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Jorge Barudi

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sanos-y.html

miércoles 8 de septiembre de 2010


Jorge Barudi: «Para criar hijos sanos y no violentos hay que ir en contra de los
valores de esta sociedad»
Jorge Barudi lleva más de 30 años en la prevención y
tratamiento de menores que sufren las consecuencias de la
violencia. Psiquiatra y psicoterapeuta familiar, asesora a los
técnicos de la Diputación en materia de infancia, a quienes ha
ofrecido recientemente un curso. «Los niños son responsabilidad
de toda la sociedad», dice.

- Afirma usted que ejercer de padres es hoy un desafío. ¿Por


qué?

- La cultura dominante está basada en valores contradictorios con la


función parental. Nos empuja a creer que para valer hay que competir,
triunfar y lograr bienes materiales. Estos falsos valores individualistas
alteran una capacidad maravillosa de los seres humanos, el altruismo
social. Consiste en cuidar a los demás e implica un sacrificio, en el buen
sentido de la palabra. Los niños necesitan tiempo, dedicación y
presencia, además de cuidados físicos y afectividad.

- La dedicación es necesaria para educar bien.

- Para que los niños y las niñas sean personas solidarias y sanas, para
que se respeten a sí mismos y a los demás y sean no violentos, las
familias tienen que trabajar casi en contra de los valores de esta
sociedad. Participamos de un modelo neoliberal y globalizante, en el que
todo es mercado.

- ¿Qué ocurre cuando los niños no reciben tiempo, dedicación y


presencia?

- Las causas del fallo en la parentalidad o marentalidad pueden deberse


a historias personales muy duras, que incapacitaron a determinados
adultos como padres o madres. Hoy sabemos que el no ocuparse de un
hijo puede llegar hasta el daño cerebral, debido a la falta de
estimulación o al intenso estrés. Y es un daño equivalente al que puede
sufrir un niño en el parto por falta de oxígeno. Ocurre en los casos de
maltrato y en niños que viven en ambientes de violencia machista o
enfermedad mental de los padres.

- En vez de educación, reciben daño.

- Cuando a los niños les falta cercanía o afecto, se ven atrapados por los
modelos que les transmite la televisión. Y terminan pensando que tienen
los mismos derechos que los adultos. No aprenden a manejar la
frustración ni a respetar a los mayores. Tampoco conocen el sentimiento
de sentirse protegidos o ayudados.

- Los niños son etiquetados como difíciles.

- Y eso se agrava en el caso de los jóvenes, que piensan que para poder
ser hay que ejercer el dominio. Aparece así la falta de respeto a los
profesores, el acoso entre iguales o las agresiones filmadas en el móvil,
que están causando tanta alarma social.

- Y la culpa no es originariamente de esos jóvenes...

- Los valores del sistema social tienen que ver con el individualismo, la
competitividad, el dominio de unos sobre otros y la exaltación de la
violencia como modelo de resolución de conflictos. No hemos sido
capaces de construir una cultura diferente. Echar la culpa a los niños es
una cobardía del mundo adulto.

- Estudiar a los niños víctima de malos tratos le ha convertido en


un experto en educación.

- Los malos tratos son la expresión dramática de la falta de capacidad


de los padres para ejercer su función. Pero hay un maltrato de la cultura
hacia los niños, que siempre resultan desfavorecidos a la hora del
reparto de recursos.

- ¿Crece el maltrato?

- Sobre todo el abandono afectivo, que es menos visible que el físico. Y


es el que puede provocar más daño y más trastornos conductuales.

- El maltrato físico, ¿va a menos?

- El maltrato físico está mucho más asociado a un modelo cultural


autoritario, que en las clases más favorecidas se ha ido cuestionando.
Pero queda el chantaje afectivo, la corrupción, la amenaza de abandono,
es decir, un maltrato psicológico. Con la pobreza el estrés crece y tienes
menos posibilidades de controlarte y responder a los desafíos que te
plantea la crianza.

- ¿Permanece la idea de que los niños nos pertenecen?

- El ser humano no es un animal violento. Si el contexto lo permite, es


altruista, amoroso, y con una predisposición biológica a cuidar de sus
crías y emocionarse positivamente. El cerebro nos permite construir
creencias opuestas a estos recursos naturales. El sentimiento de
propiedad y el concepto de patria potestad es un valor muy presente en
la cultura. Pero ha nacido otro concepto, el del interés superior del niño.
Ambos valores entran en conflicto. Y en él nos movemos quienes
trabajamos con la infancia desprotegida.

- ¿Qué hacer para evitar el maltrato infantil?

- Hay que crear una conciencia social en la que sintamos que los niños
son responsabilidad de todos y todas. Los niños sólo cuentan con el
amor de los adultos decentes para poder salir de esta situación.
Manejamos la idea de que se necesita el esfuerzo de toda una tribu para
que el niño sea feliz, sano y bondadoso.

- El niño tiene capacidad de superación.

- Sí. Está el concepto de la resiliencia, la capacidad de superar


circunstancias atroces gracias a la solidaridad y la afectividad de otras
personas. Es una producción social. Aparece en niños que han
encontrado a personas que les han ayudado a tomar conciencia de la
injusticia de su situación y a luchar por hacer algo diferente.

La resiliencia es la capacidad de una persona o grupo para seguir


proyectándose en el futuro a pesar de acontecimientos
desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas
a veces graves. La resiliencia se sitúa en una corriente de
psicología positiva y dinámica de fomento de la salud mental y
parece una realidad confirmada por el testimonio de muchísimas
personas que, aún habiendo vivido una situación traumática, han
conseguido encajarla y seguir desenvolviéndose y viviendo,
incluso, en un nivel superior, como si el trauma vivido y asumido
hubiera desarrollado en ellos recursos latentes e insospechados.
Aunque durante mucho tiempo las respuestas de resiliencia han
sido consideradas como inusuales e incluso patológicas por los
expertos, la literatura científica actual demuestra de forma
contundente que la resiliencia es una respuesta común y su
aparición no indica patología, sino un ajuste saludable a la
adversidad.

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