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Pérez Parada Adrián

adriandavid.perez@gmail.com
En el idioma español se han integrado palabras en inglés. Que a mi
parecer algunas de ellas o deberían ser algo cotidiano un ejemplo de
ellos es “yes” una palabra inglesa que se podría entender fácilmente
diciendo sí, por lo tanto, se deberían utilizar palabras de nuestra
lengua con algunas excepciones como software, whisky etc. Por eso
en este artículo encontraremos una serie de aspectos o interrogantes
relacionadas con el problema del purismo y a medida que vaya
avanzando en la lectura, conoceremos el dilema que existe hoy en día
sobre esta información.

Los adelantos tecnológicos, como el computador, están conformados


por una serie de componentes y procesos que no siempre pueden ser
nombrados mediante el uso de una palabra en español. Es
imprescindible hacer uso de un vocablo extranjero que, por lo general
es anglosajón: no por ser el inglés el idioma de uso universal, sino por
el hecho de que la mayoría de los nuevos inventos proceden de
países en los cuales se habla la referida lengua. Algunas palabras
como “hardware” son asimiladas por el español, por no contar este
idioma con una palabra que defina exactamente y sin muchos rodeos
este componente de los modernos ordenadores. De allí que esta
palabra, al igual que un sin número de vocablos técnicos deban
emplearse en su idioma original, hasta tanto no sea sustituida por un
equivalente en español. De eso se trata el “fatalismo lingüístico” que
caracteriza a la lengua de Cervantes.

En español, siempre han existido palabras que proceden del ingles y


que solo con el pasar de los años se han podido sustituir por un
equivalente en español. Ejemplo de ellas son: “jeep”, “short” y
“switcht”, cuyos significados son campero o vehículo rústico,
pantaloneta o pantalón corto e interruptor; aún cuando la mayoría de
las personas, por comodidad, prefieren los equivalentes en inglés.
Ahora bien, ¿Qué palabra en español traduce “software”? Hasta el
momento, ninguna. De allí que los extranjerismos deben aceptarse
hasta tanto se le ocurra a los científicos inventarse un equivalente en
español.

En la actualidad, muchas personas emplean extranjerismos sin


siquiera estar conscientes de su significado. Las utilizan simplemente
porque deben darle un nombre a las cosas o a lo que hacen. El verbo
“chatear”, derivado del vocablo ingles “chat” es traducido como
charlar. Pero, en realidad, esa charla o conversación debe ser “on
line”, en tiempo real y puede ser sostenida por dos o más personas a
través de canales electrónicos, como el “e. Mail”. Esto pone de
manifiesto que, a la hora de comunicarse “los buenos entendedores
emplean pocas palabras”, aunque estas no pertenezcan al idioma
español. En este sentido, el “fatalismo lingüístico” debe declararse
inexistente, o, al menos, verse como un mal necesario.

Cuando se lee un material impreso o se hace una consulta vía


internet y el lector o el usuario se encuentra con una palabra técnica,
como por ejemplo “link”, no debe dejarse apresar por la
desesperación o, peor aún, por la impotencia. Las carencias
lingüísticas relacionadas con un dominio limitado de palabras técnicas
han dejado de ser una calamidad desde que a alguien se le ocurrió
poner a la disposición del público los glosarios de términos especiales
o los diccionarios técnicos. Desde, entonces, el “fatalismo lingüístico”
se ha convertido en una moda, puesto que son pocos los que
prefieren llamar al “mouse”, empleando el nombre de ese pequeño y
poco apreciado animal.

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