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- El periodismo es uno de los grandes legados del Siglo XIX, cuando se lo llamaba
diarismo. Me parece que esta gran herencia organiza la opinión pública, que de alguna
manera son la institución de la opinión pública. Y la convivencia con los diarios
digitales es algo que hay que pensar en términos más profundos. Hace unos meses se
produjo en el New York Times un cambio de proporción entre la redacción papel y la
redacción digital. Este es un cambio importantísimo que habla del predominio de lo
tecnológico dentro de uno de los principales diarios del mundo. Por primera vez en la
historia se inclina la proporción de la prensa digital. Me animo a decir que la prensa
digital tiene que ser una continuación de la prensa papel y su expresión paralela. Creo
que el modo en el que diario papel está unido a la ciudad, a la práctica del uso de la
ciudad, de la experiencia urbana y de la forma en que se crea el ciudadano en el espacio
público. Por lo tanto, el diario como objeto vital de la ciudad es un objeto que no es
fácil de definir porque supone la discusión política en todos los ámbitos vinculados a la
urbe, desde un bar a la oficina. Son ámbitos, instrumentos, sensibles a la expresión
democrática y de la experiencia social de la ciudad interpretada como un conjunto de
objetos vivientes.
- No estoy en contra de los diarios digitales, pero creo que tienen que encontrar y
todavía no lo han hecho, la forma de mantener la vitalidad del drama ciudadano, de la
plegaria ciudadana, como decía Hegel. No hay ningún problema para que no lo
encuentren en un futuro próximo. Que se traslade ese vitalidad del diario papel,
comprado en la esquina de tu casa, compartido en el bar o leído en el transporte público.
No me imagino cómo se puede trasladar esa vitalidad, en este momento no la veo, pero
sí le veo mucha potencialidad que no tiene el diario de papel. Es claro que tienen la
posibilidad de estar más sobre el acontecimiento, que poseen cierta modalidad de
participación de los lectores a través de los comentarios.
- Esto último merece también un debate aparte porque tal como se está empleando en
todo el mundo el comentario de los lectores. Esto tiene un doble aspecto para meditar.
El primero es que es muy interesante la activa participación. El segundo, es el lenguaje
trastrocado, primitivo, soez, injuriante, balbuceante de esos comentarios. Los
comentarios tienen que trascender ese horizonte injuriante. En este momento en
Argentina por la situación política esto aparece muy marcado. Se me ocurre que el
ciudadano de la época del papel es un ciudadano que es hijo de la Ilustración. Y en el
mundo digital, ese ciudadano vinculado al exabrupto es hijo del modo de convivencia
de las grandes metrópolis amenazantes contemporáneas. El ciudadano aislado, en la
penumbra de su casa escribe, escribe detrás de un seudónimo un gran improperio. Hay
que trascender ese nivel hacia la posibilidad de construcción de una escena pública más
democrática en cuanto al uso de la palabra.
- Digo lo mismo que para el periódico: de nada serviría esto si no hay una convivencia
entre la red, el mundo de la información electrónica y la digitalización electrónica con
la práctica real de lectura del lector real empírico. En este caso, me volvería empirista,
es decir, el empirismo de la práctica real del uso de los equipamientos urbanos y de la
práctica simbólico urbana con presencia real en los lugares donde está la producción de
objetos y de símbolos. Todo esto, al agregarse, el nivel de la digitalización, tiene que
agregar un nuevo campo de problemas de convivencia y paralelismo afectivo mejor
articulados que lo que vemos ahora.
- El lector no sospecha del soporte. La idea misma del soporte hay que trabajarla de una
manera más precisa porque al decir soporte no se puede equiparar los hilos de un libro
con las nuevas experiencias digitales. Los libros no son una secuencia lineal que se
turna, se hereda y se reemplaza una a otra cada vez que la anterior desaparece. De
hecho, el libro no va a desaparecer, se trata de yuxtaposiciones y convivencias. Hay que
pensar cómo conviven las experiencias de lectura de los distintos soportes. Incluso, el
hablar de soporte relativiza la idea de libro y hay que seguir diciendo libro. La idea
“libro” es muy poderosa. Está presente en nuestro lenguaje de una manera inextirpable.
En ese sentido, creo que el lector contemporáneo tiene a su disposición todas las
prácticas de lectura posibles. Desde la digital a la tradicional. Pero sabiendo que las
manifestaciones del ser, desde el punto de vista del lector, muchas veces son
heterogéneas. La lectura en pantalla origina un tipo de experiencia existencial diferente
a la lectura del libro. Ni siquiera lo sé explicar bien, pero basta que cualquier lector lea
esta frase para que sepa que desde lo postural a lo simbólico, los tipos de comprensión y
la relación entre el mundo físico y el mundo simbólico varía totalmente. Esa variación
es una variación civilizatoria en una escala que no sé si estamos en condiciones de
entender totalmente.
- Ahora es mi vida. En estos cuatro años he hecho muchas cosas por las cuales he
recibido críticas y elogios. He sido acompañado por muchas personas. Es un lugar que
es el hilo estructural de la historia cultural argentina, es el lugar de Mariano Mariano, de
Paul Groussac, de Jorge Luis Borges, es el lugar que Leopoldo Lugares rechazó. Es una
responsabilidad muy grande. En las últimas décadas la Biblioteca Nacional, al
convertirse más en parte del aparato estatal de la administración pública que es tan
problemática, ha vivido las vicisitudes de la vida política argentina. Nunca dejó de ser
así, ni con Mariano Moreno ya que surgió en tiempos de guerra. Siempre navegó en
tiempos de conflicto social, con Borges por ejemplo.
- Ese es un buen tema para debatir. La pregunta sería a qué tipo de cultura está asociada
la Biblioteca Nacional, entendiendo por cultura los grandes legados y la cultura popular
y qué nudos se pueden hacer entre ambas. La gran discusión contemporánea, debido al
tipo de institución problemática que es desde el punto de su administración, es que
quién debe dirigirla. Si un bibliotecario profesional y especializado o alguien vinculado
a la vida letrada tradicional, como es mi caso. Esto es parte de un problema también.
- Yo creo que en el caso de que un futuro inmediato, un bibliotecario con todas sus
especializaciones, se haga cargo por concurso, al mismo tiempo debería tener presente
las grandes corrientes de la cultura nacional. Si no la Biblioteca Nacional qué sería, ya
que no es mero ente prestador de servicios, sino que es un drama simbólico y no tiene
que esperar la consulta porque no es solamente un centro de documentación. La
biblioteca va hacia el lector, lo crea, crea nuevos lectores y excede su condición de
centro de documentación. Su propia presencia se abre a la memoria de la historia
argentina de una manera inmediata y conmovedora.
- Ahora me voy a describir como decía Macedonio Fernández, como “un lector
salteado”. Antes era más consciente de la unidad de cada libro. Sigo pensando en que la
lectura responde a esa maravillosa y arbitraria unidad del libro, pero lo creemos.
Cremos que el Quijote es una unidad que empieza en el primer capítulo y termina en el
último. No creemos que eso sea una medida contingente, arbitraria y casual, porque
desde el punto de vista de cómo fluye la cultura lo sea. Pero el modo que tiene el libro
de encerrar entre sus tapas, todo lo ilusoriamente que quieras, un mundo que tiene un
principio y un fin, me convoca. Soy alguien llamado a la religión de ese tipo de libros.
También me interesa los flujos de la cultura hechos en términos de lo que se llama con
cierta imprudencia hipertexto.
- De esto no se puede hablar sin un análisis muy firme de la situación de los medios.
Los medios han anexado en gran medida la producción de la cultura tal como antes se
hacía a través de las editoriales, las bibliotecas, las escuelas. Los medios tienen un
formidable poder pedagógico con resultados que hay que debatir. Evidentemente, tienen
un gran poder de complicación. Y no me refiero sólo a los medios en el sentido más lato
por los que pasa la construcción del espectador desde hacia varias décadas en todo el
mundo, sino me refiero a los suplementos culturales, al modo en que se escribe en el
periodismo. El Siglo XIX fue un siglo de intensa fusión entre el periodismo y la
literatura, hoy no sé si se pude decir lo mismo. Sin embargo, aunque no veo con mucha
simpatía la experiencia del blog, pero creo que en algún momento el coloquialismo
salvaje del blog va a dar la oportunidad de pensar algún desvío en las artes que puede
llegar a ser interesante. Eso hay que construirlo también con legados y herencias. La
cultura argentina de hoy se resentiría mucho si no entrara en un debate maduro con los
medios de comunicación, con los intelectuales de los medios de comunicación y con sus
trabajadores que deben ser los primeros interesados en que se haga este debate. Me
refiero al debate entre los grandes legados clásicos y el modo en que son retraducidos en
la televisión, por ejemplo.
- ¿Qué opina del deficiente tratamiento federal de la cultura en nuestro país?
- No. Nunca. En los grandes libros este es un personaje curioso y sin querer hacer una
apología del ladrón de libros como lo hace Roberto Arlt en un clásico momento de su
literatura, el ladrón de libros aparece como alguien que tiene derecho a la expropiación
porque puede fundar una cultura vinculada a los grandes valores de la cultura pero en
contra del mundo burgués que implica la propiedad de los libros. Es un poco ingenua
esta visión, porque es una visión muy romántica, con una gran cuota de infelicidad. Yo
me formé como universitario en los años ´60 con todos mis compañeros robando libros,
todos. Creo que las chicharras en las librerías las pusieron por mis compañeros. Eso me
hace dudar un poco de mi audacia