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Resistir es gobernar

Publicado en 04 | 212 / octubre 2006 | de la Fuente Lora, Gerardo | La Nación

¿Es la ley, sin más, la que determina quién gobierna?

En su ya clásico Ideología y aparatos ideológicos de Estado, Louis Althusser alertó


acerca de la tendencia a confundir las categorías del análisis político-social, con las
nociones jurídicas, Particularmente, enfatizó que el aparato del Estado, en las
sociedades contemporáneas, está compuesto por una pluralidad de dispositivos
orientados a la reproducción de la dominación de una clase sobre las otras,
independientemente del régimen de propiedad legal que los caracterizara. Así, las
iglesias o las instituciones de educación públicas o privadas, así como las
organizaciones empresariales y la mayoría de los partidos políticos, serían componentes
funcionales del entramado de recreación del sometimiento social, tanto en su dimensión
objetiva -la dependencia salarial- como subjetiva -el considerar como natural la
subalternidad-, tanto si estaban conformados por miembros o accionistas particulares,
como si sus bienes fuesen posesiones públicas.

La lección althusseriana es de evidente pertinencia en nuestro país, donde durante


decenios la mayoría de los sindicatos, organizaciones populares y campesinas formaron
parte, desembozadamente, del aparato de Estado. Lo mismo puede decirse de los
medios masivos de comunicación. Televisa ha sido y es el Ministerio de las Conciencias
encargado de reproducir la subjetividad funcional al poder, independientemente del
eufemismo relativo al tipo de propiedad de sus acciones. ¿Por qué el Estado mexicano
nunca se comprometió realmente con el objetivo de contar con medios propios -
incluyendo el affair Imevisión? Porque de hecho siempre los tuvo; "el canal de las
estrellas" le es consustancial. Consideraciones semejantes podrían hacerse en relación al
nexo de la iglesia con el poder: la separación consagrada legalmente en el siglo XIX, no
tardó en volverse acoplamiento funcional en la centuria siguiente. Incluso, ámbitos
ubicados no sólo en la esfera de lo privado, sino ya de plano en la ilegalidad jurídica,
como el narcotráfico, pueden, sin embargo, ser elementos de lo estatal desde el punto de
vista del análisis político social, como se constata en muchas áreas serranas del norte del
país, donde las tareas de gobernanza y organización han sido asumidas directamente por
los cárteles, con el beneplácito más o menos embozado de los poderes "legalmente
constituidos".

El estatus formal de algo, pues, puede no corresponder a su situación político-social


efectiva. Podría irse más allá y afirmar que el significado real de las formalidades
establecidas por las leyes depende en cada momento del estado de la lucha social en que
acontecen. En este marco podrían ocurrir fenómenos inversos a los que citábamos en el
párrafo anterior, es decir, podría suceder que componentes aparentemente estatales,
fueran sin embargo privados o, bien, incluso, que adquiriesen un estatuto nuevo: que
fuesen sociales, autónomamente sociales. El área de la administración pública dedicada
al fomento económico, así como buena parte del manejo monetario, han sido
abiertamente privatizados, son de acceso exclusivo para ciertos grandes capitalistas, aun
cuando la letra de la ley diga que se trata de instituciones públicas. O bien, un caso
mucho más interesante, las universidades públicas: la UNAM, en primer lugar, aun
cuando el código diga que se trata de un aparato del Estado, dedicado en principio a la
reproducción del orden social en cuanto tal, ha llegado a ser apropiada por la sociedad
como una herramienta de emancipación y de cambio de la subjetividad. Aunque desde
luego, ese carácter autónomo nunca está garantizado para siempre toda vez que depende
de correlaciones sociales de fuerzas y no únicamente de lo asentado en lo legal. El
precepto althusseriano -no confundir lo jurídico con lo político-social- vale para todos
los ámbitos: incluso las organizaciones nacidas de la lucha de los oprimidos para
preservar su rebelión, podrían cambiar de signo en un momento dado y los Caracoles
devenir, si no se les provee de las fuerza social necesaria, los sucedáneos del INI o de
otras malhadadas secretarías de Estado.

Ubicados en la tesitura de estas reflexiones, y ante el desafío lanzado por el


nombramiento, por la CND, de Andrés Manuel López Obrador como presidente
legítimo de México, hay que subrayar la necesidad y urgencia de que el nuevo
mandatario, y su equipo, se propongan efectivamente gobernar desde ya este país y no
sólo resistir a la imposición panista o dar testimonio de la misma. Es cierto que el
propio AMLO ha mostrado explícitamente conciencia de este reto: con una mano
resistiremos y gobernaremos con la otra, dijo en algún momento. Pero debemos asumir
la posibilidad real y las consecuencias efectivas de ese aserto.

¿Quién gobierna? Entre otras cosas el que manda y es obedecido, posea o no el título
formal de gobernante. Si en el Distrito Federal se implanta un programa universal de
ayuda a las personas de la tercera edad porque así lo determinan los valores y
compromisos de la fuerza partidista que ganó el voto mayoritario de los capitalinos y si,
a pesar de todos lo remilgos y críticas escandalizadas, ese mismo programa empieza a
aplicarse en el Estado de México y otras entidades, ¿quién determina lo que ha de
hacerse en esos otros estados? Si en una situación de estancamiento político y
embriaguez salinista del poder, surge un ejército de indios enarbolando la bandera de la
democracia, y eso obliga a la clase política a procesar urgentemente una reforma de las
instituciones electorales ¿quién gobernó México hacia mediados de 1994, Carlos
Salinas o el EZLN?

Gobierna el que puede dirigir, el que determina el rumbo. Ahora que Calderón recree el
programa salinista frente a la ilegitimidad y comience a derrochar populismo para
intentar quitar base social al Frente Amplio Progresista, ¿quién será el que en el fondo
establezca la agenda y las prioridades? La gestión panista aunque desde el punto de
vista legal pareciera una serie de actos de gobierno, será en realidad una secuencia de
gestos de resistencia frente a la fuerza del poder real: el de AMLO y todos nosotros.

Se gobierna aun sin los títulos jurídicos que santifican la función, pero hay que
reconocer que la labor, en esas condiciones, es mucho más azarosa y frágil. El impulso
es intermitente y la más mínima caída en las fuerzas propias, la más pequeña
distracción, ocasionan el sometimiento a los poderes formales. Por eso, el que gobierna
desde la sombra tiene que llegar a poseer también la ley. El camino para ello, sin
embargo, no consiste en cobijarse sin más en las instituciones jurídicas ya dadas, pues
ello significaría, justamente, disminuir la fuerza social-gubernamental propia. La vía es
hacerse de la posición legal creando una nueva legalidad.
El conflicto es ahora, en México, gobierno contra gobierno. Ello no quiere decir
enfrentamiento armado, como tranquilizadoramente quisieran pensarlo los panistas,
pues solamente ellos están en posición de someter violentamente a todos. No, se trata
del choque, no en términos jurídicos, sino, en primer lugar, sociales; de dos maneras de
entender el mandar-obedecer, el conducir los destinos comunes. Una, la de El Yunque,
basada en la administración de expectativas, es decir, en la constante presencia del
miedo y la inmediatez, en todos los terrenos, para que siempre estemos, día a día,
atenidos al poder y sus señales, sus enigmas y arbitrariedades. La otra, la del Frente
Progresista, una gobernabilidad que no quiere dosificar expectativas, sino producir
resultados tangibles y, sobre todo, someterse al control de los ciudadanos, pues esta
gobernabilidad es, precisamente, la de los hombres libres, es decir, la de los que se
gobiernan cada uno en primer lugar a sí mismos.

No comprender la no similitud entre lo jurídico y lo político-social, no atender a la


lección althusseriana, puede llevar a casos tan patéticos como el de José Woldemberg,
incapaz de comprender la función del IFE como aparato de Estado, reproductor de la
dominación, so pretexto de la formalidad del nombramiento de sus consejeros. Sobre
todo, no prestar atención a esa diferencia, podría llevar a los luchadores sociales a ceder
ante los argumentos de tinterillo que esgrimen los intelectuales del sistema.

Para el Frente Amplio Progresista, para Andrés Manuel López Obrador y para todos
nosotros, resistir hoy es gobernar.

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