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Cien años con Arguedas

Una visión desde dentro

El dieciocho de enero se cumple cien años del


nacimiento de uno de los más grandes narradores
del Perú, José María Arguedas (1911-1969). Figura
vertebral de las letras peruanas que articula un
indigenismo de visión exógena, con otro que él
propone de tipo endógeno. La mayoría de los
críticos han llegado a esta conclusión a partir de un
análisis riguroso de sus obras, al encontrar
argumentos que van desde el hecho de haber tenido Arguedas fue más que el gran
al quechua como lengua materna, hasta el que indigenista peruano, y ni siquiera
el disparo en la sien detuvo la
siempre se haya identificado con la cultura andina, a influencia de sus ideas que
la cual veía como la única forma nutricia de la llegan hasta la actualidad.
autenticidad nacional. Y es que en la literatura de
Arguedas, se entrecruzan lo testimonial, lo autobiográfico y la fuerza rotunda de
un referente cultural real desde dentro de su visceral esencia. Porque José
María Arguedas vivió en la médula de lo que él después escribiría y ficcionaría
con inusual talento; él mejor que nadie sentiría el desprecio, la incomprensión y
hasta la anulación por parte de una cultura hegemónica occidental que lo
pretendió deslegitimar por ser andino (desde su cruel madrastra y pérfido
hermanastro, hasta los severos críticos que intentaron –inútilmente- hundirlo en
un fango de mala intención e incomprensión de su obra). Sin embargo,
Arguedas se levantó de aquel oprobioso lodazal y construyó un lenguaje propio
con tintes líricos y auténticos a diferencia de otros grandes narradores
peruanos como Vargas Llosa, donde el gran ausente es el matiz poético de
temática andina tan pródigo en la prosa arguediana. Asimismo le añadió la
dulzura telúrica del idioma quechua que el crítico Ángel Rama calificaría con
acierto como la singular quechuización del español.

Paciente orfebre de la palabra

Al mejor ejercicio de un paciente orfebre, el autor


de Agua (1935), Yawar Fiesta (1941), Los ríos
profundos (1958) y Todas las sangres (1964)
entre otros, nos ha mostrado un mundo esculpido
por la rabia, la locura y la ternura de un pueblo
oprimido que él consideraba el verdadero
corazón del Perú. El propio Arguedas lo diría al
aceptar el premio Inca Garcilaso de la Vega: “Y el
Arguedas fue un ferviente admirador
del folcklore andino. Esto lo llevó camino no tenía por qué ser, ni era posible que
incluso a estudiar Antropología. fuera únicamente el que se exigía con imperio de
vencedores expoliadores, o sea: que la nación
vencida renuncie a su alma, aunque no sea sino en la apariencia, formalmente,
y tome la de los vencedores, es decir que se aculture. Yo no soy un aculturado;
yo soy un peruano que orgullosamente, como un demonio feliz habla en
cristiano y en indio, en español y en quechua.” Y precisamente como esa
entidad demoniaca feliz, lo imaginamos: intacto en el tiempo, cual danzante de
tijeras en secreto pacto con la ingravidez, detenido en el aire, enroscando una
maniobra imposible con la filigrana de sus piernas. Mientras que las tijeras
tintinean, y el verbo arguediano, preciso, auténtico, domeñando la voz de un
país de todas las sangres, pero con un solo corazón, un solo latido, una sola
identidad. Un solo pueblo que ve en él, al verdadero narrador de su esencia. El
único orfebre de su voz y su palabra.

Imagen 01: Tomada de http://www.servindi.org/img//2008/01/Jose_Maria_Arguedas.jpg


Imagen 02: Tomada de http://radio.rpp.com.pe/nochesdesabado/files/2010/06/qori.jpg

Pedro Novoa

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