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Fecha captura: 15/04/2005 Fecha artículo: 14/04/2005
URL Original: http://www.egiptologia.com/medicina/lactancia/lactancia.htm
Recopilado por: Dani (trufito) Autor artículo: Manuel Juaneda Magdalena
Título: La Lactancia. Necesidad humana y divina
Asunto: LM en Egipto
http://www.clubdelateta.com

El contenido de este artículo esta recogido a través de canales públicos vía Internet de acceso general. La publicación en
este documento es meramente de difusión pública debido a su interés en opinión del recopilador y debe ser acogida
como tal. Gracias.

La Lactancia. Necesidad humana y divina

Duplica los panes que debes dar a tu madre.


Llévala como te ha llevado.
Ha cargado muchas veces contigo,
Y no te ha dejado en el suelo.
Luego que te dio a luz tras tus meses,
Ha ofrecido su pecho a tu boca durante tres años, con
paciencia
Te ha llevado a la escuela,
Y mientras te enseñaban a escribir,
Ella se sostenía durante tu ausencia, cada día, con el pan y
la cerveza de su casa.
Ahora que estás en la flor de la edad, que has tomado mujer
y que estás bien
establecido en tu casa, dirige los ojos a cómo se te dio a luz,
a cómo fuiste
amamantado, como a obra de tu madre.
¡Qué no tenga que vituperarte,
ni levantar las manos a Dios!
¡Y qué Dios no tenga que oír su queja!

Máximas de Ani(Imperio Nuevo)

El calor del día va mitigando su fuerza y la luz se desvanece lánguidamente entre las casas del villorrio
cuando los gritos de la parturienta desgarran el silencio del vecindario. Desde el pabellón del nacimiento el
jadeo sofocado por el dolor espasmódico del vientre fecundo, solícitas y experimentadas comadronas
intentan suavizar con sus voces sabias y quedas el dolor que marca el comienzo del parto. El sudor profuso
abundante y frío empapa el negro trenzado del largo cabello, y baja en abundantes y en finos regueros
hasta la base del cuello dejando una pista transparente en la piel.

Los exorcismos y los amuletos profilácticos rodean y afianzan la potencia del entorno mágico de la mujer
con la firme esperanza de que los malignos espíritus retornen los pasos hacia su lugar de origen. Los
gemidos se interrumpen o se inician, se vigorizan o se debilitan al ritmo de las contracciones; las voces
cálidas de las mujeres, las manos de ellas que la ungen de bálsamos y aceites untuosos de cualidades
prodigiosas que empapan los músculos implicados, suavizan el duro trabajo de expulsión del nuevo ser.

El momento culminante llega cuando el dolor de la madre alcanza su máxima intensidad y cuando el llanto
agudo, hálito vital y mágico que sale de sus entrañas anuncia enérgicamente su presencia. Es cómo si fuera
la llamada al desafío a la vida; el anuncio del reto con el que se enfrenta a la dura lucha por la
supervivencia.

Una vez más las preces y los amuletos de protección han funcionado. ¡Oh divinas protectoras Mesjenet y
Shai o divinas hadas que marcáis el destino de los niños!.

La madre agobiada y agarrotada por el dolor pero satisfecha por la dulzura del momento, recoge de las
manos de las mujeres al liviano ser todavía abotargado, todavía caliente y húmedo que es su hijo. La
superación del miedo ancestral instigado por la experiencia trágica de la muerte durante el parto, se ha
disipado y más aún, cuando los signos físicos del niño y los buenos augurios, superan con creces los
exámenes y las consultas médicas de los expertos abrigando la esperanza de una larga y saludable vida.

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Por fin, la madre con su primer retoño en el regazo, con el rostro de


él contra el rostro de ella, en entrañable aposición, le impondrá el
nombre secreto: el nombre de la madre, algo tan importante que
quedará como un estigma imborrable como una parte constituyente y
capital de su personalidad humana y que ya nunca debería
abandonarle. Es sin duda el primer lazo maternofilial que se establece
entre el neonato y la madre después de abandonar la vida intraútero.

Ella, dichosa y consciente ante la perspectiva del ascenso en la


consideración familiar y social, sabedora de que el esposo la mirará
con ojos amorosos y de agradecimiento, y éste, sabedor del
nacimiento de un hijo varón quien sostendrá algún día la memoria de
su padre, espera impaciente alejado de la tienda del parto.

Las comadronas solícitas alaban la entereza y gallardía de la recién


parida y su exitoso esfuerzo mientras continúan con el aseo. Y ya la
incorporan del soporte mágico: de los ladrillos, símbolos de la diosa
del parto Mesjenet que otrora sostuvieran a su madre y a la madre
de su madre, generación tras generación.

Ya ha comido el pan del nacimiento que ella ha fabricado según la


tradición. Y han pasado los catorce días de purificación establecidos
por la ley. Y del apéndice carnoso del pezón materno y de la vecindad
pigmentada de su areola, de entre el ambiente cálido y protector de la madre, emana el rico calostro el
líquido precioso que presagia el comienzo de una excelente tetada y de una leche pródiga en nutrientes de
dulce sabor. El lactante animado por el rico néctar succiona con glotonería hasta con cierta avidez, que sólo
sacia cuando el líquido caliente rellena su estómago y el cansancio se apodera de los carrillos.

Con el tiempo la leche será más espesa, grasa, untuosa, y él se convertirá en un experto succionador y
conocedor de la geografía anatómica de la madre que todavía vislumbra brumosa pero que con el tiempo se
hará nítida y precisa.

Pero ahora, en este instante, el pequeño de pocos días es a duras penas conocedor de un estrecho universo
de sensaciones casi primarias e instintivas que obligadamente le vinculan con su madre. En este momento,
él ya ha olvidado el dolor del nacimiento en cambio ella lo recuerda cada vez que los labios de su hijo la
succionan cómo si un cordón de dolor uniera el vientre y el pecho.

Desde arriba la madre sonríe con dulzura y el lactante le devuelve la mirada con complicidad e interés.
Gozosa o molesta, generosa o sufrida, pero siempre pacientemente, coloca una y otra vez la boca del niño
en el pezón, porque o bien la precipitación o porque el aprendizaje de aquél todavía es incipiente, el
acoplamiento de ambos se interrumpe con incómoda frecuencia.

El jadeo del niño, el sudor de ambos, el gracioso aleteo de la nariz, el chasquido de la lengua contra el velo
del paladar, los movimientos compulsivos de los labios en círculo que se aceleran en ráfagas ansiosas. Y el
niño persiste en su provechosa y dulce tarea ignorante de que la maceración de su lenguecilla, la saliva y la
leche, provocará en la glándula mamaria de la madre, en algún momento, un infinito escozor rebelde y
recurrente, que se traducirá en malvadas grietas que surcarán de no ponerse remedio, el seno materno.

El hartazgo hace su aparición finalmente. Instantes antes, la madre ya advirtiera con el gesto el cuidado de
que el lactante no ocluyera con su minúscula nariz la entrada de aire ante la a veces amenazante
proximidad del pecho.

La voz susurrante, melódica y maternal, induce a ambos a un efecto hipnótico y, finalmente ambos, se
entregan como un único organismo a un sueño reparador y reconfortante.

Esta descripción maternofilial me suscita el recuerdo de escenas antiquísimas gravadas en la memoria de


los hombres antiguos. Compendia el significado biológico -antropológico- y lo transciende hasta el mundo
de las emociones y de los afectos que surgen desde las más profundas raíces de la Humanidad. Es algo
más que el nexo o la dependencia biológica del hombre con su madre.

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Una vez que el desgarro carnal se ha roto entre los


dos se producirá otra nueva relación, en otra
dimensión, otro tipo de contacto también íntimo: la
lactancia; pero no sólo hay que ver en ella
únicamente el mantenimiento o la continuidad de
la promisión de alimentos imprescindibles para el
niño. Hay algo más profundo e inmensurable
físicamente; es claramente el punto de partida de
la dependencia psicológica, afectiva al principio,
ciertamente, pero es también el inicio hacia un
desarrollo pleno para la madurez de la
personalidad del ser humano en su totalidad.
Porque en definitiva, con el parto comienza la
separación de dos Universos que se van
distanciando paulatina e inexorablemente, y de
aquella afinidad o cohabitación biológica de ambos
en el útero materno, quedará un cúmulo de
sentimientos que se percibirán definitivamente en
el futuro. ¿Se puede encontrar una afinidad más
estrecha en la Naturaleza?.

Y ya que un mundo extraño y nuevo se cierne sobre él, benévolo y pérfido a la vez, estas primeras
experiencias marcarán definitivamente el viaje vital del ser humano. Más allá de la sección del cordón
umbilical, sin la dependencia placentaria, es cuando se fragua el primer capítulo del drama humano en la
definición del ser. Y cuando el niño egipcio concluya el destete después de tres años, un nuevo paso surgirá
hacia su próxima independencia, y él empezará a estar preparado para que con confianza y seguridad un
día decida proseguir su propia andadura. Es un rasgo común extrapolable a toda la humanidad.

- Probablemente no dejará de añorar entre las brumas del inconsciente la unión con la madre perdida -.

Tan alta y estimada era la consideración de la figura de la madre para el hombre egipcio o tal vez sería más
exacto afirmar de la propia mujer - que no se ha encontrado deferencia más alta en toda la historia
humana hasta nuestros días - que bien merece el esfuerzo de reunir en este espacio el significado
biológico, cultural, y la simbología religiosa inclusive, o si se quiere y por añadidura aún más, en el sentido
más amplio y más antropológico del término. Este es mi discreto homenaje a la mujer en general y a la
madre en particular.

La leche materna aportaba el alimento básico y el líquido del niño en condiciones de esterilidad natural. Las
madres egipcias eran muy conscientes de ello por su experiencia, considerando que sus conocimientos de
puericultura no tenían parangón con los actuales; aún así, nos es muy dificultoso hallar esqueletos
infantiles con lesiones de raquitismo, lo que manifiesta que la dieta infantil era bien equilibrada. Es bien
conocido y lo era entonces, porque hay fuertes evidencias, de que en condiciones favorables la crianza
prolongada puede dar lugar a intervalos entre partos de tres o cuatro o más años, y ello con un grado de
fiabilidad comparable al que poseen los modernos anticonceptivos químicos y mecánicos. (Short, 1.984)

Era muy frecuente, y el arte egipcio nos lo enseña con relativa frecuencia, ver a la mujer ofreciendo su
pecho al niño sin que hubiera falsos remilgos, era un gesto en el que el pudor se pasaba por alto. La
imagen de la mujer sentada sobre los talones o en actitud genuflexa, o sobre un taburete, cuajó por fuerza
de la costumbre en el símbolo de la fertilidad por antonomasia, y por añadidura en emblema o galardón de
la maternidad más fecunda. Por esta razón el arte egipcio la adoptó de forma permanente en sus
representaciones iconográficas.

Los papiros médicos exigentes con la importancia de la calidad y cantidad de la leche materna como fuente
de vida no se cansan de pregonar estas características.

Al respecto de la calidad dice el papiro de Ebers:

Examen de una leche mala: tú deberás examinar su olor semejante a la peste del pescado. (Eb 788, 97,
17-18

Examen de una leche buena: su olor es semejante al de la harina de algarroba. (Eb 796; 94, 8-10).

O la cantidad:

Para hacer subir la leche de una nodriza que amamanta a un niño: espina dorsal de la Perca Nilótica. A

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cocer con aceite. Se untará su espalda. (Eb 836)

El pequeño infante estaba permanentemente al


lado de la madre quien con abnegación y cariño
llevaba a todas partes metido en una especie de
bolsa que le pendía del cuello, dejándole las manos
libres en las labores del hogar y en las faenas
cotidianas, y a su vez, el niño podría satisfacer su
frecuente apetito con cierta despreocupación y
tranquilidad por parte de ella. De esta guisa
gozamos de múltiples representaciones populares;
citaremos las más representativas: en la tumba
gemelar de Ni-anj-Jnum y Jnum-hotep(V Dinastía-
Saqqara) una madre amamanta al niño mientras
cuece el pan; o aquella otra de Menna(TT 69) del
Reino Nuevo o la de Mentuemhat de la XXVI
Dinastía, no menos famosa igualmente; ambas
imitan el mismo detalle de una madre colaborando
en la recolección del fruto que cuelga del árbol
mientras se ocupa de los menesteres de su
maternidad.

Pero en ocasiones el niño era remiso cómo ha


sucedido siempre y no aceptaba el pecho. En
previsión, no cabría otra cosa que recitar la
fórmula mágica que se esboza en el Ramesseum
III B, 10-11:

Horus engullirá y Seth masticará(...)

Otras de las preocupaciones eran que no se produjeran gastroenteritis que provocaban grandes bajas entre
la población infantil. Interés que por su conocimiento nos causa asombro hoy en día. El "National Institute
of Child Health and Human Development de Bethesda", Maryland-USA, observó en un estudio reciente
desarrollado en el entorno rural de Egipto, que la iniciación precoz de la lactancia se asociaba a una
reducción importante de diarreas durante los seis primeros meses de la vida del niño y por ende de la
mortalidad infantil. Posiblemente a causa de los efectos protectores y promotores de la inmunidad de las
primeras secreciones del pecho materno.

Es curioso encontrar figuras-recipientes que provistas de poderes mágicos fomentaban ciertamente, según
su creencia, la producción de leche en momentos en los que su cantidad fuera escasa, o para que de forma
profiláctica su producción no decayera o también para conceder al precioso líquido poderes mágicos.

Tenemos célebres ejemplos en el propio Museo del Louvre de una vasija de terracota vidriada - AF. 1660 -,
entre otras, representando a imágenes de mujeres amamantando que nos parecen recordar la archisabida
frase repetida hasta el cansancio: leche de mujer que ha parido un hijo varón.

¡Es una frase que encontraremos repetida tantas veces en los viejos tratamientos médicos egipcios!.

Para su ilustración detengámonos en este viejo encantamiento - uno más entre tantos - para curar unas
quemaduras, un ejemplo entre muchos donde se habla de las cuantiosas aplicaciones y el protagonismo
que la leche de una mujer de reciente parto, sobretodo si siendo su hijo varón, tenía en remedios cada cual
más curioso:

(Diálogo entre un mensajero y la diosa Isis)

- ¡Tu hijo Horus ha sido quemado en el desierto!


- ¿hay agua(allá abajo)
- No hay agua(allá abajo)
- (Pero) hay agua en mi boca así como un Nilo entre mis piernas.
- Yo apagaré el fuego.

Palabras para decir sobre la leche de una mujer que haya echado al mundo a un hijo varón, goma, pelos de
gata(*). (Esto) será colocado sobre el lugar quemado.

(Ebers 499 y Londres 47)

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(*) O de un carnero según la versión del papiro de Ebers

No debemos olvidar que la leche materna contiene una gran cantidad


de componentes hormonales, algunos de ellos muy similares en su
estructura química a los utilizados en la moderna cosmetología.

Hallamos otras figuras de similares características en el Rijksmuseum


Van Oudheden(Leyde) de diosas como Tueris, implicadas por el mito
en el amparo o patrocinio de la maternidad. Una de las figuritas de
esta diosa tenía en sus mamas un pequeño tapón-pezón que
impediría merced a la magia simpática la detención de la producción
de leche -auténtica "agua de vida"- Se comenta que dentro de ella se
acostumbraba a guardar un pedazo de vestido de la mujer
embarazada cuando se sospechaba un parto difícil.

A parte de estas funciones como curiosidad no desprovista de


intimidad y simpatía por su rareza, se hace mención de dos figuritas
contenidas en una misma pieza en la que una madre en el trance de
amamantar a su hijo es peinada por una sirvienta que está situada a
su espalda. XIID. -The Metropolitan Museum of Art, New York, nº
22.235-

La Sítula quedó asimilada en la memoria de los hombres - entre otras


razones, seguramente - por la semejanza con la glándula femenina - y por esta connotación con el pecho
de la diosa Isis, o tal vez sería más adecuado decir lo contrario ¿quién sabe?. En todo caso, por su valor
simbólico fue enseguida atribuida a la diosa. Por su función de cántaro para almacenar agua o leche sirvió
también como una parte consagrada de la diosa en los ritos de Osiris y como representación de su papel
maternal como madre de Horus.

Pero no siempre las madres lactantes tenían la obligación de demostrar esta capacidad de sacrificio, y bien
por la incapacidad de criarlos, o bien porque pertenecieran a familias de alta alcurnia, se podía recurrir a
otras mujeres a las que se alquilaba con el beneplácito y el agrado de toda la comunidad a cambio de su
servicio, asumiendo el papel de auténticas profesionales porque así eran consideradas realmente.

En otras ocasiones realmente especiales en virtud de este fenómeno se concedía el gran honor de ostentar
el título de la "madre de leche" de un futuro faraón, lo que implicaban atributos, prebendas y
consideraciones muy especiales en nada desdeñables, no sólo para ellas, sino también para sus propios
hijos biológicos quienes en el futuro eran considerados hermanos reales con todas las consecuencias.
Algunas, las afortunadas, eran elegidas entre las mujeres del harén y de las esposas de los altos
funcionarios del palacio. Es evidente que estamos hablando de las nodrizas.

Algunas nodrizas adquirieron un rango altísimo en la corte de Egipto. La esposa del faraón Ay, Tiy II, quien
a su vez fue nodriza de la reina Nefertiti, recibió el título de Gran Nodriza más los calificativos propios de la
pompa tradicional: -de la que criaba y educaba al futuro rey, la que ha educado al dios, la del dulce pecho,
vigorosa cuando amamanta, la de la piel tocada por Horus-

Un personaje llamado Paheri, en agradecimiento a sus nodrizas las inmortalizó haciéndolas representar en
las paredes de su morada eterna. A su vez, Sitra, nodriza de la reina Hatshepsut, recibió el privilegio de
serle erigida por su "hija de leche" una estatua dentro del recinto del templo de Deir el Bahari en un lugar
muy especial del Santuario de Hathor. Se conserva a duras penas una estatua fragmentaria de la reina en
el regazo de su niñera en el Museo egipcio de El Cairo(56264).

Merit, esposa de un jefe de tesoreros llamado Sebekhotep(TT 63) fue la nodriza de una hija del faraón
seguramente Thutmose IV y el mismo faraón elogió los buenos servicios de esta mujer. El mismo
agradecimiento sintió Amenhotep II por la madre de Kenamon, Jefe de los Porteros del Rey(TT 93), quien
consintió ser eternizado sobre el regazo de la nodriza Amenemopet; encima de la escena se puede leer una
inscripción que dice:

"Nodriza principal, quien alimentó al dios" (Metropolitan Museum o Art(30472)

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Es destacable que estas nodrizas representadas no parece que


cumplieran requisitos de representación ritual o que fueran
asimiladas a diosas que cumplían con la misma finalidad(Hathor).
Más bien parecen conmemorar por otra parte las relaciones muy
humanas entre ellas y sus hijos de leche. Otro hecho curioso es que
los hombres podrían ostentar títulos similares - Tutor Real - y ser
representados en la misma pose excepto que aquéllas se veían en
una actitud más cálida e incluso más próxima que la de éstos.

El tutor normalmente era un alto oficial y con el tiempo cuando el


príncipe crecía pasaba a ser un consejero o un confidente.
Seguramente a todos nos viene a la mente la figura del personaje
Senenmut y su protegida la princesa Neferura. Otro ejemplo lo
tenemos en la tumba tebana(TT 64) de Hekarneheh; el varón
Hekareshu tutor de Thutmose IV sujeta en brazos al rey en una
escena que recuerda las anteriores.

De seguro que no encontraremos en el arte egipcio a un súbdito tan


cercano a su Señor rompiendo con las convenciones canónicas en las
que el rey era de un tamaño más pequeño, incluso, que su vasallo.

Pero no siempre eran las nodrizas las perpetuadas en el arte egipcio


por lo que se traduce de la imagen en cobre de una princesa de
época incierta - Dinastía XIII - llamada Sebeknajt(Brooklyn Museum,
43.137). Porque es ella misma la que se muestra ofreciendo el pecho
al hijo en la misma postura con la que las mujeres del pueblo lo
hacían con los propios; es decir, elevando la rodilla izquierda que
suavemente flexionada acaba por crear un hueco o cuna natural con
la que cobija al pequeño vástago. Muy similar es la postura de otra
princesa en bronce que hay en Berlín(Ägyptisches Museum, 14078).

Sitneferu debió ser una nodriza con un carácter muy especial pues
viajó tan lejos su fama que recibió la llamada de un personaje
importante en el extranjero. Precavida como buena egipcia ante el
temor de cruzar el tránsito obligado al Más Allá cuando residiera
fuera de su tierra natal, dejó encargadas antes de su marcha, las diligencias y disposiciones para su futuro
óbito y lugar de descanso. Y además, una estatua que por su actitud y gesto nos recuerda su oficio de
nodriza algo que siempre pretendió. Dicha estatua procedente de la actual Siria, está hoy expuesta para
admiración de los curiosos que algún día visiten el Metropolitan Museum of Art.

El reciente descubrimiento en Sakkara por un equipo francés dirigido por A. Zivie de la tumba de una dama
llamada Maia, que en vida recibió los calificativos de "Amada del Señor de las dos Tierras" y "La que ha
alimentado el cuerpo del dios", permite conjeturar que estos títulos eran de una "nodriza real". Era la dama
que había tenido el privilegio de nutrir al joven Tut-anj-amón. Con él se podrá admirar entre sus brazos
una vez que su tumba pueda quedar apta para ser visitada. Al final de sus días mereció el honor de poseer
su propia tumba algo inasequible para una mujer de su condición social. Muchas esperanzas aguardan a los
investigadores sobre los futuros descubrimientos que la tumba de esta dama desvelará sobre los lazos
sanguíneos de la familia real amárnica.

Las costumbres debieron sufrir cambios a lo largo de los tiempos puesto que en ciertas épocas la nodriza
recibía estipendios como trueque de los servicios deseados. Sabemos que la mujer accedía a alimentar al
bebé durante el tiempo que se estipulaba por contrato, corriendo con la contingencia de no poder cumplir
con lo pactado si sufría algún tipo de eventualidad como el agotamiento de sus reservas lácteas; o si seguía
manteniendo relaciones sexuales asunto del que debía guardarse. No nos quepa la menor duda de que en
aquella situación la contrariada mujer iría con premura a los remedios señalados anteriormente.

Qué ocurría si todos los medios previstos para el sostén alimentario del niño no estuvieran al alcance de la
familia. Habría que recurrir a las leches supletorias de origen animal, por supuesto, de entre ellas la de
vaca era la más utilizada. La procedente de la cabaña lanar se reservaba como vehículo para la preparación
de remedios farmacológicos.

Algunas de estas costumbres debieron asentarse por transmisión cultural en la Antigua Roma. Se cuenta
que nada más llegado al mundo un recién nacido (de buena familia) se le cedía a una nodriza. Pero ésta
hará mucho más que amamantar, a ella se le conferirá también la educación durante la infancia y hasta la
aparición de la pubertad. Es entonces cuando hará entrada el pedagogo que curiosamente se le llama
criador("nutritor, tropheus"). Un nombre con curiosas sinonimias y que bien seguro trae a colación el papel
del tutor real en Egipto. ¿Es un destello trasmitido al mundo romano a través de las épocas faraónicas? La

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reflexión es bien tentadora. Realmente los tres personajes que influirán


precozmente en la vida del niño serán: la nodriza, el pedagogo, y el hermano de
leche.

Desde el arte hasta las variantes dictadas por las gramáticas egipcias la madre o
en su defecto la nodriza son perfectamente reconocidas. Unas veces son las
propias diosas asumiendo dicho papel con sus divinos hijos; en otras, por
simbolismo, el segundo papel lo interpreta el rey como Horus amamantado por su
madre. La representación de Isis como madre del dios, Mut-Necher, gozó de tanto
éxito que se implantó en la iconografía cristiana en la Virgen María.

Con un significado muy distinto -evidentemente funerario- hay en el Museo de El


Cairo una estela(GC, 34125) de la XVIII D en la que una madre está dando el
pecho a su hijo, mientras una de sus hijas derrama agua en un vaso, otra le ofrece
una flor de loto. Excepcionalmente, los hijos pretendían de esta forma perpetuar la
memoria de la madre difunta ejerciendo eternamente la lactancia de sus hijos, así
sería fuente de vida en la tierra, ahora, y siempre para toda la eternidad. Posiblemente la fuente literaria
que inspiró la dedicatoria funeraria de estos buenos hijos fuera la lectura de las Instrucciones de un escriba
contemporáneo:

Cuando llega la muerte arranca al niño de los brazos de su madre igual que lo arranca cuando es viejo.

La representación del rey amamantado por las diosas es bien antigua, de los muros templarios de su
propietario el rey Sahura, procede un relieve hoy en día custodiado en el Museo egipcio de El Cairo(JE
39533). Se tiene como el gravado más antiguo de estas características. Este intento primerizo, qué se
sepa, se prodigó reiteradamente en posteriores muestras hasta el periodo romano y se mantuvo
rígidamente en su esencia:

-abraza al rey la diosa con la boca de él frente a su pecho-

También Unis se hace representar mamando del pecho de una diosa anónima en su templo de Saqqara. En
ocasiones es la propia madre carnal de Pepy II la reina Anjnesmerira quien se ve acogiendo al hijo en su
maternal regazo con la peculiaridad de que éste se representa con los rasgos de la madurez y provisto con
los emblemas reales. Es un formato pequeño de alabastro que está en el Brooklyn Museum de Nueva York,
39121.

En el templo de Luxor (Sala 13 y14), la madre de Amenhotep III, Mutemuia, vigila como su joven y real
hijo es amamantado junto a su Ka por diversas diosas. Podríamos seguir así con múltiples ejemplos hasta
el final de la historia egipcia con los gravados de los mammisis de los templos de los periodos
grecorromanos.

Estamos obligados a distraer la mirada por un instante en el detalle del interior de la tumba de Thutmose
III(KV 34), un auténtico papiro desenrollado; en una columna de la cámara sepulcral, se puede ver el
instante en el que el rey es amamantado por la diosa Isis que ha adquirido la imagen del sicomoro sagrado.
El tronco del árbol se fusiona con el cuerpo de la diosa de la cual sobresale el perfil péndulo del pecho
esbozado por el trazo negro del dibujo: el único aspecto anatómicamente humano de la diosa; si
exceptuamos el brazo vegetal gigantesco con que se ofrece al empequeñecido rey la glándula de la madre.
Él con sus minúsculas manos no puede hacer otra cosa que tocarla. Por si quedaran dudas de la razón de
ser del dibujo detrás del monarca aparecen una inscripción en la que se lee:

"Men-jeper-ra amamantado por su madre Isis".

Una aceptable y esmerada coincidencia pues así se llamaba su madre terrena. De esta forma, se aúnan
ambos conceptos humano y divino mediante la homonimia de ambas madres en su función nutricia.

Pero la mama femenina para el hombre egipcio de la antigüedad al igual que acontece en nuestra cultura,
no sólo cumplía con los cometidos que la madre naturaleza le había destinado o con el contenido simbólico
que el mito la había asignado. La poesía erótico-amorosa nos informa de que la mama femenina podía
asumir ocasionalmente el papel de reclamo central en la expresión amorosa entre dos amantes, sin que
hubiera al contrario de lo que se podría maliciar, un ápice de lascivia. Se trata más bien, del arte sutil del
devaneo o "el tira y afloja" del juego amoroso entre dos amantes:

"(...)Estoy contigo
Y mi corazón salta de gozo.
Cuando tú estás(en mi casa)

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Si no son brazos ni acaricias.


(¿Qué otra cosa puede ser para nosotros) el placer?
Si deseas acariciar mis piernas y mi (no) te (rechazaré) senos(...)
(...)¿Es qué te vas porque tienes sed?
¡Toma mis pechos!"

U otro fragmento del mismo papiro.

"(...) La boca de mi amada es como una rosa,


sus senos son como un fruto de mandrágora(...)"

Papiro Harris 500.

Por qué daban los egipcios una importancia tan grande al significado de la
lactancia que sobrepasaba con creces la esfera biológica estrictamente
maternal, o concretamente de la salud de una mama. Por qué enlazaban
mediante cuentos o mitos sucedidos a diosas nutricias en sus propias
glándulas para que posteriormente éstos revirtieran, una vez transformados, en fórmulas de curación para
las madres de los hombres. Por qué hay que dar un significado especial al hecho de ver al rey tomando la
leche de las ubres de una diosa vacuna o de una diosa serpiente o de los pechos de una humana. ¿Cuál
puede ser el fundamento de todo esto?.

Dice Goyon, al respecto, (Rituels funéraires): "Horus, hijo de Isis y Osiris, cuyo nacimiento tiene lugar de
una forma muy humana, da a luz a su hijo al cabo de diez meses, tiempo muy poco habitual pero
necesario, se pensaba, para la constitución de un ser divino vigoroso y lo alimenta durante tres años. "-
Pero su madre no estará sola en el cumplimiento de esta sagrada tarea; Neftis, y las diosas Uadyet y
Nejbet le cuidarán como nodrizas y niñeras. Aquí se subraya plenamente ambas tareas.

Entre las múltiples aventuras que le suceden al pequeño Horus recordamos su extravío y vagabundeo en el
desierto. Advertido de la ausencia de su madre y de la falta de alimento, pues ya lleva mucho tiempo sin
mamar y aunque divino tiene las mismas necesidades de un niño humano, la debilidad hace presa de él
finalmente. Es cuando su madre retorna acongojada a su lado y afligida diciendo:

(...)Volví para abrazar a Horus y lo encontré, al hermoso Horus dorado, al pequeño infante que no tiene
padre, que había bañado la tierra con el llanto de sus ojos y la saliva de sus labios. Su cuerpo era inerte y
su corazón inconsciente; los vasos de su carne ya no palpitaban. (...)Lancé un grito diciendo: ¡Desgracia
para mí! Al niño le faltaba alimento: mis pechos estaban vacíos de leche e inútilmente su boca buscaba de
que alimentarse. La fuente está agotada, ¡oh mi hijo!

Estela de Metternich(Metropolitan Museum of New York). Traducido de E. Drioton (Le Théâtre Égyptien).

Al igual que el niño Horus, el faraón, dios en la tierra de Egipto, necesitaba dentro del ceremonial obligado
de entronización, el alimento lácteo cargado de poderes divinos que la diosa del trono, Isis, le procuraba.
Esta función nutricia es asumida también por Hathor indistintamente lo que conferiría inmortalidad al
entronizado. La consagración por medio de la lactancia - uno más de entre los ritos de la coronación -
implicaría más que la invocación de una protección mágica de la divinidad, el tránsito desde el estado de
candidato al trono al definitivo de soberano. No en vano, si Horus alcanzó la realeza fue gracias a que Isis
lo amamantó. Por tanto, el soberano amamantado por las diosas regresa a la infancia para garantizar su
crecimiento y su aptitud para ejercer los designios de la realeza.

Dice Leclant: en el amamantamiento tiene lugar algo más de una bebida de eternidad... se trata de una
especie de iniciación.

Y por supuesto, por extensión, el monarca fallecido, consecuentemente, se beneficiaría de los mismos
privilegios de renovación continuada en el Otro Mundo.

(...) Oh rojiza, Oh Corona, Oh Señora de las dos tierras de Dep, Oh mi madre, digo yo, dame tu pecho para
que yo pueda mamar de él, digo yo.

Oh mi hijo, dice ella, toma mi pecho y mama de él, dice ella, para que tú puedas vivir, dice ella, y ser
pequeño (otra vez), dice ella. Tú ascenderás como dos halcones siendo sus plumas las de dos ánades, dice
ella(...) Textos de las Pirámides(911-913).

En otro de estos textos de las Pirámides, amamanta Nut a su hijo Osiris el rey muerto:

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"Nut la Grande coloca sus brazos sobre él, la de los cuernos largos, la de las mamas péndulas. Ella
amamanta a este rey y no lo desteta". (Pirámides 1344)

Idénticas referencias podríamos encontrar en los Textos de los Sarcófagos(39-61).

En el ámbito de las divinidades y ya en las historias de la creación y del ordenamiento cósmico


encontramos situaciones similares. Al niño-Sol lo amamanta una vaca en la Isla de las Llamas. Y el mismo
Seth se declara beneficiario de los atributos de otras deidades y receptor del preciado nutriente. Él dice ser:

Ayer y el Mañana y la vasija de la leche que mana de la mama de Bastet.

Es lógico deducir que a causa o a consecuencia de lactación las glándulas de las lactantes egipcias sufrirían
los inconvenientes más frecuentes. En la actualidad, bien podemos reconocer o creemos identificar - más
apropiadamente - algunas patologías que interfieren el tiempo de la lactancia como las grietas de las
areolas, las mastitis puerperales, o los abscesos mamarios. Es obvio, que estas afecciones preocupaban
mucho a los egipcios de aquellos lejanos tiempos como sigue ocurriendo en nuestra época, y se socorrieran
de remedios específicos más entroncados con la medicina real o porqué no decirlo de la magia y el conjuro.
Hagamos una corta reseña.

Pongamos tres casos:

Otro remedio para una mama dolorosa: calamina, 1; bilis de toro, 1: excrementos de mosca, 1; ocre, 1. (
Esto) será preparado en una masa homogénea. Untar la mama con (eso) cuatro días seguidos. (Eb 810,
Berlín 17)

Remedio que se debe aplicar a una mama que está enferma: parte bedet del fruto hemayt, cocer con miel;
planta djaret. Untar la mama con (eso) (Berlín 18)

Remedio para echar un tumor que supura que se encuentra sobre una mama o sobre no importa cualquier
otro lugar del cuerpo: granos de trigo almidonado blanco, harina de coloquíntida; harina de dátiles; natrón,
jugo de dátiles fermentados. (Esto) será molido finamente y mezclado en una masa homogénea. Untar con
eso. (Berlín 14)

O bien se acudía a los magos expertos quienes conjuntaban sus fuerzas para que la madre siguiera
manteniendo su deber natural si se veía afectada de alguna dolencia en sus mamas. Cuando esto sucedía
bastaba con acudir al Mito que cuenta los sufrimientos padecidos por la diosa Isis en los cañaverales de
Jemis, y por asociación simpática al igual que ella, la madre, podría librarse de estos inconvenientes
recordando aquella antigua historia.

La fórmula formalmente conocida como la Conjuro del Seno(Eb 811; 95,3-5), reza así:

" Esto es el seno donde sufría Isis en la marisma de Jemis(...)Exorcizar unas cañas, fibras de juncos, y sus
estambres(todo eso) que se había traído para echar la acción de un muerto, de una muerta(...). Con esto
será preparada una cuerda retorcida a la izquierda y será colocada sobre el lugar de la acción del muerto o
de la muerta(...). Y decir, no provoques supuración, no produzcas picor ni sangre".

Y cuando seguían sin funcionar las medidas más socorridas dentro de la farmacopea habitual, habría que
volver nuevamente a solicitar la vía de otro de los conjuros; Adolf Erman, nos lo muestra:

"Tú protección es la protección del cielo(...)de la Tierra(...) de la Noche(...) del día(...)


Tú protección es la protección de las Siete Entidades divinas,
Que pusieron la Tierra en orden cuando ésta estaba desierta,
Y situaron los corazones en el lugar adecuado(...)
Cada leche que bebas,
Cada seno que te acoja,
Cada rodilla sobre la que te asientes,
Cada ropa que te vistan,
Cada lugar en el que pases el día(...)

Indudablemente la madre debía encontrar después de su recitado cierto descanso psicológico que
seguramente sería beneficioso para la abundancia y la calidad de su leche. Sabido es que una madre en
pleno sosiego cumplirá con el requisito de la maternidad más satisfactoriamente.

En el Egipto de nuestros días los hábitos de la lactancia siguen en paralelo los avatares de nuestro mundo

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occidental. Las madres egipcias van perdiendo las


costumbres alimentarias de sus antepasadas y
esto se traduce en la aparición de estudios
modernos mostrando profundas preocupaciones en
el maremagno de las publicaciones médicas o de la
salud.

Egipto sigue siendo un pais conservador en sus


costumbres y aún más desde luego en el ambiente
rural, pues bien, paradójicamente, en este medio
se viene observando un retroceso de la costumbre
de dar el pecho al niño a favor de una
incorporación cada vez más precoz cuando no
absoluta de las leches preparadas artificialmente.
El Departamento de la Salud Infantil(National
Research Center, Giza, Egypt); hizo un estudio
recientemente sobre la alimentación infantil entre
las poblaciones rurales de Giza, en el que se
observaba la precoz incorporación de alimento
sólido en los primeros seis meses de vida en
detrimento de la propia lactancia materna.

Ésta noticia se vio refrendada en algunos de los


barrios periféricos de la ciudad de El Cairo
realizado por la Universidad de California, el cual,
permitió comprender cómo los patrones
tradicionales en los cuidados alimentarios del
lactante iban cambiando velozmente. Se
modificaban según el origen rural o urbano de la madre. Sin embargo, aún quedaba algún destello de los
viejos tiempos, porque la capacidad de amamantar satisfactoriamente se asumía por las madres
encuestadas como un rasgo de madurez, paciencia y un gran sentido de la responsabilidad. La cantidad y la
calidad de la leche dependían de la influencia de un abanico de factores: la edad del niño, el estado
sicológico y físico de la madre, y por supuesto de la dieta materna. El suplemento con aguas azucaradas
era muy precoz y así mismo la introducción de otros alimentos comenzaba muy pronto - después de los
cuarenta días - El destete se adelantaba fundamentalmente por la enfermedad de la madre, el deseo de
otro embarazo, y la creencia de que la leche materna pudiera ser inadecuada. Curiosamente el destete se
veía como un período de transición no exento de peligros.

Estudios similares en la Sharqiya(Bilbeis) del Epidemiology Study Center vienen a decir que la rápida
incorporación(80%) de los suplementos alimentarios a las 0-11 semanas de vida del niño es la contraria a
las recomendaciones actuales.

El significado de la lactancia desde tiempos antiguos ha cambiado sustancialmente hasta nuestra época. La
mujer que amamantaba a su hijo siempre había gozado del respeto de la estima y una excepcional posición
en las sociedades primitivas. Los antiguos egipcios sabedores de la importancia vital de este gesto para la
supervivencia y el crecimiento de sus vástagos, incorporaron las virtudes de la leche materna hasta hacerla
partícipe de las costumbres y de la dieta de los niños divinos. El propio rey se mostraba en posturas propias
del lactante succionando el riquísimo néctar fuente de vida eterna de las ubres de las diosas maternas
como tránsito a la entronización o como alimento para proseguir con paso firme el viaje al más allá.

Pero es significativa también la consideración que la alimentación materna presta en la madurez sicológica
del niño y claro está también en la madre. Cuando el niño salga del mundo confortable y poco exigente del
vientre materno a otro incómodo y perturbador; el nivel de exigencia se hará más intenso. La lactancia
desde los primeros momentos aliviará la sensación de pérdida. El niño seguirá percibiendo la presencia de
la madre cerca de él, y a partir de ese instante, esa lejanía se verá atenuada hasta el momento en que los
dos se separen definitivamente y ya no la precise biológicamente. Y cuando el niño haya enterrado en la
esfera del inconsciente estas percepciones y cuando adulto formen parte del mundo del olvido; la imagen
de la madre todavía se mostrará afianzada entrañablemente en el recuerdo.

A pesar del reciente decaimiento de la lactancia materna como hábito alimentario en las sociedades
modernas por el acicate de la entrada de la mujer en el mundo laboral, fundamentalmente. El ahorro de un
tiempo tenido por precioso, la interrupción de la actividad laboral para dedicarse a la labor de la lactancia,
el avance de la legislación laboral apoyando estas medidas, etc., han paliado las dificultades inherentes al
problema y han desprovisto a las madres de insólitas excusas para no proseguir con el deber materno.

Qué sucedería si la lactancia natural sufriera un descrédito amplio entre las madres de todo el mundo a
favor de la artificial. ¿Se podría soportar el notable incremento de los riesgos para la salud del niño y por

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ende para su supervivencia? ; y por otro lado, ¿podríamos tolerar y justificar el despilfarro del presupuesto
para la economía de las naciones y principalmente para los bolsillos paupérrimos de los países pobres?.

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Con devoción a mi hermana Isabel en su recién estrenada maternidad, a mi esposa Marisa madre también
y a todas las madres del mundo para que perseveren en la idea de que la lactancia natural, es una fuente
de enriquecimiento biológico y síquico para sus hijos y para sí mismas.

MANUEL JUANEDA MAGDALENA


m_juaneda@yahoo.es
Médico. Especialista en Cirugía General y Aparato Digestivo
Máster Universitario en Patología Mamaria (Universidad de Barcelona)
Miembro de las Societat Catalana D´Egiptologia
Miembro de la Asociación Española de Egiptología
Coordinador de la sección de Medicina de AE
A CORUÑA. GALICIA. ESPAÑA

Deseo expresar la mayor de mis gratitudes al señor D. Víctor Rivas Figueras por la oportunidad que me
brinda una vez más de ver este artículo publicado en su página de Amigos de la Egiptología

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