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Arandia, quien ocupó el cargo de alcalde del crimen en Lima. Es posible que
un pariente o descendiente suyo, radicado en el Perú, hubiera sido el autor de
la comedia sobre la fundación de Santa Fe. Al respecto averiguamos en los
archivos nacionales del Perú, en los cuales no se pudo encontrar ningún dato
al respecto; pero hay que considerar que a comienzos del siglo XIX se incen-
dió el edificio de la biblioteca y los archivos de Lima y desaparecieron mu-
chos documentos, entre los cuales, de haber existido, podrían estar los
relacionados con Fernando o Hernando de Orbea. Aunque se trata de una
simple conjetura, lo cierto es que por varias descripciones y alusiones de su
obra, parece evidente que el autor no conoció a Santa Fe de Bogotá; aunque
se interesó por el tema de su fundación, en la que participó un adelantado de
los llamados “peruleros”, o sea, de aquellos conquistadores que habían lle-
gado con los hermanos Pizarro a la tierra de los incas. Se trataba de Sebastián
de Belalcázar, quien luego de pasar por los territorios del imperio Inca, con
los hermanos Pizarro, remontó la cordillera, al mando de algunos hombres,
fundando ciudades como Cali o Popayán, hasta llegar a la sabana de Bogotá
un poco después del fundador, Gonzalo Jiménez de Quesada.
Aunque en la obra de Orbea no aparece el tercer conquistador llegado del
norte, Nicolás de Federmán, sí considera a los dos adelantados que estuvie-
ron a punto de irse a las armas para reivindicar la fundación: Jiménez de
Quesada y Sebastián de Belalcázar. Sin embargo, en esta comedia Belalcázar
no es presentado como un antagonista, sino como un simple subalterno de
Quesada, a quien Orbea en su texto llama “Mariscal”.
Sobre esta obra aparece una primera referencia en las notas a la Historia
de la Literatura en Nueva Granada, de José María Vergara y Vergara, hecha
años más tarde por Antonio Gómez Restrepo, quien con Gustavo Otero
Muñoz complementaron con sus notas los estudios de Vergara. Gómez
Restrepo sitúa al autor a finales del siglo XVI, relacionando su obra con un
escrito de fray Esteban de Asencio, un cronista franciscano nacido en Nava-
rra en 1561, quien escribió en 1585 un pequeño Memorial de la fundación
de la provincia de Santa Fe del Nuevo Reino de Granada, del orden de San
Francisco, 1550-15581 .
En sus Apostillas, el historiador Eduardo Posada había escrito unas lí-
neas, presentando breves extractos de la Comedia Nueva, tomados del ma-
nuscrito que se halla en la Biblioteca Nacional de España. Estas notas fueron
publicadas en 1918. Posteriormente, el crítico teatral y periodista Javier Arango
1 Historia de la literatura en la Nueva Granada, por José María Vergara y Vergara. Tomo I
(1538-1790), pág. 50. Biblioteca del Banco Popular, Bogotá, 1974.
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CARLOS JOSÉ REYES POSADA: “COMEDIA NUEVA. LA CONQUISTA DE SANTA FE”. . . 183
2 Las notas de Oswaldo Díaz sobre esta obra me fueron facilitadas por su hijo, el doctor Santiago
Díaz Piedrahita, presidente de la Academia Colombiana de Historia.
3 Fernando de Orbea: Comedia Nueva, edición, prólogo y notas de Héctor H. Orjuela, pág. 6.
Bogotá, 2002.
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Prosiguen los preparativos para el combate, durante los cuales Osmín lla-
ma a los capitanes españoles “aleves advenedizos”. Estos, en cambio, gritan
vivas a Carlos V como Emperador Supremo. En este punto se puede apre-
ciar con claridad la idea que tenían los españoles para justificar la conquista,
como una forma de propagar por toda la tierra el cristianismo, para ordenar el
imperio bajo la égida de la religión católica. Por eso se rechaza como idóla-
tras, cismáticos o enemigos de la fe tanto a los musulmanes como a los judíos
(expulsados de España por los reyes Católicos); y, más tarde, esta actitud se
extenderá a los protestantes y a los naturales del Nuevo Mundo, que para los
españoles no eran más que salvajes idólatras a quienes había que someter y
educar. Por eso las voces que se escuchan de lado y lado en la comedia
muestran un auténtico choque de culturas, aunque desde luego el autor no
asume una posición imparcial y se alinea con una de ellas.
Cuando se forman los batallones y los indios disparan las primeras fle-
chas, los españoles responden a cañonazos desde las naves. En medio de la
contienda, mientras los indios arrojan flechas encendidas, piedras y dardos,
aparece Nemequene y tira al río su hacha de guerra, lo cual produce un
súbito temblor de tierra, se escuchan truenos y centellas y las ondas del río
arrojan fuego, poniendo en peligro a los conquistadores gracias a las artes
mágicas del brujo. Toda una parafernalia heredada de los misterios medieva-
les, cuando con gran aparato salían dragones sobre el tablado del escenario
múltiple, arrojando fuego por la boca. Sin embargo, las artes demoníacas del
hechicero no logran prevalecer, ante el poder catártico de la oración:
“NEMEQUENE:
¡Ay de mí que el aire miro
precipitado a la tierra!
Abatido mi poder,
Desvanecida mi ciencia.
(Cae despeñado del tablado y cesa todo)”15
Tras el fracaso de la magia, Nemequene tiene que aceptar a
regañadientes la superioridad del español, y la princesa Palmira cambia
por completo su actitud y ahora le rinde culto al Mariscal Jiménez de
Quesada como vencedor:
“El reino bogotano
te aclamará su dueño soberano
y yo propia, en persona,
te ceñiré en el trono la corona”16 .
cruentas guerras contra Francia; en acciones bélicas para repeler a los musul-
manes que acosaban por el Mediterráneo e intentaban sitiarse en ciudades im-
portantes por los linderos del Danubio; también contra los protestantes, cuya
influencia se había hecho notoria en Alemania donde los landgraves y señores
de amplios feudos habían adoptado esa fe, rechazando la dependencia católica
del papado. La corriente luterana amenazaba con extenderse por el resto de
Europa, pese al rechazo que se había hecho de ella en la Dieta de Worms y en
otras reuniones, tanto por parte del Emperador como del Papa. De ahí que las
declaraciones del Mariscal, en esta comedia, resulten no sólo ingenuas, sino
también falsas en relación con los hechos históricos, pero la razón dramática
del autor apunta hacia otros objetivos, como son, en este caso, el confrontar
poderes y dignidades, para ganar en primer lugar la guerra verbal que se está
desarrollando en escena. Pero si esta declaración no es suficiente y Osmín no
acata lo que le pide el Mariscal, este también reta al cacique indígena,
amenazándolo con destruir su reino y pisotear su corona.
Por su parte, Palmira también rechaza las exigencias del rey Osmín, y
declara que se ha convertido a la fe cristiana, por lo cual no quiere regresar a
la corte indígena. Para complementar su nueva actitud, defiende los dere-
chos del Mariscal recién llegado, en un gesto que recuerda al de otras prince-
sas indígenas que cambiaron de nombre y se pasaron al lado de los
conquistadores, como la Malinche, con Hernán Cortés en México, o la india
Catalina, en Cartagena de Indias, con don Pedro de Heredia. En un gesto de
guerrera amazona, concluye su arenga amenazando a Osmín con hacerle la
guerra al lado de Jiménez de Quesada. Emocionado ante esta actitud, el
Mariscal le pide que lleve el estandarte con las armas del Emperador.
Los requerimientos y ofertas de lado y lado no han surtido efecto, y por lo
tanto, las fuerzas se preparan para la guerra. En las filas españolas, Belalcázar
y Lugo se muestran como oficiales de menor rango, bajo las órdenes de
Jiménez de Quesada, lo cual también se contradice con los hechos históri-
cos. Tanto Quesada como Belalcázar llegaron a la sabana de Bogotá como
adelantados, el uno de los ejércitos del sur, bajo el mando de Francisco Pizarro,
y el otro desde el norte, por la ruta del río Magdalena; ambos habían tenido
que remontar la cordillera oriental por senderos distintos, y su encuentro fue
casual y coincidente con la fecha de la fundación de Bogotá, el 6 de agosto
de 1538; pero estas precisiones tampoco afectan las intenciones dramáticas
de Orbea, que se limita a dibujar las fuerzas antagonistas, sin conocer en
detalle lo que sucedió en la vida real con cada uno de estos personajes.
Mientras los contendores se preparan para el combate, aparece Chiburrina,
quien de un modo picaresco intenta defender la identidad nativa:
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24 Ciudad española, de la antigua colonia romana, destruida por Escisión el Emiliano en el Siglo II,
tras una heroica defensa de sus habitantes.
25 Comedia Nueva, pág. 123.
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