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Los tres textos que siguen han sido escritos a propósito de mis clases en
los Cursos de Epistemología y Filosofía de la Ciencia en distintas
Universidades.
Esta pregunta es, por sí misma, curiosa. Desde luego hay una evidente
desproporción entre lo que trato de mostrar en clases y lo que la pregunta
contiene. He tratado de poner en duda el tipo específico de certeza que
proclama la ciencia. He explicado con todo el cuidado que puedo el contexto
crítico y político que hace necesarias estas críticas.
He ejemplificado con las situaciones que habitualmente se consideran
problemáticas en Ciencias Sociales. Y, sin embargo, los estudiantes me
preguntan luego, demasiado luego, por la certeza en general, por la posibilidad
de un saber real de cualquier tipo.
Tengo la firme impresión que los estudiantes que acuden a mis Cursos
(que en la mayor parte de los casos son Electivos) tienen una muy fuerte
predisposición a estas conclusiones. A veces creo que vienen a mis Cursos
justamente para poder darles forma, para hacerlas aflorar, vivirlas como una
verdadera catarsis, para obtener un lenguaje en el que poner cuestiones
que difusamente han creído desde mucho antes.
Desde luego no olvido que todo joven con un mínimo de vocación crítica
está, siempre, en su adolescencia filosófica. Los escepticismos abstractos y
las extrapolaciones meramente formales son, de algún modo,
característicos de su asomo a la complejidad del mundo. Debo confesar que
durante mucho tiempo, mientras pensé que este era el problema, es decir,
no un gran problema, pensé que nada de las opiniones extremas que
formulaban duraría más que lo que demorara su adultez, su ánimo práctico,
su ingreso a la prudencia.
1
La expresión es, quizás demasiado común para ser casual “crítica saludable”. Catártica, diría uno, a la
manera de los purgantes que, por sí mismos producen una situación temporalmente “enferma” pero que,
finalmente, llevan a la salud.
2
Al aspecto puede considerarse la postufura de Mario Bunge, expresada ejemplarmente en
“Pseudociencia e ideología”, Alianza Editorial, Colección Alianza Universidad, Nº 440, Madrid, 1990.
Opiniones tanto o más duras que estas pueden verse en la discusión sostenida en la sección
Commentary de la revista NATURE a partir de Octubre de 1987. Nature. Vol. 329, Pág. 595, 15 Oct
1987; Vol. 330, Pág. 308, 27 de Nov. 1987; Vol. 330, Pág.689, 24 de Dic. 1987, Vol. 331, Pág. 129, ,14
de Ene. 1988.
3
El punto es teóricamente complicado. Por supuesto que la metodología científica está también en crisis,
pero lo que la ruptura del sentido común ilustrado aporta a ello es más bien la base anímica, la disposición
práctica de asumir esa crisis, que la demostración efectiva de que, como metodología, no logra lo que
pretende. Esta demostración es posible, pero como un evento en el ámbito de la teoría que no lograría
conmover al ciudadano común sino sobre la base de su incertidumbre práctica. Dejo consignado aquí,
desde luego mi inquietud por la especificación de estas relaciones entre el plano práctico y el espacio
teórico de las convicciones racionales. El problema es delicado y complejo.
4
Jugamos a veces a pensar con la inocencia de los niños. Creo que lo inocente de este juego es,
justamente, su pretensión. Simplemente no es posible pensar como los niños, ni siquiera en un intento
intencional, dirigido. Ocurre, es de sentido común decirlo, que ya no somos, que ya no podemos ser
niños. Creo que, en general, lo que está en juego en estos juegos es la idea que tenemos de la niñez, casi
nunca la niñez misma.
5
Es importante insistir en este punto:no hay nada en el sentido común que impida conductas de tan
extraordinaria clase que podamos valorarlas como “locuras”. Lo relevante, sin embargo, es que el efecto
que llamamos locura se produce sólo cuando miramos en perspectiva. Las hazañas del mundo moderno
son, prácticamente todas, más bien el resultado de una estrechez de miras voluntariosa, de un empuje
ciego y masivo, de autoengaños tercos o de errores gloriosos de aficionados. Si hay algo que la cultura
burguesa no tuvo nunca son las virtudes románticas del heroísmo, o la pasión por la verdad como tal, por
la belleza gratuita, por la audacia puramente estimulante o por el delirio poético. Curiosamente, la cultura
más práctica de la historia ha sido la que ha logrado los extremos más delirantes de lo humano. Esta
paradoja por sí sola, si pudiéramos verla, debería ser la más firme defensa del valor del sentido común
ilustrado.
6
Ver nota (1)
7
Ver “Notas sobre la Subjetividad Moderna”, Enero 1993.
8
Me importa en este texto la relación entre sentido común y Método Científico. Es por esto que he
obviado el resultado quizás más relevante de la Epistemología actual: el que el Método no es sino una
construcción ilusoria que legitima el conocimiento más que producirlo. Sin embargo, creo, esto no altera
el argumento desarrollado aquí. Para ser consistente incluso en el lenguaje de todos los lugares donde he
escrito “Método Científico”, habría que decir, “práctica científica efectiva”, o “manera científica de
proceder”, cuestión que es caracterizable por sí misma, Acerca de la relación entre la construcción que se
llama Método y esa “práctica efectiva” se puede ver mi texto “El Método Científico como ideología”.