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LA LIBERTAD DE OPINIÓN
EN TIEMPOS DE GUERRAi
opinión. Fue hace más de doscientos años, en un artículo titulado “¿Qué significa orientarse en el
inmenso valor para la sociedad moderna, señala Kant, del hecho de que al prohibirla o menoscabarla
se está limitando la comunicación del pensamiento de sus integrantes, sino del hecho de que impide
el propio pensamiento entendido como tarea colectiva. Dicho de otra manera, la única forma de que
posibilidad de hacer público el pensamiento de sus individuos: «Puede decirse, por tanto, que aquel
poder exterior que arrebata a los hombres la libertad de comunicar públicamente sus pensamientos,
les quita también la libertad de pensamiento: la única joya que aún nos queda junto a todas las
demás cargas civiles y la única mediante la cual puede procurarse remedio a todos los males de ese
estado»ii. Siglo y medio más tarde, John Dewey parecía estar refiriéndose a la idea del “pensamiento
en voz alta” como forma característica de pensamiento de una sociedad liberal cuando escribió en
La reconstrucción de la filosofía que la prueba que sirve para decidir si un supuesto bien es
Valores que en tiempos de guerraiii resultan objeto de las dudas más lacerantes pueden darse
tan por supuestos al cabo de un dilatado período de paz social que lleguen a convertirse para
muchos, sin embargo, en una especie de incómodo lujo. Así ocurre con las libertades de opinión o
de información, a las que se juzga con excesiva frecuencia como porciones del sistema de libertades
con relativa poca importancia sobre la vida real de los ciudadanos. No es extraño hoy en día que se
pregunte en general por qué razón la libertad de opinión o de información reciben en un buen
número de decisiones judiciales un tratamiento preferencial a los del honor o la propia imagen o,
como lo expresa J. L. del Hierro, por qué razón se ha de contemplar la libertad de información como
escogido un periodo y una nación, el relativo al conflicto de la segunda guerra mundial en EE. UU.,
en que el régimen de libertades democráticas se vio amenazado desde dentro, por sus propios
beneficiarios, debido al empuje de los totalitarismos de la primera mitad del siglo XX.
en la época que nos incumbe, fue durante el primer tercio del siglo XX un filósofo marcadamente
crítico con lo que denominaba un liberalismo mal entendido o bastardeado en su país: aquel finance
capitalism según el cual las fuerzas económicas y, en especial, las actividades de los grandes
sociedad a través de sus instituciones políticas y legislativas. Dewey tampoco tuvo inconveniente en
al compararlas con las europeas en lo tocante a lo que él llamaba "liberalidad de pensamiento"v que
cultivo de una cierta amplitud de intereses intelectuales que les permitiera opinar de manera
informada y competente sobre asuntos comunes: «En tanto cierto grado de especialismo es
embargo, Dewey fue también el pensador que perfiló con más negras tintas la propuesta de suprimir
en su país de forma provisional las libertades de comunicación y expresión, considerada por muchos
titulado Religión y moralidad en una sociedad libreviii. Este documento fue leído el 18 de mayo de
1942, mediado ya el conflicto bélico, en el Hollins College de Virginia, durante la conmemoración
Guerra Mundial, cuando las potencias del Eje parecían encontrar expedito el camino de las
sucesivas invasiones y los aliados aún no habían obtenido sus primeras victorias significativas,
algunas voces en EE.UU. se empezaban a preguntar en voz alta si una prensa libre no sería una
fuente de debilidad nacional en épocas de confrontación armada como aquélla, en donde, por
ejemplo, se aducía que las noticias adversas llegadas de Europa causaban desánimo entre la
población civil.
Derechos de Virginia de 1776 exaltaba la libertad de prensa como "uno de los grandes baluartes de
la libertad" que no podía ser restringida "a no ser por gobiernos despóticos", que uno de los
founding fathers de la nación, James Madison, defendió la libertad de prensa como “el único
guardián eficaz de cualquier otro derecho”, y por último que la primera enmienda del Bill of Rights
limitaran la libertad de prensa o de palabra) es la que hace preguntarse a Dewey por los elementos
La tesis deweyana vendría a resumirse en el siguiente razonamiento: si fuera cierto que las
libertades de opinión y publicación se limitan a expresar, como afirman sus adversarios ideológicos
al otro lado del Atlántico, un conjunto de intereses egoístas o particulares desgajados del interés
público de la nación, entonces lo expresarían por igual en tiempos de guerra y en tiempos de paz,
con la única diferencia de que en el primer caso sus efectos desintegradores resultarían más
evidentes y acelerados. Por tanto, cabía preguntarse si el cambio de opinión sobre la importancia de
tales libertades podría obedecer en el fondo menos a una cuestión de prudencia o casuística que a
una cuestión de principios morales y políticos (cabía preguntarse si la Alemania nazi no estaría
ganando la primera batalla en el campo de la confianza de los ciudadanos libres en sus instituciones
típicas).
Dewey comienza en su address por vindicar el trasfondo moral de la contienda que divide
en dos al mundo industrializado: una guerra que a su juicio confronta dos concepciones filosóficas,
político y el absolutismo moral; herederos en su conjunto de una tradición histórica según la cual la
mayoría de la población no se encuentra preparada para decidir por sí misma sobre la marcha de los
autoritarismo, los cuales conllevan a su vez la abolición o, al menos, la fuerte restricción de las
surgida a raíz de "los cambios en la ciencia y la industria"ix, la cual entiende la paz social como un
comunicación y la libre concurrencia de ideas y valores, y por último protege la libertad de los
Weltanschauung entre ambas tradiciones fue expuesta con algunas variantes en el mismo año 1942,
comunidad unida (una sociedad volkische o popular) mediante la imposición, pero también
abajo arriba”.
Cuando Dewey, en su labor de retracción en busca de la raíz de una y otra concepciones del
mundo que están batiéndose en los campos de batalla se pregunta por el quale de la diferencia, la
Dewey estima que en el corazón de la pregunta: «¿no podría ésta o aquella opinión
equivocada (p. ej., la opinión de que la guerra debe abandonarse), mantenida por personas
desorden o falta de confianza en la nación?» late la disparidad clave entre un tipo de sociedad
autoritaria (de la cual el totalitarismo es la más reciente de sus formas) y un tipo de sociedad
uniformadoras que confiere la autoridad gubernamental o legislativa para acallar las voces
discordantes o divergentes, no se hace por una cuestión de prudencia, sino porque se piensa que en
sí misma es más eficaz. Ahora bien, si se decide conculcar la libertad de pensamiento, hay que saber
En el retrato sin claroscuros que hace Dewey, el principio de absolutismo moral se halla
enquistado en la creencia de que las verdades por las que una sociedad debe ser gobernada se
encuentran en manos de “un pequeño grupo ilustrado” (los “líderes patrióticos” en la versión del
que la “masa” o el “pueblo” debe disciplinada obediencia. Por tanto esa minoría no sólo puede sino
que debe, en base a su superioridad moral, decidir qué debe o no debe saber la población. Dewey
sugiere que si se imita la conducta de Alemania al “inculcar” desde arriba las “verdades” morales en
vez de seguir el método democrático de “construir” desde abajo el consenso de las ideas, lo que se
está haciendo es dar la razón a sus adversarios en el combate ideológico que se esconde tras las
armas, y con ello darse por vencidos de antemano al asumir el código moral autoritario para el tipo
de sociedad que se defiende. Lo que propone Dewey es, por el contrario, entender la libertad de
conciencia y de expresión como la causa de las otras libertades, y no como su consecuencia; contra
el monopolio de la verdad últ ima, propone “ampliar el área de libre investigación y de libre
en los peores momentos de la guerra a secundar a aquellos que pretendían luchar contra Hitler en su
solucionaba con menos democracia, sino, al contrario, con más democracia: sólo podía solucionarse
profundizando en el modo de vida democrático, en sus métodos y sus fines propios, es decir, en la
“certeza racional” del idealismo alemán, pero a cambio sí alcanzaría la “convicción razonable” del
empirismo británico. No cuesta mucho confirmar, por nuestra parte, que es en esa segunda tradición
filosófica donde la libertad de opinar e informar ha tenido su defensa más brillante y sostenida.
Entre sus primeros modeladores se cuenta John Milton, que defendió en su Areopagítica la libertad
de prensa; en esta obra de todavía deliciosa lectura Milton se opone a la orden de supresión de la
libertad de imprenta dictada en 1643 por el Parlamento inglés. El autor de El paraíso perdido
propuso allí la conveniencia de publicar tanto las ideas buenas como las malas, y lo hizo con el
argumento de que a la larga estas últimas caerían en descrédito por sí mismas, sin necesidad de que
fuesen prohibidas por las autoridades; además, los lectores ganarían en sabiduría al verse obligados
a discernir continuamente por sí mismos entre lo bueno y lo malo; Milton proclamaba con
sorprendentes visos de modernidad que la verdad sólo podía lograrse con la libre exposición de las
tesis rivales en la arena pública ante el examen ilustrado de los lectores, y adelantaba ya la gráfica
opinión de John Stuart Mill según la cual sin una opinión completamente libre nuestra civilización
terminaría por “osificarse”. No muy otra es la concepción que Dewey mantiene de las virtudes del
espacio público para discriminar el valor de las nociones políticas: aquellas ideas o prejuicios acerca
de la vida en común que pueden triunfar en el seno de un pequeño grupo debido a la falta de
contacto con el mundo exterior muestran toda su inanidad o estulticia apenas se someten a la
Ante la pregunta: ¿por qué tanta importancia a la libre comunicación?, Dewey xiii responde
“Challenge to Liberal Thought” xiv ya señaló Dewey que «la comunicación es el rasgo que separa
definitivamente al hombre del resto de las criaturas», y en “The Crisis in Human History”xv viene a
indicar que la intercomunicación por el habla es una propiedad intrínseca de la naturaleza humana
pueden ser comunicados a los demás, convirtiéndose a partir de ese momento en una porción del
patrimonio común. Cuando el totalitarismo se preocupa tanto por silenciar las opiniones adversas,
por absorber las escuelas, la prensa, los libros, la radio, está sin saberlo rindiendo un tributo a la
sociedad libre, porque lo que hace es apropiarse de su principal fuente de progreso. Y aquí reside la
creencia de que, puesto que no hay un sistema cerrado de verdades ya en posesión de una minoría
que la autorice a reprimir o suprimir ideas contrarias, las verdades se encuentran abiertas a una
continua búsqueda, comunicación y discusión pública. Esa libertad optimista que confía en todas las
potencialidades del ser humano afecta a los medios y los fines que las actualiza.
permanente, de una vez y para siempre, sino que hay que sostenerla y ampliarla con esfuerzo cada
vez; por tanto, tampoco se puede ceder por razones tácticas sin poner en peligro su futuro. Al ceder
en aras de la unidad de la nación. Dewey tildó de grave error aquella convicción, ampliamente
compartida por distintas ideologías, de que se puede llegar llegar a fines libres siguiendo métodos
campaña por el poder, comprendió [Hitler] que para que un pueblo sea fuerte debe estar unido.
[Pero] él nunca comprendió el principio moral (...) de la democracia norteamericana: que esa unidad
que a su vez es producto de la comunicación continua, las reuniones, las consultas, los contactos; del
libre dar y tomar de seres libres. Él pensaba que debía ser el producto de la fuerza y del tipo de
propaganda que sólo es posible mediante la supresión de la libre expresión, publicación, reunión y
educación».
En este conjunto de artículos que difícilmente podían dejar de ser “de combate” en favor de
su país visto el momento en que están redactados (el propio Dewey había escrito en 1924, en el
período de entreguerras, que el estado de guerra introduce en los humanos un arduo dilema: o
autor juzga esa supresión en su propio país de la libertad de opinión como el mejor homenaje a sus
adversarios y como una amenaza para la supresión de la democracia sólo comparable a la victoria
por las armas de las potencias del Eje. Quizá cabría concluir este repaso a la lección de enérgica
confianza en el modo de vida democrático que John Dewey dio en su tiempo con una advertencia
para todo futuro: “La guerra contra un poder totalitario —escribió Dewey hacia la mitad de la II
Guerra Mundial— es una guerra contra una forma agresiva de vida que sólo puede mantenerse viva
mediante la extensión constante de su esfera de agresión. (...) Y usando los mismos métodos de
organizar cada aspecto de la ciencia y cada forma de teconología para imponer un servil corsé de
conformidad, al cual se le da el alto título de unidad social. Estamos comprometidos por el reto
dirigido a todo elemento de una forma democrática de vida para usar el conocimiento, la tecnología
y cada forma de relación humana con el fin de promover la unidad social mediante el libre
i
Este trabajo se encuentra vinculado a la investigación individual sobre la obra política de John
Dewey que, a su vez, forma parte del proyecto de investigación GV00-158-08 para grupos de
investigación I+D emergentes. Este proyecto de investigación se halla integrado en el Plan
Nacional de Investigación Científica y Desarrollo Tecnológico bajo el título de La teoría de la
democracia ante los desafíos contemporáneos: competencia cívica y globalización, y está dirigido
por la profesora de la Universidad de Valencia Dª Mª Pilar González Altable.
ii
Kant, Immanuel, “¿Qué significa orientarse en el pensamiento”, en En defensa de la
ilustración, Alba: Barcelona, 1999, pp. 165-182.
iii
Algunos de los artículos que escribió John Dewey en torno a la guerra y su posible
erradicación han sido traducidos y comentados en: Catalán, Miguel, Proceso a la guerra
(Valencia: Alfons el Magnànim, 1997).
iv. Del Hierro, J. L., "Libertad de prensa", en Benito, A. (ed), Diccionario de Ciencias y Técnicas
de la Comunicación, Ed Paulinas: Madrid, 1991, pp. 869-870.
v. “The Liberal College and Its Enemies”, en Dewey, John, Collected Works, Illinois: Southern
Illinois University Press, 1969-1991 (en adelante: O. C.), Middle Works, 15: 205-211
vi
Ibídem.
vii
"Religion and Morality in a Free Society", "Contribution to Democracy in a World of
Tensions", "Why I selected "Democracy and America" y “The One-World of Hitler´s National
Socialism”.
viii. Dewey, John, "Religion and Morality in a Free Society", en Dewey, John, O. C., Later Works,
vol. 15, pp. 170-183.
ix. Op. cit., p. 173
x
Dewey, J., “The One-World of Hitler´s National Socialism”, en O. C. / Middle Works, 15: 445.
xi
Ibídem.
xii
Westbrook, R. W., John Dewey and American Democracy, Nueva York: Cornell University
Press, 1991.
xiii. Dewey, en "Contribution to Democracy in a World of Tensions", O.C. / Later Works, 16: 403,
observa que "la Constitución en su estado original no contenía ninguna garantía del derecho
político primario -el de tomar parte, a través del ejercicio del sufragio, en la selección de las
autoridades que constituyen el cuerpo gubernamental-. El, en principio, muy restringido derecho
del sufragio se ha extendido paulatinamente gracias a las libertades particulares que estaban
garantizadas: aquellas de la libre discusión pública de asuntos que conciernen al bienestar del
pueblo.
xiv. Dewey, J., O.C. / Later Works 15: 266
xv. Dewey, J., O.C. / Later Works 15: 210.
xvi. Dewey, J., "Why I selected "Democracy and America" ", en O.C. / Later Works, 15: 367.
xvii
Dewey, J., “The One-World of Hitler´s National Socialism”, ed. cit., p. 446.