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Los seres humanos somos criados en una infancia prolongada en su inmadurez, por adultos cuyos haceres y

decires sostienen y aportan a través de su acción identificatoria y de investimiento a la conformación de nuestro


psiquismo, estimulan fijaciones u orientan o posibilitan determinados caminos de satisfacción pulsional. La
función parental se extiende a la sociedad y sus representantes.
Desde Freud, el superyo heredero del complejo de Edipo era producto de las identificaciones con las
prohibiciones parentales respecto de los deseos incestuosos. Freud también habló de esta instancia como la
identificación con el superyo de los padres. La angustia de muerte se juega en el vínculo del Yo con el Superyó;
entre la protección y la amenaza de desamparo. Las situaciones de terror de origen social, o el quebranto psíquico
de los otros instituyentes, actúan como la consumación de aquel peligro de abandono a la indefensión y la muerte.
Como parte de la subjetividad toda, esta instancia se estructura y remodela a lo largo de la vida.
El Superyó emite mandatos; la transgresión genera en el Yo sentimientos de culpa. Me centraré en el sentimiento
de culpa y su relación con:
1. Los caminos de la prohibición. 2. Lo traumático y su transmisión transgeneracional. 3. La mirada de los padres.
4. Un otro origen del Superyó.

Los caminos de la prohibición


Según Dolto la castración es aquella que sucede cuando la zona erógena es introducida al lenguaje de la palabra
tras haber sido privada totalmente del objeto con quien se inició su comunicación erótica.
El adulto modelo de quien depende la supervivencia del niño, investido del derecho a limitar o prohibir, intercepta
por medio de la palabra el camino directo de la satisfacción de la pulsión con el objeto incestuoso. Hablarle al
niño de lo que él querría pero que a partir de ese momento le estará prohibido, valoriza el deseo al mismo tiempo
que deniega su satisfacción. Los que ejercen esta función, saben que la denegación genera dolor en el niño, y
deben expresar su empatía con este dolor. Al mismo tiempo ofrecen al hijo otras vías de satisfacción posibles e
instrumentan los medios para que las realice. El niño percibe que el adulto modelo está sometido a la prohibición,
al igual que él.
El sujeto deseante es iniciado, a través de la prohibición, en toda la potencia del deseo, que de otro modo se
agotaría en la consumación incestuosa. Al mismo tiempo se inicia en una ley humanizante, siempre y cuando esta
ley haya marcado a los adultos que han prohibido. A partir de allí, las márgenes creativas del sujeto quedan
abiertas.
El narcisismo se reorganiza gracias a las duras pruebas con las que tropieza el deseo. Estas pruebas, las
castraciones, posibilitan la simbolización. (La castración oral da por fruto el lenguaje; la castración anal, la
autonomía y el control motriz en relación al cuidado de sí mismo y de los otros que ama).
Es una ley que aunque parezca represiva del actuar, promociona al sujeto en la comunidad de los seres humanos.
El adulto habrá dictado la prohibición por respeto a la humanización del niño.
El destino de la mutación del deseo, una vez atravesada la prohibición, puede ser simbolizante, mutilante o
pervertizante, según hayan sido las condiciones de ese encuentro y de los encuentros futuros que la vida y sus
posibilidades le deparen.
Estas castraciones son estructurantes en tanto aportan a la formación del Superyó, del Yo y del Ideal. Siendo para
Dolto el Ideal del Yo una ética que guía las sublimaciones, los caminos así abiertos para el desarrollo de otros
modos de consecución de placer, implican al mismo tiempo la plasmación de valores humanizantes. En su
defecto, cuando las prohibiciones están hechas para el placer sádico, de dominio o de autorresarcimiento del
adulto que las impone, el resultado será un Superyó cruel, un yo dolorosamente sometido y una ética mutilada o
perversa. Esto también depende del carácter humanizante o deshumanizante de la cultura en la que ese adulto esté
inmerso.
Finalmente, la castración edípica felizmente lograda, da como fruto el advenimiento a una genitalidad oblativa, es
decir aquella capaz de crear algo fuera de nosotros mismos (hijo, obra o sustitutos) cuya libertad propugnamos.
Desde un punto de vista ideal, el adulto que emite la castración, para que sea simbolígena, habrá llegado
exitosamente a este grado de humanización. Y en ese caso abonará la creación del aspecto benévolo y protector
del Superyó.
Las adecuadas prohibiciones son responsables de la fusión tánato-libidinal en el Superyó, y por lo tanto protegen
al Yo, ya que si éste consumara las exigencias pulsionales incestuosas se destruiría su potencial evolución
psíquica.

Lo traumático y su transmisión transgeneracional


Sabemos que el trauma produce defusión pulsional y que parte de la pulsión de muerte que no pueda extroverterse
ni religarse con la libido en una acción auto y aloplástica, infiltrará el Superyó. La tanatización consecuente irá a
constituir su carácter más siniestro, destruirá la creencia en los objetos buenos que protegieron la infancia y en sus
sustitutos, y en ocasiones llevará su carga siniestra a su contracara: una figura idealizada y mortífera.
El análisis de los hijos de sobrevivientes del Holocausto (Kestenberg, 1980) descubrió tanto la creación de un
Ideal de redención del sufrimiento de los padres imposible de cumplir, como la identificación con el agresor en el
Yo o en el Superyó. Los hijos de los sobrevivientes debieron sufrir la fragmentación y contradicción de un
Superyó que los condenaba a volver a ser víctimas en lugar de sus padres (revivir sus experiencias de degradación
y terror), tanto como les exigía triunfar sobre aquellos que habían querido su destrucción. El análisis de esta
segunda generación permitió observar cómo muchos de ellos transfirieron las figuras de los perseguidores nazis
sobre la de los padres imaginariamente omnipotentes de la infancia, transformando a éstos en cruelmente
punitivos, poderosos y vengativos. El sufrimiento traumático de origen social, transmitido
transgeneracionalmente, era atribuido a las figuras edípicas. Estas transferencias regresivas así como las defensas
contra la agresión, parecieron infiltrar al Yo y al Superyó posteriores al trauma en los sobrevivientes y luego, por
telescopaje, en sus hijos.
Los sentimientos de culpa de los padres por haber sobrevivido llevaban a estos hijos a ser una víctima sacrificial,
o los convertía en asesinos nazis en tanto no lograban, a través de sus vidas, resucitar a los muertos. Sus códigos
morales, en su estrictez y crueldad, evocaban al que los nazis habían impuesto a los judíos. Al mismo tiempo el
hijo debía mostrar con sus realizaciones, que su capacidad para pensar, (que los nazis habían querido destruir),
estaba intacta. Y todo transcurría en términos de "sobrevida o muerte".
Considero de alta importancia destacar que varios autores refieren como un factor decisivo entre otros, para el
surgimiento postraumático del odio hacia el propio yo procedente del Superyó, la indiferencia o el rechazo por
parte de la sociedad, el exilio, y la falta de estima cívica. Esta circunstancia incide también en la posición del hijo
frente a este padre profundamente dañado: ora identificándose con el agresor en una actitud degradatoria, ora
culpabilizándolo de una supuesta pasividad o masoquismo, ora imponiéndose una reparación imposible. Nuestro
país presenta un ejemplo de esta misma situación, en las acusaciones de algunos jóvenes de hoy dirigidas a los que
fueron jóvenes en los años 70 y sobrevivieron, o no lucharon contra el Terrorismo de Estado. Los déficit de
historización y la falta de aplicación de la ley (nueva situación traumática) son particularmente responsables de
estas posiciones subjetivas acusatorias, que culpabilizan a las víctimas.
La crueldad del Superyó, transmitida transgeneracionalmente, es la huella viva de un sufrimiento incomprensible
que no pudo entrar en el pasado.
Le cabe a la sociedad una parte importante de la responsabilidad (a través de su respuesta de reconocimiento o de
desconocimiento) en la tanatización o libidinización del Superyó de las víctimas de violencia social.

Algo en torno a la mirada de los padres


Los "padres suficientemente buenos" de Winnicott están hoy mutilados por una cultura violenta. El niño adquiere
el sentimiento de existencia en la medida en que encuentra la mirada de un otro significativo que trata de
aprehender el contenido íntimo de su sentir. "Alguien sabe que siento; luego existo". Hoy, los niños encuentran en
sus padres una mirada no dirigida a comprender su subjetividad, sino orientada hacia los rostros de otros de
quienes depende su dañada autoestima.
Rodulfo habla del encuentro del hijo con la mirada de odio del otro y el sentimiento consecuente de insuficiencia
y culpa. Yo agregaría: odio hacia un hijo que demanda una entrega oblativa, imposible de otorgar. Rechazo por un
hijo que, por querer crecer, no puede obviar los déficit narcisistas de sus padres. Green aporta la comprensión del
complejo de la madre muerta, madre viva cuya mirada está hundida en un duelo. La consecuencia en el hijo es el
surgimiento de un intenso sentimiento de culpa, producido por su pensamiento infantil egocéntrico y omnipotente,
que lo ubica inevitablemente en el causante de la tristeza de la madre y su alejamiento, a la vez que le exige una
reparación que resultará siempre frustra.
En la clínica trabajamos considerando al Superyó en sus excesos o sus defectos. Algunas patologías actuales
refieren a trastornos en su constitución: ausencia de prohibiciones, o reestructuraciones superyoicas
extremadamente severas a través de la afiliación a grupos de ideologías fundamentalistas. (Incluyamos la
influencia de la cultura massmediática y virtual, donde realidad y ficción se confunden y no ha lugar el
sentimiento de culpa). En otros casos vemos la tanatización del Superyó por reparaciones imposibles o como
consecuencia de traumatismos acumulativos (ausencia de un otro aval y testigo de la historia; ataques a la
capacidad de pensar, etc). También nos encontramos con conductas autodestructivas derivadas de la ausencia de
un superyo protector, consecuencia de la insuficiente libidinización del Yo del hijo por parte de sus padres y de la
sociedad o la falta de castración de las pulsiones arcaicas. Poco se habla del aspecto benévolo y protector del
Superyó, tal vez en concordancia con su relativa desaparición. La banalización del valor de la vida y la burla a la
ley, desde las identificaciones provenientes del macrocontexto social, tienen que ver también con el escaso o nulo
cuidado por sí mismo. La cultura massmediática, debido a la unión de la imagen con el movimiento y el sonido,
junto a la disposición pasivo-receptiva del sujeto, obra a la manera de las identificaciones primarias, de manera
que los valores sociales actuales producen de manera directa negatividades psíquicas. Tanto en este caso como en
el procesamiento de situaciones traumáticas de origen social, el papel mediador de los padres es sobrepasado
muchas veces por la intensidad de la carga destructiva proveniente del exterior.

Un otro origen
Para terminar, quisiera referir algunos conceptos de Emmanuel Levinas respecto de nuestro vínculo con el otro,
que presenta un otro origen del Superyó.
Postula el filósofo que el verdadero encuentro con el otro consiste en que no lo poseo. No viene a mi encuentro
como "el ser en general". Cuando lo veo como "ser en general", uso la violencia, lo asesino como único, y lo
poseo. En cambio cuando lo miro a la cara, en su rostro absolutamente único, veo lo débil, desnudo y despojado,
expuesto al supremo abandono que es la muerte. Y soy responsable de él. No puedo dejarlo morir solo. En la
proximidad del prójimo se me requiere una responsabilidad que me ordena humano; un acontecimiento que me
coloca ante otro en estado de culpabilidad. La idea de rehén es la de la expiación del Yo por el Otro. El rasgo de
esta trascendencia define al psiquismo en sentido estricto. Frente a los seres cuyo rostro reconozco, soy culpable o
inocente. La condición del pensamiento es una conciencia moral. La falta social se comete sin que yo lo sepa y
afecta a una multiplicidad de terceros a los que nunca miraré a la cara, pero sé que tienen rostro. La intención no
puede acompañar al acto hasta sus últimas consecuencias, sin embargo se sabe responsable de esas últimas
prolongaciones. El prójimo se impone a mi responsabilidad antes de todo compromiso de mi parte, y aún así me
advoca a la iniciativa de la respuesta.
Después de un siglo de sufrimientos innombrables, desde el rostro del otro, desde el fondo de una soledad
absoluta, una llamada o una orden cuestiona mi presencia, en cuanto pueda representar de violencia y muerte. Mi
justo sufrimiento por el sufrimiento imperdonable del otro, me solicita e invoca. El nudo mismo de la subjetividad
en un supremo principio ético; único capaz de resolver este sentimiento de culpa esencial.

CUMULACIÓN DE IDENTIDADES FRENTE A FRAGMENTACIÓN DEL YO

Cuando desde la Psicología Social se habla de la acumulación de identidades, se alude al número de identidades de rol
que la persona posee y, de hecho, una operativización muy frecuente de esta variable ha sido simplemente la suma de
posiciones sociales que mantiene un individuo.

Por ejemplo, desde esta perspectiva y pasando por alto otro tipo de consideraciones, una mujer casada, con hijos, que
estudie en la universidad mientras trabaja de intérprete para una empresa, tendría un número mayor deidentidades
(esposa, madre, estudiante, trabajadora) y, por ende, una menor tendencia al desajuste emocional, que una compañera
suya del trabajo, soltera y sin hijos, que actualmente no estudiara y que, por lo tanto, tendría un menor número de
identidades (trabajadora).

Sin embargo, cuando la Psicología de la Personalidad habla de fragmentación del yo, hace referencia a la falta de
integración entre las diversas identidades de una persona, sean éstas identidades de rol o bien identidades basadas en
otros aspectos de la persona, como por ejemplo, sus aspiraciones (Yo

Ideal) o sus obligaciones (Yo que Debería). Aunque el concepto de integración carece de una definición consensuada e
inequívoca, y coexiste en la literatura con

otros conceptos parecidos (diferenciación del autoconcepto, congruencia del yo, autoconsciencia), su acepción más usual
tiene que ver con la falta de correspondencia entre los rasgos de personalidad que definen las distintas identidades de un
individuo.

Por ejemplo, una mujer que se viera a sí misma como una persona divertida y animada con sus amigos, pero seria y
responsable con sus compañeros de trabajo mostraría un yo menos integrado o una mayor diferenciación del
autoconcepto, que otra mujer que se viera a sí misma divertida y animada tanto con sus amigos como con sus compañeros
de trabajo. Desde la perspectiva de la Psicología de la Personalidad, ésta mostraría un mayor ajuste psicológico.

Desde este prisma de la fragmentación parece poco relevante el número de identidades que la persona posee, sino que lo
más importante es si éstas son semejantes, coherentes entre sí.

Por lo tanto, teniendo en cuenta que la fragmentación y el número de identidades mantienen relaciones opuestas con
el ajuste psicológico y que se centran en parámetros distintos de la multiplicidad del yo (su coherencia y su número,
respectivamente), se podría concluir que ambos conceptos son independientes.
En consecuencia, un mayor número de identidades sociales no implica necesariamente una alto grado de diferenciación
entre las mismas, es decir, no implica que la persona se vea a sí mismo teniendo diferentes características de personalidad
en cada una de ellas. De igual manera, un menor número de

identidades sociales no implicaría necesariamente que una persona se vea en todas ellas de la misma manera, es decir,
que estén integradas en un yo unitario.

A pesar de que existen razones para sospechar que acumulación de identidades y fragmentación son conceptos
independientes.

La hipótesis de la acumulación de identidades puede estar confundiendo el número de identidades de rol con el grado de
apoyo social, ya que la ausencia de determinadas identidades sociales (por ejemplo, esposa, madre, vecina, compañera de
mus, compañera de juergas) puede reflejar la ausencia de determinadas fuentes de apoyo social (por ejemplo, marido,
vecinos, amigas). Se ha demostrado que el apoyo social favorece la salud física y psíquica (Turner 1983), la relación entre
acumulación de identidades de rol y ajuste psicológico podría ser fruto simplemente de la asociación que estas dos
variables tienen con el apoyo social. En cualquier caso, la hipótesis de la acumulación de identidades no hace explícita cuál
es la relación entre número de identidades de rol y apoyo social, como tampoco cuál es su relación con otras variables
relevantes en la aparición de desajustes psicológicos como, por ejemplo, la ocurrencia de sucesos estresantes.

En los últimos años han ido apareciendo en la literatura una serie de modelos que, beneficiándose de acercamientos
convergentes y fertilizaciones más elaboradas sobre la asociación entre ajuste psicológico y multiplicidad de yoes.

A continuación nos centraremos en los dos modelos que mayor impacto han tenido en Psicología de la personalidad y más
investigaciones clínicas han generado:

• El modelo de la autocomplejidad de Linville (1985-87),


• y la teoría de las autodiscrepancias de Higgins (1987-89).

Ambas teorías comparten un origen común en la convergencia de intereses, métodos y teorías entre la psicología social, la
Psicología de la personalidad y la Psicología cognitiva. Con la perspectiva cognitiva del procesamiento de la información
como paradigma de referencia, las dos teorías coinciden en concebir el yo como las representaciones mentales que una
persona tiene de sí misma, y en utilizar modelos y conceptos prestados de la Psicología cognitiva para entender cuál es el
formato de esas representaciones en el sistema cognitivo, es decir, cómo se encuentra la información relevante del yo
representada y almacenada en nuestra mente (procesamiento de la información).

EL MODELO DE AUTOCOMPLEJIDAD: MÚLTIPLES YOES COMO AMORTIGUADORES DEL ESTRÉS

Linville (1985-87) ha formulado un modelo que relaciona la multiplicidad del yo o autocomplejidad con la variabilidad
afectiva, y que consta de cuatro supuestos. El primero asume que “el yo está representado cognitivamente en términos de
múltiples aspectos”. Estos aspectos dependen en parte del número de roles sociales que tiene una persona en su vida (por
ejemplo, esposa, madre, abogada), pero también del tipo de relaciones interpersonales que establece ( de colegas, de
rivalidad, de apoyo, maternal), de las actividades que realiza (jugar al mus, nadar, escribir), o de rasgos de personalidad
supraordenados (ambiciosa, creadora). Cada uno de esos aspectos del yo organiza un conjunto de proposiciones y
características sobre uno mismo (rasgos de personalidad, características físicas, habilidades, preferencias, objetivos,
recuerdos autobiográficos), de forma que los aspectos del yo difieren entre ellos en la medida en que engloban conjuntos
distintos de características y proposiciones. Por ejemplo, una escritora puede verse en su profesión como una persona
sensible, atractiva, imaginativa, analítica, moderna, inteligente, y, en cambio, como madre, puede verse una persona
sencilla, sensible, moderna, afectuosa y ordenada, mientras que como jugadora de mus se ve astuta, arriesgada y
tramposa. En este caso, escritora y madre comparten algunas características (sensible, moderna) y, aunque difieren en
muchas otras, serían en cierto modo aspectos interdependientes; por el contrario, jugadora de mus sería un aspecto
totalmente independiente de los anteriores, ya que no compartiría ninguna característica con ellos. Teniendo en cuenta,
pues, los diferentes aspectos del yo que una persona usa para organizar cognitivamente la información que tiene sobre si
misma y las características y proposiciones que esos aspectos engloban, Linville define la autocomplejidad en función de
dos elementos: el número de aspectos del yo y el grado de diferenciación entre dichos aspectos. Los dos elementos que
forman parte de la definición de autocomplejidad son justamente, aquellos que, de forma separada, eran el centro de
atención de las hipótesis de la fragmentación y de la acumulación de identidades. Así, la autocomplejidad integra en un
único concepto y medida ambas líneas de investigación teniendo en cuenta tanto la relación entre aspectos del yo como su
número.

La segunda suposición del modelo asume que existen diferencias individuales en el grado de autocomplejidad, de forma
que aquellas personas altas en autocomplejidad organizan su conocimiento de sí mismas en términos de un mayor número
de aspectos del yo y mantienen mayores distinciones entre ellos (lo que significa una menor redundancia de
características) que aquellas personas bajas en autocomplejidad.
El modelo hace dos suposiciones más. La tercera es que los aspectos del yo varían en el afecto asociado a ellos.
Normalmente las personas nos sentimos bien sobre algunos aspectos de nosotros mismos pero no sobre otros. Por
ejemplo, una persona puede sentirse orgullosa de sí misma como madre, pero sentirse avergonzada de cómo es como
jugadora de tenis, y finalmente, en sus relaciones con sus amigas, sentirse triste por ser tan cotilla y a la vez sentirse
contenta por ser tan generosa con ellas. Así, algunos aspectos del yo tienen asociadas emociones positivas, otros
emociones negativas, pero la mayoría probablemente una mezcla de ambos tipos de emociones. En consecuencia, el
estado afectivo de una persona en un momento dado estará en función del afecto asociado con los diferentes aspectos del
yo, teniendo más peso el afecto asociado con los aspectos del yo más importantes o relevantes.

LA HIPÓTESIS DE LA AUTOCOMPLEJIDAD Y EL EXTREMISMO AFECTIVO

Este modelo no hace ninguna predicción sobre si existe o no alguna relación directa entre la autocomplejidad y el desajuste
psicológico, sino que moderaría el impacto de los acontecimientos positivos y negativos sobre el afecto, siendo una
variable amortiguadora de los efectos negativos o positivos derivados de la aparición de sucesos vitales. Según ésto las
personas bajas en autocomplejidad experimentarán mayores fluctuaciones en su estado afectivo en respuesta a los
acontecimientos vitales.

Supongamos una persona que organiza la información sobre sí mismo en relación a tres únicos aspectos (estudiante,
deportista y relaciones con las mujeres) que además guardan entre sí una gran interdependencia ya que comparten gran
cantidad de características (en los tres aspectos el sujeto se ve como inteligente, astuto y valiente). Según la definición de
Linville, esta persona sería un caso de baja autocomplejidad. Cuando esta persona experimentara un acontecimiento vital
como, por ejemplo, un suspenso, relevante para alguno de sus aspectos de sí mismo (su yo como estudiante) la emoción
resultante de ese acontecimiento (probablemente una mezcla de tristeza y decepción) no sólo quedaría asociada a su yo
como estudiante, sino que debido a la alta interdependencia entre sus aspectos del yo, se propagaría también a los otros
aspectos. Efectivamente, si el suspenso pusiera en entre dicho la visión que el sujeto tiene de si mismo como estudiante,
pondría en entredicho su visión como persona inteligente, astuta y valiente, características que también forman parte de
sus otros aspectos y que, por tanto, también quedarían cuestionados. Además, puesto que el aspecto directamente
afectado por el acontecimiento, el yo como estudiante, representaría en una persona baja en autocomplejidad una gran
proporción del total de sus aspectos del yo, en nuestro caso un tercio, el estado afectivo final del individuo se vería en
mayor medida afectado por la tristeza y decepción asociadas, como resultado del suspenso, a su yo como estudiante.

Debido al que el yo de una persona de baja autocomplejidad está caracterizado por un número pequeño de aspectos y por
una baja diferenciación entre los mismos, cualquier acontecimiento vital tiene una gran impacto en su estado afectivo y, por
tanto, el individuo muestra una reacción afectiva más extrema.

Por el contrario, el impacto de un suceso vital en el estado afectivo de una persona alta en autocomplejidad es menor. Si la
persona de nuestro ejemplo anterior organizara la información sobre sí mismo en más aspectos (estudiante, jugador de
baloncesto, jugador de fútbol, relaciones con los amigos, relaciones con la novia) y éstos fueran totalmente independientes
(cada uno tendría características distintas y, por lo tanto, inteligente, astuto y valiente sólo serían características del yo
como estudiante), es decir, si esa persona fuera alta en autocomplejidad, entonces la tristeza y decepción, asociadas al yo
como estudiante como resultado del suspenso, no se propagarían a los otros aspectos. Además, puesto que el yo como
estudiante supondría una proporción más pequeña del número total de aspectos del yo (un quinto), la tristeza y decepción
asociadas a él tendrían un menor peso en el estado afectivo final de ese individuo y las emociones positivas que pudieran
estar asociadas a él tendrían un menor peso en el estado afectivo final de ese individuo y las emociones positivas que
pudieran estar asociadas a otros aspectos de su yo podrían amortiguar el impacto de los acontecimientos y emociones
negativas.

Las personas altas en autocomplejidad se verían menos afectadas por los altibajos de la vida. Parecerían seguir la
máxima, para lo bueno o para lo malo, de “no poner toda la carne en el asador”, o mejor dicho, de no ponerla en un único
aspecto del yo. De esta forma, ante cualquier suceso vital, ya sea negativo o positivo, siempre habrá otros aspectos del yo
que queden intactos y que atenúen sus consecuencias sobre el estado de ánimo, la autoestima o la salud. La alta
autocomplejidad te protege en los malos tiempos pero también te mantiene los pies en el suelo en los buenos tiempos.

Por el contrario, para las personas bajas en autocomplejidad, una experiencia positiva o negativa en un dominio de su vida
es probable que tenga un mayor impacto en su ajuste emocional o en su autoestima.

Desde el modelo de la autocomplejidad, los típicos círculos viciosos o espirales de pensamientos negativos que presentan
los pacientes negativos, en los cuales todo se tiende a interpretar de una manera negativa, podrían ser el resultado del
proceso de propagación característicos de las personas bajas en autocomplejidad, en el cual los pensamientos negativos
sobre un aspecto del yo activarían los pensamientos negativos asociados a otros aspectos del yo relacionados con el
primero.

¿ES SIEMPRE ADAPTATIVA LA AUTOCOMPLEJIDAD?


Cuando las personas experimentaban muy pocos acontecimientos estresantes, aquellos individuos con una baja
autocomplejidad mostraban menos síntomas físicos y psicológicos que los que tenían alta autocomplejidad. En niveles
bajos de acontecimientos estresantes, los individuos bajos en autocomplejidad mostraban menos malestar psicológico.

Es poco probable que los efectos amortiguadores de la autocomplejidad sean los mismos cuando la mayoría de los
aspectos del yo de una persona incluyen nada más que características negativas que cuando, por el contrario, la mayoría
incluyen características positivas. Es mucho más probable que la persona cuente con un buen número de aspectos de su
yo asociados a emociones positivas que contrarrestarían los efectos negativos de un acontecimiento estresante. Las
personas que han sufrido alguna experiencia traumática que tienen niveles bajos de autocomplejidad positiva, manifiestan
un mayor desajuste psicológico. Mientras que aquellas que tienen niveles altos de autocomplejidad positiva presentan un
ajuste psicológico similar al de las personas que no han experimentado trauma alguno.

LA TEORÍA DE LA AUTODISCREPANCIA: YOES ACTUALES FRENTE A YOES POSIBLES.

La teoría de Higgins (1987/89) parte también parte la idea de que los conceptos o aspectos que uno tiene sobre sí mismo
son múltiples, se distingue de las hipótesis y modelos anteriores en que tiene en cuenta no sólo que los individuos piensan
que son actualmente (sus yoes actuales), sino también lo que piensan que podrían ser (sus yoes posibles), bien porque les
gustaría ser de una determinada manera, bien porque creen que deberían ser así, o bien porque esperan ser de alguna
otra forma en el futuro. Al introducir este parámetro temporal (actual/posible; presente/futuro) en la distinción entre dos
aspectos del yo, Higgins adscribe significación motivacional al yo, estableciendo los posibles yoes como guías o criterios
para alcanzar y asociando a las diferencias o discrepancias entre los yoes actuales y los posibles, distintas
predisposiciones motivacionales o emocionales.

Esta distinción entre yoes actuales y posibles no es nueva en Psicología de la Personalidad. Rogers (1961) ya distinguía
entre lo que una persona cree que es (yo real) y lo que idealmente le gustaría ser (yo ideal). Sin embargo, la novedad de la
teoría de Higgins es proponer un marco integrador de los distintos aspectos del yo que permite examinar las interrelaciones
entre ellos.

Entre todos los yoes actuales y posibles que una persona puede tener, éstos pueden agruparse según Higgins en función
de dos parámetros: dominios del yo y puntos de vista del yo.

• El Yo Real o “Yo tal como soy”. Es la representación que un sujeto tiene sobre los atributos o características que
alguien (él mismo u otra persona) considera propias de él.

• El Yo Ideal o “Yo como me gustaría ser”. Es la representación que un sujeto tiene de los atributos que alguien (él
mismo u otra persona) cree que al propio sujeto le gustaría poseer y, por tanto, contiene información relativa a
aspiraciones, metas, expectativas o deseos.

• El Yo Debería o “Yo como debería ser”. Es la representación que un sujeto tiene sobre las características que
alguien (él mismo u otra persona) cree que el propio sujeto debería de tener y, por tanto, contiene información
relacionada con reglas, normas, obligaciones y deberes.

• El Yo Potencial o “Yo como puedo ser”. Es la representación que un sujeto tiene sobre los atributos que alguien (él
mismo u otra persona) cree que el sujeto puede poseer y, por tanto, contiene información sobre las capacidades o
el potencial del sujeto.

• El Futuro Yo (Yo Esperado) o “Yo como seré en el futuro”. Es la representación que un sujeto tiene sobre los
atributos que alguien (él mismo u otra persona) cree que el propio sujeto probablemente poseerá en el futuro.

Además, Higgins distingue dos tipos de puntos de vista del yo:

• El propio punto de vista del sujeto.

• El punto de vista de una persona significativa para el sujeto (por ejemplo, la madre, el padre, el esposo, un amigo
íntimo), es decir, lo que cree el sujeto que algún otro significativo piensa sobre él.

Combinando cada uno de los dominios del yo con cada una de los puntos de vista del yo, Higgins distinguiría los diez (10)
yoes o diez aspectos del yo que aparecen recogidos en la siguiente tabla.

Los aspectos que tienen que ver con el Yo Real, especialmente el yo real/propio, constituyen básicamente lo que se
denomina “autoconcepto”. Los restantes aspectos o representaciones del yo constituyen criterios o modelos, esto es, guías
del yo. Las guías del yo son en realidad los yoes posibles a los que nos referíamos al principio de la presentación de esta
teoría.. En consecuencia las guías del yo tienen dos papeles fundamentales:

• Funcionan como incentivos para la conducta futura, ésto es, como elementos a los que aproximarse o evitar,
animan, por tanto a las personas a perseverar en la consecución de sus objetivos o, por el contrario, a retirarse y
abandonar.

• Sirven como contexto evaluativo e interpretativo del autoconcepto, esto es, operan como criterios de contrastación
o evaluación frente a los cuales se compara el estado actual del individuo.

Para algunos autores, tanto los criterios del yo como el propio autoconcepto, son elementos permanentes almacenados en
la memoria a largo plazo de las personas que pueden ser activados en un momento dado y quedar disponibles en la
memoria a corto plazo. Como elementos de la memoria, cuando se usan, son procesados por el sistema cognitivo y
sometidos a los mismos avatares y transformaciones que cualquier otro tipo de información y, por supuesto, a los sesgos
que se tratan en el presente trabajo.

El hecho de que estén almacenados en la memoria a largo plazo podría estar relacionado con la estabilidad y permanencia
del yo, o al menos con el sentimiento de consistencia que la gente tiene; por el contrario, los aspectos del yo que se
recuperan en la memoria a corto plazo (el yo operativo) tendrían, por ese motivo, una naturaleza temporal y, por tanto,
rastrearían aspectos más ligados a la variación y, por ello, más afines al concepto de variabilidad y cambio del yo. Desde
esta perspectiva, se podría explicar por qué reconociéndonos como los mismos de siempre, aceptamos no obstante que
cambiamos en distintas situaciones.

SUPUESTOS DE LA TEORÍA DE LA AUTODISCREPANCIA

Básicamente son cuatro, los dos primeros relacionados con el funcionamiento motivacional de los distintos aspectos de uno
mismo y los dos segundos relacionados con el procesamiento de la información:

• “Las personas están motivadas para lograr una condición en la que su autoconcepto iguale a sus guías del yo
personalmente relevantes”. Esto es, las personas tienden a reducir las discrepancias de sus yoes actuales con sus
yoes posibles, especialmente con su Yo Ideal y su Yo Debería. De hecho, existe la idea de que deseos,
aspiraciones, deberes y obligaciones son fuente de motivación. Existen diferencias individuales en los criterios que
las personas están motivadas a lograr, diferencias que se derivan del proceso de socialización.

• “Las discrepancias entre dos ó entre mas de dos tipos diferentes de aspectos del yo representan clases diferentes
de situaciones psicológicas, las cuales a su vez están asociadas con estados emocionales-motivacionales
distintos”.

• “Una autodiscrepancia es una estructura cognitiva que interrelaciona distintos aspectos del yo”. Puesto que una
autodiscrepancia se define como la interrelación entre los atributos de un aspecto del yo y los aspectos del otro, se
supone que las autodiscrepancias son estructuras cognitivas y que se rigen según el principio de accesibilidad
(facilidad con la que una estructura cognitiva es usada o activada en el procesamiento de información).

• “La probabilidad de que una autodiscrepancia produzca malestar psicológico depende de su nivel de
accesibilidad”. Depende de que la autodiscrepancia se active o no. Por accesibilidad se entiende la facilidad con la
que una estructura cognitiva es usada o activada en el procesamiento de la información. Una auto discrepancia
puede tener efectos automáticamente y sin que el individuo tenga consciencia de ello.

• “Cuanto mayor es la magnitud y la accesibilidad de un tipo en particular de autodiscrepancias que posea un


individuo, más sufrirá el individuo la clase de malestar asociado con ese tipo de autodiscrepancia”.

DISCREPANCIAS ENTRE YOES

Un principio fundamental de la teoría de la autodiscrepancia es que el sujeto evalúa los atributos que posee, su
autoconcepto, en relación con algunos de los criterios del yo que aparecen en la tabla 2. La teoría propone que existe cierta
variación entre los individuos en cuanto a la naturaleza y tipo de criterios que emplean para la evaluación, dependeindo de
su historia personal o del contexto, pero, sin embargo, la teoría también acepta una motivación universal para seleccionar
criterios que aseguren un adecuado nivel de autoestima.

La coincidencia del autoconcepto con los criterios del yo, incluyendo aquí tanto los criterios relacionados con el punto de
vista del propio sujeto, como los relacionados con el punto de vista de las personas significativas del entorno, define una
situación psicológica sin conflicto que, por lo tanto, debería dar lugar a consecuencias bien positivas, bien neutras. Los
resultados del estudio de Moretti y Higgins (1990) señalan precisamente que los individuos que manifiestan una autoestima
más alta son aquellos que muestran un emparejamiento entre su yo real/ propio y su yo ideal/ propio en términos de una
coincidencia en los atributos positivos que ambos yoes incluyen, es decir, aquellas personas que, por ejemplo, se ven
simpáticas y cariñosas y que, justamente, les gustaría ser simpáticas y cariñosas. Es más, también, cuando un individuo se
ve a sí mismo como traicionero y mentiroso, precisamente, define su ideal como ser una persona traicionera y mentirosa,
es decir, incluso cuando el emparejamiento entre el yo real/ propio y el yo ideal/ propio es en términos de atributos
negativos, la autoestima suele ser alta.

Los estados de emparejamiento entre yoes son interesantes por derecho propio, nos conducen a los estados emocionales
positivos********

 Discrepancias entre el autoconcepto y las guías del yo

¿Qué pasa cuando lo que uno piensa sobre sí mismo no corresponde con los deseos, metas o aspiraciones que uno
tiene?, o ¿Qué pasa cuando la forma en que uno se ve a sí mismo dista mucho de sus responsabilidades y obligaciones?.
Es decir, ¿qué pasa cuando una persona presenta una discrepancia entre su yo real y su yo ideal, o entre su yo real y su
yo debería?. Las discrepancias relacionadas con cómo se ve y cómo le gustaría ser (yo real/ propio vs. yo ideal/ propio; yo
real/ propio vs. yo ideal/ otro) representan, según Higgins, la ausencia de resultados positivos ya que el individuo es
incapaz de lograr bien sus ropios deseos y aspiraciones, o bien aquellos que cree que los demás han puesto en él. Cuando
dicha discrepancia se hace accesible, la gente experimenta tristeza, abatimiento y desánimo. Si el sujeto cree que sus
deseos y esperanzas personales no se han cumplido (discrepancia yo real/propio vs. yo ideal/propio), además de los
sentimientos anteriores, experimenta sentimientos de insatisfacción y decepción; si el sujeto cree que no ha cumplido los
deseos y esperanzas que otros tenían en él (discrepancia yo real/propio vs. yo ideal/ otro), aparte de tristeza y desánimo,
es vulnerable a experimentar verguenza y consternación. En conclusión, las discrepancias entre el Yo Real y el Yo Ideal
estarían relecionadas con síntomas depresivos.

Por otro lado, las discrepancias que se producen entre cómo una persona se ve y cómo se cree que debería ser (yo
real/propio vs yo debería/propio; yo real/propio vs. yo debería/otro) representan la expectativa de presncia de resultados
negativos, de castigos, por el hecho de haber violado los deberes ó responsabilidades que uno se había impuesto ó creía
que los otros le habían impuesto. Cuando tales discrepancias se hacen accesibles, la gente experimenta estados de
agitación, nerviosismo y miedo, es decir, estados de ansiedad. En caso de que la persona crea que no ha cumplido una
obligación personalmente aceptada (discrepancia yo real/propio vs. yo que debería/propio), la teoría predice que tendrá
más sentimientos de culpabilidad.

En resumen, las discrepancias entre el Yo Real y el Yo Ideal guardarían relación con la depresión, mientras que las
discrepancias entre Yo Real y el Yo que Debería lo harían con la ansiedad. Dado que se asume que la gente busca
estados finales deseables, las guías Yo Ideal y Yo que Debería señalan dos orientaciones de autorrregulación que pueden
variar en las personas y que darían lugar a tácticas conductuales diferentes. Aunque todo el mundo dispone de los dos
sistemas, determinadas prácticas de socialización favorecen que uno predomine sobre el otro; así una historia de recibir o
perder cariño ó afecto de los padres contingente a los actos de uno fortalecerá el sistema centrado en obtener resultados
positivos (Yo Ideal), y pondrá en marcha, por tanto, estrategias conductuales de aproximación; mientras que una historia de
recibir o tener que escapar del castigo y la crítica de los padres fortalecerá el sistema centrado en los resultados negativos
(Yo que Debería) y, por lo tanto, pondrá en marcha estrategias conductuales de evitación.

Además de esclarecer las causas de la ansiedad y la depresión, las hipótesis de la teoría de Higgins sobre la discrepancia
entre el Yo Real y el Yo Ideal han esclarecido el área de estudio de la autoestima. Puesto que una alta discrepancia Yo
Real- Yo Ideal está relacionada con síntomas depresivos, parece lógico suponer que también lo estaría con una baja
autoestima, dado que ésta es una característica clave de la depresión.

DISCREPANCIAS ENTRE GUÍAS DEL YO

Las discrepancias entre guías del yo representan situaciones en las que las personas experimentan aspiracones, deseos,
que se contraponen a su sentido del deber y a sus obligaciones. En estos casos se produce un conflicto de aproximación-
evitación. Por ejemplo, supongamos una chica a la que idealmente le gustaría llegar a ser más asertiva (yo idela/propio)
mientras que piensa que su padre espera de ella que sea pasiva y se ajuste al tradicional papel femenino (yo ideal/otro).
Esta chica estaría motivada a conseguir ambas guías, a que su yo real coincida tanto con su yo ideal/propio como con su
yo ideal/otro (aproximación), pero también a evitar un mal emparejamiento entre su yo real y cualquiera de sus dos guías
(evitación), pero ni uno ni lo otro se puede lograr simultáneamente porque las guías representan caracteríticas opuestas.
Un mismo atributo de su yo real (obedecer sin rechistar) puede considerarse un éxito ó un fracaso dependiendo de la guía
del yo con la que se compare; a la larga, mo está claro cuáles pueden ser las consecuencias de esta situación para el
autoconcepto de esa persona. Por eso, en tales situaciones que suponen un conflicto de aproximación-evitación, las
personas son vulnerables a experimentar sentimientos de confusión, a sentirse inseguras de sí mismas, a distraerse con
facilidad y a mostrar conductas de rebeldía.
En resumen, la teoría de Higgins, las discrepancias, tanto aquellas que se dan entre el autoconcepto y las guías del yo,
como aquellas que se dan entre las propias guías, funcionan como señal de alarma para el sujeto, alertándole sobre la
presencia de cierto desajuste. Si la reducción de la discrepancia no se produce, el bienestar psicológico implicaría, pues, la
ausencia de diferencias entre cómo uno se ve a sí mismo, cómo le gustaría verse y qué exigencias del entorno debería
satisfacer.

BIBLIOGRAFIA

EL INCONSCIENTE PSICOLÓGICO: HALLADO, PERDIDO Y REENCONTRADO.

Después de cien años de olvido, sospecha y frustración, los procesos inconscientes se han afianzado ahora en la mente
colectiva de los psicólogos. La llamada percepción subliminal ha cobrado una nueva vida, y los neuropsicólogos cognitivos
ofrecen un enfoque convincente de la memoria inconsciente. Los psicólogos sociales y no sociales han documentado el
papel de los procesos no conscientes en el aprendizaje y el juicio, y las exploraciones de la intuición y de la comprensión
intuitiva plantean de nuevo la idea del pensamiento inconsciente.

Estos avances dentro del inconsciente cognitivo, término utilizado por Paul Rozin (1976), han preparado el escenario para
que renazca el interés por los procesos inconscientes emocionales y motivacionales.

En un sentido muy real, el interés reside en la vida mental inconsciente ó procesamiento de la información fuera del
conocimiento consciente. Debe su resurgimiento al trabajo de los neuropsicólogos cognitivos con pacientes que sufren
formas diversas del síndrome amnésico. El reconocimiento de que esos pacientes muestran efectos persistentes de
acontecimientos anteriores que no pueden recordar, lo que Schacter ha llamado memoria implícita, ha hecho posible
utilizar sin sonrojo conceptos como conocimiento consciente y conciencia, y aceptar la idea misma de la influencia
inconsciente en la experiencia, el pensamiento y la acción.

EL INCONSCIENTE NO FREUDIANO

La idea de la vida mental inconsciente tenía una larga y distinguida historia antes de Freud. Por ejemplo, Janet, precursor y
rival de Freud, promovió un concepto de disociación como alternativa a la represión. Sus ideas, que tuvieron tanta
influencia sobre Williams James, fueron reavivadas por Hilgard (1986) en su teoría neodisociativa de la conciencia dividida.

Existe una larga tradición de interés por el concepto de procesamiento automático frente al controlado. En algunos
aspectos, esta tradición tiene sus orígenes en el concepto de Helmholtz de la inferencia inconsciente en percepción. La
idea de que algunos aspectos de la percepción, el lenguaje, el pensamiento y el control motor están mediados por
procedimientos que ponen inevitablemente.

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