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La sexualidad en el mundo post-kantiano

Por

Lutz Alexander Keferstein

Llega la noche, cada noche, en este andar errante del mundo y los pasos de

cientos de miles, de millones de amantes en potencia se dirigen a cualquier

rincón más o menos tibio, más o menos secreto, a encontrarse con el otro, con

la realización de esa su potencia. Las ropas caen parcial o totalmente. Penetra-

dos… penetrantes, los cuerpos terminan muriendo la pequeña muerte y luego

retoman sus pasos. Se despiden o pernoctan abrazados. Según haya sido con-

formada su reconstrucción de la realidad, inunda su mente el sentimiento de po-

der –la realidad ajena fue transformada– o la culpa –su realidad había sido ya

transformada por los valores moralinos de aquella sociedad que previamente le

hubiese enseñado a concebir–. Algunos más, los menos, saben que la sexuali-

dad no es dominio, ni culpa. Estos últimos son, lo sepan o no, al menos en un

determinado grado, kantianos de la modernidad.

La sexualidad es el ejercicio de la voluntad, de esa misma voluntad cuya realiza-

ción, Kant vino a consagrar como el único medio de libertad para el ser. Curiosa

y discutible afirmación para quien sabe que Kant, en su Metafísica de las Cos-

tumbres, define las relaciones sexuales como la utilización que hace una perso-

na de los órganos sexuales de otra. Con esta extraña definición, pareciera que

Kant concibe el sexo como la cosificación que dos seres hacen del otro. Yo, en

lo personal, definiría la relación sexual como el uso que hace alguien de sus

propios órganos sexuales en conjunción con otro.


La afirmación de “libertad sexual” como ejercicio moralmente válido en un siste-

ma kantiano es rebatible pues, si toda máxima en la moral de dicho autor parte

de que los seres humanos debemos de ser vistos como fines en nosotros mis-

mos y no sólo como medios y si, al mismo tiempo, las relaciones sexuales fue-

ron definidas como él lo hizo, la fatídica combinación lleva a Kant a afirmar que,

si han de ser consideradas factibles de ser incluidas en su sistema de moral, de-

ben de ser dentro de una relación contractual… como, por ejemplo, el matrimo-

nio. Evidentemente, no pudiera haber una posición más conservadora al respec-

to que ésta. Suena a moral de abuelita religiosa, de mamá post-sesentera redi-

mida que busca –por haberle al final creído a su propia madre– negar su pasado

de experimentación, su pasado que explota el boom de las pastillas anticoncep-

tivas, su pasado del ideal comunista: ‘todos somos de todos… hasta en el ejerci-

cio de la sexualidad’. ¿Cómo rescatar a Kant de este embrollo salvándolo así del

escarnio de los intelectuales quienes además de la lectura y la reflexión gocen

del placer del amor vuelto carne, muchas carnes? Kant comienza la Metafísica

de las Costumbres advirtiendo que, tras haber planteado la forma de sus siste-

ma en obras anteriores (Fundamentación para la Metafísica de las Costumbres y

Crítica de la Razón Práctica), la finalidad de la obra es la de dar ejemplos –sólo

ejemplos– de lo que el contenido material de un sistema moral podría ser. Para-

lelamente, en distintas ocasiones a lo largo de su vida, Kant, luchando con la

censura, principalmente la de Federico Guillermo II, se vio obligado a la supres-

sio veri –muy distinta a la suggestio falsi– en aras de salvar sus obras… y muy

probablemente su carrera académica y pellejo mismo. Finalmente, la sexualidad


en Kant, siendo congruentes con todo su sistema, resulta, efectivamente, sólo

moral tras una relación contractual. Mas, ¿qué es un contrato? Es un acuerdo

entre voluntades que genera y obligaciones y derechos. El matrimonio es, cla-

ramente, un contrato, no es sin embargo, bajo ninguna circunstancia, el único.

Existen formas de contrato menos formales y que se perfeccionan, dirían los ju-

ristas, con el sólo consentimiento. Así, cuando los seres inter-subjetivos, los

humanos caminamos errantes por las noches y nuestro teléfono suena: ‘¿(Te)

vienes esta noche? –¡Claro!’; y las ropas caen y los cuerpos se aman y nuestra

voluntad, nosotros mismos, sin engaños, sin mentiras, sin culpa, sin transforma-

ción de la realidad ajena en contra de su voluntad, esto es, sin poder, nos trans-

formamos de trabajadores o estudiantes o simplemente errantes en amantes y

vivimos la pequeña muerte penetrados, penetrantes, y retomamos nuestros pa-

sos y nos vamos o pernoctamos abrazados, somos libres… y morales… y por

tanto, aun sin saberlo, también kantianos.

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