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ESPOSOS PARA SIEMPRE

La Biblia dice, que Dios hizo a la mujer de una costilla del hombre. Esto significa que Dios creó
a la mujer del mismo material del hombre, de la misma esencia del hombre. Por eso es que Adán,
al verla, exclama: “¡Esto si que es carne de mi carne hueso de mis huesos!”
Dios no creó a la mujer de un hueso de la cabeza, para que no se sintiera superior, pero tampoco
la creó de un hueso del pie, para que no fuera pisoteada. La creó de una costilla (un hueso del
costado que se encuentra debajo del brazo), para que el hombre la protegiera, para que la tuviera
cerca de su corazón.
El deseo de Dios era que tanto el hombre como la mujer fueran completamente felices.

DIOS CREÓ AL HOMBRE Y A LA MUJER PARA QUE SE COMPLEMENTEN


MEDIANTE EL MATRIMONIO DE UNA MANERA ESPIRITUAL, INTELECTUAL,
EMOCIONAL, SOCIAL Y FÍSICA

En el libro del Génesis encontramos que al principio Dios creó el sol, la luna, las estrellas, las
montañas, los mares, los árboles, los peces, las aves, los animales de todo tipo… y al final, como
su obra más perfecta, creó al hombre.
Pero a pesar que el hombre disponía de todas las cosas materiales, el mismo andaba triste,
desanimado, aburrido…
Dios, viéndolo así, dijo:
“No está bien que el hombre esté solo. Voy hacerle una compañía idónea.” (Génesis 2: 18)
Y para que el hombre no estuviera solo; para que el hombre se realizara plenamente, Dios creó a
la mujer, y con ella surgió el matrimonio y la familia.
Y dijo también el Señor:
“Por ella el hombre dejará a su padre y a su madre y los dos llegarán a ser como una sola
persona, como una sola carne.”
El deseo de Dios era que el hombre y su esposa vivan juntos; que la familia esté siempre unida.
No hay nada más destructivo que la separación entre los esposos. Por eso el Señor enfatiza: “No
es bueno que el hombre esté sólo”. (Génesis 2: 18)
Los esposos debemos estar juntos en todo momento; en las buenas y en las malas, en la pobreza
y en la riqueza, en la salud y en la enfermedad.

Dios bendice los hogares de los esposos que viven juntos y en armonía. Jamás puede haber
bendición cuando las parejas viven separadas.

FÁBULA DEL PAJARITO

Había una vez un pajarito al cual lo tenían como mascota en un barco. Todos le mimaban y
hacían todo lo posible para que se sintiera de lo mejor. Pero el pajarito se sentía infeliz. Decía:
“Tanto cielo para volar y yo preso en esta jaula.”

Pero un día, por descuido, un marinero dejó abierta la puerta de la jaula, y el pajarito se escapó
y empezó a volar y a volar. “Entre más lejos, mejor” –se decía-. Pero de tanto volar se agotó, y
cuando quiso descansar, no tenía donde. No había tomado en cuenta un pequeño detalle: Que se
encontraba en medio del mar. Veía algo que parecía una piedra, se acercaba para posarse y era
un pez hambriento que quería tragárselo.

Ya a punto de desfallecer, el pajarito se dijo: “¡Sólo que alcance al barquito otra vez!”. Así que
voló con todas sus fuerzas, y cuando llegó al barco, entró a su jaula y cantaba de una manera que
jamás se había visto.
¡Es que esa jaula era su seguridad!

Algunos hombres creen que van a ser felices lejos de su hogar, lejos de su familia, lejos de
su esposa, lejos de sus hijos, lejos de los mandamientos de Dios. Se necesita ser
inconsciente, para pensar que podemos encontrar felicidad fuera de la casa, fuera del
hogar que Dios nos ha dado.

LA RELACIÓN DE PAREJA CONSTITUYE NUESTRA PRIORIDAD

A Jesús le preguntaron una vez:

¿Cuál es el mandamiento más importante?”.

Y Jesucristo contestó:

“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente. Este es el
primero y más importante de los mandamientos. El segundo se parece a este: Ama a tu prójimo
como a ti mismo” (Mateo 22: 36-39)

“Prójimo” viene de “próximo”. Por lo tanto, nuestro prójimo más cercano es nuestra pareja.
La persona que Dios puso a nuestro lado.

Lo más importante de la vida es relacionarnos con Dios y con nuestra pareja de una forma
correcta.

El que verdaderamente ama a Dios, sabe también amar verdaderamente a su pareja.

La Biblia dice:

“El que no se ocupa de los suyos, especialmente de los de su propia familia, no tiene derecho a
llamarse cristiano, y es peor que un infiel”. (1 Timoteo 5:8)

La mayor satisfacción personal de nuestra vida consiste en servir de la mejor manera a nuestra
pareja.

Los hijos más felices del mundo son aquellos que tienen padres que se aman entre sí.

Amar a nuestra pareja es el mejor regalo que podemos dar a nuestros hijos.

¿POR QUÉ FRACASAN LOS MATRIMONIOS?

Los matrimonios fracasan, sobre todo, porque no cuentan con Dios.

La Biblia dice:

“Si el Señor no construye el templo, de nada sirve que trabajen los constructores; si el Señor no
protege la ciudad, de nada sirve que vigilen los centinelas. (Salmo 127)
Nosotros podemos tener de todo y en abundancia, pero si no tenemos a Dios, seremos las
personas más infelices. Pero si tenemos a Dios, a pesar de las adversidades y las tribulaciones
tendremos una vida llevadera y feliz. Por eso exclama el salmista:

“¡Señor, cuánto necesito de tu ayuda, especialmente en mi propia casa, en donde anhelo


conducirme como debo!” (Salmo 101:2)

Esposos, cuando en su vida matrimonial aparezcan problemas, no se alejen de Dios, acudan a


Él. Encomienden su problema en sus manos. Lean juntos la Biblia y traten de descubrir lo
que la misma dice en relación a la situación por la cual están atravesando. Luego oren juntos
pidiendo la guía y la dirección del Espíritu Santo.

¿CÓMO CONSTRUIR UN BUEN HOGAR?

Si quieres que algo te salga bien, debes primeramente planificarlo.

Si quieres construir una buena casa por ejemplo, debes primeramente pedir a una persona
entendida que te diseñe unos planos; así la misma quedará bien hechita y no se caerá en el
momento menos pensado.

De la misma manera, para construir un buen hogar -que es la construcción más importante del
mundo-, también hay unos “planos” o “instructivos”; y los mismos están detallados en la Biblia.

Ser casado no es nada fácil, por eso es indispensable la ayuda del Señor.

Debemos ir todos los días a las páginas de la Biblia, para saber si estamos haciendo bien las
cosas.

SIN AMOR NO PUEDE HABER FELICIDAD

En el capítulo 13 del primer libro de Corintios encontramos una lista de pequeñas cosas que
debemos hacer para tener un hogar feliz:

“El amor es paciente, es bondadoso; el amor no es celoso ni envidioso; el amor

no es presumido ni orgulloso; no es arrogante ni egoísta, ni grosero; no trata de salirse siempre


con la suya; no es irritable ni quisquilloso; no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se
goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. EL amor nunca
deja de ser;…” (1ª Corintios 13: 4 – 7)

A continuación detallamos un poquito el contenido de estos versículos:

El amor es paciente.-

Ser paciente significa, saber esperar que tu pareja madure o cambie o que tome una decisión.

Ser paciente significa no gritar justificada o injustificadamente.

Ser paciente significa escuchar al otro sin interrumpirle.


Esposo, ser paciente significa, que cuando tú ya estás listo para salir a algún lado, no te vayas al
carro y empieces a pitar para que tu mujer se apure.

Ser paciente significa, controlar nuestras emociones. Aguantarnos, como ese hombre que
cuidando a un niño que no paraba de gritar, decía en voz alta:
“¡Tranquilo Lucho! ¡Lucho, tranquilízate!”
Una señora que pasaba por allí se acercó a la criatura y le dijo:
“Luchito, mijito, no le hagas sufrir a tu pobre padre.”
El hombre molesto le replicó:
“¡Señora, Lucho soy yo, que ya no aguanto más los gritos de este muchacho!”
Nada ganamos con perder la paciencia, con explotar; lo único que
conseguimos es, hacer más grande el problema.

El amor es bondadoso.-

La palabra bondadoso, significa: Amor practicado todos los días y constantemente.

Algunos dicen a su pareja: “Te amo, te valoro, pero no me interrumpas con tus problemas ahora
que estoy viendo mi programa favorito”.

El amor no guardar rencor.-

Todos nosotros somos y vivimos con personas imperfectas. Mientras más cerca vivimos de las
personas, más fácilmente notamos sus imperfecciones; y muchas veces comenzamos a guardar
rencor por esas cosas.

Cuando en una pelea o discusión sale de tu boca la lista de imperfecciones de tu cónyuge;


significa que estás acumulando rencor.

La Biblia dice al respecto:

“No se busquen faltas el uno al otro, sino que acéptense así como son; y perdónense todos los
días de su vida desde lo más profundo de su corazón”.

El amor no es orgulloso.-

El “egoísmo” y el “orgullo” son las actitudes más destructivas de una relación conyugal.

El egoísta siempre está preguntándose: “¿Qué obtendré?”

El orgulloso, en cambio, siempre está preocupado en: “¿Cómo me veo?”

Estas actitudes matan las buenas relaciones en el hogar.

La Palabra de Dios en este plano, expresa:

“Cuando hagan algo, no permitan que el egoísmo o el orgullo sean los que los dirijan. En su
lugar, sean humildes y den más honra a los demás que a ustedes mismos”. (Filipenses 2: 3)

Si el orgulloso supiera lo ridículo que se ve ante los demás, por orgullo se volvería humilde.
El amor nunca deja de ser.-

Esto significa que, pase lo que pase no debemos darnos por vencidos y continuar unidos hasta el
final.

En todos los hogares hay problemas, y a veces nos cuesta bastante mantener la paz. Por más que
nos llevemos bien con nuestra pareja hay situaciones durísimas: una enfermedad, un problema
económico grave... Pero pase lo que pase, debemos seguir adelante, sin desmayar ni volvernos
atrás. Si contamos con la ayuda de Dios, nada nos será imposible.

Del amor de Dios es de donde proviene nuestra fortaleza. De ese amor es de donde viene nuestro
poder. Pues cuando nos sentimos amados, tenemos también la fortaleza para amar.

CADA UNO DE LOS ESPOSOS SON DIFERENTES

Tanto al hombre como a la mujer Dios nos dio una naturaleza propia, individual y única.

Cada uno de nosotros tenemos nuestros propios deseos, los mismos que son satisfechos de forma
diferente, como resultado de la Sabiduría creativa de Dios.

Cuando el hombre quiere que la mujer actúe como él, comete un gran error, crea problemas para
ella y para él mismo. Y lo mismo sucede a la inversa.

Si bien Dios hizo al hombre y a la mujer de la misma esencia, de la misma sustancia en lo físico,
en cuanto a lo emocional los hizo completamente diferentes.

El hombre por naturaleza es duro, áspero, firme. En cambio la mujer es más dócil, más
reservada, más recatada.

El hombre dice las cosas directamente. La mujer es más prudente.

El hombre es activo, impaciente, rápido. La mujer es más pasiva, precausiva, más pausada.

El hombre es más simple. La mujer más refinada. Si dependiera de él el hombre pintaría su casa
de un solo color. La mujer en cambio es más detallista.

El hombre prefiere lo útil a lo vello; la mujer en cambio es más emotiva.

El hombre se deja llevar más por la razón; la mujer se deja llevar más por lo instintivo, por el
entusiasmo.

El hombre da más importancia a los planes o ideas que a las personas; en cambio la mujer se
interesa más por el presente y por las personas que por el futuro o por las ideas;

En los afectos, el hombre es más frío, en cambio la mujer es más tierna.

TIENDA DE ESPOSOS

En algún lugar, Dios puso una tienda donde se vendían esposos.


Este edificio tenía seis pisos, y el precio de los esposos iba aumentando a medida que se iba
ascendiendo.
Había también una condición: Una vez que se llegaba a un piso ya no se podía regresar a
comprar un esposo de un piso inferior.
Una mujer se decidió a comprar un buen esposo, e ingresó en el local.
En el primer piso encontró un gran letrero que decía:
“Hombres trabajadores.”
A la mujer no le interesó mucho esa mercancía”. Así que subió al segundo piso.
Aquí el anuncio decía:
“Hombres trabajadores; y,
Amantes de los niños”.
La mujer hizo un gesto de aprobación, pero decidió continuar ascendiendo.
En el tercer piso, el anuncio ofrecía:
Hombres trabajadores,
Amantes de los niños; y,
Ayudadores en el hogar.
La mujer frunció el entrecejo, pero se dijo: “Necesito algo más.”
Ya en el cuarto piso, el anuncio ofrecía:
Hombres trabajadores,
Amantes de los niños;
Ayudadores en el hogar; y,
Románticos.
La mujer se entusiasmó mucho, pero su curiosidad por saber qué había en el siguiente piso era
mayor, así que decidió continuar su trayecto.
En el quinto piso el anuncio decía:
Hombres trabajadores,
Amantes de los niños;
Ayudadores en el hogar;
Románticos, detallistas y con mucho dinero.
La mujer dijo: “definitivamente, debo saber lo que existe en la última planta, y cuando llegó a
ella el anunció decía:
“Usted es la mujer número 999.999.999, que ha llegado a este piso buscando al hombre perfecto.
Pero esta clase de hombres todavía no existe. Sentimos no poder complacerle. Le agradecemos
por su visita.
Realmente, cuando busca un esposo, la mujer es más exigente. En cambio, para la mayor parte
de los hombres, con que tengan una esposa bonita que sepa cocinar y que sea buena para el
sexo: ¡suficiente!

PRINCIPALES OBLIGACIONES DEL ESPOSO

La primera obligación del esposo es, ser amante de su mujer.

La Biblia aconseja:

“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por
ella”. (Efesios 5: 25)

“Maridos, vivan con sus esposas sabiamente, dando honor a la mujer como a vaso más frágil...!
(1 Pedro 3: 7)

“Alégrate con la mujer de tu juventud, como cierva amada y graciosa gacela. Que sus caricias te
satisfagan en todo tiempo, y en su amor recréate siempre” (Proverbios 5: 18, 19)

Demuéstrale siempre amor a tu esposa, con tus palabras y con manifestaciones físicas.
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Dile frecuentemente: “¡Estás guapísima! ¡Estás linda! ¡Eres muy inteligente!...

Celebra todo tipo de acontecimientos: su cumpleaños, su santo, el aniversario de bodas, etcétera.

Agradécela por tu cuarto limpio, por tus hijos que están bien atendidos…

Consuélale ante una pérdida familiar, una enfermedad, un fracaso…

Apóyale cuando su autoestima esté baja.

Publica a los cuatro vientos sus cosas buenas, sus virtudes, sus habilidades… sus cosas positivas.

Anímale sobre todo con tus palabras: “¡No pasa nada!” “¡Tranquila! Todo viene y todo pasa.”
“¡Mañana será otro día!”

La segunda obligación del hombre es, ser proveedor

La Biblia dice:

“Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también
Cristo a la iglesia”. (Efesios 5. 29)

El trabajo no es una carga. El trabajo nos da la satisfacción de llevar el pan de cada día a nuestra
familia. Los hombres que cumplen bien esta función, están cumpliendo con el mandamiento de
dar de comer al hambriento.

El libro de los Proverbios dice:

“El alma del perezoso desea, y nada alcanza; más el alma de los diligentes será prosperada”.
(Proverbios 13: 4)

Dios no quiere que el hombre sea ocioso.

El hombre ocioso mantiene a su familia en la miseria. Pero el hombre trabador y diligente es


siempre próspero y bendecido.

La tercera obligación del esposo, es ser protector.

Dios quiso que el hombre fuera el guardián de su casa. El hombre es el que cuida para que nadie
entre a robar ni a dañar a su familia. Pero muchas veces los ladrones, los asesinos entran a los
hogares del brazo del padre a robar y a matar la felicidad de todos. Esto pasa cuando el hombre
se dedica al adulterio, al alcoholismo y a tantos otros vicios.

LO QUE UN ESPOSO DEBE SABER

La mujer necesita atención.-

Todos necesitamos que nos presten atención, pero en mayor medida una mujer. Por lo tanto, es
necesario que el esposo se preocupe de sus cosas. Que se interese por saber sus aspiraciones, sus
metas, sus planes. Que se interese por su salud, por su felicidad. A veces las mujeres no tienden
la cama, no se arreglan, permanecen irritables, o hacen cosas llamativas. Con esa actitud talvez
están diciendo: “Quiero que me prestes atención; quiero que me veas”.

La mujer necesita aprecio.-

Un día, en una función, un payaso, viendo a una bailarina despampanante, dijo: ¡Esta sí es una
mujer, no la pendejada que tengo en mi casa! Muchos talvez no dicen esto en público, pero con
sus actitudes, con su comportamiento, le hacen sentir así.

Tenemos que recordar que ella dio a luz a nuestros hijos, que se sacrificó por nosotros, y que
posiblemente por eso perdió el encanto que antes tenía.

Jamás cometas el error de comparar a tu esposa con otra, no hay ofensa mayor a esta.

Algunos dicen a sus esposas: “Voz sabes que te quiero.” Pero no lo demuestran.

Hay hombres que fuera de su casa, se portan muy gentiles, generosos, cordiales, amables; que
son capaces de poner su leva en el suelo para que su secretaria no se manche sus pies, pero que
en sus casas se portan radicalmente diferente: groseros, malhumorados, tacaños…

La mujer necesita ayuda.-

El esposo debe ayudar a su esposa en todos los aspectos: en lo emocional, en las tareas de los
hijos, en las innumerables tareas del hogar.

La Palabra de Dios enfatiza:

“Ayúdense entre sí a soportar las cargas, y de esa manera cumplirán la ley de Cristo.” (Gálatas 6:
2)

Uno de los trabajos más duros del mundo es cuidar diligentemente un hogar. En el mismo hay
tantas actividades que realizar, que prácticamente es muy difícil que lo pueda desempeñar una
sola persona.

Hay muchos hombres que no ayudan a sus mujeres. Mientras ella está atareada con las mil
obligaciones de la casa: lavando, planchando, barriendo, enseñando a sus hijos... muchas veces el
hombre está viendo televisión, o jugando con sus amigos.

Si dices amar a tu esposa, ayúdale en todo cuanto puedas. Siéntete orgulloso de ser útil en tu
casa.

Los esposos pueden ayudar mucho a sus esposas, primeramente con su comprensión; valorando
el trabajo realizado por ella.

Todavía hay esposos que cometen una equivocación imperdonable: preguntar a sus esposas ¿Qué
has hecho durante todo el día? Dando a entender que la mujer se ha pasado ociosa, talvez,
sentada, viendo la televisión, y no es raro que la mujer en esas circunstancias explote y deje salir
de su interior todo el estrés acumulado. Allí puede encontrarse el origen de la mayor parte de
peleas familiares.
“LA MUJER EJEMPLAR HACE DE SU MARIDO UN REY.” (Proverbios 12: 4)

La Biblia asegura:

“Una mujer ejemplar hace prosperar a su marido y le alegra los años de su vida”. (Eclesiástico
26: 2)

“El hombre más dichoso es el que supo encontrar una buena mujer”. (Eclesiástico 26: 3)

“Una mujer buena es el regalo que Dios da a los hombres que le respetan” (Eclesiástico 26: 3)

“Una mujer ejemplar vale más que las piedras preciosas”. (Proverbios 31: 10)

Pero una mujer problemática y pendenciera es una tremenda desgracia. A tal punto que la misma
Biblia dice:

Más vale vivir en el borde de la azotea, que en una amplia mansión con una mujer pendenciera.
(Proverbios 21: 9)

San Pablo aconseja:

“Esposas, pórtense muy atentas con sus esposos, y así ellos, al ver su modo de ser amable y
santo, se volverán mejores.” (3 Pedro 3)

En realidad, mujer, tú eres la obra más linda y excelsa de la creación. Dios dotó a los hombres de
muchas virtudes: valentía, fortaleza, coraje...En cambio a ti te dotó de amor, dulzura, paciencia,
bondad, abnegación... y son justamente estas cualidades, las que te transforman en lo que eres:
un ser superior que tienes una tarea muy importante.

De ti depende en gran medida la paz y la felicidad de tu hogar.

Tú eres la fuente del amor.

Tú constituyes, verdaderamente los cimientos de tu hogar.

Si tú fallas, tu hogar se desbarata.

Si tú fallas, se acaba la moral, la paz, los valores.

Los hombres podemos hacer muchas cosas: trabajar, emprender negocios, movilizarnos de un
lugar a otro; pero siempre y cuando, en lo más íntimo de nuestro ser, tengamos la confianza de
que en nuestro hogar hay una mujer cariñosa y leal. Caso contrario seremos las personas más
fracasadas del planeta.

Mujer, tú ganarás más por tu comportamiento que por tus conocimientos.

Respeta y valora a tu marido, así tu hogar se fortalecerá.

Mujer, tú tienes un gran poder. Tú puedes cambiar el destino de tu hogar; tú puedes cambiar el
destino de tu pueblo.

Recuerda que la mayor parte de los alcohólicos, drogadictos, suicidas y deprimidos, surgen de
hogares en los cuales las mujeres no han sabido ocupar su lugar.
Si tu marido es un grosero, recuerda las enseñanzas de Jesús:

“Si tratas bien solamente a los que te tratan bien, ¿qué premio vas a tener? Los paganos también
hacen eso. Trata bien a los que te tratan mal, y alégrate porque tu recompensa será grande en el
Reino de los cielos”. (Mateo 5: 46)

Si tú eres dócil, puedes cambiar el corazón más endurecido del mundo.

Mujer: si quieres ser una buena madre, primero aprende a ser una buena esposa.

Si quieres que tus hijos sean dichosos, felices y prósperos, enséñales primero a honrar a su padre.
A ser disciplinados y obedientes.

LO QUE UNA ESPOSA DEBE SABER

El esposo necesita aceptación.-

Mujer, para que en tu hogar haya felicidad, lo primero que necesitas es aceptar a tu esposo tal y
cual es. No le critiques de todo y por todo.

El esposo necesita ayuda.-

Cuando el hombre se encuentra abrumado por el peso de su trabajo, tu, esposa, eres su ayuda
más idónea.

El esposo necesita apoyo.- Hay días cuando nuestra autoestima está muy baja; días cuando
después de haber cometido errores o equivocaciones nos decimos a nosotros mismos: “No sirvo
para nada”, “No sé nada”… En esos momentos necesitamos mucho apoyo; y el apoyo más
efectivo que podemos recibir es el de nuestra esposa.

A nadie nos gusta que nos hundan más de lo que ya estamos.

Esposa, aprende a dar ánimo a tu esposo; sobre todo con tus palabras. Tus palabras tienen un
tremendo poder para bendecir.

Cuando tu esposo ha fallado, no ganas nada con decirle: “Yo si te dije”; como si quisieras que le
hundirle más.

Esposa, Dios te hizo para que fueras “ayuda idónea” y no torturadora de tu esposo.

En vez de hundirle más a tu esposo, consuélale y anímale.

PARA PELEAR SE NECESITAN DOS PERSONAS

Se cuenta que en un pueblo europeo los hombres acostumbraban a pegar a sus mujeres. Y en
medio de tantos “brutos” había uno que se destacaba por su grosería. Y este hombre colérico y
agresivo se casó con la mujer más delicada de ese lugar.
La gente decía:
“Este le va a matar a esa pobre.”
Pero pasaron las semanas, los meses e incluso los años, y a esta pareja nunca se la escuchó
pelear.
Un día le preguntaron a esta mujer ¿qué hacía para evitar las peleas?
Ella dijo:
“Cuando mi esposo viene bravo, yo emboco un poco de agua, y no me la hago pasar, sino hasta
cuando ya le veo tranquilo. Eso ha permitido que jamás lleguemos a pelear”.
Esta mujer es conocida actualmente como “Santa Mónica”, y su esposo es conocido en la
actualidad como “San Patricio”, el mismo que era un ateo, pero que terminó su vida como un
excelente cristiano, debido a que tuvo una excelente mujer. Y ambos son los padres de “San
Agustín”, denominado también como el Padre de la Iglesia.

Mujer, si tú haces caso la voluntad de Dios. Si respetas, valoras y apoyas a tu esposo, serás
inmensamente dichosa.

Mujer, si tú eres obediente a Dios podrás ver cosas maravillosas en tu vida. Serás coronada como
reina. Dios te premiará de una manera que nunca lo habrías podido imaginar.

CONSEJOS ÚTILES PARA LOS ESPOSOS

“Que no nos coja la noche enojados”.

Los esposos que queremos ser felices, debemos ponernos de acuerdo pronto. Cuando
permanecemos peleados lo único que ganamos es sufrir innecesariamente y destruir nuestro
hogar y nuestra salud.

Los esposos debemos hacer todo lo que dependa de nosotros para ponernos pronto de acuerdo en
todo.

“Para que los esposos puedan permanecer juntos, deben siempre


estar de acuerdo”. (Amós 3: 3)

El ponerse de acuerdo, tiene un gran poder.

Si no tenemos una meta común no podremos avanzar.

Ponte pronto de acuerdo con tu pareja, y entre los dos comiencen a caminar en pos de un anhelo
común y definido.

Según la Biblia, hay tres cosas que gustan y agradan a Dios y a los hombres: “la concordia entre
los hermanos, la amistad entre los vecinos y la armonía entre los esposos”.

No se resientan por nada.-

El resentimiento consiste en ir acumulando los errores y equivocaciones del otro.

Si en una discusión con tu pareja salen los errores o equivocaciones cometidos en el pasado, es
señal de resentimiento.

El resentimiento es como un veneno que tomamos diariamente a gotas pero que finalmente nos
termina envenenando.

El resentimiento es una emoción muy tóxica. Causa terribles efectos en nuestra salud. Las
personas resentidas tienen más riesgo de sufrir derrames cerebrales o contraer enfermedades
graves como el cáncer, el asma, artritis, dolores de cabeza, úlceras y problemas cardíacos.
Cumplan siempre sus compromisos

Si los esposos se comprometen para hacer algo en pareja, deben hacerlo sin buscar pretextos.

Fijemos una fecha concreta, una hora precisa, para hacer las cosas que tenemos en mente: por
ejemplo: “Saldremos juntos tal día, a tal lugar, a tal hora...”

Muchas veces somos fieles cumplidores con nuestros clientes, jefes o amigos, pero faltamos a
nuestros compromisos con nuestra pareja.

El tiempo con la familia debe ser el tiempo más valioso.

Si cuando estamos compartiendo con la familia alguien nos busca, debemos decir que estamos
muy ocupados. Podemos suspender nuestro tiempo con la familia solamente por algo
extraordinario.

A veces las personas nos comprometemos en cosas que solamente nos hacen perder el tiempo, y
que nos alejan de las cosas realmente importantes.

Aprendamos a decir “no” ante lo que no nos conviene, así ganaremos mucho en lo que se
relaciona con nuestra paz y tranquilidad.

La unión con la familia debe servir para orar juntos, para que en la presencia del Señor podamos
decirnos lo que pensamos, lo que sentimos, lo que anhelamos.

Nadie debe ser más importante que nuestra pareja; ni siquiera los padres.

La Biblia manifiesta claramente:

“Por esta causa el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán
una sola carne...” (Génesis 2: 24, 25)

Nunca pelear o discutir en presencia de los hijos Y jamás ni de broma, debemos hablar de
divorcio.- Por el contrario, debemos expresarnos cariño.

En el hogar siempre debe haber un ambiente de respeto.

Cuando los padres necesiten discutir algún asunto, deben cerrar la puerta de su habitación y allí
decirse lo que tengan que decirse.

Planifiquemos todo lo que sea posible.

Los esposos debemos tener planes concretos. Por ejemplo, tener hijos excelentes; hijos que nos
cuiden y nos protejan cuando nosotros ya no podamos valernos por nosotros mismos.

La Biblia dice:

“La sabiduría es la meta del inteligente, pero el necio no tiene meta fija.” (Proverbios 17: 24)

Y nuestros planes, en lo posible deben ser escritos, para recordarlos siempre.


Cuidemos los detalles.-

A veces equivocadamente pensamos que para fortalecer nuestras relaciones de pareja


necesitamos de cosas muy grandes, pero realmente no es así. Para llevarnos mejor los esposos no
necesitamos de cosas grandes ni extravagantes, sino generalmente de cosas pequeñas, como
conversar todos los días, comer juntos, orar juntos…

Si queremos tener un hogar verdaderamente feliz, debemos dar valor a las cosas más pequeñas, a
los detalles que parecen insignificantes.

El ser detallistas es fundamental para una vida de paz en el hogar. Muchas veces los
resentimientos surgen porque nos hemos olvidado un aniversario, un cumpleaños, etc.

Descansar es una buena terapia para mejorar nuestra salud física y mental.

la Biblia aconseja:

“Seis días trabajarás, y uno descansarás.”

Descansar es una excelente terapia para salir de la rutina.

Es muy saludable salir de vez en cuando a cualquier lugar, aunque sea solamente para dar un
paseo. Es bueno cambiar de ambiente, jugar un poco, o por lo menos conversar amenamente.

No nos supeditemos completamente a los hijos.

Muchas veces, sobre todo las mamás, se supeditan completamente a los hijos. Algunas no hacen
nada sin ellos; comen lo que ellos quieren, se van a donde ellos quieren irse, salen sólo cuando
ellos quieren salir; y esto no debe ser así.

Es muy necesario que de vez en cuando los cónyuges salgamos solos, en pareja. Esto nos
permite relajarnos y conversar de tantas cosas que ha veces no podemos hacerlo cuando estamos
junto a nuestros hijos.

Debemos ser amables con todos, pero sobre todo con nuestra pareja.

La Palabra de Dios dice:

“Sean benignos y misericordiosos los unos con los otros. Perdónense los unos a los otros, como
Dios también les perdonó a ustedes en Cristo”. (Efesios 4:32)

Muchas veces los esposos somos muy amables y cordiales con otras personas, con los jefes, con
los compañeros, con los vecinos, pero dentro del hogar nos portamos muy serios y groseros. Esto
no debe ser así.

Desterremos las palabras groseras.-

Si queremos un hogar en paz, tenemos que controlar lo que decimos con nuestra boca.

Las palabras tienen tanta importancia a tal punto que la Biblia dice:

“La muerte y la vida están en poder de la lengua”. (Proverbios 18:21)

“Las palabras pueden edificar o pueden destruir”. (Efesios 4:29)


“Nunca empleen lenguaje sucio. Hablen sólo de lo que sea bueno, edificante, de bendición para
los demás”. (Efesios 4:29)

Los golpes lastiman el cuerpo, pero las palabras lastiman el alma. Las palabras groseras dejan
huellas imborrables en nuestro interior y destruyen nuestros sueños e ilusiones.

Aceptémonos en todos los planos.-

Jesucristo dijo que en este mundo nadie era perfecto, ni él mismo, sino sólo el Padre Dios. Por lo
tanto, si tú no eres

perfecto, no esperes que lo sea tu pareja.

Si quieres vivir en paz con tu pareja, acepta que jamás conseguirás que la misma se comporte
totalmente a tu gusto, que hable a tu gusto, que diga sólo lo que a ti te gusta.

No nos dediquemos a buscar faltas, errores o equivocaciones en nuestra pareja, eso solamente
destruye nuestra salud y nuestra felicidad.

Es preferible vivir solos que mal acompañados.-

Los amigos influyen mucho en la paz de nuestros hogares, por eso es bueno que los casados nos
llevemos con personas que influyan positivamente en nuestra vida matrimonial.

Hay muchas personas que en vez de bendiciones llevan maldiciones a nuestros hogares. De estas
personas debemos alejarnos lo más pronto posible.

Dialogando podemos entendernos.-

La Torre de Babel fracasó porque sus constructores no pudieron comunicarse.

El diálogo es uno de los requisitos indispensables para que nuestro hogar funcione en paz y
cordialidad.

Conversemos siempre en pareja. Por ningún motivo dejemos de hablarnos.

A través del diálogo podemos establecer reglas para llevarnos mejor.

Más pronto cae el mentiroso que el ladrón.-

Tarde o temprano todo se aclara. No hay nada que quede en secreto para siempre. Las mentiras,
por pequeñas que sean, siempre causan grandes estragos en el matrimonio, pues hacen perder la
confianza.

Nunca involucremos a otros en los asuntos de nuestro hogar.-

Nunca metamos a otros en nuestras discusiones, ni hagamos partícipes a otros de nuestros


asuntos. Los trapos sucios se lavan dentro de la casa. Por lo tanto, los problemas conyugales
tienen que solucionarse dentro del hogar.

Cuando involucramos a otros en nuestros problemas, todo adquiere una magnitud enorme.
Nosotros como esposos podemos entrar en amistad, pero la familia política, por ejemplo,
quedará herida y esas heridas no se curan fácilmente.
En el hogar es donde más se debe dejar atrás el pasado.-

Lamentablemente, en el hogar surgen con más facilidad los podridos temas históricos:

“¡Claro, voz nunca te has preocupado de mi!”, “¿te acuerdas cuando me fui solita a la cita con el
médico?” “¿Te acuerdas lo que me dijiste el día cuando nos casamos?” “¿Te acuerdas cómo se
portó tu hermana…?”

No dejemos que el pasado controle nuestra vida. El Señor quiere que nos levantemos.

De nuestro pasado no podemos sacar nada bueno. El pasado ya está muerto y sepultado, ya no
podemos hacer nada para reformarlo, todo lo que podemos conquistar está en el presente.

Es imposible corregir los errores del ayer; es imposible sanar las heridas del ayer; no se pueden
recoger las palabras pronunciadas imprudentemente; no se pueden anular los golpes que
hemos dado, el dolor que hemos causado… Por eso el Señor dice:

“Ya no recuerdes el ayer, no pienses más en cosas del pasado.” (Isaías 43: 18)

Todos necesitamos ser respetados.-

Tenemos que respetar profundamente a nuestra pareja, en todos los planos. Respetar sus
opiniones, respetar sus pensamientos, su forma de ser, su forma de comportarse, respetar su
privacidad, respetar a su familia, respetar sus gustos, respetar sus cosas íntimas...

Las cosas de tu trabajo no las lleves a tu casa.-

Los problemas del trabajo, deben quedarse en el trabajo. Jamás los problemas de afuera deben
afectar a la familia. Nunca debes pegarte con tus hijos por lo que ocurrió en tu trabajo. ¿Qué
culpa tienen ellos?

Nunca nos demos por vencidos.-

El matrimonio, es algo así como subirnos a un carro juntos. Cuando recién nos casamos el carro
se encuentra en la cima de la montaña, y lo único que tenemos que hacer para que ruede es
ponerlo en neutro.

Al comienzo, en la luna de miel, todo es sencillo, todo es camino de bajada. No necesitamos


mayor esfuerzo; las cosas van de maravilla. Al cabo de un tiempo ese carro llega al valle, a la
parte plana, las emociones comienzan a apaciguarse, a desacelerarse, los esposos piensan: “Esto
no se mueve a ningún lado.” Entonces surge la pregunta inevitable “¿Quién se baja a empujar?”
y comienzan a decirse: “¡Baja tu!” ¡Es tu culpa...! Si hay una buena relación los dos se ponen de
acuerdo para empujarlo; pero cuando el carro llega a una cuesta ya es bien difícil llevarlo hacia
arriba, aquí es cuando muchos dicen: ¡Ya no puedo más!

Talvez hasta este momento tú has hecho lo correcto, pero antes de que te rindas te doy este
consejo: ¡Enciende el motor del carro! Tú prendes el motor cuando permites que el poder de
Dios te ayude a superar la siguiente cuesta arriba de la vida.

Para encender el motor tú debes reconocer que tienes un Padre en el cielo que te ama. Cuando
reconozcas esta verdad estarás capacitado para poder para amar a los demás. Tendrás una
fortaleza como nunca antes lo has tenido.
Jesús dijo que nosotros debíamos orar siempre sin desanimarnos. (Lucas 18: 1)

Cuando te encuentres desanimado y pienses en darte por vencido recuerda que tienes a tu
disposición la fuerza y el poder de Dios; y Él podrá hacer en ti cosas que nunca lo hubieras
imaginado.

A pesar de las tormentas y tempestades que hay en tu hogar, no te des por vencido. Aunque
tengas ganas de huir, de esconderte, a pesar de todo, permanece firme. Mantén la esperanza,
sigue creyendo en Dios. Y por esa actitud, tu matrimonio será salvado. Diez años después, tu
mirarás hacia atrás y dirás: “¡Señor, eres maravilloso!”

Hay personas que se atreven a saltar de un avión, que realizan negocios millonarios con sangre
fría, pero que no se atreven a tomar la iniciativa para restaurar sus relaciones rotas.

Si tienes una posibilidad en mil para recuperar el amor perdido, ¡intenta recuperarlo!, y si fallas,
¡vuelve a intentarlo!

Desde luego que para hacer esto necesitas una gran fuerza; esa fuerza solamente te puede dar el
Espíritu Santo.

EL RESTAURAR TU RELACIÓN MATRIMONIAL ES EL RIESGO MÁS GRANDE


QUE PUEDES TOMAR EN LA VIDA

Construir o restaurar nuestras relaciones matrimoniales es el asunto más importante que


podemos hacer en el curso de nuestra vida. Es el riesgo más grande que podemos tomar.

Tarde o temprano todos los hogares pasan por crisis. Hasta en los hogares más felices, de vez en
cuando surgen problemas, incomprensiones y desavenencias.

Hay quienes frente a los problemas dicen: “Esto ya no tiene remedio”. “Esto nunca funcionará”.
“Todo está perdido”...

Talvez dirás: “Es que ya he intentado todo”. ¡No te rindas! Haz el último intento. Tú no eres un
perdedor; tú naciste para triunfar.

Si te das por vencido antes de tiempo, las oportunidades de que esa relación mejore son nulas.

La Biblia recomienda:

“No nos cansemos, pues, de hacer el bien, porque si lo hacemos sin desmayar, cosecharemos
abundantes bendiciones”. (Gálatas 6:9)

Toma la decisión de ser feliz; aunque te cueste, da el primer paso, y Dios te ayudará con los
demás.

Si tienes una posibilidad en mil de ganar, inténtalo.

Cuando amamos, tarde o temprano pasaremos por algún dolor, es algo inevitable. Pero siempre,
siempre, después de la tormenta viene la calma.

Todo pasa nada dura, alegrías y tristezas, a la noche, son recuerdos.

Si en medio de nuestro dolor, de nuestra autoestima destruida…nos acercamos a nuestra pareja y


le decimos, aunque no hayamos sido los culpables: “perdóname”, “a pesar de todo por lo que
estamos pasando, yo siempre te he amado y siempre te amaré…”, Esto significa que no nos
hemos dado por vencidos.

SI QUIERES TENER PAZ EN TU HOGAR APRENDE A PERDONAR

Cuando Dios hizo a la mujer y se la presentó al hombre, este al verla, dijo:

“¡Esta sí que es carne de mi carne, huesos de mis huesos!”

Adán se sentía feliz. Pensaba que teniendo a Eva a su lado, ya no iba a necesitar de nada más
para ser feliz por siempre. Si la Biblia fuera una ficción, esta historia hubiera terminado con las
conocidas frases:

“Y fueron muy felices”.

Pero la Biblia no es un cuento de hadas, y poco tiempo después de la escena relatada, vemos a
Adán quejándose ante Dios:

¡”Señor, la mujer que me diste como compañera me hizo pecar!”

Ya no dijo: “Esta sí es carne de mi carne y hueso de mis huesos” Sino que dijo: ¡La mujer! Casi
como queriendo dar a entender: “¡Ese monstruo que me regalaste; esa es la culpable de todas mis
desgracias!”

Y desde allí en adelante, los conflictos familiares, con diferentes matices y por diferentes
pretextos, son muy frecuentes entre los esposos.

Una pareja entabla una relación sentimental, y al comienzo, tanto el hombre como la mujer
“pierden la cabeza.” Cada uno piensa que ha encontrado el tesoro más grande de su vida: su
príncipe azul, su princesa añorada; que ya no necesitan nada más para vivir; que definitivamente
tienen la felicidad asegurada y que a partir de ese momento su vida será una eterna luna de miel.
Pero pasan los días y surgen las desavenencias.

El hogar es el lugar donde más problemas se presentan. Aquí una simple chispa, produce
incendios terribles.

Solo por poner un ejemplo: Un esposo le ve a su mujer que se ha puesto el anillo de bodas en el
dedo del medio, y sonriendo, queriendo jugarle una broma, le dice:

- “¡Qué tontita!” Ese anillo no se pone en ese dedo, sino en el dedo anular.”

La mujer ofendida, le responde:

- “¡No te preocupes. Me puse aquí a propósito; para recordar que el peor error que he cometido
en mi vida, casarme contigo!”

Hay tantas cosas que provocan enfrentamientos en el hogar. No es fácil estar tranquilos cuando a
media noche el hijo no llega. No es fácil mantener la paciencia cuando vemos a una hija horas y
horas en el teléfono. No hay cómo permanecer serenos cuando vemos a nuestros hijos
peleándose entre ellos...
Es frecuente entre las parejas que, si el uno dice una palabra grosera, el otro le responde con
diez, y después el otro le contesta con cien... y así sucesivamente. Si el uno se queda callado una
hora, el otro se calla un día entero…

Hay palabras que dejan al otro medio muerto:

“¡Pasas todo el tiempo emborrachándote con tus amigos; eso es lo único que sabes hacer!”

¡Y las amenazas!:

“¿Si sales por esa puerta, no me regresas nunca más!”

¡Y las maldiciones!: “¡Lárgate sinvergüenza, mantenido… Pero eso sí, hay un Dios. Después
de poco tiempo te he de ver con un tarro en la mano pidiendo limosna en la puerta de la iglesia!
¡Infeliz!”

Lógicamente que todas estas palabras y actitudes causan heridas profundas, y el deseo primario
de la parte ofendida es vengarse, hacerle y decirle al otro diez o cien veces más de lo recibido.

En este plano, hay frases también muy conocidas:

“¡El que me las hace, me las paga!” “¡Yo, por las buenas soy bueno, pero por las malas, soy
muy malo!” “¡La venganza es dulce!” “¡A la primera, bueno; a la segunda, también, pero a la
tercera... ahí si me conocen!”

Al respecto hay un chiste muy grosero:

Una pareja de recién casados viajaban en una mula a su luna de miel.


En un momento dado, la mula se para bruscamente, el hombre le dice:

¡Mula, a la una!

Seguían adelante, y la mula se sacude. El hombre le dice:

¡Mula, a las dos!

Continúan el viaje y en un momento de esos la mula inesperadamente da un brinco. El hombre


saca su revólver y le dispara en la cabeza.

La mujer impresionada le dice:

- ¡Oye ¿Qué te pasa? ¡No seas loco! ¿Cómo le vas a matar a la mula…?

El hombre le dice:

- ¡Mujer, a la una…!

Pero a Dios no le gustan estas cosas. Su Palabra nos aconseja:


“No seas vengativo ni rencoroso con tu propia gente.” (Levítico 19: 18)

“Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Mejor
sean benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, como Dios también
les perdonó a ustedes en Cristo Jesús.” (Efesios 4: 31 - 32)
“Tengan cuidado, porque si ustedes se muerden y se comen unos a otros, llegarán a destruirse
entre ustedes mismos”. (Gálatas 5: 15)

El esposo o la esposa jamás ganan en una pelea. Somos una sola carne y cuando peleamos nos
hacemos un tremendo daño a nosotros mismos y mucho más a nuestros hijos.

Jesús dijo:

“Ustedes han oído que antes se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente”.

Pero yo les digo:


No resistas al que te haga algún mal; al contrario, si alguien te pega en una mejilla, ofrécele
también la otra…” (Mateo 5: 39)

Estas palabras no las podemos tomar literalmente, pues cuando un criado del sumo sacerdote le
dio una bofetada, Jesús no le mostró la otra mejilla, sino que le dijo:

- “Si he hablado mal, ¿Dime en dónde está lo malo que he dicho? Y si he hablado bien ¿Por qué
me pegas?”

San Pablo aclara esta situación cuando nos enseña:

“Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer, y si tiene sed, dale de beber, así harás que le arda la
cara de vergüenza.

No te dejes vencer por el mal. Al contrario, vence con el bien el mal.” (Romanos 12: 20, 21)

Poner la otra mejilla, quiere decir, responder de diferente manera. Si el otro me hace un daño yo
le hago un bien. Si el otro viene gritando, yo le contesto con palabras amables. Si el otro busca
la guerra, yo busco la paz. Si el otro es fuego, yo soy agua.

Dice la Palabra de Dios, que de esta manera ponemos carbones encendidos en la cara del otro. O
sea, le avergonzamos.

LA REGLA DE ORO PARA LOS ESPOSOS

La regla de oro, tanto para el hombre como para la mujer está en la Biblia:

“Trata a los demás, como quisieras que los demás te traten a ti. Todo el bien que deseas que los
demás hagan contigo, hazlo tú con ellos. Hay más alegría en dar que en recibir.” (Mateo 7: 12)

La persona que más hace para vivir en paz en su hogar, es indudablemente la más inteligente, la
más prudente, la que está más sana. Sólo las personas sanas pueden empujar la silla de ruedas de
los enfermos.

Los casados muchas veces regalamos a nuestra pareja: caramelos, flores, bombones, peluches,
adornos… pero el regalo más hermoso que podemos hacer, es el regalo del perdón. Este es el
requisito más valioso para la felicidad conyugal.

¿CUANTAS VECES DEBEMOS PERDONAR?


Un día Pedro le Preguntó a Jesús:

- Maestro ¿Cuántas veces debemos perdonar?

Jesús le contestó:

- Setenta veces siete”.

Setenta veces siete, significa: siempre, siempre, siempre.

Si el perdón tuviera un límite, Dios ya nos hubiera destruido a todos nosotros. Pero Él no es
vengativo, no es rencoroso, y así quiere que seamos nosotros.

El Señor quiere que conversemos, que dialoguemos, que nos pongamos de acuerdo pronto. Por
eso San Pablo enfatiza: “¡Que no les coja la noche peleados!”

Perdonar no es un lujo. Perdonar no es un acto de bondad, no es una derrota, no es un acto de


cobardía o una forma de escapar de un problema. Perdonar es el mejor remedio conocido para
vivir en paz. Para vivir espiritual, física y mentalmente saludables.

El perdón trae a nuestro corazón: paz, alegría, alivio, confianza, libertad y comprensión.

El perdón limpia y embellece nuestra alma.

El que dice: “Es imposible perdonar”, es porque no ha aprendido las enseñanzas de Jesús. Él nos
dio el regalo más grande del mundo: su propia vida, a cambio de nuestra salvación. Nosotros, si
queremos ser discípulos suyos deberíamos regalar, al menos, nuestro perdón; entonces sí,
podemos con corazón limpio decir: “Soy cristiano”; caso contrario sólo seremos unos hipócritas
llevando indignamente el membrete de Cristo.

Nunca te acuestes sin haber perdonado.

Si quieres que el diablo salga de tu casa, perdona.

Si quieres que el diablo se largue de tu vida, perdona.

PERDONAR, ES UN ACTO DE AMOR

El perdón es un obsequio que se da sin esperar ninguna recompensa y en el momento de mayor


dolor.

El perdón no tiene nada que ver con sentimientos. El perdón es una decisión.

Hemos perdonado verdaderamente cuando ya no tenemos deseo de venganza ni recuerdos


desagradables.

Perdonar significa que las cosas vuelven al estado anterior a la que se produjo la ofensa.

El perdón es el principal requisito para ganar la gloria en el cielo y la felicidad completa aquí en
la tierra.

No hay medicina más efectiva para tener buena salud, que en el momento de mayor dolor
podamos decir a nuestro ofensor, desde lo más profundo de nuestro corazón: “¡Te perdono!”
Cuando perdonamos, podemos acostarnos en paz, y nuestro sueño será grato.

Algunos esperan perdonar luego de haberse vengado. Esto es absurdo.

Muchos sólo levantan el castigo, pero no perdonan.

Al respecto también hay otra anécdota:

Una mujer descubrió que su esposo le había engañado. Ella jamás le reclamó, no hizo ningún
escándalo, pero eso si, tajantemente dejó de hablar con su esposo. Se fue a dormir en otro
cuarto. A pesar de vivir en la misma casa jamás compartían nada. Se apegó más a la iglesia,
aprovechaba todas las convivencias, retiros y grupos de oración para –según ella- llenar ese
vacío.

El esposo ante tanta frialdad también buscaba toda oportunidad para permanecer fuera de su
casa.
Pasó el tiempo, todos sus hijos se casaron... y en algún momento, la mujer que ya empezaba a
sentir los síntomas de la vejez, comenzó a meditar en su soledad y en la ayuda que le podría
significar su esposo; llegando a la conclusión de que lo mejor para ella era poner fin al “castigo”.

Así que un día le dijo a su marido:

- ¡Mira, aunque no lo merezcas, finalmente he decidido perdonarte!

Escuchando estas palabras, el esposo soltó una fuerte carcajada y le respondió:

“¡¿Qué por fin has decidido perdonarme!?. Te agradezco mucho el favor que me quieres hacer,
pero ya no lo necesito. Todo este tiempo que he vivido en soledad, soportando tu desprecio, he
pagado con creces todo lo malo que pude haber hecho. Ahora he aprendido a vivir solo y ya no
necesito tu compañía, así que guárdate tu resentimiento para que lo lleves a la presencia de Dios,
a quien tanto has creído amar.”
Creo que ninguna de las dos actitudes es la correcta, pero es una ilustración que nos deja un gran
mensaje.

Esposos, si no queremos equivocarnos, frente a cualquier problema, preguntémonos: “¿Jesús,


qué harías tú en mi caso?” Esta es una excelente forma de descubrir lo que más nos conviene.

Finalmente en relación a este tema diremos:

“Si primeramente no nos perdonamos a nosotros mismos, es imposible que perdonemos a los
demás”.

Si quieres perdonar a tu pareja, primeramente ¡perdónate a ti mismo! Dite en este mismo


momento: “En nombre de mi paz, en nombre de mi salud, me perdono a mi mismo. Desde hoy
comienzo una nueva vida. Al perdonarme a mí mismo me libero de todas mis cadenas”.

Tú te has perdonado verdaderamente, cuando eres capaz de aceptarte en todos los


aspectos: espiritual, psicológico, físico y social. Sólo cuando te aceptes así tal y como Dios te
hizo; cuando aceptes lo que eres, con lo que tienes, con tus “supuestos” errores y defectos, sólo
así te será más fácil perdonar a los demás.
LA PAZ FAMILIAR

El salmo 128 es un resumen de cómo lograr un hogar lleno de paz. Y dice así:

“Feliz tú, que honras al Señor y le eres obediente. Comerás del fruto de tu trabajo, serás feliz y
todo te irá bien. En la intimidad de tu hogar, tu mujer será como una vid fecunda, cargada de
uvas; tus hijos, alrededor de tu mesa, serán como retoños de olivo. Así bendecirá el Señor al
hombre que le honra.

Que el Señor te bendiga desde el monte Sión. Que veas el bienestar de Jerusalén todos los días
de tu vida. Que llegues a ver a los hijos de tus hijos. Que haya paz en Israel”.

¡Que haya paz en Israel! O sea en todo el pueblo de Dios.

¿Donde nace la paz?

Según el Salmo, la paz nace en los hogares donde los hijos crecen alrededor de la mesa de sus
padres; no en las esquinas, no en las cantinas, no en las discotecas.

Pero para que los hijos crezcan junto a la mesa de sus padres, la mujer debe estar en el centro de
su hogar, no en el centro de las críticas y las murmuraciones, no en el centro de los compromisos
sociales, no en el centro de las vanidades mundanas.

Y para que las mujeres estén en el centro del hogar, el hombre debe ganar el pan con el sudor de
su frente, y sobre todo, debe estar sujeto a Dios, honrarle y cumplir sus mandamientos.

Un hombre así, va a tener una esposa que permanezca en el centro de su hogar.

Un matrimonio así, va a tener hijos que crezcan en torno a la mesa. Y cuando haya hogares así,
entonces va a haber en los mismos, paz, prosperidad, dicha, ventura, y paz.

Un hombre que consigue el pan para su mesa con el sudor de su frente; un hombre que ama a
Dios y le respeta, va a tener una esposa feliz. Una pareja feliz va a tener hijos felices. Y una
familia feliz va a hacer pueblos felices. Y esos pueblos felices, van a hacer un país prospero y en
paz.

Pero lo mismo sucede al revés:

Un hombre desordenado va a tener una mujer más desordenada todavía. Y los matrimonios
desordenados, van a tener hijos terriblemente desordenados. Y esas familias terriblemente
desordenadas, van a hacer ciudades horrorosamente desordenadas. Y esas ciudades
horrorosamente desordenadas, van a hacer países en guerra, países violentos y corruptos.

Si realmente queremos paz, tenemos que comenzar por las familias, tenemos que empezar por
las parejas.

LAS DIEZ REGLAS DE ORO DEL MATRIMONIO:

1.- nunca se irriten los dos al mismo tiempo;

2.- nunca se griten el uno al otro, a menos que la casa esté en llamas;

3.- si uno de los dos tiene que ganar una discusión, deja que sea tu cónyuge;
4.- si tienes que criticar, hazlo con amor;

5.- nunca se echen a la cara los errores del pasado;

6.- se negligente con cualquiera, pero jamás con tu cónyuge;

7.- nunca se retiren a dormir con un desacuerdo sin resolver;


8.- Cada día trata de decir algo bondadoso o un cumplido agradable a tu cónyuge.

9.- cuando hayas echo algo equivocado, prepárate para admitirlo y pedir disculpas; y,

10.- dos no riñen si uno no quiere, y el que está equivocado es el que más habla.

“Esposos, amen a sus esposas como Cristo amó a la iglesia y dio su vida por
ella…

Así como el esposo ama a su propio cuerpo, así debe amar también a su esposa.

El que ama a su esposa, se ama a sí mismo. Porque nadie odia su propio cuerpo, sino que lo
alimenta y lo cuida, como Cristo hace con la iglesia…

Por eso; el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su esposa, y los dos serán como
una sola persona.

Que cada uno de ustedes ame a su esposa como a sí mismo, y que la esposa respete al esposo.
(San Pablo. Efesios 5: 21 – 31)

“Ni la esposa es dueña de su propio cuerpo, puesto que pertenece a su esposo, ni el esposo es
dueño de su propio cuerpo, puesto que pertenece a su esposa. Por lo tanto, no se nieguen el uno
al otro, a no ser que se pongan de acuerdo en no juntarse por algún tiempo para dedicarse a la
oración. Después deberán volver a juntarse; no sea que, por no poder dominarse, Satanás los
haga pecar”. (1 Corintios 7: 1 – 5)

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