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¿Quién gobierna? Entre otras cosas el que manda y es obedecido, posea o no el título
formal de gobernante. Si en el Distrito Federal se implanta un programa universal de
ayuda a las personas de la tercera edad porque así lo determinan los valores y
compromisos de la fuerza partidista que ganó el voto mayoritario de los capitalinos y si,
a pesar de todos lo remilgos y críticas escandalizadas, ese mismo programa empieza a
aplicarse en el Estado de México y otras entidades, ¿quién determina lo que ha de
hacerse en esos otros estados? Si en una situación de estancamiento político y
embriaguez salinista del poder, surge un ejército de indios enarbolando la bandera de la
democracia, y eso obliga a la clase política a procesar urgentemente una reforma de las
instituciones electorales ¿quién gobernó México hacia mediados de 1994, Carlos
Salinas o el EZLN?
Gobierna el que puede dirigir, el que determina el rumbo. Ahora que Calderón recree el
programa salinista frente a la ilegitimidad y comience a derrochar populismo para
intentar quitar base social al Frente Amplio Progresista, ¿quién será el que en el fondo
establezca la agenda y las prioridades? La gestión panista aunque desde el punto de
vista legal pareciera una serie de actos de gobierno, será en realidad una secuencia de
gestos de resistencia frente a la fuerza del poder real: el de AMLO y todos nosotros.
Se gobierna aun sin los títulos jurídicos que santifican la función, pero hay que
reconocer que la labor, en esas condiciones, es mucho más azarosa y frágil. El impulso
es intermitente y la más mínima caída en las fuerzas propias, la más pequeña
distracción, ocasionan el sometimiento a los poderes formales. Por eso, el que gobierna
desde la sombra tiene que llegar a poseer también la ley. El camino para ello, sin
embargo, no consiste en cobijarse sin más en las instituciones jurídicas ya dadas, pues
ello significaría, justamente, disminuir la fuerza social-gubernamental propia. La vía es
hacerse de la posición legal creando una nueva legalidad.
El conflicto es ahora, en México, gobierno contra gobierno. Ello no quiere decir
enfrentamiento armado, como tranquilizadoramente quisieran pensarlo los panistas,
pues solamente ellos están en posición de someter violentamente a todos. No, se trata
del choque, no en términos jurídicos, sino, en primer lugar, sociales; de dos maneras de
entender el mandar-obedecer, el conducir los destinos comunes. Una, la de El Yunque,
basada en la administración de expectativas, es decir, en la constante presencia del
miedo y la inmediatez, en todos los terrenos, para que siempre estemos, día a día,
atenidos al poder y sus señales, sus enigmas y arbitrariedades. La otra, la del Frente
Progresista, una gobernabilidad que no quiere dosificar expectativas, sino producir
resultados tangibles y, sobre todo, someterse al control de los ciudadanos, pues esta
gobernabilidad es, precisamente, la de los hombres libres, es decir, la de los que se
gobiernan cada uno en primer lugar a sí mismos.
Para el Frente Amplio Progresista, para Andrés Manuel López Obrador y para todos
nosotros, resistir hoy es gobernar.