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Las clases populares ante la revolución liberal-

burguesa
La Hiedra #8 Enero 2014
Las revueltas de mediados del siglo XIX en Barcelona nos trasladan al momento de la formación
de la clase trabajadora y el inicio de los primeros sindicatos. Guerau Ribes Capilla explora las
dinámicas de estos estallidos populares que desafiaron el estrecho marco de las instituciones
liberales y reivindicaron una vía democrática, federal y socializante.
Las revueltas que se produjeron en Barcelona durante el Trienio Progresista (1840-1843) nos
ofrecen claves para reflexionar en torno a las clases populares y su relación con el régimen liberal
en el Estado español en su fase constituyente. Vistas en conjunto, configuran un proceso
revolucionario dinámico que va ascendiendo en radicalidad política y social. Nos muestran que el
liberalismo político y económico fue cuestionado desde sus inicios. Como veremos, el sujeto socio-
político que protagonizó las revueltas fueron las clases populares urbanas en proceso de
proletarización, junto a una burguesía crítica. El proyecto político que se defendió fue el del
naciente republicanismo y el del progresismo radical. Propusieron una vía alternativa a la
revolución liberal-burguesa, de carácter democrático, federal, popular-obrerista y socializante.

Las clases populares de Barcelona en la primera mitad del


siglo XIX
Durante la primera mitad del siglo XIX, Barcelona se convirtió en la ciudad más industrializada del
Estado, con un sector textil preponderante. Contaba con la clase obrera más desarrollada, una
numerosa menestralía (trabajadores y trabajadoras de artes mecánicas, generalmente con taller y
obrador) y una potente burguesía. El contexto económico venía marcado por crisis periódicas que
incidían en un incipiente e inestable desarrollo industrial. Esto se traducía en un radicalismo político
que se hizo evidente durante las revueltas de 1835-1837, ocurridas durante la primera guerra carlista
(1833-1840). Se produjeron ataques luditas (sabotaje de maquinaria), el asesinato de autoridades,
frailes y reos carlistas, se quemaron conventos, casetas de cobro de impuestos y oficinas de rentas y
se destruyeron símbolos absolutistas1. Estas revueltas fueron reprimidas manu militari. No se
solucionaron las causas económicas, políticas y sociales que originaron los levantamientos, y no
tardarían en volver a estallar.
El proceso de proletarización tuvo distintos efectos sobre los trabajadores y trabajadoras:
aumentaron su dependencia respecto una demanda de trabajo cambiante e inestable,2 disminuyó su
control de los procesos productivos y creció la despersonalización de las relaciones laborales y la
polarización social.3 Muchos pequeños talleres se vieron obligados a cerrar, pero también el poder
adquisitivo de los obreros industriales fue descendiendo entre 1830 y 1850.4 Otro efecto fue que,
debido a la elevada movilidad laboral de los y las trabajadoras industriales, era más fácil que
entendiesen su situación en términos de clase. Precisamente, el 10 de mayo de 1840, a principios de
la regencia del general Espartero, se constituyó el primer sindicato del Estado español: la
Asociación de Tejedores de Barcelona (ATB). Heredará la experiencia organizativa de las
sociedades de socorros mutuos y los gremios de oficio precedentes, pero iba más allá y se proponía
negociar condiciones y salarios laborales con los patronos. Sus herramientas de lucha eran las
huelgas y la negociación con la patronal y las autoridades. Ofrecía, además, una bolsa de trabajo y
pidió un crédito al Ayuntamiento y la Diputación para llevar a término una suerte de fábrica
cooperativa para los asociados desocupados. Al poco, se constituía la Federación de Sociedades
Obreras de Barcelona, una organización federal obrera unitaria que hacía evidente un nivel de
conciencia de clase que traspasaba el sentimiento de pertenecer a un oficio.
La ATB logró que Espartero tolerase su existencia, pero con numerosas restricciones: no podía
perjudicar a los fabricantes, debía mantenerse apolítica, tenía que limitarse al mutualismo
proteccionista y se prohibían todas las reuniones de obreros sin el permiso de las autoridades. La
ATB se mantendrá como asociación apolítica, aunque su sintonía con el progresismo y el
republicanismo era evidente, cuando no explícita. Significativamente, al compás de las revueltas,
las autoridades esparteristas cerrarían el sindicato.5
No obstante el grado de desarrollo de la clase obrera de Barcelona que acabamos de apuntar, para
entender la dinámica socio-política de la primera mitad del siglo XIX es más pertinente manejar el
término de clases populares, “ya fueran productores de la tierra –pequeños labradores o jornaleros–
y de la urbe –los artesanos, los obreros en talleres y fábricas y el pueblo menudo ocupado en servir
(…) también estarían incluidos quienes dedicaban sus actividades cotidianas al pequeño comercio o
al pequeño taller (…) sin excluir (…) gente de pluma: de educación y letras, como institutrices y
maestros, impresores y profesionales nuevos (…): el periodismo y las letras, las profesiones
liberales y técnica, la política.”6 Debemos tener presente que, durante la primera mitad del siglo
XIX, las fronteras entre artesanos y obreros no eran claras y que la penetración de las relaciones
capitalistas seguía distinto ritmo dependiendo del oficio.7 A nivel ideológico, hay que destacar que,
tanto sectores de la clase obrera industrial, como del artesanado, como una minoría burguesa
radical, convergían en sus aspiraciones democráticas y en la defensa de un mundo económico con
desigualdades limitadas que velase por el bien común de la mayoría. El conjunto de las clases
populares quería el progreso en la industria, siempre que no fuese acompañado de un
empeoramiento en las condiciones de vida y sobretodo, querían un progreso económico que fuera
acompañado de progreso político y social, con sufragio universal, el derecho a asociación y opinión,
el aumento de jornales, el acceso gratuito a la educación o la abolición de cargas impositivas que
afectaban a las clases populares.

El estado de la revolución liberal española el año 1837


La revolución liberal española mantuvo una larga pugna para desmantelar el Antiguo Régimen, es
decir, los privilegios nobiliarios y eclesiásticos propios de una sociedad estamental, el sistema
político fundamentado en la monarquía absoluta y un sistema económico que no permitía al
capitalismo romper con el feudalismo. El liberalismo, cuando no tenía cauces constitucionales para
expresarse, recurría a la insurrección. Tomaba como referentes experiencias revolucionarias
liberales, especialmente la francesa (1789-1799), así como el modelo revolucionario de La Guerra
de la Independencia (1808-1814), con levantamientos populares, participación de parte de las élites,
la organización del movimiento a través de juntas que surgieron en distintas localidades del país, su
posterior organización en una Junta Central, la celebración de elecciones a Cortes constituyentes y
la fijación de las conquistas por medio de una Constitución.8 Este modelo no siempre se cumplió en
todos sus puntos en los distintos pronunciamientos y golpes de Estado del siglo XIX español. Esto
es lo que pasó con las revueltas barcelonesas de 1840-43, que no llegaron a conseguir la formación
de una Junta Central y una reforma constitucional y a la postre, fracasaron. ¿Por qué? Considero
que la cuestión social y democrática es el elemento central de las revueltas. Sin desviarnos de esta
perspectiva, un punto clave para comprender sus éxitos o fracasos es el desencaje entre el Estado y
la dinámica socio-política de Catalunya. Como hemos apuntado, el Principado, con Barcelona al
frente, era la región más industrializada del país y, como se ocupaban de repetir las mismas
autoridades estatales, era una región con una larga historia de rebeldía y desafección frente el
Estado central.
La Constitución de 1837 estableció un régimen parlamentario, con libertades individuales y con
representatividad limitada (con un censo que oscilaba entre el 2 y el 5% de la población). Fue
elaborado por el Partido liberal progresista con la intención de lograr el apoyo del Partido liberal
moderado durante la guerra civil. Con esta constitución se produjeron una serie de abdicaciones en
el ideario progresista que, por otro lado, eran comunes entre los liberales de toda Europa.9 Un hito
de los progresistas fue la ampliación del sufragio en las elecciones a Ayuntamientos y fijar la
Milicia Nacional, una fuerza armada para defender el liberalismo, compuesta por voluntarios,
controlada y mantenida por las autoridades municipales y dirigida por las burguesías locales,
aunque en los períodos de gobiernos progresistas creció la participación de las clases populares y
los cargos se hicieron electos. El ejército, si bien podía ser –y fue- un agente fundamental de avance
del liberalismo, también era la fuerza interior represora del gobierno de turno. La presencia de los
militares en la política, propia de la época, se vio reforzada por la guerra civil.

A la izquierda del progresismo


En la década de 1834-1843 se hizo evidente la disyuntiva entre un liberalismo patricio y un
liberalismo democrático y popular. Los progresistas seguían invocando la soberanía nacional, pero
sus retrocesos políticos les desmentían. No ha de extrañar el surgimiento de un republicanismo
popular que trataba de incorporar todos los sectores que el progresismo marginaba, y que el
ostracismo y persecución al que le sometía el Estado reforzase su radicalismo. El naciente
republicanismo era bastante heterogéneo, aunque había núcleos muy activos que procuraban marcar
perfil. La historiografía del republicanismo coincide en otorgar la influencia política más clara a la
Revolución Francesa y, en particular, al jacobinismo. También se ha destacado la influencia del
asociacionismo obrero, las sociedades secretas democráticas de tipo carbonario, el movimiento
humanitario y romántico-social, el socialismo llamado utópico de Fourier, Leroux o Cabet, el
liberalismo demócrata de Toqueville y economistas sociales como Sismondi, Pecqueur o De la
Sagra. Este primer republicanismo fue mayoritariamente federal, defendiendo un sistema político
fundamentado en el pacto entre los municipios y pueblos de España que, cuando era subvertido por
alguna de las partes, podía romperse para su reformulación. Este es el federalismo que, durante la
segunda mitad del s. XIX, defenderán los republicanos de Francesc Pi i Margall y el que, durante la
Segunda República, defendieron los presidentes de la Generalitat Lluís Companys y Francesc
Macià al proclamar el Estado catalán integrado en la República Ibérica. Más allá de la organización
territorial, el federalismo decimonónico siempre tomó partido por el trabajo y las asociaciones
obreras, defendiendo la limitación de la propiedad privada y la extensión de derechos y servicios
fundamentales para las clases populares.
Las revueltas de 1840-43 de Barcelona mantienen notables similitudes con las revoluciones
europeas de 1848, hasta el punto que se podría hablar de un “aviso” del futuro estallido
revolucionario. Pero en las revueltas barcelonesas se enfrentaron un liberalismo autoritario a un
republicanismo popular, demócrata y federal con una presencia destacable de la burguesía radical
entre sus líderes. En el 48 francés, en cambio, terminaron enfrentándose republicanismo burgués y
republicanismo obrero.10 Sería un error acercarse a las revueltas barcelonesas de 1840-43 con el
eco de la crítica que hacía Marx a la pequeña burguesía y el republicanismo, hija, en buena medida,
de la experiencia del 48 francés.11

El proceso revolucionario
El 1840, el partido moderado, con la protección de la regente María Cristina, procedió a limitar la
representatividad de los Ayuntamientos. El general en jefe del ejército liberal, Joaquín Baldomero
Espartero, se opuso, entablando negociaciones con María Cristina en Barcelona, donde, el 18 de
julio, se produjo una revuelta contra la regente y los moderados. Participaron sectores populares,
milicianos y parte del ejército. Espartero logró que la revuelta no creciese declarando el estado de
sitio y depurando la milicia barcelonesa. No evitó que se sucedieran manifestaciones, tumultos y
muertos en las calles de la ciudad. El 1 de septiembre se produjo un pronunciamiento en Madrid
llevado a término por sectores conservadores del progresismo. La revuelta triunfó, derrocó el
gobierno moderado y se disolvieron sin consideraciones a los representantes de las juntas
provinciales que querían formar una Junta Central. María Cristina abdicó el 12 de octubre y
Espartero asumió el discrecional cargo de la regencia. Empezaba el Trienio Progresista.
En octubre de 1841, las autoridades locales de las principales ciudades del Estado, junto a la milicia
y sectores del ejército, organizaron juntas de vigilancia para hacer frente al golpe de Estado
moderado que se produjo, y que se logró abortar. La junta de Barcelona fue más allá, tomando
medidas como la supresión de impuestos impopulares, la fijación de precios para los productos
básicos o la demolición de símbolos absolutistas como la Ciudadela. Espartero interpretó el
levantamiento como una mera traición a la nación. El ejército ocupó la ciudad y quienes habían
colaborado con la Junta, fueron depurados, condenados u obligados a emprender el camino del
exilio.
El 13 de noviembre del 42 estalló una nueva revuelta. Empezó en un portal de la ciudad al exigirse
impuestos de consumos a unos obreros. La revuelta creció al converger diversos elementos: la
intensa movilización del progresismo radical y el republicanismo catalán, la represión
gubernamental del mismo a través del ejército, el desarme de la milicia, el castigo a las autoridades
locales electas por sus acciones en la junta de vigilancia, el anuncio de una nueva quinta, la
supresión de la fábrica de tabacos en la que trabajaban 500 obreras y la obligación de reconstruir la
Ciudadela. Las fuerzas revolucionarias expulsaran el ejército de la ciudad, dando paso a un sitio que
culminó con bombardeos indiscriminados desde el castillo de Montjuïc. El día 15 se formó una
Junta Popular compuesta por progresistas y republicanos, con un proyecto político democrático,
interclasista, popular y de tipo federal. Se proclamaba la independencia interina de Catalunya del
gobierno vigente para reformular el pacto con las otras provincias, se exigía la dimisión del regente,
que se convocasen Cortes constituyentes y finalmente, se pedía protección para la industria nacional
y sus trabajadores y trabajadoras.
El levantamiento repercutió en otras poblaciones del Estado, como Girona, Vic, Olot, Figueres,
València, Zaragoza y Sevilla, entre otras. El ejército venció las fuerzas revolucionarias una tras otra,
entrando a Barcelona el 4 de Diciembre. El total de muertos se desconoce, aunque se dan cifras de
400-600 muertos en solo dos días de combates y bombardeos de la capital catalana.
Espartero se enajenó sus propias bases y se vio forzado a nombrar presidente a Joaquín María
López, progresista avanzado de práctica reformista. Ante el control pretoriano que ejercía el
regente, se produjo una crisis de gobierno y el ejecutivo dimitió. El 24 de mayo de 1843 estalló un
pronunciamiento anti-esparterista y en defensa del gobierno López y su programa de reconciliación
liberal en Málaga. Se extendió rápidamente por todo el Estado. Lo llevaron a cabo elementos
moderados, progresistas y republicanos. Las noticias fueron llegando a Barcelona y se sucedieron
tumultos contra el ejército. El 5 de Junio, el Ayuntamiento, presionado por las manifestaciones
populares, secundó el levantamiento, formándose una nueva junta revolucionaria que se declaraba
independiente del gobierno de Madrid hasta que se convocase una Junta la Central. También exigía
que se restituyese el gobierno López para llevar a término la transición a un nuevo régimen
constitucional. Del programa de la Junta destaca la eliminación de la partida del presupuesto
destinada a la Casa Real, la supresión de los cargos politizados designados por el gobierno, la
reducción del ejército y su limitación a la defensa de fronteras, la libertad religiosa, dejar de
subvencionar la Iglesia, impuestos sobre artículos de lujo, prohibición de impuestos sobre productos
de primera necesidad, libertad de imprenta…La Junta anunciaba también el escombro de la
Ciudadela y de las murallas, que mantenían en el hacinamiento y la insalubridad los y las
barcelonesas.
A lo largo del proceso revolucionario, los moderados fueron ocupando cargos en el ejército y las
distintas juntas del Estado. El 22 de julio, los generales moderados derrotaron las fuerzas
esparteristas y al día siguiente, el nuevo gobierno, con López de presidente, se instalaba en Madrid.
Espartero, junto a los líderes progresistas que lo habían apoyado, marchaba al exilio. El día 26,
López convocaba Cortes ordinarias para principios de octubre. Tres días después, la Junta de
Barcelona enviaba una declaración al gobierno: seguiría en pie para evitar la monopolización del
movimiento que estaban llevando a cabo los moderados. Las presiones de estos lograron que López
incumpliese su programa y ordenase la disolución de todas las juntas. El día 12, viéndose
prácticamente sola en su defensa de Junta Central, la Junta de Barcelona aceptaba autodisolverse.
Pero las clases populares barcelonesas no estaban dispuestas a ver como se desvanecía, de nuevo,
una posible revolución democrática. Aún más, retirarse entonces podía suponer –como terminó
ocurriendo- un retroceso del progresismo autoritario al moderantismo autoritario, huir del fuego
para caer en las brasas.
Desde principios de agosto se sucederán enfrentamientos entre milicianos y el ejército en las calles
de Barcelona. El día 17 entraba Juan Prim a la ciudad, después de haberse levantado en Reus y de
haber sido nombrado Capitán General de Catalunya por la Junta. Trató de mediar entre el ejército y
los revolucionarios, pero los parlamentos fracasaron y Prim encabezó la salvaje represión del
movimiento. A principios de septiembre, diferentes cuerpos de milicianos barceloneses y de pueblos
de las cercanías tomaban los principales puntos de la ciudad, iniciando la última etapa de las
revueltas del período, la de mayor radicalidad.
Aunque era de carácter federal, se llamó revuelta centralista por el hecho de defenderse la
constitución de una Junta Central. El mote popular que adquirirá será el de Jamáncia, del caló
comida o hambre, fuera por el hambre que sufrió la población durante el sitio, fuera por la
condición social de los revolucionarios, fuera por las canciones y simbología popular que hacía
referencia a freír a los moderados y a Prim a la paella. Como en las tentativas revolucionarias
previas, se formó una junta en Barcelona que aplicó políticas populares. La revuelta triunfó en
Mataró, Girona, Hostalric, Figueres, buena parte del Empordà, en Sant Andreu de Palomar, Tordera,
Sabadell y Reus. También en Vigo, Zaragoza, León, Almería y Granada. Pero, desde finales de
septiembre, irían cayendo una tras otra ante las fuerzas gubernamentales. Narváez concentró todo el
poder militar y político y ordenó que se acabase con cualquier revuelta a sangre y fuego. El 1 de
octubre, como había ocurrido durante la revuelta del 42, se bombardeó indiscriminadamente, ahora
con más ahínco, la ciudad de Barcelona. Lejos de querer rendirse, el día 3 la Junta formó una nueva
compañía armada, compuesta y dirigida por obreros. No era una defensa suicida, puesto que
periódicos progresistas y los líderes de la revuelta daban noticia de que había levantamientos
centralistas en distintas poblaciones del Estado.
El día 8, la reina Isabel era declarada mayor de edad. El gobierno López, quemado por su
incumplimiento del programa revolucionario, cayó. La Junta envió un comunicado al Capitán
General diciéndole que no podían ser tratados como rebeldes, puesto que no eran los centralistas
quienes habían roto los pactos establecidos por la coalición revolucionaria. Cinco días después, ante
el bombardeo incesante, la Junta comunicaba que aceptaba la capitulación. El día 20, la Junta
marchaba rumbo a Marsella y el ejército entraba a la ciudad.
Bajo la batuta del general moderado Narváez, se disolvieron la Milicia Nacional y los
Ayuntamientos progresistas, se censuraron todas las opiniones políticas y se juzgó a todos los que
habían participado en las revueltas. Aún habrá un levantamiento progresista radical en Alacant y
poblaciones cercanas en 1844, pero será rápidamente derrotado y sus líderes fusilados. En una
alocución posterior, el Capitán General de València advirtió: “¡Ay del que no se convenza que la
hora de la revolución ha pasado!”12. Dará comienzo un largo período de hegemonía de la
oligarquía liberal conservadora que se extenderá, con intervalos, todo el siglo XIX y parte del
XX.13

Conclusión
Las revueltas de 1840-43 de Barcelona configuran un proceso revolucionario que tenía como
objetivo avanzar hacia una sociedad democrática y socialmente menos desigual. Tuvo cuatro picos
revolucionarios, en un proceso dinámico y ascendente en radicalidad política y social: julio de 1840,
octubre del 41, del 13 de noviembre al 4 de diciembre del 42 y finalmente, del 5 de junio al 20 de
noviembre del 43. Sus éxitos y fracasos guardan relación con el desencaje entre el Estado español y
la dinámica socio-política de Barcelona y Catalunya. El contexto venía marcado por la
industrialización y proletarización de los oficios urbanos y por un liberalismo que, tras vencer el
absolutismo en una dura guerra civil, mostraba sus límites con un progresismo autoritario,
centralista y cuartelario. De forma natural, las clases populares, con una presencia cada vez más
determinante de la clase obrera, se aproximarán al progresismo radical y al republicanismo popular,
federal y socializante.
De todas las alianzas de clase, la que me parece más coherente es la de la clase obrera con la clase
media, puesto que el estreñimiento de la pirámide social torna en utopía la supuesta posibilidad
generalizada de ascenso social. En tiempos de crisis, esta utopía se desvanece a ojos vista. Se acusa
a los revolucionarios de mantener un ideario disperso, de ser populistas, pero no lo eran más que los
progresistas, aparte de ser apreciaciones sumamente subjetivas y descontextualizadas. De hecho, se
puede decir que tenían un programa más coherente y concreto: defendían el sufragio universal, los
derechos individuales y colectivos, una reforma fiscal que incluyese la eliminación de impuestos
que recaían sobre quienes menos tenían y el aumento de los impuestos a quiénes más tenían, el
aumento de los jornales, la limitación a la especulación, la promoción de la educación universal,
reformas laborales y promoción de servicios sociales entre las clases populares, la construcción de
un Estado federal que atendiese a la pluralidad de pueblos peninsulares, la limitación del
militarismo estatal, la reducción del poder de la Casa Real (cuando no su eliminación) y, finalmente,
la defensa de una práctica democrática vigilante que, al no poder desarrollarse por vías
institucionales, se veía forzada a la vía insureccional.

Notas:
1 Ollé Romeu, J. M., 1994: Les bullangues de Barcelona durant la primera Guerra Carlina (1835-
1837). Tarragona: El Mèdol; García Rovira, A. M. 1997: “Radicalismo liberal, republicanismo y
revolución (1835-37)”, en Ayer nº29, 1998.
2 Camps, E., 1995: La formación del mercado de trabajo industrial en la Cataluña del siglo XIX.
Madrid: Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, p. 98.
3 Benet, J.,y Martí, C., 1976: Barcelona mitjan segle XIX. El moviment obrer durant el Bienni
progressista (1854-1856). Barcelona: Curial, p. 129.
4 Ibid., p. 178.
5 Barnosell, G., 1999: Orígens del sindicalisme català. Vic: Eumo.
6 Lida, C. E., 1997: “¿Qué son las clases populares? Los modelos europeos frente al caso español
en el siglo XIX”, en Historia Social, nº 27, 1997.
7 Para el estudio del artesanado barcelonés de principios del siglo XIX, véase Romero Marín, J.,
2005: La construcción de la cultura de oficio durante la industrialización. Barcelona, 1814-1860.
Barcelona: Icaria.
8 Véase Moliner, A., 1997: Revolución burguesa y movimiento juntero en España (La acción de las
juntas a través de la correspondencia diplomática y consular francesa, 1808-1868). Lleida: Milenio.
9 Santirso, M., 2008: Progreso y libertad. España en la Europa liberal (1830-1870). Barcelona:
Ariel. pp. 30-35.
10 Una breve síntesis en Hobsbawm, E., 1998: La Era del capital, 1848-1875. Barcelona: Crítica,
pp. 21-38.
11 Marx, K: “El 18 Brumario de Luis Bonaparte”, en Die Revolution. Nueva York, 1852. disponible
en http://www.marxists.org/espanol/m-e/1850s/brumaire/brum1.htm
12 Díaz Marín, P., y Fernández Cabello, J. A., 1992: Los mártires de la libertad (La revolución de
1844 en Alicante). Alicante: Instituto de cultura Juan Gil-Albert.
13 Síntesis del conjunto de las revueltas en Fontana, J., 2003: “La fi de l’Antic Règim i la
industrialització (1787-1868)”, en Vilar, P. (dir.), 2003: Historia de Catalunya, vol. 5, Barcelona:
Edicions 62, pp.279-294. Para seguir el proceso revolucionario en distintas poblaciones del Estadof:
Moliner, A, 1997: op. Cit.

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