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El Sr. Aldo C.

tiene 45 años, nacio en el Chaco se dedica a la reparacion


de vehiculos (chapa y pintura) desde hace muchos años. Esta casado
con Estela y es padre de 3 hijos. Se encuentra internado en el Hospital
Zona General de Agudos Narcizo Lopez de Lanus. Padece de un cuadro
de gangrena en el miembro inferior derecho, debido a que sufre diabetes
mellitus no tratada adecuadamente por parte del paciente ya que no se
cuidaba como le decian los profesionales. La indicación medica es la
amputacion quirurgica del miembro inferior derecho pero Aldo se niega
a la misma. Comprende que de no realizarla su destino es la muerte,
pero igual no quiere. Sabe que su enfermedad, la diabetes, no tiene cura
y que es probable que tengan que operarlo varias veces mas según
progrese las consecuencias de su enfermedad de base. Los medicos no
lo logran convencer a Aldo que acepte someterse a la cirugía. La
familia tampoco lo logra, motivo por el cual angustiada y desesperada
solicita internvencion al Tribunal de Familia de Lomas de Zamora para
que los jueces obliguen a Aldo a operarse contra su voluntad.

Tomo este caso medico - judicial como punto de partida del tema de la
presente monografia ya que participe del mismo como perito medico
psiquiatra oficial integrante del equipo tecnico del tribunal de Familia
de Lomas de Zamora. Aqui se presenta la articulación entra diversos
tema de Bioetica que van desde la relacion medico - paciente – familia,
pasando por los derechos de los pacientes y su familia, los deberes de
los medicos, el consetimiento informado hasta llegar a la negativa a
recibir tratamiento medico.

Acercamiento a la Bioética. Definiciones

No existe una definición única de bioética, se han propuesto


múltiples definiciones destacando cada una de ellas un aspecto
diferente.
Se considerara la bioética como parte de la ética; la parte referida
a los problemas planteados por el progreso de las ciencias
biomédicas, problemas nuevos o un nuevo enfoque a problemas
antiguos. De ahí esta primera definición general.
La bioética es la búsqueda ética aplicada a las cuestiones
planteadas por el progreso biomédico. Esta definición
comprende no solo un aspecto individual sino además
comprende lo social y comunitario.
Otra definición desarrollada por de David Roy: La bioética es el
estudio interdisciplinar del conjunto de condiciones que exige
una gestión responsable de la vida humana (o de la persona
humana) en el marco de los rápidos y complejos progresos del
saber y de las tecnologías biomédicas.
Desde este punto de vista, se adivina que la bioética implica
fricciones, oposiciones y eventualmente limitaciones de libertades
como el caso de referencia que se toma en esta monografía.

Es casi imposible hablar de moral o de ética sin hablar de valores.


De esta manera la bioética se encuentra con frecuencia
confrontada a “conflictos de valores”: valores múltiples de un
mismo individuo quisiera conseguir en una situación, valores
diversos u opuestos que quisieran privilegiar a los múltiples
agentes implicados en una misma situación. También podemos
proponer la definición que sigue:
La bioética es la búsqueda de soluciones a conflictos de valores
en el mundo de la intervención bio-médica.
La solución a un conflicto de valores remite siempre a una
jerarquía de valores y por tanto a una visión del mundo y a una
concepción antropológica fundamental. Ello evoca la dificultad de
la empresa bioética. Porque, si quisiéramos precisar más todavía
la definición, tendríamos que enumerar los valores fundamentales
que están en juego, o al menos aquellos que sirven de objetivo o de
punto de mira a la reflexión bioética. Y en este terreno no son
nada fáciles los consensos.

Descelexxxxxxxxxxx distingue 3 aspectos complementarios para


comprender el alcance de la bioética: los temas, las dimensiones,
las partes integrantes.

No se puede definir con autoridad el objeto de la bioética ni su


amplitud. Sin embargo una lista de temas tratados puede ilustrar
el terreno.
Algunos temas son aceptados por todos. Todos los autores e
interesados consideran que corresponden a la bioética y
constituyen el núcleo central de la misma:
- Eutanasia, tenacidad terapéutica, reanimación, la verdad al
enfermo, derecho a la muerte;
- aborto, diagnostico prenatal, consejo genético, eutanasia fetal;
- esterilización de los subnormales, eugenismo;
- experimentación con seres humanos, con embriones;
- inseminación artificial, fecundación artificial, banco de esperma,
niños-probeta;
- manipulación genética.
Algunos autores amplían más todavía el campo de la bioética
incluyendo en él otros temas como:
- suicidio, ayuda al suicida;
- transplante de corazón, de riñón, etc;
- transexualidad;
- alquiler de recursos limitados;
- política de la salud.

Otros, en fin, incluyen en el campo de la bioética los más diversos


temas sobre los que se impone una reflexión ética:
- la contracepción;
- el crecimiento demográfico y su control.
- la investigación y desarrollo de armas biológicas y químicas, la
guerra;
- la tortura;
- la pena de muerte;
- la contaminación.

Principios de la bioetica.

La bioética necesita de principios y de reglas, que puedan llevarse


a la práctica sin mayores complicaciones y que se adapten a los
hechos y a la problemática a resolver.
La reflexión bioética se basa en dos principios fundamentales,
unánimemente reconocidos. Estos principios son
complementarios: el uno remite al dominio de la sujetividad,
esencial en ética, mientras el otro pertenece al orden de la
objetividad que también es preciso tomar absolutamente en
consideración. Estos principios son:

- el respeto a la vida y
- el respeto a la autodeterminación de la persona.

Estos dos grandes principios no suprimen las reglas y normas más


concretas y específicas que la tradición occidental ha establecido
en el curso del tiempo: el precepto de no matar, la noción de
medios ordinarios, la noción de medios proporcionados. Tampoco
suprimen ciertas reglas que provienen de la tradición hipocrática,
como son la beneficencia, la benevolencia y la confidencialidad.

Destaco algunos principios generales que la bioética imprime en


las grandes teorías éticas. El principio utilitarista, el principio de
universalización, los principios de justicia y de igualdad.
No siempre resulta fácil el cumplimiento de estos principios. A
veces surge la oposición entre ellos, derivándose conflictos de
deberes difíciles, cuasi insolubles. Pero tratemos de ver
primeramente en qué consiste cada uno de ellos, indicando las
divergencias eventuales de interpretación existentes.

LA AUTODETERMINACION DE LA PERSONA

La práctica de la medicina y de la investigación se basa en


estrechas relaciones de confianza entre paciente y médico, entre
sujeto de investigación e investigador. La deontología médica
tradicional ha tendido siempre a cargar las exigencias éticas en el
médico. El enfermo se dirigía a un médico que determinaría lo que
era bueno para él. La evolución de las mentalidades, añadida al
desarrollo de tecnologías biomédicas, ha atraído la atención sobre
la autonomía de los pacientes y de los sujetos de investigación, y
de ahí sobre su propia responsabilidad.
El derecho moderno insiste considerablemente en este atributo de
la persona, calificándolo de diversa manera: autonomía,
autodeterminación, inviolabilidad de la persona. Estos rasgos son
calificados como principios pero también como derechos.
En bioética, la autonomía constituye un primer principio
fundamental, aunque no todos la interpreten de idéntica manera.

Justificación del principio

Los autores presentan diferentes justificaciones a este principio.


Podemos citar dos justificaciones esenciales.
1. La primera se basa en la naturaleza misma, y por lo tanto en la
dignidad de la persona humana. Esta no es una cosa o un objeto
cuyo comportamiento se determine desde fuera, sino una libertad
que tiene que asumir su destino. La autonomía de la persona es la
base del principio de la autodeterminación y el reconocimiento de
ésta está en la raíz de la democracia: todos los ciudadanos son
iguales. El reconocimiento del principio de la auto-determinación
ayuda también a impedir que una persona explote a otra o la trate
a su capricho.
2. Una segunda justificación hace referencia a la naturaleza de la
relación médico - paciente, investigador - sujeto de investigación.
Existe una especie de contrato que une al profesional con su
cliente. Sin embargo, cuando un paciente se confía a un médico,
aquél no renuncia por eso a su autonomía, no se pone en manos
de un brujo que decidirá por él. Recurre a un especialista para que
le ayude a realizar sus opciones. Este respeto a la libertad del
paciente es tan urgente que el profesional deberá establecer una
relación de confianza. Sin confianza no puede haber medicina. Por
tanto cualquier atentado al sistema de confianza y a las reglas que
la protegen es grave.

El principio del respeto a la autonomía se actualizará de manera


diversa según se trate de un adulto consciente, efectivamente
capaz de decisión, o de un niño, o de un enfermo confuso.

El principio de beneficencia

Uno de los principios más antiguos de la ética médica es el de no


perjudicar al paciente, no ocasionarle el mal: primum non
nocere. Este principio se reafirma constantemente en bioética.
Indica una especie de exigencia mínima.
En sentido positivo, se habla del deber de hacer el bien al
enfermo. Es un paso adelante, y este paso no siempre resulta
posible. Cuando es posible, este deber de beneficencia se impone.
Queda expresado a menudo esto con las siguiente palabras: obrar
en función del mayor beneficio posible para el paciente.

Principio de igualdad

Este principio se basa sobre la percepción de que todas las


personas humanas son iguales en dignidad y en valor.
En un contexto de recursos limitados, el principio enuncia que
para seleccionar los sujetos que han de tener acceso a los
cuidados, no se tomen en cuenta consideraciones sociales, raciales
o religiosas.
Tampoco la edad del paciente debería ser ocasión de
discriminación. En la práctica se plantean muchas cuestiones a
este respecto. Algunos se niegan decididamente a considerar la
edad: de ninguna manera debería ésta ser criterio de tratamiento.
Otros matizan más y distinguen entre criterio de tratamiento y
factor más o menos significativo. Segun éstos, la edad no debe ser
un criterio de tratamiento, es decir, que no es en sí un indicativo
que justifique la ausencia o el cese del tratamiento; pero es un
factor que pertenece a la biografía del enfermo y que por lo tanto,
constituye uno de los elementos a la hora de evaluar la pertinencia
de los cuidados.

Principio de justicia y de equidad

La corriente filosofica utilitarista de John Sturat Mill (el mayor


bien para el mayor número de gente) puede llevar a la
despreocupación por de las minorías y por los marginados. Se ha
añadido a la teoría de Rawls un principio importante:

- hay que ayudar a los menos favorecidos.

John Rawls, filósofo americano, ha elaborado una teoría compleja


acerca de la justicia social, centrada en la igualdad innata de las
personas. Pero ante las desigualdades sociales y económicas que
de hecho existen entre seres humanos, la única manera de
restablecer la justicia y la igualdad es tratar de que las leyes, las
instituciones y los servicios públicos estén organizados de manera
mínima, en beneficio de los menos favorecidos (principio de
diferencia) incluso a la hora de proteger la igualdad de acceso de
todos a los servicios (igualdad de oportunidades). Muchos
encontrarán aquí una convergencia con el evangelio.

El principio de benevolencia

Ampliando la exigencia ética, algunos incluyen el principio de


benevolencia. No bastaría con hacer el bien al paciente, habría que
desearle positivamente el bien. Este principio afecta al terreno de
las actitudes profundas de los intervinientes. Este principio esta
intimamente asociado a la relación medico paciente.

Dinamica de la Relacion Medico –Paciente

La evolucion y el afianzamiento de la medicina como ciencia, determino


fuertes cambios en la forma de relacion entre medicos y pacientes. La
medicina en el pasado ofrecía una mayor posibilidad de elección a los
enfermos, por la coexistencia de diversos sistemas o teorías médicas que
fueron perdiendo vigencia a favor de un único modelo: la Medicina
Oficial. Al constituirse la medicina científica, más centrada en la
enfermedad y en los medios diagnósticos y terapéuticos, que en el
mismo paciente, y expresada en un lenguaje científico incrementó la
distancia del paciente y de sus familias respecto del médico. El paciente,
cada vez sabía menos y confiaba menos en sí mismo, mientras que el
médico, por el contrario, cada vez contaba con más datos, con mejores
medios diagnósticos y terapéuticos, por lo que incrementaba su
capacidad de decisión.

El desarrollo científico empeoró la relación médico-paciente en un


momento en que la medicina mejoró sensiblemente. Desde este punto de
vista, a lo largo del siglo XX, los enfermos tuvieron menos autonomía
que cien años atrás. El desarrollo de las especialidades y los cambios en
la organización asistencial producidos a lo largo del s. XX. La medicina
hospitalaria, la consolidación de los seguros de enfermedad y de los
procesos de colectivización, todos ellos han modificado el modelo de la
profesión médica y han favorecido la aparición de conflictos de interés
derivados del hecho de tener que responder, sobre una misma actuación,
ante distintos sujetos -el pagador o contratante y el paciente- con
intereses diferentes.

El paternalismo como abuso del principio de beneficencia

El paternalismo es la desautorización intencionada de las preferencias o


acciones conocidas de una persona, donde la persona que las desautoriza
justifica su acción con el propósito de beneficiar o evitar el daño a la
persona cuya voluntad esta desautorizando.

Para los defensores de los derechos derivados de la autonomía de los


pacientes, las obligaciones del médico hacia el paciente de revelar la
información de búsqueda del consentimiento, de confidencialidad y de
respeto a la intimidad, se establecen primariamente por el principio de
respeto a la autonomía.

Otros autores, consideran tales obligaciones en la beneficencia


obligatoria profesional.

La beneficencia ofrece la meta primaria y la razón fundamental de la


medicina y la atención sanitaria, mientras que el respeto a la autonomía
(y la no maleficencia y la justicia) fijan los límites morales a las acciones
profesionales tras la búsqueda de esa meta.

Kant denunció al estado paternalista por restringir benevolentemente las


libertades de los sujetos. A Kant le preocupaba un gobierno que cancela
la libertad. Nunca consideró la posibilidad de que un modelo paternal de
intervención benevolente, aquel que compare al estado con un padre
protector, un padre que cuida de un menor incompetente, pudiera ser
considerado paternalista

Sin embargo, sucedió lo que nunca supuso. La intervención en la vida de


una persona dependiente, esencialmente no autónoma, llegó a ser y sigue
siendo el modelo más ampliamente aceptado de paternalismo justificado.

Problemas morales del paternalismo médico:

Cuando los pacientes (sean del tipo que sean) eligen cursos perjudiciales,
algunos profesionales sanitarios respetan la autonomía no interfiriendo
más allá de intentos de persuasión, mientras que otros actúan
beneficentemente protegiéndoles contra las consecuencias
potencialmente perjudiciales de sus propias decisiones.

En un artículo clásico, Henderson argumentaba que "los mejores


médicos" emplean como guía primaria de referencia lo siguiente: "en lo
que sea posible, no hagas daño. Puedes causar daño por el proceso que
curiosamente se llama decir la verdad. Puedes hacer daño
mintiendo...Pero intenta producir el menor perjuicio posible, no sólo en
tratamientos con medicamentos, o con el bisturí, sino también con el
tratamiento de las palabras".

Formas de Paternalismo: Paternalismo fuerte y débil

Paternalismo débil: interviene para prevenir accionares involuntarios o


no autónomos. Se cumple en el caso de que el paciente este
desinformado acerca de la elección a tomar, este bajo una fuerte
depresión o en caso de adicciones agudas. Se considera que en estos
casos la racionalidad del paciente esta influida por condiciones externas.
Los principios en juego son la no maleficencia y la beneficencia.

Paternalismo fuerte: interviene sobre decisiones informadas, voluntarias


y autónomas. Violando principalmente su derecho a la autonomía. Debe
remarcarse que no es el ejemplo a seguir en la práctica médica. Es de
destacar la inviolabilidad de las decisiones del paciente siempre y
cuando cumplan con los requerimientos de ser informados, voluntarios y
autónomos.

Situaciones de paternalismo justificado

El paternalismo débil no merece ser justificado puesto que ponemos


como premisa la racionalidad, y por ello la autonomía, del paciente.

Un accionar paternalista podría estar justificado en los casos en que:

• El beneficio sobrepasa ampliamente el costo (la perdida de la


autonomía y la invasión al libre albedrío)
• La capacidad del paciente para tomar decisiones esta limitada
• La intervención es justificada por las circunstancias, universalmente
justificada
• Si el beneficiario justificara el accionar paternalista, en caso de ser
racional

Autonomía y confianza

Con independencia de las cuestiones antes enunciadas, el hecho de


contar con el enfermo en la asistencia médica no es nuevo: en la relación
médico-paciente, el respeto mutuo es esencial. Ni el paciente, ni la
familia pueden imponer un criterio de actuación que no sea profesional o
que vaya en contra del parecer de un profesional.

Con relación al respeto al paciente, ya en 1952, Laín Entralgo


manifestaba: "El médico de hoy ha llegado a plantearse con relativa
lucidez intelectual la antinomia que entrañan sus dos actos principales, el
terapéutico y el diagnóstico, en cuanto referidos a un ser –el hombre
enfermo- que es a la vez naturaleza sensible y persona, principio de
operaciones materiales y supuesto racional, paciente de acciones
necesarias y autor de acciones libres". Es decir, "el tratamiento de una
enfermedad puede ser enteramente impersonal; el cuidado de un paciente
debe ser completamente personal".

El cuidar al paciente como misión, ¿es una actuación paternalista?


Parece más bien una de las manifestaciones propias de la actividad
clínica en la que "no es posible tratar de forma abstracta sino concreta e
individual".

La significación de la interrelación entre el médico y el paciente ha de


ser fuertemente acentuada; ya que, en gran medida, el diagnóstico y el
tratamiento dependen directamente de ella y el fallo del médico en
establecer esta relación conlleva una gran pérdida de efectividad en el
cuidado de los pacientes.

Deberes de los medicos.


Debemos tener en cuenta que el medico, primero como persona, en
termino jurido, y luego como profesional no escapa de las generales de
la ley. Desde esta optica se toma partiendo desde lo general hasta lo
particular los deberes del accionar medico. Como patron de referencia,
destaco las siguientes leyes y articulos especiales relacionados a la
tematica de la monografía y que luego seran mencionadas en el fallo que
realizo el tribunal sobre el caso del Sr. Aldo.

CONSTITUCION DE LA NACION ARGENTINA


(22 de agosto de 1994)

Artículo 19- Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo
ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están
sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados.
Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la
ley, ni privado de lo que ella no prohíbe

Codigo de Etica de la Asociación Medica Argentina

Art.-64 El Equipo de Salud deberá informar al enfermo o a sus


responsables, según lo que a su criterio corresponda, cuando la gravedad
de la enfermedad hiciera temer un desenlace fatal o se esperaran
complicaciones capaces de ocasionarlo. Cuando la circunstancia lo
aconseje debe hacer firmar el libre Consentimiento Informado al
paciente o a la familia o al responsable
legal, antes de efectuar alguna maniobra diagnóstica o terapéutica que
presuponga riesgos para el paciente.

Ley 17132 Régimen legal del ejercicio de la medicina, odontología y


actividades auxiliares de las mismas

Art. 19. Los profesionales que ejerzan la medicina están, sin perjuicio
de lo que establezcan las demás disposiciones legales vigentes,
obligados a:

3. Respetar la voluntad del paciente en cuanto sea negativa a tratarse o


internarse, salvo los casos de inconsciencia, alienación mental,
lesionados graves por causa de accidentes, tentativas de suicidio o de
delitos. En las operaciones mutilantes se solicitará la conformidad por
escrito del enfermo, salvo cuando la inconsciencia o alienación o la
gravedad del caso no admitiera dilaciones. En los casos de incapacidad,
los profesionales requerirán la conformidad del representante del
incapaz.

Deberes y Derechos de los pacientes.

Frente al panorama imperante en el cual las antiguas


tendencias entraban en conflictos con las actuales, y
donde los limites entre los derechos, debres y la bioetica
se hacian difíciles de vislumbrar la Asociacion
Norteamericana de hospitales el 6 de febrero de 1973
realiza la declaracion de los Derechso de os pacientes.
Posteriroemte El instituto nacional de Salud de España en
el Año 1984 conefcciona la Carta de Derechos y Deberes
del Paciente.
Con el objetico que sirva de guia y ayuda en el
desempeño de las tareas de los integrantes de los
Equipos de salud, La Asociacion Medica Argentina en el
año 2001, de realiza El Codigo de Etica para el Equipo de
Salud basado en codogo nacionales y extranjeros
previos.
En el caitulo 5 de dicho codigo de etica se trata los
derechos y lo deberes de los pacietnes, siendo el eje de
la presente monografia un caso judicial precedentemete
presentado se destacaran solo algunos artículos del
capitulo que se relacionan con el mismo.
Art.-77. El paciente tiene derecho a que se le brinde la información que
permita obtener su consentimiento comprensivo del diagnóstico,
pronóstico, terapéutica y cuidados preventivos primarios o secundarios,
correspondientes a su estado de salud. Deberá firmar él, la familia o su
representante un libre Consentimiento Informado cuando los facultativos
lo consideren necesario.

Art.-80 El paciente tiene derecho a:


Inc a) Ser cuidado por personas capaces de ayudarlo a mantener un
sentimiento de esperanza y confianza en momentos críticos.
Inc b) Mantener sus individualidades y la capacidad de decisiones
personales que de este hecho deriven, así como a que se acepte a la o a
las personas que pudiere designar cuando la capacidad intelectual de sus
decisiones se viera comprometida.
Inc c) Recibir ayuda terapéutica que alivie sus padecimientos.
Inc d) Ser escuchado en sus conceptos y emociones sobre la forma de
enfocar su muerte.
Inc e) No morir solo sino acompañado por personas de su afecto.
Inc f) Que se respete la dignidad de su cuerpo una vez fallecido.

Art.-82 El paciente tiene el deber moral de reconocer sus


responsabilidades por el incumplimiento de las indicaciones
profesionales, en el caso en que su salud empeore o surjan
circunstancias graves en el curso de la misma.

Ley 153. LEY BÁSICA DE SALUD DE LA CIUDAD DE


BUENOS AIRES

TITULO I DISPOSICIONES GENERALES

Art. 4º - Derechos. Enumeración. Son derechos de todas las


personas en su relación con el sistema de salud y con los
servicios de atención:

a. El respeto a la personalidad, dignidad e identidad individual y


cultural.
b. La inexistencia de discriminación de orden económico,
cultural, social, religioso, racial, de sexo, ideológico, político,
sindical, moral, de enfermedad, de género o de cualquier otro
orden.
c. La intimidad, privacidad y confidencialidad de la información
relacionada con su proceso salud-enfermedad.
d. El acceso a su historia clínica y a recibir información
completa y comprensible sobre su proceso de salud y a la
recepción de la información por escrito al ser dado de alta o a su
egreso.
e. Inexistencia de interferencias o condicionamientos ajenos a la
relación entre el profesional y el paciente, en la atención e
información que reciba.
f. -
g. Solicitud por el profesional actuante de su consentimiento
informado, previo a la realización de estudios y tratamientos.

Anexo - REGLAMENTACION DE LA LEY N° 153/99

Se destacan solo las modificaciones de los artículos


relacionados a la temática de la presente monografía.
Artículo 4.-
Inc. d) El médico está obligado a proveer a su paciente toda la
información relevante disponible, relacionada con su diagnóstico
y tratamiento. Dicha información, oral o escrita, será provista de
manera clara y veraz, y deberá brindarse conforme a las
posibilidades de comprensión del asistido.

La Historia Clínica y los registros profesionales deberán estar


redactadas en forma legible, sin dejar espacios en blanco ni
alterar el orden de los asientos. Las enmiendas o raspaduras
deberán ser salvadas. Estos documentos serán llevados al día,
fechados y firmados por el profesional actuante, con aclaración
de su nombre, apellido y número de matrícula profesional.
Inc. h) 1. El profesional que solicite el consentimiento informado
de su paciente para la realización de estudios y tratamientos,
previo a ello deberá brindarle información respecto a los estudios
o tratamientos específicos, riesgos significativos asociados y
posibilidades previsibles de evolución. También se le deberá
informar la existencia de otras opciones de atención o
tratamientos significativos si las hubiere.
2. El paciente podrá solicitar durante el procedimiento seguido
para manifestar su consentimiento informado, la presencia de
personas de su elección.
3. Toda persona mayor de 18 años que esté en condiciones de
comprender la información suministrada por el profesional
actuante, puede brindar su consentimiento informado para la
realización de estudios y tratamientos.

4. Una síntesis de la información brindada por el profesional


actuante deberá quedar registrada en la Historia Clínica o
registros profesionales con fecha, firma del profesional,
aclaración y número de matrícula. En idéntica forma deberá
registrarse la declaración de voluntad del paciente que acepta o
rechaza el estudio o tratamiento propuesto, así como el alta
voluntaria si correspondiere, con su firma y aclaración. Para el
caso de rechazo informado, deberá explicarse al paciente las
consecuencias de su decisión de no recibir o interrumpir el
tratamiento, las que se registrarán del mismo modo en la Historia
Clínica o registros pertinentes.

5. Cuando el paciente sea menor de 18 años, o no esté en


condiciones de comprender la información suministrada, el
consentimiento informado podrá ser otorgado por su cónyuge,
cualquiera de sus padres, o representante legal, si lo hubiere. En
ausencia de ellos, también podrá prestar el consentimiento
informado su pariente más próximo, o allegado que, en presencia
del profesional, se ocupe de su asistencia. El vínculo familiar o la
representación legal en su caso, será acreditado por la
correspondiente documentación. En los supuestos de urgencia, a
falta de otra prueba, podrá prestarse declaración jurada al
respecto. El manifestante, en este supuesto, quedará obligado a
acompañar dentro de las 48 horas la documentación respectiva.
Solo en caso de negativa injustificada a consentir un acto médico
requerido por el estado de salud del paciente, por parte de las
personas mencionadas, se requerirá autorización judicial.
6. En ningún caso el profesional deberá alentar o persuadir a un
paciente a que renuncie a su derecho a dar su consentimiento
informado.
7. Se podrá prescindir del procedimiento para obtener el
consentimiento informado del paciente cuando: i) a criterio del
profesional actuante existan riesgos para la Salud Pública; y ii)
cuando el paciente no pueda expresar su consentimiento y la
gravedad del caso no admita dilaciones, salvo que existan
indicios que permitan presumir la negativa del paciente a aceptar
los estudios o tratamientos propuestos.
El consentimiento informado
I:- INTRODUCCIÓN:

El consentimiento informado constituye un presupuesto y


elemento integrante de la lex artis para llevar a cabo la
actividad médica. Es un hecho incontrovertible que el
consentimiento informado es ajeno a la tradición médica,
que lo ha desconocido a lo largo de su historia, si bien
ahora constituye un presupuesto esencial en la relación
médico-paciente, lo que redundará en una significativa
mejora de la calidad asistencial.

El consentimiento informado ha llegado a la medicina


desde el derecho y debe ser considerado como una de
las máximas aportaciones que el derecho ha realizado a
la medicina por lo menos en los últimos siglos. Hoy
constituye una exigencia ética y un derecho
recientemente reconocido por las legislaciones de todos
los países desarrollados.

En épocas pasadas, la relación médico-paciente era de


tipo verticalista, pues el medico desempeñaba el papel y
el enfermo de desvalido. El médico decidía en forma
aislada el tratamiento a seguir sin consultar con el
paciente, por considerarlo una persona débil, sin firmeza
física ni moral. Para ello podían manejar u ocultar la
información, valerse del engaño e incluso de la coerción.

El antiguo modelo exigía obediencia y confianza al


medico, Y el medico, por su parte, debía tener la
autoridad suficiente para cumplir con su deber de buscar
el máximo beneficio objetivo del enfermo.

A este deber se le llama actualmente “principio de


beneficencia”, y constituye la esencia del modelo
“paternalista”, que importa la búsqueda del bien de otra
persona desde un nivel de preeminencia que permite
prescindir de la opinión de otra persona.

En los últimos años este tipo de relación médico-paciente


ha comenzado a experimentar una transformación radical.
Ahora, el enfermo espera que se respeten sus derechos y
su autonomía para decidir. Y al médico se le pide, sobre
todo, competencia técnica para realizar las aspiraciones y
los deseos del enfermo. En este nuevo modelo
autonomista el principio de beneficencia del médico
tropieza con las limitaciones impuestas por el
reconocimiento de la autonomía que tiene el enfermo
para decidir sobre sus propios valores.

Actualmente nos encontramos con una relación de tipo


democrática y horizontal, en el que se pasa de un modelo
pasa de moral único a un modelo pluralista, que respeta
los diferentes códigos morales de cada persona, en
donde la dignidad de la persona constituye el fundamento
principal de todo ordenamiento. Precisamente por ello el
consentimiento informado está catalogado entre los más
importantes derechos humanos.

Hoy en día los enfermos han hecho prevalecer sus


derechos a conocer y poder decidir, en virtud del principio
de “autonomía” mediante el cual todo ser humano, en uso
de razón, tiene derecho a la libre elección de sus actos,
sin presión de ninguna naturaleza , ni imposición de
persona alguna.

La moderna doctrina del consentimiento informado nace,


en efecto, en la doctrina de Tribunales norteamericanos,
en cuyas resoluciones se destaca, junto al fundamento
jurídico, el carácter de postulado ético.

Así, en el año 1914, el Tribunal de New York dicta una de


la resoluciones más emblemáticas e influyentes, con
ocasión del caso “Scholoendorff vs. Society of New York
Hospital”, al examinar un interesante supuesto,
consistente en la extirpación de un tumor fibroide del
abdomen de un paciente durante una intervención que se
proyectaba como meramente diagnóstica –se trataba de
una laparotomía exploradora y en la que el paciente,
había dejado expresamente aclarado que no quería ser
operado. En el fallo, el juez Benjamín Cardozo consideró
que “Todo ser humano de edad adulto y juicio sano tiene
el derecho a determinar lo que se debe hacer con su
propio cuerpo; por lo que un cirujano que lleva a cabo una
intervención sin el consentimiento de su paciente, comete
una agresión, por la que se pueden reclamar legalmente
daños”. No obstante lo anunciado por la Corte, la
sentencia fue absolutoria para el médico que había
realizado la intervención quirúrgica con la posición
expresa del paciente, pues la demanda se había centrado
en la responsabilidad del hospital por daños causados por
cirujanos que utilizaban sus instalaciones.

A raíz de este fallo, en los Estados Unidos se formó un


importante cuerpo jurisprudencial que marcó las
diferentes etapas que han presidido el desarrollo del
consentimiento informado hasta adquirir los contornos
actuales.

En este sentido, es bueno señalar que España, desde los


años noventa, viene siendo el país que lo está
difundiendo con más fuerza, habiéndolo consagrado en
su ley general de sanidad de 1986 (art. 10) y en el
Convento para la Protección de los Derechos Humanos y
la dignidad de ser humano con respecto a la aplicación de
la medicina y la biología, también conocido como
Convenio de Oviedo, documento suscripto en 1997, por
los Estados miembros del Consejo de Europa y que entró
en vigencia el 1º de enero de 2000, estableciendo en su
art. 5º, la prohibición de llevar a cabo intervención alguna
sin el consentimiento informado y libre.

II. Concepto de consentimiento informado

Dentro del marco de la autodeterminación y libre


desarrollo de la personalidad, el consentimiento
informado es el proceso gradual que tiene lugar en el
seno de la relación sanitario-usuario, en virtud del cual el
sujeto competente o capaz recibe del sanitario bastante
información, en términos comprensibles, que le capacita
para participar voluntaria, consistente y activadamente en
la adopción de decisiones respecto al diagnóstico y
tratamiento de su enfermedad. [i] [2]

También se ha señalado que el consentimiento informado


implica una declaración de voluntad suficiente efectuada
por un paciente, por la cual, luego de brindársele una
suficiente información referida a la dolencia, al
procedimiento o intervención que se le propone como
médicamente aconsejable, éste decide prestar su
conformidad y someterse a tal procedimiento o
intervención [3] .

El Manual de Ética de 1984 de la Asociación Médica


Americana sostiene que “consistente en la explicación, a
un paciente atento y mentalmente competente, de la
naturaleza de la enfermedad, así como del balance entre
los efectos de la misma y los riesgos y beneficios de los
procedimientos terapéuticos recomendados, para a
continuación solicitarle su consentimiento para ser
sometido a esos procedimientos”.

Hoy es comúnmente aceptado que el consentimiento


informado es un proceso gradual y verbal en el seno de la
relación médico-paciente, en virtud del cual, el paciente
acepta, o no, cometerse a un procedimiento diagnóstico o
terapéutico, después de que el médico le haya informado
en calidad y cantidad suficientes sobre la naturaleza, los
riesgos y beneficios que el mismo conlleva, así como sus
posibles alternativas.

Es decir, el concepto abarca tanto el deber del médico de


brindar una información completa y adecuada respecto
del tratamiento que se prescribe previamente al paciente,
y también el deber de obtener el consentimiento de éste
antes de iniciar el tratamiento o la intervención quirúrgica.

Lo importante es hacer del consentimiento informado un


instrumento para que el paciente sea dueño efectivo de
su destino, respetando su dignidad personal, brindándole
información auténtica y clara acertada de la enfermedad
que padece, los posibles tratamientos a seguir y las
consecuencias positivas y negativas de los mismos. La
presentación de la información al paciente debe ser
comprensible y no sesgada; la colaboración del paciente
debe ser conseguida sin coerción alguna, no pudiendo
sacar el médico provecho de su potencial dominio
psicológico sobre el paciente.

Obviamente que la exigencia del consentimiento


informado supone que alguien pueda negarse a ser
sometido a un tratamiento médico. Por ello se ha dicho
que la exigencia del consentimiento informado y la validez
de la negativa del paciente a someterse a una práctica
médica son cara y contracara de un mismo fenómeno [4] .

El consentimiento es, por tanto, la justificación misma de


la legitimidad del acto médico, basado el derecho del
paciente a su autonomía y autodeterminación.

III La información como requisito previo del consentimiento


informado. La información terapéutica.

Es unánime la doctrina y jurisprudencia actual en


considerar que la información del paciente integra una de
las obligaciones asumidas por el equipo médico, y es
requisito previo a todo consentimiento, al objeto de que el
paciente pueda emitir su conformidad al plan terapéutico
de forma efectiva, y no viciada por una información
deformada o inexacta.

El médico deberá entonces explicar al paciente todo lo


referente a su estado de salud, posibles tratamiento,
como también sus ventajas y desventajas.

El consentimiento informado debe reposar sobre una


información comprensible. Ello implica que el lenguaje y
la comunicación en general debe acomodarse al entorno
cultural del paciente, debe adaptarse a la posibilidades
propias de la personas asistida. Es decir, si tenemos a un
colega enfrente el lenguaje podrá adoptar la terminología
científica adecuada. De lo contrario, deberá formularse de
una manera simple y concreta, para que el enfermo
pueda comprender acabadamente el malestar que
padece y sus posibilidades de curación.

Sin embargo, hoy podemos asumir que existen dos


puntos de vista diferentes respecto al deber de informar
del médico. Por un lado tenemos el deber de información
como presupuesto del consentimiento informado; y por
otro el deber de información como presupuesto
indispensable para llevar a cabo un tratamiento
determinado [5] .

De esta manera, la información como derecho autónomo


del paciente se configura como aquel derecho a conocer
la información disponible, en términos comprensibles y
suficientes para su diagnóstico y tratamiento, sin estar
orientado a otra finalidad que el conocimiento por el
paciente de su estado de salud. Dentro de este último se
encuentra lo que se denomina deber de información
terapéutica, que no es más que aquella explicación que
brinda el médico al paciente como consecuencia de un
tratamiento a seguir.

No obstante que la información, como presupuesto del


consentimiento informado, constituye el núcleo esencial
de la información clínica, por cuanto la información en el
proceso clínico está orientado fundamentalmente a la
toma de decisiones en relación con el tratamiento, no
debe menospreciarse el valor de la información
terapéutica para alcanzar la colaboración necesaria del
paciente en miras al éxito del tratamiento.

La información terapéutica es una proceso continuado en


el tiempo, que no se agota con la obtención del
consentimiento informado.

Asimismo, el cuanto al diagnóstico, se recuerda desde el


punto de vista médico el fundamental papel que juega la
información para establecimiento de una relación médico-
paciente de calidad, en cuyo primer momento parece
esencial que el paciente adopte y conozca su
enfermedad., lo que servirá a éste para organizar o
adecuar su conducta durante el período que dure la
enfermedad, y al médico para fundar sobre ella el resto
de sus explicaciones y para justificar sus pedido de
análisis complementarios y sus decisiones terapéuticas.

IV. El deber de información y el principio de autonomía.

La relación médico-paciente –según señaláramos en


párrafos anteriores- durante mucho tiempo se ha dado en
un contexto paternalitas, guiado por el principio de la
beneficencia, es decir, buscando el bien del otro, por el
que el médico, siguiendo su exclusivo criterio personal,
era quien decidía por el paciente. La creciente
complejidad de la estructura sanitaria, los avances en la
tecnología sanitaria, las numerosas técnicas nuevas
sanitarias, la aparición de complejas enfermedades,
sumado el reconocimiento de que el paciente es una
persona con derechos y libertades fundamentales, han
provocado un salto a un nuevo tipo de relación médico-
paciente, basado fundamentalmente en la autonomía y en
la capacidad de decisión del paciente.

Si bien es cierto que desde el punto de vista legal el


consentimiento informado constituye el exponente
principal del principio de autonomía, debemos analizar
también la situación que se plantea según el papel que
tengan la información y el consentimiento.

Hay que diferenciar aquellos casos en que el médico


aparece como eje de la situación, o si por el contrario el
eje de la relación se construye sobre la base de la
autonomía del paciente.

En el primero de los casos, el médico como principio ético


acorde a su profesión tiene como objetivo el bienestar del
paciente. Aquí la información pasa a un segundo cuadro.
Lo que importa es el bienestar del paciente a cualquier
precio, haya o no consentimiento del mismo. Un ejemplo
típico es el de los Testigos de Jehová, en el cual el
profesional, pese a la negativa del paciente, realiza
igualmente la transfusión para salvarle la vida al paciente.

En el otro supuesto, en la cual se centra al paciente como


eje de la decisión, la información pasa a un primer plano,
y se utiliza para que el paciente pueda decir en forma
consciente y libre los pasos a seguir, respetándose la
autonomía de su voluntad.

Cifuentes, por su parte, se base en un principio que


considera insoslayable y es el respeto por la persona y
sus derechos más entrañables, su libertad y su
autonomía. La impresión de la verdad que en algunos
casos puede ser patética, no tienen porqué dar piedra
libre a la mentira o al ocultamiento. Los enfermos sin
remedio deben saberlo para decir no sólo si se someten a
un último esfuerzo operatorio, doloroso y que se propicia
inútil, sino para preparar sus últimas voluntades de
cualquier clase que ellas sean. Aún en el caso de
reacciones terribles, no se modifica en general ese
respeto acerca de lo que no es más que del enfermo y su
salud. Nadie más que el paciente puede tomar ciertas
disposiciones cuando tiene aptitud, y el engaño es un
modo de entorpecerlas, siendo responsable el médico
que oculta, enmascara la verdad o modifica los
pronósticos. Tiene que actuar con toda la prudencia,
oportunidad y mesura que su arte le aconseja, para lo que
debe estar naturalmente preparado, pero teniendo en
cuenta que se trata de un derecho que debe respetar [6] .

A nuestro entender, debe siempre respetarse la voluntad


del paciente. Sin embargo, coincidimos con Bueres [7] en
aquellos casos en que la negativa del paciente se debe a
cuestiones de tipo religiosas. En este caso, el médico,
aún sin solicitar la autorización judicial puede actuar y
justificar su accionar si es reprochado, pues es
indiscutible que la vida del paciente es un bien supremo
tutelado por el ordenamiento jurídico, y ello no puede
contraponerse a la voluntad de un paciente que se
encuentra obnubilado por sus creencias.

V. Presupuestos del consentimiento informado

Sujetos

a. El paciente

Teniendo en cuenta la naturaleza personalísima del bien


jurídico en juego, es evidente que el propio paciente es
quien ostenta el derecho y quien debe consentir la
actuación o intervención médica. Por tal motivo es él
quien debe ser el destinatario de la información. Por
supuesto que en los casos de menores o incapaces se
recurrirá a la figura de los representantes legales.

En este sentido, la intervención de los representantes


legales ha de ir encaminada a favorecer la salud del
representado, de forma que en aquellos supuestos en los
que el padre o tutor no consiente una intervención
médica, por motivos por ejemplo religiosos (Testigos de
Jehová), el juez podrá suplir tal autorización, por cuanto
actuará en beneficio del menor, corrigiéndose de esa
manera el abuso de derecho de padre o representante del
menor.

Asimismo, en aquellos casos en que el paciente se


encuentre inconsciente y se hallase su vida en peligro, y
fuera imposible localizar con la urgencia del caso a sus
representantes legales o sus familiares, el médico puede
lícitamente actuar amparado por el estado de necesidad.

En este orden de ideas, el catedrático español Javier


Fernández Costales distingue varios supuestos. Por un
lado, si el paciente se opone expresamente a una
transfusión, y la misma es imprescindible para salvar su
vida, el médico podrá efectuar el acto y ampararse en el
estado de necesidad. Por otro lado, si ante un estado de
incapacidad del paciente se opone el representante legal
en las mismas condiciones de urgencia y necesariedad
de la transfusión, el médico podrá realizar a fortiori, dado
que tienen una mayor margen de acción legal.
Finalmente, si el paciente es un Testigo de Jehová pero ni
el ni su presentantes formularon oposición a que se
transfunda al primero, el médico podrá realizar el acto y
justificar su conducta en la existencia de un obligación
legal. Ahora bien, si la trasfusión de sangre no es
necesaria o imprescindible para salvar la vida del
paciente, sino que sólo implica un tratamiento conforme
un mayor nivel de riegos. El médico debe acatar la
oposición del paciente y respetar su libertad de
conciencia [8] .

b. El médico

El estudio de la capacidad del profesional no presenta


más problemas que le de su habilitación legal para el
ejercicio de la medicina, por ostentar el título requerido y
hallarse incorporado al colegio profesional
correspondiente.

La protección del título está protegida penalmente, ya que


nuestro Código Penal castiga a quien ejerza actos propios
de una profesión sin poseer el correspondiente título
académico, expedido por autoridad competente.

Asimismo la ley 17.132 de ejercicio de la medicina (Adla,


XXVII-A,44), señala en su art. 13 específicamente quieren
son los profesionales que, previo a la obtención de la
matrícula, pueden ejercer la medicina en nuestro país.

2. Forma

En principio, y salvo casos excepcionales, no se requiere


ningún requisito especial de índole formal para la validez
del consentimiento. No obstante ello, es importante
advertir la necesidad de instrumentar por escrito el
consentimiento del paciente, a los fines de
salvaguardarse de posibles reclamos que por esta causa
pudieran formularse, fundamentalmente considerando la
corriente jurisprudencial mayoritaria, que pone en cabeza
del médico la carga de tener que probar haber obtenido el
correspondiente consentimiento informado por parte del
paciente.

En este sentido, en los autos “P., R. H. c. Estado nacional


s/responsabilidad médica” dictado por la Cámara
Nacional en los Civil y Comercial Federal, sala 1, del 28
de diciembre de 1993, si bien no se determinó mala
praxis estrictamente por parte de los médicos
intervinientes, se hizo responsable a la institución médica
por no tener organizado un sistema que asegure la
obtención del consentimiento informado a los pacientes
en forma previa a cualquier intervención quirúrgica [9] .

En la actualidad existe una cierta psicosis en la clase


médica por dejar documentado el consentimiento de todo
paciente que va ser sometido a una intervención
quirúrgica, por lo que desde ciertos sectores se preconiza
el uso de protocolos específicos de información y
consentimiento, estimado que les protegerán, a modo de
“paraguas” contra futuras reclamaciones [10] .

Creemos por nuestra parte que este tipo de


instrumentación en enormes formularios que le hacen
firmar al paciente cuando ingresa a un establecimiento
asistencia, no son de utilidad para los fines que debe
perseguir un verdadero consentimiento informado.

El consentimiento informado es un proceso prolongado


que se va dando entre el profesional y el paciente y que
luego deberá instrumentarse en algún documento. Ello no
significa que el paciente al ingresar a un sanatorio deba
firmar entre los trámites de admisión enorme formulario
generalmente “poco claro” correspondiente a un
consentimiento para una determinada intervención. Por el
contrario, ello debe hacerse sólo y en la medida en que el
profesional le vaya detallando detenidamente a su
paciente el tratamiento a efectuarle, sus ventajas y
desventajas. Por supuesto que no lo hará en el quirófano,
cuando la persona se encuentra en una situación de poca
o casi nula lucidez, sino que podría hacerse en l momento
de su consulta pre-operatoria.

Por ello, coincidimos con Vázquez Ferreira [11] en que el


documento por excelencia para instrumentar el
consentimiento informado es la historia clínica o la ficha
médica del paciente.

También se ha dicho que “se consideran de mucha mayor


utilidad las anotaciones efectuadas por el médico en la
historia clínica del paciente. Las cortes suelen atribuir
gran importancia a esta anotaciones, especialmente
cuando las misma son progresivas y resulta claro que
fueron efectuadas contemporáneamente respecto de los
hechos que registran. Asimismo se les da mucho crédito
cuando identifican cuestiones o aspectos espéciale
expresados por el paciente. Estas anotaciones no
necesitan ser voluminosas ni ocuparle mucho tiempo al
profesional: si en la historia clínica del hospital o
consultorio se recogen elementos relevantes de la
conversación con el paciente, ello puede ser mucho más
creíble que cualquier otra prueba aportadas por las partes
involucradas en el juicio” [12] .

Sin perjuicio de los antes señalado, creemos que le


documento del consentimiento informado, que deberá
presentársele al paciente con la suficiente antelación y
explicación para su análisis, no puede en ningún caso
reemplazar a la información verbal, que es
indudablemente la más relevante para el paciente.

Ahora bien, debemos siempre tener en cuenta que el


ámbito de Derecho, la obtención del documento de
Consentimiento informado de forma adecuada y/o la
referencia en la historia clínica de la incidencia habida
respecto de la información proporcionada al paciente, no
exonera al médico de la posible responsabilidad en que
pudiera incurrir por mala praxis médica.

3.Objeto. Contenido y límites del consentimiento


informado

El objeto que se pretende incluir en el consentimiento


informado es todo lo que se refiere al tratamiento médico-
quirúrgico ajustado a la lex artis, incluyendo todos los
riesgos inherentes a dicho proceso. Obviamente que
jamás podrá incluirse un resultado certero de la evolución
del paciente, pues le está expresamente prohibido a los
profesionales de la salud asegurar resultados.

El médico sí deberá informar al paciente de todas


aquellas circunstancias que puedan incidir de forma
razonable en la decisión a adoptar por los mismo, por lo
que deberá informarle sobre los medios y el fin de
tratamiento médico, indicando el diagnóstico de su
proceso, su pronóstico. Es importante informar al paciente
todos los riesgos a los que se expone, detallando con
precisión las posibilidades de resultados insatisfactorios.

Llamas Pombo entiende que el alcance de la información


debida al paciente es gradual, variable, en cada caso y
dependen de diversos factores, capacidad de
comprensión y cultura médica del paciente, deseos de
información expresado por él, niveles de riesgo que
entrañe el tratamiento, efectos colaterales que la
información pueda provocar en el paciente, necesidad de
tratamiento, etc [13] .

Asimismo en aquellos casos en que el paciente se


encuentra en una situación en la que existen varios
métodos de tratamiento, deberán informarse las distintas
alternativas de tratamiento. En este sentido, se ha dicho
que el médico no siempre determinará cuál es la mejor
alternativa para un determinado paciente, por cuanto las
personas poseen valores y objetivos que no siempre son
coincidentes, en el sentido de que la elección no será
indefectiblemente aquella que maximice la salud, sino la
que promueve el máximo bienestar dentro de la escala de
valores individual de cada persona, en tal forma que
habrá casos en los que tratamiento y no tratamiento
podrán considerarse alternativas aceptables y válidas, en
función del proyecto vital de cada persona [14] . Esto se
da por ejemplo en aquellos caos típicos en los que
médico traumatólogo le aconseja a un paciente la
conveniencia de realizar una intervención quirúrgica por
un esguince de tobillo; pero a su vez el paciente no desea
operarse y prefiere rehabilitarlo y fortalecer la zona, por
temor a no obtener un buen resultado tras la operación.

Por todo ello, siempre es importantísimo que el


profesional al brindar la información, evalúe distintos
factores de carácter subjetivos y objetivos al momento de
determinar el contenido del consentimiento. Entre los
factores subjetivos estarán el nivel cultural del paciente,
su profesión, su edad, su situación familiar, etc. Por otro
lado, como factores objetivos se incluirían la necesidad de
realizar el tratamiento, los riegos por no realizarlos, la
gravedad de la enfermedad, las distintas molestias y
efectos secundarios posibles, incluidos los derivados de
no hacer el tratamiento, etc.

A modo de enunciación, podemos citar en consecuencia,


los siguientes datos que debe contener todo
consentimiento informado:

1) Datos del enfermo y del médico que brinda la


información.

2) Datos suficientes sobre la enfermedad; operación o


tratamiento a seguir.

3) Detallar en forma clara y precisa los riesgos que


pueden presentarse, ya sean los típicos como los
infrecuentes.

4) Molestias previsibles.

5) Distintos procedimientos alternativos existentes para


tratar la enfermedad

6) Detallar los beneficios que se esperan y los efectos


esperados de no hacer nada.

7) Comunicarle al paciente la posibilidad que tiene de


cambiar de opinión en cualquier momento.

8) Declaración del paciente expresando su


consentimiento y satisfacción con la información que se le
brinda.

Ahora bien, existen ciertos límites en la información que le


médico le brinda al paciente y que muchas veces crea un
conflicto de intereses entre el principio de
autodeterminación que entraña el consentimiento
informado, y la vida o la integridad física por otro.

En nuestro país, y en Francia, entre otros países, se


oculta legítimamente al enfermo la información referida a
un mal incurable que él pueda padecer (o al menos se
deforma la verdad o se impone al asistido la revelación de
estado con la mayor circunspección, según las
circunstancias) [15] .

Parece razonable que el médico pueda omitir la totalidad


de la verdad o que puede atenuarla en aquellos caos en
que el paciente no se encuentre en condiciones psíquicas
adecuadas para conocer la gravedad de su enfermedad.
Ante esta situación, se ha dicho que el profesional tienen
un campo de discrecionalidad, sin perjuicio de que debe
revelar a los parientes del enfermo los detalles sobre el
real estado de éste [16] .

Existen distintas situaciones en las que la intervención del


médico debe hacerse con suma urgencia, sin demoras,
por el peligro a ocasionar lesiones irreversibles o incluso
peligrar la propia vida del paciente, no existiendo
posibilidades de avisar tampoco a los familiares, Este
caso se lo conoce como “privilegio terapéutico”. El
profesional se encuentra eximido de cumplir con el deber
de información y puede actuar en la emergencia hasta
regularizar la salud del paciente. Por supuesto que una
vea que la salud del mismo se encuentre rehabilitada o
normalizada, el profesional deberá informar al paciente y
a sus familiares respecto de los sucedido.

Tradicionalmente este privilegio abarcaba a la inmensa


mayoría de los enfermos, pero recordemos que la
frecuencia con la que un médico invoca este privilegio
depende de su propio grado de paternalismo. En el
momento actual este privilegio no debe ser utilizado
sistemáticamente y sólo puede ser invocado en cada
caso con una justificación particular. En este sentido se
ha dicho que el llamado “privilegio terapéutico” debe
evaluarse con sumo cuidado ya que puede propiciar a
que cualquier situación de “emergencia” quiera ser
amparada bajo la figura de tal privilegio [17] .

También existen ciertos límites o excepciones en la


obtención del consentimiento informado, en los casos de
“pronóstico terminal del paciente”, esto es cuando no hay
posibilidades de curación. Joaquín Ataz López analiza
esta situación, y sostiene que en tales condiciones
perecería una crueldad decir la verdad al enfermo [18]
(17).

En definitiva, el pronóstico fatal no constituye por sí


mismo motivo suficiente para ocultar información; pero la
generalidad de los autores, incluso los que propugnan
una mayor intensidad del derecho a la información,
reconocen que siempre aparecen excepciones de difíciles
contorno, que pueden legitimar al médico para no
informar plenamente al paciente, o para proporcionarle
una información gradual atenuada, sugiriendo incluso
propuestas legislativas, a través, por ejemplo, de una
remisión a las normas deontológicas. Ello no quita
obviamente que en estos casos el médico debe
proporcionarle la información a los familiares o allegados.

Otro tema diferente sería el caso en que el enfermo


padezca de una grave enfermedad; pero aún en esta
circunstancia tienen chances de salir adelante. Por
supuesto que ello dependerá no sólo de la evolución
física que tenga el paciente sino de su evolución psíquica,
de su actitud frente a la adversidad. Es evidente que no
todo puede decirse a los paciente, dependerá de quien se
trate, en que momento se le informe y de qué tipo de
enfermedad se trate. No podemos olvidarnos que una
información excesivamente exhaustiva, puede dañar aún
más al enfermo que por el contrario beneficiario. De
cualquier manera, el médico siempre ha de brindar la
información a los familiares del paciente. Quienes se
encuentran legitimados para obtener toda la información
cuando el paciente no se encuentre en condiciones de
recibirla.

Finalmente, debemos tener en cuenta que el


consentimiento del paciente puede ser retirado en
cualquier momento, y que su decisión debe respetarse
una vez que ha sido completamente informado de sus
consecuencias. Esta es una norma internacional ya
ampliamente arraigada: nadie puede, en principio, ser
forzado a someterse a una intervención sin su
consentimiento. Los seres humanos, por lo tanto, deben
ser capaces de dar o negar libremente su consentimiento
a cualquier intervención sobre su persona. Esta regla deja
clara la autonomía del paciente en su relación con los
profesionales de la salud y restringe el enfoque
paternalista que podría ignorar el deceso del paciente.

VI. Legislación nacional aplicable

En nuestro país, el tema del consentimiento informado,


salvo casos específicos, no viene impuesto en forma
expresa por una norma de carácter general. Sin perjuicio
de ellos, podemos citar algunas disposiciones que
fundamental su inclusión.

La principal referencia al tema que nos ocupa, emerge de


la ley de ejercicio de la medicina 17.132 que establece
pautas claras en relación al deber de informar de los
profesionales de la salud, disponiendo en el art. 19 inc. 3º
que están obligados a: “respetar la voluntad del paciente
en cuanto sea negativa a tratarse o internarse, salvo los
casos de inconsciencia, tentativas de delitos o de
suicidio. En la operaciones mutilantes se solicitará la
conformidad por escrito del enfermo, salvo cuando la
inconsciencia o alineación o la gravedad del caso no
admitiera dilaciones. En los casos de incapacidad, los
profesionales requerirán las conformidad del
representante del incapaz”.

La Constitución de Santa Fe, en su Art. 19 señala: “Nadie


puede ser obligado a un tratamiento sanitario
determinado, salvo por disposición de la ley, que en
ningún caso puede exceder los límites impuestos por el
respeto a la persona humana”.

Por otro lado la Ciudad de Buenos Aires ha sancionado la


ley básica de salud (ley 153 – Adla, LIX-c, 3231-) en la
cual en su Art. 4º inc. h) establece concretamente el
derecho de las personas a la “solicitud por parte del
profesional actuante de su consentimiento informado”,
previo a la realización de estudios y tratamientos.

En los casos de operaciones mutilantes, ya el Código de


Ética de la Confederación Médica de la República
Argentina requería la autorización formal y expresa (por
escrito) del enfermo. Así, en su Art. 15 determina que “El
médico no hará ninguna operación mutilante (amputación,
castración, etc.) sin previa autorización del enfermo, la
que podrá exigir por escrito o hecha en presencia de
testigos hábiles...”.

Finalmente, debemos remarcar que fueron incluidas en el


Proyecto de Reforma del Código Civil realizado por la
Comisión designada por el Poder Ejecutivo (dec. 468/92 –
Adla, LII-B, 1641-) dos disposiciones específicas al
respecto.

Art. 120: “Nadie puede ser sometido sin su


consentimiento a exámenes o tratamiento clínicos o
quirúrgicos, cualquiera sea su naturaleza, salvo
disposición legal en contrario”.

Art. 121: “Si el paciente es incapaz de hecho o no está en


condiciones de expresar su voluntad, debe recabarse el
consentimiento de su representante legal, cónyuge o
pariente más próximo o allegado que en presencia del
médico se ocupe de él. En ausencia de todos ellos, el
médico podrá prescindir del consentimiento cuando su
actuación tenga por objetivo evitar un mal grave al
paciente.

En caso de negativa injustificada de las personas antes


mencionadas a consentir un acto médico requerido por el
estado de salud del incapaz se suplirá por autorización
judicial”.

[1] Especial para LA LEY, Buenos Aires. Argentina.


Miércoles 28 de agosto 2002. Año LXVI Nº 165.
Publicado con la expresa autorización del su Director Dr.
Carlos J. Colombo.

[2] GALAN CORTÉS, Julio C., “El Consentimiento


informado del usuario de los servicios sanitarios”, p. 162,
Colex. Madrid. 1997.

[3] HIGHTON, Elena y WIERZBA, Sandra M., “La


relación médico-paciente; el consentimiento
informado”, p. 11, Ed. Ad_hoc, 1991.

[4] VAZQUEZ FERREIRA, Roberto y TALLONE,


Federico, “Derecho Médico y Mala Praxis”, p. 19, Ed.
Juris, Rosario 2000.

[5] SÁNCHEZ CARO, Javier, “El consentimiento


informado ante el derecho: Una nueva cultura”,
ponencia presentada en el V Congreso Nacional de
Derecho Sanitario, Ed. Fundación Mapfre Medicina,
España.
[6] CIFUENTES, Santos, “Derechos personalísimos”, p.
320, Ed. Astrea, 1995.

[7] BUERES, Alberto J., “Responsabilidad civil de los


médicos”, t. 1, p. 242, Ed. Hammurabi, 2ª ed.
Corregida y ampliada, Buenos Aires, 1992.

[8] FERNÁNDEZ COSTALES, Javier, “El contrato de


servicios médicos”, p. 160, Ed. Civitas, Madrid
1988.

[9] En le caso, se trataba de un paciente que era Coronel


del ejército, que se encontraba siendo atendido por el
Servicio de Cardiología del Hospital demandado, como
consecuencia del una enfermedad arterial en varios
sectores del organismo. Como parte del tratamiento a
seguir, se le indica al paciente la realización de
arteriografía cerebral, que fue practicada en el servicio de
hemodinamia del mismo hospital. Como consecuencia de
dicho estudio el paciente lamentablemente sufrió seria
lesiones que le ocasionaron una incapacidad total. De los
informes periciales se pudo determinar que la
arteriografía cerebral presenta un riesgo de 0,5 % de
dejar serias secuelas incapacitantes y hasta incluso
provocar la muerte del paciente. Coincidieron además
que el estudio hemodinámico era necesario y hubiera
actuado incorrectamente de no haberlo ordenado. Ahora
bien, en ningún momento pudo comprobarse que el
paciente haya sido advertido del mínimo riesgo que
implicaba realizar dicho estudio. Este fue el fundamento
que el tribunal utilizó para condenar al Hospital. Si bien no
pudo imputar mala praxis alguna a los médicos
intervinientes –por no lograr determinar cuál de todos los
profesionales tenía la obligación de informar sobre los
riesgos al paciente-, el tribunal consideró que “ambos
servicios, en su cabezas y el resto de los facultativos,
conformar en la especialidades aludidas, la organización
hospitalaria y si bien, como se señaló, legalmente no
había obligación de asentar la conformidad por escrito
porque no se trataba de una mutilación, sí moral y
humanitariamente, ciertamente estaba la obligación de
informar y dar la posibilidad de decidir al actor y/o a su
señora como prueba irrefutable”.

[10] GALAN CORTES, Julio c., “El consentimiento


informado...”, obra cit., p. 170, Ed. Colex, Madrid,
1997.

[11] VAZQUE FERREIRA, Roberto y TALLONE,


Federico, “Derecho Médico...”, obra cit., p. 41, Ed.
Juris, Rosario, 2000.

[12] HIGHTON, Elena y Wierzba, Sandra, “La


relación médico-paciente: el consentimiento
informado”,p. 141, Ed. Ad-Hoc, 1991.

[13] LLAMAS POMBO, Eugenio, “La responsabilidad


civil del médico”, p. 60, Ed. Trivium, Madrid, 1988.

[14] GALAN CORTES, Julio C., “El consentimiento


informado...”, obra cit., p. 172, Ed. Colex, Madrid,
1997.

[15] BUSTAMANTE ALSINA, Jorge, “Teoría general


de la responsabilidad civil”, núm. 1388, nota 722,
p. 393, Ed. Abeledo Perrot, Buenos Aires, 1973.

[16] BUERES, Alberto J., “Responsabilidad civil de


los médicos”, t.1, p. 205, Ed. Hammurabi, 2ª ed.
Corregida y ampliada, Buenos Aires, 1992.

[17] En este sentido, consideramos pertinente citar el


caso de una mujer embarazada que ingresó a la sala de
operaciones y antes de ser anestesiada, pues el parto
sería mediante una cesárea, le indicó claramente al
médico que no deseaba que le ligaran las trompas pues
deseaba tener otro hijo en el futuro. El médico, durante la
operación, ante la intempestiva rotura del útero, procedió
a ligar las trompas de la mujer. El Tribunal Supremo de
España condenó al ginecólogo señalando que: “... el acto
médico sin consentimiento trataba de evitar un riesgo
futuro y grave, pero no un riesgo urgente”.

[18] ATAZ LOPEZ, Joaquín, “Los médicos y la


responsabilidad civil”, p. 70, Ed. Montecorvo, Madrid,
1985.

ASPECTOS DE LA NEGATIVA AL TRATAMIENTO POR PARTE


DEL PACIENTE.

¿OBJECIÓN DE CONCIENCIA DEL MÉDICO?

por Patricia D. Falcón

1. Planteo de la cuestión

Las líneas que a continuación escribiré tienen como modesto propósito


ahondar en la problemática de las respuestas ético-jurídicas al
planteamiento de carácter personal que formulan algunos médicos
cuando un paciente niega su consentimiento a someterse a determinada
terapia; especialmente, cuando la negativa se basa en una cuestión de
conciencia.
En términos simples: algunos facultativos suelen sostener que si el
paciente tiene el derecho de plantear una objeción al tratamiento, el
médico también tiene el derecho de ‘objetar’ la objeción, por así decirlo,
y excusarse de tratarlo con fundamento en su propia conciencia.
Esta idea se sustenta en una sencilla deducción, según la cual, si el
paciente tiene derechos, el médico también los tiene. Y si el facultativo
tiene obligaciones, también las posee el enfermo.
Como ejemplo los esfuerzos de la comunidad médica por obtener el
reconocimiento de estas premisas, valgan las “Primeras Jornadas sobre
Defensa de los Derechos del Médico y Responsabilidad Médica”,
organizadas en Buenos Aires por el Centro Académico de la Costa, en
1997. La temática tratada en este como en otros foros semejantes, se
explica en su propio nombre.
Estimo sin embargo que, en la imprescindible búsqueda de una
cooperación mutua entre pacientes y médicos, este enfoque de la
problemática no es el acertado. Por el contrario, en lugar de brindar una
solución ecuánime a la cuestión, sienta las bases de una medicina
defensiva.
Tengo entendido que, en realidad, aunque se la llamó ‘Primera Jornada’,
fue la única, pues no se celebró una subsiguiente. Tal vez, en buena
hora, sus organizadores entendieron que el criterio debía cambiar. De
hecho, aquellos encuentros vinculados a temas como el que nos ocupa
que en efecto siguen realizándose, apuntan más bien a tratar el asunto
desde una perspectiva bioética.
Intentemos esclarecer la orientación jurídica que creo corresponde dar a
este tema.

2. Principios jurídicos involucrados

Partamos de dos elementales principios contenidos en el Código Civil


argentino: “Son personas todos los entes susceptibles de adquirir
derechos, o contraer obligaciones” (art. 30), y “A todo derecho personal
corresponde una obligación personal” (art. 497). Estos preceptos
parecerían dar sustento a los argumentos expuestos arriba.
Sin embargo, desde la óptica bioética, ha ido estableciéndose como
criterio unánime, que la relación médico-paciente, surgida de un nexo
contractual, está dotada de connotaciones exclusivas, diferentes de las
características que generalmente se dan en las obligaciones implicadas
en los contratos bilaterales. Dice al respecto Carlos Ghersi: "La relación
paciente-médico debe enmarcarse en una concepción ética. [...] El
ordenamiento jurídico dispone de numerosas normas que obligan a las
partes de la relación médico-paciente a mantenerse en esa idea central
ética de comportamiento. [...] Queremos resaltar dos normas del Código
Civil que nos parecen trascendentes, los arts. 1071 y 1198. El primero
obliga a los que están culturalmente mejor dotados (art. 902) a
desarrollar una actitud de prudencia y respeto en el desempeño de su
conducta en torno al comportamiento y ejecución de sus servicios
profesionales. El art. 1198 del Cód. Civ. demanda confianza recíproca
como pauta de valoración en la sociedad." (Responsabilidad por
prestación médico asistencial, Bs.As., Hammurabi, p69).
Por otra parte, en la relación médico-paciente median factores y
condicionamientos subjetivos que no se dan en otro tipo de contratos.
Por ejemplo, la confianza en el profesional y las acciones del facultativo
tiene una directa influencia psicológica en el proceso curativo del
paciente. "Uno de los rasgos distintivos de la contratación profesional es
el carácter científico de la prestación, en el que prevalece el saber del
profesional. [...] En efecto, la relación médico-paciente -en tanto vincula
a un experto y a un profano en la materia- se caracteriza por la gran
brecha cultural que separa a ambos contratantes, acentuada aún más por
la complejidad del lenguaje técnico que impide un conocimiento claro y
suficiente acerca del contenido y alcance del contrato que se celebra."
(Castaño Restrepo – Weingarten – Lovece - Ghersi, Contrato médico y
consentimiento informado, Bs.As., Universidad, p23).
Por consiguiente, para hablar de derechos y de obligaciones de las partes
involucradas en esta especial relación, no puede prescindirse de
parámetros éticos.
Ello explica que el ordenamiento jurídico otorgue al paciente una
amplitud de derechos pero no le asigne casi ninguna obligación, en
obvia proporción a la condición de enfermedad que erige al aquejado en
el protagonista más débil de la relación.
Y, recíprocamente, las obligaciones del médico siempre son más
numerosas que sus derechos, si acaso algún cuerpo normativo los
enuncia. Como ejemplo de ello, pueden examinarse algunas leyes
argentinas, aplicativas a distintas áreas de la profesión médica (Ley
17.132 de Ejercicio de la Medicina, Ley 23.798 de SIDA, Ley 24193 de
Trasplantes y la Ley Básica de la Salud de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires, nº 153).
En todas ellas se dedica un extenso articulado a las atribuciones de los
pacientes e igual de amplio es el espacio asignado a las obligaciones y
prohibiciones impuestas a los médicos. De las obligaciones de aquellos
y los derechos de estos últimos, poco se habla.
No hay que olvidar que la práctica médica se realiza en el cuerpo de uno
de los miembros de la relación, por lo que es lógico que siempre deba
prevalecer la voluntad del enfermo.
Atención: no se trata en este trabajo de negarles derechos a los
facultativos.
El punto en cuestión es cuáles son esos derechos, en particular cuando se
enfrentan a la negativa al tratamiento por parte del paciente.
Sentada esta base, adentrémonos en el problema de las objeciones de
una y otra parte.

3. Negativa del paciente y objeción de conciencia

La complejidad de las prestaciones médicas que brindan los servicios de


salud, torna imprescindible requerir del paciente su consentimiento
informado; ello envuelve anoticiarlo en forma clara de la enfermedad
que lo aqueja y de los procedimientos médicos que se propone
practicarle, así como de las consecuencias, riesgos y alternativas
terapéuticas.
Algunos pacientes aceptan sin más, pero otros niegan su consentimiento
para la realización de algunas terapias. Las razones pueden ser muchas.
Cuáles son, es jurídicamente irrelevante. A lo sumo, la pregunta que el
médico le haga al paciente al respecto y la información que extraiga de
su respuesta, servirán como anécdota; pero de ningún modo pueden dar
lugar a una evaluación sobre lo desacertado o irrazonable de la elección,
con miras a doblegar la voluntad del enfermo. Especialistas como
Rabinovich-Berkman reiteradamente han destacado, con sólidos
fundamentos, la inconstitucionalidad de la inquisición sobre las
motivaciones del paciente [ver sus conferencias: Acerca de la
fundamentación de las opciones del paciente (II Congreso
Latinoamericano de Derecho Médico, Santa Fe, octubre 2001), Sobre la
exigencia de motivar las decisiones vitales (I Jornadas Nacionales de
Derecho Natural, San Luis, junio 2001), La opción por terapias sin
sangre en la República Argentina hoy (Breve Aproximación al Estado
de la Cuestión) (II Congreso Iberoamericano de Medicina y Cirugía sin
sangre, México, noviembre 2000), todas en www.rabinovich-
berkman.com.ar] Es la doctrina que surge, a su vez, del fallo
Bahamondez (ver más abajo).
Algunos casos como estos llegaron a los tribunales, y los Jueces o bien
reservaron su potestad jurisdiccional, evitando inmiscuirse en las
decisiones netamente personales relativas a la salud, o bien se
pronunciaron favoreciendo los derechos de los pacientes (ver:
Rabinovich-Berkman, Ricardo D., Responsabilidad del médico, Bs.As.,
Astrea; y Hooft, Pedro Federico, Bioética y Derechos Humanos-Temas
y Casos, Bs.As., Depalma).
Pero dentro del tema de la negativa al tratamiento, se sigue arrastrado el
error de calificar a algunas voluntades renuentes por su contenido. De
allí que a algunas de estas se las rotule como ‘objeción de conciencia’.
La objeción de conciencia ha sido definida como una postura de
desobediencia a un imperativo legal o normativo, que encuentra
justificación en una profunda ideología moral del objetor. Es decir que,
aunque desacatar la ley es un comportamiento normalmente reprobado,
en el caso de la objeción de conciencia, la violación normativa queda
disculpada por prevalecer en el ordenamiento jurídico la libertad de
conciencia. Imponer al individuo objetor el cumplimiento compulsivo de
la norma, en contradicción a sus íntimas y sinceras convicciones,
resultaría antijurídico.
La negativa al tratamiento médico por cuestiones de conciencia,
despertó gran interés en el pasado. Especialmente porque la ciencia
médica debió adaptarse al desafío de brindar tratamientos que no sólo
curasen al enfermo, sino que además evitasen lesionar su dignidad.
Tal vez, en el intento de encuadrar estos casos bajo algún concepto
jurídico-doctrinal que resultara asimilable, los Ministros de la Corte
Suprema de Justicia de la República Argentina, Mariano Augusto
Cavagna Martínez y Antonio Boggiano, en su voto conjunto emitido en
el leading case “Bahamondez, Marcelo s/medida cautelar” (B-605.XXI,
abril 6-1993) afirmaron que la negativa de carácter religioso del paciente
a recibir transfusiones sanguíneas, como miembro de la comunidad
religiosa “Testigos de Jehová”, quedaba comprendida en el marco de la
objeción de conciencia, con apoyo en los arts. 14 y 33 de la Constitución
Nacional.
Sin perjuicio de reconocer el derecho a la libertad religiosa y el respeto a
la libertad de conciencia, constitucionalmente garantizados, algunos
criticaron esa calificación, en tanto no existía en el caso, desde un punto
de vista técnico, tal objeción. Ello es así “dado que no hubo obligación
alguna que objetar”. (Colautti, Carlos E., Precisiones e imprecisiones en
el caso “Bahamondez”, en La Ley, 4/04/94). En efecto, recibir este u
otro tratamiento médico no constituye una obligación legal: no hay ley
que imponga al paciente la transfusión, como tampoco la quimioterapia,
etc. Entonces, si se opone, su conducta no constituye, estrictamente
hablando, una objeción de conciencia, ya que no está compelido a actuar
de acuerdo a ninguna ley.
Por consiguiente, la voluntad negativa para con algún método
terapéutico, tenga esta raíz religiosa, cultural, social, científica, o no
tenga ninguna, es una negativa y nada más. No obstante, denominarla
‘objeción de conciencia’ parece psicológicamente eficaz, en tanto
solemos simpatizar con quienes con valentía exponen y defienden una
convicción jurídicamente autorreferente.
4. Objeción de conciencia del médico

Teniendo en mente ese concepto de objeción de conciencia, ahora


observemos el tema desde la posición del médico.
Primero, resulta del caso precisar cuál es la obligación legal a la que
estaría sometido, cuyo cumplimiento pudiera objetar por propias razones
morales. Y es aquí donde el tema parece empezar a desdibujarse...
Si tomamos como ejemplo de obligación legal del médico la de obtener
el consentimiento informado del enfermo, resulta difícil imaginar un
caso en el que el facultativo pudiera invocar una objeción de conciencia
(en cuanto a suministrar al paciente la información adecuada sobre el
diagnóstico, o sobre el tratamiento, etc.) Puede darse algún matiz de
reparo o duda sobre qué o cuánto revelar. Pero nunca en el terreno de la
objeción de conciencia, sino de la interpretación médica del deber de
informar.
Fantaseando sobre una conducta objetora para este caso, debiéramos
imaginar a un médico que se negase rotundamente a siquiera hablar con
su paciente, y reservase los motivos. Sería muy claro (y peligroso) que
esa conducta ocultaría un supuesto de discriminación, sin posibilidad de
justificativo legal, y con extremo riesgo para el enfermo.
Intentemos con la obligación de guardar el secreto médico. ¿Podría un
médico objetarla moralmente? Supongamos el caso de que la
información que se le confía, y que el galeno no debe divulgar,
comprometiera intereses de terceros. Allí entrarían en juego otras
normas legales, que lo relevarían de esta obligación. Tampoco se daría
un caso de objeción de conciencia.
Respecto a la investigación y a la experimentación, algunos facultativos
pueden plantear escrúpulos o problemas de conciencia. Quizá también la
práctica de la reproducción asistida les presente ese desafío. Pero como
ninguno de estos es un deber jurídico, el facultativo puede resolver el
dilema que le presente su participación en estos campos de acuerdo a
una combinación de la lex artis y de su propia libertad de elección.
Técnicamente, no habría objeción de conciencia.
Algunos médicos bien pudieran oponerse a participar en la práctica de
un aborto terapéutico o de un alumbramiento prematuro de un
anencefálico, por principios morales. Pero jurídicamente tampoco se
trataría de una objeción de conciencia, a la luz del análisis que venimos
efectuando, atento a que el facultativo puede delegar la atención en otro
colega.
La esterilización y la eutanasia, tienen en la Argentina regulación legal
de carácter prohibitivo. Aunque la primera pudiera estar indicada por
cuestiones terapéuticas, siguiendo el razonamiento que vengo
bosquejando, tampoco se darían casos de objeción de conciencia, por no
existir la imposición legal de practicarla.
Hasta aquí, las situaciones que, en principio, parecerían dar lugar al
planteamiento de alguna oposición por parte del personal sanitario, no
llegan a constituir el caso específico de la objeción de conciencia del
médico. Se me responderá que, por solidaridad para con quienes invocan
esos reparos, es bueno pensarlos como ‘objeciones de conciencia’, por el
impacto psicológico de la denominación. Pero aquí verdaderamente ello
implicaría una tergiversación del concepto jurídico.
Por otra parte, hasta ahora nos estuvimos refiriendo a supuestos en los
que se requiere del médico una conducta activa, es decir, la
administración de determinadas terapias a las que él se opone. Pero,
¿qué pasa cuando el paciente opta por no recibir cierto tratamiento?
De seguro, una primera reflexión apresurada pudiera llevar a concluir
que la voluntad negativa del paciente se contrapondría al imperativo
moral del médico de ejercitar su arte a favor del enfermo, resultando
entonces que al ser obligado a aceptar la negativa el facultativo
incurriría en una conducta omisiva, con seria lesión para su conciencia.
Las normas a las que se recurriría en apoyo de esta postura serían los
códigos de ética, el Juramento Hipocrático, etc. abriéndose un
amplísimo e interminable debate, en el que convergerían opiniones
cargadas de emotividad en torno a cuál de las dos conciencias es la que
debería prevalecer, así como sentimentales y subjetivas interpretaciones
de las normas deontológicas, etc. Todo ello referido a casos hipotéticos,
extremos e infrecuentes, que quedan consumidos por la propia
exaltación de los contendientes. En definitiva, la discusión no brindaría
ninguna respuesta coherente o concreta al punto en cuestión.
¿A qué se debe esto? A que, por una parte, el personal médico que
plantea estos problemas de conciencia no ha sabido interpretar
correctamente la voluntad negativa o electiva del enfermo para con el
tratamiento. Por otro lado, en estos enfrentamientos de médico y
paciente suele haber indicios del llamado “paternalismo” por parte del
primero.
Examinemos un caso simple. Un médico propone un tratamiento con
penicilina. El enfermo expone su negativa al mismo. La cuestión debería
resolverse sencillamente buscando una alternativa, como la eritromicina,
y suministrándola, respetando la voluntad del paciente. Sin duda, el
paciente prestará su consentimiento para con esta otra terapia,
evidenciando su interés en recibir tratamiento médico que respete su
elección y preserve su vida. Este no es más que el ejercicio práctico,
puro y simple del consentimiento informado.
Si por mera curiosidad, el médico quisiera conocer el por qué de la
actitud renuente del enfermo, bastaría con que, por ejemplo, el paciente
denunciase su condición de alérgico a esa sustancia.
Sin embargo, obsérvese cómo cambia la situación, cuando
indebidamente el galeno pugna por hacer prevalecer su opinión médica.
Siguiendo con el ejemplo de la penicilina, pensemos que el médico
pusiera en duda la veracidad de lo afirmado por el paciente, bajo el
“paternalista” preconcepto de que el enfermo carece de los
conocimientos médicos como para encontrarse en condiciones de
afirmar que es alérgico a la penicilina.
Esto abriría la brecha a la que nos venimos refiriendo. Tal vez, el
facultativo exigiera al paciente la realización de estudios médicos,
haciéndole incurrir en gastos innecesarios, o dilatando la atención, o
sencillamente insistiera en que, como el enfermo no acreditó su alergia
en forma documentada, debe aceptar la propuesta terapéutica de la
penicilina, asumiendo calladamente las consecuencias.
Si esto sucede con una negativa tan sencilla, puede comprenderse el
conflicto que se desata con este tipo de facultativos, cuando el
tratamiento que se objeta es más complejo o cuando, al indagar sobre la
objeción, la razón esgrimida por el paciente desagrada al médico.
Sin embargo, ¿es justo señalar como factor causante de tal conflicto a la
negativa del paciente? ¿No es cierto acaso que la actitud de un
facultativo cooperador y carente de prejuicios eliminaría el problema?
Pongamos por caso la negativa a las transfusiones sanguíneas. Para ello,
sencillamente me remitiré a lo publicado por Entre nosotros, impreso
interno del Hospital Italiano de Buenos Aires.
Bajo el título Un ejemplo de ética médica en nuestro Hospital.
Trasplante sin transfusión: el respeto por el paciente ante todo, dicha
publicación reseñó la intervención quirúrgica a la que fue sometida una
paciente que se oponía a recibir transfusiones de sangre. La operación
fue llevada a cabo exitosamente por el prestigioso Equipo de Trasplantes
de dicho nosocomio. Se trataba de un trasplante hepático, sin
precedentes en Latinoamérica, cirugía de indudable envergadura y
complejidad.
Aún en esta situación tan extrema, los médicos supieron comprender que
la negativa de la paciente no les impedía suministrarle una atención
médica que conjugase excelencia con mejor calidad de vida. No
argumentaron que la voluntad negativa de la paciente les “ataba las
manos”, lesionando su sentido del deber médico. O que resultaba
imprescindible sopesar las motivaciones íntimas de la decisión de la
enferma, justipreciándolas con su propia escala de valores o a la luz de
la propia religión que cada uno de ellos sustentase.
El Dr. Eduardo de Santibañes, miembro del equipo y eminencia
trasplantológica a nivel mundial, expresó la siguiente reflexión:
“Muchos me han preguntado, ¿qué hubiesen hecho ustedes si hubieran
tenido un accidente hemorrágico durante este trasplante? Nada,
respondí. Hubiésemos empleado todas las medidas a nuestro alcance,
excepto transfudirla, porque esa era la voluntad de la paciente y nosotros
habíamos dado nuestra palabra; y la palabra de los médicos,
paramédicos y la gente que trabaja en este Hospital sigue teniendo la
vigencia de siempre, en un mundo donde parece que ha perdido su
valor.” (Abril 2001- Año 4. Nº 45).
Estas encomiables expresiones demuestran que cuando el médico
comprende a su paciente y se interesa en atenderlo de acuerdo con su
decisión, no se produce el tan mentado enfrentamiento de conciencias.
Sin perjuicio de ello, siempre asiste al médico el derecho a negarse a
prestar su cooperación, y sin dilación delegar la atención del enfermo en
otro profesional más capacitado. No obstante, se ha entendido que esa
delegación debe efectuarla sin dejar de agotar todo medio a su alcance
para preservar la salud del paciente.
5. Conclusiones

El tema de este trabajo ofrece muchas reflexiones más, que pueden


llegar a ser materia de otros tantos ensayos.
Lo que se intentó dejar expuesto es que la negativa del paciente, por lo
general, no implica una exigencia al médico de que inhiba su actuación
profesional. Muy por el contrario, la elección del paciente suele colocar
en cabeza del profesional de la salud la responsabilidad de ejercitarse en
otros métodos menos habituales para él.
Dado que permanentemente se producen múltiples avances científicos,
los médicos tienen a la mano la posibilidad de ampliar sus técnicas
terapéuticas, en evidencia de progreso y perfeccionamiento profesional.
Por lo tanto, la elección del tratamiento por parte del paciente no
constituye un retroceso de la relación que une al enfermo con su
facultativo. Por el contrario, el optimista desarrollo de una labor
profesional de avanzada, que contemple la condición de ser humano, en
el sentido pleno del término, de quienes padecen un proceso de
enfermedad, brindará al facultativo la satisfacción del cumplimiento
pleno de su deber médico, en lo más recóndito de su conciencia
ANEXO
Síntesis del fallo. (se realizo un recorte del fallo donde se destacan los
puntos relacionados al tema de la monografía)

¿Qué decisión corresponde dictar?

A LA UNICA CUESTION LA SEÑORA JUEZA DOCTORA MARIA SILVIA


VILLAVERDE DIJO:

En estas actuaciones se presentó la Sra. Estela Yolanda González, por


derecho propio y en representación de sus hijos menores de edad de 20, 19 y 16
años, con el patrocinio letrado del Sr. Defensor Oficial, a los efectos de obtener
autorización judicial para una cirugía de amputación del miembro inferior derecho a
su esposo Aldo C. de 45 años, conforme ha sido indicada por los médicos
intervinientes y pese a la negativa a operarse por parte de su cónyuge,
acreditándose las circunstancias referidas con los informes de los médicos
traumatólogo J.O.Perez Castro y Simón Khoury, de la médica psiquiátra María
Cristina García y de la asistente social Jefa del Servicio Social Lic. Silvia B.
Carracedo, todos ellos del Hospital Zonal General de Agudos Narciso López de
Lanús, en el que se halla internado el Sr. C. desde el 2 de febrero de 2006 con un
diagnostico de gangrena diabética en pierna derecha y lesiones hasta el nivel del
muslo derecho que indican desarticulación de cadera e infección que lo colocan en
riesgo de muerte de no realizarse la amputación del miembro inferior derecho.

Invoca la esposa como fundamento de su petición el stress psicológico, que


priva a su esposo del equilibrio necesario para decidir lo mejor para si y para su
familia. Asimismo señala que se contraponen al derecho a la intimidad y al derecho
a la autodeterminación y sobre el propio cuerpo de su esposo, amparados por los
arts. 19 de la Constitución Nacional y 26 de la Constitución bonaerense, su derecho
a la vida y el derecho a la integridad familiar de los integrantes de su familia,
especialmente el derecho de los hijos menores a seguir creciendo en compañía de
sus padres (art.36 de la Constitución provincial), los que señalan un limite a la
esfera de reserva individual prevista constitucionalmente.

Habida cuenta de la progresividad que caracteriza al grave cuadro


diagnosticado, toda demora procesal de la decisión final debe reducirse
drásticamente; por lo que el 8 de febrero de 2006 se libraron oficios urgentes al
hospital para que el Comité de Bioética de la institución de salud emitiera su
dictamen en el término de doce horas sobre la cuestión planteada referida a la
situación en la que se hallaba el Sr. Aldo C. y para que se informara sobre: 1) si la
operación mutilante ofrecía una solución definitiva permanente para la salud del
paciente, 2) cuál era el beneficio real de la intervención quirúrgica y si detenía la
enfermedad, 3) si, en caso de no efectuarse la operación de amputación, resultaría
la muerte segura del paciente, y 4) si existe alguna alternativa a la intervención
quirúrgica.

Obra agregado el informe del Comité de Bioética, que presidido por el Dr.
Juan Carlos Celhay se reunió el 9 de febrero de 2006 con la presencia de sus
miembros: la Lic.en Trabajo Social Silvia Carracedo y la obstétrica María Rosa
Miño, y con los médicos convocados como informantes sobre las condiciones de
estudio y tratamiento del Sr. Aldo C. :el Jefe de Clínica Médica Dr. Mario Bascopé,
el Jefe de Cuidados Progresivos Dr. Cantarovich, una profesional perteneciente a la
Salud Mental y el Jefe Interino de Traumatología y Ortopedia Dr. Serrano.

Por unanimidad los médicos a cargo de la atención del paciente coincidieron


en que se trata de un caso quirúrgico, que el tipo de intervención era la amputación
del miembro inferior afectado de gangrena húmeda y que resultaba imposible
asegurar resultados satisfactorios debido a la extrema gravedad y el estado
avanzado de la patología.

Sobre la lucidez del paciente, la especialista en salud mental afirma que el


Sr. C. se halla en uso de sus facultades mentales teniendo comprensión cabal de la
gravedad de la situación y de que como consecuencia de no operarse la
enfermedad lo conduciría a la muerte. La integrante del Servicio Social puntualizó
que el paciente en reiteradas oportunidades manifestó que no quería ser un
minusválido ni constituir una carga para su familia. Asimismo en una entrevista
personal entre el Sr. C. y el Presidente del Comité, el primero reiteró su rechazo a
ser amputado, en coincidencia con los dichos de los profesionales tratantes. Como
conclusión de las intervenciones detalladas, el Comité informa que el paciente,
desde el punto de vista ético, se constituye en una persona competente y capaz de
tomar decisiones autónomas con compresión de las consecuencias que sus
decisiones puedan producir.

Obra agregada la respuesta al pedido de informe, del que surge que la


operación mutilante no ofrece una solución definitiva permanente para la salud del
paciente, sino que constituye un intento de conservar su vida, sin efectos sobre la
evolución posible de la enfermedad de base (Diabetes Mellitus de larga duración).
Además el beneficio real de la operación es el intento razonable de mantener con
vida la paciente, que el equipo médico estima no excedería el 20% de las
posibilidades. El proceso de gangrena puede detenerse si la operación resulta
exitosa, pero carece de efecto sobre la evolución de la diabetes mellitus. Se informa
que, aun considerando la aleatoriedad de toda intervención quirúrgica, resulta
razonable afirmar que la muerte del paciente es la evolución esperable en el caso
de no amputar. Finalmente, atendiendo a las características de la gangrena, en la
que los tejidos del miembro afectado se hallan en necrosis e infectados, no resulta
posible ofrecer tratamiento alternativo al quirúrgico.

El acta del Dr .Gabriel Cesar Díaz Dopazo, que como presidente de este
Tribunal de Familia se constituyó en el Hospital Narciso López el 9 de febrero de
2006 a las 11:30 hs. conjuntamente con los integrantes del Equipo Técnico
interdisciplinario del tribunal: el psicólogo, Lic. Carlos Fichera, y el médico
psiquiátra, Dr. Gonzalo Muiola, asistiendo también los integrantes del Comité de
Bioética del centro de salud, que informaron al juez lo siguiente: 1) el paciente
padece gangrena húmeda, originada por la enfermedad de base (diabetes mellitus),
que ha progresado por la inactividad del enfermo para tratarse; 2) no existe
alternativa a la amputación de la pierna derecha; 3) aun realizándose la practica
quirúrgica, calculan una probabilidad de sobrevida del 20%; 4) que de no
efectivizarse, lo único esperable es el fallecimiento; 5) que el paciente no presenta
alteraciones mentales y conoce el resultado de su decisión; y 6) que la razón
invocada y mantenida a lo largo del tiempo, desde que se enteró de la operación,
es: no querer ser un minusválido.

Además de la reunión mantenida con el Comité de Bioética, el Dr.Gabriel


Díaz Dopazo mantiene una conversación con el paciente -internado en la Sala
General-, a quien encontró predispuesto al diálogo y por momentos emocionado. El
Sr. C. expresó al Juez repetidas veces que no quería transformarse en una carga,
que siempre se había dedicado a “chapa y pintura” y que, por tratarse de un trabajo
de fuerza, no podría realizarlo en el futuro si se le amputaba la pierna. Ante la
pregunta del juez sobre si sabía que la consecuencia de su negativa era la muerte,
el Sr. C. contestó que lo sabía porque se lo habían dicho los médicos y que, aún así
mantenía su decisión.

Seguidamente, el Juez se reunió con los familiares (la esposa y los tres
hijos: Oscar, Pablo y Ezequiel); éstos últimos consideran que la operación le
prolongará la vida al padre, pudiendo siempre "aparecer una salvación", y que de
otro modo, el sufrimiento será prolongado hasta su fallecimiento.

Los profesionales del Equipo Técnico, que acompañaron al juez al hospital,


también mantuvieron entrevistas con el paciente y con sus familiares.

El objeto concreto de la petición inicial de la esposa es la de requerir


autorización judicial para que se efectúe al esposo de la peticionante una
intervención quirúrgica en virtud de la gangrena que afecta su pierna derecha,
siendo la diabetes mellitus la enfermedad de base. Señala que la única alternativa
frente a la gangrena es la amputación del miembro, pero que el esposo no
consiente la operación, por no tener en claro su discernimiento debido a un
profundo stress psicológico.

En primer lugar se ha acreditado en autos mediante los informes médicos


verbales y escritos de los profesionales intervinientes, detallados ut supra, que el Sr.
Aldo C. -esposo de la peticionante y padre de sus hijos- padece gangrena húmeda,
motivada por la enfermedad de base (diabetes mellitus), que ha progresado por la
inactividad del enfermo para tratarse adecuadamente; que no existe alternativa a la
amputación de su pierna derecha; que calculan una probabilidad de sobrevida del
20%, aunque se realizase la práctica quirúrgica; que de no efectivizarse, lo único
esperable es el fallecimiento, y que el mismo reviste urgencia debido al progreso de
la sepsis gangrenosa.

Ante dicho diagnóstico y considerando la negativa del Sr. Aldo C. a prestar


consentimiento para la amputación indicada por los médicos, un primer aspecto que
deviene fundamental para dilucidar la cuestión planteada es la evaluación de la
competencia (desde el punto de vista bioético) o de la capacidad plena para
autodeterminarse (desde la perspectiva jurídica).

Sobre el concepto de consentimiento informado, Highton y Wierza afirman


que éste "... implica una declaración de voluntad efectuada por un paciente, por la
cual, luego de brindársele una suficiente información referida al procedimiento o
intervención quirúrgica que se le propone como médicamente aconsejable, éste
decide prestar su conformidad y someterse a tal procedimiento o intervención. La
noción comprende entonces dos aspectos y la doctrina impone al profesional dos
deberes: a) el medico obtenga el consentimiento del paciente antes de llevar a cabo
un tratamiento; b) el medico revele adecuada información al paciente, de manera tal
que le permita a éste participar inteligentemente en la toma de una decisión acerca
del tratamiento propuesto..."

La doctrina del consentimiento informado es puesta a prueba en los casos


de rechazo informado o negativa de la persona a recibir asistencia o tratamiento
médico. La perspectiva contractual, según la cual el consentimiento es la
circunstancia que construye y da sentido a la relación clínica, ha sido considerada
como estrecha, por no atender a los "valores en conflicto: lo publico y lo privado, la
vida y la libertad"

La valoración negativa frente a la manifestación de no "querer curarse" halla


sustento en la presunción de la intencionalidad colectiva, según la cual las
personas, cuando enferman, prefieren ver restablecida o mejorada su salud.
Agrégase a ello, que el dilema planteado por el rechazo a una practica medica
constituye, en algunos casos, la impugnación a la unidireccionalidad del saber y la
racionalidad médica, implícitos en la construcción clínica del consentimiento
informado; además de desnaturalizar el propósito de la medicina, sostenido
inveteradamente en la formula consagrada del "arte de curar".

Algunos de los argumentos esgrimidos para defender la inaceptabilidad del


rechazo terapéutico se fundamentan en que detrás de la salud de cada persona
existe un deber social de curación; pues cada sujeto vive en y con relación a los
demás, situación que le impone deberes hacia la familia y la comunidad "sistemas
de autoafirmación". Se describen deberes tales como los derivados de la
responsabilidad parental, los deberes cívicos y militares, los deberes de producción
e incluso algunos de naturaleza religiosa, cuando se considera que la vida es un
don entregado por Dios, y en consecuencia resulta un bien indisponible por decisión
individual.

Frente a la postura desarrollada, se erige la defensa de la regla de la


autodeterminación, capacidad para decidir sobre la propia vida, que se fundamenta
en la libertad e inviolabilidad de la persona humana. El principio de autonomía de la
teoría principalista de la bioética avala este criterio al sostener que en la medida en
que se observen las circunstancias que posibiliten su ejercicio, el respeto por la
autonomía debe primar en toda decisión clínica.

Cuando se reúnen las circunstancias de la autonomía (información,


comprensión, ausencia de coacción externa e interna, la autenticidad) las
decisiones libres e informadas deben ser respetadas, aún significando el rechazo a
tratamientos médicos que pueden limitar el curso vital.

La ley de ejercicio profesional 17.132, que resulta aplicación analógica ante


el vacío normativo provincial, en su art.19, recepta esta concepción, estableciendo
con claridad que los médicos están obligados a "respetar la voluntad del paciente en
cuanto sea negativa a tratarse o internarse, salvo los casos de inconsciencia,
alienación mental, lesiones graves por causa de accidentes, tentativas de suicidio o
de delitos. En las operaciones mutilantes se solicitará la conformidad por escrito del
enfermo salvo cuando la inconsciencia o alienación o la gravedad del caso no
admitiera dilaciones. En los casos de incapacidad, los profesionales requerirán la
conformidad del representante del incapaz".

Además nuestro derecho garantiza el respeto por las decisiones en las que
se hallan comprometidos la disposición del propio cuerpo, la intimidad y la
privacidad (arts.19 de la Constitución Nacional y 26 de la Constitución de la
Provincia de Buenos Aires, 1071 bis del Código Civil), la libertad de cultos y
objeciones de conciencia (art.14 de la Constitución Nacional) y la identidad cultural
y la igualdad (arts.75 inc.17 y 43 de la Constitución Nacional; leyes 23.592 y
23.798). En el mismo sentido y en casos referidos a negativas a intervenciones
quirúrgicas mutilantes, se ha venido desarrollando valiosa jurisprudencia.

La articulación armónica entre los principios de respeto por la autonomía, la


dignidad y el valor vida -entendida como calidad de vida contextuada- orientará la
solución al dilema planteado en cada caso concreto.

En el caso de autos, a fin de asegurar las condiciones mínimas de


regulación del principio de autodeterminación, se han considerado en particular
frente al rechazo informado del Sr. Aldo C. las siguientes circunstancias: que la
negativa haya sido informada, es decir, que se haya acreditado en autos la
voluntariedad de la determinación negativa; las circunstancias de autonomía,
especialmente la provisión de información adecuada -es decir, acorde con la
comprensión de la persona, atendiendo a que es un profano en la materia- y
relevante para posibilita su participación inteligente en la decisión, y la ausencia de
coacción.

Al respecto ninguna duda cabe acerca del rechazo por parte del paciente a
ser intervenido quirúrgicamente. Los médicos y los profesionales del servicio social,
los integrantes del Equipo técnico de este Tribunal de Familia (psicólogo y
psiquiatra) y el mismo magistrado han constatado -luego de descartar toda
patología siquiátrica que menguara su competencia o capacidad, el sostenimiento
de la decisión del Sr. Aldo C. de no operarse, inclusive habiéndosele informado los
riesgos derivados de su negativa.

He de aclarar que también se ha evaluado, si se trata de una negativa


"debidamente informada", entendiéndose por tal que la información debe adaptarse
a las posibilidades de comprensión del asistido, quien por lo general es profano en
la materia.

Luego de analizar los informes de la asistente social, de la médica psiquiatra


y del Comité de Bioética del Hospital, y los informes de los integrantes del Equipo
Técnico de este Tribunal de Familia, y conforme al acta labrada por Dr. Díaz
Dopazo como resultado de su encuentro personal con el paciente, considero que
Sr.Aldo C. ha obrado con discernimiento al negarse a ser operado y que no hay
mengua en sus facultades mentales que ameriten sustituir su voluntad, más allá "de
la natural angustia del padecimiento que presenta y que no lo inhibe de la toma
responsable de decisiones"

La vida, la integridad personal y la salud son estimadas por la conciencia


social y el derecho vigente como valores que revisten interés público y no como
derechos subjetivos privados solamente. Entre los derechos a la integridad física,
relativos al cuerpo y a la salud, es dable afirmar que nadie puede ser constreñido a
someterse contra su voluntad a tratamiento clínico, quirúrgico o examen médico
cuando -como en la especie- se está en condiciones de expresar su voluntad.

Por lo que debe respetarse la voluntad del paciente, que "no presenta
patología psiquiátrica al momento del examen" y que conoce las consecuencias de
su negativa a ser amputado, y la solución viene impuesta por la naturaleza de los
derechos en juego que determinan que el paciente sea el "árbitro único e
irremplazable de la situación". El principio expuesto no debe ceder aunque medie
amenaza de la vida. Pues es el Sr. Aldo C. el que se expondrá a los riesgos, a los
sufrimientos, a la inmovilidad, a la posibilidad de una subsistencia llena de
deficiencias y limitaciones y a una intervención que, en este caso, sólo ofrece la
"probabilidad" de una prolongación transitoria de la vida; máxime que la amputación
de la pierna no es curativa, ni detiene la enfermedad de base, o sea la diabetes
mellitus.

Bustamante Alsina, comentando un fallo en el que también se negó la


autorización para realizar la amputación de una pierna, destacó: "El consentimiento
del paciente es fundamental para que el médico pueda actuar ya sea interviniendo
quirúrgicamente o sometiendo al paciente enfermo a un tratamiento. Como hemos
dicho antes la vida, la salud, la integridad física, son bienes personales que la ley
protege no sólo en mira de intereses individuales sino también generales. Por ello el
consentimiento del paciente no sería suficiente para privarlo de la vida (eutanasia).
En cambio el consentimiento sería válido para una intervención quirúrgica mutilante
aun cuando pusiera en grave riesgo su vida, esto es recuperación de la salud,
conservación de la vida o propósitos altruistas de solidaridad. Si el paciente niega el
consentimiento el médico no puede intervenir"

Merece destacarse que en el caso no se verifica otro de los requisitos


exigidos por la doctrina en orden a negar valor a la negativa del paciente, esto es
aquellos supuestos en que la pasividad del paciente configure una forma ostensible
o larvada de suicidio. En efecto, las reiteradas y contundentes manifestaciones de
rechazo del Sr. Aldo C. revelan que no se concibe a si mismo en una situación de
invalidez o discapacidad, transformándose en una carga para su familia. Son
aplicables al caso las consideraciones de la Sala H de la Cámara Nacional Civil en
las que el tribunal sostuvo: "No surgiendo que la conducta del paciente que no
consiente que se le realice una urgente intervención quirúrgica, configure una forma
de suicidio, debe respetarse la voluntad de aquél y la solución viene impuesta por la
naturaleza de los derechos en juego que determinan que el paciente sea el árbitro
único e irremplazable de la situación. El principio expuesto no debe ceder aunque
medie amenaza a la vida".

Para apreciar en sus justos términos este aspecto, he de detenerme en el


informe psicológico obrante a del que surge la relevancia de la variable cultural en la
subjetivación de la persona, insoslayable para apreciar los valores en juego en el
dilema bioético planteado en un contexto ampliado por la inclusión de sus aristas
culturales, pues considero que para la "valoración de las percepciones comunitarias
sobre el proceso salud-enfermedad-atención en el consentimiento informado es
necesario atender a la realidad cultural y psicosocial de cada paciente". En este
sentido se ha manifestado la insuficiencia del rumbo fijado por la doctrina
angloamericana del "informed consent", indicándose con acierto que los principios
bioéticos son abstractos, están fuera de las realidades morales y psicosociales y
con una orientación anglosajona, masculina y clasemedista, que ignora el género,
las historias de vida y las identidades culturales de los agentes morales. (conf.
Maglio, Ignacio, Guías de Buena Práctica Ético Legal en VIH/SIDA). Por lo que,
estimo que debe prestarse especial atención a la complejidad de las situaciones a
considerar, incluyendo en consecuencia su naturaleza contextual, su incrustamiento
en los sistemas morales de las personas y las características multiculturales que
podrían incidir en las valoraciones de los protagonistas.

En este punto resulta significativo lo informado por el psicólogo del Equipo


Técnico de este Tribunal, en cuanto resalta "la imposibilidad de modificación del
proyecto original de un sujeto construido y constructor de una realidad basada en el
trabajo a predominio de fuerza y del estilo muscular de la actividad; esto grafica el
sentimiento de que toda 'acción de deterioro de esta integridad' se constituye en
lesiva y determinante al sentimiento de integridad que como sujeto posee". En
efecto, Aldo C. nació en el Chaco, lugar de donde vino con su familia a los cinco
años; inició su vida laboral a los catorce años y trabajó ininterrumpidamente hasta la
actualidad; "se desempeña en chapa y pintura, siendo para él, su cuerpo y la
fuerza, fundamentales para su actividad: conceptuada como la única posible de ser
ejercida en función de su experiencia y carencia de estudios."

Por otra parte, se informa que de conformidad con su posicionamiento en un


rol de genero atravesado por un entorno menos urbano y más rural, los valores
predominantes del Sr. C. se sitúan en torno a "la producción y la provisión como
modos de protectividad afectiva hacia el entorno familiar". "Presenta una
personalidad construida fuertemente con aportes culturales propios de su grupo
cultural de pertenencia precedente, que ha moldeado los aportes de la llamada faz
constituyente cultural [...] lo que genera una identidad generacional, sexual y de rol
a predominio constituirse en 'dador' y 'promotor' del bienestar familiar a partir de su
faz de 'proveedor completo' la cual ha dado lugar a una proceso de subjetivación
que en la actualidad opera como punto nodal en la toma de la presente decisión".

Por eso, 'ser una carga para la familia' resulta "lesivo a su identidad". "La
perdida de autonomía y limitación consecuente...conforma para el Sr. C. una
situación que prevé como angustiante en cuanto lo descentraría del rol y función
sobre la cual construyó su realidad de hoy, su proyecto actual".

Finalmente, considero que la autorización de intervención peticionada


configuraría una interferencia estatal en total contradicción con la disposición de su
propio cuerpo del Sr. Aldo C. manifestada en forma reiterada y con insistencia. Si el
paciente exteriorizó que la amputación era contraria a la forma en que él mismo se
concebía como sujeto, toda opinión diferente por parte de los jueces debe
desplazarse, puesto que de lo contrario se suplantaría o impondría al destinatario
de la decisión una condición de vida que él expresamente desechó.

En consecuencia, por los fundamentos expuestos, de ser compartida mi


opinión por mis colegas magistrados, considero que corresponde no hacer lugar a la
autorización solicitada para realizar una intervención quirúrgica mutilante
-amputación de miembro inferior derecho- al Sr. Aldo C. internado en el Hospital
Zonal General de Agudos Narciso López de Lanús, debiendo respetarse el sentido
de su decisión autónoma y proveerle la atención medica integral conducente, para
cuidarlo, aliviarlo y confortarlo en sus actuales circunstancias. Sin costas.

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