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LA MÚSICA EN LA EDUCACIÓN

ESCUCHAR Y HACER
Daniel Maggiolo

"No la entiendo" es una de las excusas más frecuentes -aunque también de las más
benevolentes- para justificar el rechazo a la música culta contemporánea. Esta aparente
dificultad para entenderla sería uno de los mayores escollos que deberían superar las nuevas
creaciones para acceder a públicos más numerosos. Sin embargo, detrás de dicha frase se
esconde, generalmente, el desconocimiento o la falta de familiaridad. Aún entre los músicos.
Así, la música culta contemporánea no se toca -o se toca poco- porque no se entiende, es decir,
no se conoce. Y no se conoce,s decir, no se entiende, porque no se toca - o se toca poco. Cierto
que ésta es seguramente sólo una de las razones, pero sin duda una sumamente importante.
Para slair de este círculo vicioso no alcanza con incrementar la presencia de creaciones
contemporáneas en el repertorio habitual de conjuntos y solistas. (Aunque obviamente sería
deseable y por sí solo ya de gran ayuda.) Una contribución mayor aún estaría dada por la
comprensión del condicionamiento que el proceso educativo establece sobre la actitud del
individuo ante la música. Restringiéndonos al proceso educativo formal, hay dos aspectos que
nos parece tener en cuenta en la relación entre música y educación.
El primero es comprender y aprovechar las posibilidades de la música para el desarrollo de la
personalidad, integrando la práctica musical a la enseñanza general del niño y el adolescente.
No concibiendo al individuo como un mero acumulador de informaciones, fomentando una
actitud pasiva ante la música, sino impulsando la creatividad individual y colectiva, a partir de
su entorno sonoro natural. Quizás así se logre formar individuos que consideren que hacer
música es tan importante como escucharla.
Pero para ello es necesario partir del entorno cultural en el que está inmerso el niño o el
adolescente: el Uruguay -asumiendo y respetando toda su complejidad y diversidad- a fines
del siglo 20.
El otro aspecto a tener en cuenta es la necesidad de brindarle al individuo los elementos
básicos para poder comprender el fenómeno musical. En tanto lenguaje cuyo fin es a
comunicación, la música responde a una serie de códigos cuya ignorancia limita e proceso de
comunicación, o incluso lo deforma. No nos estamos refiriendo al aprendizaje de los
fundamentos de la teoría musical -que por sí solos no bastan, aunque no estarían de más- sino
al reconocimiento de los mecanismos que rigen la comunicación a través de la música y sus
raíces históricas, sociales, culturales, económicas.
Y para ello sería de indudable ayuda una mayor familiaridad con los procesos de creación
musical, obenida por medio del estímulo de la creatividad de la práctica de la creación desde la
más temprana edad, como señaláramos anteriormente.
Hasta ahora hemnos realizado algunas consideraciones em trono a la posibilidad (y necesidad)
de integrar la música al proceso educativo general del individuo y el aporte que ella puede
brindar al desarrollo de la personalidad. Pero hay otro tema importante en la problemática de
la música y la educación: el de la enseñanza musical propiamente dicha.
Existen estudios que indican la edad más apropiada para cmenzar el aprendizaje de un
instrumento musical, a partir de la cual, si bien no imposible, dicho aprendizaje se dificulta
enormemente. Sin entrar en condiciones técnicas específicas (la edad no es igual para todos los
instrumentos, etc.) no es la terminar la secundaria el momento ideal para comnezar a estudiar
un instrumento musical.
Es decir, si se pretende garantizar la enseñanza gratuita global y a la vez diferenciada, debería
existir en todo el país una red de escuelas públicas de música donde el pudiera acceder a una
enseñanza musical sistemática, en donde se incentivaran su talento y sus mejores capacidades.
En esas condiciones la Escuela Universitaria de Música (EUM) podría cumplir más
cabalmente con su verdadero cometido, esto es, la enseñanza musical superior, sin tener que
desviar esfuerzos en un ciclo básico (que se inicia este año), cuya alta inscripción muestra a las
claras la necesidad de una enseñanza musical pública preunivesitaria.
Una de las mayores dificultades que enfrenta la EUM deriva precisamente de esta situación,
puesto que el bajo nivel de exigencia en la admisión condiciona el nivel de egreso al cabo de
cuatro años, a veces insuficientes para superar las carencias que pudiera presentar el estudiante
a su ingreso o para lograr un nivel acorde con el carácter superior de los estudios. No es que la
enseñanza universitaria de grado sea la culminación del proceso educativo, que por algo
existen los cursos de posgado y las especializaciones. Pero sí debería ser la continuación de un
proceso iniciado anteriormente.
En momentos en que se habla de una posible nueva ley de enseñanza, no estaría de más que se
tuvieran en cuenta las posibilidades de la música en la formación general y las necesidades
concretas de la educación musical, recogiendo la experiencia de los más vastos sectores
vinculados a ella (los públicos, los privados, los talleres de música poplar, ente otros).
Comenzando, claro, por definir qué individuos y qué músicos necesita el Uruguay de hoy con
vistas al futuro.
¿Estamos pidiendo demasiado? Quizás. El sistema considera la educación como un medio para
formar una visión de mundo que no cuestione el orden establecido, es decir, como
reproductora de la ideología dominante y de las actuales relaciones de producción. Pero toda
reproducción implica necesariamente la recreación de circunstancias dadas a un nivel superior.
Es que todo sistema, para subsistir, debe desarrollarse. La cuestión radicará en la medida en
que dicha reproducción -el desarrollo- pueda ser visualizada con anterioridad. Y en si el
desarrollo se limitará a cubrir las necesidades de la clase dominante o aprovechará al máximo
las posibilidades que ofrece el momento histórico concreto.

(*) Publicado originalmente en:


El Popular
Montevideo, 4 y 11 de marzo de 1988

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