En “El fenómeno de los derechos humanos y la posibilidad de un nuevo
paradigma teórico” (Revista del Centro de Estudios Constitucionales, Nº 3,
mayo-agosto 1989), Eduardo Rabossi se propone dos cosas: por un lado, describir e interpretar el que denomina “fenómeno de los derechos humanos”, caracterizado por ser específico, históricamente dado, sumamente complejo, extraordinariamente dinámico, de alcances universales y de consecuencias revolucionarias; y, por otro lado, extraer de ello un conjunto de consecuencias, algunas de índole filosófica y otras relacionadas con la filosofía. El autor segmenta la fase descriptiva en dos momentos: El sincrónico, que tiene en cuenta el sistema normativo institucional del fenómeno de los derechos humanos, la operatividad de dicho sistema, la trama ideológica en que se encuentra, las relaciones entre el ideal y la práctica efectiva y los problemas más importantes y acuciantes del mundo actual. Y el momento diacrónico, que permite identificar a la Declaración Universal de los Derechos Humanos (promulgada el 10 de diciembre de 1948) como el hito que da inicio al fenómeno de los derechos humanos. A partir de esto, Rabossi interpreta el mencionado fenómeno como “un salto cualitativo en la historia de la humanidad… caracteriza[do] por ser una empresa de carácter universal basada en un consenso, también universal, logrado y positivizado, acerca de un plexo valorativo y de principios básicos que tiene como núcleo principal las ideas de igualdad, de dignidad, la libertad y de justicia”. De aquí surgen, para el autor, dos consecuencias inmediatas: ya no ha de hablarse de “los derechos humanos” sino de “el fenómeno de los derechos humanos”, lo que implica un cambio de paradigma teórico; y, en segundo lugar, no parece haber cabida ya para la tarea de fundamentar los derechos humanos, desde que se ha producido la positivación del consenso acerca de un sistema de valores y principios: los problemas relevantes, más bien, son los de aplicación, gestión y promoción de esos principios y valores. Por todo esto, al decir del autor, los paradigmas teóricos tradicionales sobre los derechos son ineptos para dar cuenta cabalmente del “fenómenos de los derechos humanos”: el normativista se centra en el núcleo normativo institucional del fenómeno de los derechos humanos; el sociohistoricista se interesa, no en los derechos humanos, sino en las relaciones de producción y de poder en la que surgen; y el fundacionista (el más extendido) tiene como finalidad primaria la de ofrecer una justificación racional de los derechos. Como alternativa, el autor plantea la necesidad de construir un nuevo paradigma teórico que cumpla con tres condiciones: la interdisciplinariedad, la facilidad para la identificación de problemas reales y la proposición de soluciones idóneas, y la aptitud para fundar una praxis política seria para la causa de los derechos humanos. En esta empresa, el papel de un filósofo es el de ocuparse de problemas relevantes (p. ej. conflictividad individual, social, política, teorías operativas de la justicia, etc.), superando la tendencia al monotema (¿qué son los derechos humanos?, ¿qué significa “derecho” en la expresión “derechos humans?, etc).
En “La teoría de los derechos humanos naturalizada” (Revista del Centro de
Estudios Constitucionales, Nº 5, enero-marzo 1990; trad. de M. Vivancos), Rabossi dirige una extensa crítica al fundacionismo, el que, según el autor, es de dos tipos: el blando, que asume la tesis de que los derechos humanos como derechos morales; y el duro, que, además de suscribir la tesis del de tipo blando, sostiene que los derechos humanos necesitan de fundamentación o justificación moral, consistente en la “deducción” de tales derechos a partir de un principio moral o un conjunto de principios morales, fundamentación que supone –para los fundacionistas duros- una contribución filosófica decisiva para una teoría de los derechos humano. El argumento inicial en la crítica de Rabossi al fundacionismo podría sintetizarse así: los filósofos han de tener en cuenta los hechos-del-mundo; el “fenómeno de los derechos humanos” (caracterizada e interpretada en la forma descrita en el anterior ensayo) es, en nuestro tiempo, un hecho-del- mundo; consecuentemente, en cuanto tal, dicho fenómeno establece frenos en el pensamiento filosófico de los derechos humanos. Basándose en el análisis de dos autores a los que considera exponentes del fundacionismo, Alan Gewirth y Carlos Nino, Rabossi concluye que los fundacionistas no se adaptan a los hechos y presuponen una visión del mundo superada: la correspondiente al hecho-del-mundo que duró desde las Revoluciones americana y francesa hasta 1945, caracterizado por el reconocimiento constitucional de los derechos humanos a nivel nacional (el “fenómeno de los derechos humanos” supuso el fin de ese hecho-del mundo- y su sustitución por otro caracterizado por la positivación universal de los derechos humanos a nivel universal). Por otro lado, Rabossi impugna el fundacionismo por cuanto la defensa que éste hace de la relación entre los derechos humanos y la moral y la prioridad del reino de la moral sobre el legal “se basa en maniobras tendientes a formular principios (bajo la guisa de argumentos), o está abierta a la crítica (cuando se discute sobre ellos), o en apelar actitudes [sic] o sentimientos compartidos”. El que el fundacionismo sea –según el autor- “pasado de moda e inaplicable” no implica, sin embargo, que “los filósofos hayan de permanecer callados ante los derechos humanos”: su contribución es importante, entre otras cosas, para diseñar un marco operativo conceptual para describir y valorar el fenómeno de los derechos humanos, ayudar en la clarificación conceptual de los términos clave, de las dificultades normativas y problemas de diseño.
En “Derechos humanos: el principio de igualdad y la discriminación”
(Revista del Centro de Estudios Constitucionales, Nº 7, septiembre- diciembre 1990; trad. de M. Vivancos), Eduardo Rabossi se propone elucidar el concepto de discriminación. Empieza por afirmar que éste es dependiente del de igualdad, del mismo modo que el principio de no discriminación depende del principio de igualdad. Los enunciados de igualdad significativos –dice el autor- refieren siempre a un patrón de igualdad excluyente de otros, y pueden tener contenido empírico o, bien, ser usados con fines normativos. El principio de igualdad es formulado por autor así: “en todos los aspectos relevantes los seres humanos deben ser considerados y tratados de igual manera, es decir, de una manera uniforme e idéntica, a menos que haya una razón suficiente para no hacerlo”. Con el principio de igualdad se conecta, por un lado, el principio de no discriminación, que prohíbe diferenciaciones sobre fundamentos irrelevantes, arbitrarios, o irrazonables; y, por otro lado, el principio de protección, dirigido a imponer y lograr una igualdad positiva mediante discriminaciones inversas y acciones positivas. El concepto de discriminación, por su parte, admite un uso valorativamente neutral, pero también un uso comprometido, según este, discriminar es practicar un tratamiento desigual que no resulta admisible. Rabossi formula el principio de no discriminación en estos términos: “a menos que exista una razón reconocida como relevante y suficiente, según algún criterio identificable y aceptado, ninguna persona debe ser preferida a otra”. A partir de esta formulación surgen dos cuestiones centrales: qué entender por “razones relevantes” y cuáles son los criterios aceptables. Los textos básicos de la normativa internacional sobre derechos humanos formulan “criterios críticos”: rasgos o condiciones generales que pueden significar, típicamente, la realización de actos discriminatorios. Rabossi, luego de prospectar algunos de los textos normativos mencionados, esboza una tipología de esos criterios indicativos de discriminación. Y esa misma prospección le lleva a advertir un desarrollo paulatino de la definición de “discriminación” en la normativa internacional sobre derechos humanos, que puede reconstruirse a partir de la distinción de “cuatro bandas definicionales relevantes”, referidas respectivamente al tipo de actos discriminatorios, a los (ya mencionados) criterios críticos, a las finalidades u objetivos de la discriminación, y a la esfera o esferas en que la discriminación tiene lugar. Sin embargo, todos estos insumos resultan insuficientes para responder a la pregunta por los criterios que permitan distinguir cuándo un acto es discriminatorio y cuándo es una diferencia razonable. Rabossi concluye que en la jurisprudencia internacional parece haber acuerdo en que tales criterios tendrían que ver con la adecuación con la condiciones sociales e históricas; la proporcionalidad entre medios y fines; y la razonabilidad entendida como adecuación a principios.