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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA CHAPINGO

MAESTRÍA EN PROCESOS EDUCATIVOS

LAS FUNCIONES DE LA UNIVERSIDAD EN LA SOCIEDAD


CAPITALISTA CONTEMPORÁNEA

Elaborado por: Gladys Martínez Gómez

21 de marzo 2011
Introducción
La universidad ha variado desde sus orígenes hasta nuestros días debido a los
cambios que ha sufrido la sociedad que la alberga. Sus antecedentes se remontan a
la Grecia antigua cuando la curiosidad del ser humano por conocer el mundo
circundante y su papel en la vida la cultura griega desarrolló una concepción de la
educación en la cual se capacitaba tanto a los grupos dirigentes como a los
ciudadanos a través de la academia platónica y del liceo aristotélico. Por tanto, esta
cultura se fincó sobre la idea de que la formación académica entrañaba la unidad y
la universalidad del conocimiento a fin de enaltecer la vida y lograr de esta manera la
dignificación de la humanidad (Mendieta, 1980: 9). Así pues, en la concepción de la
cultura griega la academia y el liceo tenían como principal objetivo la formación de
sabios o filósofos para poder enaltecer y cultivar el espíritu humano.

Años más tarde, después del declive de la cultura grecolatina debido a la


invasión de los bárbaros, el espíritu de conocer y enaltecer la vida renació durante la
época medieval bajo el amparo y auspicio ya no de los filósofos griegos, como en el
esclavismo, sino de la Iglesia católica que era la encargada de resaltar el ideal de
formación intelectual de los individuos. Para ello, el clero se encargó de acumular y
controlar las obras de los filósofos griegos y de los juristas de la antigua Roma,
además de recopilar las obras de sus antecesores y traducir los libros escritos en
latín. Así es como la Iglesia empezó a tener un papel protagónico en el control y
dominio sobre la educación, para lo cual creó centros de capacitación y formación de
sus intelectuales tradicionales como la mejor expresión de una continuidad histórica
ininterrumpida que se mantiene a pesar de los cambios que se puedan presentar en
la sociedad (Gramsci, 1967). Lo anterior se reflejó, por un lado, en el hecho de
otorgar licencias para enseñar, y por otro lado, en la formación de profesionales en
las especialidades de la época (derecho, teología y medicina), así como en las siete
artes liberales de la Edad Media (gramática, lógica, retórica, aritmética, geometría,
música y astronomía), a fin de preparar y entrenar tanto al clero profesional como al
civil (Brunner, 1990). Esta capacitación se llevaba a cabo en las catedrales que se
convirtieron en recintos del saber, pero debido a la creciente demanda, las iglesias
catedralicias no pudieron dar atención a la comunidad estudiantil, razón por la cual
se crearon espacios cercanos a las iglesias a los cuales se les denominó
universidades.

Así pues, es en la Edad Media, bajo el amparo y aprobación de las autoridades


de la época papas y reyes), cuando la universidad surge como una institución social
propiamente dicha, una vez que logra precisar sus objetivos sociales, establecer
espacios para la impartición de las cátedras y delimitar sus reglamentos y normas de
funcionamiento.1 Es también en este momento cuando la universidad empieza a
conformarse como un espacio de desarrollo del conocimiento para atender las
necesidades de la sociedad medieval.

La esencia de esta institución que surge en la Europa occidental del siglo XII

parece estar contenida en su misma raíz etimológica. En efecto, el término


universidad proviene del vocablo universitas, el cual hace referencia a una
comunidad de individuos dedicada a enseñar y educar, cohesionada por intereses
comunes y regida por un estatuto legal específico. La universidad surge entonces,
en un primer momento, como una asociación de maestros e intelectuales que se
reunían con la intención de dedicarse a la enseñanza. Posteriormente, desde el siglo
XIII hasta el XVI, las asociaciones gremiales se extendieron y su forma de
organización fue adoptada por diversos grupos sociales. Tales asociaciones
cumplían la función de atender los requerimientos profesionales, eclesiásticos y
gubernamentales de la sociedad. En ellas estaban agrupados y organizados los
intelectuales de la época, quienes gozaban de una licencia para poder transmitir los
conocimientos en los cuales eran doctos. Con ciertas diferenciaciones, se puede
observar que tanto en la antigua Grecia como en la Europa medieval las funciones
1
Al respecto, Mendieta (1980) señala que la universidad se consolida como institución social porque
concentra una serie de factores psicológicos, históricos, políticos, económicos, religiosos y culturales de la
época que configuran una institución en la medida que integra elementos tales como: la definición de
objetivos claros y explícitos en la formación y capacitación de profesionales para atender las necesidades
del clero; la aparición de un interés social en la formación de profesionales y científicos; la utilización de
espacios específicos para la impartición de las cátedras; el reconocimiento y la autorización de las máximas
autoridades espirituales, como los papas y los reyes, y la conformación de una estructura organizativa en el
diseño y elaboración de los planes de estudio. Además, se establece una serie de códigos y normas que
regulan su funcionamiento.
que asumían primero la academia y el liceo y después la universidad eran las de
educar, enseñar, enaltecer el espíritu humano y cultivar al hombre. Podría decirse
que el concepto de universidad en estos periodos estaba relacionado directamente
con el conocimiento y los saberes.

A principios del siglo XIX, entre fines de los 1700 y principios de los 1800 es
importante resaltar la visión humanista de la universidad bajo la figura de Wilhelm
Von Humboldt, con su ideal humanista y su firme convicción de que el compromiso
del género humano es el perfeccionamiento progresivo de la forma humana ideal.
Para este pensador alemán, lo más importante era el desarrollo de la ciencia, de la
cultura y el arte para enaltecer la vida espiritual de los hombres.

Ello significaba la limitación de la participación del Estado en la definición de las


políticas de docencia e investigación. Para Von Humboldt, el Estado no debería
tomar a sus propias universidades como gimnasios, ni como escuelas
especializadas, ni utilizar a la academia como si fuera una comisión técnico-
científica. Su papel debería ser sólo para organizar las instituciones educativas y
proporcionar la preparación previa para los establecimientos de educación superior
(Bonvecchio, 1998). Por lo que las universidades deberían tener como objetivo el
desarrollo de la ciencia en sí misma, que requiere de un trabajo constante y
permanente.

Si bien la universidad sigue teniendo los objetivos de educar, enseñar y cultivar


los saberes, a partir de la estrecha vinculación del Estado con la universidad, a
diferencia del sueño de Von Humboldt, las universidades empiezan a estrechar más
sus vínculos con éste actor quien juega un papel decisivo en la orientación y
definición del quehacer universitario. Así, la universidad contemporánea se
desarrolla más en la perspectiva de vincularse con la sociedad, bajo el principio de
satisfacer sus demandas (Mendoza, 1990: 283). Esto significa que el desarrollo del
conocimiento ya no sólo tiene como finalidad enaltecer el espíritu, sino que busca
también que esos conocimientos reditúen o proporcionen beneficios a la sociedad,
de la sociedad característica de inicio del siglo XX, la sociedad capitalista.

A partir de la segunda mitad de este siglo, la universidad tuvo que adecuarse al


nuevo contexto económico, político y social generado por los vertiginosos cambios
que se desencadenaron después de la Segunda Guerra Mundial. La posguerra
marcó un precedente importante en la nueva visión de la universidad a nivel mundial
y particularmente en América Latina, porque a partir de entonces la educación se
vinculó con la teoría del desarrollo económico y político de las sociedades
cambiantes (Varela, 1994). Esta visión tuvo auge en la década de los sesenta,
cuando la educación en general, y especialmente la educación superior, empezó a
ser el foco de atención en las proyecciones de las sociedades industrializadas.
Desde ese momento, el objetivo central de las universidades fue la capacitación y
formación de cuadros necesarios para la producción y la productividad.

En este contexto, la universidad de finales de siglo se considera como una de


las instituciones sociales más dinámicas porque constantemente enfrenta procesos
de cambio, tanto endógenos como exógenos. Es dinámica en la medida que
conserva un espíritu creativo y crítico frente a los conocimientos que demandan las
necesidades del neoliberalismo y la globalización, cuyo principal objetivo es la
formación de recursos humanos que atiendan los requerimientos del capital. Como
centro de capacitación y formación de capital humano, se ha convertido en el canal
de desarrollo de las ofertas y de los productos educativos que proporcionan los
cuadros y la mano de obra calificada requeridos por la producción y el mercado. Por
eso es que la universidad transita en la actualidad por un proceso permanente de
cambio, tanto en sus objetivos como en sus funciones.

Se torna por tanto necesario emprender un análisis de las distintas funciones


que ha asumido la universidad a lo largo del siglo XX. En otras palabras, se trata de
evidenciar las razones o motivos de su existencia, así como el significado que ha
tenido para la sociedad contemporánea. Un análisis así planteado implica abordar la
relación universidad-sociedad en los dos sentidos, es decir, estudiar la forma en que
la universidad contribuye a la reproducción de las estructuras sociales, así como la
manera en que es determinada, a su vez, por estas últimas.

Las funciones sociales de la universidad

Como producto directo de la sociedad, la universidad fue creada con el


propósito de atender sus necesidades en términos de capacitación, formación,
planeación, y desarrollo científico y tecnológico. Por ello, de acuerdo con Ricardo
Arias (1970), la universidad debe actuar en consecuencia con las funciones para las
que fue creada, atender las necesidades del bien común, de los distintos grupos
sociales y de la colectividad:

... la Universidad se encuentra incrustada en una sociedad y comprometida, por lo


tanto, en una empresa histórica a la cual no puede volver la cabeza; pretender otra cosa
sería distorsionar el espíritu y eludir su vocación (Arias et al., 1970: 36).

Es por eso que la universidad no debe abstraerse de las demandas sociales,


por lo que su compromiso es ser dinámica, independiente y tener como perspectiva
el bienestar colectivo. Como parte del sistema de educación formal o escolarizado
tiene injerencia en el desarrollo y cambio de una sociedad. Pero esta relación es
bidireccional, pues al mismo tiempo que influye en la sociedad también está
determinada por ella. En virtud de ser un producto de la sociedad, la universidad
atiende una serie de demandas de los diversos actores sociales tales como el
gobierno, los empresarios, las organizaciones sociales, las asociaciones, los partidos
políticos, los grupos étnicos, entre otros, cada uno de los cuales tiene sus propias
demandas, sus propias formas de organización y negociación, por lo que la
universidad actúa frente a cada uno de ellos de diferente manera.

Ante esta diversidad de demandas, la universidad asume una serie de


funciones que le son encomendadas por la sociedad, lo que le proporciona rasgos
de identidad propios que constituyen su esencia o razón de ser. En ella están
inmersos sus propósitos, objetivos, metas, creencias, valores, filosofía, así como la
concepción que tiene de sí misma.2

De acuerdo con Javier Mendoza Rojas (1990), las funciones que desarrolla la
universidad son cinco: función cultural e ideológica, función socializadora, función de
selección social, función política y de control social y función económica. En el
presente estudio se recuperan algunas de las funciones planteadas por el autor, sin
embargo se hicieron adecuaciones y se integraron otras funciones. Así se
consideran cinco: la de socialización, la económica, la política, la ideológico-cultural,
y la científico-tecnológica. 3

a) Función de socialización. En el aspecto social, existen dos objetivos que se


plantea la universidad. Uno es la socialización propiamente dicha, que tiene como
principal finalidad incorporar a los individuos a través de un proceso de
internalización de los valores y normas que rigen una sociedad y que se transmiten
de generación en generación para que las nuevas generaciones se inserten en la
vida social. Esta incorporación de los individuos incluye, además de los valores,
normas e ideología, la asimilación de las formas de organización así como sus roles,
formas de pensar, actuar y los juegos que la gente juega. Dependiendo de las
formas en que ésta se organice se define la organización y división social del trabajo,
así como sus patrones de clasificación y selección social. Entonces la universidad se
encarga de la reproducción de estas formas sociales en las aulas, pues la educación
es una réplica de la división jerárquica del trabajo social, donde la escuela solamente
es el escenario que contribuye con la organización de la sociedad en su conjunto.4

2
Actualmente la razón de ser de la universidad se está utilizando bajo el término misión de la universidad.
Véase IICA, 1997.
3
De acuerdo con Javier Mendoza Rojas (1990), las funciones que desarrolla la universidad son cinco: función
cultural e ideológica, función socializadora, función de selección social, función política y de control social
y función económica. En el presente estudio se recuperan algunas de las funciones planteadas por el autor,
sin embargo se hicieron adecuaciones y se integraron otras funciones.
4
Esta es la concepción que tienen algunos autores de la universidad como un reflejo de la sociedad en la cual
se encuentra. Es el caso de Bowles y Gintis (1981).
Asimismo, en su proceso de socialización la universidad establece una cadena
que genera movilidad, esto es, proporciona saber que a su vez da poder, prestigio y
posibilidades de ascenso social, otorgando a los individuos que cursan una carrera
universitaria la posibilidad de tener acceso a empleos y mayores oportunidades de
movilidad para ascender en la escala social. 5

Esta formación de los individuos con los diferentes ingredientes sociales, hace
que éstos asimilen a la sociedad y se introduzcan en ella hasta que desarrollen sus
propias representaciones, sus propias imágenes de sí mismos y sus propias
identificaciones de clase social, aspectos cruciales para integrarse en el mercado
laboral. Estos son los intelectuales orgánicos, grupos de individuos que “… emergen
de la exigencia de una función necesaria en el campo de la producción económica”
(Gramsci, 1967, pág. 22). Son aquellos individuos que tienen en la sociedad la
función de intelectuales, a diferencia del homo faber (el forjador) que simboliza el
trabajo manual, los intelectuales son formados, son capacitados para desempeñar
funciones donde el trabajo intelectual sea la esencia de su trabajo. Y se conectan a
todos los grupos sociales, pero especialmente establecen una estrecha y compleja
formación vinculada al grupo social dominante; son los “delegados” del grupo
dominante para el ejercicio de las funciones subalternas de la hegemonía social y del
gobierno político (Gramsci, 1998). Estas funciones son de tipo organizativo y de
conexión porque ellos son los empleados de los grupos dominantes que realizan
actividades subalternas en la hegemonía social y en el gobierno político. En este
sentido las relaciones educativas —las relaciones entre administradores y maestros,
maestros y estudiantes, estudiantes y estudiantes y estudiantes y su trabajo— son
una réplica de esa división jerárquica del trabajo (Bowles y Gintis, 1981: 175-176).

b) Función económica. Otro de los papeles esenciales de la educación es la


formación de la fuerza de trabajo con diferentes niveles de capacitación y calificación
para ser incorporada al sistema productivo. Esta función significa que la escuela es

5
Es característico que en México a los estudios universitarios se les conceda un gran valor en virtud de que
representan una de las mejores garantías para ascender en esa escala de la jerarquía social y ocupacional.
la institución donde, por excelencia, se forma capital humano que pueda atender las
necesidades del desarrollo de las sociedades modernas, industrializadas, basadas
en el principio de la oferta y la demanda en el mercado laboral para contribuir a la
producción y a la productividad.

Desde este punto de vista, se considera que los recursos que se invierten para
un fin educativo contribuyen o reditúan en la conformación y consolidación de uno de
los capitales más famosos y más eficientes: el capital humano. Esto significa el
desarrollo de destrezas, habilidades, capacidades y potencialidades intelectuales de
los individuos para que se incrementen sus conocimientos y con ello tener altos
rendimientos para el desarrollo económico de un país.

c) Función política. Si se parte de una concepción de la política en la que ésta


es entendida, esencialmente, como relaciones de poder, entonces tendríamos que
reconocer que todas las instituciones sociales tienen un carácter político.

Y dicho carácter político de las instituciones se manifiesta en dos niveles: por


un lado en las relaciones que se establecen al interior de la institución y, por otro, en
las relaciones que establece la institución con el sistema político general de poder.

Así las cosas, la universidad no escapa a este carácter político implícito en toda
institución social. En un primer nivel, la universidad adquiere un carácter político en
la manera que establece a su interior relaciones de autoridad, de mando-obediencia,
tanto en su estructura de gobierno como en sus relaciones académicas mismas; En
otras palabras, las formas que la universidad adopta para tomar decisiones —
académicas, administrativas y de gobierno — implican ciertas relaciones de poder,
es decir, (desarrollar) políticas.

Pero también la universidad adquiere un carácter político desde el momento


que establece relaciones específicas con los demás sectores e instituciones de la
sociedad. En el caso de las instituciones públicas de educación superior en México,
éstas han jugado un papel fundamental en la legitimación de los gobiernos
(Mendoza, 1990: 292).

d) Función ideológico-cultural. Una de las formas que tiene una sociedad para
perpetuarse y reproducirse es mediante la transmisión de conocimientos, principios,
valores, estructuras de pensamiento, ideología y comportamientos acordes con una
determinada visión de la sociedad. Son mecanismos que la sociedad construye y
que conserva a través del tiempo como rasgos de identidad, mismos que se ha
transmiten a través del tiempo de una generación a otra.

La universidad asume entonces también la función de reproducir estas formas


de relación entre los individuos que les permite identificarse entre sí como entes de
una misma sociedad. La universidad es la transmisora de estos patrones que
integran a los individuos a través de sus códigos axiológicos y culturales como
mecanismos necesarios para la perpetuación y reproducción del sistema social. Para
que una sociedad se mantenga necesita de un orden intelectual y moral que le de
vida. De aquí la exigencia de elaborar conceptos universales, las armas ideológicas
más refinadas y decisivas (Gramsci, 1998).

Por ello las sociedades necesitan de una ideología, un sistema de ideas


(Gramsci, 1970) acorde con la sociedad que la alberga. Culturalmente las
sociedades han creado ideologías históricamente orgánicas, necesarias para crear
una estructura que tenga validez psicológica, que permita expandir, mantener,
reproducir las ideas necesariamente válidas para la estructura. La ideología se ubica
más que en la ciencia o en la investigación, en la reproducción de las ideas de los
grupos hegemónicos de una sociedad.

En el nuevo modelo de universidad estos efectos están determinados por los


criterios de calidad, eficacia, eficiencia, productividad y competitividad,
características que definen a los individuos, a las instituciones, a los países y a los
proyectos. Estos se convierten entonces en los criterios que evalúan todo tipo de
trabajo, incluidos el intelectual, el cultural y el artístico.

e) Función científico-tecnológica. Las universidades también han sido los


espacios plenamente identificados para el desarrollo de la ciencia y la tecnología,
pues en ellas se llevan a cabo los más diversos proyectos de investigación en
diferentes áreas del conocimiento, en sus cuatro niveles (básica, aplicada,
documental y tecnológica). Además de ser el principal escenario del desarrollo
científico-tecnológico, también es el centro donde se capacita y se forma al personal
especializado para realizar estas actividades. Por tanto, la universidad es la
institución donde se desarrollan, construyen y reconstruyen los saberes,
característica que la distingue de otras instituciones sociales, ya que solamente en
ella se generan estos procesos.

Dentro de las propuestas de cambio que encierran las políticas neoliberales y


de globalización, que caracterizan la última década del siglo XX, se ubica una
estrategia importante que es el intercambio de mercancías, servicios y hombres
regido por las leyes de la oferta y la demanda en el marco de una competencia
internacional (Lerner, 1996). Esta nueva estrategia genera una desterritorialización
y reterritorialización de las cosas, de las gentes y de las ideas, al tiempo que
promueve el redimensionamiento de espacios y tiempos (Ianni, 1997: 7); por ello,
en esta nueva dimensión también se establecen nuevos enlaces entre los países,
no sólo comerciales sino también de tipo cultural, ideológico, científico y
tecnológico.

En el caso de nuestro país, a partir de la firma del Tratado de Libre


Comercio, se ha abierto un proceso de competitividad internacional de la industria
mexicana considerada como la clave del bienestar de la población (Alzati, 1993).
Pero esta competitividad industrial depende de la capacidad de innovación y
desarrollo científico y tecnológico. Así pues, el desarrollo y el intercambio de estos
factores entre México y otros países, ha estado en el centro del debate en las
políticas de la década de los noventa, porque se considera que uno de los retos de
las sociedades modernas es que requieren de una cultura de la educación en
ciencia y tecnología (Escobar, 1994).

Si bien se requiere de una cultura de educación en ciencia y tecnología, la


política de los noventa centra la atención en medidas que respondan
coherentemente a las necesidades de integración económica y que dé prioridad al
establecimiento de nuevas relaciones con el sector productivo (García Guadilla,
1996). Esta política científica y tecnológica plantea nuevas dimensiones en el
desarrollo de la ciencia basada en lineamientos productivos, innovadores y
competitivos que puedan ofertarse y competir en el mercado internacional.

A partir de estas iniciativas se han creado diversos programas con el


propósito de impulsar y orientar el cambio tecnológico. Específicamente el
Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACyT), ha creado programas como
el de Incubadoras de Base Tecnológica, los programas de enlace Academia-
Industria, el Registro Nacional de Consultores Tecnológicos y el programa para la
Adquisición de Capacidades Tecnológicas Estratégicas, que han desarrollado
diferentes proyectos de investigación a fin de atender las necesidades del
mercado internacional, fortalecer la producción y extender las redes de
información tecnológica con una clara tendencia de mercado (Alzati, op. cit.). Por
ello, estos programas se presentan como una vinculación directa entre la
investigación y la industria, así como entre la formación, la capacitación y la
actualización de recursos humanos técnicamente calificados para la industria.

En este redimensionamiento de la ciencia y la tecnología aparecen nuevos


actores en escena que se encargan de orientar, realizar, definir o subsidiar los
programas o proyectos. Como ya se mencionó, existen dos tipos de actores: los
endógenos, es decir, los que se ubican directamente dentro de las universidades
públicas, tales como los investigadores, técnicos, ayudantes y profesores que
desde dentro de las instituciones influyen y definen el cambio a través de
proyectos específicos; y, por otro lado, están los actores exógenos a las
universidades, que son los que sustancialmente regulan, controlan y definien los
productos científicos y tecnológicos que emanan de los centros educativos. Estos
actores exógenos6 son los empresarios industriales y financieros que tienen
injerencia en las decisiones y en la elaboración de propuestas y proyectos de
investigación científico-tecnológica.

En la década de los noventa aparece una nueva función de las universidades


en materia de ciencia y tecnología: existe una marcada tendencia a transformar la
cultura académica prevaleciente hacia nuevas orientaciones para la ciencia y la
tecnología que implican una nueva cultura empresarial, decisiva en el nuevo
papel de la universidad pública (Casas y Luna, 1994). Estos son sólo algunos de
los cambios que se presentaron en las funciones de la universidad
contemporánea.

Conclusiones

La sociedad capitalista contemporánea ha generado cambios abruptos en las


funciones de la universidad con una marcada orientación a atender las
necesidades del mercado global. Es cierto que la universidad es uno más de los
aparatos ideológicos del Estado donde se reproducen las formas de dominación
de las clases en el poder.

La universidad del presente siglo XXI ha venido a exacerbar y fortalecer las


ya de por sí existentes formas de violencia oculta o violencia simbólica que se vive
cotidianamente en la sociedad y que se reflejan en las instituciones educativas
(Bourdieu y Passeron, 1981: 46). Estas instituciones son, por ende, los espacios
propicios donde se reproducen las formaciones sociales y culturales de

6
Los actores exógenos, al igual que los actores endógenos, conforman el Consejo Nacional de Concertación
para la Modernización Tecnológica que se encarga de coordinar las actividades emanadas de las
necesidades del sector productivo.
determinados grupos, que en una sociedad representan a ciertos sectores
sociales y que a través de las acciones pedagógicas se impone un poder
arbitrario que es producto de una arbitrariedad cultural. Es pues, en esta doble
dimensión, por un lado, en el quehacer propiamente pedagógico, y por otro lado,
en las funciones sociales, donde se observan las formas más precisas de violencia
simbólica que reproducen los centros educativos, como un reflejo de la violencia
social evidente y oculta que se vive en las sociedades modernas.

Sin embargo, a pesar de contribuir a esas formas de reproducción de la sociedad,


también es cierto que ha contribuido al desarrollo de un pensamiento crítico y
creativo. Como bien lo señala Jorge Padua (1994) es “... el lugar sine qua non de
una sociedad creativa, eficiente, civilizada, humana, donde confluyen pensamiento y
razón que se aplican sobre el conocimiento” (Padua, 1994: 114).

Es un espacio diverso en el que se desarrollan diferentes funciones de carácter


socio-económico, político-ideológico y científico-tecnológico, porque además de
promover el conocimiento y la formación de capital humano, también enseña a los
individuos a aprender, implementa mecanismos para abrirse a la cultura y al arte, así
como a la ciencia y a la tecnología. Es también un espacio donde el actor aprende a
ser tolerante, pero cuestionador y razonable, no conformista; en otras palabras, un
espacio donde la duda ocupa un lugar central (ídem). Así, durante la primera mitad
del siglo XX la universidad fue concebida como una institución donde se desarrollaba
el pensamiento crítico y el conocimiento, así como la capacitación de los individuos.

Es en la universidad donde se genera la resistencia, una valiosa creación teórica e


ideológica que posibilita el análisis de la relación entre la escuela y la sociedad
amplia (Giroux, 1992). Esto no significa una oposición mecánica, un discurso
antagónico a una propuesta, la resistencia es una construcción compleja, colectiva,
razonada, dialéctica, porque:
a) Está fundamentada en un razonamiento teórico que apunta hacia un nuevo marco
de referencia. Un razonamiento teórico que permita vinculara a las estructuras
sociales con la intervención humana para explorar la forma en que interactúan de
manera dialéctica.

b) Señala la necesidad de comprender más a fondo las formas complejas bajo las
cuales la gente responde a la interacción entre sus propias experiencias vividas y las
estructuras de dominación y opresión. No es suficiente con el análisis de las
relaciones aparentes de la realidad, se requiere de un trabajo de investigación, que
como cualquier trabajo de esta índole es delicado y complejo porque “… demanda
de mucha fineza de análisis y sobriedad intelectual, puesto que es muy fácil dejarse
atraer por las semejanzas exteriores y no ver las semejanzas ocultas y los nexos
necesarios para disimularlos” (Gramsci, 1998, pág. 73).

c) La resistencia conlleva la esperanza de una transformación de la realidad; implica


el no conformarse con lo establecido, implica la necesidad de un cambio en dirección
a formas de vida mejores para los integrantes de una sociedad. Implica la
construcción de un sociedad regulada, basada en la concepción de la libertad como
una transformación de la sociedad política basada en al necesidad (Gramsci, 1998).

d) Tiene una función reveladora, que contenga una crítica a la dominación y ofrezca
oportunidades teóricas para la autorreflexión y la lucha en el interés de la
emancipación propia y de la emancipación social.

e) La resistencia promueve un pensamiento crítico y la acción reflexiva porque


estimula la lucha política colectiva alrededor de problemas de poder y determinación
social.

f) Para que aumente nuestra comprensión de la resistencia es importante reformular


la relación entre ideología, cultura y hegemonía. Al comprenderlo nos pueden formar
las bases teóricas para una pedagogía radical que tome seriamente la intervención
humana.

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