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Más de una persona ha querido ver en la ética spinoziana algo que hable de otra
libertad que pueda encontrarse más allá de la auto conservación, la cual propone nuestro
filósofo como fin ético y que, en consecuencia, parece ubicar su propuesta ética en un
determinismo. Bastante desasosiego ha incitado en algunos lectores la libertad
espinocista, tal cual nos lo muestra Lessing con su réplica a Jacobi, en la cita con la
cual he dado comienzo a esta reflexión. De este modo, mientras algunos como Jacobi
han expresado dicho descontento ante el determinismo, otros, en cambio, han preferido
leer a Spinoza bajo la expectativa de encontrar sustento al sentimiento de una libertad
como fruto del libre arbitrio, lo cual se ha traducido en una interpretación viciada que
ha cerrado sus ojos a los postulados de la Ética. En el trayecto del presente escrito,
trataremos de observar, detalladamente, cómo la exposición que hace Spinoza de la
libertad en su Ética muestra argumentos que nos convencen de la necesidad de restringir
las pretensiones de aquellos que adjudican al autor aspiraciones que rebasan el terreno
de un posible determinismo.
Para ello, realizaremos la exposición conforme a los siguientes pasos. Primero,
haremos una distinción del tipo de libertad al que hace referencia Spinoza en su máxima
obra ética, con el objetivo de evidenciar el contenido determinista de la libertad que
este autor nos propone; en segundo término, realizaremos una investigación de la
libertad espinosista más a fondo, desde sus primeros principios, con lo cual daremos
paso a los argumentos que emplea nuestro autor para concebir una libertad distinta a la
que normalmente admitimos. Con este fin, habremos de recurrir a una breve exposición
de la segunda parte de la Ética, en donde Spinoza distingue las clases de conocimiento
existentes y por medio de las cuales el hombre podrá hacerse a la libertad que predica
el holandés, ya que esta última será posible merced al tipo de conocimiento del que
haga uso el hombre; en tercer y último lugar, mostraremos las consecuencias prácticas
de la libertad spinoziana, por un lado, partiendo del mismo análisis del autor y, por otro
lado, procurando poner de manifiesto la aplicabilidad de la misma (la libertad spinoziana),
para concluir que tal libertad determinista no permite plantear una “verdadera” ética en
la medida en que omite cualquier tipo de responsabilidad en el actuar humano.
I
En la obra anteriormente mencionada del autor holandés (La Ética demostrada
según el orden geométrico), podemos observar los conceptos que enlazan todo el
sistema spinoziano en su forma más fundamental y pura, característica que denota
gran interés para nosotros, pues la tarea que hemos de llevar a cabo será, en gran
medida, la de exponer los puntos sobre los cuales se articula el concepto de libertad.
En dicho contexto, el problema de la libertad se trata bajo la perspectiva de dos sentidos
terminológicos distintos. El primero de ellos se encuentra relacionado con la manera
en que comúnmente nos apercibimos de la libertad y el modo en que ésta hace parte de
nuestro sentimiento más íntimo y familiar. Según este sentimiento, en nuestra condición
de hombres nos pensamos libres porque consideramos que somos causa eficiente de
nuestras acciones, es decir, porque pensamos poseer libre arbitrio a la hora de actuar.
Y el segundo, que sería en sentido estricto el que se ha de acuñar a la luz de esta ética,
se erige en contravía del anterior, poniéndose, como diría el mismo Spinoza, “no en el
libre decreto sino en la libre necesidad”.
En la definición séptima de la primera parte de su obra, Spinoza nos da su
definición de libertad. Dice allí: “Se llamará libre aquella cosa que existe por la sola
necesidad de su naturaleza y se determina por sí sola a obrar. Necesaria, en cambio, o
más bien coaccionada, aquella que es determinada por otra a existir y a obrar según
una razón cierta y determinada”.2
Se hacen, entonces, más que evidentes los sentidos tan contrarios que sustentan
a ambos términos. El uno, desde el libre arbitrio, y el otro, desde la libre necesidad, que
es el lugar último desde el cual Spinoza considera nuestro habitual sentimiento de
libertad como un prejuicio innato a los hombres, del cual éstos deben liberarse por
medio de la razón.
Detengámonos un poco más en las características concernientes a esta libertad,
que, según Spinoza, los hombres suelen imaginar.
2 B. Spinoza, Ética demostrada según el orden geométrico. Primera parte, definición VII. Edición
de Atilano Domínguez, Editorial Trotta.
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3 Ibíd., apéndice de la primera parte, p. 68. En la edición citada, dice: “los hombres opinan que son
libres”. Lo he cambiado por “imaginan”, tal y como aparece en el original. Además, esto resulta
más acorde con la diferencia entre los distintos tipos de conocimientos que establece Spinoza en
la segunda parte.
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creen obrar por libre decreto de su alma y no que son llevados por el impulso. Y como
este prejuicio es innato a todos los Hombres, no se liberan tan fácilmente de él”.4
II
En consecuencia, si bien el hombre no es libre según el libre arbitrio, sí existe
para Spinoza una forma a través de la cual el hombre puede hacerse libre, entendiendo
esto en el sentido de liberarse de aquel prejuicio que viene a nosotros de forma innata
y con respecto al cual hemos de entender que no somos realmente libres por naturaleza,
sino que tal libertad se nos presenta como el resultado de un proceso que, pese a no
darse en todos los hombres, sí puede ser llevado a cabo. Este proceso, que tiene por
tarea y fin exponer y demostrar Spinoza en su Ética, consiste, entonces, como se
había indicado, en que el hombre, por medio de un conocimiento adecuado de las
causas que le determinan a actuar, actúe conscientemente en coherencia con lo que
esta causa le determina.
En este punto, tenemos un eje de enlace conceptual merced al cual debe
hacérsenos más claro el contexto de la libertad tal y como lo entiende Spinoza en su
sistema: esto es, el conocimiento, ya que es por medio de este aspecto que podremos
comprender la manera en que el hombre puede adquirir conciencia de su naturaleza
con relación a la causa que lo determina a actuar.
Debemos advertir de antemano que esta cuestión del conocimiento, la cual en
sí misma podría abarcar el desarrollo de un texto dedicado a ella de forma exclusiva,
solamente será elucidada teniendo en cuenta sus características más generales. Por
consiguiente, haremos cierta salvedad al intentar dar cuenta de detalles que no nos
representan demasiada utilidad o pertinencia, en procura de sostener la relevancia del
problema que nos concierne y de no oscurecer innecesariamente el texto.
Esta cuestión tiene dos posibles enfoques, uno desde el terreno de la ontología
y el otro desde el terreno propio de una teoría del conocimiento. Desde el panorama
ontológico, podemos afirmar, con Spinoza, que Dios comprende y concibe todo cuanto
es de forma indistinta e inmanente en su misma unidad, inmanente en el sentido en
que se expresa en la proposición 18 de la primera parte de su Ética, a saber, que por
fuera de Dios no hay nada, que todo es en él y que, como resultado, nos es imposible
concebir un Dios trascendente o por fuera del mundo, al modo como ha sido pensado
en la tradición cristiana. Por contraste, la circunstancia bajo la cual los hombres
percibimos el mundo es fragmentaria, ya que sólo percibimos este o aquel objeto de
manera singular y ello debido a que el conocimiento humano es finito y no goza de la
perfección divina. Finalmente, es a partir de la percepción de singulares y por la
comparación de éstos que los hombres obtienen como resultado los contrarios bueno
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y malo, bello y feo, etc., según sean útiles o no para su conservación. Lo cual quiere
decir que estos juicios de valor son emitidos en tanto los objetos sirven para la
conservación de la naturaleza humana y no, como algunos han creído, en tanto existen
el bien y el mal predeterminados universalmente por Dios.
Ya en la segunda parte de la Ética, “De la naturaleza y origen del alma”, se
encuentra consignado lo que podría llamarse la teoría del conocimiento de Spinoza,
que comprende el segundo enfoque que hemos indicado con relación al conocimiento.
Spinoza hace uso del Escolio 2 de la proposición 40 para exponer los tres géneros de
conocimiento posibles en el hombre. No obstante, para la ocasión nos será más útil
abordar el problema del conocimiento en dos esferas generales, a saber, el conocimiento
por imaginación y el conocimiento por razón. Por una parte, debido a que la diferencia
entre las tres clases de conocimiento aludidas en este escolio radica, al fin de cuentas,
en la posibilidad de discernir entre un conocimiento adecuado y otro inadecuado y, por
otra parte, teniendo en cuenta que realmente Spinoza no muestra una posición muy
clara frente a su tercer género de conocimiento: la ciencia intuitiva,5 pues pareciera
que dicho género de conocimiento es más propio de Dios, que tiene un conocimiento
infinito, y no de los hombres, que, como es sabido, son finitos y mortales. En razón de
esto, los hombres podrían, a lo sumo, aspirar a un conocimiento adecuado de las
cosas de tipo racional. Por lo dicho, bástenos los dos géneros del conocimiento aquí
indicados.
La opinión o, mejor, la imaginación,6 como comúnmente llama Spinoza en su
Ética a este primer género de conocimiento, es entendida como la forma de acuerdo con
la cual el hombre percibe, por medio de la particular constitución de su cuerpo, las cosas
externas a él a partir de las cuales se forma una idea en el alma. Ideas que no son claras
y distintas, como acontece con las ideas provenientes de la razón, sino confusas e
inadecuadas. Así, cuando los hombres juzgan las cosas en atención a cómo las imaginan,
varían en su juicio según su parecer particular, pues la manera como un objeto afecta el
cuerpo de un hombre cambia de acuerdo con la constitución de cada uno.
5 Que, según el escolio anteriormente mencionado, proviene de la idea adecuada de la esencia formal
de algunos atributos de Dios y que tiene como fin el conocimiento adecuado de la esencia de las
cosas. (Véase la siguiente nota al pie.)
6 Es importante anotar que es el mismo Spinoza quien trata de manera indistintamente estos dos
términos de imaginación y opinión en el Escolio de la Proposición 40 de la segunda parte de la
Ética, punto en el cual, como se anotó, nuestro autor procura establecer la diferencia entre los
distintos tipos de conocimiento. Citaré en extenso para aquellos que deseen corroborar algunas de
las afirmaciones realizadas en el escrito: “[…] resulta claro que percibimos muchas cosas y
formamos nociones universales: 1°) a partir de cosas singulares que nos son representadas por los
sentidos de forma mutilada, confusa y sin orden al entendimiento: y por eso he solido calificar
tales percepciones de conocimiento por experiencia vaga. 2°) A partir de signos, como, por
ejemplo, que al oír o leer ciertas palabras, recordamos las cosas y formamos de ellas algunas ideas
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semejantes a aquellas con que solemos imaginarlas. A estos dos modos de contemplar las cosas los
llamaré en adelante conocimiento del primer género, opinión o imaginación. 3°) A partir, en fin, de
que tenemos nociones comunes e ideas adecuadas de las propiedades de las cosas; y a éste le
llamaré razón y conocimiento de segundo género. Además de estos dos géneros de conocimiento
existe, como mostraré a continuación, un tercero, al que llamaremos ciencia intuitiva. Y éste género
de conocimiento procede de la idea adecuada de la esencia formal de algunos atributos de Dios al
conocimiento adecuado de la esencia de las cosas” (cursivas en el original).
7 B. Spinoza, Ética demostrada según el orden geométrico. Proposición II de la cuarta parte.
Edición citada.
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III
Veamos, ahora, cómo estas clases de conocimiento, el uno originado por las
afecciones y el otro originado por la razón, se implican en las relaciones que el hombre
puede establecer con sus congéneres, punto crucial para nuestro autor, en la medida
en que considera al hombre como lo más provechoso y útil para el hombre mismo,
dado que es lo más afín a su naturaleza y a que, por experiencia, se nos ha mostrado
que difícilmente el hombre puede preservar su vida en soledad.
A modo de síntesis, podemos afirmar que para Spinoza existen tres causas por
las que un hombre puede odiar y ser contrario a la naturaleza de otro hombre. La
primera de ellas ocurre por accidente, es decir, porque en un hombre hay algo que se
asemeja a una cosa que otro hombre odia; la segunda sucede cuando un hombre posee
algo que otro hombre desea y ambos no pueden poseer a un mismo tiempo; y la
tercera circunstancia se presenta cuando alguien odia a una persona que es amada por
otra, de manera tal que esta última odia a quien odia la persona amada. Empero, el
verdadero eje de estas tres circunstancias, sobre el cual apuntan las causas de malestar
entre los seres humanos, es el momento en el que el objeto que desean los hombres
solamente puede ser poseído por uno de ellos.
Tal cual nos lo plantea la Ética, la tendencia del hombre a amar lo que su
semejante ama es connatural. Cuando el hombre actúa determinado por la imaginación
y las afecciones, esta tendencia natural se dirige a amar precisamente aquello que,
pese a que únicamente puede ser poseído por uno solo de los mortales, es a un mismo
tiempo objeto de deseo de todos los demás e, incluso, de manera paradójica, el hombre
se esfuerza en hacer que los demás congéneres amen este mismo objeto de deseo y
actúen según su propio ingenio, mostrándose egoísta y envidioso para los otros.
En contraposición a esto, Spinoza propone que cuando el hombre logra ser
determinado adecuadamente por la razón y el entendimiento, “se esfuerza en guiar a
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los demás por la razón, no obra por impulso, sino humana y benignamente”.9 De este
modo, el hombre determinado por la razón se esfuerza también por que todos sus
semejantes tiendan hacia un mismo objeto como bien supremo, pero, en esta ocasión,
dicho bien supremo representa un bien común acorde con el cual los hombres son
afines entre sí y desean unirse unos a otros con lazos de amistad. Este bien supremo
consiste en “el amor intelectual” de Dios (Amor Dei intellectualis), en consideración
con lo cual mientras más conozca el hombre a Dios, más deseará que los demás
hombres gocen de esta virtud, sumo bien y conocimiento.
Pero el que el hombre actúe de cierta manera, dependiendo del conocimiento
por el cual es determinado en el acto, sea la imaginación, sea la razón, debe ser matizado,
pues no podemos perder de vista el hecho de que en Spinoza siempre que hagamos
una afirmación debemos precisar en qué orden del discurso estamos hablando, es
decir, si es en el contexto ontológico, con relación al conocimiento en Dios, o en el
contexto de la comparación, por medio de la cual comprende nuestra razón humana,
contextos que, como vimos, guardan entre sí una amplia diferencia.10
Si hablamos desde el punto de vista del conocimiento humano, podemos
diferenciar los dos modos de actuar en el Hombre, anteriormente explicados, pero si
hemos de hablar en un contexto ontológico o más cercano a éste existe algo más
fundamental que determina la acción humana, esto es, el deseo. Una de las primeras
definiciones que Spinoza hace del deseo se desprende de la siguiente proposición, que
citaré en extenso.
Tanto si tiene ideas claras y distintas como si las tiene confusas, el alma se esfuerza en
perseverar en su ser por una duración indefinida, y tiene conciencia de ese esfuerzo
suyo.
Demostración: La esencia del alma está constituida por ideas adecuadas e inadecua-
das. Por tanto, se esfuerza en perseverar en su ser lo mismo en cuanto que tiene éstas
como en cuanto que tiene aquellas, y ello por cierta duración indefinida.
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Escolio. [El apetito] no es otra cosa que la misma esencia del hombre, de cuya natura-
leza se sigue necesariamente aquello que contribuye a su conservación y que el hombre
está por tanto, determinado a realizar. Por lo demás, entre apetito y deseo no hay
diferencia alguna, excepto que el deseo suele atribuirse a los hombres en cuanto que
son conscientes de su apetito, y por tanto puede definirse así: el deseo es el apetito con
la conciencia del mismo.11
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Bibliografía
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Lessing, Gotthold Ephraim. “Spinoza: conversaciones entre Lessing y Jacobi.” En:
Gotthold Ephraim Lessing. Escritos teológicos y filosóficos. Madrid, Editorial
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