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Estas regiones, cabe destacarlo, asumen todas su deuda con el contexto argentino y reconocen en
nuestra región el origen de sus desarrollos en el campo. Los modelos teóricos que sostienen estas
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prácticas con modificaciones en cada región, siguen de cerca los desarrollos que se gestan
permanentemente en nuestra zona respecto de este tipo de funciones.
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Traspasando ambas influencias, el ámbito de lo estrictamente terapéutico e insertándose también
en el campo de lo asistencial en general.
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Otras referencias señalan una existencia de la figura contemporánea a ésta en el marco
institucional público, de la mano del Dr. Jorge García Badaracco.
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En este contexto surge un primer libro sobre la temática. “Acompañamiento Terapéutico y
pacientes psicóticos”. Susana Kuras de Mauer. Silvia Resnizky. Ed. Trieb. Bs. As. 1985.
El perfil empírico- psiquiátrico asistencial que adquiere la figura es claro, también la influencia en
aquellos años del psicoanálisis inglés en el campo de la psiquiatría. Se menciona en aquella época
funciones tales como las de prestar el yo, prestarse de modelo de identificación, representar al
terapeuta, ser agente de re- socialización etc.-
El nivel de teorización muestra una característica que acompañara por mucho tiempo, al campo del
Acompañamiento Terapéutico, la extrapolación de nociones, poco afortunadas en la mayor parte de
los casos, desde campos ya establecidos como la psiquiatría y el psicoanálisis.
El perfil constituido entonces presenta las características definidas, hoy anacrónicas, de un auxiliar
pasivo del terapeuta médico con claras funciones asistencialistas.
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Con la noción de “psiquiatría empírica” nos referimos a una distinción que en la actualidad y hace
algún tiempo ya, gana espacio en muchas regiones del mundo y en la nuestra también, entre las
perspectivas “empíricas” y las perspectivas “basadas en la evidencia”, predominantemente en el
campo psiquiátrico y psicofarmacológico.
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Los requerimientos a los que hacemos referencia podrían resumirse en la inserción de las
incumbencias psiquiátricas en el tratamiento integral de las adicciones y en la emergencia en el
tratamiento de las psicosis, de diseños ambulatorios y alternativos al modelo asilar.
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Extraído de la ponencia del DR. Eduardo Kalina en la 1er Jornada Nacional de Acompañamiento
Terapéutico Organizada por la UBA. Bs. As. Noviembre 1998. Centro Cultural Ricardo Rojas
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Actualmente en los Estados Unidos figuras análogas a la del Acompañamiento Terapéutico,
ligadas al tratamiento ambulatorio y al “home care” se presentan en el quinto lugar de proyección
de empleos.
Cambios demográficos, de condiciones sociales y de salud, mundiales en las sociedades
contemporáneas, proyectan las figuras auxiliares y los requerimientos de atención que las suponen,
como las de mayor crecimiento en los próximos años, a partir del crecimiento de las demandas
asistenciales de las llamadas “patologías graves” y del impacto de estas en los servicios primarios
de atención.
La formación y regulación de estos servicios auxiliares es ya, en varias regiones, por el costo que el
fenómeno supone en el ámbito de la productividad poblacional, hace tiempo considerada cuestión
de estado, no siempre suficientemente atendida, debemos aclararlo.
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Dos consideraciones caben hacer a esta altura.
Por un lado la mención a los esfuerzos que por parte de las disciplinas médicas se realizan en la
actualidad para favorecer esta relación entre el tratamiento y el paciente, entendida como el
problema del cumplimiento del primero (Compliance) y la adherencia del segundo, más allá del a
veces estrecho miramiento que el sector otorga al exclusivo punto de vista de la relación médico –
paciente, o terapeuta– paciente.
Desde este punto de vista, se destacan las consideraciones que giran en torno a las modificaciones
de dispositivos, sus diseños e instrumentaciones y las técnicas que le son correspondientes,
entendidas como variables consistentes (aunque no exclusivas), de obstáculo y facilitación de la
relación mencionada y de sus consecuencias en la consecución de los objetivos terapéuticos.
Por otra parte podría diferenciarse dentro de la psiquiatría, posiciones como la de la psiquiatría
dinámica de Henry Ey que reconoce en nociones tradicionales de la psiquiatría empírica y de la
medicina en general, tales como la empatía, el ojo clínico, la experiencia, etc., la carencia de una
teoría de la transferencia, aportada por el psicoanálisis hace aproximadamente un siglo atrás, que
diera mejor cuenta, como Ey lo menciona, del “encuentro de subjetividades” que el acto terapéutico
supone. Teoría a la que propone subordinar las consideraciones de la relación terapeuta – paciente,
subordinando incluso a esta dimensión las tareas diagnósticas. (Tratado de psiquiatría. Henry Ey y
colabs. Ed. Masson).
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Podríamos decir que le cabe a la noción de empatía lo que otrora Freud criticaba respecto de la
noción de sugestión en “Psicologías de las masas y Análisis del yo”. Una noción que pareciendo
explicarlo todo, no parece, sin embargo, explicarse a sí misma.
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Basta con recordar algunos nombres claves como Pichon Riviere, Marcos Victoria, José Bleger,
Marie Langer, para pensar el marco posible de articulación entre criterios médicos socio-
asistenciales y psicoanalíticos
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Una anécdota curiosa, pero no poco significativa, la representa el hecho de que desde muy
temprano, en la instauración de este tipo prácticas, a falta de criterios positivos de indicación la
figura en todas sus acepciones ligaba su pertenencia y referencia central a una norma que se definía
negativamente. La indicación tan generalizada y predominante como indiscutida de no interpretar.
Por tiempo los acompañantes sabían tan solo que su tarea se relacionaba, no siempre sabiendo
cómo, a la función de contener por un lado y a la proscripción de interpretar por el otro. El ejemplo
presenta claramente la dependencia problemática que un campo de tal complejidad presenta
respecto de otros campos y cómo, en clave analítica se reproduce el modelo de auxiliar pasivo, sin
modelos alternativos que especifiquen para la función la originalidad que de hecho presenta en la
practica clínica.
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La calificación parecería en realidad devenida en la delimitación de la función acompañar y el
carácter amistoso de esta función, entonces trocado por la exigencia técnica que el atributo
terapéutico recibe.
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La salida de compromiso habitual que la práctica empírica presenta, lejana en mucho a los
básicos criterios del orden técnico terapéutico, es juzgar la efectividad terapéutica de la acción por
los resultados observables obtenidos en el corto plazo, desconociendo que el mínimo juicio respecto
al carácter terapéutico de un acción obliga en mucho a la consideración técnica de los medios
instrumentados y los fundamentos del mismo, y no del resultado por sí mismo.
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Jacques Postel; Francoise Bing. “Philippe Pinel y los conserjes” (PPyC). En: Pensar la locura.
Ensayos sobre Michael Foucault. Paidós Estudio. Bs. As. 1996.
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Sobre el trabajo de Pussin, Roussel en su “Systeme de la feme” (1978) describe las siguientes
características“... un celo que nada desalienta, una atención asidua para observar las costumbres y
los aspectos de los insensatos, así como los fenómenos de su enfermedad, una sagacidad natural y
una especie de instinto que le hace amar este tipo de observación, han puesto al ciudadano en
condiciones de establecer entre los locos un régimen y una disciplina admirable, y de pronosticar
de manera segura sus curaciones, con tres meses, seis meses, un año de anticipación”.
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En el contexto que Foucault llamó la época clásica, inmediatamente anterior a las fechas
fundacionales del modelo asilar, la figura auxiliar adquiere su adjetivo distintivo más problemático,
aquel que sugiere la atribución y el reconocimiento de facultades y funciones terapéuticas. La
literatura sobre la época clásica destaca una nota significativa la figura del terapeuta, hoy bajo la
égida del llamado modelo médico hegemónico, confunde, en una persona lo que originariamente
era una pareja, en unidad lo que era multiplicidad. El médico no era terapeuta y el terapeuta no era
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médico, ni profesional alguno, en algunos caso eran pacientes o ex pacientes que llegaban a veces
como en le caso de Pussin a dirigir servicios en instituciones tan importantes como la Salpetriere.
“... Jean –Batptiste Pussin, originario de Lons- le- Saulnier (Jura), donde era oficial curtidor, se
encontró en París sin trabajo y padeciendo “escrófulas”. Esas adenopatías tuberculosas, afección
considerada entonces incurable, lo llevaron al hospicio de Bicetre, donde fue hospitalizado el 5 de
Junio de 1771 (según registro de admisiones). Contra lo que podía esperarse la enfermedad remitió.
Pero él se quedó en Bicetre, empleado como celador, primero en el servicio de niños, en 1780, y
después en el servicio de insensatos (empleo St- Prix) en 1785. Allí lo encontrará Philippe Pinel, el
11 de septiembre de 1793, cuando llega a Bicetre con un decreto de nombramiento de ese año (...)
Jean- Baptiste Pussin tiene 39 años, pero ya cuenta con 14 de servicio en el establecimiento.”
Algunas breves notas de Postel alcanzan para caracterizar aquella época de transición: “...el médico
trata de ser a la vez el dramaturgo en “ ese dominio incierto de cuasi- milagro” del tratamiento de la
locura, y el hombre de ciencia que procura hacer entrar esa misma locura en el marco positivista de
una ciencia médica también muy incierta...”..
“...el verdadero asilo sólo nacerá con la, instauración de ese poder médico único, como lo han
demostrado Marcel Gauchet y Gladis Swain, a la muerte del celador, Pussin, reemplazado por el
médico Esquirol. Los fundadores del tratamiento moral, en particular P. Pinel, tenían perfecta
conciencia de que los médicos no eran los mejores ubicados y los más competentes para practicarlo.
Así queda abierta, hasta 1811 en la Salpetriere, toda la cuestión del poder terapéutico moral de los
no- médicos, de los “empíricos” e incluso de los charlatanes...”
“...En la institución asilar que creó el médico alienista, éste se convierte en un verdadero monarca
que asume todos los poderes y al que deben someterse a la vez el “celador” o “ vigilante” los
guardianes y los enfermos...”
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“...un aspecto muy importante de la práctica medicinal durante la época clásica. El elemento
psicológico, en su pureza, parece haber tenido su lugar en la práctica. ¿Cómo se podría explicar de
otra manera, la importancia que se concede a la exhortación, a la persuasión, al razonamiento, al
diálogo que el médico clásico entabla con su paciente, independientemente del tratamiento por
medio de remedios del cuerpo? Si no aceptamos la tesis, no podremos explicarnos lo que escribe
Sauvages, de acuerdo con todos sus contemporáneos: “ Es preciso ser filósofo para poder curar las
enfermedades del alma...” HLEC. pag.508
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Conformándose así diferentes tipos de especies híbridas de auxiliares terapéuticos
paradójicamente “no terapeutas”.
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.“Alemania, Inglaterra y Francia han visto surgir hombres que, extraños a los principios de la
medicina y solo guiados por un juicio sano o alguna tradición oscura, se han consagrado al
tratamiento de los alienados, y han realizado la curación de muchos, sea contemporizando, sea
sometiéndolos a un trabajo regular, o poniéndose deliberadamente el manto de suavidad ó de una
represión enérgica. Entre otros se puede citar a Willis en Inglaterra; Fowlen en Escocia; el conserje
del hospicio de alienados de Amsterdam; Poution, director de alienados del hospicio de Manosque;
Pussein, celador del hospicio de alienados de Bicétre; Haslam, boticario del hospital de Bethelem en
Londres”. P. Pinel: Traité médico- philosophique sur l’aliénation ou la manie. París 1880.
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“...Pinel se contentará con observar, tomar notas, preparar varios informes, bases de sus tres
memorias dirigidas a la Sociedad Médica de Emulación entre 1797 y 1799...”
“... Pinel describe detalladamente el trabajo de Pussin en “Les observations sur la manie pour servir
l’ historie naturelle de l’ homme”: “El director del hospicio de locos y su respetable compañera
llevan a cabo en silencio una tarea penosa y conmovedora en medio de contrariedades y obstáculos
de todo tipo...”
“...Pinel le deja a Pussin toda la responsabilidad, al pasar a la Salpetriere lo lleva y queda a cargo
del servicio de locas a partir de 1798, donde lo ayuda a redactar las famosas “observaciones
realizadas por el ciudadano Pussin (...) sobre los locos de Salpetriere...” PPyC. pag... y sig.
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“... el pensamiento y la práctica de la medicina no tuvieron, en los siglos XVII y XVIII, la unidad,
o al menos la coherencia que les conocemos ahora. El mundo de la curación se organiza según los
principios que, en cierta medida, le son particulares y que la teoría médica, el análisis fisiológico, la
observación misma de los síntomas no controlan siempre con exactitud. La hospitalización y el
internamiento: hemos visto ya cuál era su independencia de la medicina; para la medicina misma,
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recíproco entre teoría y práctica se encuentra duplicado por una inmediata confrontación del médico
y del enfermo. Sufrimiento y saber se ajustarán el uno al otro en la unidad de una experiencia
concreta. Y esta exige un lenguaje común, una comunicación, al menos imaginaria, entre médico y
enfermo.
Ahora bien, a propósito de las enfermedades consideradas nerviosas, las curas en el siglo XVIII,
han adquirido más modelos variados y se han reforzados como técnica privilegiada de la medicina.
Como si, a propósito de esto, se estableciera al fin y de manera particularmente favorecida, este
intercambio entre la locura y la medicina que, obstinadamente rechazaba el internamiento.
En esas curas, pronto consideradas como fantásticas, nacía la posibilidad de una psiquiatría de
observación, de un internamiento de índole hospitalaria, y de ese dialogo del loco con le médico que
de Pinel a Leuret, a Charcot y a Freud, tomará vocabularios tan extraños.”
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“será en vano emprender la curación de un hombre atacado de locura sino se emplean para
curarlo sino los medios físicos... Los remedios materiales no tendrán jamás un éxito completo sin
los socorros que el espíritu justo y sano debe proporcionar al espíritu débil y enfermo”
(Beauchesne)
Estos textos, no descubren la necesidad de un tratamiento psicológico; señalan más bien el fin de
una época; la diferencia entre los medicamentos físicos y los tratamientos morales no era aún
considerada como evidente por el pensamiento médico (...) en realidad lo que aparece ante nosotros
como un principio de tratamiento psicológico, no era tal para los médicos clásicos que lo
aplicaban...” HLEP. pag. 501
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“Era evidente que Para Pinel, el empírico Pussin seguía siendo el responsable del tratamiento
moral, tanto individual como institucional, contentándose él, el médico, con prescribir los
medicamentos y redactar las observaciones clínicas conducentes al diagnostico”. Reserches sur le
traitement general des femmes aliénées dans un grand hospice et résultats obtenus á la Salpetriere
aprés trois années d’ expérience, 1805.
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Cómo dijimos ya el cuestionamiento de este lugar tiene dos puntos de vista a considerar. Por un
lado la competencia por ocupar un lugar que incuestionado en sus formas generales pareció tan solo
implicar la lucha por la hegemonía del poder entre diferentes especialidades profesionales médicas
y no- medicas. En este punto debemos en mucho considerar el lugar que, en más de un aspecto, en
este tipo de disputas ocupara el psicoanálisis frente a la psiquiatría. Por otro lado en un movimiento
menos recortado pero no por eso menos evidente en si, este lugar fue progresivamente erosionado
en el mismo desarrollo de la practica clínica, y más que sustituido transformado en procesos
fácticos de descentramiento y de complejización transversal de las distribuciones de competencias
de diseño y de instrumentación y gestión. En este contexto emerge, entre otras, la figura del
Acompañante Terapéutico.
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Recordemos que en la legislación regional solo a partir de 1985 la figura profesional del
psicólogo, se independiza de la competencia de auxiliar de la medicina.
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En este punto, la evidencia de esta distancia en nuestros días es, en muchos campos tan
importante, que sobra el agregado de cualquier ejemplo particular para justificar la afirmación.
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