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Dios, en su Palabra, ha declarado pecador a todo hombre, por eso en 1ª Juan, leemos: “Si decimos que no
hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.” (1:10). Y sin embargo,
también en su Palabra, Dios ha dado este testimonio acerca de Jesucristo: “Tú eres mi Hijo amado; en ti
tengo complacencia.” (Marcos 1:11) y “Has amado la justicia, y aborrecido la maldad, por lo cual te
ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros.” (Hebreos 1:9).
Hebreos 4:15 dice que Cristo “fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.” La Biblia
no dice eso de ningún otro ser humano. Es más, de todos los demás seres humanos ella declara que todos
somos pecadores aun desde el mismo vientre materno:
Traemos una inclinación natural a pecar aun desde antes de nacer. Esta es la trágica
realidad del ser humano, la cual es compartida tanto por personas malignas y difíciles
de tratar como por las más amables y decentes. Todos llevamos la marca de la
imperfección debido a que todos somos descendientes de Adán. Cristo es el único
que nació y vivió sin mancha alguna de pecado; él fue concebido por obra del
Espíritu Santo y fue guardado por el poder de Dios para que no compartiera nuestra
naturaleza caída. Él vivió, como hombre, una vida completamente santa y libre de
todo pecado.
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La Biblia nos dice aquí el motivo por el cual él debía ser así “sin mancha”. Dice que él no debía
tener la necesidad de pagar por pecados propios, ya que de ser así; su obra no hubiera sido
efectiva.
Cristo no es el único ser perfecto e inmaculado (de hecho Dios el Padre y el Espíritu Santo
también lo son) pero él sí es el único ser humano perfecto e inmaculado, y la importancia de su
impecabilidad como humano radica, precisamente, en la relación que él, como hombre, guarda
con el resto de la especie humana, es decir; con los seres humanos pecadores.
Ya en el Antiguo Testamento, Dios señalaba a esta necesidad de impecabilidad por parte de quien
sería nuestro Salvador, al exigir perfección en los animales que se ofrecían como sacrificio por el
pecado, primero en el tabernáculo y más tarde en el templo. La principal función que cumplían
estos sacrificios era anunciar mediante su simbología el futuro sacrificio del inmaculado Hijo de
Dios:
“Y para expiación de su culpa traerá a Jehová un carnero sin defecto de los rebaños, conforme a
tu estimación, y lo dará al sacerdote para la expiación. Y el sacerdote hará expiación por él
delante de Jehová, y obtendrá perdón de cualquiera de todas las cosas en que suele ofender.”
(Levítico 6:6,7)
“Si su ofrenda para holocausto fuere del rebaño, de las ovejas o de las cabras, macho sin defecto
lo ofrecerá.” (Levítico 1:10)
“Ninguna cosa en que haya defecto ofreceréis, porque no será acepto por vosotros.” (Levítico
22:20)
Como vemos, si Cristo no hubiera sido totalmente santo y perfecto, no hubiera podido tomar
nuestro lugar en la cruz. Dios no hubiera aceptado su sacrificio como expiación por nuestro
pecado.
b. La Justificación
La otra razón por la que Cristo tenía que ser perfecto, era que su justicia perfecta debía ser
imputada al pecador a fin de que este fuera declarado justo a través de ella, pudiendo así gozar de
comunión con Dios, quien no puede tolerar en su presencia a nadie que no alcance la marca de
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una justicia perfecta. Dios nos adjudica la justicia perfecta de Cristo para que podamos gozar de
comunión con él, en vista de que jamás hubiéramos podido alcanzar una justicia meritoria de su
comunión por nuestra propia cuenta. El siguiente pasaje nos habla de esta obra divina llamada
Justificación:
“Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos
justicia de Dios en él.” (2ª Corintios 5:21)
Decir que Dios convirtió a Cristo en pecado, es una manera de enfatizar que, legalmente, Dios
hizo a Cristo totalmente responsable por nuestro pecado, tratándolo como a un pecador en la cruz.
Uno no se explica cómo es que Dios, después de haber dicho de Jesús: “Tú eres mi hijo amado,
en ti tengo complacencia” (Marcos 1:11); lo tratara luego de esa manera en la cruz; a menos que
uno entienda que los pecados por los cuales Jesús estaba siendo castigado, no eran suyos sino más
bien los nuestros.
Pero note el énfasis que la Biblia pone en el hecho de que Cristo “no conoció pecado”. ¿Para qué
trataría Dios a Cristo como a un pecador si él no había conocido pecado? Para poder tratarnos a
nosotros como si fuéramos justos sobre la base de su justicia perfecta. La justicia de Cristo es
imputable, es transferible, es adjudicable, es aplicable, es extensible al pecador. Así como
nuestro pecado le fue transferido a Cristo a fin de que recibiera nuestro castigo en la cruz, así su
justicia perfecta es transferida a nosotros a fin de que recibamos amplia entrada en el Cielo. La
salvación no se basa en nuestros propios méritos ya que nunca podríamos hacer suficientes;
nuestra salvación se basa en los méritos perfectos de Cristo transferidos a nosotros. Eso es lo que
quiere decir: “para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. Así como Dios “hizo
pecado” a su Hijo al poner nuestros pecados sobre él, así nosotros somos “hechos justicia” al
recibir la justicia de Cristo en nuestro haber. Así como Dios cargó en Cristo nuestra culpabilidad
a fin de descargar sobre él el peso de su ira infinita contra el pecado, así a la inversa; Dios ha
“cargado” la justicia perfecta de Cristo en todos los que confiamos en él como Salvador, a fin de
declararnos justos en ella y recibirnos en su comunión. Cristo toma sobre sí nuestro pecado y, a
cambio, pone sobre nosotros su justicia perfecta para que seamos declarados justos y limpios a
través de ella, pudiendo así gozar de la aceptación y la amistad de un Dios que no admite mancha
alguna de imperfección en su presencia. No hay otra manera en que Dios pueda aceptarnos y
recibirnos. Efesios 1:6 dice que Dios nos ha hecho “aceptos en el Amado”; esto es, en la justicia
perfecta de su “hijo amado, en el cual tengo complacencia”. Así, la justicia perfecta de Cristo,
imputada al pecador, es suficiente para complacer a Dios y ganarnos su aceptación.
En Romanos 5:19, leemos: “Porque así como por la desobediencia de un hombre [Adán] los
muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno [Jesucristo], los
muchos serán constituidos justos.” Mientras que por la transgresión de Adán todos fuimos hechos
pecadores; la obediencia perfecta de Cristo convierte en justos a quienes le reciben como
Salvador y Señor, haciéndolos aptos para gozar de la presencia de Dios en sus vidas. No habría
otro modo. Esta es la razón por la cual Jesús dijo a sus apóstoles: “Nadie viene al Padre sino por
mí” (Juan 14:6).
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hombre, puede declararlo totalmente limpio y santo, de forma que éste sea admitido en la
presencia de Dios.
Por tanto, si Cristo no hubiera sido totalmente perfecto, no tendríamos ninguna posibilidad de
acercarnos a Dios, pues es sólo a través de su justicia imputable, adjudicable, transferible,
aplicable y extensible al hombre, que podemos alcanzar una perfección meritoria de salvación. Si
el hombre llamado Cristo no hubiera sido perfecto, no podría adjudicarnos su justicia y, por tanto,
no tendríamos posibilidad alguna de reconciliarnos con Dios. Era necesario, pues, que este
hombre fuera perfecto e inmaculado.
Cuestionario
1. Cristo es el único ser humano inmaculado que ha existido.
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H___________________.
d. Cristo tenía que ser inmaculado para pagar por nuestros P__________________.
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f. Los corderos sin defecto físico que se ofrecían en el templo judío, representaban
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i. ¿Podemos alcanzar ese nivel de justicia perfecta con nuestro propio esfuerzo? SI ( ) NO ( )