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HOMENAJE DE LA ASOCIACION GREMIAL DOCENTE DE

LA UNRC A ENRIQUE PICHON RIVIÈRE EN EL MARCO


DE LOS 100 AÑOS DE SU NACIMIENTO

MATERIALES PREVIOS PROPUESTOS POR ANA


QUIROGA Y DEOLIDIA MARTINEZ

A)

LAS RELACIONES ENTRE EL PROCESO SOCIAL Y LA


SUBJETIVIDAD HOY
Ana Quiroga

La Psicología Social es una disciplina que nace con la modernidad,


cuando la problemática de la historia y la organización social pasa a un
primer plano en la reflexión filosófica- como lo podríamos ver en Hegel- y
emergen disciplinas como la Economía Política con Adam Smith y Marx, o la
Sociología con Durkheim. Fenómenos de masas, procesos revolucionarios,
cambios en las instituciones y en las formas de organización interrogan a la
relación sujeto-sociedad.
Desde una reflexión epistemológica y desde el análisis que plantea
una sociología del conocimiento entendemos que hay –en ciertos períodos
históricos- condiciones sociales para desplegar ciertas preguntas, o plantear
un problema en sus términos pertinentes. Lo que dará lugar al desarrollo de
distintas respuestas. En este sentido nuestro siglo ha sido particularmente
fecundo en hechos que configuran este campo del conocimiento que
concierne a la Psicología Social. Hoy, en el período que se abre con la caída
del Muro y la llamada globalización, o aún un poco antes, al gestarse en los
años 70 las primeras elaboraciones de la posmodernidad, emergen nuevas
preguntas y teorías acerca de la sociedad, lo subjetivo y sus relaciones.
En consecuencia el interrogante acerca del destino y la tarea de la
Psicología Social se redimensiona y actualiza en el fin del siglo por los
profundos cambios que se han planteado en el orden social, político,
económico, y a causa de su incidencia en la configuración de la
subjetividad.
Estos cambios han instalado –entre otras cuestiones- intensos
debates en el terreno del conocimiento científico, la epistemología, la
producción y validez de los saberes, los criterios de verdad, la definición de
la relación sujeto-realidad, la concepción de causalidad. Y a la vez plantean
nuevas problemáticas en el plano de los ideales, la concepción del sujeto y
los criterios de salud.
Tales debates no son externos a la Psicología Social en sus distintas
formas de práctica y elaboración conceptual, sino que recorren las
instituciones en las que trabajamos, nos implican y no pueden ser eludidos
sino transitados.
Nuestra disciplina, a lo largo de su historia, buscó precisión en la
definición de su campo. Precisión e identidad, aunque sostuviera siempre el
carácter interdisciplinario de su hacer y su procesamiento teórico.

QUE INVESTIGA LA PSICOLOGIA SOCIAL?


Nos concierne un objeto de gran complejidad, ya que no se trata de
“un objeto”, sino de una multiplicidad de procesos y relaciones que se
determinan y afectan recíprocamente.
Hace a la especificidad de la Psicología Social el indagar un nexo
dialéctico y fundante: el que se da entre el orden socio-histórico y la
subjetividad.
Esta indagación implica el estudio de las relaciones sociales que
gestan ese orden; las instituciones y las prácticas que expresan esas
relaciones y emergen en ellas, los sistemas de representación que recorren
esa estructura social e interpretan la experiencia de los sujetos de la misma,
así como las formas organizativas que se dan los hombres en ese orden
particular. Esto es: sus modalidades de agrupación, de vinculación, sus
formas comunicacionales.
Esa complejidad cuasi infinita es analizada desde una perspectiva:
¿cómo operan esas relaciones y procesos en la génesis y desarrollo del
sujeto? Sujeto del que la identidad, como integración y continuidad del ser,
como interjuego necesario entre permanencia y cambio, entre multiplicidad
y unidad, es rasgo fundamental. Queremos resaltar la importancia del tema
de la identidad, hoy controvertido desde una visión discontinuista y
fragmentada del ser que opone, dilematicamente, subjetividad e identidad
sin comprender su relación dialéctica.
Serán investigadas entonces las distintas instancias y mediaciones
operantes y articuladoras entre lo socio-histórico y los procesos psíquicos.
Pero al tratarse de una relación dialéctica, hace a la pertinencia de la
Psicología Social, el estudio de las modalidades con las que los sujetos
producen, desarrollan, sostienen o transforman esas relaciones sociales,
instituciones, formas de organización, representación y comunicación.
Indagamos esa multiforme dialéctica sujeto-mundo teniendo en
cuenta que investigamos a seres concretos productores de un orden social,
material y simbólico, el que a su vez los alberga, produce e instituye.
Se afirma así la identidad de la Psicología Social como crítica de la
vida cotidiana, análisis científico de los mecanismos por los que las
estructuras sociales organizan materialmente y otorgan significación a las
experiencias de los sujetos.
Sin este análisis que permite interpelar a los procesos sociales desde
un criterio de salud, se nos escaparía el sentido de los acontecimientos
aparentemente más banales de una conducta, de las vicisitudes vinculares
o de las formas de la grupalidad. Haríamos técnica sin ciencia.

SUBJETIVIDAD Y PROCESOS SOCIALES. MARCO TEORICO.


Creo oportuno una explicitación del marco teórico en el que me
sustento, a la vez que un mayor desarrollo y profundización de algunos de
sus conceptos centrales. Para Enrique Pichon-Rivière, en cuyo pensamiento
me baso, la Psicología Social no designa sólo un área de procesos y
fenómenos. Implica una concepción de sujeto como ser complejo y sostiene
la esencia social del psiquismo.
Dicha concepción caracteriza al sujeto como “ser de necesidades, que
solo se satisfacen socialmente, en relaciones que lo determinan. El sujeto no
es solo un sujeto relacionado, es sujeto producido en una praxis. Nada hay
en él que no sea la resultante de la interrelación entre individuos, grupos y
clases” (Aportaciones a la didáctica de la Psicología Social – E.Pichon-Rivière
– Ana Quiroga – 1972. Publicado en El Proceso Grupal, Nueva Visión).
El hombre, por su condición primordial de “ser de necesidades”, se
constituye en su subjetividad, en su dimensión psíquica y social, en y por
una actividad transformadora de sí y de la realidad. En tanto configurado y
determinado en y por una red relacional, es “sujeto producido”, emergente
de procesos sociales, institucionales, vinculares. A la vez, al ser sujeto de
necesidades, es por ello sujeto de la praxis, del conocimiento. Hace a su
esencia ser el productor de su vida material, lo que lo define como sujeto de
la Historia, creador del orden social y del universo simbólico que es su
escenario. En consecuencia, si las relaciones sociales hacen a la esencia 1

de lo subjetivo, a su causalidad interna, podemos decir que tanto en su


forma como en su existencia, no tienen respecto a los procesos psíquicos
una relación secundaria, azarosa y de exterioridad, sino de interioridad y,
como hemos dicho, de compleja determinación. 2

Al analizar la interrelación de causas internas y condiciones externas


entendemos que no resulta pertinente hablar de un “afuera” social,
contexto de un “adentro” psíquico, aún cuando esto pueda corresponderse
con vivencias subjetivas de “frontera” (lo que nos remite a otra cuestión, a
la problemática de la diferenciación yo – no yo, del límite y la identidad).
Pero desde la perspectiva planteada, en el interjuego sujeto-mundo, lo
externo se hace interno, y éste a su vez se transforma en su opuesto ya que
lo interno se externaliza.
Insistimos en el carácter de ser complejo que reviste el sujeto. La
comprensión dialéctica de su unidad y multiplicidad permite distinguir la

1
Al referirnos a la esencia de un proceso, designamos con este término aquello que
le da especificidad, pero que, pese a su relativa permanencia, en modo alguno es
inmutable sino sujeto a transformación, en movimiento y por ello dotado de
historicidad.
2
especificidad de aspectos o instancias de lo subjetivo, reconocer su
interpenetración recíproca, y no fragmentar esa unidad compleja en
supuestas “entidades” ontológica y epistemológicamente autónomas, tales
como un “sujeto social” que sea otro que el “sujeto del inconsciente”, o el
“sujeto del grupo”.
Esta concepción de sujeto que fundamenta a la Psicología Social
pichoniana tiene implicancias en la elaboración de un criterio de salud,
orientador de nuestra tarea.

CONCEPCION DE SUJETO. CONCEPCION DE SALUD.


Al afirmar que el hombre es esencialmente “ser-en-el-mundo”, en
relación dialéctica con él, y al caracterizar al psiquismo como un sistema
abierto al mundo, constituyéndose en y por su ser en un mundo material,
social, vincular, estamos planteando implícitamente hipótesis acerca de la
contradicción salud – enfermedad. Intentamos establecer los términos en
que entendemos se desarrolla esta problemática.
Nuestra reflexión concierne, como hemos señalado, al sujeto de la
praxis, sujeto de una relación de recíproca determinación y transformación
con una realidad que lo trasciende y a la que a su vez modifica y produce.
La elaboración de un criterio de salud requiere el análisis de las formas
concretas que toma la relación sujeto-mundo. Por eso indagaremos en los
dos polos de esa relación.
Ello implica estudiar las posibilidades del sujeto para realizar una
acción transformadora, una adaptación activa a la realidad que tenga en
cuenta necesidades, condiciones concretas, potencialidades. Investigaremos
el grado de flexibilidad o de estereotipia en la relación mundo interno,
mundo externo. Nos preguntaremos por su capacidad para alcanzar un
conocimiento de sí “en situación”, en el universo de experiencia y
significación que configuran sus condiciones concretas de existencia. Esto
requiere, en el análisis de su conducta, sus vínculos, su hacer y su
representación del mundo, indagar el grado de plasticidad de aquellas
operaciones psíquicas, que EPR denominó “técnicas del yo”, y que permiten
ese encuentro dialéctico e instrumental entre el sujeto y el mundo y que
están al servicio del aprendizaje, en tanto aprehensión de la realidad.
Aprehensión que en un proceso, permite la elaboración de una visión
progresivamente integradora de hechos y relaciones, que posibilite
establecer nexos, descubrir nuevas articulaciones, superar escotomas, así
como reconocer fracturas, quiebras, vacíos y ausencias, o formas
inesperadas o hasta allí desconocidas de presencia. En este vasto
interrogar, nos preguntamos por su capacidad cognitiva y emocional de
insight y elaboración de conflictos. Por su creatividad, como potencialidad
de recorrer y gestar caminos alternativos, que implican innovación, apertura
al cambio, trabajo de duelo por lo que se pierde y gestación de proyectos.
Sin embargo no será solo el sujeto el interpelado. Como hemos dicho,
focalizar esa relación implica también analizar desde esta perspectiva, lo
que constituye su escenario de experiencia, mundo de significaciones, de
relaciones y procesos en los que debe posicionarse el sujeto. Con esto
aludimos al orden social, institucional, vincular en el que emerge y se
despliegan las vicisitudes de su configuración y desarrollo.
Será entonces objeto de nuestro estudio el destino que las
necesidades de los sujetos tienen en esas instancias, hasta qué punto ellas
son reconocidas o desconocidas, valorizadas o descalificadas. Qué sostén o
continencia ofrecen esos espacios interaccionales.
Por tanto, siempre en el marco de la elaboración de un criterio de
salud mental y de la promoción de la misma, reflexionaremos acerca de la
organización material y social de la experiencia personal y colectiva en un
orden socio histórico concreto. Investigaremos sí la interpretación de la
experiencia y de sí mismo que es propia de los sujetos de ese orden social
concreto se relaciona, o más aún, emerge de una cotidianidad, y a través de
qué procesos opera en la configuración de lo subjetivo. Intentaremos
profundizar en las significaciones, en el universo de sentido que condensa el
sistema de representaciones que legitima esa cotidianidad como “orden
válido”, “natural”, “humano”.
Nos preguntaremos si ese orden social favorece el aprendizaje, el
movimiento del sujeto sobre el mundo, la relación de recíproca
transformación, o por el contrario la obtura, tendiendo a instalar el
estereotipo o distintas modalidades de pasividad, gestando o ahondando
fracturas entre sujeto y realidad. Son estos interrogantes los que otorgan a
la Psicología Social su carácter de crítica de la cotidianeidad, como
investigación sistemática acerca de los hombres en un momento histórico,
en una sociedad particular. Este análisis los abarca la complejidad de su
praxis, su experiencia, su acontecer interno, en un mundo de relaciones
objetivas que constituyen sus condiciones concretas de existencia.

LA SITUACION ACTUAL.
Esta perspectiva define como campo de conocimiento una
multiplicidad de hechos que alcanza tanto aconteceres sociales, desarrollos
tecnológicos, movimientos de crisis y cambio, como a procesos inter e
intrasubjetivos. Consideramos parte de estos aconteceres sociales los
discursos que los interpretan expresando sistemas de representación social,
y que tienden a incidir en la percepción de los mismos orientándola. Encarar
hoy el análisis de esta diversidad nos enfrenta con hechos que marcan
significativamente el fin del siglo XX y signan el inicio del tercer milenio,
delineando algunas tendencias de desarrollo.
Estos hechos, pese a sus diferencias sustantivas, convergen en
generar nuevas formas de cotidianeidad y organización de la
experiencia, con un profundo impacto en la subjetividad. Nos detendremos
en el análisis de algunos de ellos, quizás los más significativos.
Uno de estos hechos consiste en la actual reunificación del
mercado mundial bajo el signo del sistema capitalista con la
hegemonía de los EE UU. Esta reunificación es posibilitada en un proceso
que se iniciara con la derrota de las revoluciones socialistas en Rusia en la
década del ’50 y que culmina con los cambios de orientación capitalista
desarrollados en China a partir de la muerte de Mao Tse Tung. Tales hechos
aceleran el colapso de la URSS y la desaparición del campo socialista. El
conjunto de estos acontecimientos marca el fin de una etapa histórica y
puede ser considerada la base real de la llamada globalización.
Otro acontecimiento, en este caso de naturaleza tecnológica, está
dado por la emergencia y desarrollo de una revolución informática y
mediática en la que se destaca la creación de una nueva dimensión: el
ciberespacio. Esta innovación así como otros profundos cambios
experimentados en la ciencia y la técnica, nos convocan a investigarlos ya
que las actuales transformaciones tecnológicas se manifiestan, en su
magnitud y aceleración, tanto en los procesos macrosociales, como en los
hechos aparentemente más banales de nuestra vida.
Se producen así significativos impactos en lo subjetivo al modificarse,
por obra de lo mediático, los registros de tiempo y espacio. Estos son
esenciales a la organización de la cotidianidad, la percepción de nosotros
mismos y nuestro contexto. En síntesis, a la identidad y la noción de prójimo
el que es ,a la vez, semejante y otro. Esta transformación incide en forma
contradictoria en procesos comunicacionales e identificatorios.
La invención del ciberespacio produjo una modificación cualitativa en
un proceso preexistente: la universalización de los ámbitos comunicativos.
La citada revolucion mediatica introduce un cambio profundo en el plano de
la vivencia de temporalidad: hace posible la simultaneidad entre el
hecho y su potencial percepción compleja en cualquier parte del
mundo. A la vez el ciberespacio permite un reprocesamiento personal de la
informacion y la cibernavegacion en las llamadas realidades virtuales, a la
vez que la descomposicion y recreación de imágenes, formas y figuras. Si
bien la realidad virtual es simulacion hace factible una modalidad hasta aqui
desconocida de relación sujeto – realidad.
Hemos señalado que este fenómeno de simultaneidad, que algunos
autores como MC Luchan consideran una abolición del tiempo y espacio,
opera en forma contradictoria en los procesos identificatorios que definen al
otro como prójimo. Esta contradicción está ligada a los procesos de
construcción de la noticia”, la mostración del hecho, que pueden orientarse
tanto a favorecer el enlace afectivo, el encuentro con el otro como
semejante, como por el contrario, instalar una distancia emocional, en que
el sujeto y el acontecimiento se torna abstracto, deshumanizado.
En cuanto al ciberespacio quisiera señalar que es un rasgo potencial
del mismo su potencialidad aún inconmensurable para entender nuestro
universo de experiencia y conocimiento.
Sin embargo la expansión de los sentidos, el transitar el dominio
digital y los mundos virtuales, el apropiarse de esta complejidad
impensable, la efectivización de los cambios de estilo en la presentación y
organización del conocimiento, permitido por las multimedias, se
encuentran aún en planos de incipiente investigación y desarrollo.
Fenómenos como el isomorfismo entre el carácter multimodal de la
vida y el aprendizaje y su expresión multimediática, la causalidad
recíproca entre la metamorfosis de los modos de comunicación y la
estructura de la percepción, así como la dinámica y forma en que
redes, hipertextos y realidades virtuales pueden modificar, como
modalidades comunicacionales, la subjetividad y las redes sociales,
se hallan todavía en el terreno de la hipótesis y experimentación.
Consideramos parte de ese universo a indagar, los discursos que
recorren el orden socio-histórico, formando parte del mismo
interpenetrándolo. Los discursos nombra, enuncian, explican. Tienden a
configurar percepciones, interpretar experiencias. A construir una visión del
mundo. (Weltanschaung). Aportan y expresan sistemas de representación
social. Pueden ser desocultantes, expresión de conocimiento, o
mistificadores. Por ello no resulta “irrelevante”, para un sujeto definido
como cognoscente, la cuestión de la relación con la realidad, la posibilidad o
imposibilidad del conocimiento objetivo, la problemática de la verdad. El
que las palabras, el lenguaje solo remita a palabras y lenguajes o por el
contrario denote, remita a un mundo objetivo.
Esta anticipación acerca del desarrollo tecnológico y sus efectos, que
para algunos autores ya es teoría,3 si bien tiene bases experimentales, estas
no son masivas, sino por el contrario, altamente restringidas y sofisticadas.
Ni aún la difusión actual de Internet, con sus 66 millones de usuarios,
cambia –a nivel de población mundial- el carácter selectivo de las
experiencias en el ciberespacio, en un mundo en que aproximadamente la
mitad de la población del planeta no ha utilizado jamás un aparato
telefónico. De allí que los fenómenos que hoy permite la existencia de esta
nueva dimensión comunicacional, así como los que perfila para el futuro,
exigen de una investigación. Y esto en particular en lo que hace a la
problemática de la subjetividad y la vivencia de identidad. Esta indagación
ha de ser sistemática, masiva y sostenida en el tiempo, a fin de discernir la
ciencia de la ficción.
La existencia del ciberespacio es, como hemos indicado, un hecho de
naturaleza esencialmente tecnológica, que se da –como todo proceso
tecnológico- en relaciones sociales concretas. Estas son hoy las de la
3
Nicholas Negroponte.
llamada “globalización”. Este proceso creciente de acumulación y
concentración de poder y riqueza, (que instrumenta lo tecnológico) y que
es factible en alguna de sus formas actuales (por ejemplo, operación en
simultáneo de los mercados, lo que redimensiona el desarrollo y movilidad
del capital financiero) por la existencia del ciberespacio, no tiene ni su
origen ni su razón de ser en la tecnología, en la cualidad de las
fuerzas productivas, sino en las relaciones de producción en las que
aquellas se generan y despliegan.
Esta relación causal es la que distintos discursos acerca de los
procesos económicos, la organización de la producción y “el fin del
trabajo”, intentan mostrar en forma invertida, abstracta y mistificadora.
Estos discursos y los hechos que enuncian, impactan en la subjetividad al
aportar una visión del mundo. Nos detendremos en el análisis de algunos de
ellos, quizás los más significativos.
De allí la importancia de definir con precisión los alcances de la
instrumentación de la cibernética en una economía mundializada Esta
definición limita la tendencia a adjudicar a “ese ambiente intangible y a los
juegos cibernéticos” que permite, una función dominante en el sostén de la
sociedad.
Sobre la base objetiva del funcionamiento de los mercados y el actual
desarrollo del capital financiero, no son pocos los que caen en el absurdo de
atribuirle al movimiento especulativo, facilitado por el ciberespacio, aún en
su actual incremento, el lugar central en la génesis de los procesos
económicos.
Esta inversión causal, inseparable de un axioma o “paradigma
tecnológico”, disocia trabajo de producción, negándole a aquel su carácter
de productor de bienes, creador de tecnologías e instrumentos y generador
de riqueza. En consecuencia si el trabajo es un rasgo constitutivo de lo
humano, es el sujeto el que queda despojado de su condición de productor,
protagonista de procesos socio-históricos.
Tal disociación se enlaza con otro contenido de este supuesto axioma,
tan caro a la globalización y que se expresa en esta afirmación: “la tercera
revolución industrial, de naturaleza esencialmente informática es la causa
principal e inevitable de la destrucción de empleos al producirse el
desplazamiento del hombre por la máquina”. Este reemplazo, en sus formas
actuales, anunciaría una mutación histórica: un mundo sin trabajo. Mutación
que se enlazaría con otra: la del sujeto sin pensamiento abstracto atrapado
por la imagen.4

DISCURSOS SOCIALES Y SUBJETIVIDAD


Nos hemos detenido en algunos de los rasgos de los discursos que
engendra este nuevo orden a fin de reflexionar acerca de su función
ideológica y sus efectos subjetivos, ya que las falacias y distorsiones que
encierran inducen a nuevas formas del proceso de alienación.
Como producción simbólica que impregna la vida social, el discurso
universalizante de la globalización nació con un anuncio triunfal: la
culminación de la evolución humana en el terreno de las ideologías. Este fin
de la historia encerraba un mensaje que la humanidad no tardó mucho
tiempo en descifrar: las nuevas condiciones objetivas y las relaciones de
poder que la sostienen - que han implicado cambios radicales en la vida de
millones de seres humanos a nivel planetario- es un inevitable corolario
histórico. Por tanto un orden y un acontecer irreversible.
En este concepto central se enlazan y potencian los enunciados del
“paradigma tecnológico”, “el fin del trabajo” y “el horror económico”. Hilos
5
de un entramado mistificador y alienante.
Como construcción ideológica el texto de la globalización es
superficialmente cambiante y ambiguo. Identifica en un mismo proceso
sociocultural una diversidad contradictoria y eventualmente antagónica.
En él “la racionalidad del mercado unificado” implica la abolición de
diferencias y fronteras, ocultando en la figura de una supuesta
homogeneización, la ausencia de reciprocidad e intercambio, la asimetría de
poderes, las crecientes manifestaciones de resistencia al modelo intrusivo y
hegemónico del Primer Mundo. Una forma de esta resistencia se expresa en
la intensificación de los antagonismos entre etnias, culturas, creencias
religiosas y la emergencia de nuevas formas de fundamentalismo.
Convocando a la unificación de los pueblos, no solo intenta arrasar
con costumbres e identidades, sino que escamotea las desgarrantes
desigualdades, la rígida estratificación que bajo múltiples formas de
4
Jeremy Rifkin. “El fin del trabajo”. G. Sartori “El homo videns”
5
Francis Fukuyama: “El fin de la historia” y “El último hombre”. Jeremy Rifkin: “El
fin del trabajo”. Vivian Forrester: “El horror económico”.
opresión, expulsión y amenaza de inexistencia, instala para sujetos y
naciones, este autodefinido “único mundo posible”. A la vez silencia la
implacable y evidente lucha por el control de los mercados y la agudización
de las contradicciones entre los centros de poder.
Coherente con su estrategia, el discurso de la globalización declara
caducos los conceptos de nación y soberanía, y con ellos el derecho
internacional que los sostiene.
El narcotráfico, el terrorismo y la corrupción, en los que están
profundamente involucrados dichos centros de poder, dan fundamento a
formas cada vez más manifiestas de intervencionismo y control
supranacional, alegando un supuesto “deber de injerencia”. El trabajo
ideológico acerca de estas cuestiones, tan sensibles para los sujetos, apunta
hoy a lograr consenso para legitimación jurídica de estas formas de invasión
y control. Estos son los rasgos del discurso de la globalizacion, tomaremos
ahora otra vertiente.
En el plano de los discursos, las interpretaciones del mundo, del
hombre y la vida social, el movimiento cultural denominado posmodernismo
– aun en su heterogeneidad – converge en una ruptura con las concepciones
prevalentes en las representaciones colectivas hasta la década del ’70.6
Sustentándose en algunas exégesis de descubrimientos de la física
cuántica y subcuántica se instala en el relativismo y agnosticismo filosófico
y científico, declarando la imposibilidad del conocimiento de la realidad,
inexistente el orden de lo “objetivo” e “irrelevante” la cuestión de la verdad
en el conocimiento. El hombre es un ser atrapado en los límites de sus
sensaciones y categorías conceptuales, encerrado en la red de lenguajes
que sólo conducen a otros lenguajes. El sujeto y el mundo estallan en una
multiplicidad sin unidad. Caos sin ley, desorden sin orden, azar sin
necesidad se imponen en un pensamiento explícitamente antidialéctico.
Nacido en una sustentable crítica al dogmatismo vigente en
organizaciones políticas, históricamente de avanzada, pero en las que

6
El analisis de un movimiento múltiple como el posmodernismo merece un
desarrollo que razones de espacio nos impide dedicarle. En muchos de sus
lineamientos el pensamiento posmoderno abre fecundas vías de indagación en la
relación orden sociohistorico y subjetividad. Su posicionamiento epistemologico y el
flagrante desconocimiento de otras teorias que transitaron y transitan la temática
de esa relación en su complejidad, constituyen a nuestro entender un obstáculo
para lograr mayor solidez en sus aportes.
habían sido ya derrotadas las ideas revolucionarias, el posmodernismo se
instala en el escepticismo en el terreno político y social. Señala la caducidad
de los “grandes relatos”, el fin de las utopías, a la vez que cae en la
paradoja de acuñar otra utopía. Nos referimos a la sociedad, en la que en
una “era del vacío” no surgen proyectos movilizadores, sociedad
posmoderna en la que, en un proceso creciente de “personificación”
liberada de las formas autoritarias de socialización de las sociedades
modernas, las instituciones se modelan sobre las motivaciones de los
individuos. Sociedad abierta y plural que tiene en cuenta los deseos
personales, aumenta la libertad de elección y multiplica las oportunidades
y la oferta. Se exalta como valor supremo la realización personal y la
autonomía, a la vez que el derecho a la singularidad y las diferencias, al
gozo de la vida en un mundo de placer y de logros.
La utopía posmoderna aportó su texto a la sociedad de libre mercado,
que lo instrumenta en su estrategia de franjas homogéneas y minorías
diferenciadas y sofisticadas de consumo. Lo incluye así en sus mitos más
seductores y encubridores que configuran el discurso de la globalización.
No es difícil encontrar nexos entre el individualismo posmoderno y los
ideales neoliberales, entre su escepticismo agnóstico y los fuertes
contenidos adaptacionistas que encierran los mensajes acerca de la
irreversibilidad del nuevo orden mundial. En esta convergencia no pudo
quizás reconocer o denunciar el fin de la historia “como un nuevo gran
relato”
Pero en “el nuevo orden mundial” no todo es discurso y
representación.
En el seno de la mayor expansión histórica del capitalismo, la
creciente concentración monopólica, la competencia por los mercados, el
vertiginoso desarrollo tecnológico –de alto costo y rápida obsolescencia- que
conlleva un descenso de la tasa de ganancia, y el incremento del capital
especulativo en relación a la inversión productiva, son factores de una
gravísima crisis del sistema. Esta se da porque se ha agudizado la
contradicción que le es esencial: la que se da entre producción social y
apropiación privada.
Esta crisis se evidencia dramáticamente hoy con la caída de los
“paraísos emergentes”, la labilidad de los “tigres asiáticos” y las amenazas
que se ciernen sobre la economía de Japón y en consecuencia sobre EEUU.
Paradójicamente en el momento de mayor potencial de desarrollo se
bordea el abismo de una recesión mundial. Otro hecho, íntimamente
vinculado con esta forma de mundialización de la economía, y el salto
cualitativo en algunas áreas de la ciencia y la técnica.
La crisis objetiva y en aumento del capitalismo ha conducido a una
nueva organización de la producción. Esta instrumenta el desarrollo
tecnológico e intensifica la asimetría en las relaciones de poder. La
nueva organización diseña una explotación máxima de la fuerza de trabajo
a la vez que instala su expulsión creciente de los procesos productivos,
fragilizándose día a día la inserción laboral, lo que es legitimado por leyes y
convenios.
El sistema económico de la globalización asume como estructural una
desocupación que involucra al 30% de la fuerza laboral en el mundo.
En la creciente concentración poblacional de las grandes ciudades se
multiplican los bolsones de pobreza y marginalidad, a la vez que la miseria y
la falta de perspectivas en el campo condenan al éxodo a la mayoría de los
obreros rurales, en tanto los pequeños y medianos productores son
devorados por la usura bancaria y los grandes monopolios, destruyéndose la
familia campesina como unidad productiva a la vez que como grupo de
pertenencia y espacio de contención para los sujetos.
En estos hechos encuentra su base material un proceso que emerge
con gran intensidad en la vida social. Nos referimos a la contradicción
inclusión/exclusión que instala “un horizonte de amenaza”, una vivencia
de estar a merced de los acontecimientos, en riesgo de inexistencia
por desinserción social. Esto no ocurre solo con los desempleados.
Precariza la vida social en su conjunto.
En una complejidad causal, que incluye otros factores, estas
condiciones objetivas operan en la gestación de movimientos de
dispersión social y procesos de fragilización y fragmentación
subjetiva y vincular.
A la vez, la movilidad de las inversiones, favorece, cooperando con
la reorganización de la producción y su flexibilización, la precariedad
laboral. La “versatilidad y polivalencia” del trabajador, hoy tan exaltadas, no
es solo un requerimiento positivo de las nuevas formas productivas.
Llevadas a un extremo expresan también rasgos de un sujeto apto a
adaptarse acríticamente a la precarización e inserción social a través del
trabajo. Esto es posible en tanto incorpore en la representación de sí y del
mundo uno de los axiomas de la llamada globalización: un empleo estable
es hoy un mito. Esta incorporacion es uno de los rasgos de un proceso
patogénico: la sobreadaptacion.
Como lo hemos señalado previamente, consideramos pertinente el
análisis de algunos de los rasgos del “nuevo orden mundial”, y en particular
en lo que hace a su basamento económico y su expresión en el plano de las
relaciones de poder, ya que al definir el campo y objeto de la Psicología
Social como “compleja dialéctica entre relaciones sociales y subjetividad”,
nos posicionamos desde una concepción del sujeto y un consecuente
criterio de salud.
Desde allí interrogamos e interpelamos al orden social en tanto
posibilitante u obstaculizador de la existencia de un sujeto integrado, en sí y
con otros, conciente de sus contradicciones, de las relaciones en las que
está inmerso y de las que es actor. Un sujeto con capacidad crítica, de
aprendizaje y creatividad. Un sujeto producido y emergente de condiciones
concretas, que pueda asumirse en su identidad esencial de productor de su
vida material y del universo simbólico, sujeto del conocimiento y
protagonista de la historia.
La relación entre procesos sociales y subjetividad no es mecánica,
simple o unilateral. Su complejidad desborda todavía nuestros instrumentos
de análisis, lo que nos lleva a trabajar con hipótesis e interrogantes.
En ese interrogar encontramos que hoy, si la ley del mercado opera
como institución fundamental, reguladora de los intercambios entre los
seres humanos, la competitividad excluyente se instala como máximo valor
social. El individualismo más exaltado y la significación del otro como rival a
excluir o destruir, se redimensionan como ideales hegemónicos.
Un movimiento de dispersión social, de alteración en los
procesos identificatorios y fractura en los lazos solidarios, que
constituyen el sostén del ser del sujeto, condición del psiquismo y
de la historia, emergen en estos hechos y su legitimación
ideológica.
Sin embargo, como lo sostiene W.Reich “Un orden social opresor,
negador de la vida y de las necesidades más primarias solo puede
sostenerse si se transforma en conducta espontánea”.
Es decir, se instituye en la subjetividad y en algún aspecto la
configura. Este orden de exclusión podría tener su anclaje psíquico
en que el sujeto aterrado, aislado, ante el riesgo de devastación, de
inexistencia, encuentre en la identificación con ese orden alguna
apoyatura que le permita negar su angustia, y la vivencia de
soledad e impotencia que se le hace intolerable. Esta sería la base
del falso self que distintas instancias de la vida social tenderán a
reforzar.
Cuando en un orden social se incrementan las condiciones
objetivas para la carencia y se instala la amenaza de exclusión y el
incentivo de la rivalidad, se deteriora la trama de relaciones. Si el
sujeto es negado o devaluado en su función esencial de productor,
tiende a darse un impacto en lo subjetivo que se expresa en la
melancolización, la pérdida de la autoestima, la desconfianza, la
cosificación de sí y del otro. Crece el aislamiento, el encierro en la
propia piel, en los propios pensamientos, las vivencias de vacío
interno, soledad y pánico. Al mismo tiempo se incrementa la
violencia en las relaciones interpersonales y el rechazo de las
diferencias. La crisis objetiva se ha transformado en crisis del
sujeto.
Al potenciarse las vivencias de inseguridad e incertidumbre,
de pérdida y ataque, el monto de ansiedad y confusión fragiliza el
necesitado sentimiento de fortaleza yoica, de seguridad básica.
Esto puede constituirse en un obstáculo para la identificación
madura, el encuentro con el otro en tanto diferente y semejante. Se
vulnera así nuestra capacidad para la inquietud” (Winnicott),
“nuestra preocupación por el otro”, uno de los fundamentos de
nuestra condición ética y basamento en la construcción de lazos
solidarios, redes vinculares y grupales que, como hemos dicho,
operan como sostén del ser y sustento de la identidad.
Hemos mencionado, hipótesis acerca de la institución de este
nuevo orden en la subjetividad, la posibilidad de anclaje en el
psiquismo.
El nuevo orden mundial, en tanto se define en las actuales
relaciones de poder, como “único mundo posible”, plantea un
mensaje unívoco y contundente de acatamiento. El discurso suprime
la posibilidad de otra alternativa. Es por tanto, esencialmente
adaptacionista.
Este discurso tiene como escenario la contradicción
inclusión/exclusión, lo que hemos llamado un “orden de escasez”, un
“horizonte de amenaza”. En el terror de inexistencia que emerge de
la posibilidad de una exclusión sin retorno, encontrará el terreno
fértil el mandato, a veces imperativo, a veces seductor, de sumisión
e identificación con los ideales del “nuevo orden”.
Hemos hablado de fragilización subjetiva, de alienación en tanto
pérdida y desconocimiento de sí e identificación del sujeto con ideales y
mandatos de un poder que no solo le es ajeno, sino antagónico.
Las formas sociales de organización de la experiencia, y las
significaciones sociales dominantes en este nuevo orden tienden a producir
fragmentación social y subjetiva como formas de la existencia alienada.
Estos procesos, profundamente vinculados entre sí, que se sostienen y
remiten recíprocamente ofrecen un doble carácter: pueden ser efecto de las
condiciones concretas de existencia, ya que éstas plantean crecientes
exigencias de respuesta adaptativa a la multiplicación y diversidad de
estímulos, a la vertiginosidad de los cambios, a la súbita pérdida de
referentes y pueden también operar como defensa ante el masivo ataque a
la subjetividad, el potencial daño al yo, que la emergencia simultánea de
esta constelación de hechos representa.
Un camino adaptativo es el que intenta una respuesta “adecuada”, en
el plano fáctico, de rendimiento laboral y social. Pero esa “adecuación” no
se da desde una fortaleza yoica, que permite una relación crítica con el
universo de experiencia, sino desde el sometimiento. Se trata de una
conducta de sobreadaptación que implica la construcción de un falso self,
una falsa identidad. Está íntimamente ligada al proceso de alienación y
requiere una subjetividad fragmentada. El sujeto se escinde, se desconoce
en sus propias necesidades, sentimientos, historia y relaciones,
jerarquizando sólo aquella que lo somete, en tanto supone que le otorga
significatividad y existencia. Asume así, como conducta espontánea,
negando o reprimiendo sus conflictos, lo que es mandato y discurso de un
otro, en una relación de sumisión.
Esto - que puede ser analizado en distintas practicas que hacen a
nuestra vida cotidiana- se expresa por ejemplo en la institución del trabajo
cuando desde el lugar del obrero, en la nueva organización productiva, no
se asume solo la responsabilidad laboral, sino que ésta se extiende a la
responsabilidad empresarial de satisfacción y retención del cliente y
competitividad en el mercado. Convirtiéndose de hecho, cada trabajador en
un agente de control de sus compañeros, e induciéndose a una falsa
representación acerca del propio lugar en las relaciones productivas.
En el adaptacionismo, negación de contradicciones y sumisión, una
parte significativa de las emociones y el pensamiento, así como de señales
del cuerpo, es suprimida, obturada y quizás perdida. Se deterioran los
procesos de simbolización, ya que el sujeto no puede pensar ni pensarse.
No puede tomarse autónomamente a sí mismo ni a la realidad como objeto
de conocimiento. Este proceso es reforzado por un discurso del poder que
ejerce en forma sistemática la “desmentida de la percepción”.
El empobrecimiento psíquico, el deterioro de la simbolización y el
temor a la destrucción interna que acechan al sujeto, lo empujan a la
búsqueda de satisfacciones sustitutivas. Entre ellas se recortan las distintas
conductas adictivas.
En esta modalidad de fragmentación, el sujeto pareciera quedar
disperso en la superficie de las cosas, en una relación de exterioridad
consigo mismo, banalizando sus relaciones. Este puede ser un rasgo de la
llamada subjetividad light. Pero también puede ser la situación de los que
quedan atrapados en una vivencia de futilidad y vacío, propias de una
depresión silenciosamente instalada.
Esta ausencia de pensamiento, esa fragmentación se hace también
manifiesta en los que no pueden transitar la respuesta supuestamente
adecuada, adaptada, pero que encuentran, ante la imposibilidad de
simbolizar y elaborar su angustia, su frustración y su ira, la descarga en la
acción violenta, en una búsqueda incesante de calmar su pánico a través de
la aniquilación de la fuente de ansiedad. Esta es buscada y desplazada en
forma permanente. El otro, los otros son su enemigo. La violencia sin
sentido, presente en nuestra cotidianidad, tiene su origen en ese proceso.
Otro camino, también ligado a la fragmentación y a la dificultad de
elaboración simbólica es el de la melancolización. En ella el sujeto rompe
sus lazos sociales, se aísla, condensa en sí todo el caudal de impotencia y
pérdida - por las que se responsabiliza- y esto puede llevarlo a distintas
formas de autodestrucción. Emergen patologías que van desde la bulimia y
la anorexia hasta el suicidio.
Definimos esta situación como punto de urgencia en el campo de
la salud.
El daño psicológico que significa para la mayoría de los habitantes de
la tierra la desocupación masiva y la precarización labora, que han instalado
un “horizonte de amenaza” como una inseguridad crónica, ha sido
comparado con el que produce una guerra mundial.
La OMS en 1997 caracteriza a los efectos de este modelo como
catástrofe epidemiológica. La depresión se ha convertido, junto a
distintas formas del síndrome de pánico, en patologías dominantes. La falta
de perspectiva y de proyecto se ubican en la génesis de las distintas formas
de la enfermedad mental.
Sin embargo, no todo es acatamiento, no todo es resignación
alienada.
Ha despuntado y se desarrolla en la práctica y en las
representaciones, una crítica profunda de este modelo de injusticia y
opresión.
Si bien la fragmentación subjetiva y la atomización social continúan
vigentes como fenómeno hegemónico, y la sobreadaptación persiste junto
al pánico, dando lugar a intensas formas de sufrimiento, se delinean
respuestas alternativas.
Desplegada la crisis y alcanzados sus puntos álgidos, surgen nuevos
comportamientos. Estos se expresan tanto en los movimientos de decenas
de miles de obreros y estudiantes en Europa, en las movilizaciones masivas
en Asia, como en las nuevas formas de lucha social que se muestran en
México, Brasil, Paraguay y Argentina, o en la resistencia de los países del
Tercer Mundo como Cuba, Irak y otros, al cerco y agresión imperialista.
Esas luchas y formas innovadoras como las de Chiapas, los fogoneros
y piqueteros de Argentina, los Sin Tierra de Brasil y Paraguay, ponen de
manifiesto aprendizajes sociales y personales. En ellas el silencio ha cedido
lugar a la palabra, palabra que exige ser escuchada. La parálisis va dejando
lugar a la acción organizada. El sentimiento de vergüenza y marginalidad, la
culpa frente a la desocupación es ahora indignación, conciencia de oprobio.
Se advierte un tránsito de la autopercepción de desocupado victimizado e
impotente, a una nueva autopercepción: la de ser sujeto grupal de poder.
Muchos de los de hasta ayer desvastados en su subjetividad por este
modelo se identifican con la condición de victimizados, pero no en términos
de excluidos sino de robados, despojados. No aceptan ya el discurso ni el
poder del victimario, redefinen su autovaloración. No se identifican con el
agresor a la vez que crecen en la tarea de identificarlo, en el sentido de
desocultar sus métodos e identidad.
En lo compartido, lo articulado, los nuevos procesos identificatorios,
los que sostienen esta posibilidad de acción y movilización, de análisis
precisos y pertinencia en el hacer.
Este es un proceso complejo, que implicará tiempo y varias instancias
de práctica. Sin embargo, como respuesta a la globalización, al “fin de la
historia”, a la extinción del trabajo, millones de seres humanos están
intentando recuperar o reapropiarse de un rasgo esencial de identidad, el
de ser protagonistas de la identidad: el de ser protagonistas de la historia.
Esto se expresa hoy en distintas practicas y en la recreación del discurso.
Discurso fundado en la irrenunciable conciencia de la dignidad.

Ana P. De Quiroga
Buenos Aires, agosto de 1998.

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