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La razón…
de mi actuación
Colección Delta - No. 120
© Fundación para la Cultura y las Artes, 2015
La razón… de mi actuación
© Aníbal Grunn
Imagen de portada
Autor:
Año:
Motores fundamentales
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8 / Aníbal Grunn
Aníbal Grunn, una vida que comienza
Ciertamente hay una vida en cada novela, o tal vez pudiera haber
muchas vidas en una novela, muchas circunstancias y mucha poesía
en el entramado de la historia. En la intención de escribir una novela
pudiera haber muchas cosas, interesantes o no, que se quisiera
contar para dejar memoria de lo vivido. Para dejar el testimonio
humano, no sólo como un ser dual, cuerpo y alma, sino como un
ser sujeto a lo dramático, sujeto a la fortuna o al infortunio. Un ser
que vive en una situación de tiempo y espacio, pero vive frente a
ella, no como parte de ella. En resumen, una novela es la memoria
de una vida. Todos quisiéramos contar nuestras memorias porque
hacerlo es como continuar viviendo, y no hacerlo es como dejar
desaparecer la vida retazo a retazo. Pero he allí la cuestión, el punto
discutible: la memoria humana es brillante en los albores de la vida,
pero nebulosa en el ocaso. Memoria y tiempo van hermanados, no
es posible hablar de memoria sin hablar de tiempo. Bajo este punto
de vista concibo la memoria como un baúl donde vamos guardando
nuestro pasado sujeto al influjo continuo de la conciencia y a los
arrebatos del tiempo.
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olvido, siempre va muy junta, pero siempre opuesta a Mnemosine, la
diosa de la memoria.
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En un pequeño pueblo de la pampa seca
Cuando a los seis años tuve «falso croup», sentí que por primera
vez me encontraba de frente con la muerte. A mi cuerpo de niño le
costaba mucho respirar y por más que inflaba los pulmones, estos
no lograban llenarse de aire. Recuerdo que íbamos en el carro de
mi tío, que en ese momento regentaba una farmacia en un pueblo a
algo más de cinco leguas del nuestro. Mi madre me cobijaba en sus
brazos y yo casi sin aire le pregunté:
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la pampa seca, con el firme interés, de parte de ellos, de progresar,
sacrificarse algunos años y luego regresar a la ciudad de donde
habíamos venido. Los verdaderos clientes eran los campesinos de
las cercanías, quienes llegaban con sus carros a caballo.
Pueblo pequeño, con una calle principal y algunas otras no tan im-
portantes, que no pasaba de ciento cincuenta habitantes. Dividido por
dos fracciones políticas claramente definidas. Una, la más moderna,
construida por un gobierno provincial, detenida en lo que pudo ser
el progreso, con plaza, escuela, iglesia y algunas casas desperdigadas.
La otra parte, el centro, lo viejo, el pasado, sin plaza, sin iglesia, con
negocios, con otra escuela y casas no tan desparramadas. Tan extra-
ño que la estación de ferrocarril se construyó alejada a un kilómetro
del pueblo. Ahora pienso, si todo estaba tan distante del centro, es
posible que quienes lo urbanizaron tenían la ingenua ilusión de creer
que podía crecer y desarrollarse con el tiempo. Cosa que no pasó. En
la actualidad, es un pueblo fantasma. Hace más de cincuenta años de
esta historia y aún sigue igual.
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hojas, dejando que las primeras aguas lavaran las láminas de metal.
En cuanto se limpiaba, cerraba los bajantes y así entraba en el aljibe,
sirviéndonos para beber, para cocinar y por supuesto para bañarnos.
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Cada cuarto tenía su ropero o escaparate para guardar la ropa de
vestir y la ropa de cama. En el cuarto de mi hermano y mío había uno
un poco más pequeño, con una puerta central con espejo. Recuerdo
que un día, mi abuela, que era muy bajita, estaba ordenando algo y se
montó en el ropero por el centro. Pero el peso de su cuerpo hizo que
el mueble perdiera el equilibrio y se cayó de frente, dejando atrapada
a mi abuela, dentro de él. Ella pegaba gritos y nadie la oía. Nosotros
estábamos en la escuela, la muchacha de servicio, en la cocina en sus
quehaceres, pero con el radio encendido y mis padres en el negocio.
Hasta que mi padre entró en el cuarto de depósito y pudo oír los
gritos y así rescatarla. Mi abuela estaba muerta de la risa. No le había
pasado nada, sólo el susto y la espera.
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Aparecieron los primeros tocadiscos, y desapareció la victrola, a
la que había que darle cuerda para que giraran los discos de setenta
y ocho revoluciones por minuto. Esos tocadiscos que funcionaban
con la carga eléctrica de acumuladores y que vendíamos en la tienda.
Los discos 78, fueron poco a poco siendo reemplazados por los de
45 revoluciones por minuto y luego los «long play» de 33 rpm, cada
vez de menos velocidad y mayor cantidad de música, grabados por
ambos lados, doce temas del mismo cantante. Cómo olvidar a Nat
King Cole, al Trío Los Panchos, Los Cinco Latinos y José Luis, un
español que cantaba acompañado de su guitarra. Aparecieron los
tocadiscos portátiles, de baterías. Los radios de transistores, radios
pequeños, radios con audífonos que nos permitían escuchar sin
molestar a nadie.
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revistas que mi hermano y yo devorábamos. En cada número venía
publicado el argumento de una película, que yo recortaba y pegaba,
creando así mi primer álbum de cine. Cuántas películas, cuántos
sueños que yo veía tan lejanos, tan imposibles de alcanzar. Eran mi
fantasía, mi mundo interior.
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Una infancia feliz
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En tercer grado me cambiaron para la escuela provincial, un
edificio más moderno, dos maestras, una que venía de la ciudad
y la otra, que era a su vez la directora. Tenía sus habitaciones en
la escuela, donde vivía con su mamá, muy viejita. Maestra de los
cuatro grados inferiores, por lo tanto, mi maestra. Recuerdo que yo
estaba empezando a escribir con tinta. Unas plumas de metal que
se colocaban en un trozo de madera en forma de pequeño lápiz. Las
plumas cucharita, así se llamaban, se mojaban en la tinta azul. El
pupitre para dos, pegado al asiento, con una tapa que se levantaba y
donde podíamos guardar los cuadernos. La mesa inclinada y encima,
en un rincón, el tintero de porcelana que alguna vez fue blanco, pero
que de tanto uso había perdido su color inmaculado.
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yo tomando mis propias decisiones. Como siempre, libre, indomable,
rebelde.
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Por esa época, no había cumplido aún los dieciséis años, tuve mi
primera experiencia teatral. Nos presentaron al director de teatro de
la Universidad, pues teníamos la firme intención de montar una obra
de teatro inglés, que yo había leído. Él nos dijo que estábamos locos,
que era demasiado para nuestra falta de experiencia. Pero una tarde
me llamó por teléfono a casa de mi abuela. Me necesitaba.
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Los descubrimientos de la adolescencia
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primer trabajo, mis primeros sueldos y poder disponer de mi dinero,
comenzar a sentirme adulto. Por supuesto como era inevitable: el
amor. El primer amor, ese que jamás se olvida. Ese amor, que no llega
solamente lleno de armonía, de felicidad. Ese amor de dos, que los
demás intentan destruir, destrozar, acabar. Ese amor por el que uno
lucha hasta quedar desmayado, sin fuerzas, sin lágrimas para seguir
llorando. Por ese amor hui de mi casa, por ese amor me hice adulto de
un solo golpe, por ese amor supe lo que costaba la libertad. Y luego,
un buen día, te arrebatan ese amor, te lo llevan lejos y tú vuelves
a quedar vacío, lleno de huecos, de heridas que aunque cicatricen,
dejarán sus huellas para siempre. El primer amor, es verdad, nunca
se olvida. Dure lo que dure. Es el primero y es para siempre. Aún
hoy, ya viejo, escribo esto y lo recuerdo y vuelvo a temblar como
la primera vez. Lo siento como si fuera en este momento que me
volviese a enamorar. Un amor por el que me enfrenté al mundo, a
mi vida, a mí mismo. Y qué curioso, luego de casi cincuenta años,
un día, por obra de ese destino que juega con los hombres como
si fuésemos muñecos de un gigante titiritero, me volví a topar con
ese primer amor, ya estábamos viejos y muy cambiados. La vida es
terrible, los años no pasan en vano.
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fuerte mi disciplina, mi moral, mi forma particular y personal de
asumir un oficio.
Siempre fui muy irreverente, hacer las cosas por placer, no por
imposición. No creo, ni he creído jamás, que hay una sola forma
para hacer las cosas. Hay muchas maneras.
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Unas cuadras más adelante, se detuvo un carro, bajó el vidrio y
era otra profesora, la de segundo año.
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colegio donde daba las clases. Éramos muy jóvenes, muy audaces. Yo
por transformarme en líder y ellos por creer en mí.
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casa. Muchos estrenos y poco público siempre, pero no dejábamos
de trabajar.
Hasta que nos hizo falta un escenario con altura, una tarima.
Bueno, ya estábamos acostumbrados a usar lo que nadie utilizaba y
así encontramos, unas maderas, unas vigas y lo construimos. Entre
nosotros, sin ayuda de nadie.
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poner dos cuchillos cruzados debajo del escenario y que todo se iba
a pasar. Bueno, lo hicimos y nunca más escuchamos nada. Al poco
tiempo nos pidieron la casa porque la iban a derrumbar para hacer
un edificio. Así comenzó nuestro calvario y a buscar una nueva sede.
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Primeros pasos en el teatro profesional
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En el aeropuerto El Dorado, nos esperaban los dos compañeros.
Todo iba bien. Ya se habían conseguido varias funciones a través de
un sistema muy extraño, nos daban los boletos (entradas) y nosotros
los vendíamos en fábricas, negocios y empresas. Así comenzó
nuestra gira internacional. En Bogotá estuvimos más de un mes. Nos
alojábamos en casa de compañeros artistas. Comíamos muy mal, con
muy poco dinero y cosas a las cuales no estábamos acostumbrados:
frijoles, arroz, yuca, plátanos y tantas cosas distintas.
Por primera vez entré en una cárcel a hacer teatro. La boca del
escenario estaba cerrada con rejas. No se sabía si los presos éramos
nosotros o ellos, el público. Nos dijeron que era para protegernos.
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Luego Medellín y ahí la división del grupo se hizo palpable. De
todos modos seguíamos juntos. En mi soledad escribía, escribía
mucho. Escribía sobre todo lo que nos pasaba, sobre nuestra nueva
vida, necesitaba dejar testimonio de eso. Un pequeño cuaderno
que no sé dónde se perdió en medio de tantas mudanzas que luego
conformaron mi largo trajinar por tierras venezolanas. Y fue en
Medellín que estrenamos «Zarpazo», la obra colombiana. Ahí tuve
uno de los momentos más fuertes de mi vida. Yo era el protagonista,
un estudiante que es muerto por las fuerzas del orden público,
durante una manifestación en la Universidad de Antioquia.
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—¡Hijo!
El silencio fue como una lápida. Nadie dijo nada, nadie habló.
Todas las miradas se voltearon hacia el señalado, quien estaba de pie
como el resto de los asistentes. Y él, impertérrito, comenzó a salir del
teatro, sin mirar a nadie.
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Venezuela
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Los brazos de Caracas nos cobijaron con todo ese calor que
tienen los verdaderos amigos. Sentí que había llegado al paraíso, la
tierra prometida. No podía creer tanta libertad y tanto afecto.
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El día que se regresaron me sentí libre, como si un globo muy
pesado se elevara por encima de mí. Pero también me invadió el
miedo, la inseguridad por quedarme en un país extraño, rodeado de
nuevas personas. La incertidumbre.
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—¿El personaje es «Su Señoría»?
Y me dice:
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la agencia de viajes con mi boleto. Pero, qué sorpresa, estaba vencido,
caducada la fecha de regreso. Debía comprar otro.
Esto último no era tan cierto. Tenía aún mis amigas de la infancia
y las nuevas amistades venezolanas. Pero nadie conocía mis temores,
mis miedos por estar indocumentado, que me atraparan, que me
deportaran. No era la forma en que había imaginado el regreso.
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El primer exilio
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dos esponjas dentro de los cachetes, que al presionarlos hacían
ese espantoso efecto. Un invento mío, producto del estudio del
personaje, claro está.
Los dos nos asomamos, sin ser vistos, por entre bambalinas y nos
damos cuenta que el tipo está de pie junto a los protagonistas, que
acostados en un sofá desarrollaban una escena muy romántica. El
tipo, con un cigarrillo en la mano, les pide fuego. La actriz aterrada,
le dice a su compañero:
—¡Está desnudo!
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—¡Por favor! —continúa el nudista hablándole al público—
¿alguien me puede dar fuego? —y agrega— Tranquilos que esto es
parte de la obra.
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De más está decir que a partir de ese momento, la obra se
convirtió en un éxito de público. Todos los periódicos registraron
lo sucedido, nos entrevistaron en revistas, programas de televisión.
El nudista, culpable o no, colaboró con la promoción de la obra. En
algún momento llegamos a sospechar que el director y productor
planificaron eso, pero luego lo dejamos en el lugar de los misterios,
para que aclarar si luego oscurece.
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la medianoche, no se iban fijar en la fecha de la visa y me sellarían
rapidito el documento. Obedientes, como soldados, eso hicimos.
Al llegar, mis amigos estacionaron el carro lejos de la ventanilla de
migración, eran como las dos de la madrugada. Yo, muy asustado,
me bajé y comencé a caminar, con el pasaporte en la mano, hacia
la ventanilla. Un vidrio roto, una luz de fluorescente mortecina y
un viejo funcionario, me recibieron el documento. Pasaba las hojas,
revisaba los sellos, hasta que encontró la visa de cortesía.
—Eso es verdad.
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o un Guardia Nacional, ya iba a poder cobrar mi dinero: era un
ciudadano legal.
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Fue mucho el ruido que se armó en torno a ese montaje. Reportajes,
denuncias en la prensa, amenazas de pandilleros homofóbicos, toda
una historia que hizo que las colas para comprar entradas fueran
inmensas.
Por esa época tuve varias discusiones y peleas con tres directores.
Uno español y dos venezolanos. A los tres les dejé el montaje y me fui.
Debo reconocer que yo no era fácil, que era bastante intransigente y
rebelde como siempre. Pero tampoco ellos eran monedita de oro. No
soporté más y me fui de Caracas. Me mudé al entonces departamento
Vargas. Comenzó lo que yo llamo, mi primer exilio. La universidad
me ofreció tiempo completo y me dediqué de lleno a la enseñanza y
a la dirección.
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Años de universidad
De tres veces por semana, comencé a dar clases todos los días.
Desde la mañana hasta la noche. Fui poco a poco demostrando que
no era un simple profesor y la universidad me lo reconoció. Me
asignaron tiempo completo, como administrador, pero con sueldo
de profesor, lo cual era una ventaja.
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Un día, decidimos tomar por asalto un salón que estaba destinado
a ser un laboratorio, pero lo necesitábamos para las clases. Nos
metimos en él, nos adueñamos y la universidad dijo sí. Poco a poco
se fue acondicionando. Se le hizo un pequeño escenario, con latas de
leche construimos nuestro equipo de luces, la consola con dimers
caseros y todo el mundo a trabajar. Unos querían actuar, a otros les
gustaba la producción o la asistencia de dirección.
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muy importante en Caracas. Ella era andina, fuerte, de carácter, pero
una madraza. Hicimos muy buena llave.
Ese año incluso, logramos montar una comedia muy ligera, pero
no por eso de mala calidad, entre profesores y alumnos. Un texto que
siempre había querido dirigir: «Prohibido suicidarse en primavera»,
de Alejandro Casona. Fue todo un éxito.
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Y por primera vez me fui de vacaciones a Argentina. Era el regreso
después de casi cuatro años. Tenía ganas de ver a la familia, los
amigos y sobre todo a mi mamá, quien nunca dejaba de escribirme,
semana tras semana, para recordarme lo mucho que me quería y lo
que me extrañaba.
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A los dos días regresé acompañado de mi amigo argentino y de
mi adorada prima. Me atendió otro funcionario, igual de déspota
que el primero. Yo aterrado, pues los días pasaban y me tenía que
regresar. Además en ese pasaporte estaba la visa para poder entrar
a Venezuela. Por más que le expliqué todo esto al policía, no le
interesó. Es decir, fue peor. Sin explicación alguna, me dejaron
detenido. Afuera, en la calle, mi amigo y mi prima. Pasaban las
horas, yo sentado en una oficina veía a la gente, nadie me veía a mí.
Iban y venían. En un momento vi al antipático funcionario que me
había atendido y le pregunté:
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Al otro día, muy temprano nos fuimos al aeropuerto.
De más está decir que fue muy bien recibida, tanto que de ahí en
adelante, nos tocó viajar por todo el país. En Caracas nos presentamos
en el Teatro Nacional y en el aún no inaugurado Teresa Carreño: en
la sala José Félix Rivas. Fue tanto el éxito que viajamos a Puerto Rico
y la hicimos con una coral y una orquesta de allá. La Universidad
puso los actores, el iluminador y a mí. Una coproducción entre la
Universidad Simón Bolívar y la Universidad de Río Piedras.
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—Quiero ser venezolano, doctor— le dije yo.
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¡Al fin Europa!
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que ascendía iba creciendo y se me mostraba bellísima, imponente,
sin brazos y sin cabeza, pero con unas alas inmensas.
Una tarde, sentí que era tiempo de partir, pero que regresaría.
Nuevamente a viajar. Y el destino, Italia. Aprendí a dormir en el tren.
Es decir, de día me bajaba en diferentes ciudades y las recorría. De
noche, me montaba en el tren y dormía en el vagón, de esa forma
me ahorraba el hotel y la comida era mucho más económica. Al fin
Roma.
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Qué placer, qué plenitud espiritual. Mi amigo trabajaba y no
podía acompañarme, pero por las noches me indicaba los sitios que
debía conocer. Me montaba en su bicicleta y a recorrer Florencia y
sus alrededores. De mañana, unas dos horas a la galería degli Uffizi,
por la tarde las plazas, las calles, las iglesias y por las noches las
discotecas, los bares, los restaurantes.
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bebíamos champaña. Ahí nos mezclamos todos, los elegantes de la
platea, con los pobres de las gradas, todos por igual.
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—No, estoy de vacaciones.
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—¿Por qué?
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me monté en el tren y partí rumbo a Port Bou, en la frontera con
Barcelona, España. Allí, por ir de amiguete con unos uruguayos,
me detuvieron cuarenta y ocho horas. Nada grave, pero ellos si la
pasaron mal y no pudieron entrar en España, nunca supe la razón,
me imagino que serían cuestiones de drogas o algo así. Yo, como
estaba limpio y demostré que los había conocido en el tren, pasé
bien.
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De vuelta a casa
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y reflectores le daban al espacio toda la atmósfera necesaria para
ubicarnos en el siglo xix.
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donde las damas, hermosamente engalanadas, lo recibieron con
coronas de flores y música. En ese momento los narradores dieron
comienzo al relato, mientras el cuarteto ejecutaba una cuadrilla. Al
finalizar, el Libertador y sus acompañantes entraron a cenar, pero
antes se asomó al balcón del primer piso y le dirigió unas palabras
al pueblo allí congregado, finalizando así el espectáculo que había
durado más de dos horas y media.
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había sido muy grande. Pero mucho más grande era la alegría de
haber llegado a feliz término un esfuerzo tan extraordinario. Y
mayor alegría cuando a los pocos días recibí una llamada directa
de la Presidencia de la República, citándome a una reunión con el
secretario del Presidente. Pasé por varios estadios, asombro, susto,
culpa, alegría, curiosidad y sobre todo orgullo, ya que me solicitaban
como director y organizador de varios eventos parecidos, que
tendría que hacer a lo largo y ancho de Venezuela, y que culminarían
el 28 de octubre, día de San Simón, en la ciudad de Caracas.
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gritos de ¡Viva el Libertador!, eran maravillosos. El actor, mantuvo la
gallardía como si fuera el propio Libertador.
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Luego, ya en el templo, la ceremonia, la entrega del título de
Libertador a Don Simón Bolívar.
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grité, hice llamadas de teléfono, incluyendo al presidente y todo se
hizo como yo lo había planificado y escrito.
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Nuevamente en Caracas
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que si el público no conocía la vida de Gallegos, no iba a entender
nada. Se puso furioso, me llamó bruto, ignorante y no sé cuántas
cosas más. Es posible, pero era lo que yo pensaba. Esa discusión,
en vez de enfriar la relación, la fue fortaleciendo más. Durante los
casi diez años que estuve a su lado, nunca dejamos de discutir, de
planificar nuevos proyectos, de volar y como decía él: «de encender
fuegos de artificios». Al final siempre quedaba algo.
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Mientras tanto los cien invitados iban recorriendo las «tripas»
del teatro, distintos módulos, donde los actores de «Los gigantes
de la montaña», los atrapaban con su talento: el estudio de una
radio, un concierto a dos pianos, un velorio de la mafia y en cada
camerino una representación personal y particular, mientras dos
pirandellos, como si uno fuera la imagen del otro, iban presenciando
las distintas expresiones. Luego, el Ángel 101, conducía a los
espectadores al sótano y los sentaba alrededor del ascensor, en ese
momento una barcaza de remos ascendía a los cielos con los dos
pirandellos. Entonces, los espectadores subían al inmenso ascensor
que comenzaba a moverse hacia el escenario. Cuando se detenía, la
oscuridad cubriendo el espacio, el telón comenzaba a subir y en la
platea, como reflejo de ellos mismos, todos los artistas que habían
participado de esta gran performance los aplaudían.
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exista: patinetas, bicicletas, monopatines, etcétera. Lo titulé: «El ave
de canto más agudo». Tuve todo el apoyo del mundo. Las escenas
estaban enlazadas por diálogos de las más grandes obras del mismo
autor, con sus personajes travestidos. En fin toda una locura.
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Ahí me di cuenta que todo el ataque en la prensa cuando el estreno
de «El ave de canto más agudo», había sido un prólogo al escándalo
que se montó en Macondo, residencia de la presidenta del Ateneo.
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predicción. El montaje era como siempre, muy complejo. Lleno de
fuego, metal, cadenas, espadas, plataformas que subían y bajaban.
Complicadísimos sistemas de poleas manipulados por los mismos
actores, en fin un montaje «a rajatabla». Y como siempre, lleno de
percances. En uno de los ensayos, alguien no aseguró bien las poleas,
llamadas «señoritas», y como sobre ella había varios actores, algunos
haciéndose los muertos y otros aún peleando con pesadísimas
espadas, las cadenas comenzaron a ceder y la plataforma en cuestión
estuvo a punto de aplastar a otros actores que se encontraban debajo.
Eso sin contar con accidentes menores como cortes, golpes y hasta
un atisbo de incendio con las tres brujas y su terrible aquelarre
del comienzo. Pero lo más grave fue la muerte del padre de Carlos
Giménez, lo cual lo arrastró a una terrible depresión.
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El TNT siguió creciendo, se comenzó a ensayar el primer montaje
de ese grupo inicial y surgió así un espectáculo con dirección colectiva,
sobre los entremeses de Cervantes, que titulamos «Cervanterías».
La producción se hizo toda con lo que se encontró en el vestuario,
con restos de telas, mecates y una estructura de tubos. Pequeños
telones pintados a mano por los mismos alumnos, una experiencia
extraordinaria de lo colectivo.
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inundan la escena, mientras alguien vuela un papagayo y a lo lejos
se escucha un acordeón que toca una melodía latinoamericana.
Todo es poesía, atmósferas que definen un paisaje. Dijo Carlos en
esa oportunidad: «Tiene que haber un permanente disfrute de la
teatralidad para que el público descubra y asuma la convención que
proponemos y pueda a su vez sumarse a este disfrute». Y eso era lo
que sentíamos en el escenario: un verdadero disfrute cada vez que
comenzaba la función.
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limpia. Sólo una larga y altísima rampa al fondo y el escenario vacío,
forrado en yute crudo. Nuevamente la sala Rajatabla utilizada en
todo su esplendor. La propuesta dramática crea las atmósferas más
extraordinarias que se pudieran imaginar para este texto: un convento
de franciscanos descalzos, con sus hábitos marrones y desde el rey
Basilio hasta Segismundo entregados sólo al texto, a generar los
clímax de profundidad y una sobriedad actoral maravillosa. Una
puesta en escena que fue la antítesis de la anterior. Una utilización
perfecta del espacio. Una dirección de actores maravillosa. Sus
detractores no pudieron hablar de «efectos», sólo existía el espacio,
el fuego de algunas antorchas, un poco de humo y el impecable
trabajo de los actores.
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Un paseo por los 80 y 90
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En el año 1984, se independizan, dejan de ser el Taller de Teatro
del Ateneo de Caracas, y se transforman en Fundación, sin perder
sus vínculos artísticos con la institución madre. Da comienzo así,
a la etapa más prolífera de la agrupación teatral. Se consolidan
internacionalmente. No sólo en el aspecto artístico, sino también
gerencial. Se fortalece el Festival Internacional de Teatro de Caracas,
creando Fundateneofestival, institución permanente que se ocupará
de la realización del mismo, extendiéndose a todo el país. Desarrolla
la escuela de teatro de Rajatabla: el Taller Nacional de Teatro (TNT).
Funda el Centro de Directores para el Nuevo Teatro a partir del I
Festival de Nuevos Directores. Da vida al proyecto: Teatro Nacional
Juvenil de Venezuela y al Teatro Infantil Nacional, con vínculos
importantísimos con la Asociación Internacional de Teatro para
Niños y Jóvenes, con sede en Europa (ASITEJ). Propician desde
la gerencia de la Fundación Rajatabla el movimiento teatral más
importante de los últimos años. Se realizan los primeros festivales
de teatro y danza para jóvenes y para niños.
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Los medios de comunicación abren nuevos espacios para
dedicárselos a la cultura. Los periodistas se interesan por las
actividades de teatro, de música, de danza, de literatura, de
artes plásticas. Por primera vez la cultura es noticia en el país. El
público es informado del acontecer cultural a través de los medios
periodísticos. La élite cultural ya no es una pequeña minoría, ni
se mira con cara rara a los artistas, el público asiste con afán a los
conciertos, a las exposiciones, a los teatros. La empresa privada
siente que también se puede apoyar a la cultura, porque la cultura
tiene espectadores.
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de producciones de factura internacional, que mantienen la calidad
alcanzada durante todos estos años, por el teatro venezolano.
82 / Aníbal Grunn
inspirarse con dinero. Puestas en escenas mediocres, pequeñas, van
tomando los pocos espacios teatrales que quedan.
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Se mantienen con grandes sacrificios los festivales de Oriente y
de Occidente. También algunas muestras y encuentros regionales,
que sin aportar mayores innovaciones tratan de suplir la ausencia
del Festival Nacional de Teatro.
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El creador dialéctico
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Era dialéctico en sus trabajos y en su acontecer diario. Nunca
dejaba de discutir, y mucho menos de oír a quienes tenía a su alrededor.
Preguntaba, propiciaba el diálogo en el trabajo y polemizaba sobre
la puesta que estaba realizando. Oía, tomaba o desechaba lo que no
servía o lo que no se adecuaba al momento. Permitía que el elenco,
que la producción, y hasta el personal técnico participaran de la
creación. Hacía del teatro un proceso colectivo. Pero sobre todo
consultaba mucho. A veces parecía inseguro, pero no era así.
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lenguaje particular, poético, teatral, conmovedor, logra reunir un
elenco extraordinario. Es el primer gran montaje de Rajatabla y a
partir de este momento vendrán otros trabajos memorables como:
«Bolívar» y «La Charité de Vallejos». Con el primero reafirman
su presencia en los escenarios del mundo. Presencia que había
comenzado a hacerse notar con «El Señor Presidente», en Nancy.
Sin embargo, «Bolívar», les permite una mayor difusión. Coincide
con su renuncia como director de Artes Escénicas en el Ateneo
de Caracas, lo que lo obliga a una mayor entrega a su grupo, y su
creatividad no se dispersa en pequeños asuntos. Su proyecto de vida
iniciado en 1971, arranca hacia la consolidación.
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y una extraordinaria iluminación, con un pequeño escenario en el
centro, eran suficientes para crear todas las atmósferas dramáticas
que la puesta necesitaba. Hasta su primera temporada en el teatro
Municipal, no sufrió cambios, pero luego lo único que se mantuvo
fue la pequeña tarima central, ya que el director aprovechaba los
escenarios vacíos y sobre ellos inventaba una nueva puesta.
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Segismundo, que luego me dejaba en el suelo. Esa noche, por extrañas
circunstancias, no me bajó, sino que me dejó caer y yo di con todo el
peso del cuerpo sobre mis rodillas. A pesar de estar protegidas, una
de ella sufrió un desplazamiento de rótula de casi cuatro centímetros.
Yo sin inmutarme continué actuando, cargando al protagonista sobre
mi espalda, en cuatro patas, como un perrito. Vino el intermedio, el
dolor era como si mil agujas se clavaran en mi cerebro. Y continué el
segundo acto. Esa noche dormí con una bolsa de hielo sobre la rodilla,
que como por obra de un milagro, amaneció desinflamada y perfecta.
Sintiéndome bien, tomé mi carro y me fui manejando a Rajatabla.
Íbamos a mudar todo el vestuario a unos depósitos nuevos. Sobre el
mediodía, ya no podía doblar la rodilla, se había hinchado y ya tenía
el tamaño de la cabeza de un bebé. De urgencia me llevaron a la Cruz
Roja, que era lo más cerca. Varios médicos me vieron, me cortaron el
pantalón y me hicieron unas punzaciones. En ese momento escuché
que debían llevarme a otro hospital para hacerme unas radiografías,
pues ahí no tenían ese aparato. Pero que era posible que me tuvieran
que cortar la pierna. Comencé a sudar frío. Mi mente empezó a
trabajar y negar toda posibilidad de quedar cojo. Estuve ocho días en
absoluto reposo. Inmóvil en la cama. Me atendían mis amigos. Me
bañaban acostado. Pero mi cabeza no dejaba de enviarle ondas a la
rodilla para que sanara.
La razón… de mi actuación / 89
En la obra que estaba casi todo el tiempo sentado y con bastón,
hacía un viejo gallego: «El embrujado», de Valle Inclán. Un montaje
un tanto desacertado. Un excelente dispositivo escénico, un elenco
demasiado heterogéneo y poco profundo en el estudio del autor y el
esperpento. Extraordinarias imágenes de paisajes gallegos pintados
en enormes telones y una plataforma inclinada con un gran pozo de
maíz en el centro, dónde vivía enterrada hasta la cintura: Andrea, La
Navora. Quizá demasiado simbolismo para el autor gallego, que es
tan descriptivo en sus imágenes y tan realista en sus planteamientos.
Las atmósferas gallegas no aparecieron nunca en este trabajo, tal
vez el director no supo trasmitirlas a sus actores, por contar con
un elenco tan disparejo. Aunque particularmente creo que realizó
demasiadas concesiones en el momento de completar el reparto.
90 / Aníbal Grunn
al público y cantando en vivo, sin la sofisticación de los micrófonos
inalámbricos, ni otro tipo de apoyatura.
La razón… de mi actuación / 91
preparara otro elenco que hizo la segunda gira. Aclaro que lo de «best
seller» es una broma, ya que el texto era muy malo. Y se transforma
en un éxito por el montaje, que tampoco es para recordarlo mucho.
92 / Aníbal Grunn
Ante los ojos del mundo
La razón… de mi actuación / 93
presentamos en Aruba, en un festival y nos llevamos el premio de
dirección y actuación.
94 / Aníbal Grunn
autobús y la escenograf ía en camión. En el trayecto llovió, y mucho.
El encerado del camión, no cubría toda la escenograf ía, por lo tanto
se mojó. Cuando llegaron a Camagüey, la bajaron del camión y la
pusieron a secar. Aparentemente nada se había estropeado. Por la
noche fuimos con el elenco al teatro y esa maravillosa virgen se había
encogido, era una virgencita. Claro, era lo único de la escenograf ía
que no tenía estructura de hierro.
La razón… de mi actuación / 95
La música en vivo, apoyada en algunos momentos por efectos in-
cidentales, creaban las atmósferas ideales para la interpretación de los
actores. Tormentas de arena, sangre, danza y cuerpos desnudos acen-
tuaban el sentido erótico del verso español. Pero fundamentalmente,
el impecable trabajo del actor que interpretaba, a La Celestina y el
apoyo del resto del elenco, convirtieron este montaje en un icono para
la historia del teatro venezolano. El ritmo de tragedia y comedia a lo
largo de casi dos horas, era manejado por los actores con gran maes-
tría. El texto era un verdadero pretexto para mostrar los sentimientos
de amor, celos, envidia, codicia y avaricia, que se encerraban en cada
uno de los personajes. Todo esto resultó inolvidable para los especta-
dores que tuvieron la oportunidad de apreciar este montaje estrenado
en Nueva York y mostrado luego en San Francisco, El Salvador, Costa
Rica, Colombia, México, Curazao e Italia.
96 / Aníbal Grunn
York. Mojado, con olores indescriptibles y lleno de arena. Y lo más
grave, ya no había tiempo de lavarlo y secarlo, era casi la hora de la
función. Así mismo se lo llevamos al actor e intentamos explicarle
y disculparnos. Pero nuestra sorpresa fue que a él le encantó, ya
que su personaje era así, sucio, cochino, inmundo. Y como él era
tan «stanislavskyano», lo disfrutó al máximo. Los que no lo pasamos
nada bien fuimos sus compañeros. Cada vez que nos acercábamos
las náuseas eran tremendas. Y sobre todo yo, que era su criado y
hasta le quitaba pan de la boca para comérmelo.
La razón… de mi actuación / 97
El nombre de Rajatabla se hacía imprescindible en los festivales
del mundo. Una mañana, Carlos me llama, muy temprano, como
todos los días y me pregunta:
98 / Aníbal Grunn
Se extraen las pocas conversaciones del original y se completan
con otras. Se van creando las escenas. Se conforma un equipo para
la dramaturgia: otro actor y yo, supervisados por el mismo director
que va sugiriendo las escenas. Leemos toda la literatura de García
Márquez. Sus cuentos, sus novelas y sus ensayos periodísticos.
La razón… de mi actuación / 99
La sala Rajatabla se inundó de agua, de láminas de zinc, de lodo.
La producción y el elenco no descansaban. Son casi dieciocho horas
diarias de trabajo permanente. Todo el mundo al servicio de la obra.
Se decide realizar un estreno privado en el Teatro de la Opera, de
Maracay, antes de presentarla en Spoleto.
Como actor fue uno de los trabajos más grandes que realicé
en toda mi carrera, ya que además de la versión y el apoyo como
director de algunos actores, tuve que interpretar cinco personajes
absolutamente diferentes. Eso por supuesto me trajo infinidad de
problemas con algunos compañeros del elenco, quienes decían que
yo había realizado la versión para mí. Bueno, la envidia es un arma
muy terrible. En principio, Carlos me pidió que hiciera solamente el
rey de Dovre. Entonces le dije:
Y así fue, pasó primero el actor que lo venía haciendo en todos los
ensayos, luego el que Carlos tenía preparado y por último yo, que no
sólo me sabía toda la letra, sino que tenía un vestuario y una propuesta
que iba acorde con todo lo que se estaba haciendo. Cuando finalicé,
todo el elenco me aplaudió y él no tuvo más remedio que decir:
—Bien —le digo— Déjame pasar este fin de semana, ya que mañana
estrenamos y lo ensayamos para la semana que viene, ¿te parece?
—¿Supiste?
En ese año, muere Joseph Papp, alma creadora del NYS Festival, y
nunca más se pudo realizar, a pesar de los intentos de sus directores,
dos motores extraordinarios que continuaron trabajando en el
Festival de Cine Latinoamericano en la ciudad de Nueva York.
Ya tenía más de cinco meses trabajando con los alumnos del Taller
Nacional de Teatro una obra que toda la vida me había fascinado:
«La cocina», de Arnold Wesker. Y ese año se iba a estrenar como
trabajo de grado. Una experiencia única. Cuando la tuvimos lista,
con todos los jugueticos, hasta olía a comida, se la mostramos a la
directiva de Rajatabla y a todo el cuerpo de profesores. Pero no les
gustó. Nos dijeron que era poco audaz, que nosotros estábamos
preparados para hacer algo más interesante. Yo, en lugar de
deprimirme, me crecí. A los pocos días nos íbamos a Colombia a
realizar una temporada con el «Coronel…» y luego regresábamos a
Canadá. No había mucho tiempo, el desaf ío era fuerte. Ya estábamos
programados para presentarnos con la obra en el Primer Festival
de Teatro Juvenil de Venezuela, no era el momento de asustarse. A
grandes males, grandes remedios.
—Mira, está bien lo que haces, dices bien, actúas bien, pero no
hay ningún personaje en el escenario, eres tú. Y yo quiero ver un
personaje.
Una noche, paseando por la plaza San Marcos, se sintió mal del
estómago, entró en el baño de un restaurante. Nosotros lo esperamos
fuera. Regresó y nos dijo que tenía diarrea, que debía ser la fruta.
Es lo único que quería comer, fruta: melocotones, duraznos. Había
perdido el apetito y se lo veía mucho más demacrado y triste.
—Diles que ellos fueron mis grandes amores, que pronto me voy
a reunir con otra gente que me espera.
En abril de ese año había muerto una de las personas que más
había amado en toda su vida, la pareja de esa persona también estaba
enferma. Muchos de sus amigos estaban enfermos y caían como
contagiados por una terrible peste. Él sabía que estaba en la lista.
Se fue sin decirnos nada, despacio, callado. Nos dejó solos con
algunas herramientas, con el dolor de la ausencia y del silencio.
Y el alma de ese ser, esa alma que desde que llegaba al edificio
Rajatabla comenzaba a dar órdenes y estaba pendiente de todo, desde
los bombillos de la puerta hasta el punto final de una producción, no
se puede copiar. Con talento se nace, lo que se puede es desarrollarlo.
De eso se ocupó toda su vida. Amaba a la gente inteligente, talentosa
y trabajadora. Era polémico, pero no odiaba ni tenía rencores. Muy
por el contrario, propiciaba la amistad, el amor, el diálogo. Tuvo
muchos enemigos durante su vida y aún ahora después de muerto.
Pero los principales enemigos son aquellos que no siguen haciendo
teatro, los que detienen el proceso creador, los que no luchan, los
que sienten que no hay nada que hacer. Los que han desertado y
se sienten abatidos por la crisis, por la falta de subsidios. Los más
grandes enemigos son aquellos que antes y ahora siguen creyendo
que es necesario estar con el gobierno de turno y «raspar» un
poquito de la olla para ver qué les toca.
Sin duda alguna, mis años a su lado, fueron los mejores años de
mi vida. Aún lo extraño. Han pasado más de veinte años y aún sigo
oyendo su voz y el teléfono suena algunas mañanas muy temprano
para que lo ayude a encender esos fuegos de artificio.
Comenzar una nueva vida no fue fácil. Tuve amigos nuevos que me
soportaron, que me ayudaron bastante y que me comprendieron.
Gracias a ellos, sobre todo a tres de ellos que se unieron a mí y no
me abandonaron hasta el sol de hoy, superé muchos momentos de
depresión. Ya no estamos juntos, pero seguimos en contacto y con
muchísimo afecto.
Por esa época escribí un texto que alguna vez me había pedido
Carlos Giménez que lo hiciera. La versión teatral de la novela de José
Mauro de Vasconcelos: «Mi planta de naranja-lima». Fue un trabajo
hermosísimo. Lo hice muy rápido, pero me costó muchas lágrimas.
Escribía en mi pequeña Olivetti portátil color verde, comenzaba
a llorar, me paraba, iba a la cocina, bebía agua, regresaba, volvía a
escribir y otra vez a llorar.
Fue una carta larga, extensa, cruel. Ese año me fui a pasar las
Navidades en Caracas, en casa de un amigo. Aproveché y pedí una
reunión con el Presidente de Rajatabla, viejo y gran amigo en su
momento, que según decían era quien más amenazaba a todos los
que se acercaban a hablar conmigo.
—¿Qué pasó? ¿Por qué esta cicatriz? ¿Por qué los drenajes?
El tal Alfredo era el actor argentino que a las cinco de la tarde iba
a estrenar una única función, sobre los poemas de García Lorca.
—¿Dónde estás?
Pero el problema no era con él, era con el técnico de luces, otro
argentino que viajaba con ese espectáculo y otro que se iba a estrenar
al día siguiente en la sala Rajatabla.
Bueno, no voy a contar la pelea que terminó muy mal. Pero muy
mal. El famoso actor nunca más vino a Venezuela, su representante,
un personaje muy importante en el teatro argentino, no supo nunca
cómo disculparse con nosotros. Y el festival siguió su curso.
Una mañana, ya casi en los últimos días del evento, paso por la
oficina de Carlos. Estaban reunidos y había mucha tensión.
Creo que a partir de este momento descubro en mí, algo que estoy
seguro, es fundamental para poder dirigir: «el dramaturgismo». Es
decir, adaptar, versionar o realizar modificaciones a la obra original,
en beneficio del montaje, sin perder la idea original ni entrar en
conflicto con el autor sobre estilo o concepto dramático.
La vida se encargó de poner las cosas en su sitio y él, tuvo que irse
del país, porque los acreedores lo estaban buscando como palito de
romero.
Era la segunda obra que escribía sobre temática gay y sobre el sida
que escribía. Primero fue «8 muy particulares», aún no estrenada y
publicada en una antología de teatro gay latinoamericano y esta otra
que bajo los auspicios de una fundación sobre la lucha contra el sida,
pude dirigir y estrenar con mucho éxito.
Dos cortos muy buenos, «La reina mora» y «La piragua del sur»,
me dieron cierta experiencia y el segundo, además un premio como
actor en el festival Manuel Trujillo Durán, en Maracaibo.
Por esos años había escrito varias cosas, entre ellas una obra de
teatro que me daría uno de los mayores disgustos y de las mayores
satisfacciones de mi vida.
Sin salir nunca del patio de atrás de la casa, los espectadores son
transportados por la imaginación y el talento de los personajes, en
un increíble viaje en avión y un inverosímil paseo en góndola por los
más atractivos sitios turísticos de Italia, sin faltar la visita al papa,
asomado al balcón del Vaticano. Este es el momento de mayor clímax
dramático, el público en más de una ocasión los aplaudía y muchos
al salir aseguraban haber visto a su Santidad. Es tan misteriosa la
magia del teatro.
Fue un año muy agotador para mí. Por esos días una amiga,
productora, argentina, me llama por teléfono y me propone la
dirección de una obra, que yo por casualidades de la vida, había leído
y no me parecía un buen texto.
Por esos días otra amiga, actriz que ahora había decidido producir
teatro, me ofrece un espectáculo sólo para mujeres. Yo ya había
tenido mi experiencia con «O todos o ninguno», pero lo que ella
me proponía era mucho más audaz. Hablaba de una obra que en ese
momento se estaba presentando en México y que se llamaba: «Sólo
para mujeres». Confieso que la idea no me atrajo mucho. Me pareció
demasiado comercial. Le propuse escribir una obra diferente, algo
Son muchas las razones que llevan a un artista a realizar una obra
de teatro. Pero fundamentalmente debe manejarse el criterio de
coincidencia no sólo con el autor, sino también con la producción,
el resto del elenco y fundamentalmente con la dirección y la
puesta en escena del mismo. Si todos estos factores no funcionan
armónicamente es mejor dejar todo y buscar otro camino.
Pero aún es pronto para saber todo esto, primero se debe conocer
en profundidad la obra y coincidir o no con los objetivos del autor.
Por lo tanto, el actor debe ser mucho más cerebral que intuitivo.
Es necesario estudiar, planificar, estructurar cada una de las escenas
en las que su personaje participa. Hacerlo de forma absolutamente
racional y no intuitiva. Preparar metódicamente todos los
movimientos, las reacciones y las emociones. De tal manera que se
pueda aplicar al ensayo de forma consciente y racional.
Por otra parte, los teóricos sólo nos dan una orientación o sus
descubrimientos, lo cual no significa que sea lo que más se ajusta
a nuestro trabajo. Muchos son los caminos que debe recorrer un
actor para llegar a un buen fin, lo importante es que sea riguroso,
disciplinado, inteligente y verdadero.
De pronto un día, sin saber muy bien cómo ni por qué, me vi como
gerente de una sala de teatro en Caracas. Una sala de teatro comercial,
que hasta ese momento sólo había dado pérdidas económicas y
dolores de cabeza, a sus dueños. Me proponen que asuma la gerencia
y yo, de puro audaz, digo que sí.
Bien, contra todas estas cosas yo tuve que luchar. Poco a poco
fui modificando todo eso. Por un lado tenía al director del teatro
que me apoyaba en todas mis propuestas, porque él quería que el
teatro funcionara, pero como también era socio de la compañía de
eventos infantiles, no podía negarse a ofrecer las instalaciones para
esas actividades.
Yo todo eso lo sabía, pero también sabía que nadie quería esa sala
por los problemas que tenía y lo duro que iba a resultar calentarla
para que asistiera público. Lo primero que me propuse fue crear
fe en las diferentes agrupaciones y en los distintos directores y
productores teatrales.
Los casi tres años que estuve al frente del teatro fueron
maravillosos. Desgastantes, eso sí, muy agotadores porque aunque
tenía excelente personal técnico, llegó un momento que la actividad
nos desbordó. Los martes y miércoles el teatro se alquilaba para
eventos especiales, talleres, conferencias, casting, filmaciones de
videos, proyecciones y cuanta actividad pudiera realizarse. Los
lunes era para mantenimiento y descanso del personal. Pero a partir
del jueves comenzaban las actividades propias del teatro. Llegó un
momento en que se hacían hasta seis obras diferentes por temporada,
cuatro para adultos y dos infantiles, lo cual significaba, más personal
técnico, más guías de sala, más taquilleros y por supuesto más gente
para estacionar los carros.
Dejé mucho en ese teatro, cosas muy personales que nunca fui a
buscar, con la ilusión de regresar alguna vez. No he vuelto a entrar
nunca más. Aún en mi corazón no cicatriza esa herida. He intentado
pasar la página, pero la maravillosa experiencia vivida me hace
añorar esos días y ese espacio.
PROTAGONISTA Y ANTAGONISTA
1) Me botaron de la casa
Pintar un cuadro.
1) Pedido
2) Protagonista y antagonista
3) Relación emocional