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Hacia una cultura de ética social

La realidad social permea las relaciones entre los individuos y entre las

agrupaciones que la conforman, en un entramado con vasos comunicantes

que potencian el comportamiento y las acciones de las personas.

En nuestra sociedad todos los sectores se relacionan y las acciones de

unos repercuten en otros. La sociedad, pensada como organismo vivo,

depende para su buen funcionamiento del bienestar de sus órganos, y cuando

algo le afecta negativamente, el todo padece junto con la parte. El ambiente

social, esa compleja realidad de la que hablamos, parece forzarnos a ver como

normales la injusticia, el atropello, la falta de veracidad, el abuso de los

medios de comunicación, y otras situaciones de suyo intolerables en un amplio

espectro y a varios niveles que incluyen el ámbito personal y social.

El refrán popular cuando el río suena, piedras lleva, puede darnos una

idea de que todos estos motivos de disconformidad deben fundamentarse en

algo real. Es decir, sin caer en el alarmismo y creer que todo tiempo pasado

fue mejor, no cabe ser negligente cuando los signos de malestar social nos son

cotidianos. Habrá muchas cuestiones que no dependan directamente de las

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personas que constituimos la sociedad, pero muchas otras sí estarán en nuestro

alcance.

Corrupción y no-participación

México es un ejemplo de un país que quiere resolver la desigualdad

social, la impunidad y la corrupción. México es un país en el que se despiertan

actualmente sucesos que defienden la democracia y los derechos humanos; un

país que, en los albores del siglo XXI, necesita dirección para no perder el

rumbo y más que nunca exige la participación ciudadana.

Para tener una visión realista, debemos observar nuestro entorno; si

queremos remodelar una casa primero debemos analizar su estado. Un indicio

de cómo se viven algunos valores en nuestra sociedad está en la llamada

corrupción. Además de pensar en el dinero que se ofrece a la autoridad para

evitar una multa, por ejemplo, o ese dinerito extra con el que esperamos que

nuestros trámites corran, pensemos en la corrupción como una manera de

saltarse las reglas que la sociedad ha impuesto. Veamos la corrupción como

una actitud donde las partes implicadas quieren burlar los mecanismos que las

autoridades han puesto.

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La tendencia en cifras de corrupción en el sector público es alarmante:

México se sitúa en el lugar 51 de 91 países según el Índice de Percepción de

la corrupción 1996-2001, emitido por la ONG Transparencia Internacional.

En dicho estudio México tiene una calificación de 3.3, donde 10 es nada

corrupto y 0 totalmente corrupto. La posición de la sociedad con respecto a

esta situación es igual de alarmante, pues el 52.3 por ciento de las personas

está de acuerdo en que un funcionario saque provecho de su puesto, siempre y

cuando haga cosas buenas 1. Habremos ganado mucho cuando comprendamos

que un trabajo “provechoso” no quiere implica que tenga que lograrse

“abusando de la posición”, es decir, de forma inmoral. Conviene que como

sociedad busquemos vencer esta concepción, pues si nos guiamos bajo la idea

de que el fin justifica los medios (por ejemplo, la absurda idea de que puedo

enriquecerme a costa de los demás abusando de mi poder siempre y cuando

también haga mi trabajo), nos acercamos peligrosamente a la línea de solapar

el mal.

La corrupción en el ámbito público es sólo una muestra; a su lado está

la falta de credibilidad, la violencia, la irresponsabilidad, la apatía cívica... Es

urgente tomar medidas para revertir ésta tendencia porque poco a poco las

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Declaraciones emitidas por el presidente del Consejo Rector de Transparencia Mexicana, Federico Reyes
Heroles. En entrevista al periódico REFORMA.

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faltas de unos cuantos se vuelven con efecto multiplicador hasta provocar un

cáncer social. Se sabe, por ejemplo, que en un país corrupto el ingreso per

capita es menor, la distribución del ingreso es más injusta, hay bajos niveles

de inversión extranjera y nacional, así como bajas tasas de crecimiento

económico2.

Sin embargo, no son sólo las instituciones las que se deben “limpiar.”

Hace falta un cambio estructural en la sociedad, ya que su desarrollo sólo es

posible mediante el desarrollo de los individuos que la integran. Practicando

los valores que conduzcan al bien común, es como se puede revertir el avance

de los valores negativos.

El que no suma, resta

Situándonos en nuestra realidad social y personal podemos percatarnos

que es posible aspirar a un mejor nivel de vida en todos los aspectos, ya sea

económico, físico, personal y social. Una de las vías para lograr esto es

mejorar nuestra conducta, siendo auténticamente libres al elegir y realizar

nuestras acciones. La relación entre las personas y la sociedad que la

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Cfr. Gaceta Para leer sobre transparencia, No. 1, SECODAM. México. Mayo-Junio, 2001. p. 2

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conforman es fundamental para la comprensión de este objetivo, y lo es

también la valoración de una visión inteligente de la realidad.

Cada unidad de la sociedad, es decir, cada persona, interactúa

influyendo en la realidad en la que se desenvuelve. Incluso la apatía o

pasividad política influyen en la realidad. Es patente que la situación por la

que atraviesa nuestro país tiene su causa más en la no-participación ciudadana

que en otros factores. En definitiva, el que no actúa se priva de la crítica ajena,

pero también de los beneficios que conlleva el esfuerzo.

Si es patente que en el medio donde vivimos se viven los derivados de

la acción inmoral: injusticia, vicios, corrupción, intolerancia, escándalo,

violencia; el deseo común será erradicar estos males, pues nos tocan a

nosotros y a nuestros seres queridos. Para ello hay que tomar en cuenta que

nuestra acción individual es sumamente importante, pues en materia de ética

social, el que no suma, resta.

Prevención y corrección

El dilema práctico común en la historia de las civilizaciones

radica en elegir comenzar por la prevención o por la corrección: es decir,

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poner los medios antes de que el mal suceda, o ponerlos cuando ya ha

sucedido. La queja del ciudadano común: “¡la sociedad no pone fin a las

injusticias!”, muestra que éste no se considera parte de esa sociedad y, en esa

medida, parte de la solución.

La solución al problema de la corrupción y otras faltas morales requiere

de las dos vertientes: la prevención y la corrección. La segunda, en general, le

corresponde a las instituciones judiciales y no necesariamente corrige el

problema; a veces funciona como paliativo. La segunda va más a la raíz del

problema, pues no es “la sociedad” en abstracto la que perfecciona al

individuo, sino que es éste quien posibilita su perfección: la propia y la social.

Es mediante la educación de los individuos que se puede influir directamente

en la sociedad. No nos referimos sólo a la educación teórica, sino la educación

que lleva a la toma de conciencia y a la acción.

La prevención de los problemas sociales que ha traído el abuso de la

libertad puede corresponder a muchas instancias y cada una debe aplicarse en

ello. Las escuelas, las organizaciones religiosas, los clubes deportivos, las

empresas, todos ellos tienen su papel más o menos grande en preparar un buen

terreno para que la vivencia de los valores positivos sea posible. Sin embargo

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no podemos esperar a que “las nuevas generaciones” puedan mejorar la

situación social, pues no podrán ejercer los valores adecuados si se

desarrollan en un ambiente donde las faltas son comunes y el respeto a las

leyes es inexistente. De manera que es a los hombres y mujeres, en una

palabra, a los ciudadanos, a quienes les toca invertir con su conducta en el

mejoramiento social.

Para llevar un vagón en movimiento hacia la dirección contraria, antes

de impulsarlo en otro sentido hay que frenarlo; la tarea de la prevención será

moverlo en la dirección contraria a donde se dirige, el papel de la sociedad

actual está en esforzarse para frenar lo que ya se ha puesto en marcha.

Frenar las prácticas inmorales, frenar el abuso de la autoridad, frenar la

apatía por el desarrollo político, toda esa tarea se hace de una sola manera, y

es con el trabajo en conjunto de la sociedad. Desde luego que el cambio de

actitud en la cultura ética de la sociedad debe comenzar con los individuos,

pues son los primeros beneficiados del comportamiento correcto. La ética,

como veremos, comienza como tarea personal, y de ella depende la plenitud

de la persona.

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La ética no es la mención de ciertos principios restrictivos del hombre;

es un saber que contiene las disposiciones necesarias para que el hombre

alcance su desarrollo a plenitud y una vida lograda. No es ajena al hombre, —

en cuanto teoría— sino que incide en lo más profundo de su actuar y le guía

en la mejor toma de sus decisiones.

Ética en serio

La realización mediante el desempeño laboral es parte importante de la

plenitud del ser humano. La acción a la que está llamado y su buen término

tiene un papel muy importante en su vida, máxime cuando se trata de su

desempeño; es decir, cuando profesa un modo de vida ya sea como arquitecto,

abogada, ingeniero, policía, contador, dentista, maestro... Sería absurdo pensar

en un pintor que no pinte, o en un médico que no cure, sería sencillamente una

contradicción. Del mismo modo, aquellos que se dediquen a practicar una

carrera profesional deben esforzarse por dominar las habilidades y

conocimientos que les competen. En efecto, todo aquel que realice una

actividad formal no sólo debe hacerse de cuanto conocimiento sea útil para su

labor profesional, sino que además debe atender las necesidades de la

comunidad donde prestará sus servicios.

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La compleja realidad humana implica que en su actividad el hombre

pueda actuar bien o mal. Las prácticas laborales no pueden quedar exentas de

esta valoración, pues no sólo son hechas por un ser humano, sino que además

quienes las practican son mujeres y hombres preparados para servir. Todo

conocimiento implica una responsabilidad, de modo que el conocimiento

de una ciencia, de un arte o de una técnica va también acompañado de la

responsabilidad de usarla bien.

El mundo de hoy, México, como el país donde vivimos, requiere de los

profesionistas una cualidad irreemplazable: la entereza moral. Ya no basta ser

un buen ingeniero: hay que ser un ingeniero bueno. Es el individuo quien

perfecciona la sociedad, y no la sociedad a éste; si partimos de esta premisa

veremos cómo en el individuo y su correcto desarrollo es donde debemos

enfatizar nuestros esfuerzos.

La ética, que será la encargada de mostrar a la razón la conveniencia de

cada acto, no debe entenderse como una teoría rancia que nada tiene que ver

con nosotros, ni puede concebirse sólo como una suerte de creencia o

especulación independiente del actuar de las personas. La moralidad en el

hombre le es tan natural como la respiración o la razón: puedo pretender que

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la respiración no me importa, pero no dejaré de respirar. En cambio, qué

interesante es aprender un poco de anatomía para maravillarnos del ciclo

respiratorio: y qué conveniente es saber técnicas de respiración para tener

mejor salud. De la misma manera, será bueno conocer lo que está en juego en

cada acción del hombre (por ejemplo, un acto derivado de la propia

profesión), para tener mejores principios en la toma de decisiones y su

ejecución. Entre más conozca las responsabilidades que implican mis actos

concretos, podré aspirar a una realización más plena.

Llevando esto al extremo social, que es de donde partimos, no queda

más que hacer una suma distributiva del bien profesional. El desempeño

óptimo de cualquier trabajo tiene efecto multiplicador, de la misma manera

que el comportamiento inmoral comienza a corroer todo lo que está en

derredor suyo.

La suma de las actividades éticas puede tener resonancias poderosas.

Precisamente ese es el origen de la sociedad: complementarnos y realizarnos

unos con la ayuda de otros. La corrupción no creó a la sociedad; en cambio, la

distribución del trabajo, la búsqueda de seguridad sí le dio cohesión. El

llamado de la conciencia no es sólo porque en ello va nuestro propio

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perfeccionamiento, también implica el mejoramiento de la sociedad a la cual

pertenecemos y en la cual estamos llamados a participar.

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