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RECORTES DE HISTORIA

“En toda España, cielo despejado”


Hoy > guerra civil española (1936-1939)

POR LINCOLN R. MAIZTEGUI CASAS


En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus
últimos objetivos. La guerra ha terminado”. Este lacónico parte, fechado el 28 de marzo de 1939,
finalizaba la mayor tragedia de la historia de España. Durante tres años, “republicanos”, o “rojos”, y
“nacionales”, o “fascistas”, se dedicaron a matarse con saña. Dicen que las guerras civiles siempre
son las más terribles, pero aquel conflicto sólo fue interno en parte. El mundo se preparaba para otra
conflagración mundial, y el pueblo español hizo las veces de conejillo de indias.

Alemanes, italianos y rusos, los dos primeros apoyando a los “nacionales” y los últimos a los
“republicanos”, aprovecharon para ensayar armas y tácticas que emplearían en la Segunda Guerra
(1939-1945). Por otra parte, la causa de la España republicana concitó una amplia pasión y
solidaridad en el mundo, y fueron decenas de miles los ciudadanos de todo el mundo, en particular
izquierdistas, que acudieron a luchar en las “Brigadas Internacionales”.

La catástrofe que cayó sobre la vieja España no es mensurable; centenares de miles de muertos,
millones de emigrantes, destrucción total del aparato productivo, la intelectualidad más brillante
nacida en ese país desde el Siglo de Oro diezmada y casi 40 años de dictadura, con su siembra de
rencores y cuentas a cobrar. Causa algo de pudor rememorar aquel apocalipsis de sangre y odio;
pero es necesario hacerlo, en homenaje al viejo aserto que asegura que quien olvida su propia
historia está condenado a repetirla.

Los bandos. Se enfrentaron dos sectores ideológicos, pero se dilucidaron además viejos problemas
históricos. De un lado, el bando republicano, integrado por liberales de centro-izquierda, los grupos
marxistas (Partido Socialista Obrero Español o PSOE, Partido Comunista, Partido Obrero de
Unificación Marxista, o POUM), los principales sindicatos, con fuerte presencia anarquista, los
nacionalistas vascos y catalanes y, en general, los legalistas.

Del otro el bando nacional, compuesto por los partidos de derecha (el Partido Radical de Alejandro
Lerroux, la Confederación Española de Derechas Autónomas, o CEDA, de José Ma. Gil Robles, la
Falange Española y de las JONS), los monárquicos “alfonsinos” y “carlistas” (estos últimos usaban un
uniforme colorido y llamativo y eran conocidos como los “requetés”) y la mayoría de los militares del
Ejército. Mussolini y Hitler apoyaron a los nacionales con armas y asesores militares, y en el caso de
los italianos también con tropas. Stalin apoyó a los republicanos.

Como se ha señalado, del lado de la República combatieron decenas de miles de voluntarios llegados
de todo el mundo en las llamadas Brigadas Internacionales.

Las causas. El 14 de abril de 1931 se celebraron en España unas elecciones que, pese a su carácter
municipal, adquirieron jerarquía de plebiscito sobre la vigencia de la institución monárquica. Los
republicanos vencieron con claridad, y el rey Alfonso XIII abdicó y marchó al exilio. De inmediato se
proclamó la República Española, en medio de gran alegría popular. Pero este clima de concordia duró
muy poco. Una Asamblea Constituyente aprobó la primera Constitución republicana, muy influida por
ideas de izquierda y de tintes anticlericales, lo que alejó de la misma a la Iglesia y a la opinión
católica. El primer gobierno electo tuvo mayoría de izquierda, aunque el presidente, Niceto Alcalá
Zamora, era un reformista de centro-derecha. El jefe de gobierno, Manuel Azaña, emprendió reformas
de corte socializante que fueron rechazadas por las clases conservadoras (terratenientes, industriales
y grandes comerciantes), y los militares se fueron distanciando de un régimen que en un principio
habían respaldado. En 1932 el general José Sanjurjo intentó un alzamiento militar que fracasó y es
recordado como “la sanjurjada”.

El 19 de noviembre de 1933 se celebraron elecciones generales y la derecha volvió al poder con


Alejandro Lerroux. Aquellos dos años fueron conocidos como el “bienio negro”. Se derogaron leyes
laborales y se reprimieron violentamente las huelgas, en particular la de las minas de Asturias (1934).
El joven general Francisco Franco Bahamonde fue el encargado de esta severa represión, que costó
dos mil muertos. En el liderazgo de la derecha el moderado José Gil Robles fue sustituido por José
Calvo Sotelo, un monárquico radical. Mientras tanto, en el PSOE se definieron dos tendencias: una de
corte democrática, encabezado por Indalecio Prieto y Julián Besteiro, y otra radical liderada por
Francisco Largo Caballero, un ex dirigente sindical que predicaba abiertamente la revolución
proletaria. Nadie apoyaba la república liberal.

En 1933 el joven abogado José Antonio Primo de Rivera, hijo del ex dictador Miguel Primo de Rivera,
fundó la Falange Española, partido republicano y semi militarizado, que criticaba la democracia y el
liberalismo. Sus militantes se distinguían por usar una camisa azul con un distintivo compuesto por un
yugo y un haz de flechas. Saludaban con el brazo en alto y su lema era “¡Arriba España!”. Inspirados
en los totalitarismos de derecha, se diferenciaban de los nazis (cuyo racismo rechazaban) y veían en
Mussolini un traidor a los ideales fascistas, lo que no les impidió pedir su apoyo.

Paralelamente, un estudiante católico de la Universidad de Madrid llamado Ramiro Ledesma Ramos


había fundado un movimiento sindical antimarxista, al que llamó Juntas de Ofensiva Nacional
Sindicalista (JONS). Ambos movimientos se fusionaron, y se formó la Falange Española y de las
JONS.

Antes de estallar la guerra civil José Antonio (como se le llamaba) fue detenido por el gobierno
republicano y luego fusilado. Ledesma Ramos, detenido en Madrid, resultó asesinado durante la
guerra.

Los prolegómenos. El 16 de febrero de 1936 hubo nuevamente elecciones generales.

Se presentaron a la misma dos grandes bloques que entrañaban la encarnación política de las “dos
Españas”: el Frente Nacional, compuesto por los partidos de la derecha, y el Frente Popular, que
aglutinaba a la izquierda. La Falange se presentó aparte, pero no obtuvo representación
parlamentaria.

Ganó con bastante amplitud el Frente Popular. En abril el presidente de la República fue destituido
constitucionalmente y el 10 de mayo Manuel Azaña, un masón y liberal de izquierda, fue designado
en su lugar. La derecha comenzó a conspirar, pero también lo hizo la izquierda marxista.

El PSOE no aceptó participar en el gobierno, los comunistas (liderados por Dolores Ibárruri, “La
Pasionaria”), sostenían que había llegado el momento de “asaltar el Palacio de Invierno”, y los
anarquistas, encabezados por Buenaventura Durruti, se dedicaban a ocupar fábricas y fundos
agrarios.

La izquierda no había aprendido nada de su derrota de 1933; se decretó que todos los despidos de
trabajadores ocurridos desde ese año hasta 1936 eran ilegales y se reiteraron violentos ataques a
templos y congregaciones religiosas. Huérfana de apoyos, la República era un cadáver, y sólo
quedaba ver quién lograría predominar cuando cayera.

La guerra . La tragedia comenzó el domingo 12 de julio de 1936; esa tarde el teniente José Castillo,
de simpatías de izquierda, fue asesinado a balazos en plena calle. Por la noche un grupo de
militantes socialistas, encabezados por un capitán de la Guardia Civil, sacó de su casa a José Calvo
Sotelo y lo mató con dos disparos en la cabeza. Esos asesinatos precipitaron el levantamiento militar.
La noche del 16 al 17 de julio el general Franco viajó en avión hasta Marruecos, donde se puso al
frente de las guarniciones coloniales que allí se encontraban. El 18 de julio de 1936 varias radios
repetían un mensaje meteorológico: “En toda España, cielo despejado”; era la clave para iniciar la
sublevación. Pocas horas después, el regimiento de Melilla se declaró en rebeldía; como primer acto
los sublevados fusilaron al comandante, general Romerales, por no haberlos secundado.

En el correr de la jornada se produjeron pronunciamientos del mismo tipo en toda España. En la


mayoría de sitios la iniciativa fracasó, particularmente en las grandes ciudades: Barcelona y Madrid.
Al llegar la noche los sublevados tenían el control de Sevilla, ocupada por el general Queipo de Llano,
Zaragoza, Pamplona, Burgos y otras ciudades menores. Una gran parte de las Fuerzas Armadas se
mantuvo fiel a la legalidad; la aviación y la marina casi en bloque, y un buen número de los oficiales
del Ejército. La República pudo haber derrotado la sublevación en aquellas primeras horas, pero la
desorganización y el caos de una izquierda desunida permitió a los rebeldes consolidar sus
posiciones.

El desarrollo. Los jefes de la sublevación fueron Francisco Franco, Emilio Mola, Gonzalo Queipo de
Llano y Guillermo Cabanellas. La dirección del movimiento debía quedar a cargo del general Sanjurjo,
pero este falleció en un accidente de aviación cuando venía desde Portugal. A partir de ese momento
el general Mola se hizo cargo de la jefatura, pero su propia muerte en accidente aéreo, acaecida el 3
de junio de 1937, dejó a Franco como líder del “alzamiento”. Ejerció la conducción de las acciones
militares y prohibió a todos los partidos a excepción de la Falange. Se le nombró “Generalísimo” y
comenzó a definírsele como “caudillo de España por la Gracia de Dios”.

En el bando republicano el presidente Manuel Azaña se mantuvo en el poder durante todo el conflicto,
pero hubo cuatro jefes de Gobierno: Casares Quiroga, José Giral, Francisco Largo Caballero y Juan
Negrín. El ejército republicano tuvo como jefes a los generales José Miaja y Vicente Rojo. Durante el
conflicto fueron apareciendo otros líderes, como el guerrillero Valentín González, apodado “El
Campesino”, y Enrique Líster, un obrero comunista que dio muestras de notable competencia militar.

Una vez que ambos bandos consolidaron el control de una parte del territorio (la “zona nacional” y la
“zona republicana”), el conflicto tomó resonancia internacional. Los gobiernos de Inglaterra y Francia
constituyeron un comité de “No Intervención” encargado de impedir que se enviasen armas. Esto
favoreció a los sublevados, que recibieron amplio respaldo de los gobiernos de Italia y Alemania.

La Luftwaffe bombardeó la ciudad vasca de Guernika, que fue arrasada totalmente (Picasso pintó,
sobre esta tragedia, un famoso cuadro). Los italianos enviaron armas y decenas de miles de soldados
que combatieron del lado nacional.

Por su parte el gobierno soviético respaldó a la República con armas y asesores, pero orientó ese
apoyo hacia el Partido Comunista, que se hizo cada vez más poderoso. Gran cantidad de voluntarios
llegados de todas partes del mundo, en particular para respaldar al bando republicano, y cumplieron
un papel importante en el primer año de la guerra (“Homenaje a Cataluña”, el libro de George Orwell,
quien fue herido en España, es un gran testimonio de ello). Ambos bandos cometieron toda clase de
excesos. La ejecución de los prisioneros era casi una norma, y se ejerció el terrorismo más
intransigente. Particular resonancia tuvieron el asesinato por los “nacionales” del poeta Federico
García Lorca, en su Granada natal, y el del dramaturgo Pedro Muñoz Seca, fusilado por los
republicanos.

Muchas iglesias fueron asaltadas e incendiadas en la zona republicana, y los sacerdotes y monjas
ejecutados llegaron a la cifra de 7.000. Los nacionales, por su parte, fusilaron a todos los jerarcas de
izquierda, a muchos milicianos y a todos los militares que no se sumaron al alzamiento y cayeron en
sus manos.

Cada uno de los bandos desarrolló su propia mitología. De la de los nacionales destaca la defensa
del Alcázar de Toledo, a cargo del entonces coronel José Moscardó, que opuso una resistencia
numantina desde el 19 de julio al 28 de setiembre de 1936. Dejó incluso fusilar a su hijo Luis, de 24
años, prisionero de los republicanos, porque se negó a rendirse (“encomienda tu alma a Dios, grita
“¡Viva España!” y muere como un héroe” –le dijo telefónicamente). Cuando por fin el Alcázar fue
liberado por el general Varela, un extenuado y esquelético Moscardó lo saludó cuadrándose, mientras
le decía: “Sin novedad en el Alcázar, mi general”.

El heroísmo de los republicanos se patentizó principalmente en la defensa de las ciudades, y de


manera muy especial en la de Madrid, una de las últimas en caer. Franco pensó que la toma de la
capital sería rápida, pero Madrid resistió de manera admirable a las cuatro columnas armadas que la
asediaban.

Finalmente se hizo parcialmente verdadera la afirmación del general Mola, quien había dicho que la
capital se tomaría con la colaboración de la “quinta columna”, integrada por los que vivían en la
ciudad y resistían el control republicano: la capital cayó en virtud de un golpe interno a cargo del
general Casado (la expresión “quinta columna” se popularizó, desde ese momento).
Una tragedia absurda e inútil

Franco. Primer aniversario del final de la guerra

La guerra duró dos años y ocho meses, y evolucionó a favor de los nacionales, que vencieron casi
todas las batallas y fueron ganando terreno de forma lenta pero segura. La batalla del Ebro, librada
durante varios meses de 1938, finalizó con la victoria de Franco después de una fase inicial
desfavorable, y prácticamente definió el conflicto. Cuando el 26 de enero de 1939 Barcelona fue
ocupada por los nacionales, el gobierno de Negrín se disolvió, el presidente Azaña presentó
renuncia (fue sustituido por Martínez Barrios) y, ante la certeza de una derrota inevitable, comenzó
una gigantesca emigración de republicanos hacia Francia y otros sitios de Europa y América. Sólo
quedaba en pie, como símbolo de la resistencia, la ciudad de Madrid, que había rechazado todos
los intentos de asalto. Por fin, el general Casado, de acuerdo con el dirigente socialista Julián
Besteiro, se hizo cargo del poder y comenzó negociaciones de rendición ante el gobierno que
Franco había instalado en la ciudad de Burgos y que él mismo presidía.

Después de la guerra España era un país empobrecido material y culturalmente, cuya población
emigró masivamente durante los años 40 y 50, hacia países de Europa y América Latina. Sin
embargo Franco logró consolidar su régimen de partido único (la Falange, muy alejada de los
ideales revolucionarios de José Antonio), se abstuvo de intervenir en la Segunda Guerra Mundial
pese a las presiones de Hitler (se limitó a enviar una columna de voluntarios al frente ruso, la
División Azul, en cuyas filas se anotaron muchos republicanos que encontraban así forma de huir a
la severa represión), soportó un bloqueo económico auspiciado por los EEUU y mantuvo un férreo
y dañino control sobre la vida intelectual a través de la censura. El franquismo se guió por el
eslogan “España una, grande y libre”, por lo que reprimió todo intento de autonomismo (lo que
generó la aparición de movimientos separatistas que, como la ETA, apelaron al terrorismo). Los
primeros 12 años del régimen fueron durísimos y difíciles de sobrellevar; pero a partir de 1951,
cuando Franco firmó un acuerdo comercial con el presidente norteamericano Dwight Eisenhower,
la situación mejoró. A partir de los ´60, tras una apertura de la economía, el país inició una etapa
de desarrollo, se industrializó, captó el turismo masivo y poco a poco dejó de ser el vecino pobre de
Europa. La sociedad se modernizó y luego de la muerte de Franco realizó una pacífica transición
hacia formas democráticas y se metió en Europa.

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