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Arquitectura barroca

Se suele denominar barroco al arte del siglo XVII. Se trata de un término


peyorativo que el neoclasicismo del siglo XVIII atribuye a las obras del siglo
precedente, a las que considera anticlásicas (desmesuradas, recargadas,
confusas, faltas de equilibrio y orden).

Templos, palacios y villas serán los edificios barrocos más destacados.

La iglesia de Il Gesú de Roma será el punto de partida de la arquitectura


barroca. En este templo se otorga un gran protagonismo al espacio en el que
se celebra la consagración eucarística: la grandiosa nave longitudinal, cruzada
por un brazo que no sobresale, y la inmensa cúpula están pensadas con este
fin.

Iglesia del Gesù. Fue un modelo


universal difundido por la Compañía de Jesús en el curso del primer tercio del
siglo XVII hasta la aparición de las diferentes propuestas barrocas,
desenvolupadas a partir de 1630.

Los palacios deben ser símbolos de las monarquías absolutas triunfantes en


este siglo. La villa es la primera manifestación del deseo de la nobleza y alta
burguesía urbanas de huir de la ciudad y vivir en el campo, pero no como
campesinos o nobles terratenientes, sino como refinadas gentes de ciudad.

El templo barroco
En el templo barroco se mantienen las plantas basilicales, pero predominan las
centrales, cada vez más complejas: plantas circulares, elípticas, octogonales y
de cruz griega.
Respecto a los soportes, hay que tener en cuenta que en el barroco lo
constructivo y lo decorativo se funden, así como también lo simbólico. Las
columnas, elementos constructivos, se hacen decorativas hasta llegar al
extremo de la columna salomónica y son también el símbolo de la solidez y
elevación de la Iglesia Católica.

Columnas salomónicas del retablo


de San Esteban, en Salamanca, obra de José de Churriguera.

Se emplean todo tipo de cubiertas, pero el elemento distintivo es la cúpula, que


cubre e ilumina. Su vertiente simbólica es también importante: se eleva hacia
los cielos.

Cúpula barroca. Cúpula de la


capilla del Santo Sindone, en la
catedral de Torino, obra de Guarini.
En esta cúpula, el cruce de arcos y
los vacíos que es forman entre los
arcos crean, mediante la insólita
geometría y el juego de luces, una
atmósfera realmente mágica y
sobrenatural.

Las fachadas son importantísimas en el barroco, puesto que este estilo busca
integrar el edificio en el conjunto urbano. Por esta razón, a menudo la fachada
no guarda relación con el interior sino que responde al proyecto urbanístico
exterior. La fachada debe llamar la atención de los fieles. La entrada se sitúa
en el centro de la fachada y es monumental; está cubierta por un frontón u otro
elemento decorativo; decorada con columnas, nichos, ménsulas, etc. Las
fachadas son, en muchas ocasiones, curvas (cóncavas, convexas) y su perfil
crea un entramado de luces y sombras que refuerza el protagonismo de la
pantalla.

Como artífices, en Italia destacan Gian Lorenzo Bernini (también arquitecto,


además de escultor) y su discípulo Francesco Castello, más conocido como
Borromini. El baldaquino que cubre el altar mayor de San Pedro del Vaticano,
la iglesia de San Andrea del Quirinal (Roma) y la gran columnata de la plaza de
San Pedro del Vaticano son obras de Bernini.

Baldaquino de la basílica de San Perdro. Lorenzo


Bernini es un hombre moderno que cubre un amplio
espectro de actividades plásticas: es escultor, pintor,
decorador, urbanista y, naturalmente, arquitecto.
El baldaquino que cubre el altar mayor de la basílica de
San Pedro es una contrucción inmensa de bronce, casi
no tiene ninguna línea recta y gira y se contorsiona
como una gran llamarada.

Isglesia de Sant'Andrea al Quirinale. Interior


de la cúpula. Las figures que reposan sobre las
ventanas (putti con garlandas, pescadores con
artes de pesca) dan unidad estructural al
templo, característica de la escenografía
barroca de Bernini.
Columnata de la Plaza de San Pedro.
Esta plaza de concepción barroca es todo un símbolo no solo del papel rector
de la Iglesia Católica, sino de la nueva manera de valorar los espacios
arquitectónicos.

Borromini construye Sant'Agnese, San Carlo alle Quattro Fontane (de planta
elíptica, compleja fachada con columnas exentas, cornisas sobresalientes y
profusión de líneas curvas) y Sant'Ivo alla Sapienza (con cimborrio de muros
ondulantes y linterna en hélice cónica.

Sección de la fachada de
Sant'Agnese a Piazza Navona, Roma.

El palacio barroco

Mientras que en Italia la arquitectura religiosa sigue manteniendo el liderazgo,


en Francia, aun sin abandonar la construcción de templos (Los inválidos de
París, obra de Mansart, por ejemplo), la arquitectura barroca dará sus mejores
frutos en la arquitectura civil, especialmente la palatina.

Los Inválidos de París. La grandiosidad romana


de los dos cuerpos horitzontales se vuelve inequívocamente francesa en la
cúpula, muy elegante.

Son características del gusto barroco francés el mantener en las fachadas la


concepción y líneas clásicas (columnata exterior del Louvre de París, obra de
Claude Perrault) y construir interiores suntuosos, llenos de espejos, techos
decorados, etc.

Palacio del Louvre. La


construcción del Louvre
duró siglos, des de
Francisco I hasta a
Napoleón III. En tiempos de
Luís XIV, Perrault diseñó
esta fachada, que no tiene
nada que ver con el interior,
a manera de gran decorado.
Utilizó estructura de hierro, y se anticipó así al siglo XIX.

El palacio de Versalles es la muestra más acabada de la arquitectura barroca


francesa. El arquitecto Mansart concibe su planta y alzados. De dimensiones
gigantescas, en este palacio domina la horizontalidad, reforzada por la división
del edificio en tres plantas y cuerpos. El ritmo de la fachada de Versalles lo
marca la repetición de cuerpos, repetición que rompe la atonía de este inmenso
paramento d e 600 m. de longitud.
Palacio de Versalles. Concebido
con unas dimensiones gigantescas,
es la máxima expresión
arquitectónica del absolutismo de
Luís XVI. El palacio barroco
francés, siguiendo el modelo del de
Versalles, no fue nunca demasiado
alto, a diferencia del italiano, con lo
cual ganó en extensión.
"El Palacio de Versalles el 1772", Denis Martín. Óleo sobre tela.

La arquitectura barroca peninsular

La arquitectura barroca española destaca por su originalidad en muchos


aspectos. Mientras que no se alteran las formas constructivas de siglos
precedentes, la decoración se hace más profusa que en cualquier otra zona de
Europa. Quizá pueda establecerse un paralelismo con lo que ocurre en los
campos económico y político: lo estructural es frágil, pero la pompa lo recubre
todo.
Es difícil datar en España los inicios del barroco arquitectónico. El monasterio
de El Escorial puede ser definido como renacentista, pero también como
barroco por lo que tiene de desmesurado. El plano general del edificio fue obra
de Juan Bautista de Toledo, Juan de Herrera fue su arquitecto definitivo. Juan
Gómez de la Mora es el primer arquitecto que se considera barroco, al romper
con el clasicismo en el Convento de la Encarnación de Madrid. Francisco
Bautista construye San Isidro el Real (Madrid), plenamente barroco.

San Lorenzo de El Escorial.


Este edificio constituye una
simbiosis de monasterio,
palacio y templo que,
además, debía ser panteón.
Es un palacio de la época,
con una gran portalada en el
centro de la fachada
principal. El templo queda
centrado axialmente pero ocupa la parte posterior de la planta general para
obtener más solemnidad y perspectiva a la hora de ser contemplado.
Convento de la Encarnación. A pesar de la
austeridad de líneas, hay elementos que
señalan la nueva estética barroca, como el
excesivo alargamiento de la fachada o el
agudizado frontón.

José Benito Churriguera alcanza un nivel de originalidad y popularidad tal, que


se ha hablado de arquitectura churrigueresca para denominar buena parte de
la producción española del siglo XVII. Una muestra de esta tendencia es la
intervención que se hace en la catedral de Santiago de Compostela, en
especial la fachada principal u Obradoiro de Fernando Casas y Novoa. Narciso
Tomé es el autor de la fachada de la Universidad de Valladolid y del retablo del
Transparente de la catedral de Toledo. Pedro de Ribera concibe, entre otros
proyectos, la Capilla y la portada del Hospicio de Madrid. Rovira es el autor del
Palacio del marqués de Dos Aguas de Valencia.

Fachada del Obradoiro en Santiago de


Compostela. Fernando de Casas y
Novoa edificó un formidable armatoste
pétreo con una serie de ventanales
para iluminar el Pórtico de la Gloria. El
Obradoiro consta de dos cuerpos y está
coronado por un templete con la
estatua de Santiago.
Fachada de la Universidad de Valladolid. Esta
fachada es de estilo churrigueresco. Un estilo que
llegará, no tan sólo a determinar la tendencia
decorativa de las fachadas hasta el siglo XIX, sino
que acabará por transformarse en sinónimo de
mal gusto.

Retablo Transparente de la catedral de Toledo. El


retablo representa el Don de la Sagrada Comunión a la
humanidad. No se había utilizado nunca el barroco en
España con tanta vehemencia; las tres artes plásticas se
integran en un solo lenguaje expresivo.
Hospicio de Madrid. Ribera no utiliza esquemas
clásicos. Su inventiva genial lo llevó a crear un
verdadero "estilo nuevo", trazando y curvando
entablamientos y usando los estípites con una gran
lógica ornamental.

Palacio del Marqués de Dosaguas

Rococó

El final del siglo XVII y el siglo XVIII están dominados por dos estilos sucesivos:
el denominado rococó y el neoclasicismo, que es una reacción contra el
primero.

Rococó es una denominación peyorativa que dieron a las artes de la etapa


inmediatamente anterior los defensores del retorno al clasicismo. Rococó
deriva de rocaille («rocalla», combinación de conchas y piedrecillas), un tipo de
decoración que tuvo mucho éxito en palacios y jardines.
El rococó fue un estilo cortesano, galante, muy del gusto de la aristocracia y la
alta burguesía urbanas: gentes refinadas, cultas, ociosas... pero que
frecuentaban salones donde no todo era superficial. En ellos se divulgarán las
«luces», las ideas filosóficas de la Ilustración que habrían de cambiar el mundo
al concretarse en la Revolución francesa de 1789.

El rococó se preocupa sobre todo de los interiores y de la decoración; por lo


tanto, los edificios rococó no presentan innovaciones estructurales respecto de
los anteriores.

La decoración es desbordante, colorista y excesiva, aunque en los palacios


urbanos se busca también la comodidad. La decoración se basa en estucos,
frescos, espejos, tapices, etc. Se introducen formas y objetos orientales,
porcelanas por ejemplo, que aportan todavía más lujo a los ya refinados
espacios. Los muebles deben estar en consonancia con la ambientación
general, con los cortinajes.

Decoración rococó. Sala Gasperini


del Palacio Real de Madrid, la
arquitectura no aparece, expecto en
la curvatura del techo. El resto es
pura decoración pictórica que
envuelve el espectador con una
telaraña de formas artificiosas.
Frescos. Techo de la iglesia del
monasterio de San Jorge y San Martín, d'E.Q. Asam, en Weltenburg, Baviera.

Espejos. Detalle del salón circular del


pavellón de Amalienburg en el Palacio de Nympehnburg.

Tapiz barroco. Juego del toro de


vímet, Tapiz de El Escorial.
En Alemania triunfa el rococó; Johan Balthasar Neumann es su máximo
representante (iglesia de Vierzehnheiligen, palacio de Würzburg). Los
Borbones traen a la Península el estilo dominante en la corte francesa. Sin
embargo, al ser el XVIII un siglo de decadencia para la Corona de Castilla, el
rococó no cuenta con manifestaciones destacadas.

Iglesia de Vierzehnheiligen. En el
centro de la luminosa nave principal se
eleva el altar donde los elementos
decorativos se funden
caprichosamente. Destacan las
semicolumnas de mármol
resplandeciente adosadas a los pilares.

Palacio de Würzburg. Escalinata de


Neumann.

Fuente: http://www.xtec.es/~sescanue/castellano/

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