Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
A)
1
Al referirnos a la esencia de un proceso, designamos con este término aquello que
le da especificidad, pero que, pese a su relativa permanencia, en modo alguno es
inmutable sino sujeto a transformación, en movimiento y por ello dotado de
historicidad.
2
especificidad de aspectos o instancias de lo subjetivo, reconocer su
interpenetración recíproca, y no fragmentar esa unidad compleja en
supuestas “entidades” ontológica y epistemológicamente autónomas, tales
como un “sujeto social” que sea otro que el “sujeto del inconsciente”, o el
“sujeto del grupo”.
Esta concepción de sujeto que fundamenta a la Psicología Social
pichoniana tiene implicancias en la elaboración de un criterio de salud,
orientador de nuestra tarea.
LA SITUACION ACTUAL.
Esta perspectiva define como campo de conocimiento una
multiplicidad de hechos que alcanza tanto aconteceres sociales, desarrollos
tecnológicos, movimientos de crisis y cambio, como a procesos inter e
intrasubjetivos. Consideramos parte de estos aconteceres sociales los
discursos que los interpretan expresando sistemas de representación social,
y que tienden a incidir en la percepción de los mismos orientándola. Encarar
hoy el análisis de esta diversidad nos enfrenta con hechos que marcan
significativamente el fin del siglo XX y signan el inicio del tercer milenio,
delineando algunas tendencias de desarrollo.
Estos hechos, pese a sus diferencias sustantivas, convergen en
generar nuevas formas de cotidianeidad y organización de la
experiencia, con un profundo impacto en la subjetividad. Nos detendremos
en el análisis de algunos de ellos, quizás los más significativos.
Uno de estos hechos consiste en la actual reunificación del
mercado mundial bajo el signo del sistema capitalista con la
hegemonía de los EE UU. Esta reunificación es posibilitada en un proceso
que se iniciara con la derrota de las revoluciones socialistas en Rusia en la
década del ’50 y que culmina con los cambios de orientación capitalista
desarrollados en China a partir de la muerte de Mao Tse Tung. Tales hechos
aceleran el colapso de la URSS y la desaparición del campo socialista. El
conjunto de estos acontecimientos marca el fin de una etapa histórica y
puede ser considerada la base real de la llamada globalización.
Otro acontecimiento, en este caso de naturaleza tecnológica, está
dado por la emergencia y desarrollo de una revolución informática y
mediática en la que se destaca la creación de una nueva dimensión: el
ciberespacio. Esta innovación así como otros profundos cambios
experimentados en la ciencia y la técnica, nos convocan a investigarlos ya
que las actuales transformaciones tecnológicas se manifiestan, en su
magnitud y aceleración, tanto en los procesos macrosociales, como en los
hechos aparentemente más banales de nuestra vida.
Se producen así significativos impactos en lo subjetivo al modificarse,
por obra de lo mediático, los registros de tiempo y espacio. Estos son
esenciales a la organización de la cotidianidad, la percepción de nosotros
mismos y nuestro contexto. En síntesis, a la identidad y la noción de prójimo
el que es ,a la vez, semejante y otro. Esta transformación incide en forma
contradictoria en procesos comunicacionales e identificatorios.
La invención del ciberespacio produjo una modificación cualitativa en
un proceso preexistente: la universalización de los ámbitos comunicativos.
La citada revolucion mediatica introduce un cambio profundo en el plano de
la vivencia de temporalidad: hace posible la simultaneidad entre el
hecho y su potencial percepción compleja en cualquier parte del
mundo. A la vez el ciberespacio permite un reprocesamiento personal de la
informacion y la cibernavegacion en las llamadas realidades virtuales, a la
vez que la descomposicion y recreación de imágenes, formas y figuras. Si
bien la realidad virtual es simulacion hace factible una modalidad hasta aqui
desconocida de relación sujeto – realidad.
Hemos señalado que este fenómeno de simultaneidad, que algunos
autores como MC Luchan consideran una abolición del tiempo y espacio,
opera en forma contradictoria en los procesos identificatorios que definen al
otro como prójimo. Esta contradicción está ligada a los procesos de
construcción de la noticia”, la mostración del hecho, que pueden orientarse
tanto a favorecer el enlace afectivo, el encuentro con el otro como
semejante, como por el contrario, instalar una distancia emocional, en que
el sujeto y el acontecimiento se torna abstracto, deshumanizado.
En cuanto al ciberespacio quisiera señalar que es un rasgo potencial
del mismo su potencialidad aún inconmensurable para entender nuestro
universo de experiencia y conocimiento.
Sin embargo la expansión de los sentidos, el transitar el dominio
digital y los mundos virtuales, el apropiarse de esta complejidad
impensable, la efectivización de los cambios de estilo en la presentación y
organización del conocimiento, permitido por las multimedias, se
encuentran aún en planos de incipiente investigación y desarrollo.
Fenómenos como el isomorfismo entre el carácter multimodal de la
vida y el aprendizaje y su expresión multimediática, la causalidad
recíproca entre la metamorfosis de los modos de comunicación y la
estructura de la percepción, así como la dinámica y forma en que
redes, hipertextos y realidades virtuales pueden modificar, como
modalidades comunicacionales, la subjetividad y las redes sociales,
se hallan todavía en el terreno de la hipótesis y experimentación.
Consideramos parte de ese universo a indagar, los discursos que
recorren el orden socio-histórico, formando parte del mismo
interpenetrándolo. Los discursos nombra, enuncian, explican. Tienden a
configurar percepciones, interpretar experiencias. A construir una visión del
mundo. (Weltanschaung). Aportan y expresan sistemas de representación
social. Pueden ser desocultantes, expresión de conocimiento, o
mistificadores. Por ello no resulta “irrelevante”, para un sujeto definido
como cognoscente, la cuestión de la relación con la realidad, la posibilidad o
imposibilidad del conocimiento objetivo, la problemática de la verdad. El
que las palabras, el lenguaje solo remita a palabras y lenguajes o por el
contrario denote, remita a un mundo objetivo.
Esta anticipación acerca del desarrollo tecnológico y sus efectos, que
para algunos autores ya es teoría,3 si bien tiene bases experimentales, estas
no son masivas, sino por el contrario, altamente restringidas y sofisticadas.
Ni aún la difusión actual de Internet, con sus 66 millones de usuarios,
cambia –a nivel de población mundial- el carácter selectivo de las
experiencias en el ciberespacio, en un mundo en que aproximadamente la
mitad de la población del planeta no ha utilizado jamás un aparato
telefónico. De allí que los fenómenos que hoy permite la existencia de esta
nueva dimensión comunicacional, así como los que perfila para el futuro,
exigen de una investigación. Y esto en particular en lo que hace a la
problemática de la subjetividad y la vivencia de identidad. Esta indagación
ha de ser sistemática, masiva y sostenida en el tiempo, a fin de discernir la
ciencia de la ficción.
La existencia del ciberespacio es, como hemos indicado, un hecho de
naturaleza esencialmente tecnológica, que se da –como todo proceso
tecnológico- en relaciones sociales concretas. Estas son hoy las de la
3
Nicholas Negroponte.
llamada “globalización”. Este proceso creciente de acumulación y
concentración de poder y riqueza, (que instrumenta lo tecnológico) y que
es factible en alguna de sus formas actuales (por ejemplo, operación en
simultáneo de los mercados, lo que redimensiona el desarrollo y movilidad
del capital financiero) por la existencia del ciberespacio, no tiene ni su
origen ni su razón de ser en la tecnología, en la cualidad de las
fuerzas productivas, sino en las relaciones de producción en las que
aquellas se generan y despliegan.
Esta relación causal es la que distintos discursos acerca de los
procesos económicos, la organización de la producción y “el fin del
trabajo”, intentan mostrar en forma invertida, abstracta y mistificadora.
Estos discursos y los hechos que enuncian, impactan en la subjetividad al
aportar una visión del mundo. Nos detendremos en el análisis de algunos de
ellos, quizás los más significativos.
De allí la importancia de definir con precisión los alcances de la
instrumentación de la cibernética en una economía mundializada Esta
definición limita la tendencia a adjudicar a “ese ambiente intangible y a los
juegos cibernéticos” que permite, una función dominante en el sostén de la
sociedad.
Sobre la base objetiva del funcionamiento de los mercados y el actual
desarrollo del capital financiero, no son pocos los que caen en el absurdo de
atribuirle al movimiento especulativo, facilitado por el ciberespacio, aún en
su actual incremento, el lugar central en la génesis de los procesos
económicos.
Esta inversión causal, inseparable de un axioma o “paradigma
tecnológico”, disocia trabajo de producción, negándole a aquel su carácter
de productor de bienes, creador de tecnologías e instrumentos y generador
de riqueza. En consecuencia si el trabajo es un rasgo constitutivo de lo
humano, es el sujeto el que queda despojado de su condición de productor,
protagonista de procesos socio-históricos.
Tal disociación se enlaza con otro contenido de este supuesto axioma,
tan caro a la globalización y que se expresa en esta afirmación: “la tercera
revolución industrial, de naturaleza esencialmente informática es la causa
principal e inevitable de la destrucción de empleos al producirse el
desplazamiento del hombre por la máquina”. Este reemplazo, en sus formas
actuales, anunciaría una mutación histórica: un mundo sin trabajo. Mutación
que se enlazaría con otra: la del sujeto sin pensamiento abstracto atrapado
por la imagen.4
6
El analisis de un movimiento múltiple como el posmodernismo merece un
desarrollo que razones de espacio nos impide dedicarle. En muchos de sus
lineamientos el pensamiento posmoderno abre fecundas vías de indagación en la
relación orden sociohistorico y subjetividad. Su posicionamiento epistemologico y el
flagrante desconocimiento de otras teorias que transitaron y transitan la temática
de esa relación en su complejidad, constituyen a nuestro entender un obstáculo
para lograr mayor solidez en sus aportes.
habían sido ya derrotadas las ideas revolucionarias, el posmodernismo se
instala en el escepticismo en el terreno político y social. Señala la caducidad
de los “grandes relatos”, el fin de las utopías, a la vez que cae en la
paradoja de acuñar otra utopía. Nos referimos a la sociedad, en la que en
una “era del vacío” no surgen proyectos movilizadores, sociedad
posmoderna en la que, en un proceso creciente de “personificación”
liberada de las formas autoritarias de socialización de las sociedades
modernas, las instituciones se modelan sobre las motivaciones de los
individuos. Sociedad abierta y plural que tiene en cuenta los deseos
personales, aumenta la libertad de elección y multiplica las oportunidades
y la oferta. Se exalta como valor supremo la realización personal y la
autonomía, a la vez que el derecho a la singularidad y las diferencias, al
gozo de la vida en un mundo de placer y de logros.
La utopía posmoderna aportó su texto a la sociedad de libre mercado,
que lo instrumenta en su estrategia de franjas homogéneas y minorías
diferenciadas y sofisticadas de consumo. Lo incluye así en sus mitos más
seductores y encubridores que configuran el discurso de la globalización.
No es difícil encontrar nexos entre el individualismo posmoderno y los
ideales neoliberales, entre su escepticismo agnóstico y los fuertes
contenidos adaptacionistas que encierran los mensajes acerca de la
irreversibilidad del nuevo orden mundial. En esta convergencia no pudo
quizás reconocer o denunciar el fin de la historia “como un nuevo gran
relato”
Pero en “el nuevo orden mundial” no todo es discurso y
representación.
En el seno de la mayor expansión histórica del capitalismo, la
creciente concentración monopólica, la competencia por los mercados, el
vertiginoso desarrollo tecnológico –de alto costo y rápida obsolescencia- que
conlleva un descenso de la tasa de ganancia, y el incremento del capital
especulativo en relación a la inversión productiva, son factores de una
gravísima crisis del sistema. Esta se da porque se ha agudizado la
contradicción que le es esencial: la que se da entre producción social y
apropiación privada.
Esta crisis se evidencia dramáticamente hoy con la caída de los
“paraísos emergentes”, la labilidad de los “tigres asiáticos” y las amenazas
que se ciernen sobre la economía de Japón y en consecuencia sobre EEUU.
Paradójicamente en el momento de mayor potencial de desarrollo se
bordea el abismo de una recesión mundial. Otro hecho, íntimamente
vinculado con esta forma de mundialización de la economía, y el salto
cualitativo en algunas áreas de la ciencia y la técnica.
La crisis objetiva y en aumento del capitalismo ha conducido a una
nueva organización de la producción. Esta instrumenta el desarrollo
tecnológico e intensifica la asimetría en las relaciones de poder. La
nueva organización diseña una explotación máxima de la fuerza de trabajo
a la vez que instala su expulsión creciente de los procesos productivos,
fragilizándose día a día la inserción laboral, lo que es legitimado por leyes y
convenios.
El sistema económico de la globalización asume como estructural una
desocupación que involucra al 30% de la fuerza laboral en el mundo.
En la creciente concentración poblacional de las grandes ciudades se
multiplican los bolsones de pobreza y marginalidad, a la vez que la miseria y
la falta de perspectivas en el campo condenan al éxodo a la mayoría de los
obreros rurales, en tanto los pequeños y medianos productores son
devorados por la usura bancaria y los grandes monopolios, destruyéndose la
familia campesina como unidad productiva a la vez que como grupo de
pertenencia y espacio de contención para los sujetos.
En estos hechos encuentra su base material un proceso que emerge
con gran intensidad en la vida social. Nos referimos a la contradicción
inclusión/exclusión que instala “un horizonte de amenaza”, una vivencia
de estar a merced de los acontecimientos, en riesgo de inexistencia
por desinserción social. Esto no ocurre solo con los desempleados.
Precariza la vida social en su conjunto.
En una complejidad causal, que incluye otros factores, estas
condiciones objetivas operan en la gestación de movimientos de
dispersión social y procesos de fragilización y fragmentación
subjetiva y vincular.
A la vez, la movilidad de las inversiones, favorece, cooperando con
la reorganización de la producción y su flexibilización, la precariedad
laboral. La “versatilidad y polivalencia” del trabajador, hoy tan exaltadas, no
es solo un requerimiento positivo de las nuevas formas productivas.
Llevadas a un extremo expresan también rasgos de un sujeto apto a
adaptarse acríticamente a la precarización e inserción social a través del
trabajo. Esto es posible en tanto incorpore en la representación de sí y del
mundo uno de los axiomas de la llamada globalización: un empleo estable
es hoy un mito. Esta incorporacion es uno de los rasgos de un proceso
patogénico: la sobreadaptacion.
Como lo hemos señalado previamente, consideramos pertinente el
análisis de algunos de los rasgos del “nuevo orden mundial”, y en particular
en lo que hace a su basamento económico y su expresión en el plano de las
relaciones de poder, ya que al definir el campo y objeto de la Psicología
Social como “compleja dialéctica entre relaciones sociales y subjetividad”,
nos posicionamos desde una concepción del sujeto y un consecuente
criterio de salud.
Desde allí interrogamos e interpelamos al orden social en tanto
posibilitante u obstaculizador de la existencia de un sujeto integrado, en sí y
con otros, conciente de sus contradicciones, de las relaciones en las que
está inmerso y de las que es actor. Un sujeto con capacidad crítica, de
aprendizaje y creatividad. Un sujeto producido y emergente de condiciones
concretas, que pueda asumirse en su identidad esencial de productor de su
vida material y del universo simbólico, sujeto del conocimiento y
protagonista de la historia.
La relación entre procesos sociales y subjetividad no es mecánica,
simple o unilateral. Su complejidad desborda todavía nuestros instrumentos
de análisis, lo que nos lleva a trabajar con hipótesis e interrogantes.
En ese interrogar encontramos que hoy, si la ley del mercado opera
como institución fundamental, reguladora de los intercambios entre los
seres humanos, la competitividad excluyente se instala como máximo valor
social. El individualismo más exaltado y la significación del otro como rival a
excluir o destruir, se redimensionan como ideales hegemónicos.
Un movimiento de dispersión social, de alteración en los
procesos identificatorios y fractura en los lazos solidarios, que
constituyen el sostén del ser del sujeto, condición del psiquismo y
de la historia, emergen en estos hechos y su legitimación
ideológica.
Sin embargo, como lo sostiene W.Reich “Un orden social opresor,
negador de la vida y de las necesidades más primarias solo puede
sostenerse si se transforma en conducta espontánea”.
Es decir, se instituye en la subjetividad y en algún aspecto la
configura. Este orden de exclusión podría tener su anclaje psíquico
en que el sujeto aterrado, aislado, ante el riesgo de devastación, de
inexistencia, encuentre en la identificación con ese orden alguna
apoyatura que le permita negar su angustia, y la vivencia de
soledad e impotencia que se le hace intolerable. Esta sería la base
del falso self que distintas instancias de la vida social tenderán a
reforzar.
Cuando en un orden social se incrementan las condiciones
objetivas para la carencia y se instala la amenaza de exclusión y el
incentivo de la rivalidad, se deteriora la trama de relaciones. Si el
sujeto es negado o devaluado en su función esencial de productor,
tiende a darse un impacto en lo subjetivo que se expresa en la
melancolización, la pérdida de la autoestima, la desconfianza, la
cosificación de sí y del otro. Crece el aislamiento, el encierro en la
propia piel, en los propios pensamientos, las vivencias de vacío
interno, soledad y pánico. Al mismo tiempo se incrementa la
violencia en las relaciones interpersonales y el rechazo de las
diferencias. La crisis objetiva se ha transformado en crisis del
sujeto.
Al potenciarse las vivencias de inseguridad e incertidumbre,
de pérdida y ataque, el monto de ansiedad y confusión fragiliza el
necesitado sentimiento de fortaleza yoica, de seguridad básica.
Esto puede constituirse en un obstáculo para la identificación
madura, el encuentro con el otro en tanto diferente y semejante. Se
vulnera así nuestra capacidad para la inquietud” (Winnicott),
“nuestra preocupación por el otro”, uno de los fundamentos de
nuestra condición ética y basamento en la construcción de lazos
solidarios, redes vinculares y grupales que, como hemos dicho,
operan como sostén del ser y sustento de la identidad.
Hemos mencionado, hipótesis acerca de la institución de este
nuevo orden en la subjetividad, la posibilidad de anclaje en el
psiquismo.
El nuevo orden mundial, en tanto se define en las actuales
relaciones de poder, como “único mundo posible”, plantea un
mensaje unívoco y contundente de acatamiento. El discurso suprime
la posibilidad de otra alternativa. Es por tanto, esencialmente
adaptacionista.
Este discurso tiene como escenario la contradicción
inclusión/exclusión, lo que hemos llamado un “orden de escasez”, un
“horizonte de amenaza”. En el terror de inexistencia que emerge de
la posibilidad de una exclusión sin retorno, encontrará el terreno
fértil el mandato, a veces imperativo, a veces seductor, de sumisión
e identificación con los ideales del “nuevo orden”.
Hemos hablado de fragilización subjetiva, de alienación en tanto
pérdida y desconocimiento de sí e identificación del sujeto con ideales y
mandatos de un poder que no solo le es ajeno, sino antagónico.
Las formas sociales de organización de la experiencia, y las
significaciones sociales dominantes en este nuevo orden tienden a producir
fragmentación social y subjetiva como formas de la existencia alienada.
Estos procesos, profundamente vinculados entre sí, que se sostienen y
remiten recíprocamente ofrecen un doble carácter: pueden ser efecto de las
condiciones concretas de existencia, ya que éstas plantean crecientes
exigencias de respuesta adaptativa a la multiplicación y diversidad de
estímulos, a la vertiginosidad de los cambios, a la súbita pérdida de
referentes y pueden también operar como defensa ante el masivo ataque a
la subjetividad, el potencial daño al yo, que la emergencia simultánea de
esta constelación de hechos representa.
Un camino adaptativo es el que intenta una respuesta “adecuada”, en
el plano fáctico, de rendimiento laboral y social. Pero esa “adecuación” no
se da desde una fortaleza yoica, que permite una relación crítica con el
universo de experiencia, sino desde el sometimiento. Se trata de una
conducta de sobreadaptación que implica la construcción de un falso self,
una falsa identidad. Está íntimamente ligada al proceso de alienación y
requiere una subjetividad fragmentada. El sujeto se escinde, se desconoce
en sus propias necesidades, sentimientos, historia y relaciones,
jerarquizando sólo aquella que lo somete, en tanto supone que le otorga
significatividad y existencia. Asume así, como conducta espontánea,
negando o reprimiendo sus conflictos, lo que es mandato y discurso de un
otro, en una relación de sumisión.
Esto - que puede ser analizado en distintas practicas que hacen a
nuestra vida cotidiana- se expresa por ejemplo en la institución del trabajo
cuando desde el lugar del obrero, en la nueva organización productiva, no
se asume solo la responsabilidad laboral, sino que ésta se extiende a la
responsabilidad empresarial de satisfacción y retención del cliente y
competitividad en el mercado. Convirtiéndose de hecho, cada trabajador en
un agente de control de sus compañeros, e induciéndose a una falsa
representación acerca del propio lugar en las relaciones productivas.
En el adaptacionismo, negación de contradicciones y sumisión, una
parte significativa de las emociones y el pensamiento, así como de señales
del cuerpo, es suprimida, obturada y quizás perdida. Se deterioran los
procesos de simbolización, ya que el sujeto no puede pensar ni pensarse.
No puede tomarse autónomamente a sí mismo ni a la realidad como objeto
de conocimiento. Este proceso es reforzado por un discurso del poder que
ejerce en forma sistemática la “desmentida de la percepción”.
El empobrecimiento psíquico, el deterioro de la simbolización y el
temor a la destrucción interna que acechan al sujeto, lo empujan a la
búsqueda de satisfacciones sustitutivas. Entre ellas se recortan las distintas
conductas adictivas.
En esta modalidad de fragmentación, el sujeto pareciera quedar
disperso en la superficie de las cosas, en una relación de exterioridad
consigo mismo, banalizando sus relaciones. Este puede ser un rasgo de la
llamada subjetividad light. Pero también puede ser la situación de los que
quedan atrapados en una vivencia de futilidad y vacío, propias de una
depresión silenciosamente instalada.
Esta ausencia de pensamiento, esa fragmentación se hace también
manifiesta en los que no pueden transitar la respuesta supuestamente
adecuada, adaptada, pero que encuentran, ante la imposibilidad de
simbolizar y elaborar su angustia, su frustración y su ira, la descarga en la
acción violenta, en una búsqueda incesante de calmar su pánico a través de
la aniquilación de la fuente de ansiedad. Esta es buscada y desplazada en
forma permanente. El otro, los otros son su enemigo. La violencia sin
sentido, presente en nuestra cotidianidad, tiene su origen en ese proceso.
Otro camino, también ligado a la fragmentación y a la dificultad de
elaboración simbólica es el de la melancolización. En ella el sujeto rompe
sus lazos sociales, se aísla, condensa en sí todo el caudal de impotencia y
pérdida - por las que se responsabiliza- y esto puede llevarlo a distintas
formas de autodestrucción. Emergen patologías que van desde la bulimia y
la anorexia hasta el suicidio.
Definimos esta situación como punto de urgencia en el campo de
la salud.
El daño psicológico que significa para la mayoría de los habitantes de
la tierra la desocupación masiva y la precarización labora, que han instalado
un “horizonte de amenaza” como una inseguridad crónica, ha sido
comparado con el que produce una guerra mundial.
La OMS en 1997 caracteriza a los efectos de este modelo como
catástrofe epidemiológica. La depresión se ha convertido, junto a
distintas formas del síndrome de pánico, en patologías dominantes. La falta
de perspectiva y de proyecto se ubican en la génesis de las distintas formas
de la enfermedad mental.
Sin embargo, no todo es acatamiento, no todo es resignación
alienada.
Ha despuntado y se desarrolla en la práctica y en las
representaciones, una crítica profunda de este modelo de injusticia y
opresión.
Si bien la fragmentación subjetiva y la atomización social continúan
vigentes como fenómeno hegemónico, y la sobreadaptación persiste junto
al pánico, dando lugar a intensas formas de sufrimiento, se delinean
respuestas alternativas.
Desplegada la crisis y alcanzados sus puntos álgidos, surgen nuevos
comportamientos. Estos se expresan tanto en los movimientos de decenas
de miles de obreros y estudiantes en Europa, en las movilizaciones masivas
en Asia, como en las nuevas formas de lucha social que se muestran en
México, Brasil, Paraguay y Argentina, o en la resistencia de los países del
Tercer Mundo como Cuba, Irak y otros, al cerco y agresión imperialista.
Esas luchas y formas innovadoras como las de Chiapas, los fogoneros
y piqueteros de Argentina, los Sin Tierra de Brasil y Paraguay, ponen de
manifiesto aprendizajes sociales y personales. En ellas el silencio ha cedido
lugar a la palabra, palabra que exige ser escuchada. La parálisis va dejando
lugar a la acción organizada. El sentimiento de vergüenza y marginalidad, la
culpa frente a la desocupación es ahora indignación, conciencia de oprobio.
Se advierte un tránsito de la autopercepción de desocupado victimizado e
impotente, a una nueva autopercepción: la de ser sujeto grupal de poder.
Muchos de los de hasta ayer desvastados en su subjetividad por este
modelo se identifican con la condición de victimizados, pero no en términos
de excluidos sino de robados, despojados. No aceptan ya el discurso ni el
poder del victimario, redefinen su autovaloración. No se identifican con el
agresor a la vez que crecen en la tarea de identificarlo, en el sentido de
desocultar sus métodos e identidad.
En lo compartido, lo articulado, los nuevos procesos identificatorios,
los que sostienen esta posibilidad de acción y movilización, de análisis
precisos y pertinencia en el hacer.
Este es un proceso complejo, que implicará tiempo y varias instancias
de práctica. Sin embargo, como respuesta a la globalización, al “fin de la
historia”, a la extinción del trabajo, millones de seres humanos están
intentando recuperar o reapropiarse de un rasgo esencial de identidad, el
de ser protagonistas de la identidad: el de ser protagonistas de la historia.
Esto se expresa hoy en distintas practicas y en la recreación del discurso.
Discurso fundado en la irrenunciable conciencia de la dignidad.
Ana P. De Quiroga
Buenos Aires, agosto de 1998.