Este es un seminario en continua gestación. No parte de la
publicación de trabajos redactados con anterioridad, sino del gesto generador de nuevas ideas, nuevas conexiones, impulsadas por vuestras y nuestras inquietudes. Esto nos puede llevar en ocasiones por senderos inciertos pero también a encuentros que nos gratifican.
Lo cierto es que, si este seminario crece día a día, clase a clase, es
porque lo vamos inventando, creando juntos. Ustedes y nosotros. De allí el defecto o inconveniente que puede surgir a veces de tener que soportar algunos retrasos o cambios de rumbo en las fechas y programas previstos. Por ejemplo, en la clase anterior, debido a la longitud inusitada que cobró nuestra investigación sobre la D.E.F.A., terminamos presentando sólo fragmentos de dicha indagación y remitiendo a los interesados a un anexo del presente seminario donde, pronto, aparecerá completo el trabajo investigativo realizado. En la presente clase también vamos a tener que proponerles algo similar. Si bien muy diferentes en sus propuestas y preocupaciones, a partir de un tema común: la relación Cine / Mujer, han surgido dos investigaciones diferentes que hemos decidido publicar por separado. El éxito alcanzado en Argentina, y otros países de Sudamérica, por las películas Doris Dörrie y el reciente Oscar a Caroline Link por “En un lugar de África” (Nirgendwo in Afrika) parece justificar la inclusión de dicha temática en un seminario destinado a recorrer los nuevos senderos del cine alemán. Sin embargo, hay en esto un cierto sabor a absurdo ya que la larga tradición de mujeres cineastas, que han contribuido desde su nacimiento a edificar el sólido edificio del cine alemán, no necesita de tales reconocimientos para consistir en propuestas diferentes, en una sensibilidad particular, en una expresión absolutamente propia y singular. Con la idea de abarcar, entonces, la cuestión Cine / Mujer, desde dos perspectivas e intereses divergentes, en los anexos, Pastora Campos nos brinda un panorama acabado acerca del cine hecho por mujeres en Alemania a partir de la década del setenta a la vez que plantea una diferencia entre “El cine feminista y el cine de temática femenina”. Por el contrario, yo he preferido, desde un punto de vista teórico - filosófico, limitarme en esta clase a indagar las aportaciones del cine feminista al planteo general de una nueva relación del cuerpo con la Imagen. En el anexo “Cuerpo y Cine”, encontrarán Uds. algunas disquisiciones relacionadas con la posibilidad de afectar la organización corporal, el Cuerpo con Órganos, dentro del régimen represantacional cinematográfico para hacerlo devenir un Cuerpo sin Órganos (CsO). Por otra parte, otro ítem de importancia dentro del cine alemán contemporáneo, que tampoco podemos soslayar, lo constituye la irrupción del cine de origen turco rodado en suelo germano. Este tema nos había quedado pendiente de la clase anterior así que vayamos ahora, rápidamente, a su abordaje no sin antes advertir que la cuestión da para mucho más pero que, por las habituales razones de espacio, sólo hemos de bosquejar aquí algunas ideas con respecto a las temáticas y preocupaciones que parecen expresar en cine los hijos turcos del “Milagro Económico”.
3.a.- Cine a la Turca
Un fenómeno interesante, ligado de alguna manera a la
recuperación económica de la RFA, gracias al flujo de dinero proveniente de las inversiones de Estados Unidos, a través del “plan Marshall” de reconstrucción de Europa(1) es lo que se dio en llamar el “Milagro Económico Alemán”. Obviamente, la pérdida de hombres para Alemania, durante la guerra, había sido enorme. Los nuevos trabajadores, los que ayudarían a concretar el “Milagro Económico” provendrán de Turquía, de las regiones más pobres del sur de Italia, de España y en menor medida de otros países pobres. En algún archivo, aún se puede ver la foto donde Willy Brandt le entrega al inmigrante turco número 1.000.000 una motocicleta de regalo. Los hombres turcos llegan a Alemania buscando trabajo y escapando de la miseria y la violencia. Pero no vienen solos, sus familias y un bagaje cultural ancestral, que casi no se había modificado en siglos, también los acompañaban. El cine turco-germano, que comienza a surgir veinte años después de esa foto y es un fenómeno exclusivo y excluyente de la Alemania Federal (no existe en la R.D.A.), tenía importantes raíces en su geografía de origen. Cuando en 1982 la película “Yol, el camino” de Yilmaz Guney gana la Palma de Oro en Cannes, pone en evidencia una convergencia que entrelaza dos culturas, dos necesidades expresivas actualizadas en fotogramas en movimiento. Pero el cine turco poseía en ese momento una larga tradición y producción. Producción que alcanza sus más altos índices a comienzos de la década del sesenta cuando llega a crear 200 películas por año. Debajo de la India (el mayor productor de cine del mundo) y por sobre Hollywood, el grueso de la producción cinematográfica de Turquía lo constituían obras absolutamente menores: melodramas baratos, comedias musicales y seriales de muy pobre contenido. Obviamente, toda esta producción estaba destinada al mercado local. Turquía casi no exportaba cine. Sin embargo, algunos realizadores independientes en la década del sesenta habían conseguido realizar algunos filmes interesantes, con fuerte tono de crítica social, amparándose en las libertades que les ofrecían la Constitución de 1961. Así, en 1964, el filme “El árido verano” (Susuz Yaz) de Metin Erksan gana el Oso de Oro en el Festival de Berlín. Un tenue acercamiento entre la cultura turca y la germana comienza a producirse entonces a partir del interés despertado por el filme en su explotación comercial posterior. Influenciados por el Neorrealismo italiano, los realizadores turcos de la década del setenta intentan aproximarse a su propia realidad desde una perspectiva política ajena al nacionalismo liberal pero poniendo el énfasis en las dicotomías que atraviesan su sociedad: el enfrentamiento campo / ciudad, el papel y lugar de los mitos en la cultura y la tradición familiar, el soyusgamiento y masacre del pueblo kurdo, etc. Películas como “La Mina” (Maden, 1978), de Yavuz Özkan, “Sobre las Tierras Fértiles” y “Una Temporada en Akkari” de Erden Kral, “Crónica de una Jornada” de Sinan Cetin, “Tierras Ardientes” de Feysi Tune y sobre todo “Los Chicos de Estambul” (Ah! Güzel Istanbul, 1981) de Omer Kavur, entre otras, eran ejemplos claros de los enormes esfuerzos, realizados por parte de los directores turcos, por generar un nuevo tipo de realismo cinematográfico. Al igual que lo sucedido con el Neorrealismo italiano precedente, este nuevo realismo intenta dar cuenta de un estado mental, social, cultural, “del Pueblo”, a partir de la ingerencia del orden de lo político sobre el sujeto. Se trataba, en el Nuevo Cine Turco, de indagar las formas de funcionamiento subjetivo a partir de la internalización, o el padecimiento, de las fuerzas de orden de lo cultural- social. Así ocurre en “Los Chicos de Estambul”, donde un par de huérfanos, que vienen huyendo de la aldea donde su padre ha sido asesinado debido a su enfrentamiento con brutales y feudales formas de poder(2), llegan a una ciudad tan fría e indiferente como el campo que han dejado atrás. El medio rural ya no es idealizado como el reservorio de los valores morales y culturales. Pero tampoco el espacio urbano parece ofrecer demasiadas oportunidades a los pequeños hermanos que terminarán en la cárcel. En uno de los episodios de “Yol”, tal vez el más impactante, un preso, en goce de una licencia de salida, se ve obligado a matar o dejar morir a su esposa en medio de la nieve por demanda e imposición de su hijo y sus suegros quienes la han mantenido atada a los pies de una cama, en un oscuro sótano, esperando que él la castigue por haberle sido infiel durante su ausencia. No quiere hacerlo pero, devenido autómata de las costumbres y rituales, no puede menos que seguir el sendero marcado y cumplir con lo pautado. Casi siempre, en el Nuevo Cine Turco, lo individual se enlaza con lo social para hacer emerger un nuevo tipo de representación de tono descarnadamente realista. Se parte del sujeto, pero para reencontrar en él las fuerzas de lo cultural - social - político que lo predeterminan. Estas búsquedas parecen prolongarse, de otro modo lógicamente, en las nuevas generaciones de cineastas turco-germanos. A pesar de los reconocimientos internacionales, las restricciones sobre el cine siguieron siendo en Turquía moneda corriente. De hecho Guney terminó su película estando preso. Luego logro fugarse pero no pudo presentarse en Cannes a recibir su premio por ser perseguido por la policía turca. Así, por motivos políticos, culturales y económicos, muchos jóvenes realizadores turcos encontraron en el exilio el único modo de continuar filmando. Para muchos de ellos Alemania se convirtió en una suerte de Meca cinematográfica a la que conducía el camino forjado por cientos de compatriotas emigrados antes que ellos. Es probable que, de toda esa larga tradición, los jóvenes descendientes de turcos nacidos en Alemania, lo ignoraran todo. Sin embargo, su cine, indirectamente traslada a suelo germano la vieja dicotomía, la “frontera”, en la que se venía debatiendo la sociedad turca desde el siglo XIX: la oscilación entre los valores tradicionales del Estado Otomano, que representa para los sectores más progresistas una larga tradición de ingerencia religiosa en las políticas de estado, de racismo y segregación de la mujer, y la modernización, que intenta integrar Turquía a Europa, pero adoptando para ello los valores occidentales. Obviamente, trasladada fuera del territorio turco, fuera de su medio específico, esta frontera cobra otra significación. Las nuevas generaciones presentan una mucho más abierta inclinación hacia la aceptación de los valores occidentales así entrando en choque directo con la cultura de sus padres. La tierra de origen es para ellos más un misterio, una Imagen- onírica o un sueño prestado que una realidad a construir. Ya en “Adiós al falso Paraíso” (Abschied von falschen Paradies, 1988) de Tevfik Baser, los valores culturales tradicionales son denunciados como asfixiantes e inhumanos. La película relata la historia de Elif, una joven mujer que, cansada de los malos tratos y golpes de su marido, termina asesinándolo y siendo condenada a la cárcel. La cárcel, paradójicamente, le parece mucho menos dura que su vida en medio de una comunidad donde la mujer es relegada y sometida brutalmente. Cuando le llega el indulto, prefiere intentar suicidarse a tener que volver a someterse a los rígidos patrones de control y censura que la esperan afuera. Sin salida, “Yasemin” (Idem, 1988) de Hark Bohm, un director que no es de origen turco pero que ha mostrado un particular interés por la temática turca en Alemania, una chica turca criada en Alemania, se rebela ante las imposiciones de un padre que, descubierto su romance con un joven alemán, quiere enviarla de regreso a Turquía para ser “reeducada”. Yasemin decide huir, con lo cual se enfrenta a la violencia interna de su comunidad. Es en la década del noventa donde el cine turco-germano, con la tercera generación de los hijos y nietos de los que llegaron con el milagro económico, hará eclosión. Como en “Los Chicos de Abril” (Aprilkinder, 1998) de Yüskel Yavuz, la temática central será la oscilación, el callejón sin salida, en la que se encuentran los sujetos que no pueden reconocer una cultura, la de los padres, que les resulta extraña y desconocida, y la de la nueva tierra donde, a pesar de haber nacido allí, son considerados extranjeros. Algunos de estos realizadores son nacidos en Turquía, pero emigrados muy tempranamente a Alemania, como Sinan Akkus (“Sevda Significa Amor” , 2000), Aysun Bademsoy (“Policías Alemanes”, 1999, filme con producción de Harun Farocki, 1999), o Ayse Polat (“La Gira por el Extranjero”, 1998). Otros llegaron más tardíamente, cuando las condiciones sociopolíticas de su país le impedían todo progreso, como Thomas Arslan ( “Camello”, 1999, película donde se vuelve sobre las cuestiones internas a la comunidad en el extranjero pero para poner el acento en el estado mental de quienes están escindidos entre dos culturas), o Kutlug Ataman (“Lola y Bilidikid”, 1998) quien elige trabajar alternativamente en Turquía y Estados Unidos, además de sus incursiones en el cine alemán. Finalmente están los que nacieron en Alemania, como Idil Üner ( “Los Amantes del Hotel Osmán”, 2001) y, sobre todo, Fatih Akin, quién rápidamente se ha convertido en un suceso y suerte de paradigma o ejemplo para las nuevas generaciones de realizadores, y no sólo los de origen turco. Nacido en 1973 en Hamburgo, Akin rueda su primer largometraje, “Rápido y sin Dolor” (Kurz und schmerzlos) en 1998. Allí ya no se trata de mostrar las oscilaciones entre la cultura del pasado y la moderna. Tampoco de actualizar el sentimiento de extranjería que recorre la vida de los hijos de los exilados. Ya han pasado varias generaciones y la comunidad turco-alemana ha generado sus propios códigos, sus propias relaciones internas, distintas a la de la cultura otomana pero también de la alemana contemporánea. El filme de Akin apunta más a la descripción melodramática de los tópicos y conductas de la comunidad turco - germana que tan bien conoce. A veces tierna, a veces trágica pero siempre con una violencia latente, que por momentos estalla con toda su fiereza, la película refleja sin juzgamientos esas conductas, esas acciones internas e individuales. No se orienta hacia la búsqueda de otras reflexiones sobre determinismos sociales o tópicos internalizados. Casi no hay referencias al medio social. Tampoco hay muchos apuntes sobre racismo o discriminación (y sí los hay son de tono extremadamente tenue). “En Julio” (Im Juli, 2000), su segundo largometraje, ya es directamente una comedia de situaciones donde, salvo por algunos toques costumbristas, la cuestión cultural apenas si es evocada. Lo mismo ocurre en “Nos hemos olvidado regresar” (Wir haben vergessen zurückzukehren 2001). Con “Solino” (Idem, 2002), Akin si vuelve sobre cuestiones que tiene que ver con el orden de lo cultural pero esta vez trasladadas a la comunidad italiana en Alemania. . Los otros forjadores del “Milagro Económico”son mostrados más que nada a partir del enfrentamiento generacional y el dilema del regreso o no a la tierra de origen. En el filme, los años y las décadas pasan, pero sin dejar huellas del orden de lo social en una familia donde un autoritario padre intenta que se siga adelante con el negocio familiar sin preocuparse pos los sueños y aspiraciones personales de sus hijos.
Directo, sencillo y sentimental, “Solino” muestra también cuál es el
concepto de representación cinematográfica que trabaja Akin (y con él varios integrantes de la nueva generación de cineastas alemanes): un cine directo, sin interés por las búsquedas formales o por todo aquello que suponga una complejización de la narración y un distanciamiento del público masivo. “Solino” contiene una velada crítica a los realizadores del “Nuevo Cine Alemán” que, con sus búsquedas melancólicas y pesimistas, para Akin, sólo consiguieron apartarse del contacto directo y la comprensión del público. Akin pareciera buscar otras vías, otros caminos de contacto, otra relación con el cine y el espectador. Aunque esto lo aparte de los senderos que Guney y otros supieron transitar.
3.b.- Algunas cuestiones acerca del cine y el cuerpo (de la
mujer) Liberados, gracias al estupendo trabajo de Pastora Campos que encontrarán en los anexos, de la obligación de hacer un recorrido histórico acerca del surgimiento y evolución del cine hecho por mujeres, que en Alemania generará hacia fines de los setenta el famoso “Manifiesto de las trabajadoras de cine”, proponemos aquí algunas cuestiones teóricas - filosóficas inducidas por el trabajo que, sobre el ordenamiento corporal, han realizado algunas realizadoras alemanas enroladas de una u otra manera en el “Feminismo”(3). Partamos de algunas perogrulladas: todos sabemos, aunque más no sea de un modo intuitivo, que la enorme masa de la producción cinematográfica históricamente ha sido diseñada, producida y dirigida por y para los hombres. Como comentamos en alguna parte del seminario sobre Farocki, no basta, como acertadamente señalara Christian Metz, con producir un objeto, es necesario engendrar también un deseo siempre renovado, ligado a él. Y, al menos en lo que respecta al grueso de la producción institucional cinematográfica, dicho deseo está íntimamente involucrado en el sostenimiento de la tópica de la “mirada masculina”(4). Todos sabemos, también, que las mujeres pueden dirigir cine. E incluso pueden hacerlo muy bien, lo cual no implica, necesariamente, que desarrollen una mirada diferencial femenina. En la medida en que la Institución cinematográfica sea respetada, lo que implica respetar sus formas de producción, registro y consumo, dicha “mirada” estará ausente. Aunque se puedan plantear algunas cuestiones en el ámbito narrativo, siempre quedará incólume todo el dispositivo representacional y, por lo tanto la mirada que la sustenta. La irrupción, hacia fines de la década del sesenta y comienzos de los setenta de la Feminista Film Theory, promoviendo la idea de una visión diferente de la cultura a partir de sostener la existencia de una noción de mirada distinta, no presente hasta ese momento en el régimen cinematográfico institucional, no pudo, a pesar de los enormes aportes de teóricas como Majorie Rosen o Molly Haskell proponer parámetros estéticos lo suficientemente sólidos como para poder sostener la presencia de una estructura o régimen diferencial del cine femenino. Más cercanos en el tiempo, los análisis de Annette Kuhn dan cuenta de las limitaciones teóricas de las autoras (y autores) que no toman en cuenta la especificidad del dispositivo cinematográfico. Así, Kuhn llama la atención que el hecho de que le asignemos a tal o cual filme una “mirada femenina” depende, en muchos casos, de la información previa con la se cuenta antes de ver la película. ¿Hasta que punto una película como “Soy Linda” (Bin ich schön?, 1998), de Doris Dörrie, por ejemplo, ¿podría ser consignada como portadora de tal mirada sino supiéramos de antemano el sexo de su autora? La sensibilidad puesta de manifiesto en los filmes de Link, ¿son producto ineludiblemente de su condición femenina o hablan más bien de una afectividad muy particularmente bien trabajada?. Los maravillosos discursos y relaciones históricas de Margarethe von Trotta, en “Rosa Luxemburgo” o “Hermanas, o el balance de la suerte” (Schwestern oder Die Balance des Glücks, 1979) , por ejemplo, ¿contienen, a nivel formal algún elemento que podamos, inequívocamente, asignar a un sello femenino en el cine? “Tópicos, por todas partes tópicos”. Tanto Lo Masculino, como Lo Femenino, no puede definirse más que por esa operación del lenguaje que definimos como tópico. Es por ello que Kuhn prefiere hablar de “texto femenino”, en el sentido amplio de entender que una obra siempre esta abierta (Humberto Eco) a infinitas consideraciones y producciones de significado. Un “texto” es un espacio de cruce de significaciones en proceso de producción (Roland Barthes): las del autor, las propias del dispositivo, las de la cultura y la sociedad en un momento determinado y las individuales del propio espectador. Por lo tanto, no existe “una mirada femenina” que consista en sí misma: “un texto femenino carece de características formales fijas precisamente porque es una relación: se convierte en texto femenino en el momento de su lectura”(5). Dejando de lado la escabrosa e inacabable cuestión de las “miradas”, y como nuestra pregunta es precisamente en el ámbito formal, debemos reformular nuestras cuestiones. En otras palabras, la pregunta que intento sostener se orienta en el sentido de poder identificar, si esto es posible, y más allá del orden narrativo, si la presencia cada vez más extensa de mujeres dirigiendo cine (lo cual no es más que el síntoma de la recuperación histórica de un lugar que tradicionalmente les fue negado) ha podido engendrar algún tipo de signo o índices particular.(6) Poco nos interesa, aquí al menos, discutir si dicho índice o signo puede o no ser atribuido a una “mirada Femenina”. No hay una mirada anterior a la Representación. Es la material real (de la representación) la que engendra, luego, una mirada (un imaginario) que, en su retorno a lo real, dará sentido (interpretación) a la representación. Es desde la cultura y lo social donde aparecerá la asignación de valores (sentido) a la representación. Lo que nos interesa, dicho de otro modo, es esa relación, variable, mutable, de la que habla Kuhn.
3.c.-La cuestión del “Gestus”
Muy interesantes, pero alejados del marco estricto de la Teoría del Cine, son los análisis de Griselda Pollock (en “Old Mistresses: Women, art and Ideology”, por ejemplo) dentro del marco de la Crítica Cultural. Pollock insiste en señalar que la presencia de “lo femenino” en el arte estaría marcada por una figuración del cuerpo opuesta a la ideología dominante en el arte. Ese es el camino por el que, de manera diferente y con diversos resultados, habrían transitado realizadoras como Shirley Clark o Chantal Akermann, y antes Maya Deren. En ese sentido parecen ir también las apreciaciones de Gilles Deleuze cuando escribe: “Las autoras femeninas, las realizadoras feministas, no deben su importancia a un feminismo militante. Lo que cuenta más es la forma en que supieron innovar en este cine de los cuerpos, como si las mujeres tuvieran que alcanzar la fuente de sus propias actitudes y la temporalidad que les corresponde como gestus individual o común“(7). El cuerpo, en el cine Moderno, posee el valor de promover una inversión filosófica, la del platonismo, que fuerza a pensar lo impensable. No es que el cuerpo piense, sino que fuerza al pensamiento a ir más allá de sus propios límites, de sus propios tópicos. Su representación adopta fundamentalmente dos posturas: la del ritual y la del “Gestus”. ¿Qué es este “gestus” corporal, cómo lo podemos pensar? En primera instancia digamos que se trata de una expresión (lo contrario a una acción), una intensidad que nace de lo particular, de lo individual, pero para involucrar en su devenir a lo social, a lo colectivo. Es allí donde el “gestus”, la expresión corporal intensiva, se transforma en acto político: cuando involucra el pasado y el porvenir de un pueblo, de una comunidad, de una Nación. No de casualidad, los movimientos posneorrealistas no han cesado de promover modelos alternativos que han dado lugar a la emergencia de un nuevo modo de representación y atravesamiento del tópico. Pero lo “femenino”, en muchos casos, parece circunscribirse solo al reencuentro de un valor afectivo, de un gesto individual aislado. Por el contrario, el “gestus” también puede pretender alcanzar un devenir histórico. Es así como procede Helma Sanders-Brahms en su filme “Alemania, madre pálida” (Deutschland, Bleiche Mutter) de 1979, cuando hace que su personaje central, una estupenda Eva Mattes, exprese con un gestus preciso, una parálisis facial, aquello que los hombres que marcharon a la guerra parecen haber olvidado: el ominoso pasado nazi y la hipocresía política del presente. Alemania toda, su propia historia, se vuelve así un gesto-memoria que inscribe en el Tiempo. Dicho de otro modo, es este gesto corporal, la expresión individual, no la palabra, la que se vuelve ahora significante pero para remitir a una verdad colectiva o social oculta tras el verbo(8). El gestus es grieta, fractura, desgarro. Es un gestus que se vuelve grito o locura. O mejor dicho, que es interpretado como locura cuando pone en juego problema de la expresión(9). Si nos interesa el gestus femenino en el cine es por poner en evidencia lo que señalaba Foucault con relación a la locura y la pintura “Entre el verbo y la imagen, entre aquello que pinta el lenguaje y lo que dice la plástica; una sola e igual significación no les es inmediatamente común. La palabra y la imagen ilustran aún la misma fábula de la locura en el mismo mundo moral; pero siguen ya dos direcciones diferentes, que indican, en una hendidura apenas perceptible, lo que se convertirá en la gran línea de separación en la experiencia de la locura”(10). La mujer que se sale del tópico es la “histérica”, la loca. La palabra, en tanto forma de justificación del ejercicio del Poder (tradicionalmente masculino) es aquello que instaura la mentira, que en “Alemania...” es cuestionada. Pero lo será desde un lugar que no es el de la comunicación, ya que el discurso le está negado al personaje central. Lo será desde la Imagen- locura del cuerpo devenido gestus, desde la parálisis facial cuyo sentido oculto sólo la madre y la hija pueden compartir. Dada esta dialéctica visual (el gestus remite siempre a lo óptico o sonoro puro, a lo que escapa al régimen del discurso) entre madre e hija, sólo un nuevo gesto podrá liberarlas. Un nuevo gestus que implicará una reconciliación consigo mismas, un nuevo secreto o una nueva empatía afectiva compartida. Es que el gestus no es una respuesta sensoriomotriz frente a una situación determinada. Eso es una Acción. Eso es lo que conocemos, en cine, como Imagen- acción. El gestus es el conjunto de las actitudes corporales que ya no dependen de una intriga previa, de una narración o un relato persistente. Puede entrar en relación, pero se desprende de ellos como un acto inesperado e inaudito para alcanzar una teatrización de los cuerpos que ahora se han tornado más ópticos, visuales y sonoros que objetos de una mirada predeterminada. En ese sentido “Fasia” (Idem, 1989) es un filme ejemplar. Enrolado directamente dentro del feminismo militante, el documental de Re Karen sigue los pasos de una cantante negra nacida, de madre blanca y padre afro americano, en la Hamburgo de 1930, en pleno auge del fascismo y de la expansión del racismo. De hecho, Fasia es llevada, de chica, a un campo de concentración por ser de color. Es una mancha, una ofrenda en el rostro de la pureza aria. Una de las escenas más logradas del filme lo constituye, a mi entender, el relato emocionado que la propia madre de Fasia hace del momento en que, con su beba en los brazos, estuvo a punto de arrojarse a un río. Con todas sus “marcas”(11), con todos sus índices corporales, Fasia construye un gestus- canción (ella es una trovadora que va de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, apoyando todas las luchas obreras y las reivindicaciones femeninas) de pura intensidad rebelde. Intensidad que tiene que ver con su propia historia, pero que es también la historia de la, de su Nación alemana. Intensidad que tiene que ver con la denuncia del pasado nazi, con el pacifismo, con el movimiento por la paz en el presente. Intensidad corporal que es tiempo(12).
3.c.-La cuestión del “Ritual”
Hay un instante, un momento, en que el “gestus” se vuelve ritual
personal, solitario. Un momento en que el cuerpo cansado adopta una postura intransferible, incomunicable. El cansancio es lo que viene después de la acción, no la acción en si misma. A un cierto tipo de ritual (13) está sometida la madre de Dea, el personaje central de “El Sueño de la Razón” (Der Schlaf der Vernunft, 1984), de Ula Stöckl. Es el ritual de preparar la comida, amasar los tallarines (se trata de una inmigrante italiana, con lo cual encontramos lateralmente una problemática afín al “Solino” de F. Akin), sostener la casa, etc. Esta mujer, sin embargo, aparece como sometida a ese ritual cristalizado en el tiempo. Un ritual que no le permite extraer de él ninguna intensidad. También la hija, sometida al ritual del consumo desmedido de televisión parece, desganada, preocuparse poco por las cuestiones “feministas” y sociales que ocupan a su madre. Sin embargo, el cansancio de Dea, el personaje central, tiene otras características, adquiere otro valor. A partir de esta construcción metafórica acerca de la generación intermedia de mujeres alemanas, las que alguna vez militaron políticamente dentro del feminismo, el personaje de Ula Stöckl construye su propio ritual privado, su propia ceremonia, que tiene que ver con la tragedia griega, con Medea (de allí en nombre del personaje central: Dea), pero también con lo onírico, con la Imagen- onírica suscitada a partir de las actitudes del cuerpo cansado. El cuerpo cansado es llevado a ser el dato último, el instante previo a la necesaria emergencia de nuevas potencias creadoras. ¿Una nueva forma de maternidad? Pero el cuerpo también puede ser misterio y separación entre el universo femenino y el universo masculino. Es lo que aparece en el sueño de la niña de “La Paz de Menta” (Peppermint Frieden, 1983) de Marianne Rosenbaum. El ritual, la ceremonia, del juego (físico) es allí lo que le permite a los infantes ir adaptándose a la nueva realidad de la Alemania de posguerra y el arribo de los americanos (representados por Peter Fonda). Pero no necesariamente una mujer esta en sintonía con su propio cuerpo. El propio cuerpo puede aparecer como extraño. Se puede estar ajeno a sus placeres y demandas. A sus olores y posturas. Es lo que le ocurre a la protagonista de “Una Joven Totalmente Abandonada” (Ein ganz und gar verwahrlostes Mädchen, 1976) de Jutta Brückner. Entonces lo más fácil, lo más simple, es caer en el ritual social preestablecido, en el tópico de casarse, tener hijos y cumplir con todo lo que se espera de nosotros. El ritual y el gestus, políticamente utilizados, por el contrario, sirven para des- organizar el orden de lo corporal. Para lograr que establezca líneas de fuga frente al modelo político dominante. Para que escape del patrón, al tópico político dominante del Hombre - Blanco.
3.e.- El sujeto al final y al comienzo
Como dijimos, muchas veces es el contexto extradiegético, el hecho de que tengamos la información previa de que es una mujer la directora de tal o cual película, incide para que nosotros, los espectadores, produzcamos otra mirada hacia una obra que interpretamos como femenina. Pero todo esto no implica afirmar que la Representación en si misma pueda ser femenina o masculina. En la medida en que consideremos al cine no como un lenguaje sino como un sistema de organización de las representaciones, tendremos que admitir una ausencia prefigurada de gramática y por lo tanto de género en dicha organización. La Imagen cinematográfica no consiste en ningún género. Es su posterior articulación significante la que permite hablar de un supuesto cine femenino o masculino. Ni masculina ni femenina, la Representación Cinematográfica nos remite a la completa alteridad de lo humano con la Imagen. Escisión radical en donde se funda, luego, un sujeto sexuado que, a partir de allí, sale a buscar las representaciones con las que pueda identificarse. Nos vemos en la próxima, Ricardo Parodi. Septiembre de 2003.
Obviamente, “La colaboración norteamericana no fue desinteresada
pues exigió a sus aliados la creación de sistemas políticos basados en la democracia parlamentaria, el abandono de las prácticas proteccionistas y su plena incorporación a la economía de régimen abierto. De esta forma, los Estados Unidos se aseguraban no sólo el dominio económico, sino también el liderazgo económico”, José María Ortiz de Orruño, “Crónica de una reunificación Imprevista”, en “Alemania (1806 - 1989), del Sacro Imperio a la Caída del Muro”, Edit. Univ. País Vasco, 1994. , pág. 131. En ese sentido, la lucha de los realizadores turcos de la década del setenta se emparienta con la de los directores africanos de los ochenta. En “Finzan” (Ídem, 1989), por ejemplo, Oumar Sissoko muestra cómo la milenaria costumbre de extirpación del clítoris en la tradición bamanan, en Malí, encierra en realidad el objetivo oculto del sostenimiento de arcaicas y cerradas formas de poder por parte de los jerarcas de las tribus. Lo interesante es que Sissoko muestra como son las propias mujeres, sobre todo las mayores, las ancianas, las que colaboran con este ritual hasta someter a las jóvenes que se resisten a aceptar tan aberrante extirpación. Una vez internalizado el mito, el tópico, se vuelve forma de pensamiento, un proceso mental y los individuos se transforman en sujetos de las imposiciones culturales que se tornan así impensables. El término “feminismo” tiene, en nuestro medio, muy mala prensa. Habitualmente se utiliza esa palabra para referir a ciertas posiciones intransigentes, exageradas y fuera de lugar, que habrían adoptado las feministas en el curso de los años. La burla encubre, en muchos casos, un intento solapado de rechazo y desprestigio de los postulados más importantes del feminismo: igualdad de derechos, igual salario por igual trabajo, derecho a la educación, al aborto, etc. Sin embargo, aquí no nos detendremos en cuestiones engorrosas como la supuesta distinción entre “cine feminista” y “cine hecho por mujeres”. Como resulta que el cine feminista también, generalmente, está hecho por mujeres, tal distinción resulta ociosa. Por otro lado definiremos el feminismo según los conceptos de Annette Kuhn: “definiré “feminismo” a grandes rasgos como un conjunto de actividades políticas basadas en ciertos análisis sobre la posición histórica de las mujeres en cuanto subordinadas, oprimidas o explotadas por los modos dominantes de producción (como el capitalismo) y /o por las relaciones sociales de patriarcado o dominio masculino. Dado que el feminismo en sí mismo es polifacético, las posibles dimensiones y permutaciones de interrelaciones entre él y el cine se vuelven enormemente numerosas.” “Cine de Mujeres”, Edit. Cátedra, Madrid, 1991, pág. 18. Para comprender mejor esto partamos de una base, como ya hemos comentado repetidamente a lo largo de estos seminarios, Noel Bürch señala claramente que el pasaje de un Modo de Representación Primitivo a un Modo de Representación Institucional, en donde se juega la legalidad propia del realismo y el conexionado causalístico-lógico- racional, que busca la economía del centrado de la organización representacional, se teje en torno al cuerpo de la mujer, “que es la ofrenda” otorgada por los operadores primitivos a la mirada masculina: “¿Cómo no pensar en el papel del cuerpo femenino entregado como pasto por los primeros cineastas a la fantasía masculina?” (Noel Bürch, “El Tragaluz del Infinito”, edit. Cátedra, Madrid, 1991, pág. 49). Para nuestros fines inmediatos circunscribamos, arbitraria e injustamente, al cine Institucional la sistematización y estipulación de un Tópico, una representación de LA Mujer, sostenida por la continua producción del sistema de estrellas. El cine como generador de tópicos (véase el todavía vigente texto de Edgar Morín sobre “Las Estrellas de Cine”), de modas, de modelos de cuerpo, de miradas, de peinados y, sobre todo, de “tópicos psíquicos”, mentalidades con respecto a lo femenino. Kuhn, op. Cit., pág. 26. Hablar de Modelo Institucional, o de Cine Clásico, refiriéndolo esquemáticamente al modelo hollywoodense, tal como hace la propia Kuhn, es un facilismo en el que solemos caer muy frecuentemente. Aquí mismo lo hemos hecho para acelerar el trabajo didáctico o para ahorrar espacio. No hay nada más fácil que remitir al alumno a un tópico que todos damos por conocido y establecido. Pero lo cierto es que la Institución Cinematográfica ha mostrado a lo largo de los años, y sobre todo en las décadas recientes, una flexibilidad y facilidad para incorporar en su seno a aquellos productos que se erigen como su oponente. El cine “independiente”, el “experimental”, o el “femenino” guardan con las formas tradicionales de explotación cinematográfica una relación de inclusión y explotación mucho más dinámica que ciertas mentalidades críticas o teóricas aferradas a sus inflexibles conceptos y métodos de análisis. En efecto, una de las características del capitalismo tardío y de la postmodernidad (en el sentido en que F. Jameson utiliza este resbaladizo término) es la de subsumir, absorber a sus contrarios. Haciendo con ellos, por supuesto, excelentes negocios. Así que, en rigor, tampoco podemos hablar de un Modelo Institucional perfectamente delineado y acotado. Gilles Deleuze, “Estudios Sobre Cine II: La Imagen-Tiempo”, Edit. Paidós, Barcelona 1984, pág. 261. De hecho en su estupendo análisis del filme “El Silencio de Christine M.” (De Stilte rond Christine M., 1981), de la directora holandesa Marleen Gorris, la teórica feminista alemana Ute Bechdolf, destaca que, el personaje del filme, acusada de asesinato pro que se niega a declarar: “Puesto que el lenguaje juega un papel importante en la discriminación femenina en nuestra sociedad, Christine niega de manera radical este medio de comunicación.”. En “Otras Imágenes Femeninas - Cine Feminista”, edit. Siglo Xxi, Madrid, 1999. Si lo Masculino y lo Femenino son una cuestión discursiva, es evidente que es el primero el que se enhebra directamente con el Discurso del Poder. El esposo del personaje del filme de Sanders- Brahms (en teoría se trata de una biografía de su propia madre), no puede entender, no puede significar el gestus de su mujer. La parálisis facial, y otros actos, son interpretados como síntomas de locura. En efecto, en una de las escenas más desgarradoras del filme, Eva Mattes llevada por él al dentista, otro hombre que nada comprende, y que le arranca las muelas. Estúpida forma de intentar tapar el sol con las manos. Sólo la madre y la hija saben actualizar en actos precisos su muda protesta, su rebelión ante la hipocresía de los hombres: una, la hija, se caga en la alfombra de su exitoso tío nuevo funcionario y ex nazi y la otra, la madre, como dijimos, con una parálisis que la lleva a ocultar parte de su rostro por vergüenza ajena. Michel Foucault, “Historia de la Locura en la Época Clásica”, Edit. Fondo de Cultura Económica, México 1982, pág. 34. Aquí estamos recuperando algunas cuestiones que habíamos planteado en oportunidad, durante el seminario Farocki, de reflexionar sobre el llamado “Cine Documental”. Sosteníamos entonces que ese tipo de cine se caracterizaba por manejar de un modo particular las marcas de lo real en la representación. Ahora podemos afirmar que dichas “marcas” siempre remiten a lo corporal. Es cierto que podemos reencontrar esta misma operatoria de la representación del tiempo, y su ascendencia corporal, en autores masculinos, preocupados por el universo femenino. Así, casi todo el cine de Cassavettes parece orientado a organizar las representaciones a partir del rostro de la mujer. Pero allí la mujer aparece como un enigma, un misterio cuya significación profunda aparece negada para la comprensión masculina, tal como se señala en “Torrentes de Amor”, por ejemplo. Algo similar transmite Claude Chabrol en “Un Asunto de Mujeres”, como en tantas obras suyas. Lo femenino es entonces un concepto incircunscribible, inabarcable en su radical misterio significante. Chabrol sigue confirmando una posición de extrañeza con respecto al deseo y el pensamiento femenino. El deseo en él gira siempre alrededor de la ausencia de una certeza lógico-causal- discursiva que le dé un sentido final y orgánico. Por el contrario, en Vera Chitìlova, por ejemplo, la organización del deseo femenino, al menos en su cine, pasa más por las imposturas corporales (“Locas Margaritas”) que por la construcción de un edificio racional. Pero tal vez el aporte más decisivo hacia una estética representacional más amplia que la aportada por el modelo institucional (y aquí vislumbramos una cuestión compleja, ya que todo film “no institucional” puede plantearse en principio como un aporte a la constitución de una mirada distinta, pero esto no implica que dicha imaginización de la prolongación representacional pueda ser descripta como “femenina”), es la encarada por Margueritte Duras en filmes como “India Song” o “Aurelia Steiner”. En Duras, la disrupción entre la serie auditiva y la serie visual, con el trabajo consecuente sobre la Imagen “mental” que esto supone, señala la aparición de una nueva “marca” tal como lo reclamábamos. Pero, en tanto marca significante pura, esta escisión no posee género. El género, bien lo sabemos, es cuestión del lenguaje, no de la Imagen. Es el lenguaje, e incluso el discurso, el que señala nuestro estatuto de “hombre” o “mujer”, más allá del orden biológico. La diferencia anatómica entre los sexos señala posiciones distintas con respecto a la castración pero no alcanza para definir el estatuto de lo masculino o de lo femenino. El travestismo es una de las tantas pruebas de ello. El “gestus” femenino es recuperado para la individualidad y lo cotidiano por Vera Chitilova, por ejemplo, en “Sobre Algo Diferente”. Ese gestus es ahora el ritual cotidiano de limpiar la cocina, repasar un aparador, pone distancia entre el hábitus femenino y el masculino a la vez que introduce tiempo en la narración, la dilata, la hace intrascendente para la acción pero no para el pensamiento. Un hombre no pondría (al menos en los valores tradicionales estipulados por nuestra cultura) tanta atención en una acción cotidiana tan “banal”. Lo mismo ocurre con la historia paralela que el filme cuenta sobre una gimnasta olímpica. Ella sabe de su cuerpo y sus condiciones. El entrenador puede exigir de él unas ciertas y determinadas posturas. Puede incluso querer imitar, patéticamente, sus poses. Pero hay algo siempre distinto, siempre de estatuto dudoso, que no cesa de no actualizarse y por ello mismo de insistir como pregunta acerca del deseo, ligado al cuerpo, el triunfo o el Poder. ¿Hasta dónde forzar el cuerpo?, ¿si los cuerpos son distintos, el lugar de arribo, después del esfuerzo, es el mismo?.