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Hombres y pastores

Ruth Ramasco de Monzón


Seminario Mayor Arquidiocesano de Tucumán
4 de agosto de 2010

¿Hay alguna situación humana que queda fuera de la oferta de redención?


¿Hay alguna situación humana que asegure la redención? La única respuesta
que podemos dar a ambas preguntas es “no”. Ninguna situación humana nos
hace quedar fuera de la oferta redentora, ninguna situación humana nos
asegura la redención. Digámoslo más fuerte, más contundentemente: la
homosexualidad no nos hace quedar fuera de la oferta de redención, la
heterosexualidad no nos asegura la redención. ¿Por qué plantearlo en esos
términos? Porque esto es lo que debe constituir la mayor paz y el mayor
desafío de nuestra inteligencia en estos momentos, ya que en última instancia
lo que importa es la realidad más fuerte de nuestras vidas, y esa realidad es el
amor redentor de Jesús el Cristo. Nos es ofrecido a todos; ninguno lo posee si
su libertad no responde a él. Digamos lo mismo respecto a toda raza, a toda
cultura, a todo momento de la historia, a todo grupo humano, a toda condición
moral, a toda edad, a toda configuración física y psíquica. Para todos, para
todas, la oferta redentora es una realidad. Para nadie, hombre, mujer, esclavo,
libre, se transforma en vida de su vida sin decisiones, acciones, libertad. Y
estas decisiones, estas acciones y la fuerza de liberación de su libertad
dependen de su efectiva y concreta capacidad de recepción de este
ofrecimiento.

Desde esa certeza, podemos plantearnos las perplejidades, temores,


incertidumbres que generan las dificultades de la formación de la sexualidad,
las preguntas sobre el escenario legal y sociopolítico, los interrogantes sobre
líneas pastorales posibles. Más cercano a la situación concreta de quienes son
seminaristas y formadores de los seminarios, las incertidumbres que se
producen en la formación de la sexualidad de un pastor. Estas incertidumbres
son diversas:

1. Las propias de todo ser humano, varón o mujer, al asumir su propia


identidad personal y sexuada.

2. Las que provienen de nuestra formación como pastores.

Por eso, lo primero que vamos a hacer es establecer ciertas aclaraciones


iniciales. Estas aclaraciones no pretenden hacernos quedar sin incertidumbres,
sino distinguir, por el contrario, cuáles son aquellas que corresponden a la vida
de todo ser humano, y cuáles son aquellas que se agregan a nuestras
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espaldas, puesto que pretendemos ingresar al misterio del sacerdocio


ministerial, en seguimiento de Jesús, el Cristo.

1. Las incertidumbres de la asunción de una identidad personal sexuada

La identidad personal que está puesta en nuestras manos no se presenta como


una identidad mecánica, ni puede entenderse como un mero desarrollo de lo
ya dado. Poseerla, hacerla propia, es un acto de libertad donde no sólo nos
encontramos presentes nosotros mismos, sino el conjunto de todos aquellos
que constituyen nuestra historia, nuestro mundo, nuestra experiencia. Por
supuesto que no podemos constituirla desde la nada, ni tampoco que sea
irrelevante lo ya dado: una corporalidad dada, una estructura biológica, la
historia de todos los entrecruzamientos genéticos que posee nuestro ADN. Pero
tampoco es verdad que poseamos nuestra naturaleza de idéntica manera a
como la posee un ser no personal: la poseemos descubriéndola,
interpretándola, aceptándola o rechazándola, preguntando sobre ella. La
diversidad de nuestras culturas nos aproxima o acerca algunos de sus rasgos,
o puede negarlos, o sobredimensionarlos o minimizarlos. La diversidad de
nuestras interpretaciones obra de manera semejante: todo es naturaleza, nada
es naturaleza, ¿cuál es el límite de lo dado?, ¿qué es lo que está en nuestras
manos?

¿Todo está dado? No. ¿Nada está dado? No. ¿Producimos construcciones
culturales de lo que somos? Sí, sí lo hacemos. Pero nos es natural producir
cultura, nos es natural producir interpretaciones, nos es natural producir
decisiones. Cualesquiera sean los límites que la ciencia y la tecnología
permitan desplazar, no podemos desplazar todo límite. A la presencia de un
límite irreductible a nuestras decisiones, pero del que solo podemos
apropiarnos por medio de decisiones, contingencias, acontecimientos
históricos, singularidades, a ese límite denominamos “naturaleza”. Lo que
quiere decir que un ser personal humano es tal porque su límite, el límite
constituido por lo que en él es dado, es poseído desde sus decisiones y los
acontecimientos históricos, desde la sucesión de sus actos, desde la lucidez o
la opacidad de su mirada, desde el entrecruzamiento de encuentros y
desencuentros humanos que posee, desde las aperturas u obturaciones que
realiza. Si nuestra naturaleza no implicara la apertura a la oferta de la libertad,
no seríamos seres personales.

Pero cabe hacer una salvaguarda. La tecnología nos ha permitido modificar


innumerables límites y posibilidades humanas. De manera que nuestro trato
con los límites se ha modificado inmensamente. Hasta el punto de poder
pensar que no existen límites, salvo el límite fáctico de que aún no hemos
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resuelto un problema técnico sobre ello. Sin embargo, nadie dice que la
libertad humana consiste en una capacidad irremediablemente orientada a la
transgresión de todo límite o a la expansión de toda frontera. En eso consiste
también la insondable capacidad de nuestra libertad: en que también debemos
decidir si debemos superar todo límite, o si debemos salvaguardar ciertos
límites, o si debemos entrecruzar diversos tipos de criterio cuando nos toque
decidir sobre si algún límite puede mantenerse para siempre. Pensar que no
tenemos posibilidad de modificación de nada implica rechazar nuestra libertad;
pensar que nuestra libertad debe asumir necesariamente todo aquello que la
tecnología me permita, implica también tomar una postura necesitarista,
puesto que equivale a pensar que necesariamente debemos superarlos a
todos. Como una especie de mito de la transgresión o el progreso indefinido.

Una segunda observación: así como las diversas culturas significan diversas
formas de asunción e interpretación de lo humano, así como ninguna puede
ser todas las formas posibles de ser hombre, tampoco ningún hombre puede
ser sin pertenecer a una cultura determinada, cualesquiera sean los procesos
de interculturalidad que se produzcan. ¿Tenemos una posibilidad de superar
los límites de nuestra cultura? Sí, abriéndonos a otras. ¿Podemos dejar de
poseer una cultura de origen? No: la poseemos con todos los procesos
interactivos o conflictivos que ésa posee.

En el caso de una existencia singular humana, la morfología biológica produce


dos formas, íntimamente asociadas a una serie de rasgos psíquicos,
intelectuales, de tendencias en la conducta, etc. Esta duplicidad de base
(varón-mujer) no se ha alterado, aún cuando los rasgos psíquicos y demás
aspectos admitan identificaciones diversas, patrones culturales, tendencias
mediatizadas por encuentros, desarrollo, influencia, historia, etc. A esa
duplicidad corresponden, tanto la posibilidad física de la reproducción de la
especie, como una serie de características vinculadas con la posibilidad de
placer. La posibilidad física de reproducción de la especie, pese a las
posibilidades técnicas de fecundación asistida, aún requiere la dualidad
biológica, aunque más no sea en sus constitutivos básicos. Podemos suprimir
un montón de niveles del acto de generación que se requerían antes, pero no
podemos suprimir la dualidad inicial del óvulo y el espermatozoide. En lo que
hace a la experiencia de placer, es, quizás, uno de los placeres más fuertes que
los seres humanos experimentamos, y se vincula a nuestra capacidad de
finalización, paz, de entrega, de donación. La experiencia de placer no se
reduce a un mecanismo fisiológico ni físico químico, aunque lo posea como
base y aunque su plenitud requiera un proceso estrictamente físico de
culminación (el orgasmo no se reduce a ese proceso, pero lo supone). Porque
se trata de un placer vinculado también a nuestra posibilidad de imaginación, a
la apropiación de nuestro cuerpo, a la totalidad de nuestro estado físico y
psíquico, a nuestra historia y sus personajes, a las más íntimas decisiones de
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sentido que poseemos y los más íntimos dolores que cargamos. Implica poseer
nuestro cuerpo de otra manera, poseerlo allí donde dejamos de poseer
insatisfacción.

Ahora bien, ¿dónde se sitúa la posibilidad de la heterosexualidad o la


homosexualidad? No a nivel de la mera constitución física, puesto que ésta
produce las dos morfologías que señalábamos. Se produce en el nivel de la
orientación del placer y la plenitud. Por eso se manifiesta como atracción. Si
esa atracción surge por factores de nuestra constitución biológica, no lo
sabemos. Lo curioso es que no altera nuestra biología, nuestros órganos
sexuales, ni nuestra capacidad de reproducción, que continúa siendo de una
manera o de otra. Que nuestra capacidad tecnológica nos provea de la
capacidad de alteración de nuestros órganos, efectivamente es así. Pero eso no
está en el núcleo de la homosexualidad, puesto que ser homosexual no
equivale a querer necesariamente una transformación física, como sería el
caso de los transexuales. Equivale a una orientación de la atracción y de la
expectativa y realidad de la satisfacción.

Establezcamos ciertas precisiones de sentido sobre esto:

1. Todos, a partir de nuestra especificidad biológica, constituimos la


orientación de nuestra plenitud. No podemos experimentar placer ni
completitud sino como consecuencia de nuestra historia, del desarrollo
de nuestro psiquismo, de nuestras experiencias, de nuestra cultura. El
punto de partida ineludible de esta trama es nuestra organicidad inicial.

2. Esta orientación se constituye hacia lo que es semejante a nuestra


especificidad o hacia lo que es distinto. En un caso, la atracción se
separa de la posibilidad de reproducción; en otro caso, sigue asociada a
ello. Al separarse de la posibilidad de reproducción, la atracción se
orienta hacia una unión que no puede avanzar hacia la originación de un
ser que provenga de ambas historias genéticas; necesariamente deberá
incluir a un tercero o a más. Al seguir asociada a la reproducción, la
orientación puede llegar hacia la generación de un ser que provenga de
ambas historias genéticas. Es por esto que nuestra sexualidad se
encuentra íntimamente asociada a nuestro impulso vital, un impulso de
vida, un impulso de dinamismo, fuerza, satisfacción y placer. De ahí que
la gratificación sexual también puede comprenderse como una
estrategia de supervivencia de la misma especie.

3. En tanto las posibilidades de vida de los hombres y mujeres no es sólo


posibilidad física, es preciso recordar que también existen parejas
heterosexuales que no son fértiles físicamente; sin embargo, también
pueden conocer lo que significa que sus historias personales, ya no las
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genéticas, se entrecrucen en la adopción de un ser. En este caso, es el


amor lo que produce la generación de un nuevo ser.

4. Hasta el momento, y en las diversas variaciones históricas, geográficas,


culturales, esto no ha sido mayoritario. Ha representado siempre un
porcentaje pequeño de la población. ¿Es importante este argumento de
una cierta constancia o regularidad? Cualquiera sea la importancia que
le asignemos, no podemos decir que no existe. (De ahí el argumento del
derecho de las minorías; de ahí también el problema jurídico de la
relación entre los derechos de las minorías y los de las mayorías)

¿Dónde residen nuestros conflictos? No en la contraposición naturaleza-


construcción cultural: en la comprensión de sus vínculos, en su posibilidad de
mutua exclusión. Una formulación inicial: o no hay naturaleza, o no hay
construcción cultural. Otra formulación: lo físico es lo determinante en nuestra
sexualidad y esto es un dato dado, la atracción es lo determinante en nuestra
sexualidad y ésta se construye. Otra formulación más: dos constituyentes,
varón y mujer; varón que es atraído por un varón, varón que es atraído por una
mujer, mujer que es atraída por una mujer, mujer que es atraído por un varón,
varones o mujeres que son atraídos por ambos sexos.

En la realidad concreta de los varones y mujeres, hay efectivamente una


corporalidad dada y no somos seres humanos sin poseer esa bifurcación. Por
otra parte, también hay una orientación de nuestra atracción y plenitud, y
nadie la pone o quita a voluntad. Porque se trata de una estructura de
organización sumamente compleja y delicada, presente tanto en una
orientación o en otra. Por eso existen etapas de búsqueda de afirmación o
definición sexual, procesos de orientación, actos que no corresponden a
estructuras. Podemos hacerlo desde una identidad pacífica o desde conflictos,
pero siempre lo hacemos. Si la estructura compleja de nuestra orientación es
dificilísima de entender, también lo es nuestra estructura biológica, así como la
correlación entre ambas. Los avances científicos son lentos, de difícil prueba,
sin constatación definitiva de muchos elementos.

La estructura de esta organización no es sólo organización de nuestra


posibilidad de placer, sino más hondamente, organización de nuestra búsqueda
de plenificación. De ahí que atraviese todos los estratos de nuestra vida, todos
los acontecimientos y procesos. Por eso, esa organización no caracteriza sólo
nuestra capacidad de placer físico, sino nuestra forma de asunción de todo lo
que significa ser humano.

Volvamos desde ahí hacia la situación problemática y despejemos un poco el


camino. Veamos qué resulta inexcusable en la reflexión y en el debate. No
podemos negar la complejidad de la formación de nuestra identidad
biopsíquica, complejidad que se da en todos. No podemos negar la existencia
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de la atracción como algo que puede resultar irreductible a la persona que la


experimenta, sea tanto heterosexual como homosexual. No podemos negar
tampoco los numerosos actos de discriminación, sólo que también debemos
advertir que las bromas despectivas y la ridiculización de las conductas
también existen en las comunidades e individuos homosexuales respecto a los
heterosexuales, así como también existen posiciones duras que niegan toda
legitimidad a la heterosexualidad y la consideran solo una homosexualidad
disfrazada y cobarde. La posibilidad de un discurso hegemónico existe también
entre sus defensores. De ninguna manera el debate puede excluir la
posibilidad de la libertad, sino establecer los matices entre una perspectiva de
una autonomía relativa y una autonomía absoluta. ¿Cómo dirimir entonces? El
argumento de la mayoría heterosexual en la población mundial no resulta un
argumento definitivo.

Quizás podamos trabajar con dos criterios, tanto teórica como prácticamente:
a) el criterio de la vida, en su prolongación, profundidad y plenitud; b) el
criterio de la alteridad. ¿Por qué decimos teórica y prácticamente? Porque
quienes piensen que la heterosexualidad tiene que ver con la plenitud humana,
deben probarlo: en el nivel de la investigación biológica, en el nivel de las
ciencias sociales, en el nivel de los fundamentos de la sexualidad, en el nivel
de la generación de conocimiento, en la generación de arte. También la
alteridad: ¿cuál es la contribución de la unión heterosexual en la completitud
humana, en la generación de instituciones, en la interdisciplinariedad, en la
comprensión de los procesos, en la educación, en el desarrollo de los seres
humanos, etc.? Si el problema queda acotado sólo a la vida familiar, puede
aportar elementos de juicio, pero no son suficientes en un mundo complejo. Y
también debemos reconocer que a veces una excesiva atención puesta sobre
la vida familiar nos ha hecho permanecer relegados en muchas áreas de la
necesaria contribución a la vida sociopolítica, científica y artística. Si nuestra
posición proviene de nuestra fe, debemos acordarnos que una gran parte del
mundo no cree. Por ende, la ciencia, la reflexión y la efectiva heterosexualidad
deben volverse partes constitutivas de nuestro amor de caridad hacia los
hombres.

2. ¿Otras incertidumbres? La formación de los pastores

Supuestas las afirmaciones anteriores, agreguemos aquello que constituye o


debería constituir el supuesto humano del proceso de discernimiento y
formación que aquí se realiza: la buena intención. Porque nada puede sustituir
la decisión de un joven o un adulto de entregar realmente su vida a Dios y a su
pueblo en el seguimiento de Jesucristo. Una intención que puede equivocarse
en lo que cree conocer de sí mismo, que puede equivocarse en sus actos o
elecciones, pero que no se equivoca en una cosa: ha decidido entregar todo lo
que es a la verdad de Dios, está dispuesto a la verdad de su ser, a la que
corresponde a su hoy, a la de su ayer, a la de su futuro. De ahí que este
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proceso posea un ámbito de exclusión que le es implícito: toda doblez, toda


intención de falsedad, todo rechazo a la verdad. Posee también una decisión
tomada de antemano: la intención de dejar de lado todo aquello que impida la
entrega, de pelear contra todo lo que se oponga a ella, de descubrir nuevos
caminos de entrega cuando los que posea se cierren.

¿Por qué señalamos esto? Porque éste es el supuesto humano que constituye
la base de desarrollo de la sexualidad de un pastor. Un hombre, un joven que
ha decidido serlo, está decidido a no mentir. Por lo tanto, está dispuesto a
buscar la verdad: debe poder decirse a sí mismo que sueña, qué desea, qué
rechaza. No puede recibir a Dios ni a la responsabilidad sobre su pueblo si ha
decidido que puede mentir o mentirse.

Por lo tanto, el proceso de discernimiento no puede abarcar una serie de


situaciones, tales como las que nombramos a continuación:

a) La ligereza en las relaciones, sean éstas con varones o mujeres, una


ligereza que implica o puede implicar presunciones, ambigüedad en los
gestos físicos o en las palabras, caricias, intercambio sexual parcial o
total.

b) La existencia de vínculos de cierta estabilidad, atravesados por una


falsedad fundamental: se trata de vínculos de antemano planteados
como aquello que no culminará en la elección mutua, ni en el
compromiso público asumido, ni en la integración a la propia vida. Es
decir, vínculos que no pueden pedir definiciones ni públicas ni privadas y
se desarrollan sin comprometer la responsabilidad del seminarista en la
vida de la otra persona.

c) La posibilidad de establecer múltiples vínculos paralelos incompletos, sin


que ninguno pueda exigir la entrega ni la decisión.

d) La preferencia de los vínculos homosexuales como vínculos que no


incluyen el riesgo de la fertilidad y la consiguiente exposición.

e) Las relaciones con personas casadas, con la posibilidad de grave daño


familiar.

f) Las conductas que son cercanas a una acción que constituye un delito o
que son tal (manoseo y abuso de menores, producción de material
pornográfico con sus imágenes, abuso y violación de mujeres y varones)

g) El consumo de pornografía, solos o en grupo, favorecido hoy por la


presencia de la red.

h) La masturbación como estructura habitual de obtención de placer sexual


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i) La formación de grupos que encubren conductas que deben abrirse a la


interpelación, el diálogo, la terapia, la mirada de fe.

¿Por qué no puede abarcarlas? Por su profundo rechazo a la verdad, por su


decisión de no dejarse interpelar por ella. Más aún: por su deshonestidad. No
nos referimos a la posibilidad de actos aislados, que a veces constituyen una
inmensa ocasión de conocerse a sí mismo o de arrepentirse. Nos referimos a
actos habituales, constantes, instalados en la vida del seminario como simple
introducción a una vida sacerdotal que será así. Si ello se da, sólo cabe decir
una sola cosa: decídanse a salir. Porque nadie puede ser sacerdote de Quien es
la Verdad desde una profunda decisión de falsedad. No esperen la evaluación
de los formadores: si su decisión de vida no incluye un amor capaz de sostener
una decisión de verdad, tengan la decencia de no engañar a la gente que
espera y confía en Uds.

Los criterios que señalábamos con anterioridad: el criterio de la vida y el


criterio de la alteridad deben servir de parámetros que permitan una mirada
evangélica y humanizadora sobre los propios actos. ¿Es un acto a favor de la
vida mía y de los nuestros lo que realizo? ¿Respeto la vida de aquellas y
aquellos con los cuales me relaciono? ¿Construyo una decisión de alteridad a
través de una estructura de gratificación sexual en donde las imágenes sólo
representan mi propio yo buscándose a sí mismo? No estamos pensando en la
exploración que un joven hace de su profundo impulso sexual: nos referimos a
la construcción de un hábito donde el placer excluye la alteridad. ¿Vivimos
nuestra sexualidad como un aspecto de nuestra persona o como todo lo que
somos, en su posibilidad constitutiva de vida y alteridad, de reposo y de
entrega?

Hasta llegar a aquello que, desde esos mismos criterios, es absolutamente


inadmisible: la coerción y seducción de quienes están indefensos frente a mis
deseos, la violencia física y moral como estrategia para obtener placer.
Ninguna constitución del psiquismo justifica la destrucción física o moral de un
ser humano por el abuso llevado a cabo por quien debe protegerlo, alguien
mayor que él. Sólo quien ingresa en la impotencia insoportable que
experimenta un abusado puede comprender el horror de las palabras con las
que los abusadores justifican sus actos o eluden su responsabilidad. Quienes
hemos escuchado, por historia, por cercanía con numerosas personas, la
memoria de violaciones ocurridas en la niñez, las palabras que aún los
avergüenzan (aunque no haya nada de qué avergonzarse por haber sido
violado o violada); quienes hemos escuchado eso nos vemos obligados a decir
que el grado de desprecio por la vida y la dignidad que estos actos suponen no
puede ser admitido de ninguna manera, absolutamente, en la vida sacerdotal.
No se animen a justificar esos actos; no pidan jamás a un padre o a una madre
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que considere que el “padrecito” hace otras cosas que son buenas; no vuelvan
a abusar de un niño o niña al decirle que tiene que comprender a quien le ha
destrozado la vida. Son quienes han destrozado la vida de un niño quienes
tienen que comprender, hasta el interior del abismo de indignidad que ello
supone, lo que realmente han hecho.

¿Por qué lo hacen? No lo sabemos en sentido absoluto. Sí podemos pensar


algunas líneas: la necesidad de una relación atravesada por el poder, un
anhelo perverso de trato con lo que es inocente, la imposibilidad de excitación
sexual con pares. También puede pensarse, como se ha señalado, en la
posibilidad de un incremento de la pedofilia por la presencia de un nuevo rol y
una nueva relación de fuerza y poder en la mujer. De manera que aquellos que
antaño podían experimentar su propia potencia sexual con una mujer, puesto
que su imaginario personal o colectivo la inferiorizaba, ahora no pueden
hacerlo y sólo le queda el recurso de la niñez. Pues muchos ingresan a un
mundo sin mujeres como resolución de su miedo a ellas, o su rechazo, o su
desprecio visceral. El sacerdocio les proporciona un lugar desde donde
vincularse con ellas, sin que parezca estar en juego la sexualidad. Es decir, se
trataría de un lugar donde se gestiona la impotencia de la alteridad.

En el caso de la pedofilia de quienes son sacerdotes, se nos ocurre pensar en


dos elementos que deben ser analizados. El primero de ellos, es un problema
de poder. El sacerdocio proporciona un lugar de poder y confianza. Ese lugar
de poder vuelve cercanos a su vida a aquellos que habitualmente poseen
intermediarios que los protegen: sus padres. La desconfianza que todo padre o
madre poseen por un adulto que se acerca a sus hijos es superada por la
imagen sacerdotal. Por lo tanto, puede acercarse a aquellos a los que
difícilmente podría en otras coordenadas de vida. En segundo lugar, debe ser
analizado cuál es el perverso esquema de tránsito de lo inocente a lo
mancillado que su corazón lleva a cabo. Pues sus manos consagradas deben
recibir la ofrenda de la realidad y redimirla en la acción eucarística. Aquí, en
cambio, sus manos toman una vida en su fragilidad y su inocencia y la
transforman en pura basura.

¿Cuáles son las situaciones que la formación sí puede abarcar?

a) El proceso de crecimiento de quienes son jóvenes, sus incertidumbres,


sus errores.

b) El descubrimiento o afirmación de sí mismos, tanto si ello supone su


ingreso a la vida sacerdotal, como su salida de ella.

c) La atracción que experimenta en todas las dimensiones de su ser.

d) La inmadurez de las conductas.


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e) La posibilidad o la realidad del amor que asoma a sus vidas, fuerte,


sincero, con capacidad de compromiso.

f) El sufrimiento por el amor, los celos, la dificultad de un proyecto sin


pareja.

g) El anhelo de hijos.

h) La verbalización de su identidad homosexual como orientación de la


atracción que reconoce en su ser.

¿Qué debe construir con todo ello? Una decisión honesta de entrega y
recepción del don de Dios sobre su vida. No podemos decir que la identidad
homosexual debe ser recibida sin más en la vida sacerdotal; tampoco nos
animamos a decir que todos deben ser excluidos. Hemos conocido casos donde
la decisión de entrega no ha podido con una profunda insatisfacción que les
vaciaba el alma e intranquilizaba todos sus vínculos. También hemos conocido
casos donde la entrega ha sido inmensa, generosa, heroica, casta. No podemos
pensar en una respuesta para todos, porque nuestro corazón sigue prendido a
los rostros y vidas de aquellos a los que no queremos ni podemos negar como
pastores.

Debido a ello, sólo nos animamos a proponer ciertos criterios Un primer criterio
posible para la formación y el desarrollo: el criterio de la intención de verdad.
Quizás debamos decir que es uno de los abismos que un formador no anhela
atravesar. Pues una cosa es acompañar a seres humanos que crecen, con la
novedad e inseguridad de la vida, con faltas de generosidad o exceso de ella,
con nostalgias y rechazos. Pero otra cosa muy distinta es llegar a aquellos
seres humanos que constituyen la crucifixión real de nuestra esperanza,
aquellos que siempre poseen un pliegue más donde se oculta un rostro que no
conocemos, aquellos cuyas palabras siempre pueden llegar al ocultamiento
sobre su propio ser y la proyección de sus males sobre el nuestro. Siempre la
formación atraviesa alguno de estos oscuros recodos de la humanidad;
siempre llega el momento dificilísimo de la decisión que acepta que tal
dimensión es posible; siempre llega alguien que nos lleva a descubrir que la
esperanza sólo puede ser sostenida por la acción de Dios.

Un segundo criterio para la formación: el criterio de la decisión eficaz de


diálogo. Los seminaristas ahogan muchas veces sus problemas en el silencio, o
sólo los enuncian en una apurada confesión con algún sacerdote que, en lo
posible, poco tenga que ver con el seminario. A veces, esa conducta es
explicable: una mirada excesivamente disciplinar o miedosa; un sentido de lo
humano que no acepta procesos, oportunidades, esperas necesarias,
impaciencias necesarias también. Callan muchas veces porque abrir el alma
equivale, en su pensamiento, a proporcionar elementos por los cuales puede
ser “enviado a casa”. Esta conducta no puede cambiarse sin cambiar la
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perspectiva y la paciencia de quienes forman, pese a la difícil oscilación que


todos experimentan entre la exigencia y la comprensión. De ahí que sea
necesario producir instancias donde el diálogo sea posible, sin que se
transforme en una impudorosa manifestación de la intimidad de las
conciencias.

Un tercer criterio: el criterio de la responsabilidad con la comunidad. Algunos


podemos cambiar nuestros actos en orden a nosotros mismos; otros son más
cercanos a asumir decisiones fortísimas en orden a una comunidad a la que
aman. Creemos que esta segunda forma es más cercana al clero del NOA y a
sus seminaristas. La decisión y los actos de verdad, la disposición y los
espacios de diálogo, pueden ser propuestos y sostenidos desde el sentido de
vinculación con la comunidad. Este criterio puede ayudar eficazmente a una
conversión de la propia persona, a una conversión de la comunidad.

Guarden sus debilidades en las entrañas del pueblo al que aman; ámenlo lo
suficiente como para que aquéllas y sus pecados no caigan sobre la fe y la
esperanza de los suyos; sosténganse en ellos cuando están solos, cuando el
deseo los arrastra, cuando una relación los tiene absolutamente enloquecidos.
Interpongan entre sus heridas y sus decisiones los rostros de los que esperan
por Uds. No teman pararse cuando se hayan equivocado gravemente. No dejen
de partir si consideran que su situación de vida o su psiquismo arriesga a los
suyos al abuso o la violencia. Crean, con toda el alma, con todo lo que son, en
el don gratuito de la profundidad de la vida y en la riqueza de la alteridad
humana; pero a la vez busquen razones y acontecimientos que convenzan a
los hombres sobre su valor. Reserven el juicio sobre aquellos cuya decisión se
encuentra atravesada por una intención de bien y verdad que no encuentra
caminos humanos para ser de otro modo a cómo es. Crean que muchos
pueden abrir todo el corazón y toda la vida a la gracia que viene por ellos.

Escuchen siempre en su interior las palabras de Jesús diciendo: “No temas,


rebaño pequeño”. No se inquieten por las miradas que rechazan en Uds. toda
bondad y salud; tampoco por las dificultades que encuentran, por las
incomprensiones, por los fracasos. Contemplen todos sus actos, todas sus
decisiones, todas sus tendencias, y pidan que todo se transforme en pan para
alimentar a su pueblo. Pídanlo cuando están en paz, pídanlo cuando están en
la mayor oscuridad, pídanlo hasta quedar agotados y hasta agotar al Padre con
los ruegos. Reciban sobre su vida la fuerza para transformarla que viene de lo
alto, y sostengan el esfuerzo cotidiano, arduo, durísimo a veces de la
transformación que abre nuestro mundo personal y nuestra historia. El amor de
su pueblo los guarda; el amor de la liberación de su pueblo puede ser más
fuerte que todo otro amor, que toda otra inclinación. ¡No teman, rebaño
pequeño ¡ Digan a su Dios: ¡No temeremos, Señor!

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