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Introducción a palabra

Cristo es “la Palabra que está junto a Dios y es Dios”, es “imagen de Dios invisible,
primogénito de toda la creación” (Col 1, 15); pero también es Jesús de Nazaret, que camina
por las calles de una provincia marginal del imperio romano, que habla una lengua local,
que presenta los rasgos de un pueblo, el judío, y de su cultura. El Jesucristo real es, por
tanto, carne frágil y mortal, es historia y humanidad, pero también es gloria, divinidad,
misterio: Aquel que nos ha revelado el Dios que nadie ha visto jamás (cf. Jn 1, 18). El Hijo
de Dios sigue siendo el mismo aún en ese cadáver depositado en el sepulcro y la
resurrección es su testimonio vivo y eficaz1.
Precisamente porque en el centro de la Revelación está la Palabra divina transformada
en rostro, el fin último del conocimiento de la Biblia no está “en una decisión ética o una
gran idea, sino en el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo
horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Deus caritas est, 1)2.

Palabra de Dios, somos conscientes de haber tocado en cierto sentido el corazón mismo de la vida
cristiana.
Jesús es la Sabiduría de Dios encarnada, su Palabra eterna que se ha hecho hombre mortal3.
La Palabra de Dios se transmite en la Tradición viva de la Iglesia.
El cristianismo es la «religión de la Palabra de Dios»
La Palabra eterna, que se expresa en la creación y se comunica en la historia de la salvación, en
Cristo se ha convertido en un hombre «nacido de una mujer» (Ga 4,4).
Jesús se manifiesta como la Palabra de la Nueva y Eterna Alianza:
Cristo, Palabra de Dios encarnada, crucificada y resucitada, es Señor de todas las cosas; él es el
Vencedor, el Pantocrátor, y ha recapitulado en sí para siempre todas las cosas (cf. Ef 1,10)4.
En esta visión, cada hombre se presenta como el destinatario de la Palabra, interpelado y
llamado a entrar en este diálogo de amor mediante su respuesta libre. Dios nos ha hecho a cada uno
capaces de escuchar y responder a la Palabra divina. El hombre ha sido creado en la Palabra y vive
en ella; no se entiende a sí mismo si no se abre a este diálogo. La Palabra de Dios revela la naturaleza
filial y relacional de nuestra vida. Estamos verdaderamente llamados por gracia a conformarnos
con Cristo, el Hijo del Padre, y a ser transformados en Él5.
La Palabra de Dios, en efecto, no se contrapone al hombre, ni acalla sus deseos auténticos, sino
que más bien los ilumina, purificándolos y perfeccionándolos. Qué importante es descubrir en la
actualidad que sólo Dios responde a la sed que hay en el corazón de todo ser humano6.
En esto se pone de manifiesto que «para acoger la Revelación, el hombre debe abrir la mente y el
corazón a la acción del Espíritu Santo que le hace comprender la Palabra de Dios, presente en las
sagradas Escrituras»7.
Palabra que se nos transmite
en la Tradición viva y enEscritura
la .

1
Mensaje final, II, 4.
2
Mensaje final, II, 6.
3
Cf. Ángelus (4 enero 2009): L’Osservatore Romano, ed. en lengua española (9 enero 2009), 1.11.
4
VD 12.
5
VD 22.
6
VD 23.
7
Propositio 4.

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