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VIVIR EN LA SUPERFICIE.

Me referiré a la situación figurativa de que, estamos viviendo en la superficie de la


tierra, o como en la cáscara de cualquier objeto mas o menos redondo, y aún si se
quiere, sobre un plano. De aquí, que además de vivir sobre su piel, así mismo
“superficialmente” plasmamos nuestra “forma de pensamiento” acerca de él.

Vivir en la superficie es mirar las cosas externas y desde allí utilizar esa mirada para
nombrar a las cosas internas con respecto a dicha exterioridad, en tal forma, que una
cosa o cuestión se deriva de otra en el sentido de relaciones de analogías o de
diferencias, y así lo interno es reflejo de lo externo. Vivir en la superficie es considerar
que las cosas exteriores como objetos, comportamientos, conocimientos, posesiones,
obras de arte, tecnologías, etc., emergen exclusivamente del juego sensible de los
elementos previamente existentes y participantes.

Con esto afirmo que, desde una vida en la superficie, a manera de nadador que
prácticamente pocas veces se hunde bajo el agua, no podemos considerar que hayamos
dejado para nada el mundo externo. El que nadie se dé cuenta qué es lo que pensamos
ni soñamos, no implica para nada que estemos en lo profundo. Es decir, uno se puede
pasar la vida en la superficie sin saber que realmente existe una profundidad. Inclusive,
pasarla así hasta morir, óigase bien hasta morir, porque mirando la cosa así, si se vive
así, también así se muere: superficialmente.

Tan propio es vivir en el aire, sin aterrizar, que podemos hasta crear por mero
seguimiento de las relaciones interactuantes de las teorías, sea del tipo de las que sean.
Mejor dicho, hasta podemos inventar máquinas innovadoras sin abandonar el solo
seguimiento de las necesidades humanas; como ejemplos para eso tenemos el invento
de la rueda y sus consecuencias aplicativas de movimiento mecánico hasta llegar a
suplantar la rueda por el carbón, por el vapor, por la electricidad que circula en cables y
ahora por la inalámbrica; también podemos hacer arte encontrando imágenes
sustitutivas de la naturaleza , hasta de la propia manera técnica como también de la
lingüística, utilizando las relaciones propias de dicho conocimiento adquirido. No
quiero por falta de espacio y de tiempo, continuar con los ejemplos, pero se puede vivir
sicológicamente en la superficie yendo de psicólogo en psicólogo, de maestro en
maestro, o desde un psicólogo o maestro, sin jamás profundizar la superficie de la vida
humana, aunque sí de cualquier otro tipo de vida.

Antes de continuar, es necesario entrar por lo científico, porque hemos llegado a aceptar
a la ciencia como el máximo arbitro de lo que puede ser verdad y de lo que no debe ser
verdad.
El hecho de que no veamos como los rayos del sol o de la luna afectan a las plantas
(pero de que llegan, llegan), o porque no podamos ver los rayos ultravioletas y los
infrarrojos que sobrepasan nuestra capacidad visual, no implica que no existan.
Äaaaa...que para eso existen ya los aparatos tecnológicos para captarlos, mientras que
aún no existen instrumentos capaces de detectar por ejemplo: que somos seres de luz, a
pesar de que, por hipótesis, tenemos que reflejar la luz así como los rayos ya
mencionados, y que antes no se veían, fueron confirmados más adelante previa hipótesis
anterior.
Eso sin tener en cuenta que a lo científico, salvo muy pocas personas, es difícil acceder,
demora mucho en llegar a la mayoría de los seres humanos o se hace difícil descartar a
los conocimientos falsos de los verdaderos por culpa de dicha demora.
Por ejemplo, se subestiman los momentos en que nos abandonamos a no hacer y
retozamos en tal forma que en esta situación, no se distingue un sabio de un dormilón o
perezoso, como aquella afirmación de que el filósofo deja de filosofar en su
cotidianidad. De tal manera allí no hacemos algo, y que darle importancia a eso es
perderse de descansar y estresarse más.
No quiero seguir con ejemplos, pero resalta la necesidad de precisar los momentos
también subvalorados en cuanto a la forma en que nos suceden las cosas: observamos
una serie de situaciones, unas tras otras, que de manera inexplicable (en cuanto que no
encontramos el porqué suceden o la extraña secuencia en que suceden) acontecen, sobre
todo cuando nos adentramos en algo que calificamos como inconveniente, pero más
extraño cuando aterrizamos en algo que nos conviene.
La ciencia nos ha proporcionado conocimientos del universo, en tal forma que, si
sabemos mirar, ha aumentado nuestro sentimiento de fragilidad existencial, ante lo
minúsculo de nuestra situación en comparación con lo extraordinario e inconmensurable
del cosmos. Este conocimiento es una delgada telilla de protección contra el terrible
peligro en que estamos inmersos y que lo mejor es obviarlo para así vivir tranquilos y
por lo tanto superficialmente.
Ese barniz histórico e inmenso por su propia naturaleza nos proporciona, de manera
contradictoria, la sensación de ser invulnerables a todo lo que no es humano y nos tiene
ahora desconfiados de nuestros mismos congéneres, hasta el punto de que el máximo
anhelo lo constituye la revolución social como fórmula para erradicar tanta miseria,
tanta violencia e inseguridad generada por el accionar humano sobre nuestro planeta y
sobre nuestra sociedad.
Ante tamaño problema la ciencia trata de darnos bienestar para así olvidar el peligro en
que continuamente vivimos.
¿Quién puede atreverse a refutar y plantear una seguridad para todo el planeta Tierra?
Nadie. No se necesita ser filósofo para asegurar que “lo más seguro es la
inseguridad”.A cualquier nivel.
¿Que podría suceder si la ciencia misma encontrara antikantianamente que el
condicionamiento aperceptivo dentro del sujeto, dejara de funcionar, aunque fuera por
un instante, y nos viéramos ante fenómenos ininteligibles como lo constituyen aquellas
situaciones aún desconocidas para la misma ciencia?
El ejemplo anterior lo podemos encarnar en cualquier sujeto que de imprevisto se
encontrara con algo momentáneamente desconocido: el bus o automóvil o avión entra
en un terreno nunca o momentáneamente desconocido, ¿Qué pasaría? El temor más
agudo nos invadiría, para después recuperar la calma cuando al fin podamos reconocer
otra vez lo conocido.
Para no ir muy lejos, M. Foucault expone sus más grandes temores con respecto al saber
humano revelando su inmensa fragilidad, a lo Nietzsche (y muchos antes que el), a
saber que el hombre no es el problema más antiguo ni el más constante. Que hablando
de mutaciones solo hay una importante: la de hace un siglo y medio que permitió la
aparición de la figura del hombre. Siendo el hombre la invención más reciente, a la vez
deja entrever su próximo fin:
“Si esas disposiciones desaparecieran tal como aparecieron, sí, por cualquier acontecimiento
cuya posibilidad podemos cuando mucho presentir, pero cuya forma y promesa no conocemos
por ahora, oscilaran, como lo hizo, a fines del S. XVIII el suelo del pensamiento clásico,
entonces podría apostarse a que el hombre se borraría, como en los límites del mar un rostro de
arena” (M. FOUCAULT. Las palabras y las cosas)1

A propósito de lo científico, en cuanto a la accesibilidad difícil a su campo de acción,


y tendiendo a la urgente necesidad individual de encontrarle sentido a esta vida, de
manera urgente y sin esperar al momento propicio, puesto que pasarían varias
generaciones para llegar a la claridad de hechos a investigar, Morin, Zemelman y
Ferrarotti (y a propósito del conocimiento), plantean la pérdida de credibilidad en la
ciencia debido al alejamiento de sentido con referencia al ser humano corriente:

“La razón científica se ha fraccionado, alejando la posibilidad de construir sentidos en la vida de


los seres humanos (Zemelman, 1992). Se ha hecho insuficiente para dar pruebas en un sistema de
pensamiento (Morin, 1994)”2.

¿Que hacemos los seres humanos, ahora que no podemos responder nada, salvo con la
violencia? ¿Con la razón? ¿Cuál razón? Si nos da pereza hablar largo y pensar largo,
puesto que no hay tiempo par hacerlo; estamos tan urgidos de tiempo para hacer
infinidad de cosas necesarias para nuestra realización, que confundimos a esta con la
vida real de un ser humano, ¿son lo mismo? ¿Acaso hemos tenido tiempo y espacio para
reflexionar intensamente sobre ella? ¿Cuándo? ¿Pensando lo que quiero ser según la
instalación foránea, soy realmente lo que soy?
¿Quién soy? ¿Recuerdos? ¿Los recuerdo? ¿Puedo ser sin mis recuerdos? ¡Claro que sí,
pero no me puedo reconocer, no tengo recuerdos! ¿Quién soy?

1
FOUCAULT, Michel. Las palabras y las cosas. . Editorial S. XXI. Pág. 375
2
¿Superar la razón científica? Reflexiones en torno a los programas de
Franco Ferrarotti, Edgar Morin y Hugo Zemelman. www.monografías .com

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