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1,2 | dg | fadu | uba

EL ZEN Y EL ARTE DEL


TIRO CON ARCO

EUGEN HERRIGEL
Arquero x Hokusai
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Introducción

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Una de las características determinantes
de la práctica de la arquería -y en realidad
de todas las artes tal como son encaradas
en el Japón, y probablemente también en
otros países del Lejano Oriente- es que no
tiene un fin meramente utilitario ni se limi-
ta al puro goce estético, sino que está desti-
nada a adiestrar la inteligencia y a ponerla
en contacto con la realidad esencial. De ahí
que el objeto de la práctica de la arquería no
consista única y exclusivamente en “dar en
el blanco”, que el esgrimista no esgrima la
espada sólo para derrotar a su antagonista
y que el bailarín no baile sólo para ejecutar
ciertos movimientos rítmicos del cuerpo. An-
tes que nada, la mente debe ser armonizada
con lo Inconsciente.
Si se quiere realmente ser Maestro en un
arte, su conocimiento técnico no basta; es
necesario trascender el aparato de la técni-
ca, de manera que el arte se convierta en un
“arte sin artificio”, surgido del Inconsciente.
En el caso particular de la arquería,
quien acierta el blanco y el blanco mismo,
dejan de ser dos objetos antagónicos para
transformarse en una sola, única realidad.
El arquero pierde conciencia de sí como per-
sona empeñada en dar en el blanco que tiene
ante su vista; y este estado de “inconscien-
cia” se cumple cuando, absolutamente vacío
y libre de sí, se vuelve uno, indivisible, con
el arte de su destreza técnica, aunque haya
en él algo, de un orden totalmente diferen-
te, que no puede ser aprehendido a través de
ningún estudio progresivo del arte.

Lo que distingue esencialmente la doctri-


na Zen de todas las demás doctrinas religio-
sas, filosóficas o místicas es que, al par que no
trasciende jamás los límites de nuestra vida
cotidiana y pese a su concreción y pragmati-
cidad, posee algo que la mantiene apartada
de la sordidez y la inquietud humanas.
Llegamos así a la relación entre la doctri-
na Zen y el arte de los arqueros, y otras artes
afines como la esgrima, el arreglo floral, la
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ceremonia del té, la danza y las bellas artes las olas del océano en un tintero y el monte

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en general. La doctrina Zen no es otra cosa Sumeru en un pincel, traza estos cinco carac-
que el “espíritu cotidiano”, según la feliz ex- teres: so-shi-sai-rai-i1. Ante ellos, extiendo mi
presión de Basho (Matsuo; muerto en 788); zagu2 y me inclino reverentemente”.
“espíritu cotidiano” que consiste simplemen-
te en “dormir cuando se está fatigado”, en Podríamos preguntarnos: ¿qué significa
“comer cuando se tiene hambre”. Apenas re- esta extravagante declaración? ¿Por qué al-
flexionamos, meditamos y conceptuamos, la guien capaz de ejecutar esta acción debe ser
inconsciencia original se pierde y se interpo- considerado por ello digno del mayor respe-
ne un pensamiento. Ya no comemos cuando to? Un Maestro del Zen respondería: “Como
estamos comiendo ni dormimos cuando es- cuando siento hambre, duermo cuanto estoy
tamos durmiendo. La flecha se desprende de cansado”. Si siente inclinación hacia la na-
la cuerda pero no se dirige rectamente hacia turaleza tal vez conteste: “Ayer hacía buen
el blanco ni el blanco permanece donde está. tiempo; hoy llueve”. El lector sin embargo
El cálculo, que es por naturaleza erró- quizá aun no haya visto la respuesta a su
neo, interviene, y toda la experiencia de la pregunta: ¿donde está el arquero?
arquería misma toma el camino equivocado.
La mente confusa del arquero se traiciona a En este breve y maravilloso libro, Eugen
sí misma en todo sentido y en todos los pla- Herrigel, filósofo alemán que llegó al Ja-
nos de su actividad. El hombre es una flecha pón y allí se entregó a la práctica del arte
pensante, pero sus más grandes obras sólo de los arqueros en la esperanza de adquirir
las realiza cuando no está pensando o calcu- a través de ella el conocimiento profundo de
lando. La “puerilidad” debe ser recuperada la doctrina Zen, nos ofrece un esclarecedor
a través de largos años de adiestramiento relato de sus experiencias personales en la
en el arte del olvido de sí, y cuando lo logra, materia. A través de sus palabras, el lector
el hombre piensa aunque no piense. Piensa occidental podrá entrar en contacto, de una
como la lluvia que cae del cielo, como las olas manera más familiar, con algo que muy a
que se agitan en el océano, como las estre- menudo debe de haberle parecido una extra-
llas que iluminan el cielo nocturno, como el ña y en cierto modo inaccesible experiencia
verde follaje mecido por la suave brisa de oriental.
la primavera. En realidad, él es la lluvia, el
océano, las estrellas, el follaje. Daisetz T. Suzuki
Cuando un hombre alcanza esta etapa de Ipswich, Massachusetts, Mayo de 1953
desarrollo “espiritual”, se convierte en un ar-
tista Zen de la vida. No necesita, como el ar-
tista pintor, un lienzo, pinceles y colores, ni
como el arquero el arco, la flecha, el blanco
y otros utensilios. Tiene para ello sus miem- 1. Estos cinco caracteres chinos, traducidos literal-
bros, su cuerpo, su cabeza; y su vida “Zen” se mente, significan: “El motivo del Primer Patriarca
expresa por medio de todos estos instrumen- para venir de Occidente”. El argumento es utiliza-
tos naturales, de cardinal importancia para do a menudo como un tópico de Mondó (pregun-
su manifestación; sus manos y pies son sus tas y respuestas a la manera del Zen). Es lo mismo
pinceles y el universo todo el lienzo donde que inquirir sobre la esencia misma de la doctrina
“pintará” su vida durante setenta, ochenta, Zen. Una vez comprendido esto, toda la doctrina
y aun noventa años de existencia. Esta “pin- Zen cabe en estos cinco caracteres.
tura” recibe el nombre de Historia.
Hoyen de Gosozen (muerto en 1140) dice: 2. Zagu es una de las prendas que lleva consigo el
“He aquí un hombre que, habiendo convertido monje Zen, quien la tiende frente a él cuando se
la vacuidad del espacio en una hoja de papel, inclina reverentemente ante el Buda o el Maestro.
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A primera vista, debe de parecer una into-
lerable degradación para la doctrina Zen -sea
cual fuere el significado, que el lector atribu-
ya a esta doctrina- su asociación con algo tan
mundano como el arte de los arqueros. Aun
cuando quisiera hacer una gran concesión y
aceptara considerar la arquería un “arte”, di-
fícilmente se sentiría inclinado a buscar en él
algo más que una forma decididamente de-
portiva de la hazaña. De ahí que espere que
se le narren las asombrosas proezas de los
ardidosos japoneses, que tuvieron la ventaja
de contar con una tradición intacta y consa-
grada por el tiempo en el manejo del arco y de
la flecha. Pues en el Lejano Oriente sólo hace
apenas unas pocas generaciones los antiguos
instrumentos de combate fueron reemplaza-
dos por armas modernas y la familiaridad en
su manejo no ha caído de ninguna manera en
desuso; por el contrario, siguió propagándose
y desde entonces ha ido cultivándose en cír-
culos cada vez más amplios de aficionados.

¿Puede, pues, esperarse una descripción


de las formas características en que la ar-
quería es actualmente practicada en el Japón
como deporte nacional?

Nada más lejos de la verdad. Por arque-


ría en su sentido tradicional, considerada un
arte y honrada como una herencia nacional,
los japoneses no entienden precisamente un
deporte sino, a pesar de lo extraño que esto
pueda parecer al comienzo, un ritual religio-
so. De ahí que por “arte” de la arquería no
quiera en el Japón significarse la destreza de
los deportistas, que puede ser más o menos
desarrollada o cultivada mediante la edu-
cación física, sino un arte cuyo origen debe
buscarse en los ejercicios espirituales y cuya
meta es acertar en un “blanco” espiritual, por
lo que fundamentalmente el tirador apunta a
sí mismo y busca acertar en sí mismo.

Esto parecerá sin duda sorprendente.


¿Cómo? , dirá el lector, ¿debo creer que la
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arquería, practicada en una época con fines ros de todos los tiempos, será sólo concedido

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guerreros, en una lucha de vida o muerte, a los puros de corazón, no perturbados por
no ha sobrevivido ni siquiera como deporte, fines secundarios.
sino que ha sido rebajada al nivel de un mero
ejercicio espiritual ? ¿Para qué entonces el Si se preguntara, desde ese punto de vista,
arco, la flecha y el blanco? ¿No niega acaso cómo entienden los Maestros japoneses esta
todo esto el antiguo y varonil arte, el honesto lucha del arquero consigo mismo y cómo la
significado de la arquería, sustituyéndolo por definen, la respuesta resultaría demasiado
algo confuso, nebuloso, si no positivamente enigmática. Para ellos, la lucha consiste en
fantástico? que el arquero, que apunta hacia sí y no a sí
mismo, sin embargo, se acierta sin acertarse,
Sin embargo, debe tenerse presente que convirtiéndose así, simultáneamente, en el
el peculiarísimo espíritu de este arte, lejos de tirador y en el blanco, en el que acierta y en
haber tenido que ser nuevamente infundido el blanco mismo. Para emplear expresiones
en épocas recientes en el uso del arco y de la más caras a los Maestros, es necesario que
flecha, estuvo siempre esencialmente vincu- el arquero se convierta, a pesar de sí mismo,
lado a ellos y ha resurgido con mucha más en un centro inmóvil. Es entonces cuando se
fuerza y convicción ahora que ya no necesita produce el último, supremo milagro: el arte
ponerse a prueba en luchas sangrientas. No se trasciende, se desprende de todo “artifi-
puede de ningún modo decirse que la técnica cio”, haciéndose “no-arte”; el tiro se convier-
tradicional de la arquería, desde que ha per- te en un “no-tiro”, esto es, un tiro sin arco ni
dido su antigua importancia agonística, ha flecha; el instructor vuelve a ser alumno, el
acabado por convertirse en un mero y agra- Maestro principiante, el fin comienzo y el co-
dable pasatiempo, volviéndose por ello mis- mienzo perfección.
mo inocua. La Gran Doctrina del Arte de los
Arqueros nos dice algo diametralmente dis- Para los orientales estas misteriosas fór-
tinto. Según ella, la arquería sigue conservan- mulas no son sino verdades simples y fami-
do su prístino significado agonístico, sigue liares, pero a nosotros los occidentales nos
siendo una cuestión de vida o muerte, en la dejan perplejos. Debemos, pues, penetrar
medida en que es una contienda del arquero más profundamente en este problema. Desde
consigo mismo; y esta forma de contienda no hace mucho tiempo, no es ya ningún secreto,
es un mezquino sustituto, sino el fundamento ni siquiera para nosotros los europeos, que
de todas las luchas dirigidas hacia el mundo las artes japonesas retroceden, para alcanzar
exterior, por ejemplo, contra un adversario su forma interior, a una raíz común, el budis-
corpóreo. En esta lucha del arquero consigo mo. Y esta ley rige tanto para el arte de los
mismo revélase la esencia esotérica de este arqueros como para el de la pintura a tinta,
arte y su instrucción no suprime nada esen- para el arte teatral y la ceremonia del té, para
cial al abolir los fines utilitarios a los cuales el arreglo floral y el arte de la esgrima.
estaban destinadas las pujas caballerescas.
Todas estas formas de arte presuponen
Además, quienquiera que en la actualidad una actitud espiritual que cada uno debe cul-
se proponga practicar este arte obtendrá, de tivar a su manera; una actitud que, en su for-
su evolución histórica, la indiscutible ventaja ma más exaltada1 es característica del budis-
de no ser tentado a obnubilar su comprensión mo y determina la naturaleza sacerdotal del
de la Gran Doctrina con fines meramente hombre. No me refiero al budismo en el sen-
prácticos - aún cuando se los oculte a sí mis- tido común de la palabra, ni estoy ocupándo-
mo- y hacerla quizá con ello absolutamente me aquí de su manifestación intrínsecamente
imposible. Pues el acceso al arte de la arque- especulativa, que en razón precisamente de
ría, y en esto concuerdan los Maestros arque- su literatura pretendidamente accesible, es
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la única que conocemos en Occidente y hasta estética, y hasta cierto punto, aun la vida in-

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nos atrevemos a afirmar que comprendemos. telectual de los japoneses, deben sus carac-
Me refiero al budismo “Dhyana”, conocido terísticas determinantes a este fondo “Zen”
en el Japón con el nombre de “zenismo” o y no podrán ser fielmente comprendidos por
Doctrina Zen, y que no es en absoluto una es- quien no esté familiarizado con él.
peculación sino la experiencia inmediata de
cuanto como el insondable fundamento del Tanto la trascendental obra de Suzuki
Ser - no puede ser aprehendido por medios como las investigaciones de otros eruditos ja-
intelectivos y no puede ser concebido o inter- poneses sobre el particular, han despertado
pretado ni aun después de haber pasado las un vivo interés en todo el mundo. Se admi-
más inequívocas e indiscutibles experiencias: te por lo general que el budismo “Dhyana”,
se lo conoce precisamente no conociéndolo. A que nació en la India y después de sufrir pro-
raíz de tales experiencias cruciales y en con- fundos cambios alcanzó pleno desarrollo en
sideración a ellas, el budismo Zen ha abierto China para ser finalmente adoptado por el
caminos a través de los cuales, mediante una Japón - donde es cultivado hasta nuestros
metódica inmersión en sí mismo, el hombre días como una tradición viviente- ha revela-
puede acceder a la conciencia, en las mayores do formas insospechadas de existencia cuya
profundidades del alma, de la innominable comprensión es de extraordinaria importan-
sinrazón y el innominable desposeimiento, y cia para nosotros.
lo que es más, a la unión con ambos. y esto,
vinculado al arte de los arqueros y expresa- A pesar de todos los esfuerzos de los es-
do en un lenguaje aproximativo y sujeto, por pecialistas en Zen, el conocimiento divulgado
ende, a toda clase de falsas interpretaciones, entre nosotros los occidentales sobre la esen-
significa que los ejercicios espirituales, gra- cia de la Doctrina Zen, ha seguido siendo, sin
cias a los cuales (únicamente) la técnica de la embargo, por demás escaso. Como si ella se
arquería puede convertirse en arte y si todo resistiera a una penetración más honda, des-
va bien llega a perfeccionarse hasta el estadio pués de unos pocos tímidos pasos, nuestra ti-
de “arte sin artificio”, no son otra cosa que tubeante intuición halla barreras insalvables.
ejercicios místicos. De ahí que la arquería no Envuelta en una impenetrable oscuridad, la
pueda, en ninguna circunstancia, representar doctrina Zen debe parecer el enigma más ex-
el logro de algo en un plano exterior, median- traño e insondable que haya sido ideado por
te el arco y la flecha, sino sólo interiormente la vida espiritual de Oriente; insoluble y no
y con uno mismo. El arco y la flecha no son obstante, irresistiblemente atractivo.
sino un mero pretexto para alcanzar algo que
podría igualmente suceder sin ellos; son sólo La razón de esta penosa sensación de in-
el camino hacia una meta y no la meta mis- accesibilidad reside, hasta cierto punto, en el
ma; ayudan a lo sumo a dar el último paso, estilo de exposición adoptado hasta hoy para
el decisivo. tratar de ella. Ninguna persona razonable po-
dría esperar que un adepto al Zen haga otra
Considerando todas estas particularida- cosa que insinuar las experiencias que lo han
des, convendría tener acceso a las exposicio- liberado y transformado, ni que intente des-
nes realizadas por budistas Zen, a fin de faci- cribir la “Verdad” inimaginable e inefable por
litar nuestra comprensión. Ellas en realidad la cual y en la cual vive. En este sentido, el Zen
no faltan. En sus Ensayos sobre el budismo tiene gran afinidad con el misticismo puro in-
Zen D. T. Suzuki ha conseguido demostrar trospectivo. A menos que nos internemos en
exhaustivamente que la cultura japonesa y la las experiencias místicas por participación
doctrina Zen están íntimamente ligadas y que directa, permaneceremos fuera de ellas, y
el arte japonés, la actitud espiritual del samu- esta regla, a la cual todo misticismo genuino
rai, el modo de vivir japonés, la vida moral, obedece, no tiene excepciones. y no puede
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hablarse de contradicción cuando se advierte minuciosa descripción de este largo y difícil

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que en realidad existe una enorme cantidad camino nos permita al menos preguntarnos
de textos Zen considerados sagrados, ya que si deseamos verdaderamente recorrerlo?
éstos tienen la peculiaridad de revelar su sig-
nificado infundidor de vida sólo a quienes se Tales descripciones, del sendero y de sus
han demostrado dignos de las experiencias sucesivas etapas, casi no existen en la litera-
cruciales y por lo tanto están en condiciones tura Zen. Débese ello, en parte, al hecho de
de obtener de tales textos la confirmación de que el adepto al Zen halla reparos insupera-
cuanto son y cuanto poseen, independiente- bles en dar cualquier clase de instrucciones
mente de su lectura. En cambio, para quien para la vida feliz. Sabe por experiencia perso-
no haya pasado por esas experiencias, no sólo nal que nadie puede recorrer el camino sin la
permanecen mudos, infranqueables -¿cómo dirección consciente de un preceptor experto
se podría leer allí entre líneas?- sino que ha- o la ayuda de un Maestro. No menos decisi-
brán de conducirlo fatalmente, infaliblemen- vo resulta, por otra parte, el hecho de que sus
te, a la más desesperada confusión espiritual, experiencias, sus logros y sus transformacio-
aun cuando se haya aproximado a ellos con nes espirituales, en tanto sean “suyas”, deben
cautela y desprendida devoción. Como todo ser conquistadas y transformadas una y otra
misticismo, la doctrina Zen sólo puede ser vez, hasta que todo lo “suyo” sea destruido.
comprendida por un verdadero místico, Sólo así podrá lograr una base para sus expe-
quien por ende no tratará jamás de adquirir riencias que, como la “Verdad Omnímoda”,
por métodos clandestinos cuanto la experien- lo conducen a una vida que ya no es su vida
cia mística misma no le haya otorgado. cotidiana y personal; vive, pero lo que vive no
es ya él mismo.
Sin embargo, el individuo transformado
por el Zen y que ha franqueado el “fuego de Podemos, pues, comprender desde este
la verdad”, vive una vida demasiado convin- punto de vista por qué el adepto al Zen rehuye
cente como para que pueda ser pasada por toda conversación sobre sí mismo y sus pro-
alto. De ahí que en realidad no sea pedir de- gresos, y no porque crea que el hecho de ha-
masiado si, impulsados por un sentimiento blar signifique falta de modestia, sino porque
de afinidad espiritual y deseosos de hallar un lo considera una traición a la doctrina. Aun el
sendero que nos conduzca hacia el innomi- mero hecho de decidirse a decir algo sobre el
nable poder que obra tales milagros - pues el Zen le cuesta graves exámenes de conciencia.
meramente curioso no tiene derecho a pedir Tiene ante sí el aleccionador ejemplo de uno
nada- esperamos que el adepto al Zen nos de los más grandes Maestros, quien, al ser in-
describa al menos el sendero que conduce a la terrogado sobre el sentido de la doctrina Zen,
meta. Ningún místico, ningún estudioso del mantuvo un inmutable silencio, como si no
Zen es, al comenzar, el hombre en que luego hubiera oído la pregunta.
puede convertirse en el sendero de la auto-
perfección. ¿Cómo puede entonces un adepto sentirse
tentado a decirnos cuánto y qué ha desechado
¡Cuánto queda aun por conquistar y y no echa ya de menos? De ahí que yo eludi-
cuanto por dejar detrás de sí antes de hallar ría mi responsabilidad si me limitara a urdir
finalmente la verdad! ¡Cuán a menudo será una serie de paradojas o me refugiara sim-
atormentado en el trayecto por la desolada plemente detrás de una barrera de palabras
sensación de que está tratando de alcanzar lo altisonantes, pues mi intención no era otra
imposible! Y, sin embargo, ese imposible ha- que arrojar un poco de luz sobre la naturaleza
brá de ser un día posible y hasta llegará a ad- del Zen en la medida en que incide en una de
quirir evidencia propia. ¿No podemos abrigar las artes en las que han estampado su sello.
entonces la humilde esperanza de que una No puede decirse de esta “luz” que se trate,
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en verdad, de iluminación en el sentido fun- II

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damental de la doctrina Zen, pero al menos
demostrará que debe haber algo detrás de
los impenetrables muros de niebla, algo así La razón por la cual decidí adoptar la
como el relámpago estival que anuncia la tor- doctrina y con ese propósito me dispuse a
menta lejana. Entendido de este modo, el arte aprender el arte de los arqueros, requiere
de los arqueros es algo así como una escuela explicación. Ya en mis épocas de estudiante
preparatoria para el Zen, por cuanto permi- me había interesado, como movido por un
te al principiante obtener, con el trabajo de secreto impulso, en el misticismo, pese a las
sus propias manos, una visión más clara de características de esa época en la que tales
hechos que en sí mismos no son inteligibles. intereses tenían muy escasa aplicación. Gra-
Hablando objetivamente, sería muy posible cias a mis esfuerzos fui adquiriendo una con-
abrir un camino hacia el Zen desde cualquie- ciencia cada vez más clara de que sólo podría
ra de las artes que he mencionado. tener acceso desde el exterior a estos escri-
No obstante, me parece que puedo lograr tos esotéricos; y aunque sabía cómo “rodear”
mi propósito de una manera más efectiva des- lo que podríamos llamar fenómeno místico
cribiendo el curso que debe seguir un alumno primordial, la verdad es que me sentía inca-
del arte de los arqueros. Para ser más preciso, paz de franquear la frontera que circunda-
trataré de resumir el curso de instrucción de ba el misterio como un alto muro. Tampoco
seis años que me fue impartido por uno de los pude hallar exactamente lo que buscaba en
más grandes Maestros de este arte durante la abundante literatura mística, y, decepcio-
mi estadía en el Japón. Por lo tanto, son mis nado y desalentado, fui comprendiendo en
propias experiencias personales las que me forma gradual que sólo el verdaderamente
autorizan a emprender esta obra, ya fin de ser “desprendido” puede penetrar en el significa-
absolutamente inteligible - pues aun esta es- do real del “desprendimiento”, y que sólo el
cuela preparatoria presenta innumerables es- contemplativo, que se halla totalmente vacío
collos- no tendré otra alternativa que compi- y libre de sí mismo, está realmente prepara-
lar detalladamente, enumerándolas, todas las do para “volverse uno, ser uno” con el “Dios
resistencias que debí vencer, todas las inhibi- Trascendente”. Había llegado, por lo tanto, a
ciones que debí superar, antes de conseguir comprender que existe y no puede haber otro
penetrar en el espíritu de la Gran Doctrina. sendero hacia el misticismo que el de la expe-
y hablo de mí mismo por cuanto no veo otra riencia y el sufrimiento personales y que, si
manera de alcanzar la meta que me he seña- falta esta condición, todo cuanto se pueda de-
lado. Por esa misma razón limitaré mi relato cir sobre él no será más que una charla hue-
a lo esencial, a fin de que ello se destaque con ca. Pero, ¿cómo llegar a ello? ¿Cómo alcanzar
mayor claridad. Conscientemente me absten- el estado de desprendimiento real y no me-
dré de describir el lugar donde se dictaban los ramente imaginario? ¿Acaso hay un camino
cursos, de evocar escenas que se han grabado para quienes están separados de los grandes
en mi memoria y, sobre todo, de bosquejar Maestros por el abismo de los siglos; para el
un retrato del Maestro, por muy tentador que hombre moderno, que se ha desarrollado en
resulte hacerlo. Todo debe girar únicamente condiciones totalmente distintas? En ningu-
en torno del arte de los arqueros que, según na parte hallé respuestas más o menos satis-
pienso a veces, resulta más difícil de explicar factorias a mis preguntas, aún cuando supe
que de aprender; y la exposición deberá ser de las estaciones y etapas de un camino que
llevada hasta el punto en que se comienzan a prometía conducir hacia la meta. Para tran-
vislumbrar esos remotos horizontes tras los sitar ese sendero yo carecía de las metódicas,
cuales la doctrina Zen vive y respira. precisas instrucciones que sólo un Maestro
hubiera podido darme y no las hallaba ni si-
quiera para un tramo del viaje. Pero, en caso
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de hallarlas, ¿bastarían esas instrucciones, si La idea de que debía franquear un estadio de

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alguna había? ¿No sería más probable, aun instrucción preliminar no me desanimó. Me
en las mejores circunstancias, que ellas sólo sentía plenamente dispuesto a hacer todo lo
supieran desarrollar una aptitud para reci- que fuera necesario con tal de acercarme un
bir algo que ni siquiera el método mejor y poco más al Zen; y un camino indirecto, por
más eficaz puede proporcionar, y que la ex- fatigoso que fuera, me parecía siempre mejor
periencia mística, por lo tanto, no pueda ser que ninguno.
producida por ninguna disposición conocida
por el hombre? Por más que pensaba en todo Pero, ¿por cuál de las artes Zen me deci-
ello, sólo veía ante mí puertas cerradas y, no diría? Mi esposa, después de algunas vacila-
obstante, no podía evitar el tratar constante- ciones, escogió el arreglo floral y la pintura;
mente de abrirlas. Pero el deseo persistía y, por mi parte, me pareció que el arte de los ar-
cuando se marchitó, subsistió el deseo de ese queros era el más adecuado para mí, creyen-
deseo. do equivocadamente -según pude comprobar
más tarde- que mi experiencia en el tiro con
Cuando me preguntaron (entre tanto ha- carabina y con pistola facilitaría el aprendi-
bía sido honrado con una cátedra universita- zaje. Rogué a uno de mis colegas, Sozo Ko-
ria) si quería enseñar filosofía en la Universi- machiya, un profesor de Derecho que había
dad de Tokio, acogí con especial alegría esta tomado lecciones de arquería durante veinte
oportunidad de conocer el Japón y su pueblo, años y que, en la Universidad era considera-
sobre todo porque me ofrecía la posibilidad do con razón el mejor exponente de ese arte,
de entrar en contacto con el budismo y por que me presentara a su antiguo preceptor, el
ende con una práctica introspectiva del mis- célebre Maestro Kenzo Awa y me recomen-
ticismo pues en incontables ocasiones había dara como alumno. Al principio el Maestro
oído hablar de la existencia en el Japón de rechazó mi pedido, sosteniendo que ya una
una tradición viviente de la doctrina Zen, cui- vez había incurrido en el error de pretender
dadosamente conservada; un arte didascálico enseñar a un extranjero y que desde enton-
que había sido ensayado a través de los siglos ces no hacía sino lamentar la experiencia: no
y, lo que era más importante, maestros del estaba dispuesto a hacer una segunda conce-
Zen, extraordinariamente versados en el arte sión malgastando en un alumno el peculiar
de la dirección espiritual. espíritu de ese arte.

Apenas comencé a actuar en mi nuevo me- Sólo cuando repuse que un Maestro que
dio, me dispuse a concretar mis deseos, pero tomaba tan en serio su trabajo bien podía tra-
inmediatamente recibí turbadas negativas. tarme como su alumno más joven, y al adver-
Nunca, me dijeron, ningún europeo se ha- tir que realmente deseaba aprender el arte,
bía interesado seriamente en la doctrina Zen no por placer, sino por amor a la Gran Doc-
y puesto que ella repudiaba el más mínimo trina, me aceptó como alumno junto con mi
vestigio de “enseñanza”, no podía yo esperar esposa, ya que desde hace mucho tiempo es
que me satisfaciera “teóricamente”. Me costó habitual en el Japón que las jóvenes también
muchas horas perdidas hacerles comprender sean instruidas en las reglas de este arte, y la
la razón por la cual quería dedicarme a la for- esposa y las dos hijas del Maestro lo practica-
ma no especulativa del Zen. Me informaron ban con diligencia.
entonces que prácticamente resultaba casi
imposible que un europeo penetrara en este Así se inició el largo, intenso curso de ins-
reino de la vida espiritual -quizás el más ex- trucción en el cual nuestro amigo Komachiya,
traño entre cuantos puede ofrecer el Lejano que defendiera tan obstinadamente nuestra
Oriente- a menos que comenzara por apren- causa, ofreciéndose casi como garantía nues-
der una de las artes vinculadas a la doctrina. tra, participaba como intérprete. Me invita-
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ron a concurrir al mismo tiempo a las clases III

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de arreglo floral y pintura en las que interve-
nía mi esposa, lo cual me brindaba a su vez la
posibilidad de obtener una base aun más am- Ya en el transcurso de la primera lección
plia de comprensión mediante la permanen- comprendimos que seguir el sendero del “arte
te comparación de estas artes, mutuamente sin artificio” no es cosa fácil. El Maestro em-
complementarias. pezó por mostrarnos varios arcos japoneses,
explicándonos que su extraordinaria elastici-
dad se debe a su particular construcción y al
material con que están hechos, el bambú. Pero
según su opinión, lo más importante era que
observáramos la noble forma que el arco (de
más de un metro ochenta de longitud) adopta
no bien es extendido y que resulta tanto más
sorprendente cuanto más se lo estira. Cuan-
do se lo despliega en toda su extensión, nos
explicó, abarca en sí el “Todo”; de ahí que sea
tan importante aprender a extenderlo ade-
cuadamente. Luego, escogió el mejor y más
fuerte de sus arcos y, asumiendo una actitud
ceremoniosa y digna, dejó volver varias veces
a su posición original la cuerda levemente
estirada. Este movimiento produce un agu-
do chasquido, acompañado de un profundo
rasguido que, después de haberlo escuchado
cierto número de veces, es imposible olvidar,
tan extraño resulta, tan conmovedoramente
se apodera del corazón. Desde la más remota
antigüedad se le ha atribuido el secreto po-
der de ahuyentar los malos espíritus, y no me
resulta difícil creer que esta interpretación se
haya arraigado profundamente en el corazón
de todo el pueblo japonés. Después de este
significativo introito de purificación y consa-
gración, el Maestro nos ordenó que lo obser-
váramos atentamente. Hizo una muesca y co-
locó una flecha en el arco - extendiéndolo en
tal forma que temí por un momento que no
resistiera la tensión necesaria para abarcar el
Todo- y disparó la flecha. Todo esto no sólo
resultaba conmovedoramente hermoso, sino
que parecía haber sido ejecutado con muy
poco esfuerzo.

El Maestro nos dictó entonces sus instruc-


ciones: “Ahora haced otro tanto, pero recor-
dad que la arquería no tiene por objeto forta-
lecer los músculos. Cuando estiréis la cuerda,
no debéis ejercer toda la fuerza de que vuestro
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cuerpo es capaz; antes bien, debéis aprender ca tanto más esmerada, resistíase a hacerse

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a dejar que sólo vuestras dos manos actúen, “espiritual”. Para alentarme, pensé que de-
dejando relajados los músculos del hombro bía de haber algún ardid para hacerlo, que el
y del brazo, como si éstos contemplaran la Maestro por alguna razón no quería divulgar,
escena impasibles. Sólo cuando podáis hacer y puse todo mi empeño en descubrirlo.
esto, habréis cumplido una de las condicio-
nes que logran que el acto de estirar el arco Firmemente resuelto a lograr mi propósi-
y disparar la flecha sean actos “espirituales”. to, continúe practicando. El Maestro seguía
Con estas palabras, se apoderó de mis manos atentamente mis esfuerzos, corregía con se-
y las fue guiando lentamente a través de las renidad mi rigidez, elogiaba mi entusiasmo,
distintas fases del movimiento que deberían me censuraba por dilapidar mis fuerzas, pero
ejecutar en el futuro, como si tratara de acos- en otros sentidos casi no me daba indica-
tumbrarme a él. ciones, aunque siempre ponía el dedo en la
llaga cuando al estirar yo el arco, me decía:
Aun en el ‘primer intento con un arco de “relájese, relájese” -palabra que acababa de
práctica de mediana resistencia, observé que aprender- (éste era mi punto débil) aunque,
tenía que hacer mucha fuerza para curvarlo. es justo decirlo, nunca perdió la paciencia ni
Esto se debe a que el arco japonés, a diferen- dejó de mostrarse amable. Pero llegó el día en
cia del clásico arco deportivo europeo, no que fui yo quien perdió la paciencia y admití
se sostiene al nivel del hombro, posición en que me resultaba materialmente imposible
que el cuerpo puede ceñirse mejor a él. Por extender correctamente el arco.
el contrario, una vez colocada la flecha, debe
sostenerse el arco con los brazos totalmente “No puede hacerlo -explicó el Maestro-
extendidos hacia adelante, de manera que las porque no respira correctamente. Retenga
manos del arquero queden situadas un poco suavemente el aire después de inspirarlo,
más arriba de su cabeza. de modo que la pared abdominal esté ten-
sa y dilatada, y manténgalo dentro un rato.
Lo único que, en consecuencia, el arquero Luego, vaya expirando con la mayor lentitud
puede hacer en tal circunstancia es extender- y uniformidad posibles y, después de unos
las separadamente a derecha e izquierda y, momentos, aspire nuevamente un breve sor-
cuanto más distantes se hallan, más se cur- bo de aire, inspirando y expirando continua-
van hacia abajo, hasta que la izquierda, que mente, siguiendo un ritmo que acabará por
sostiene el arco con el brazo extendido, viene mantenerse solo. Si hace esto correctamente,
a descansar al nivel del ojo, en tanto que la notará que cada día el disparo de la flecha se
diestra, que estira la cuerda, es sostenida con hace más y más fácil pues por medio de esta
el brazo doblado sobre el hombro derecho, de manera de respirar descubrirá no sólo la fuen-
manera que la extremidad de la flecha de tres te de toda energía espiritual, sino que hará
pies sobresale un tanto del borde exterior del que esa fuente fluya con mayor abundancia
arco, tan grande es la distancia. Antes de dis- y se expanda más fácilmente propagándose
parar el tiro, el arquero debe permanecer en por sus miembros cuanto mayor sea su rela-
esa actitud durante un rato. La fuerza nece- jamiento.” Como si quisiera demostrármelo,
saria para practicar este singular método de estiró su resistente arco y me invitó a colo-
sostener y extender el arco hacía que mis ma- carme a sus espaldas y palpar los músculos
nos, después de unos instantes, comenzaran a de su brazo. En efecto, estaban totalmente
temblar, y que mi respiración se hiciera cada relajados, como si no estuvieran realizando
vez más difícil, inconveniente que ni siquiera esfuerzo alguno.
en las semanas que siguieron logré subsanar.
La acción de extender el arco seguía siendo Al principio practiqué la nueva forma de
un problema para mí, ya pesar de la prácti- respiración sin arco ni flecha, hasta que se
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convirtió en un acto natural y la leve sensa- intentaba mantener relajados los músculos

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ción de incomodidad que observé al comienzo de mis brazos y hombros mientras extendía
fue desapareciendo rápidamente. El Maestro el arco, los músculos de las piernas se me po-
concedía tanta importancia al acto de expirar nían rígidos, como si toda mi vida dependiera
el aire hasta el fin de la manera más lenta y de un pie firme y de una posición segura, o
uniforme posible que, para una mejor prác- como si, a semejanza de Anteo, tuviera que
tica y -un mayor control, hizo que lo combi- extraer mis fuerzas de la tierra. A menudo al
náramos con un ruido semejante a un zumbi- Maestro no le quedaba otra alternativa que
do, y solo cuando éste se había acallado con apoderarse, con la rapidez del rayo, de uno de
nuestro último aliento nos permitía inspirar los músculos de mi pierna, y presionarlo en
nuevamente. La inspiración, dijo cierta vez, un punto particularmente sensible. En una
une y combina; al retener el aire en los pul- ocasión en que para excusarme advertí que
mones, se facilita la acción, y el acto de expi- estaba esforzándome conscientemente por
rarlo libera y completa mediante la abolición mantenerme relajado, el Maestro me respon-
de todas las limitaciones. Pero aun no estába- dió: “Ése es precisamente el problema. Usted
mos preparados para entender el verdadero se esfuerza en pensar en ello. Concéntrese
sentido de sus palabras. enteramente en su respiración, como si no
tuviera otra cosa que hacer”. Me llevó mucho
El Maestro procedió luego a relacionar la tiempo lograr lo que el Maestro quería, hasta
respiración -que naturalmente hasta ese mo- que por último lo conseguí. Aprendí a “per-
mento no había sido practicada sólo por ella derme” en la respiración y con tanta facilidad
misma-, con el arte de los arqueros. El proce- que a veces tenía la sensación de no estar res-
so unificado de extensión del arco y disparo pirando, sino -a pesar de lo extraño que ello
de la flecha fue dividido en dos partes: tomar pueda parecer- siendo respirado. Y aún cuan-
el arco, colocar la flecha en su muesca, levan- do en momentos de reflexión me debatía con-
tar el arco, estirarlo y dejarlo fijo en el punto tra esta atrevida idea, no podía dejar de reco-
de tensión máxima; luego disparar. nocer que la respiración brindaba realmente
todo cuanto el Maestro me había anunciado.
Cada uno de estos movimientos comenza- En algunas ocasiones -cada vez más menudo
ba con la inspiración de aire, era seguido por a medida que iba pasando el tiempo- exten-
la firme contención del aliento y finalizaba con día el arco y lo mantenía tenso hasta el mo-
la expiración. El resultado fue que la respira- mento del disparo mientras todo mi cuerpo
ción acabó adecuándose espontáneamente, y permanecía en total relajamiento, sin que
no sólo ponía de relieve las posiciones y los pudiera explicarme cómo había ocurrido. La
movimientos de cada una de las manos, sino diferencia cualitativa entre estos pocos tiros
que los aunaba en una rítmica secuencia que satisfactorios y los incontables fracasos era
sólo dependía de nuestra capacidad torácica tan convincente que estaba dispuesto a admi-
individual. A pesar de estar fraccionado en tir que al fin había acabado por comprender
partes, todo el proceso parecía una sola cosa lo que significaba en realidad extender el arco
viviente, íntegramente contenida en sí y ni “espiritualmente”.
siquiera remotamente comparable a un ejer-
cicio gimnástico, al cual se pueden agregar o Así, lo que había estado tratando vana-
suprimir fragmentos sin que por ello se altere mente de lograr no era un ardid técnico, sino
su significado y carácter. la liberación del dominio de la respiración a
través de nuevas y fabulosas posibilidades. Y
No puedo evocar aquellos días sin recor- digo esto no sin experimentar ciertos recelos
dar, una y otra vez, lo difícil que me resultó pues conozco muy bien la tentación de su-
aprender a respirar correctamente. Aunque cumbir a una poderosa influencia y, dejándo-
inspiraba técnicamente bien, cada vez que se cegar por el autoengaño, exagerar la impor-
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tancia de una experiencia sólo por el hecho de IV

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que es insólita. Pero, a pesar de toda posible
equivocación y de tanta grave reserva, la ver-
dad es que los resultados obtenidos merced a Ser capaz, después de un año de esfuerzos,
la nueva técnica de respiración -pues con el de extender “espiritualmente” el arco, esto es,
tiempo llegué a estirar el resistente arco del con una especie de “fuerza sin esfuerzo”, no
Maestro con los músculos relajados- eran de- es ninguna hazaña. No obstante, me sentía
masiado evidentes para ser negados. satisfecho pues había empezado a compren-
der por qué la técnica de autodefensa me-
Cierto día, comentando todo esto con diante la cual se derriba al adversario cedien-
nuestro amigo Komachiya, le pregunté por do inesperadamente, con fácil elasticidad, a
qué razón el Maestro se había limitado du- su enérgico ataque y volviendo así contra él
rante tanto tiempo a contemplar mis infruc- su propia fuerza, es conocido con el nombre
tuosos esfuerzos por estirar “espiritualmen- de “el arte gentil”. Desde las épocas más re-
te” el arco, y por qué no había hecho hincapié motas, su símbolo ha sido el agua, dócil y no
desde el principio en la necesidad de respirar obstante indomeñable, por lo que Lao-Tsé
correctamente. “Un gran Maestro -respondió pudo decir con profunda veracidad que la
Komachiya- tiene que ser al mismo tiempo un vida recta es como el agua, “de todas las cosas
gran preceptor. Aquí entre nosotros las dos la más dócil y que sin embargo puede domi-
cosas van a la par. Si hubiera comenzado las nar a la más fuerte de todas las cosas”3 . Por lo
lecciones con ejercicios respiratorios, nunca demás, solía repetirse en la escuela una frase
habría podido convencer a usted de que debe del Maestro, que había dicho que “aquel que
precisamente a esos ejercicios algo decisivo. en el comienzo hace buenos progresos tro-
Era necesario que usted fracasara primero pieza luego con las más grandes dificultades”.
en sus esfuerzos, que naufragara en sus pro- Para mí el comienzo había estado lejos de ser
pios intentos antes de estar preparado para fácil; ¿no tenía derecho, pues, a sentir con-
recoger el salvavidas que le ofrecía. Créame, fianza con respecto a lo que se avecinaba, es
sé por experiencia personal que el Maestro lo decir las dificultades que ya había empezado
conoce muy bien a usted, como a cada uno a sospechar?
de sus otros alumnos, mejor de cuanto nos
conocemos usted y yo. Él lee en las almas de El segundo paso consistía en el aprendi-
sus alumnos mucho más profundamente de zaje de la “liberación” de la flecha. Hasta ese
cuanto ellos mismos quisieran admitirlo.” momento se nos había dejado hacerlo al azar:
esta fase de la enseñanza estaba, podríamos
decir, “entre paréntesis”, como si se hallara al
margen de los ejercicios, y lo que le sucedía a
la flecha no había tenido entonces mayor im-
portancia. En tanto penetrara en el rollo de
paja prensada, blanco y banco de arena a la
vez, el honor estaba satisfecho. Además, acer-
tar el blanco no era en sí mismo ninguna ha-
zaña, ya que el rollo de paja estaba a lo sumo
a unos diez pasos de distancia del arquero.

Hasta ese momento yo no había hecho otra


cosa que soltar la cuerda tensa cuando el acto

3. The way and its power, trad. de Arthur Waley,


Londres, 1934; cap. XLIII, pág. 197.
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de sostenerla en el punto de mayor tensión sido amortiguada y neutralizada. Si la fuerza

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se había hecho insoportable, cuando sentía de la “descarga” no se traicionara en el agudo
que, si quería que mis manos separadas vol- “tup” de la cuerda trémula y en el poder de
vieran a unirse naturalmente, no me quedaba penetración de la flecha, nunca se sospecha-
otro recurso que ceder. La tensión no es en ría siquiera su existencia. Al menos en el caso
ningún sentido dolorosa. Un guante de cuero del Maestro, el disparo parecía tan simple y
con un pulgar rígido y forrado impide que la fácil como un juego de niños.
presión de la cuerda moleste y reduzca pre-
maturamente la fuerza de su asimiento en el La ausencia de esfuerzo en una acción que
punto de mayor tensión. Cuando se extiende exige una gran dosis de energía, es un espec-
el arco, el pulgar es “arrollado” en torno de la táculo cuya belleza estética es reconocida en
cuerda, inmediatamente debajo de la flecha, Oriente en forma asaz sensible y complacida.
y recogido hacia adentro. Los tres primeros Pero aun más importante para mí -y en esa
dedos deben ser apretados con fuerza sobre época difícilmente podía yo pensar de otra
él, sosteniendo al mismo tiempo la flecha por manera- era el hecho de que la certeza de dar
lo tanto con firmeza. El disparo significa abrir en el blanco pareciera depender de la suavi-
los dedos que oprimen el pulgar y luego sol- dad del disparo. Conocía por propia experien-
tarlo. Mediante el fuerte tirón de la cuerda, el cia en el tiro con carabina, la importancia que
pulgar es arrancado de su sitio y extendido, adquiere el hecho de desviarse, aunque sea
la cuerda se sacude y la flecha vuela hacia el levemente, de la línea de visión. Todo cuanto
blanco. Hasta ese momento, cada vez que dis- había aprendido y logrado hasta entonces, de
paraba, mi tiro siempre estuvo acompañado pronto se había tornado claramente inteligi-
por una fuerte sacudida que se hacía sentir ble desde este punto de vista: extensión rela-
en una intensa, visible vibración de todo mi jada del arco, asimiento relajado en el pun-
cuerpo y que afectaba tanto al arco como a to de tensión máxima, disparo relajado del
la flecha. Salta a la vista la imposibilidad de tiro, amortiguamiento relajado del retroce-
lograr con este sistema un tiro suave y sobre so; ¿acaso no estaba todo esto al servicio del
todo certero; estaba condenado a que mi tiro propósito de acertar el blanco y no era ésta
fuera siempre vacilante. precisamente la razón por la cual estábamos
aprendiendo el arte de la arquería a través de
“Todo lo que ha aprendido hasta ahora tantas dificultades y paciencia? ¿Por qué en-
-me dijo un día el Maestro, cuando no halló tonces el Maestro nos había dado a entender
ya nada que objetar a mi técnica de relaja- que el proceso al cual estábamos dedicados
miento para extender el arco-, no ha sido otra excedía ampliamente todo cuanto habíamos
cosa que una mera preparación para el dispa- aprendido y practicado hasta ese momento
ro. Ahora debemos enfrentar una tarea nue- ya lo que ya nos habíamos habituado?
va y especialmente ardua, que nos conducirá
a una nueva etapa en el arte de la arquería.” Sea como fuere, seguí practicando, dili-
Con estas palabras el Maestro se apoderó de gentemente y conscientemente obediente a
su arco, lo extendió y disparó hacia el blanco. las instrucciones del Maestro, a pesar de lo
Sólo entonces, al contemplarlo expresamen- cual todos mis esfuerzos resultaban vanos.
te, observé que aunque su mano derecha, sú-
bitamente abierta y liberada por la tensión, A menudo solía parecerme que disparaba
volvía hacia atrás con una sacudida, no re- mejor antes, cuando me limitaba a soltar la
percutía en ninguna vibración del cuerpo. El flecha al azar, sin pensar en lo que estaba ha-
brazo derecho, que antes del disparo había ciendo. Sobre todo, notaba que no podía abrir
formado un ángulo agudo, se abría con un la diestra, especialmente los dedos que opri-
tirón, pero volvía luego suavemente a su po- mían el pulsar, sin hacer un esfuerzo. La con-
sición normal. La inevitable sacudida había secuencia era una sacudida en el momento de
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lanzar la flecha, de manera que ésta vacilaba que sentía.“Comprendo perfectamente -le

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en su trayectoria; pero aun era menos capaz dije- que la mano no debe abrirse con una sa-
de amortiguar el movimiento de la mano sú- cudida para que el tiro no se eche a perder.
bitamente liberada. El Maestro, impertérrito, Pero por más que lo intento, siempre me sale
seguía demostrándonos prácticamente cuál mal. Si aprieto la mano lo más fuerte posible,
era el disparo correcto, y yo, sin amilanarme, no puedo evitar que se sacuda cuando abro
trataba ansiosamente de imitarlo, obtenien- los dedos. Si trato en cambio de mantenerla
do como único resultado de mis afanes que relajada, la cuerda se suelta antes de haber
mi inseguridad inicial fuera haciéndose cada alcanzado su punto máximo de extensión,
vez más acentuada. Parecíame a un ciempiés, inesperadamente, es verdad, pero dema-
incapaz de moverse del lugar en que se ha- siado pronto sin embargo. Me debato entre
llaba después de haber tratado infructuosa- estos dos fracasos y no veo ninguna salida.”
mente de adivinar qué orden debían seguir “Debe sostener la cuerda extendida -repuso
sus patas. el Maestro-, como un niño de pecho se aferra
al dedo que se le ofrece. Se aferra tan firme-
Evidentemente el Maestro estaba menos mente que uno se maravilla ante la fuerza del
horrorizado que yo por mi fracaso. ¿Sabía por diminuto puño. Y cuando suelta el dedo, no
experiencia que tenía que suceder así? “¡No produce la menor sacudida. ¿Sabe por qué?
piense en lo que tiene que hacer; no reflexione Porque un niño no piensa: “ahora soltaré el
en cómo hacerlo! -exclamaba-. El tiro sólo se dedo para tomar esta otra cosa”. Totalmente
produce suavemente cuando toma al arquero inconsciente de sí, sin propósito, se vuelve de
por sorpresa. Debe ser como si la cuerda atra- una a otra cosa y diríamos que juega con ellas
vesara súbitamente el pulgar que la sostiene. si no fuera igualmente verdad que las cosas
No debe abrir la diestra deliberadamente.” están jugando con el niño”.

Se sucedieron así semanas y semanas de -Creo comprender la alusión que encie-


infructuosa práctica. Podía tomar una y otra rra su comparación observé. Pero, ¿no estoy
vez por modelo la forma en que el Maestro en una situación diametralmente distinta?
disparaba, observar con mis propios ojos, Cuando he estirado el arco, llega un momen-
atentamente, cómo se originaba el disparo to en que siento: a menos que el tiro se pre-
correcto; pero ni una sola vez mis esfuerzos cipite, no podré seguir soportando la tensión.
fueron coronados por el éxito. Si, esperan- ¿y qué sucede entonces? Simplemente, me
do en vano el disparo, cedía a la fuerza de quedo sin aliento y por lo tanto debo disparar
la tensión porque ésta comenzaba a hacerse el tiro de una buena vez, lo quiera o no, pues
insoportable, entonces mis manos eran len- ya no puedo esperar más.
tamente separadas al unísono y el tiro fraca-
saba. Si resistía firmemente la tensión hasta Acaba de hacer una excelente descripción
quedar jadeante, sólo podía hacerlo pidiendo -replicó el Maestro- acerca de dónde reside
ayuda a los músculos de hombros y brazos. precisamente la dificultad. ¿Sabe por qué no
Quedaba entonces de pie allí, inmóvil -”como puede esperar el tiro y por qué se queda sin
una estatua” solía decir burlonamente el aliento antes de que haya llegado? El tiro co-
Maestro- pero tenso, ya que todo mi relaja- rrecto en el momento debido no llega porque
miento se había evaporado. usted no se deja ir. No espera la realización,
sino que se asegura el fracaso. Mientras sea
Quizás por azar o porque el Maestro así así no tiene otra alternativa que producir us-
lo hubiera deliberadamente dispuesto, un ted mismo algo que debería ocurrir indepen-
día nos encontramos reunidos en torno de dientemente de su voluntad, y mientras sea
una taza de té. Aproveché la ocasión para usted quien lo produzca su mano no se abrirá
hablar de la cuestión y le dije claramente lo en la forma debida, como se abre la mano de
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un niño, como la piel de una fruta madura. sólo quede de su persona una tensión sin ob-

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Tuve que admitir ante el Maestro que esta jeto.
interpretación me dejaba más perplejo que
nunca. “Fundamentalmente -dije- lo que hago -¿Debo, pues, tornarme voluntariamente
es extender el arco y disparar la flecha con el involuntario? - me oí decir.
objeto de dar en el blanco. La extensión del
arco es, por ende, un medio orientado hacia .-Ningún alumno me ha hecho jamás esa
un fin y no puedo pasar por alto esta relación. pregunta, así que en realidad no conozco la
El niño ignora todo esto, pero para mí ambas respuesta.
cosas no pueden disociarse.”
-Y ¿cuándo empezaremos con los nuevos
-El verdadero arte -exclamó el Maestro- ejercicios?
carece de propósito, de fin determinado.
Cuanto más obstinadamente trate de apren- -Espere a que llegue el momento.
der a disparar la flecha para acertar el blanco,
menos logrará lo primero y más se alejará de
lo segundo. Lo que se interpone en su camino
es el hecho de que usted posee una voluntad
demasiado terca. Usted piensa que lo que no
hace por sí mismo simplemente no sucede.

-¡Pero si usted mismo me ha dicho a me-


nudo que la arquería no es un pasatiempo, un
juego sin objeto, sino una cuestión de vida o
muerte!

-Y lo sostengo. Los Maestros arqueros


decimos: ¡Un tiro, una vida! El significado
de esto aun no lo comprendo, pero quizás le
ayude otra imagen que alude a la misma ex-
periencia. Los Maestros arqueros decimos:
con el extremo superior del arco el arquero
penetra el cielo; del extremo inferior, como
si estuviera sujeta por un hilo, pende la tie-
rra. Si el tiro es disparado con una sacudida,
corremos el peligro de que el hilo se rompa.
Para la gente voluntariosa y violenta, la rup-
tura es definitiva y quedan suspendidos en el
terrible centro, entre la tierra y el cielo.

-¿Qué hacer entonces? - pregunté medita-


tivamente.

-Aprender a esperar como es debido.

-Y ¿cómo se aprende eso?

-Dejándose ir, dejando atrás a usted mis-


mo y todo lo suyo en forma tan decisiva que
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V que no tenía sentido continuar con estos ejer-

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cicios, sino que por el contrario estaban re-
sultando positivamente peligrosos, pues me
Esta conversación, la primera de carácter sentía cada vez más oprimido y aplastado por
íntimo que tuve oportunidad de mantener con un presentimiento de frustración, el Maestro
el Maestro desde que se iniciara mi instruc- resolvió cambiar de táctica.
ción, me dejó extraordinariamente perplejo.
Habíamos tocado al fin el tema, la razón por -En adelante, cada vez que asistan a clase
la cual me había decidido a aprender el arte -nos advirtió-, traten de concentrarse en el
de los arqueros. ¿No era acaso ese “dejarse camino. Concéntrense, fijen su pensamiento
ir” -del que había hablado el Maestro-, una en lo que sucede en el aula. Pasen junto a las
etapa en el camino hacia la vacuidad y el des- cosas ‘Sin notarlas, como si hubiera una sola,
prendimiento? ¿No había llegado por fin al única cosa en el mundo verdaderamente im-
punto donde la influencia de la doctrina Zen portante y real: la arquería.
en el arte de los arqueros comenzaba a ha-
cerse sentir? Qué relación podía existir entre El proceso del “dejarse ir” estaba también
la capacidad de espera gratuita y el disparo dividido en etapas, que debían ser franquea-
de la flecha en el momento adecuado, cuan- das cuidadosamente; y también en este caso
do la tensión alcanzaba espontáneamente su el Maestro se contentó con unas breves su-
cenit, era algo que no podía absolutamente gestiones. Para ejecutar estos ejercicios basta
imaginar. Pero, ¿por qué tratar de anticipar con que el alumno comprenda -o en algunas
in mente lo que sólo puede enseñar la expe- ocasiones solamente adivine- lo que se exige
riencia ? de él. De ahí que no sea necesario conceptuar
las distinciones que son tradicionalmente ex-
¿No era tiempo ya de que renunciara a presadas en imágenes. y quién sabe si estas
este estéril hábito? imágenes, nacidas de siglos de práctica, no
pueden llegar a profundidades mayores que
¡Cuán frecuentemente había envidiado en las accesibles a todo nuestro conocimiento
secreto a todos aquellos alumnos del Maes- cuidadosamente elaborado. El primer paso
tro que dejaban como niños que se les tomara en esta dirección ya había sido dado. Había
de la mano y se los guiara ¡Qué maravilloso conducido a un relajamiento del cuerpo, sin
debe resultar poder hacerlo sin reservas! Tal el cual el arco no puede ser correctamente ex-
actitud no debe necesariamente llevar a la in- tendido. A fin de disparar con acierto el tiro,
diferencia y al estancamiento espiritual. ¿No el relajamiento físico debe ser apoyado por
pueden los niños al menos hacer preguntas? un relajamiento mental y espiritual, de modo
de conseguir una mente no sólo ágil, sino li-
Para mi gran desilusión, en la clase si- bre: ágil por su libertad y libre por su misma
guiente el Maestro continuó con los ejerci- agilidad; y esta agilidad es esencialmente dis-
cios anteriores: extender el arco, sostenerlo y tinta de todo cuanto por lo común se entien-
disparar. Pero todo su estímulo de nada me de por agilidad mental. Así, entre estos dos
servía. Aunque, obedeciendo sus instruccio- estados de relajamiento físico por un lado y
nes, trataba de no ceder a la tensión, luchan- de libertad espiritual por el otro, hay una di-
do más allá de ella, como si la naturaleza del ferencia de nivel que no puede ser superada
arco no impusiera límites, aunque trataba de por el mero control de la respiración, sino, y
esperar hasta que la tensión, simultáneamen- únicamente, por la renuncia a las ligaduras
te, se colmara y se liberara en el disparo, a de todo tipo, desprendiéndose enteramente
pesar de todos mis esfuerzos, todos los tiros del ego, de manera que el alma, sumergida en
se malograban, embrujados, vacilantes, tiros sí misma, alcance la plenitud de su innomi-
de chapucero. Sólo cuando se hizo evidente nado origen.
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La exigencia de que la puerta de los senti- recen incontinentemente en una mezcla sin

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dos sea cerrada no es satisfecha apartándose sentido y, cuanto más absurdos son, menos
enérgicamente del mundo sensible, sino más los hemos buscado voluntariamente y menos
bien mediante la disposición a ceder sin re- tienen que ver con aquello en lo cual hemos
sistencia. A fin de poder realizar instintiva- fijado nuestra conciencia, y, asimismo, mayor
mente esta actividad inactiva, el alma nece- es su obstinación. Es como si quisieran ven-
sita un punto de apoyo interior y lo consigue garse de la conciencia por haber penetrado a
concentrándose en la respiración. través de la concentración en reinos que de
otro modo jamás hubiera podido alcanzar.
Este paso es ejecutado conscientemente La única forma de subsanar esta perturba-
y con una escrupulosidad que linda con lo ción es seguir respirando, tranquilamente,
pedantesco. La inspiración, y asimismo la ex- apaciblemente, a fin de “entrar en” relaciones
piración, son practicadas una y otra vez con amistosas con cualquier cosa que aparezca en
el mayor esmero y no es necesario esperar escena, acostumbrarse a ella, contemplarla
mucho para comprobar los resultados. Cuan- serenamente y cansarse al fin de mirarla. De
to más nos concentramos en la respiración, tal modo se va entrando gradualmente en un
más quedan relegados a segundo plano los estado que se asemeja a la fundente somno-
estímulos externos; se hunden en una especie lencia que precede al sueño.
de sordo bramido que se empieza por oír con
sólo la mitad de un oído y, al fin, no resulta Penetrar enteramente en él es el riesgo
más perturbador que el distante rumor del que debemos evitar en todo momento. Esto
mar, el cual, una vez que nos hemos acostum- se logra mediante un peculiar “sobresalto” de
brado a su reclamo, ni siquiera existe para la concentración, comparable tal vez al de un
nosotros. Con el tiempo nos vamos haciendo hombre que ha permanecido despierto toda
inmunes a estímulos mayores y simultánea- la noche y que sabe que su vida depende de
mente el desprendimiento de ellos es cada que todos sus sentidos permanezcan alerta; y
vez más rápido y fácil. Sólo se debe prestar si este peculiar sobresalto logra su propósito
atención a que el cuerpo esté bien relajado, ya aunque más no sea una vez, puede repetírselo
sea en posición de pie, ya sea sentado o acos- con confianza y seguridad. Con su ayuda, el
tado, y si entonces nos concentramos en la re- alma llega a un punto en el cual vibra de sí
lajación, no tardamos en sentirnos envueltos y en sí, una serena pulsación que puede ser
en capas impermeables de silencio; y lo único sublimada en el sentimiento y que se puede
que sabemos y sentimos es que respiramos, y experimentar sólo en raros sueños increíble-
para desprenderse de esta sensación, de este mente livianos, y la arrobada certeza de po-
conocimiento, no es necesario tomar ningu- der poner en actividad energías en cualquier
na nueva decisión pues espontáneamente la dirección, intensificar o liberar tensiones gra-
respiración va adquiriendo un ritmo cada duadas con el máximo de precisión.
vez más pausado y haciéndose cada vez más
económica con respecto al aliento, hasta que, Este estado, en el que no se piensa, pro-
por último, se desliza gradualmente en una yecta, busca desea o espera nada definido,
borrosa monotonía que escapa por completo que no apunta en ninguna dirección en es-
a nuestra atención. pecial y que se sabe sin embargo capaz de lo
posible y lo imposible, tan indomeñable es su
Este exquisito estado de indiferente in- poder, este estado que en el fondo es ausen-
mersión en uno mismo no es por desgracia cia de propósito y de ego, era llamado por el
muy duradero, pues puede ser interrumpido Maestro un estado verdaderamente “espiri-
por un agente interior. Como si surgieran de tual”. La verdad es que está cargado de con-
la nada, estados de ánimo, sensaciones, de- ciencia espiritual y de ahí que también se lo
seos, inquietudes y hasta pensamientos apa- llame “auténtica presencia del espíritu”. Esto
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significa que la mente, inteligencia o espíri- táneamente. Antes de toda acción y toda

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tu está presente en todas partes pues no está creación, antes de que comience a dedicar-
arraigada en lugar alguno en especial y pue- se y adaptarse a su labor, el artista convoca
de permanecer siempre presente ya que, aun su presencia de espíritu y se asegura de ella
cuando esté relacionada con este o aquel ob- mediante la práctica; pero a partir del mo-
jeto, no se adhiere a él por reflexión ni pier- mento en que la ha conseguido y no sólo en
de por ello su movilidad originaria. Como el intervalos aislados, sino que la tiene en pocos
agua que colma una laguna, siempre dispues- minutos- en la punta de los dedos, la concen-
ta a fluir nuevamente en cuanto se la deje en tración, como la respiración, comienza a rela-
libertad, puede poner en acción su inagotable cionarse con el arte de los arqueros. A fin de
poder pues es libre y está abierto a todo ya penetrar más fácilmente en el arduo proceso
que está vacío. Tal estado es esencialmente de extensión del arco y disparo de la flecha, el
un estado primordial y su símbolo, el círculo arquero, arrodillado hacia un costado y que
vacío, no carece de significado para quien se ha comenzado ya a concentrarse, se pone de
halla en su interior. pie, avanza ceremoniosamente hacia el blan-
co y, con una profunda reverencia, ofrece arco
De la plenitud de esta presencia del espí- y flecha como objetos consagrados, coloca
ritu, que no es perturbada por ningún motivo luego la flecha en la muesca, eleva el arco, lo
ulterior, el artista libre de todo apego debe extiende y espera en actitud de suprema vigi-
extraer su propio arte. Pero si bien debe en- lancia espiritual. Después de la aligerante li-
tregarse plenamente al proceso creador, con- beración de la flecha y de la tensión misma, el
fundiéndose con él, es necesario al mismo arquero permanece en la postura que adoptó
tiempo allanar el camino para la práctica del inmediatamente después del tiro, hasta que,
arte. Por cuanto si en su autoinmersión vió- una vez expelido lentamente todo el aliento
se enfrentado por una situación que no pudo de sus pulmones, se ve obligado a inhalar una
superar instintivamente, tendrá primero que vez más. Sólo entonces deja caer los brazos,
allegarla a la conciencia. Penetraría nueva- se inclina ante el blanco y, si no tiene ya fle-
mente entonces en todas las relaciones de las chas que tirar, retrocede calladamente hacia
cuales hubo de desprenderse; se asemejaría a el fondo del recinto.
una persona despierta que estudia su progra-
ma de la jornada y no a un “Despertado”, que El arte de los arqueros se convierte así en
vive y trabaja en el estado primordial. Nunca una ceremonia ejemplificadora de la Gran
le parecería que las diversas fases del proce- Doctrina. Aun cuando el alumno no capte de-
so creador fueran manejadas a través de sus bidamente en esta etapa la verdadera signi-
manos por un poder superior, no experimen- ficación de sus tiros, comprenderá al menos
taría jamás la forma embriagadora en que la por qué la arquería no puede limitarse a ser
vibración de un acontecimiento le es comuni- un mero deporte, un ejercicio gimnástico.
cada, a él que en sí mismo no es más que una Descubrirá por qué la parte técnicamente
vibración, y cómo todo cuanto hace ha sido asimilable del arte debe ser practicada has-
hecho antes de que él pudiera saberlo. ta la plenitud. En la medida en que el logro
El necesario desprendimiento y la libera- depende de que el arquero no se haya fijado
ción de sí, la introspección e intensificación ningún fin determinado y de que abstraiga
de la vida hasta alcanzar plenamente la pre- su propia persona de ese logro, la ejecución
sencia de espíritu, no son por lo tanto libra- exterior debe producirse automáticamente,
dos al azar o a las condiciones favorables, y prescindiendo de la inteligencia que reflexio-
menos aun al proceso de la creación misma na y gobierna.
-que exige ya de por sí todas las energías y
talentos del artista- con la esperanza de que Es precisamente este dominio formal lo
la concentración anhelada aparezca espon- que el método japonés de instrucción trata de
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inculcar en el neófito. La práctica, la incansa- el Maestro entiende que su primer deber con-

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ble repetición son sus características distinti- siste en convertirlo en un experto artesano
vas durante buena parte de los cursos, y esta con absoluto dominio de su oficio, y el alum-
regla es ley para todas las artes tradicionales. no persigue ese objetivo con infatigable la-
La demostración, el ejemplo; la intuición, la boriosidad. Como si careciera en realidad de
imitación; tal es la relación fundamental que mayores aspiraciones, se inclina ante su car-
une a Maestro y alumno, aunque con la intro- ga con una especie de terca, obtusa devoción,
ducción en estas últimas décadas de nuevas sólo para descubrir con el correr del tiempo
materias de estudio, los métodos europeos de que las formas que ya domina perfectamente
enseñanza han ganado también fama y han no son en modo alguno medios de opresión
sido aplicados con una comprensión indiscu- y sujeción, sino antes bien, por el contrario,
tible. ¿Cómo puede entonces entenderse que, instrumentos de liberación. Diariamente se
pese al entusiasmo inicial por todo lo nuevo, va haciendo más capaz de obedecer a cual-
las artes japonesas no hayan sido afectadas quier inspiración sin el menor esfuerzo técni-
en su esencia por estas reformas educativas? co y de dejarla penetrar en él a través de una
escrupulosa observación. La mano que guía
No es fácil responder a esta pregunta. el pincel ha aprendido ya y ejecutado lo que
Debemos intentarlo, sin embargo, aunque flotaba en la mente en el mismo instante en
más no fuera bosquejando, a fin de arrojar que la mente comenzaba a concebirlo, y, al
un poco más de luz sobre el estilo mismo de final, el alumno ya no sabe a cuál de las dos
la enseñanza y el verdadero significado de la -mente o mano- atribuir la paternidad de lo
imitación. creado.

El alumno aporta tres cosas: buena educa- Pero, para llegar a ese estadio, para que
ción, amor apasionado por el arte que ha ele- la pericia se vuelva “espiritual”, es necesaria
gido y una veneración incondicional por su una concentración de todas las fuerzas físicas
Maestro. La relación maestro-alumno forma y psíquicas igual que en el arte de los arqueros
parte desde la más remota antigüedad de los que, según se podrá apreciar en los ejemplos
compromisos básicos de la vida y presupone; siguientes, es en todas las circunstancias, ab-
por lo tanto, de parte del Maestro, una enor- solutamente imprescindible.
me responsabilidad que rebasa ampliamente
los límites de sus deberes profesionales. Un pintor se sienta ante la clase, examina
su pincel y lo prepara lentamente, lo embebe
Al principio no se exige al alumno otra cosa con cuidado en la tinta, endereza la larga tira
que la mera imitación consciente de cuanto de papel que se extiende delante de él sobre la
el Maestro hace. Éste, para evitar largas y estera y, finalmente, después de sumergirse
engorrosas explicaciones e instrucciones, se por un momento en una profunda concentra-
contenta con dar algunas órdenes superficia- ción, en la que parece estar rodeado por un
les y pasa por alto las preguntas del alumno. halo de inviolabilidad, pinta, con trazos segu-
Contempla impasible sus esfuerzos más des- ros y rápidos, un cuadro que no necesita ya de
atinados, sin esperar siquiera independen- correcciones ni modificaciones y puede, por
cia o iniciativa, y aguarda pacientemente el ende, servir de modelo a la clase.
desarrollo, la evolución, la madurez. Ambos
(alumno y Maestro) disponen de tiempo; el Un maestro del arreglo floral inicia su cla-
Maestro no insiste y el alumno no se recarga se desciñendo cautelosamente la cuerda que
de trabajo. mantiene unidas en un haz las flores y las
ramas, y las va depositando cuidadosamente
Lejos de pretender despertar prematura- a un costado. Examina luego las ramas, una
mente al artista que duerme en el discípulo, por una, elige la mejor, la curva prudente-
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mente imprimiéndole con minuciosa exac- sible. Sumergido sin propósito determinado

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titud la forma que corresponde al papel que en cuanto está haciendo, es enfrentado así ese
le tocará desempeñar en el conjunto y final- momento ideal en que la obra, revoloteando
mente las arregla en un exquisito florero. La ante él en líneas ideales, acaba por realizarse
obra, una vez terminada, da la impresión de a sí misma casi espontáneamente. Así como
que el Maestro hubiera adivinado lo que la en el arte de los arqueros los pasos y posturas
Naturaleza misma vislumbra en sus sueños son fundamentales aquí, otros preparativos,
más recónditos. que han ido sufriendo modificaciones, tienen
el mismo profundo significado. Sólo cuando
En estos dos casos (y debo limitarme a esto no se cumple, como en el caso de los ac-
ellos) los Maestros se comportan como si en tores y danzarines religiosos, la concentra-
realidad estuvieran solos. ción e inmersión en sí mismo son practicadas
antes de presentarse en escena.
Difícilmente condescienden a mirar a sus
alumnos y mucho menos a dirigirles la pala- Como en el caso del arte de los arqueros,
bra. Realizan los movimientos preliminares no puede dudarse que estas artes son ceremo-
de una manera contemplativa y serena, se nias. Más claramente que lo que el Maestro
abstraen de sí mismos en el proceso de mo- podría expresarlo con palabras, ellas dicen al
delamiento y creación, que tanto para ellos alumno que el artista sólo consigue la disposi-
como para sus alumnos es un logro absoluto ción mental requerida cuando la preparación
desde las primeras maniobras introductorias y la creación, la parte técnica y la artística, lo
hasta que la obra alcanza su ápice de perfec- material y lo espiritual, el propósito y el ob-
ción; y, ciertamente, todo el proceso tiene un jeto, fluyen aunados, consubstanciados, sin
poder expresivo tal que actúa en el especta- interrupción. y de aquí un nuevo motivo de
dor como un cuadro. emulación. Se le exige, entonces, que ejerza
un perfecto control en las diversas formas de
Pero, ¿por qué el Maestro no deja que es- concentración y abstracción de sí mismo. La
tas operaciones preliminares, inevitables en imitación, que ya no es aplicada a contenidos
sí mismas, queden simplemente a cargo de objetivos que cualquiera sería capaz de copiar
un alumno adelantado? ¿Acaso el hecho de con un poco de buena voluntad, se torna más
que sea él mismo quien desciña cuidadosa- relajada y rápida, más espiritual. El alumno
mente la cuerda, en vez de cortarla simple- vislumbra así nuevas posibilidades, pero des-
mente y arrojarla a un canasto, y embeba el cubre al mismo tiempo que su realización no
pincel en tinta, presta alas a su inspiración? depende en absoluto de su buena voluntad
Y, ¿qué lo impulsa a repetir esta operación personal.
en cada clase y con la misma rigurosa, in- Suponiendo que su talento pueda sobre-
flexible insistencia, a invitar a sus alumnos a vivir a la creciente tensión, tropezamos con
copiarla hasta en el más mínimo detalle, sin un peligro difícilmente evitable que acecha al
permitir la más leve modificación? El Maes- alumno en su camino hacia la maestría. Y no
tro se ciñe a esta costumbre tradicional pues es precisamente el riesgo de dilapidarse en
sabe por experiencia que tales preparativos le una inútil auto complacencia -pues el orien-
permiten tener simultáneamente acceso a la tal carece en verdad de aptitud para este culto
estructura mental indispensable para el pro- del ego- sino más bien el peligro de estancar-
ceso de creación. El reposo meditativo en el se en su realización, confirmada por el triunfo
cual realiza esta minuciosa labor le permite y magnificada por el renombre: en otras pala-
lograr el relajamiento y la uniformidad vita- bras, el riesgo de comportarse como si la exis-
les de todas sus capacidades y potencias, ese tencia artística fuera una forma de vida que
sosiego y presencia de espíritu sin los cuales atestiguara su propia validez. El Maestro pre-
el verdadero trabajo es prácticamente impo- vé este peligro. Cuidadosamente y con el arte
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sutil de un psicoanalista, trata de detener a su adiestramiento y modelamiento cuyo fin es

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alumno a tiempo y de desprenderlo de sí mis- la maestría. En ella, el artista y el ser huma-
mo. Lo hace señalando casualmente, y como no se hacen uno en algo más elevado pues la
si apenas fuera digno de mención en vista de maestría prueba su validez como una forma
todo cuanto el alumno ya ha aprendido, que de vida cuando reside en la verdad sin límites
todo logro sólo puede ser perfeccionado en y, sustentada por ella, se convierte en arte del
un estado de verdadera abstracción de sí, en origen. El Maestro ya no busca, encuentra.
que el actor ya no puede estar presente como
“él mismo”. Sólo está presente el espíritu, una Como artista es el hombre hierático; como
especie de conciencia sin vestigios de egotis- hombre, el artista cuyo corazón, en todo su
mo; de ahí que se extienda sin límites a través hacer y no hacer, trabajar y esperar, ser y
de todas las distancias y profundidades, con no ser el Buda clava su mirada. El hombre,
“ojos que oyen y oídos que ven”. el arte, el trabajo, todo es una sola y misma
cosa. El arte del trabajo interior, que a dife-
De este modo el Maestro permite al alum- rencia del exterior no se separa del artista,
no que siga viajando por sí mismo. Pero el que éste no “hace” y sólo puede “ser”, surge
alumno, cada vez más receptivo, deja que el de profundidades de las cuales nuestra época
Maestro lo induzca a ver algo de que ha oído nada sabe.
hablar a menudo pero cuya realidad tangible
sólo entonces comienza a captar a través de Arduo y escarpado es el camino hacia la
sus propias experiencias. El nombre que el maestría. A menudo lo único que mantiene
Maestro le da es inmaterial, aunque lo do- al alumno firme en su propósito es su fe en
mine totalmente. Y el alumno lo comprende su preceptor, cuya maestría está ahora em-
aunque permanezca callado. pezando a comprender verdaderamente. El
Maestro es para él un ejemplo viviente del
Lo importante es que de esta manera se trabajo interior y convence por su sola pre-
inicia un movimiento hacia adentro, hacia sencia. Hasta dónde llegará el alumno no es
el interior. El Maestro lo persigue paciente- incumbencia del instructor y Maestro. Apenas
mente y, sin tratar de influir en su curso con ha alcanzado a mostrarle el sendero cuando
nuevas instrucciones, que no harían sino per- ya debe dejarlo que continúe solo. Hay una
turbarlo, ayuda a su alumno en la forma más única cosa más que puede hacer para ayu-
íntima y secreta que conoce: por transferen- darlo a soportar su soledad: alejarlo de él, del
cia directa del espíritu, como se dice en los Maestro, exhortándolo a ir aún más lejos de
círculos budistas. “Así como nos servimos de donde él ha podido llegar y a “subir sobre los
una vela encendida para iluminar a hombros de su preceptor”.
otros”, así el Maestro transfiere el espíritu
del verdadero arte de corazón a corazón para Dondequiera pueda llevarlo su camino,
que este último también pueda iluminarse. Si el alumno, aunque deje de ver a su Maestro,
esto es trasmitido así al alumno, éste recor- nunca podrá olvidarlo.
dará que mucho más importante que todos
los trabajos y pasos anteriores, por atractivos Con una gratitud tan grande como la vene-
que parezcan, es el trabajo interior que debe ración incondicional del aprendiz, tan intensa
cumplir si verdaderamente quiere realizarse como la fe salvadora del artista, ocupa ahora
como artista. el lugar del Maestro y se dispone a cualquier
sacrificio. Innumerables ejemplos que llegan
El trabajo interior consiste, sin embargo, hasta un pasado próximo, atestiguan que esta
en la conversión del hombre que el artista es gratitud supera ampliamente lo habitual en el
y del yo que el artista siente y perpetuamente género humano.
descubre que es, en la materia prima de un
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VI mente. Este obstinado fracaso me deprimía

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aún más por cuanto ya había cumplido mi
tercer año de instrucción. No negaré que
Cada día que pasaba descubría que iba pe- he pasado muchas horas sombrías pregun-
netrando con mayor facilidad en la ceremo- tándome si podía justificar este derroche de
nia preliminar que sirve de antesala a la Gran tiempo que no parecía tener ninguna relación
Doctrina de la arquería, cumpliéndola sin es- concebible con lo que había realmente apren-
fuerzo o, para ser más preciso, sintiéndome dido y experimentado hasta entonces. La sar-
llevado a través de ella como en un sueño. En cástica observación de un compatriota de que
este sentido las predicciones del Maestro se en el Japón había otras muchas cosas que ha-
hicieron realidad. Sin embargo, me era lite- cer y que aprender además de ese “miserable
ralmente imposible evitar que la concentra- arte”, volvía a mi memoria, y aunque la había
ción disminuyera en el preciso instante en desechado en aquel momento, su pregunta
que debía “llegar” el disparo. El acto de es- acerca de qué me proponía hacer luego con
perar en el punto de mayor tensión no sólo mi arte una vez que lo hubiera aprendido -si
se hizo tan fatigoso que la tensión se reducía llegaba a aprenderlo- ya no me parecía tan
hasta aflojarse, sino tan penoso que me sen- absurda.
tía constantemente “arrancado” de mi auto-
inmersión y tenía que dirigir inevitablemente El Maestro debe de haber comprendido lo
mi pensamiento hacia el acto de disparar el que estaba ocurriendo en mí. Como Koma-
tiro. chiya me contara luego, había tratado de leer
una introducción japonesa a la filosofía tra-
-¡Deje de pensar en el tiro! -exclamaba el tando de hallar la manera de ayudarme desde
Maestro. un plano que me fuera familiar. Pero había
dejado el libro con enojo y había observado
De ese modo está condenado a fallar . que por fin comprendía la razón por la cual a
una persona que podía interesarse en esas co-
-No puedo evitarlo -contestaba-; la ten- sas le resultaba tan excepcionalmente difícil
sión se vuelve demasiado dolorosa. aprender el arte de los arqueros.

-La siente sólo porque no ha conseguido Pasamos nuestras vacaciones de verano


desprenderse realmente de sí mismo. Todo es a orillas del mar, en la soledad de un paisaje
muy simple. Puede aprender qué debe hacer tranquilo y de ensueño, que se singularizaba
de una hoja de bambú, que se va inclinan- por su delicada belleza. En nuestro equipaje
do cada vez mas bajo el peso de la nieve y, y como lo más importante, habíamos llevado
de pronto, la nieve se desliza hasta el suelo nuestros arcos. Día tras día me concentraba
sin que la hoja se haya siquiera estremecido. apasionadamente en el disparo de la flecha.
Permanezca de esa misma manera en el pun- Se había ya convertido en una idée fixe que
to de mayor tensión hasta que el tiro “caiga”. me hacía olvidar cada vez más la advertencia
Así en verdad: cuando la tensión ha llegado al del Maestro de que lo único que debía prac-
colmo, el tiro debe “caer” por sí mismo, debe ticar era la inmersión en el autodesprendi-
caer del arquero como la nieve de una hoja de miento.
bambú, antes de que él haya podido siquiera
pensarlo. Después de examinar cuidadosamente to-
das las posibilidades, llegué a la conclusión de
Pese a todo cuanto hiciera o dejara de ha- que el error no podía residir donde el Maes-
cer era incapaz de esperar hasta que el tiro tro suponía, esto es en mi incapacidad de
“cayera” y, como antes, no me quedaba otra autodesprendimiento y olvido de mí mismo,
alternativa que la de dispararlo deliberada- sino en el hecho de que los dedos de mi mano
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derecha oprimían exageradamente el pulgar. sentó en un almohadón, de espaldas a mi. Yo

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Cuanto más tiempo tenía que esperar el tiro, sabía muy bien qué significaba eso, y me reti-
más convulsamente lo apretaba sin advertir- ré en silencio.
lo, y precisamente en este sentido, me dije
a mí mismo, debía encauzar mis esfuerzos. Al día siguiente Komachiya me informó
Había, pues, encontrado una solución simple que el Maestro se negaba a seguir enseñán-
y evidente. Si después de extender el arco, dome pues había tratado de engañarlo. Ho-
disminuía cuidadosamente la presión de los rrorizado hasta lo indecible por su interpreta-
dedos sobre el pulgar, éste, libre de ella, era ción de mi conducta, expliqué a Komachiya la
“arrancado” de su posición original, como razón por la cual, con el propósito de salir del
si todo hubiera sucedido espontáneamente: estancamiento en que me hallaba desde hacía
de tal manera el disparo “rayo” se hacía po- tiempo, había ideado ese método. Komachiya
sible y la flecha evidentemente “caería como intercedió en mi favor y por último el Maes-
desde una hoja de bambú”. Este nuevo des- tro cedió, pero con la expresa condición de
cubrimiento me parecía aún más feliz por su que le prometiera formalmente no reincidir
seductora afinidad con la técnica del tiro con ofendiendo una vez más el espíritu de la Gran
carabina, en que el índice es curvado lenta- Doctrina.
mente hasta que una presión cada vez más
leve y suave vence la última resistencia. Si una profunda sensación de vergüenza
no hubiera bastado para curarme, la actitud
No tardé en convencerme de que estaba del Maestro lo había sin duda conseguido. No
en el buen camino. A mi modo de ver, casi to- hizo la más mínima alusión al desdichado in-
dos los tiros se producían suavemente e ines- cidente; sólo me dijo con voz serena:
peradamente, aunque no dejaba por cierto de
advertir la otra cara de este triunfo: el trabajo -Ya ve cuáles son las consecuencias de no
de precisión de mi diestra exigía una cuida- saber esperar sin propósito ni designio alguno
dosa vigilancia. Pero me autoalentaba con la en el momento de mayor tensión. Ni siquie-
esperanza de que esta solución técnica fuera ra puede aprender a hacerlo sin preguntarse
haciéndose gradualmente tan habitual que continuamente: ¿seré capaz? ¡Espere con pa-
pudiera prescindir del cuidado, hasta que lle- ciencia y vea lo que sucede y cómo sucede!
gara al fin el día en que pudiera, gracias a ella,
disparar el tiro haciendo abstracción de mí Le hice recordar que estaba ya en mi cuar-
mismo e inconscientemente en el momento to año de instrucción y que el tiempo de mi
de mayor tensión y que en este caso la destre- estadía en el Japón era limitado.
za técnica acabaría espiritualizándose. Cada
vez más confiado y convencido acallé mis -¡El camino hacia la meta no debe medir-
propias objeciones, ignoré los consejos de mi se! ¿Qué importancia tienen las semanas, los
esposa y partí con la satisfactoria sensación meses o los años?
de haber realizado un progreso decisivo.
-Pero, ¿qué ocurrirá si me veo obligado
El primer tiro que disparé apenas reanuda- a interrumpir las clases a mitad de camino?
das las clases, fue en mi opinión espléndido. -pregunté.
Absolutamente suave, inesperado. El Maes-
tro me observó un momento y luego, vacilan- -Una vez que haya conseguido despren-
te, como alguien que no acaba de creer en lo derse realmente del ego, podrá interrumpir-
que ven sus ojos, murmuró: “¡Otra vez, por las en cualquier momento. Siga practicando.
favor!” El segundo tiro me pareció aun mejor
que el primero. El Maestro se acercó sin decir Y así volvimos a comenzar desde el princi-
una palabra, tomó el arco de mis manos y se pio, como si todo lo que había aprendido has-
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ta entonces hubiera sido inútil. Pero el acto porque el Maestro me tenía completamente

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de esperar en el estado de mayor tensión no en sus manos. Vivía al día, hacía mi trabajo
resultaba más fructuoso que antes, como si profesional lo mejor posible y al final dejé de
ya me fuera imposible hacer el más mínimo lamentar el hecho de que todos mis esfuerzos
progreso. de los últimos años hubieran sido práctica-
mente inútiles.
Un día me atreví a preguntar:
Así, un día, después de haber disparado
-¿Cómo puede dispararse el tiro si “yo” no uno de mis tiros, el Maestro hizo una profun-
lo hago? da reverencia e interrumpió la lección:

-Ello lo hará -respondió. -¡Ahora! -dijo, mientras yo lo contempla-


ba asombrado- ¡Sólo ahora se disparó!
-Le he oído decir eso mismo en varias
oportunidades, de modo que permítame que Cuando al fin comprendí qué quería decir,
le formule la misma pregunta de otra mane- no pude evitar un grito de alegría.
ra: ¿cómo puedo esperar el tiro si yo ya no
estoy allí? -Lo que he dicho -me advirtió severamen-
te el Maestro- no fue un elogio, fue sólo una
-Ello espera en el punto de máxima ten- afirmación que no debe importarle demasia-
sión. do. Tampoco mi reverencia estaba destinada
a usted, pues usted fue absolutamente ino-
-Y ¿quién o qué es ese Ello? cente de ese disparo. Esta vez permaneció
completamente abstraído de sí y sin designio
-Cuando lo haya comprendido ya no nece- en el estado de mayor tensión, de manera que
sitará de mí. Y si yo tratara de darle el menor el tiro se desprendió de usted como una fruta
indicio en detrimento de su propia experien- madura. Ahora siga practicando como si nada
cia, sería el peor de los Maestros y merecería hubiera ocurrido.
ser despedido. Por lo tanto, basta de hablar
de eso y siga practicando. Sólo después de un considerable lapso
volvieron a producirse, ocasionalmente, tiros
Pasaron semanas sin que pudiera adelan- perfectos, que el Maestro señalaba con una
tar un paso, pero descubrí que esto no me in- profunda inclinación. Cómo había sucedido
quietaba en lo más mínimo. que se dispararan sin que yo hiciera el menor
esfuerzo por lograrlo; cómo había sucedido
¿Acaso me había cansado de todo el asun- que mi mano, prietamente cerrada, retroce-
to? Que aprendiera o no los secretos del arte, diera de pronto completamente abierta, eran
que experimentara o no lo que el Maestro cosas que no me podía explicar y que sigo sin
quería significar con su Ello, que encontra- explicarme. Pero ocurría, yeso era lo que real-
ra o no el sendero que me conduciría hacia mente importaba. Al menos llegué a distinguir
el Zen, todo me parecía de pronto tan ajeno, sin ayuda los tiros “buenos” de los “falsos”.
tan indiferente, que ya no me preocupaba. La diferencia cualitativa es tan grande que es
Varias veces quise hablar con el Maestro del prácticamente imposible pasarla por alto una
asunto, pero cuando abría la boca para em- vez experimentada. Exteriormente, para el
pezar perdía el valor; estaba convencido de observador, el tiro “bueno” se distingue por
que nunca oiría otra cosa que la misma mo- el amortiguamiento de la diestra cuando re-
nótona respuesta: “¡No pregunte, practique!” trocede, de modo que el cuerpo no es agita-
Dejé, pues, de preguntar y también me habría do por ninguna vibración. Además, después
gustado dejar de practicar, de no haber sido de los tiros “falsos” el aliento hasta entonces
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contenido es expelido explosivamente y no se en que lo habíamos hecho hasta entonces y,

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puede volver a inspirar con suficiente rapidez, sin dejarnos distraer por el blanco, esperar el
mientras que, después de un tiro “bueno”, el punto de mayor tensión hasta que el tiro “se
aliento brota sin esfuerzo hasta el final y el desprendiera”. Las delgadas flechas de bam-
aire es nuevamente inspirado sin premura. El bú volaron en la dirección correcta pero ni
corazón sigue latiendo uniformemente, tran- siquiera llegaron al banco de arena y mucho
quilamente, y con la concentración intacta se menos al disco que hacía de blanco; fueron a
puede ya esperar el segundo disparo. Pero, clavarse justo delante de él.
interiormente, es decir, para el arquero, los
tiros correctos tienen la virtud de hacerle sen- -Vuestras flechas no dan en el blanco -ob-
tir que el día acaba en realidad de comenzar. servó el Maestro- porque no llegan suficien-
Se siente en disposición de ánimo para todo temente lejos espiritualmente. Debéis actuar
correcto actuar y, lo que es quizá aún más im- como si la meta estuviera infinitamente lejos.
portante, para todo correcto no-actuar. Es un Entre los Maestros arqueros es bien sabido, y
estado realmente delicioso. Pero aquel que todos han hecho esa experiencia, que un buen
ha llegado a poseerlo, dijo el Maestro con una arquero puede disparar más lejos con un arco
sonrisa sutil, haría bien en poseerlo como si de mediana potencia que un arquero no-es-
no lo poseyera. Sólo la ecuanimidad ininte- piritual con el más potente de los arcos. Pues
rrumpida puede aceptarlo de tal manera que ello no depende del arco, sino de lá presencia
él no tema retornar. de espíritu, de la vitalidad y la conciencia con
que se dispara. Para liberar esta conciencia
-Bueno; al menos hemos pasado lo peor- espiritual en toda su potencia, debe ejecutar-
dije al Maestro, cuando me anunció que íba- se la ceremonia de manera distinta, así como
mos a comenzar con nuevos ejercicios. un buen danzarín baila.

-Aquel que tenga que andar cien millas Al hacerlo, los movimientos surgirán del
deberá considerar noventa la mitad del ca- centro, del lugar donde reside la respiración
mino -replicó, citando el proverbio-. Nuestro correcta. En vez de interpretar la ceremo-
nuevo ejercicio será disparar a un blanco. nia como algo que se hubiera aprendido de
memoria, deberá ser como si se la estuviera
Lo que hasta entonces había servido de blanco creando según la inspiración del momento,
receptor de las flechas no era más que un rollo de de modo que danza y danzarín sean una sola y
paja instalado sobre un soporte de madera, co- misma cosa. Cumpliendo la ceremonia como
locado a una distancia de dos flechas. El blanco una danza religiosa, la conciencia espiritual
verdadero en cambio estaba situado a una distan- podrá desarrollar plenamente toda su fuerza.
cia de unos dieciocho metros, sobre un banco de
arena elevado y de base ancha. La arena estaba No se hasta qué punto logré “danzar” la
amontonada contra tres paredes que, lo mismo ceremonia y de tal manera darle vida desde el
que el lugar destinado al arquero, era cubierto por centro. El radio de alcance de mis tiros ya no
un techo de tejas hermosamente curvado. Estas era demasiado corto, pero aun no conseguía
dos “galerías”, la que ocupa el arquero y la desti- que dieran en el blanco. Esto me llevó a pre-
nada al blanco, están unidas por altos tabiques de guntar al Maestro por qué nunca nos había
madera que separan del exterior el espacio desti- enseñado a hacer puntería. Debía existir, así
nado a esas extrañas actividades. por lo menos me parecía, una relación entre
El Maestro procedió a hacernos una de- el blanco y la punta de la flecha y por lo tanto
mostración de tiro al blanco y las dos flechas un método adecuado para dirigir la visual de
que lanzó fueron a clavarse en el disco negro. manera de afinar la puntería.
Luego nos ordenó que representáramos la
ceremonia exactamente en la misma forma -Naturalmente lo hay -dijo el Maestro- y
28

usted mismo puede hallar fácilmente el modo último podrá tener la absoluta seguridad de

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de afinar su puntería. Pero si acaba acertando no errar el tiro.
casi todos los tiros, no será más que un tram-
poso que se complace en exhibir su destreza. -Eso es precisamente lo que no consigo
Para el profesional que cuenta sus acier- meterme en la cabeza -le dije-. Creo com-
tos, el blanco es sólo un miserable disco de prender lo que usted quiere significar con la
papel que acribilla a flechazos. La Gran Doc- meta real, interior, en la que se debe hacer
trina considera esto algo definitivamente dia- blanco. Pero cómo puede acertarse la meta
bólico. La Gran Doctrina prescinde del blanco exterior, el disco de papel, sin que el arquero
que está situado a una determinada distan- tome puntería, y cómo los tiros “buenos” son
cia del arquero; sólo le interesa la meta, a la sólo confirmaciones exteriores de aconteci-
cual no se puede apuntar técnicamente, y la mientos interiores, son cosas cuya relación
denomina -si le da alguna denominación- el está sinceramente más allá de mis posibilida-
Buda. des de intelección.

Después de estas palabras, que pronunció -Usted se engaña -dijo el Maestro después
como si fueran evidentes en sí, nos pidió que de un momento- si se imagina que una com-
observáramos atentamente sus ojos cuando prensión, digamos aproximativa, de estas os-
disparara. Mientras representaba la ceremo- curas relaciones bastará para ayudarlo. Hay
nia sus ojos permanecían entornados, casi ce- procesos que van más allá de toda posibilidad
rrados, y no nos daba la impresión de que en de comprensión. No olvide que aun en la na-
realidad estuviera apuntando. turaleza existen relaciones prácticamente im-
posibles de desentrañar y sin embargo son tan
Obedientemente practicamos el disparo reales que nos hemos acostumbrado a ellas,
sin tomar puntería. Al principio no me pre- como si no pudieran ser de otra manera. Le
ocupé en absoluto por la dirección que toma- daré al respecto un ejemplo: es un problema
ban mis flechas y ni siquiera los aciertos oca- que he estudiado muchas veces. La araña teje
sionales me interesaban, pues sabía bien que su tela sin saber siquiera que existen moscas
en cuanto a mí se refería no eran sino pura que serán apresadas por ella.
casualidad. Pero al final este tirar al azar aca- La mosca, que revolotea indiferente en un
bó por hartarme y caí nuevamente en mi vieja rayo de sol, es apresada por la red sin saber
tentación de preocuparme. El Maestro simu- lo que le espera. Pero a través de la una y de
laba no notar mi inquietud, hasta que un día la otra actúa Ello y ambas están unidas exte-
le confesé lisa y llanamente que mi paciencia riormente e interiormente en la ocasión. Así
había llegado al límite. el arquero da en el blanco sin haber apunta-
do. Es todo lo que puedo decirle.
-Lo que pasa es que usted se preocupa
sin necesidad -me dijo el Maestro, para alen- Por más que esta comparación ocupara
tarme-. ¡Sáquese simplemente de la cabeza mis pensamientos -sin que pudiera por su-
la idea de acertar! Usted podrá ser todo un puesto considerarla una conclusión satisfac-
Maestro aunque sus tiros no den en el blan- toria -algo en mí se resistía a ser apaciguado y
co. no me dejaba seguir practicando serenamen-
te. Una objeción, que en el curso de las sema-
Los aciertos son sólo la prueba, la confir- nas siguientes había ido tomando cuerpo en
mación superficial de su falta de designio en mi mente, se agitaba imperiosamente en mí.
el punto máximo de tensión, de su desprendi- Pregunté pues al Maestro:
miento del ego, de su abandono de sí o como
quiera llamar a ese estado. Hay varios grados -¿No es al menos concebible que usted,
de maestría y sólo cuando haya alcanzado el después de sus largos años de práctica, levan-
29

te involuntariamente el arco y la flecha con asombro que la primera flecha se había alo-

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una seguridad de sonámbulo, de manera que jado exactamente en el centro geométrico del
aunque en el acto de tender el arco no apunte disco negro, mientras que la segunda había
conscientemente debe dar en el blanco; sim- astillado la punta de la primera y se había cla-
plemente no puede errar el tiro ? vado a su lado. No me atreví a arrancar las
flechas una a una y las llevé tal como estaban
El Maestro, ya acostumbrado a mis tedio- junto con el blanco. El Maestro las examinó
sas preguntas, sacudió la cabeza: con mirada crítica.

-No niego -dijo, después de un breve si- -El primer tiro -dijo- no fue una gran ha-
lencio- que pueda haber algo de verdad en lo zaña, pensará usted, porque después de to-
que usted dice. Enfrento la meta de modo tal dos estos años estoy tan familiarizado con el
que debo verla forzosamente, aun cuando no soporte del blanco que debo saber con preci-
haya dirigido voluntariamente mi mirada en sión, aun en la oscuridad más absoluta, don-
esa dirección. Por otra parte, sé que esta vi- de se halla el blanco. Puede ser y no trataré de
sión no es suficiente, no decide nada, explica, afirmar lo contrario. Pero la segunda flecha
ya que veo la meta como si no la viera. fue a clavarse prácticamente en la primera;
¿qué piensa usted de eso? Por mi parte se que
-Entonces tiene que poder acertar con los no he sido yo el autor de este tiro. Ello dispa-
ojos vendados - exclamé. ró y Ello acertó. ¡Inclinémonos pues ante la
meta como ante el Buda!
El Maestro me dirigió una mirada que me
hizo temer haberlo insultado y me dijo: Evidentemente el Maestro también ha-
bía “hecho blanco en mí” con ambas flechas;
-Venga a verme esta tarde. como transformado de la noche a la mañana
no volví a sucumbir a la tentación de pre-
Así lo hice. Me senté frente a él en un al- ocuparme por mis flechas ni por saber qué
mohadón. Me sirvió el té en silencio y perma- ocurría con ellas. El Maestro me indujo a per-
necimos así, sin hablar, un buen rato. El úni- severar en esta actitud no mirando jamás el
co ruido era el de la pava sobre los carbones blanco, sino simplemente observando al ar-
encendidos. Luego, el Maestro se incorporó quero, como si bastara con ello para obtener
y me hizo señas de que lo siguiera. La sala de la prueba (y la más precisa) de la calidad del
práctica estaba apenas iluminada. Me ordenó tiro y de sus resultados en el blanco. Cuando
que colocara una pequeña vela, larga y del- se lo pregunté, admitió sin titubear que así
gada como una aguja de tejer, en la arena si- era en efecto, y pude comprobar una y otra
tuada delante del blanco, pero de manera tal vez por mí mismo su seguridad de juicio en
que no arrojara ninguna luz sobre el soporte la materia, que no era ni un ápice inferior a
del blanco. la seguridad de sus disparos. De este modo,
mediante la concentración más profunda,
La oscuridad era tan densa que ni siquiera transfería a sus discípulos el espíritu de su
podía ver sus contornos y de no haber estado arte y no temo confirmar por mi propia expe-
allí la diminuta llama de la vela, quizá habría riencia -de la cual dudara en demasía- que la
podido adivinar la posición del blanco, aun- conversación de comunicación inmediata no
que sin ninguna precisión. El Maestro “dan- es una mera figura retórica sino una realidad
zó” la ceremonia. Su primera flecha surcó tangible. Había otra forma de ayuda que el
la densa penumbra y por el leve rumor que Maestro nos prestaba, al mismo tiempo, ya la
produjo supe que había dado en el blanco. que solía también referirse llamándola “tras-
El segundo disparo dio también en el blan- ferencia inmediata del espíritu”. Si yo había
co. Cuando iluminé el soporte descubrí con estado disparando continuamente en falso,
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el Maestro tomaba mi arco y disparaba unos buenos. Debe liberarse de las acechanzas del

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cuanto tiros. El progreso luego era franca- placer y del dolor y aprender a elevarse sobre
mente asombroso, como si el arco se dejara ellos en una ecuanimidad natural, a alegrarse
extender de distinta manera, más voluntaria- como si no hubiera sido usted quien dispa-
mente, más inteligentemente. Y esto no sólo ró con tanta perfección, sino otro cualquiera.
sucedía conmigo; hasta sus alumnos más an- Esto también debe practicarlo sin cesar; no se
tiguos y experimentados, hombres de todas imagina la importancia que tiene.
las procedencias y formas de vida, lo consi-
deraban ya algo establecido y se asombraban En esas semanas y meses atravesé por la
ante el hecho de que yo les hiciera preguntas experiencia más ardua de toda mi vida y no
como alguien que quiere estar bien seguro. me era nada fácil acceder a la disciplina que
Análogamente, ningún Maestro de esgrima se me imponía, hasta que llegué a compren-
puede ser apartado de su firme, inconmovi- der cuánto le debía. Ella destruyó los últimos
ble convicción de que cada una de las espadas vestigios de toda posible preocupación por
modeladas con tanto arte, trabajo y esmero, mi persona y las fluctuaciones de mis estados
asume el espíritu de su artífice quien, por lo de ánimo.
tanto, ejecuta su trabajo en traje ritual. Sus
experiencias son demasiado sorprendentes y -¿Comprende ahora -me dijo un día el
ellos mismos demasiado expertos como para Maestro, después de un disparo especialmen-
no percibir cómo reacciona una espada en te excelente- qué quiero significar con Ello
sus manos. dispara, Ello acierta ?

Cierto día el Maestro exclamó de pronto, -Me temo que ya no comprendo nada -res-
en el mismo momento en que el tiro “se dis- pondí-; hasta las cosas más simples se hacen
paraba”: confusas. ¿Soy yo quien tiende el arco o es el
arco el que me tiende en el estado de mayor
-¡Allí está! ¡Inclínese ante la meta! tensión? ¿Soy yo quien da en el blanco o el
blanco el que da en mí? Es el Ello espiritual
Cuando miré luego el blanco (desgracia- cuando es vislumbrado por los ojos del cuer-
damente no pude evitarlo) vi que la flecha po y corpóreo cuando es visto por los ojos del
apenas había rozado el borde. espíritu; ambas cosas o ninguna ? Arco, meta
y ego, todos se han fundido inextricablemen-
-Fue un tiro perfecto -dijo el Maestro- y es te entre sí y ya no puedo separarlos pues, tan
así como debe empezar. Pero basta por hoy; pronto como tomo el arco y disparo, todo se
de otro modo se afanaría en el segundo tiro y vuelve tan claro, tan recto y tan ridículamen-
estropearía tan buen comienzo. te simple. . .

Ocasionalmente varios de estos tiros co- -¡Al fin! -me interrumpió-. ¡Ahora sí que
rrectos se sucedían íntimamente encadena- la cuerda del arco se ha tendido a través de
dos los unos a los otros y daban en el blanco, usted!
excepto, naturalmente, la gran mayoría, que
se frustraba. Pero si alguna vez mi rostro re-
flejaba la más mínima señal de satisfacción,
el Maestro se volvía hacia mí con inusitada
violencia:

-¿Qué está pensando? -exclamaba-. Ya


sabe que no debe lamentarse por los malos
tiros; aprenda ahora a no regocijarse con los
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VII nos extendieron los diplomas de Maestros en

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el acto. El Maestro, ataviado con una túnica
de suprema magnificencia, puso un broche
Habían transcurrido más de cinco años de oro a la prueba con dos tiros magistrales.
cuando el Maestro nos propuso presentarnos Algunos días después mi esposa recibía en un
al examen de graduación. certamen público el título de Maestro en el
Arte del Arreglo Floral.
-No es cuestión simplemente de que de-
mostréis vuestra habilidad -explicó-. Se A partir de ese momento, las lecciones to-
asigna un valor aún mayor a la conducta es- maron distinto cariz. Dándose por satisfecho
piritual del arquero, hasta a su más mínimo con unos pocos tiros de práctica, el Maestro
ademán. Espero que sobre todo no os dejéis procedía a exponer la Gran Doctrina y su vin-
confundir por la presencia de espectadores, culación con el arte de la arquería y a adap-
que cumpláis la ceremonia sin perturbaros, tar sus fundamentos a la etapa a la que hasta
como si estuviérais solos. entonces habíamos llegado. Aunque se valía
de misteriosas imágenes y de oscuras metá-
Durante las semanas siguientes trabaja- foras, la más pequeña insinuación bastaba
mos sin pensar en el examen, ni siquiera se para que comprendiéramos lo que quería
dijo una palabra sobre el tema ya menudo decir. Se refirió especialmente al “arte sin ar-
la clase era interrumpida después de unos tificio”, que debe ser la meta de la arquería
pocos disparos. En cambio, se nos invitó a si ésta desea alcanzar la perfección. “Sólo de
representar la ceremonia en nuestras casas, aquel que puede disparar con el cuerno de la
ejecutando sus posturas y etapas con especial liebre y el pelo de la tortuga y puede acertar el
cuidado de que la respiración fuera profunda centro sin arco (cuerno) ni flecha (pelo), sólo
y correctamente realizada. de él puede decirse que es Maestro en el más
alto sentido de la palabra, Maestro del arte
Practicamos como se nos había dicho y sin artificio. En realidad es él mismo arte sin
descubrimos que apenas nos hubimos acos- artificio y por ende Maestro y no-Maestro en
tumbrado a “danzar” la ceremonia sin arco uno. En este punto la arquería, considerada
ni flecha, comenzamos a sentirnos excepcio- el movimiento inmóvil, la danza no bailada,
nalmente concentrados desde los primeros penetra en la Doctrina Zen.”
pasos. Esta sensación se hacía más eviden-
te cuanto más cuidado poníamos en facili- Cuando le pregunté cómo podríamos ha-
tar el proceso de concentración mediante cer para prescindir de él cuando volviéramos
el relajamiento del cuerpo. y cuando, en el a Europa, me contestó:
momento de la lección, practicábamos nue-
vamente, pero en ese caso con flecha y arco, -Su pregunta ha sido ya contestada cuando
comprobábamos que los ejercicios hechos le hice pasar el examen. Ha alcanzado ya un
en nuestras casas eran tan fructíferos que estadio en el cual Maestro y alumno no son ya
desde entonces pudimos lograr sin mayor dos personas sino una. Puede alejarse de mí
esfuerzo el estado de “presencia de espíri- cuando quiera. Aunque anchos mares nos se-
tu”. Nos sentíamos tan seguros de nosotros paren, estaré desde ahora siempre con usted,
mismos que esperábamos ansiosos, pero se- cada vez que practique lo que ha aprendido
renos y ecuánimes, el gran día de la prueba y conmigo. No necesito pedirle que persevere
la presencia de público. practicando regularmente, que no suspenda
las prácticas por ningún motivo, sea cual fue-
Pasamos el examen con tal holgura que el re, y que no deje pasar un día sin representar
Maestro no tuvo que reclamar indulgencia a la ceremonia, aun sin arco ni flecha, o al me-
los espectadores con una sonrisa turbada y se nos sin haber respirado adecuadamente. No
32

necesito pedírselo porque sé que nunca podrá VIII

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ya renunciar a esta arquería espiritual. Nun-
ca me escriba una palabra sobre ella, pero
envíeme alguna fotografía de vez en cuando Después de todo lo dicho, mucho me temo
para que yo pueda ver cómo tiende el arco. que haya nacido en la mente de algunos lecto-
Me bastará con eso para saber todo cuanto res la sospecha de que, puesto que la arquería
necesitaré saber. ha perdido su importancia en los combates
de hombre a hombre, sólo ha podido sobrevi-
-Sólo debo advertirle una cosa -continuó-. vir como una forma extremadamente sutil y
En el curso de estos años usted se ha conver- elaborada de espiritualidad y por ende subli-
tido en otra persona pues es esto precisamen- mada de un modo no muy saludable. No creo
te lo que el arte de la arquería significa: una que pueda censurarlos por entenderlo así.
contienda profunda y trascendente del ar-
quero consigo mismo. Quizás usted apenas lo De ahí que deba insistir una vez más en que
haya notado, pero lo sentirá profundamente las artes japonesas, entre las cuales se cuen-
cuando vuelva a su país y se encuentre con ta el arte de la arquería, no han sido puestas
sus amigos y sus relaciones; las cosas con bajo la influencia de la Doctrina Zen en épo-
ellos ya no armonizarán como antes. Verá cas recientes, sino que lo han estado durante
con otros ojos y medirá con otras medidas. siglos. En realidad, un Maestro arquero de
Me ha ocurrido a mí también y les sucede a aquellos lejanos tiempos, de haber sido pues-
todos cuantos son tocados por el espíritu de to a prueba en tal sentido, no habría podido
este arte. decir nada sobre la naturaleza misma de su
arte que fuera radicalmente distinto de lo que
En el momento del adiós (y no del adiós, puede decir un Maestro de nuestra época,
sin embargo) el Maestro me entregó su mejor para quien la Gran Doctrina es una realidad
arco: viviente. A través de los siglos el espíritu de
este arte se ha mantenido sin variantes, tan
-Cuando dispare con este arco -dijo- sen- poco alterable como la Doctrina Zen misma.
tirá cerca de usted el espíritu del Maestro.
¡No lo ponga en manos de curiosos! y cuan- A fin de disipar cualquier duda -que, bien
do haya llegado más allá de él, no lo guarde lo sé por experiencia propia, sería más que
como una reliquia o un recuerdo. Destrúyalo, comprensible- propongo, con el propósito de
de modo que nada quede de él, salvo un pu- comparar, que echemos una mirada a otra
ñado de cenizas. de estas artes cuya significación marcial no
puede ser negada ni siquiera hoy: el arte de
la esgrima. Lo propongo no sólo porque el
Maestro Awa era también un excelente esgri-
mista “espiritual” sino también, y sobre todo,
porque existe un documento literario de capi-
tal importancia, que data de la época feudal,
en la que la caballería estaba en su apogeo y
los Maestros esgrimistas debían demostrar
su habilidad de la manera más irrevocable, a
riesgo de perder la vida. Me refiero al trata-
do del gran Maestro Zen Tawuan, titulado La
comprensión inmutable, donde se estudia in
extenso la relación que une a la Doctrina Zen
con el arte de la esgrima y la práctica de tor-
neos de espadachines. No sé si éste es el único
33

documento que expone la Gran Doctrina de ve parte de la perdida confianza en sí mismo

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la Esgrima con tanto detalle y tanta origina- y piensa que se está acercando a la meta an-
lidad, y menos aún si existen testimonios si- helada. El instructor piensa, sin embargo, de
milares sobre el arte de la arquería. Sea como muy distinta manera, y -afirma Takuan- está
fuere, es verdaderamente una suerte que se en lo cierto, pues toda la habilidad del princi-
haya conservado este notable informe de piante sólo lo conducirá a que “su corazón sea
Takuan y un gran servicio el que ha rendido arrebatado por la espada”.
D. T. Suzuki al traducir en forma más o me-
nos completa esta carta de un famoso maes- No obstante, los primeros pasos de la ins-
tro de esgrima, poniéndola así al alcance de trucción no pueden ser impartidos de modo
un gran sector de lectores4. distinto y este sistema es el más apropiado
Ordenando y resumiendo dicho material para el principiante, aunque no conduzca ha-
a mi manera, intentaré explicar en la forma cia la meta, cosa que el instructor no ignora.
más sucinta y clara posible qué se entendía El hecho de que el alumno no pueda conver-
en el pasado por esgrima y qué, según opi- tirse en maestro de esgrima a pesar de su celo
nión unánime de los grandes maestros, debe y aun a pesar de su habilidad natural, es más
entenderse por ello en la actualidad. que comprensible. Pero, ¿qué razón hay para
que él, que desde hace tiempo ha aprendido a
Entre los Maestros de esgrima y en base a no dejarse arrebatar por el calor del comba-
su propia experiencia ya la de sus discípulos, te, y sí a mantenerse sereno, a conservar sus
se da por descontado que el principiante, por energías, y que ahora ya se siente preparado
más fuerte y belicoso que sea y por más vale- para entablar largos combates, y que difícil-
roso e intrépido que se sienta al principio, no mente pueda hallar en su medio un adversa-
bien comienza sus lecciones pierde no sólo su rio que lo iguale, juzgado por standards más
conciencia de sí sino inclusive la confianza en elevados, fracase a último momento y sea in-
sí mismo. Llega a conocer todas las posibili- capaz de todo progreso?
dades técnicas que pueden poner en peligro
su vida en el combate y aunque no tarda en La causa -siempre según Takuan- reside
mostrarse capaz de concentrar su atención al en el hecho de que el alumno no puede de-
máximo de mantener una penetrante vigilan- jar de observar a su antagonista ni lo que éste
cia sobre su adversario, de rechazar correc- hace con su espada; que constantemente está
tamente sus ataques y de lanzar estocadas pensando en cuál será la mejor manera de
efectivas, está en realidad en peores condi- atacarlo, esperando el momento de hallarlo
ciones que cuando, mitad en broma y mitad desprevenido. En resumen, lo que ocurre es
en serio atacaba al azar de la inspiración del que está dependiendo todo el tiempo de su
momento y según se lo sugiriera el rigor y el arte y de sus conocimientos. Al hacerlo -ase-
regocijo del combate. Ahora, en cambio, se vera Takuan- pierde su “presencia de ánimo”,
ve obligado a admitir que está a merced de la estocada decisiva llega siempre demasiado
todo aquel que sea más fuerte, más ágil y más tarde y es incapaz de “volver la espada de su
diestro que él. No ve, pues, otra salida que la adversario contra el que la empuña”. Cuanto
práctica incesante y su instructor tampoco más trata de hacer que dependa la excelen-
puede aconsejarle otra cosa por el momento. cia en el manejo de la espada de su propia
Así, el principiante se dedica de lleno a supe- reflexión, de la utilización consciente de su
rar la habilidad de los otros y aun la propia; habilidad y su experiencia y tácticas de lucha,
adquiere una técnica brillante que le devuel- más inhibe el libre “trabajo del corazón”. ¿Qué
debe, pues, hacerse? ¿Cómo se espiritualiza
la habilidad y cómo el supremo control de la
4. Daisetz T. Suzuki, Zen Buddhism and its Influ- técnica se convierte en arte magistral del ma-
ence on Japanese Culture, Kyoto, Sociedad Budis- nejo de la espada? Según se nos informa, esto
ta Oriental, 1938.
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sólo es posible mediante el desprendimiento palo en la espalda. Cuando estaba barriendo,

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de sí mismo y la liberación de todo designio el mismo golpe estallaba en su espalda, sin que
por parte del alumno. Debe enseñársele a pudiera atinar a saber de dónde venía. Perdió
desprenderse no sólo de su adversario sino la tranquilidad y la paz de espíritu; tenía que
también de sí mismo. Debe superar la etapa estar constantemente sobre el “quién vive”. Pa-
en que se halla y dejarla para siempre atrás, saron algunos años antes de que pudiera sor-
aun a riesgo de un fracaso irreparable. tear con astucia y agilidad los golpes, vinieran
de donde viniesen, pero el Maestro aun no pa-
¿No suena todo esto tan absurdo como la recía satisfecho con los progresos del alumno.
exigencia de que el arquero deba acertar sin Un día, el Maestro estaba tranquilamente coci-
tomar puntería, deba despreocuparse total- nando sus verduras en el fuego cuando el joven
mente de la meta y de su intención de dar en decidió aprovechar la oportunidad y armándo-
el blanco? Conviene, no obstante, recordar se de un enorme palo lo dejó caer sobre la ca-
que la esgrima magistral, cuya esencia descri- beza del Maestro que estaba inclinado sobre la
be Takuan, se ha vindicado en mil contiendas. olla revolviendo su contenido, pero el palo fue
El papel del instructor no es señalar el cami- ágilmente detenido con la tapa de la olla. Esto
no en sí, sino permitir al alumno adquirir una iluminó al joven sobre los secretos del arte que
clara percepción de este camino hacia la meta hasta entonces le habían sido vedados. Por pri-
mediante su adaptación a las características mera vez tuvo conciencia de la extraordinaria
individuales del sujeto. De ahí que comenza- bondad del Maestro5.
rá adiestrándose para evitar instintivamente
los ataques, aun cuando éstos lo tomen com- El alumno debe desarrollar un nuevo sen-
pletamente por sorpresa. D. T. Suzuki des- tido o, más exactamente, una nueva vigilancia,
cribe, en una deliciosa anécdota, el método un nuevo estado de alerta de todos sus senti-
asombrosamente original empleado por un dos, que le permita evitar las estocadas más
instructor para cumplir esta difícil tarea: peligrosas como si las sintiera venir. Cuando
ha llegado a dominar este arte de eludir los
El Maestro de esgrima japonés emplea a veces golpes ya no necesita observar con vigilante
el método Zen de adiestramiento. Cierta vez un atención los movimientos del adversario ni
alumno pidió a un Maestro que lo instruyera de varios adversarios a la vez. Más bien, ve
en el arte de la esgrima, y éste, que llevaba una y siente lo que va a suceder y al mismo tiem-
vida recoleta en su choza en la montaña, acce- po ha eludido ya su efecto sin que medie “el
dió. Le asignó la tarea de ayudarlo a cortar y grosor de un cabello” entre la percepción pro-
recoger leña, acarrear agua de una fuente cer- piamente dicha y el acto de esquivar. Es esto,
cana hacer el fuego, cocinar arroz, barrer las pues, lo que importa: una reacción veloz que
habitaciones, cuidar el jardín y encargarse de no necesite ya de la observación consciente.
todos los trabajos domésticos mas no le impar-
tía ninguna enseñanza regular o técnica en el Al menos en este sentido el alumno se
arte de la esgrima. Pasado un tiempo, el joven independiza de todo designio consciente, lo
comenzó a impacientarse ya que en efecto no cual es ya un gran progreso.
había acudido al anciano para ser su sirviente
sino para aprender el manejo de la espada. De Lo más difícil y de una importancia real-
ahí que un día se decidiera y hablara al respec- mente decisiva es hacer que el alumno deje
to con el Maestro, pidiéndole que empezase de pensar en el comportamiento de su ad-
realmente a enseñarle. El Maestro consintió. versario y de observarlo; toma en serio su
Lo que el joven ganó con ello fue que ya no “no-observación” y sabe controlarse en todo
pudo trabajar tranquilo; en las primeras ho-
ras de la mañana, cuando empezaba a cocinar
arroz, aparecía el Maestro y lo golpeaba con un 5. Daisetz T. Suzuki, Zen Buddhism and its Influ-
ence on Japanese Culture, págs. 7 y 8.
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momento, pero no nota que, al concentrar su el yo y el tú, sobre el adversario y su espada, la

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atención en sí mismo, se ve inevitablemente propia espada y cómo blandirla y manejarla
como el combatiente que a cualquier costo y aun sobre la vida y la muerte. “Todo es va-
tiene que evitar observar a su antagonista. cuidad: el propio yo, la espada centelleante y
el brazo que la esgrime. Aun el pensamiento
Haga lo que hiciere, sigue teniéndolo se- mismo de la vacuidad ya no está allí.” De esta
cretamente presente. Sólo en apariencia se ha vacuidad absoluta, afirma Takuan, “surge el
desprendido de él y cuanto más se esfuerza más maravilloso replegamiento del hacer”.
por olvidarlo, más íntimamente se liga a él.
Y lo que es así en cuanto a la arquería y la
Se necesita una sutil guía psicológica para esgrima, también lo es aplicado a las demás
convencer al alumno de que no ha ganado artes. De ahí que la maestría en la pintura tra-
nada fundamental con esta desviación de su dicional japonesa sólo pueda lograrse cuan-
atención. Debe aprender a no prestar aten- do la mano, dueña ya su técnica, ejecuta lo
ción a su persona de la misma resuelta mane- que “ronda” ante el ojo del pensamiento en el
ra en que no tiene en cuenta a su antagonista, mismo instante que el pensamiento comien-
y despojarse radicalmente de todo propósito, za a concebirlo, sin que medie entre ellos el
abstraerse también visualmente de sí. Como grosor de un cabello. La pintura se convierte
en la arquería, se requiere suma paciencia y entonces en una caligrafía. Aquí también las
práctica, pero una vez que esta práctica ha instrucciones -en este caso del pintor- po-
conducido al adepto a la meta, desaparece el drían ser: pase diez años observando bam-
último vestigio de autovisión en una definiti- búes, conviértase usted mismo en un bambú,
va y radical abstracción de sí. luego olvide todo y póngase a pintar.

Este estado de desprendimiento es se- El Maestro de esgrima es tan incons-


guido automáticamente por una forma de ciente de sí mismo como el principiante. La
conducta que muestra una sorprendente indiferencia que perdió al comienzo de su
semejanza con la etapa anterior, de evasión instrucción, la recupera al final como una ca-
instintiva. Así como en esta etapa no había el racterística indestructible. Pero, a diferencia
grosor de un pelo entre la percepción de la es- del principiante, se mantiene en reserva, es
tocada y el acto de esquivarla, no existe aquí calmo y modesto y no siente el menor deseo
tampoco ninguna transición entre la evasión de exhibirse. Entre las etapas del aprendizaje
y la acción. En el momento mismo de la eva- y las de la maestría hay luengos años de in-
sión el combatiente se recoge para golpear y fatigable práctica. Por influencia de la Doc-
como un relámpago se produce la estocada trina Zen, su pericia se hace espiritual, y él
mortal, segura, irresistible. Es como si la es- mismo, cada vez más libre mediante la lucha
pada se manejara a sí misma, y así como de- espiritual, es transformado. La espada que a
cimos en la arquería que Ello apunta y acierta partir de ese momento se ha convertido en su
aquí también Ello sustituye al ego actuando “alma”, ya no sale fácilmente de su vaina; sólo
con una facilidad y una destreza que el ego la desenfunda cuando es inevitable hacerlo.
sólo es capaz de adquirir mediante el esfuerzo De este modo puede suceder que evite com-
consciente. También aquí Ello es sólo el nom- batir con un adversario indigno, un fanfarrón
bre de algo que no puede ser comprendido ni que se jacta de sus músculos, aceptando con
aprehendido y que sólo es revelado a quienes risueña indiferencia la acusación de cobardía;
lo han experimentado. mientras que, por estima a su contrincante,
insistirá en un combate que no puede tener
La perfección en el arte de la esgrima se otro resultado que su muerte de un modo
alcanza, según Takuan, cuando el corazón honorable. Éstos son los sentimientos que
deja de preocuparse por pensamientos sobre gobiernan el ethos del samurai, el incompa-
36

rable “sendero del samurai” conocido con el ta y Maestro en el arte de la época del Shogun

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nombre de Bushido, pues muy por encima de Tokugawa Iemitsu. Cierto día, uno de los guar-
todo lo demás -victoria, fama, y hasta la vida dias personales del Shogun se presentó ante
misma- se halla la “espada de la verdad”, que Tajima-no-kami y le pidió que lo instruyera.
lo guía y lo juzga.
El Maestro dijo: -Según puedo ver usted parece
Como el principiante, el Maestro de esgri- ser ya un Maestro de esgrima. Dígame, por fa-
ma es intrépido, pero a diferencia de él se tor- vor, a qué escuela pertenece antes de que enta-
na cada día menos accesible al miedo. Años blemos nuestra relación de Maestro y alumno.
de incesante meditación le han enseñado El guardia respondió: -Me avergüenza confe-
que la vida y la muerte son en el fondo lo sar que nunca he aprendido el arte.
mismo y pertenecen al mismo estrato de rea- -¿Se burla de mí? Soy Maestro del honorable
lidad. Ya no sabe ni del miedo a la vida ni del Shogun y sé que mi “ojo” no falla.
terror a la muerte; vive -y esto es plenamente -Lamento ofender su honor, pero realmente no
característico de la Doctrina Zen- suficiente- sé absolutamente nada.
mente feliz en el mundo, pero está dispues-
to a abandonarlo en cualquier momento, sin La resuelta negativa del visitante hizo que el
que le inquiete en absoluto la idea de la muer- Maestro meditara un instante y luego:
te. Por algo los samurai han elegido el frágil
capullo del cerezo como su símbolo más au- -Si así dice, así debe ser; sin embargo, estoy se-
téntico. Como un pétalo desprendido bajo el guro de que usted es Maestro de algo, aunque
sol matinal y que flota serenamente hacia la no acierto a precisar de qué.
tierra, así el intrépido debe desprenderse de -Ya que insiste, se lo diré. Hay algo de lo cual
la vida, silencioso e interiormente impasible. puede decirse que soy un maestro completo.
Cuando aún era un niño, pensé que en mi con-
Estar libre del temor a la muerte no sig- dición de samurai no debía, en ninguna cir-
nifica fingir ante uno mismo, en los buenos cunstancia, temer a la muerte y he luchado con
momentos, que no se temblará en presencia el problema de la muerte durante años, hasta
de la muerte y que nada hay que temer. An- que dejó de preocuparme. ¿Será esto lo que
tes bien, quien domina tanto la vida como la usted intuye?
muerte, está exento de todo tipo de miedo -Exactamente -exclamó Tajima-no-kami- eso
hasta el punto de que ya no sabe siquiera qué es lo que quería decir. Me alegro de no haber-
es ni cómo es el miedo. Quienes no conocen me equivocado, pues los secretos últimos de la
el poder de la meditación rigurosa y prolon- esgrima residen también en liberarse del pen-
gada, no tienen idea de las grandes conquis- samiento de la muerte. He adiestrado centena-
tas sobre uno mismo que ella permite lograr. res de alumnos pero hasta la fecha no he halla-
De cualquier manera el Maestro, cuando ha do ninguno que merezca realmente el título de
llegado a la perfección, demuestra en todo Maestro. Usted no necesita adiestramiento, es
momento su valor, no a través de las pala- ya un Maestro.
bras, sino en su misma conducta; basta con
mirarlo para sentirse profundamente afecta- Desde la más remota antigüedad la sala de
do por ella. Esa intrepidez inconmovible sig- práctica donde se aprende el arte de la esgri-
nifica maestría y la maestría en la naturaleza ma es denominada “Lugar de la Iluminación”.
misma de las cosas, es algo que pocos pueden Todo Maestro que practica un arte moldeado
alcanzar. En prueba de ello citaré un pasaje por la Doctrina Zen es como un relámpago
del Hagakure, que data de mediados del siglo nacido de la nube de la Verdad Omnímoda.
XVII: Esta Verdad está presente en el libre movi-
miento de su espíritu y la encuentra una vez
Yagyu Tajima-no-kami era un gran esgrimis- más en Ello como su propia esencia original
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e innominada. Encuentra esta esencia una y

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otra vez como las posibilidades extremas de
su propio ser, de manera que la Verdad asume
para él -y para otros a través de él- mil formas
y aspectos. A pesar de la rigurosa disciplina a
la que se ha sometido con paciencia y humil-
dad, aun está lejos de hallarse tan penetrado
e iluminado por la Doctrina que pueda sen-
tirse sostenido por ella en todo cuanto hace,
de manera que su vida esté hecha sólo en mo-
mentos perfectos. La libertad suprema aun
no se ha convertido para él en una necesida.
Si es atraído irresistiblemente hacia la meta,
debe emprender de nuevo su camino, tomar
el sendero del arte sin artificios. Debe atrever-
se a penetrar en el Origen, a fin de vivir con
la Verdad y en la Verdad, como alguien que
se ha vuelto uno con ella. Debe convertirse de
nuevo en alumno, en principiante; conquis-
tar el último y más arduo tramo del sendero,
sufrir nuevas transformaciones. Si sobrevi-
ve a sus riesgos, entonces su destino estará
cumplido y contemplará de frente la Verdad
intacta. La Verdad está más allá de todas las
virtudes, el Origen informe de los orígenes, el
Vacío que es el Todo; es absorbido por él y de
él emerge, renacido.

[La primera edición de este libro fue publicada


en idioma alemán: Eugen Herrigel, Zen in der
Kunst des Bogenschiessens. Münich: Barth-
Verlag, 1953. La traducción es de Gustav Bei-
chel :: Supervisó: W., 2009]
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Eugen Herrigel señaba en la Universidad de Erlangen, Herri-

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gel escribió un breve relato sobre la experien-
cia. Pese a no ser un tratado –o justamente por
Eugen Herrigel nació cerca de Heidelberg en eso–, el texto despertó mucho interés, tanto en
1884. En la universidad de esa ciudad alema- Europa y América como en Japón, y Herrigel
na estudió primero teología y luego filosofía. decidió ampliarlo incluyendo lo que la pers-
Su pensamiento tenía afinidad con la escuela pectiva del tiempo y otras lecturas sobre el Zen
de los neokantianos pero, según él mismo de- le habían hecho comprender de la experiencia.
claró, «al mismo tiempo sentía una presión in- La primera edición de Zen en el arte de tiro
terna que me acercaba al misticismo»; es pro- con arco se publicó en 1953; Herrigel murió en
bable que se refiriera al misticismo de Meister 1955.
Eckhart (1260-1327) y que a través de él haya En 1960, cuando sus familiares dieron a cono-
llegado al Zen. Seguramente, los libros de Dai- cer otros escritos bajo el título de El Método
setz T. Suzuki (1870-1966; pionero introductor Zen, su primer libro ya se había convertido en
de la filosofía Zen en Occidente) deben de ha- un clásico, tanto para los conocedores de la fi-
ber incentivado esa atracción. losofía oriental como para los que comenzaban
En 1924, entre la primera y segunda guerra a descubrirla.
mundial, cuando el profesor Herrigel obtuvo Más que un tratado sobre arquería, este libro
una cátedra en la Universidad Imperial de To- es una introducción directa y certera al cora-
hoku (Sendai) para enseñar historia de la filo- zón de filosofía Zen.
sofía occidental, quiso aprovechar su estadía
en Japón para profundizar sus conocimientos
de budismo Zen. Otro colega, el profesor Ko-
machiya Sozo (1893-1979), le sugirió hacerlo a
través de la práctica de algún arte marcial o ex-
presión artística. Como en su juventud Herrigel
se había ejercitado en el disparo de armas de
fuego –y no sin cierto escepticismo– comenzó
a tomar clases de kyudo (arquería).
El maestro elegido, Kenzo Awa (1880-1939),
también instructor del profesor Komachiya,
era un arquero de quien se decía que si reali-
zaba cien disparos era capaz de clavar cien fle-
chas en el blanco. Si bien Awa nunca se refería
verbalmente al Zen, consideraba «la arquería
como una religión» y sus enseñanzas estaban
imbuidas tácitamente de esa actitud espiritual
de desprendimiento que caracteriza a la Mag-
na Doctrina. Con Herrigel fue muy estricto: re-
cién después del tercer año le permitió dejar de
disparar al interior de un cilindro lleno de es-
topa a dos metros de distancia y hacerlo hacia
un blanco ubicado a veintiocho metros. Ambos
se comunicaban a través de Komachiya. A él se
atribuye la inclusión de ciertos conceptos fa-
miliares a la doctrina Zen ante los insistentes
pedidos de Herrigel de que le ampliara algunas
lacónicas respuestas de Awa.
En 1929, al regresar a Alemania, mientras en-
Arquero x Hokusai
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