento filosófico occidental al punto de ser considerado el “padre filosófico” de
una tradición de pensamiento conocida con el nombre de “racionalismo” moderno.
Descartes fue un filósofo analítico formado en la tradición jesuita, con una fuerte
formación en matemática. Más precisamente su trabajo y sus aportes en relación al
universo de la matemática serán en el campo de la geometría analítica. En virtud de su
formación como matemático, Descartes adherirá a la concepción del universo propuesta
por el físico italiano Galileo Galilei -tal como vimos en una nuestra clase anterior-
representado como gran maquinaria posible de ser explicada en su funcionamiento a
partir del lenguaje matemático.
No obstante, la preocupación filosófica de Descartes no se focalizará en la explicación
de la estructura del universo sino en un problema filosófico que asumirá una fuerte
centralidad en el marco de la modernidad. Referimos con ello al “problema del
conocimiento” o bien el problema del cambio en la legitimación del conocimiento que
comenzará a producirse al interior de Europa hacia fines del siglo XVI e inicios XVII.
En este contexto, Descartes propondrá establecer una base sólida del conocimiento de
acuerdo al modelo emergente en la época: el modelo físico-matemático. Para decirlo

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de otro modo, Descartes se propondrá hacer de la filosofía un saber lo más exacto
posible. Un saber tan exacto como las matemáticas.
En esta búsqueda por parte de Descartes de hacer de la filosofía un saber tan exacto
como las matemáticas es que hay que enmarcar el programa filosófico llevado a cabo
por este filósofo francés. Este programa filosófico parte de una crítica a la tradición
filosófica imperante en la época de Descartes conocida con el nombre de tradición
aristotélico-tomista, la cual tendrá tres características distintivas: el principio de
autoridad, el verbalismo y el silogismo (Sugerimos leer en este punto el material de
lectura complementario de esta clase donde encontraran una explicación detenida de
estas características distintivas de la denominada tradición aristotélico-tomista). A partir
de la crítica efectuada por Descartes a la tradición de conocimiento imperante en su
época es posible advertir el núcleo central de su programa filosófico: la búsqueda de
una certeza absoluta; esto es, la búsqueda de una verdad o de un conocimiento
indubitable.
Para dicha labor Descartes asumirá como punto de partida la duda, es decir, la puesta
en duda de los conocimientos aprendidos en pos de alcanzar una base sólida del
conocimiento. En este sentido es que podemos caracterizar a Descartes como el
“filósofo de la duda”. Ahora bien, ¿qué representa la duda en Descartes y qué
características asume la misma? En el mencionado filósofo francés la duda representa
una actitud de sospecha, de desconfianza frente a la tradición de conocimiento heredada.
De tal modo, la duda se convierte en el caso de Descartes en el método –conocido
como la duda metódica- para arribar a la verdad, a una verdad de carácter
indubitable. De manera que el objetivo de la duda no es el dudar por el dudar mismo
sino que es utilizada como el camino para arribar a la verdad o la certeza absoluta. Otra
de las características –además de su carácter metódico- que asume en Descartes la duda
es un carácter universal (la duda debe aplicarse a todo, fundamentalmente a las fuentes
del conocimiento a través de las cuales conocemos) y su carácter hiperbólico (la
acción de dudar tiene que ser llevada a cabo hasta el extremo, hasta límite al riesgo
mismo del absurdo, como veremos a continuación).
El punto de partida por tanto de Descartes es la duda, el poner en duda las fuentes
o facultades del conocimiento buscando algo que no sea imperfecto, ni dudoso, ni
confundible con otra cosa. Un conocimiento que sea evidente y claro por sí mismo.
La primera fuente del conocimiento sometida a la crítica por Descartes será el saber
sensible. Este saber que adquirimos a través de los sentidos (vista, audición, tacto,

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olfato), configura el saber más inmediato y directo que obtenemos del mundo que nos
rodea. No obstante, el saber sensible constituye para Descartes un saber engañoso y
confuso. Pensemos por caso, si fuéramos transitando en un auto en una mañana de
niebla las distancias entre mi auto y otros vehículos se vuelven engañosas o confusas.
Otro ejemplo, si estuviésemos remando en un rio los remos al introducirse al agua
parecen doblarse mientras que al sacarlos del agua los mismos vuelven a percibirse
rectos. A partir de estos simples ejemplos intentamos poner en tensión -siguiendo el
análisis de Descartes en sus Meditaciones metafísicas- el carácter ilusorio del saber
sensible. En tal sentido, los sentidos para el filosófico francés son fuente de engaño o
de confusión. Para decirlo de otro modo, los sentidos nos engañan o bien nos han
engañado alguna vez (nos han hecho creer una cosa por otra) en virtud de lo cual
no configuran una fuente confiable de conocimiento. Existe otro argumento que
Descartes utilizará en el marco de su crítica al saber sensible. Este argumento se
focaliza en la imposibilidad de distinguir el sueño de la vigilia. El argumento de
Descartes (que invitamos a leer en sus Meditaciones metafísicas) es la imposibilidad de
distinguir con claridad y distinción entre el estar despierto y el estar dormido,
dado que muchas veces estos estados se vuelven confusos entre sí. Este argumento
de Descartes no apunta a un análisis de la esfera de lo onírico (Para ello habrá que
esperar al interior de la cultura occidental hasta inicios del siglo XIX el análisis de los
sueños efectuado por el padre del psicoanálisis Sigmund Freud en tanto una de las
esferas privilegiadas de manifestación del Inconsciente), sino más bien mostrar el
carácter ilusorio y dudoso de las percepciones sensibles.
La crítica a las fuentes del conocimiento no se agota en el caso de Descartes a la crítica
al saber sensible sino que abarcará a su vez al saber racional. Como señalábamos con
anterioridad, el carácter universal que asume la duda en el filósofo francés conducirá a
un examen crítico de las fuentes mediante las cuales conocemos. La crítica al saber
racional posee dos argumentos centrales. El primero de ellos consiste en la posibilidad
de error en los razonamientos, más precisamente en la matemática (la más racional de
las ciencias). Este error en los racionamientos refiere particularmente a los
procesos de nuestro pensamiento y a la posibilidad de equivocación en los mismos.
El segundo de los argumentos –y por cierto central en el esquema argumentativo
llevado a cabo por Descartes- radica en poner en duda los principios mismos del
conocimiento racional a partir de suponer la existencia de un ser cuya intención es
hacernos caer en el error. Nos encontramos aquí con uno de los momentos claves de

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la duda cartesiana: la postulación de la hipótesis del “genio maligno”. Dicha hipótesis
apunta a suponer la posibilidad de que exista un genio maligno que nos haya hecho de
manera tal que siempre nos equivoquemos y, en razón de ello, creamos como
verdaderos ciertos conocimientos que en verdad pueden ser falsos. La hipótesis del
“genio maligno” formulada por Descartes constituye en este sentido el momento
hiperbólico de la duda, el momento extremo de suponer la posibilidad de que
alguien nos hace caer permanentemente en el error.
No obstante, este momento extremo de la duda habrá de convertirse dentro del planteo
de Descartes en el momento en que la duda comienza a convertirse en su contrario;
esto es, en la certeza. El genio puede engarme de todo pero de aquello que no puede
engañarme es que al dudar pienso y, que la acción de pensar necesariamente tiene que
ser llevada a cabo por alguien o algo que existe. Nos encontramos acá con el momento
culmine de las Meditaciones metafísicas de Descartes englobado en la siguiente frase en
latín: “Cogito ergo sum” (Pienso, luego existo). Una aclaración al respecto, al decir
pienso luego existo no debe entenderse como que una acción es consecuencia de la otra
(esto es, primero pienso y luego existo), sino más bien como una acción en simultáneo:
soy en tanto pienso y pienso en tanto existo. De esta manera, nos encontramos frente
el surgimiento del cogito, el surgimiento del yo moderno en tanto sujeto pensante.
Las diversas aristas del planteo de Descartes no se agotan por cierto en el desarrollo de
esta clase. A los fines del objetivo de la misma nos interesa señalar al menos dos
consecuencias filosóficas que se desprenden el planteo cartesiano. La primera de ellas
es la idea presente en Descartes que el sujeto por sí mismo puede conocer tal cual es la
realidad. Este tipo de planteo filosófico se lo conoce dentro de la filosofía occidental
con el nombre de solipsismo (sólo uno); esto es, la creencia que el sujeto por sí mismo
sin necesidad de un Otro o de un alter puede acceder a los fundamentos últimos de la
realidad. La segunda de las consecuencias que se desprende del planteo de Descartes es
la legitimación de un dualismo antropológico de tipo mecanicista, más precisamente
del dualismo mente-cuerpo. Como señalábamos, Descartes entenderá que lo propio del
sujeto, aquello que lo constituye como tal, es la acción de pensar. A su vez, en las
Meditaciones metafísicas representará al cuerpo humano como una máquina. En este
sentido, tenemos en Descartes la existencia de dos tipos de res (cosa en latín): una res
cogitans (el sujeto humano en tanto cosa pensante) y una res extensa (el cuerpo
humano cuya capacidad es la de moverse y ocupar un lugar en el espacio). Este
dualismo mente-cuerpo propuesto por Descartes tendrá una fuerte incidencia tanto al

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interior de la Filosofía occidental como al interior mismo de la historia de la Psicología.
Pero el análisis de esto último es motivo por cierto de otra indagación….

Material de lectura obligatorio

-Descartes, René: Meditaciones Metafísicas, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1943.


Meditaciones I –II.

Material de lectura complementario

-Carpio, Adolfo: Principios de Filosofía, Buenos Aires, Glauco, 1979. Cap. VIII.

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