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En mi país hasta hace poco la pobreza y la delincuencia era fruto de la injusticia social, al menos los

medios lo reconocían así oficialmente y tanto la derecha como la izquierda coincidían en esta
postura.
Hoy, después de cuatro años de un constante martilleo publicitario a un ritmo casi enloquecedor
dirigido desde el gobierno, esta certeza irrefutable ha entrado en un profundo cuestionamiento. Y es
que lo paradójico se ha vuelto tan común aquí, que parece –como en el cuento de Lewis Carroll– que
hemos atravesado el espejo de lo inverso y no nos hemos advertido de ello.
Mientras en este Ecuador real la brecha entre los que tienen y los que necesitan aumenta cada día
considerablemente, las manos sucias del poder con el futbol y las telenovelas como trincheras
publicitarias de combate se lanza a la conquista absoluta de unas mentes cada vez más exangües y
pusilánimes. Es que estos artistas de la manipulación han comprendido a la perfección las pobres
debilidades de una población sumisa e ignorante. No en vano la mayor parte de la publicidad está
destinada a estos dos privilegiados espacios televisivos.
Con una casi nula capacidad de discernimiento de una población embaucada, el mensaje publicitario
no necesita de ideas complejas, como toda propaganda de tipo fascista está destinada para que la
entienda hasta el más último imbécil televidente. Para ello populares payasos de pantalla, salidos de
algún ridículo circo sin nombre, son los selectos intermediarios para llevar lo que ellos llaman
“informe al país” pero que no son más que insultos a la inteligencia de los ecuatorianos.
Vivimos, pues, en una sociedad que no cesa de fabricar pobres, mendigos y delincuentes; los pare,
los forma, pero al mismo tiempo reniega de ellos. La delincuencia ya no es más fruto de la inequidad
e injusticia social, ahora el Estado nos la presenta como un cuerpo huérfano dentro de ésta sociedad,
un feo jorobadito sin origen, del que nadie es responsable, una plaga a exterminar solo mediante la
fuerza pública. Resulta, por tanto, muy cómodo para estos sabios, que no logran ver si no lo

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superfluo del problema, mantener una posición como ésta, quitándose así de sus espaldas la culpa, la
responsabilidad de ser ellos los principales causantes de esta crecida delincuencial.
El 20 de noviembre del año pasado cayó abatido por delincuentes el niño Bruno Barcos, hijo de un
reconocido periodista deportivo, una vida más entre tantas que se pierden día a día a manos del
crimen, esa es la realidad, más no para los genios de la manipulación: El señor gobernador del
Guayas Roberto Cuero se presentó ese día ante los medios de comunicación con lágrimas en los ojos
pidiendo a la justicia mano dura contra el asesino, en los exteriores de la Asamblea Nacional no se
hablaba otra cosa que no fuese sobre la modificación de las penas contra delitos de esa naturaleza,
los medios de comunicación –o mejor dicho de desinformación- hicieron lo suyo, y al ejecutivo solo le
faltó pedir al país un minuto de silencio. Ni los muertos se escapan a las garras de la manipulación.
El padre de la víctima, periodista Rómulo Barcos, hombre de honor, manifestó sentirse muy
avergonzado ese día. El día más triste de su vida, sin duda, fue el día en que su dolor se convirtió en
el principal espectáculo con que el poder hizo su mejor y más siniestro show.
La democracia en Ecuador es un fraude, la afirmación de que vivimos bajo un sistema en el que el
pueblo gobierna no es más que un mito. Una jornada democrática funciona aquí como un vulgar
escaparate en donde los grupos de poder presentan su mejor máscara, su mejor rostro carismático,
representando así a lo que ellos denominan partidos políticos, pero que no son sino mafias, bandas
de delincuentes, llámense Partido Roldosista, Partido Social Cristiano, Alianza País, PSP, ladrones de
la más baja calaña es lo que son. El pueblo, ignorante y carente de organización acude a entregar el
destino del país a éstos “predestinados” por la Providencia, a éstos vándalos. Entre la lujosa galería
elegirá al menos malo, al de la sonrisita fácil, tal vez, y debe hacerlo porque el voto es obligatorio.
Cuando llegan al poder sus altos funcionarios se rebajan sus sueldos y lo pregonan a los cuatro
vientos, en un aparente civismo y altruismo hacia la Patria, como si estuvieran ejerciendo
determinado cargo por su salario y más no sirviendo a la clase a la cual representan.
Lenin no se equivocó cuando dijo: “Decidir una vez cada tantos años qué miembro de las clases
dominantes han de reprimir y aplastar al pueblo a través del parlamento; tal es la verdadera
esencia del parlamentarismo burgués”.
Y así mientras los ecuatorianos continuamos entregando nuestras vidas en las calles a manos del
crimen, la TV vocifera la consigna: “La Patria ya es de todos”, principal lema de campaña de este
gobierno; cae otro abatido, y continúa: “La Revolución está en marcha”, y gira y gira esto a un ritmo
vertiginoso en un círculo vicioso, absurdo e interminable. La mentira repetida tantas veces ha llegado
a convertirse en una cómica e ilógica verdad…

Alex Dolcino
30 de Marzo de 2011

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