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LAS SIETE PALABRAS

DE JESUS EN LA CRUZ
+Mons. Mario Moronta

INTRODUCCION.
Uno de los ejercicios espirituales que nos ayudan a vivir más adecuadamente el
triduo pascual lo constituye la meditación sobre las Palabras de Cristo en la Cruz.
En nuestra Iglesia, es costumbre hacerlo para así entrar en el espíritu y sentido de
la Redención del Señor. Son palabras llenas de un contenido muy particular que
pueden ser entendidas desde el acontecimiento de la Cruz y desde la propia fe. A
la vez, cada una de ellas, referidas por los diferentes evangelistas, nos permite
iluminar diversas situaciones de nuestra vida actual. Por eso, su meditación nos
permite adentrarnos en el misterio del Dios hecho hombre que ofreció su vida al
Padre por la salvación de la humanidad.

Podemos meditarlas a partir de variadas posiciones o inspirados en diversidad de


textos bíblicos y de la enseñanza de la Iglesia. Queremos, desde esta perspectiva,
tener como telón de fondo los llamados “cánticos del Siervo de Yahveh” que
aparecen en el libro de Isaías. Son textos de una gran profundidad en los que
podemos ver reflejados de manera profética los acontecimientos que marcaron la
vida y, sobre todo, la pasión del Redentor. Antes de ir a su pasión, en la cena
pascual, Jesús les lavó los pies a sus discípulos y se auto presentó como el siervo
que es capaz de engrandecer a los suyos. Y, a la vez, le pide a ellos que sepan
hacer lo mismo: primero entre ellos y luego a los demás. Sintetizará
posteriormente este gesto en el mandamiento del amor fraterno. Así anunciaba de
manera definitiva la razón que lo movía a actuar: el amor supremo del Padre que
lo había enviado a dar la nueva vida a la humanidad.

Estos “Cánticos del Siervo” han sido motivo de muchos estudios. Los exégetas
han tratado de conseguir en ellos luces para entender el sentido profético de los
mismos. No se trata ahora de hacer una exégesis científica de los mismos, sino
partir de ellos para contemplar tanto las palabras como la actitud del Crucificado.
Son “Cánticos” llenos de ternura y de dolor. Ternura hacia quien sufre que muestra
como debió haber sufrido. Es lo que podemos contemplar además en Jesús. En lo
contradictorio de su pasión, podemos y debemos conseguir la ternura del amor de
Dios que sabe contar con su siervo para conseguir el perdón amoroso que rescata
a la humanidad. Y, por otra parte, refleja el dolor sin medida que debió sufrir quien
se dejó llevar al sacrificio como cordero destinado al matadero.
El inicio de esos “Cánticos” nos permite, a manera de prólogo comenzar a meditar
y entender el horizonte de las siete palabras del Crucificado. El día del bautismo
del Señor, así como el día de la Transfiguración, se oyó la voz del Padre que
decía quién era Jesús: “Este es mi Hijo, el predilecto”… Ahora estamos frente a
frente al misterio de ese Hijo amado y predilecto, quien está en una situación que
nadie envidiaría: pendiente de una Cruz y realizando su ofrenda sacerdotal al
Padre Dios. Este es de quien habla el primero de esos Cánticos: “He aquí mi
siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma…” (Is.
42,1) Es el que ha recibido lengua de discípulo (Is 50, 4) para dar una palabra de
aliento a quien está cansado… Es quien ha ofrecido sus espaldas para cargar con
la Cruz redentora, y quien ha abierto sus brazos para agarrar con ellas en un
abrazo fuerte y salvador a todos los seres humanos….

Vamos a meditar y contemplar: así unimos dos actitudes importantes en este


solemne momento. Meditamos para entrar dentro de lo que esas palabras nos
quieren decir; contemplamos para identificarnos con quien las pronuncia. No se
quiere un ejercicio académico y teórico… lo que se busca es entrar en mayor
comunión con Aquel que desde la Cruz continuó mostrándonos al Padre, ahora
desde la faceta del que se nos revela como quien cumple la voluntad de Dios.

PADRE PERDONALOS PORQUE NO SABEN LO QUE


HACEN
1.

Siempre ha existido el mal, y sus frutos, el odio, la venganza, la retaliación.


Siempre el mundo ha necesitado de perdón y reconciliación. Sin embargo, es de
las actitudes que más se rechazan. Pareciera que el perdón es bueno cuando la
persona ofendida lo recibe. Hasta se exige ese perdón. Pero cuando hay que
ofrecerlo o darlo, parecen cambiar las cosas. En no pocas ocasiones se impone la
ley del “ojo por ojo y diente por diente”. También se considera tonta la persona
que lo da.

Lo mismo dígase de la reconciliación. Se tiene la real sensación de que es algo


inútil, que demuestra más bien debilidad en las personas y comunidades que lo
proponen. Esto se da en todos los niveles de la sociedad: desde el ambiente
familiar hasta las complejas relaciones internacionales. Y, en el caso de que se
pueda lograr hablar de reconciliación, entonces se ponen tantas condiciones que
más que reconciliación se debería hablar de “capitulación”, como cuando un
enemigo se rinde ante el ejército vencedor.

¿De qué hay que pedir perdón? ¿Por qué hay que pedir perdón? ¿Cómo hay que
pedir perdón? Son tres preguntas que hemos de responder en todo momento. La
primera tiene que ver con la razón del ser humano: su propia dignidad. El perdón
no es una suerte de acuerdo para evitar que se repitan las cosas, o de actitudes
con las que se pretende demostrar la superioridad de unos sobre otros. Quien
perdona y el que es perdonado se colocan en el mismo nivel: se vuelven a
encontrar en lo que los une y los distingue: su propia condición de igualdad ya que
se trata de hijos de Dios. No hay superioridad que valga.

Quien perdona reconoce que ha sido ofendido en su dignidad humana; y vuelve al


encuentro de quien lo ha ofendido para rescatar la condición de igualdad que le ha
sido herida por el ofensor. De igual manera, quien ofende, al ser perdonado no
sólo reconoce que ha roto la comunión con el ofendido, sino que debe ponerse al
mismo nivel de aquel para reconocer su igualdad nacida del maravilloso hecho de
ser imagen y semejanza de Dios. Entonces, el perdón se convierte en encuentro
purificador y puente para conseguir que ambos, el ofendido y el ofensor, se den el
abrazo hermano del perdón.

Hoy hay mucho de qué pedir perdón. No hay sino que ver a nuestro alrededor:
tantas mujeres mancilladas por sus maridos que las engañan o las maltratan; de
igual manera tantos esposos engañados por sus esposas que prefieren romper
con el amor; tantos hijos abandonados por sus padres que derrochan el dinero del
estudio y la alimentación en gastos superfluos; tantos jóvenes destruidos por la
droga o inducidos a la violencia; tantos trabajadores mal pagados y tantos
empleadores que sienten el abuso de quienes les timan; aquellos sacerdotes que
renunciaron a su vida de coherencia y santidad y escandalizaron a no pocos;
tantos hombres y mujeres dominados por una sociedad que privilegia el placer, el
egoísmo y el consumismo; tantas personas que son discriminadas por su fe, por
su cultura u origen, como es el caso de los inmigrantes a quienes se les desprecia;
tantas personas que deben huir de sus hogares a causa de la violencia y que
tampoco son aceptados en los países donde buscan refugio; tantos dirigentes que
prefieren sus propios intereses y no la paz de los pueblos, para lo cual invierten
millones y millones en armas; tantos niños ofendidos por la pornografía y por el
abuso de adultos… Es mucho de lo que hay que pedir perdón. Lo peor del caso es
que nunca se ve a los responsables, sino siempre a las víctimas. Más aún, esos
responsables, con sus medios e instrumentos con los que cuentan, llegan a crear
una matriz de opinión, echándole la culpa a los demás de sus responsabilidades.
¿Por qué hay que pedir perdón? Por dos motivos importantes y serios: uno de
ellos tiene que ver con algo que ya indicáramos. Se debe pedir perdón porque
somos hijos de Dios, iguales y con dignidad. Quien pide perdón debe reconocer
que el otro es ser humano, con su dignidad y con sus virtualidades propias. Pedir
perdón es un reconocimiento, a la vez, de la responsabilidad del acto cometido y
sus consecuencias. Se debe pedir perdón para reparar, purificar y restaurar la
comunión entre todos. Quien maltrata, quien veja, quien discrimina, así como el
que practica violencia, o se cree superior a los demás, olvida que es hijo de Dios y
que ha sido redimido por el mismo Señor. Quien se atreve a rebajar al otro en su
dignidad se olvida de la propia dignidad que ha recibido de parte de Dios mismo.

¿Cómo hay que pedir perdón? Quizás acá nos encontramos con lo más
complicado para muchos: sencillamente con gran humildad. Humildad no significa
menospreciarse. Humildad es la virtud que nos capacita para entender que si
tenemos virtudes y carismas, son para ponerlos al servicio de los demás; humildad
es reconocer que hay otros que también tienen sus fortalezas; o que tienen sus
debilidades y hay que ayudarlos. Para pedir perdón hay que ir con humildad:
reconocer que se ha fallado y salir al encuentro del otro para purificarlo y, al estilo
de la parábola del hijo pródigo, revestirlo del mejor de los vestidos. Esta actitud es
necesaria tanto para el que pide el perdón como para el que lo recibe. Quien lo
recibe como el que lo da no deben poner condiciones: se perdona y se construye
la paz, la armonía, la concordia… la comunión. Es algo que falta en nuestro
mundo. Es algo que hemos de conseguir. Es algo de lo que Jesús nos da un claro
ejemplo en su vida y, sobre todo en la Cruz.

2.

En la Cruz, Jesús se siente solo y despreciado. Refleja lo que los cantos del
Siervo de Yahvéh anunciaron por boca del profeta: maltratado, humillado,
despreciado, rebajado… Los poderosos de la época prefirieron apresarlo y llevarlo
al suplicio para buscar su propia paz y para no permitir que siguiera teniendo más
seguidores. Sus más cercanos discípulos lo han dejado, por miedo. Ante las
personas que observan sus últimos momentos vuelve a sentir el desprecio: lo
retan para que si es verdad que es rey traiga sus legiones; para que haga uno de
los milagros que le caracterizaban en su vida. Los que se creían más que los
demás prefirieron seguir sus propios intereses y no el mensaje de amor que Él les
estaba proclamando.

Pero, Jesús les sale al encuentro con lo que ellos menos se esperaban. Ellos
estaban acostumbrados al “ojo por ojo y diente por diente”; a perdonar con
condiciones, a aplicar literalmente las normas de la Ley; a lanzar la primera piedra
olvidándose de sus propios pecados… Entonces resuena la primera palabra del
Crucificado; aunque dirigida a su Padre, el objetivo es claro: sus acusadores y
secuaces. Por eso, los sorprende cuando dice: PADRE, PERDONALES,
PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN.

En esta palabra de Jesús se sintetiza la respuesta a las tres interrogantes que nos
hacíamos hace unos momentos. ¿De qué hay que pedir perdón? Quienes están
acusando y martirizando al Redentor no piden perdón, pero el Salvador se
adelante y sí les perdona, hasta justificándolos: PUES NO SABEN LO QUE
HACEN. El Maestro de tantos sermones y parábolas les da una nueva enseñanza.
Para eso ha venido al mundo: para reconciliar. Lo hace y facilita diciéndole al
Padre que ellos no saben lo que hacen. El Señor supera en creces la actitud de
quien ofende.

Y aunque ellos no se dan cuenta de por qué hay que pedir perdón, el Crucificado
sí responde porqué hay que perdonar. Lo resume en una sola palabra: PADRE…
Sí, es el Padre quien lo ha enviado para salvar –no para condenar- y hacer que se
restaure la condición perdida por el pecado. La única y gran razón para perdonar
es cumplir la voluntad de Dios. Por eso, se dirige al Padre y hasta justifica a sus
acusadores y opresores. A la vez, en esa actitud resume el cómo hay que pedir y
dar el perdón: con la total humildad que permite ofrecer su propia vida por la
salvación de los seres humanos. San Pablo en la carta a los Filipenses lo deja ver
al hacer referencia al vaciamiento de Jesús.

Esta palabra sorprende con su profunda enseñanza. Jesús está cumpliendo su


misión. Ella es la de salvar a la humanidad. Por tanto perdonar el pecado de la
humanidad. Juan el Bautista lo indica cuando lo presentó como el Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo. Ahí está ahora el cordero que fue llevado al
matadero para cumplir la promesa del Padre: salvar a la humanidad. Sorprende
de tal manera que podemos sentir en esta palabra y el acto que le acompaña lo
que nos prefigura el profeta: Así dice Yahveh, quien rescata a Israel, su Santo,
a aquel cuya vida es despreciada, y es abominado de las naciones, el
esclavo de los dominadores; Lo verán los reyes y se pondrán de pie, los
príncipes y se postrarán por respeto a Yahveh, que es leal, al Santo de
Israel, que te ha elegido (Is. 49,7).

Sorprende y educa esta actitud y esta palabra porque con todo ello no
desmayará ni se quebrará hasta implantar en la tierra el derecho, y su
instrucción atenderá las islas (Is 42, 4). El perdón que da y pide al Padre es el
que conseguirá la auténtica paz entre los seres humanos: la concordia nacida del
amor, la fuerza de la salvación, la luz que dará resplandor a la vida de los seres
humanos.

Esta palabra os coloca frente a una realidad a la cual no escapamos: ofrecer el


perdón a quienes nos han ofendido; o pedir el perdón a los que hemos ofendido.
No es algo que el Señor improvisó en la cruz. Cuando nos enseñó a orar al Padre
nos dijo que debíamos hacerlo: “perdona nuestros pecados, como
perdonamos a los que nos ofenden”. Palabra cierta y necesaria en el mundo de
hoy, que sólo se puede hacer realidad con una actitud de fe: si somos discípulos
de Jesús hemos de enseñar el perdón y la reconciliación como actitudes propias
de todo creyente; si somos hijos de Dios hemos de estar abiertos a recibirlo de
quien nos ha ofendido o concederlo a quienes hemos menospreciado, sin poner
ningún tipo de condiciones.

Es un desafío que encuentra en el Maestro su mejor explicación y garantía de


éxito… si no lo pensamos así, cambiemos de actitud imitando al Maestro que nos
vuelve a decir hoy desde su cruz redentora: PADRE PERDONALES PORQUE
NO SABEN LO QUE HACEN.

HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAISO


1.

Hoy, nos encontramos con muchos casos que ameritan la compasión de parte
nuestra. Sin embargo, no suele ser la conducta más apropiada o más conseguida
en nuestros ambientes. Como lo meditábamos en la anterior palabra de Jesús en
la Cruz, no es fácil perdonar… el mundo ha perdido no sólo la capacidad de
perdón, sino el hábito de perdonar. Además de la principal causa –haberse alejado
de Dios y actuar según los propios intereses egocentristas- hay una razón que
lamentablemente favorece esta actitud: la falta de compasión.

Quizás frente a tragedias naturales o de otro tipo, solemos mostrarnos solidarios.


Es lo mínimo que podemos hacer. Pero, al pasar la primera fase de la emergencia,
nos olvidamos de quienes sufren o han padecido la tragedia. No hay sino que
mirar hacia Haití… o hacia nuestros propios damnificados… Y cuando se refiere a
quienes están en un camino equivocado, lejos de perdonar y tener compasión, nos
encerramos en las posturas del revanchismo. En aquellos primeros casos, puede
ser que se deba a insensibilidades o a posturas acomodaticias y justificadas: “ya
ha pasado lo peor… ahora son ellos quienes tienen que resolverse”. Pero, en el
segundo de los casos, predomina el rencor, el deseo de venganza o la rabia.
No se trata de amparar la impunidad, como tampoco evitar que se haga la debida
justicia. Pero, se requiere tener compasión. Si no lo hacemos nunca podremos
perdonar de verdad, como tampoco ofrecer caminos de conversión. Muchas
veces, cuando hablamos de la violencia y de la inseguridad que nos produce
serias y terribles consecuencias, lo primero que pensamos es en las
responsabilidades de los demás: de las autoridades, de los poderes públicos, de
los que tienen algún nivel de dirigencia; poco pensamos en nuestro propio papel.
Más aún, llegamos a pensar que no hay nada que hacer sino responder con la
misma violencia, eliminando a quienes se dedican a hacer el mal.

Ciertamente que hemos de promover acciones contundentes para poder cambiar


la situación y hacer que quienes se dedican a hacer el mal se lleguen a convertir.
Ciertamente que se necesita una fuerte campaña educativa que prevenga el mal y
sus efectos. Ciertamente que vivimos en un mundo donde hay situaciones que se
nos están escapando de la mano… Sin embargo esto no es excusa para que
pongamos como punto de partida la compasión.

Compasión es compartir el sufrimiento, la angustia y lo que hace que un ser


humano no pueda crecer. Por eso, nunca hemos de dejarla ante quien sufre por
diversos motivos, Tampoco hemos de olvidarla o esconderla ante quienes han
sido víctimas de tragedias naturales; como tampoco ante quienes han sufrido los
embates de la violencia. Se requiere tener compasión, que nos conduce a un
compromiso de solidaridad y de fraternidad permanente. Sólo así podremos hacer
realidad las obras de misericordia. La misericordia no es lástima, sino el atender a
los demás con un corazón muy humano, lleno de amor de Dios.

En el caso de aquellos que hacen el mal, nos ofenden y hasta nos atacan, como
ya lo indicamos, hemos de reaccionar con justicia, invitándoles a la conversión,
pero también con compasión. Podrá haber quien llegue a pensar ¿cómo tener
compasión frente al que me ha robado, o ha asesinado un ser querido, o crea
zozobra en nuestras comunidades? Humanamente podremos reaccionar con
posturas revanchistas o vengativas… mas desde la vivencia de fe, estamos
llamados a hacer de la compasión una actitud que les permita no seguir actuando
mal, sino la conversión. Así haremos realidad la conseja del mismo Dios quien no
quiere la muerte del pecador, sino su salvación.

¡Y qué difícil es hablar de esto en nuestra sociedad! Inmediatamente que uno lo


hace se le responde diciendo que ya se está claudicando, o que uno está siendo
romántico, o que se ha perdido el horizonte. Pero si pensamos en cristiano,
sencillamente, hemos de hacerlo desde la perspectiva del amor, que todo lo
puede… tanto que es capaz de salir al encuentro de quien peca para convertirlo y
hacerlo caminar por las sendas de la verdad y de la justicia. De verdad que es
más fácil, contra atacar con violencia, o con exigencias basadas en el “ojo por ojo
y diente por diente”… De verdad que es más fácil exigir que se aniquilen a los
malos con la así “limpieza social”…

De todas todas, frente al camino fácil y ancho, que no conduce a la plenitud, nos
encontramos con la exigencia del Señor: un camino más estrecho, incomprendido
por quienes se dejan llevar por los criterios del mundo: el perdón conlleva el
anuncio de la causa de ese perdón; un anuncio de buena noticia también para
ellos, que pueden y deben salvarse.

Nos quejamos de nuestras cárceles donde no se regeneran a quienes están allí.


Muchos los consideran simples depósitos de malandros, otros como escuelas de
delincuencia… de allí la urgencia de un cambio tanto de mentalidad como de
metodología en el trato de quienes están penando sus delitos, pequeños o
grandes. Y ese cambio de actitud debe ir por las sendas de la compasión: es
decir, de la misericordia que sale al encuentro de quien ha hecho el mal, para
animarlo e invitarlo a que se una a nosotros en el camino de la verdad, de la
libertad y de la justicia… que se animen a ser creyentes y discípulos de Jesús,
quien ha venido a liberarnos a todos para introducirnos en el ámbito de la plenitud
de hijos de Dios. Es lo que el profeta anunció: Convertiré todos mis montes en
caminos, y mis calzadas serán levantadas (Is. 49,11).

2.

En la Cruz, Jesús nos da una palabra que sustenta lo que hemos venido diciendo.
Si alguien hubiera podido tener excusa para no sentir compasión con otro era el
mismo Jesús: torturado injustamente, crucificado sin ninguna causa justa,
recibiendo los insultos de los asistentes al terrible acto del Calvario, incluso de uno
de sus compañeros de suplicio…

Pero, sus odios permanecen atentos a quien hace una confiada petición. A lo
mejor lo hace por ver su reacción, o porque ha descubierto quién es; la respuesta
es la propia de quien ha anunciado en todo momento el perdón y el amor redentor
del Padre. El buen ladrón –como se le suele llamar- le pide un regalo: “Acuérdate
de mí cuando estés en tu Reino…” La respuesta no se hace esperar: desde el
mismo lugar donde comparten el mismo suplicio de la cruz, Jesús le dice al
compañero: “HOY ESTARAS CONMIGO EN EL PARAISO”.

Hubiera podido responderle de mala manera, como lo hubieran hecho otros: “¿Por
qué pides eso? ¿Por qué fastidias? ¡Déjame tranquilo! ¡Maldita sea nuestra suerte!
Sin embargo, ante la confiada solicitud del compañero, Jesús le responde con
lenguaje claro: HOY, no mañana… Es el tiempo de la salvación. Hoy, dijo Jesús
en la Sinagoga de Nazaret, al referirse al tiempo de gracia y a la misión anunciada
por el profeta que comenzaba a realizarse con Él. Un hoy que causó indignación y
rechazo… En El Calvario ese HOY es el mismo de Nazaret; aunque la reacción es
diversa: ante la petición hecha, se convierte en aceptación y algo más que
esperanza: es la seguridad de que en ese mismo día se realizaba para el buen
ladrón lo que comenzaba a darse para la humanidad: la salvación.

La salvación es presentada como el paraíso… aquel que se perdió por el pecado


de Adán, ahora es recuperado y re-abierto por el nuevo Adán. Jesús. Y quien lo
iba a estrenar era un pecador, purificado de su pecado por el amor de Dios. Amor
revestido de compasión. Jesús siente gran compasión hacia aquel que lo
acompaña… entiende que es el momento para dar la mayor lección de
compasión.

Lo había demostrado a lo largo de su ministerio público: cuando vio las multitudes


que le seguían y se preocupó porque tenía hambre… cuando se encontró con la
viuda de Naím quien lloraba porque se le había ido su hijo… cuando perdonó a la
mujer adúltera invitándola a no volver a pecar… cuando en casa de Zaqueo
confirmó que la salvación había entrado en su casa…

En la cruz, con esta palabra, Jesús hace presente la profecía: Así dice Yahveh:
En tiempo favorable te escucharé…Yo te he destinado para… decir a los
presos: “Salgan”, y a los que están en tinieblas “Muéstrense” (Is. 49.8.9)

En la cruz, se demuestra el tiempo favorable; es decir el HOY de la salvación. Es


una de las consecuencias de la encarnación: con ella, al hacerse hombre. Dios
mismo se presentó como testimonio vivo de compasión. Compartió el sufrimiento,
compartió el dolor, compartió las consecuencias del pecado… tanto que se hizo
pequeño para engrandecer a los seres humanos; tanto que los liberó de su dolor
espiritual y moral; tanto que les abrió las puertas del paraíso, esto es de la plenitud
de salvación.

Con esta palabra de Cristo en la cruz, comenzamos a comprobar que se ha


producido un cambio. Ya el “ojo por ojo y diente por diente” se ha quedado atrás.
Algo nuevo se está dando: el ladrón condenado a muerte no va a la perdición sino
al paraíso porque se arrepiente, se convierte y confía en Dios. Este, desde su
misma experiencia de muerte y dolor en la cruz, se compadece y le ofrece lo único
que posee en ese momento: entrar con Él en el Paraíso. El anuncio de las cosas
nuevas se hay comenzado a cumplir Y “antes de que se produzcan se las hago
saber” (Is. 42,9).
Todo ello con una palabra llena de compasión. HOY ESTARAS CONMIGO EN EL
PARAISO. Ahora se puede dar por realizado lo que anunció el profeta:
Prorrumpan los montes en gritos de alegría, pues Yahveh ha consolado a su
pueblo, y de sus pobres se ha compadecido” (Is. 49,13). Todo esto con una
palabra. HOY ESTARAS CONMIGO EN EL PARAISO.

MUJER HE AHÍ A TU HIJO, HIJO HE AHÍ A TU MADRE


1.

Mujer es uno de los sustantivos que encierra una realidad sublime. Es imagen y
semejanza de Dios. Se caracteriza por su feminidad. Mujer, a la vez, habla de
maternidad. Esta es una de las funciones más hermosas que Dios ha creado:
ciertamente que con la participación del padre, la mujer, por ser madre, contagia la
vida a sus hijos. Acá nos entreveramos con unas realidades que tienen que ver
entre sí: Mujer-madre-padre-hijos-vida. Prescindir de algunos de estos conceptos
en desmedro de los otros atenta contra la auténtica visión acerca de lo que
significa ser persona.

Sobre todo, al hablar de mujer-madre-hijos, hablamos de vida. La vida viene de


Dios, aunque las mediaciones de la naturaleza sean variadas para transmitirla y
protegerla. La vida es el don más precioso que disponemos los humanos: por eso
es necesario y obligante cuidarla, sostenerla, hacerla crecer… La vida llega a
constituirse como el primero de todos los derechos humanos. Y, junto a la vida
humana, todo lo que la sostiene adecuada y justamente: la naturaleza donde
crece y se hace fuerte. De allí la imperiosa obligación de defender la naturaleza, la
creación o el hábitat… Es tarea que no se puede dejar para después, ni se le
puede dejar a un lado por ninguna razón. Lamentablemente hay quienes se
dedican, por puros criterios materialistas y mercantilistas a destruir la naturaleza;
no saben que, en el fondo se están haciendo mucho mal ellos mismos.

Mujer es sinónimo de muchas cosas: belleza, tenacidad, maternidad, delicadeza y


ternura… toda mujer lo sabe manifestar con sus propias cualidades humanas. Sin
embargo, a lo largo de la historia siempre ha habido una malsana intención de
pensar que la mujer es algo inferior; o que debe ser objeto de placer; o que no
debe ocupar el puesto importante en la vida de la sociedad. Así nos encontramos
con diversos tipos de esclavitud que rebajan la dignidad de la mujer.

Nuestra época no escapa a ello: así nos encontramos con las mismas pero
también con nuevas formas de menosprecio de la mujer. Hoy, por ejemplo nos
seguimos topando con publicidades de carácter malsano que privilegian el aspecto
meramente corporal y hasta genital de la mujer; a veces hasta se disfraza con
bellas producciones audiovisuales. Hoy, además, con un falso concepto de
libertad se invita a la mujer a hacer lo que quiera para así autoafirmarse y
manifestar que todo lo puede si ella lo quiere. Por eso, nos encontramos con
nuevas formas de prostitución: como aquella que invita a muchas jóvenes a
vender su cuerpo para así sostener sus estudios; o la de aquellas madres que
venden o alquilan a sus hijas por fines de semana a hombres –incluso casados-
que requieren de sus “servicios” sexuales. Hoy también se ve como es más
importante el desfile de reinas en pasarelas para poder justificar gastos en las
ferias de nuestros pueblos y así poder tener unas buenas ganancias por parte de
los productores.

La mujer no vale por lo que es, sino por lo que aparenta y por lo que muestra….
Esto lleva a otras terribles consecuencias. Entre ellas se desvirtúa el sentido de la
maternidad: entonces surgen las madres adolescentes, o se promueve el aborto, o
se promueve el lesbianismo… Incluso hay “médicos” y “compañías de fármacos”
que al tratar sobre la maternidad en adolescentes, llegan a hablar de una
enfermedad o de un problema de salud pública. Y, en vez de ir hacia los caminos
de una sana orientación, proponen el gran remedio con la píldora del día siguiente.

Despreciar a la mujer es abrir las puertas al menosprecio de la maternidad y, por


tanto de la vida. Eso parece ser algo comúnmente aceptado por amplios sectores
de la humanidad. Cuando la Iglesia habla en torno a esto se le acusa de
retrógrada y de ir en contra de la modernidad y del desarrollo humano.
Sencillamente porque se defiende a la vida y se busca elevar o mantener elevada
la dignidad de la mujer.

Si algo hemos de defender abierta y decididamente en estos momentos históricos


es precisamente la dignidad de la mujer. A veces nos encontramos con críticas
hechas hacia características culturales de otros pueblos; vemos actitudes hacia
las mujeres como degradantes… pero ¿acaso no son degradantes las que
tenemos en muchos de nuestros centros y países occidentales? ¿Acaso pensar
en al amor libre, en el libertinaje, en el aborto, en la sexualidad manipulada o
prostituida no es grave?

2.

Hay una palabra de Cristo en la cruz que siempre reivindica la importancia de la


mujer, de la maternidad y del hijo. En el fondo también de la vida. Jesús, ya
agotado ve a María, acompañada de otras mujeres y por el discípulo amado, Juan.
La ve triste y desconsolada. El fruto bendito de su vientre está agonizando no por
una muerte natural sino el peor de los suplicios de la época. En ella se ha
cumplido lo que el profeta había anunciado como una de las características del
Siervo de Yahveh: “El desde el seno materno me llamó, desde las entrañas
maternas recordó mi nombre”.

En María –que significa Altísima- la maternidad humana adquiere una mayor


dignidad. Ya no hay que pensar sólo en la madre que engendra hijos. Se dio el
caso de una madre que engendró al Hijo de Dios. Así la maternidad alcanzó un
mayor esplendor. Es Dios quien plasmó a ese Siervo en el seno materno para que
cumpliera con la misión de salvar a la humanidad. Al verla, desde el suplicio de la
cruz, Jesús la llama con toda solemnidad: Mujer. En ese hermoso nombre se
encierra la triple condición de María: mujer digna, madre del Altísimo, elegida por
Dios para cumplir con parte de la misión del hijo. Entonces, Éste se vuelve a dirigir
a ella, para decirle algo más, y así darle consuelo: “HE AHÍ A TU HIJO”.

Desde ese momento no sólo Juan, sino todos nosotros la adquirimos como Madre.
Mujer-hijo: binomio que expresa una intencionalidad. El Hijo de María que nos
convierte en hijos del Padre, nos entrega a María como Madre. Es lo que le dice el
Señor a Juan: HIJO HE AHÍ A TU MADRE. Cambio radical pero en nueva
perspectiva. La maternidad enriquecida por la vocación de María, ahora
engrandece el sentido de la vida de todo hijo, que recibe a María como madre.

Es el efecto de la nueva creación. En María, toda mujer es elevada de condición;


en Juan todo ser humano es capaz de sentir que ella es también su madre por una
decisión de Jesús.

En la cruz, donde muchos hubieran podido renegar hasta de su propia madre, el


Señor devela otro panorama. La mujer es engrandecida, la maternidad es elevada
de condición, la filiación adquiere mayor relevancia. En el fondo es la vida humana
la que sale ganando: así lo deja ver Pablo al hablar que desde la Cruz y con la
resurrección adquirimos una vida nueva. Esta no suplanta la natural sino que la
hace subir hacia mayor plenitud.

En esta palabra podemos encontrar un reflejo de lo que el profeta nos dice al


referirse al siervo de Yahveh: “El creció como un retoño en su presencia;
como una raíz que brota en el desierto…” Ese retoño se sigue haciendo
presente en cada hombre que ha logrado llegar a ser hijo de Dios y de María; esa
raíz continúa creciendo aún hoy en el desierto del materialismo y de lo
antihumano. Esta palabra de Cristo en la cruz nos dice acerca de lo importante
que es para Dios la mujer, la madre, el hombre, los hijos, la vida…
Al contemplar esta palabra busquemos fijar los ojos de nuestra fe en el rostro
doloroso de la Madre: cómo encontrará consuelo en las palabras de su hijo, y
buscará refugio en el nuevo hijo, que representa a toda la humanidad. Con los
oídos de nuestra fe, tratemos de sentir el impacto de aquellas palabras en Juan
que decide, desde ese día recibir a María en su propia casa. Desde esta
experiencia, entonces, sintamos el impacto consolador que debe producir a través
de cada uno de nosotros en toda mujer: nuestra fe nos impulsa a verla como
imagen de Dios, como ser lleno de dignidad. Desde esta experiencia hemos de
consolar a tantas mujeres desoladas por tanta opresión a causa de la prostitución,
o por tantos vejámenes que se hacen en nombre de un falso concepto de
modernidad y de progreso. Desde esta experiencia de fe, salgamos al encuentro
de todas aquellas mujeres que han sido obligadas a abortar para consolarlas con
la ternura del amor de Dios y no con la impiedad de los juicios. Más bien hemos de
sentir mayor valentía para pedirles a los abortistas, a los que colaboran con ellos,
a los que obligan a las madres de sus hijos a abortar que se conviertan de verdad
y de una vez por todas.

Igualmente desde esta experiencia de fe, sintamos el inmenso amor con el que
hemos de acoger a María, representada en tantas mujeres abandonadas y
maltratadas por una sociedad que les halaga pero que las rebaja en dignidad. Los
creyentes debemos sentir el coraje continuo de hablar y defender la maternidad.
Se arguyen muchísimas razones… pero se olvida lo principal: la vida es un don de
Dios. Por eso, lo llamamos el Dios de la Vida.

Detengámonos y contemplemos a María: sintamos las palabras de Jesús hacia


ella, pero dirigidas hacia cada uno de nosotros: MUJER HE AHÍ A TU HIJO.
Sintamos como un efecto de su salvación es hacernos hermanos, que tenemos a
tal madre. MUJER HE AHI A TU HIJO: palabras con la que nuestras madres, con
la que todas las madres del mundo deben sentir que su maternidad es importante,
ya que el Hijo de Dios no sólo se hizo hombre en el seno de una madre –María-
sino que nos la dejó como Madre.

Y, a la vez, sintamos la fuerza de las palabras del Crucificado dirigidas a Juan


HIJO HE AHÍ A TU MADRE. No hay que reducirlas sólo a María, sino a todo lo
que ella representa. Para cada uno de nosotros la mujer y la madre deben ocupar
un puesto privilegiado. No se trata de de algo protocolar. Es una realidad que nos
tiene que ayudar para luchar por la dignificación de la mujer y de la maternidad…
que nos debe impulsar para que consigamos alcanzar el verdadero sentido que
tiene la vida.
Estas palabras de Cristo en la Cruz contienen una enseñanza, pero sobre todo un
compromiso. Es el compromiso de seguir defendiendo la vida, de seguir
considerando a la mujer en su plena dignidad, de seguir mostrando la maternidad
como una muestra preciosa del amor de Dios creador. Par ello, no dejemos de
contemplar esta palabra del Crucificado: MUJER HE AHÍ A TU HIJO, HIJO HE
AHI A TU MADRE.

DIOS MIO, DIOS MIO ¿POR QUE ME HAS


ABANDONADO?
1.

El abandono es una de las experiencias más frecuentes en los tiempos actuales.


Muchas mujeres se sienten abandonadas de sus maridos y viceversa. No pocos
son los hijos que sufren el abandono por parte de sus padres. No digamos de
tantos ancianos y enfermos que han sido dejados a su suerte sin que los más
cercanos se preocupen de ellos. Ejemplos tenemos en muchos de nuestros
ancianatos y en tantas casas donde ancianos y enfermos no tienen quien les
atienda. Son casos particulares. Pero también se da el abandono de la sociedad
hacia quienes tienen necesidad: abandono que se disfraza con tantas
justificaciones, pero que en el fondo no son sino expresiones de menosprecio,
discriminación y despreocupación: es el caso de los niños de la calle, de tantos
jóvenes sumidos en las drogas, de los enfermos de sida…

Incluso a nivel internacional nos encontramos con el abandono de las grandes


potencias y de tantas naciones hacia los que son golpeados por las calamidades
naturales. No dejemos de tener presente en este caso al pueblo de Haití, y otros
pueblos pobres que, quizás, no son rentables para los que deberían mostrar su
solidaridad, porque tienen suficientes recursos materiales. Incluso a nivel nacional,
es fácil hablar de las obligaciones de los otros pero sin atender a los más
necesitados que están a nuestro alrededor.

El abandono se siente y se vive. El abandono no es una actitud normal en una


sociedad ni en ningún grupo de personas. Es una actitud de negación de parte de
quien se siente más que los demás, o de quien siente miedo a las
responsabilidades o de quien no quiere comprometerse. Es una actitud muy
frecuente en nuestro mundo, pero no es una actitud propia de los cristianos,
llamados precisamente a ejercer el amor como una fuerza que edifica la verdad y
la solidaridad; como una fuerza que permite salir adelante en medio de las
dificultades y que hace crecer a los demás, con un serio concepto de equidad,
igualdad y fraternidad.

Es necesario tener muy en cuenta esta problemática, pues los creyentes,


discípulos de Jesús, hemos de dar una respuesta comprometida. No es
observando desde lejos, no es lamentándonos al ver las situaciones de abandono,
no es insensibilizándonos, como podremos resolver la situación de abandono que
sufren muchos de los que están cerca, como de los que se hallan más lejos.

Si no lo hacemos, estaremos mostrando una caricatura de cristianismo. Es una


actitud de caridad radical la que ha de caracterizarnos a los seguidores de Jesús.
Más aún, es así como podremos ser reconocidos como sus discípulos.

2.

Jesús nos da el ejemplo. También Él se sintió abandonado, incluso de su Padre.


Ante la condena y el suplicio, casi todos los suyos lo dejaron solo. Sintieron miedo,
desconsuelo, indefensión… pero lo dejaron solo, abandonado a su suerte. Sólo su
madre y algunos pocos le acompañaron hasta el momento final. Ya el hecho de
haber sido condenado supuso un menosprecio: porque fue condenado no por
motivos justos, sino en un juicio amañado. Ya al ser torturado sintió el peso de la
soledad: aquel que había hecho milagros y alimentado multitudes, ahora estaba
solo cargando con sus dolores hasta llegar al extremo de la Cruz.

Así se cumplía la profecía del Siervo de Yahveh: “Pues yo decía: Por poco me
he fatigado, en vano e inútilmente he gastado mi vigor ¿De veras Yahveh se
ocupa de mi causa, y mi Dios de mi trabajo?” Por eso, surge de su cuerpo
debilitado aquel reclamo: DIOS MIO, DIOS MIO ¿Por qué ME HAS
ABANDONADO?

El hombre Dios muestra su fatiga y su desconsuelo. En el huerto de Getsemaní


había sentido la angustia ante la misión que le venía encima. Pero optó por
cumplir la voluntad del Padre Dios. Ahora está cumpliéndola, pero siente la
soledad del ajusticiado y parece reclamarle a su Padre que lo haya abandonado.

Sin embargo es el momento supremo de la comunión que siempre ha existido


entre el Hijo y el Padre. Lo que sucede es que se da en condiciones
humanamente extremas y duras, llenas de dolor y también golpeado por la huida
de los suyos, la negación de uno de sus más cercanos cooperadores y la traición
de uno de sus apóstoles. Es momento definitorio en el cumplimiento de la
voluntad… radicalmente diverso de lo que muchos hubieran pensado. Es el
momento en el que se enfrenta cara a cara con la muerte… y parece no encontrar
a Dios cerca de sí.
Pero el mismo Siervo de Yahvéh nos dice qué está sucediendo. Es el momento en
el que el Padre está recibiendo el sacrificio, es decir la víctima ofrecida por la
salvación de la humanidad; es el momento decisivo que hace estremecer el amor
del oferente, que es a la vez la víctima. Es entonces cuando siente en su carne y
en su espíritu las palabras del Siervo de Yahveh: “He aquí que el Señor Yahvéh
me ayuda: ¿quién me condenará? Pues todos ellos como un vestido se
gastarán, la polilla se los comerá”

En el abandono que siente el crucificado se encuentran los olvidados por la


sociedad para recibir no sólo el consuelo, sino la garantía de que Dios Padre no
les abandona en ningún momento. El Mesías ha pasado por la misma experiencia
del abandono por parte de los suyos. Pero ahí está el Padre recibiendo su
entrega. Tal como nos lo dice el profeta: “En tiempo favorable te escucharé y
en el día nefasto te asistiré. Yo te he formado y te he destinado a ser alianza
del pueblo, para levantar la tierra, para repartir las heredades desoladas”. Es
el pago que tiene que dar: su abandono para que la alianza se consolide y la
justicia se implante.

Es la tarea continua de los seguidores de Jesús: hacer que de verdad el abandono


se convierta en compañía y comunión por parte de Dios. Es lo primero que hemos
de hacer los creyentes en el Jesús del amor y de la entrega: hacer sentir que Dios
no los abandona, porque se vale de nosotros para acompañarlos, para hacerlos
sentir seguros, para que puedan superar sus dificultades.

Ahí está la gran enseñanza de esta palabra. Aprendemos de Jesús que su entrega
generosa por la salvación de la humanidad implica el desprenderse de todo, el
abandonarse y hacerse pequeño, como nos recuerda Pablo en su carta a los
Filipenses. Frente a tanta gente que se siente menospreciada y que sufre el
abandono por parte de quienes más le debían ayudar, la palabra de Jesús es un
motivo de consuelo. El pasó por la misma situación que ellos sufren; Él sintió la
soledad de la traición y del olvido de los suyos. Humanamente sintió que su Padre
lo había olvidado y abandonado… pero bien sabía que no era así. Su palabra en
la cruz viene a ser un reclamo para recordarle al Padre y a la humanidad que sí
estaba cumpliendo con la voluntad de salvar a los hombres, con lo que se cumplía
la promesa hecha desde antiguo. Todo eso está encerrado en esa palabra, llena
de angustia por la soledad humana, pero rica en la confianza de quien sabe que
está realizando la misión recibida. DIOS MIO, DIOS MIO ¿POR QUÉ ME HAS
ABANDONADO?
TENGO SED
1.

Los sufrimientos de tanta gente en el mundo de hoy expresan la gran sed que
padecen tantísimos hermanos nuestros. No hay que limitar la sed sólo a la falta de
agua, sino a otras experiencias fatales que golpean a no pocos seres humanos:
desde el hambre que pasan multitudes en muchos países hasta la sed de orden
moral y de respeto a la dignidad humana que encontramos en todas partes. Por
eso, hoy nos encontramos con el clamor desgarrador de tanta gente que clama
por un agua que pueda saciar su compleja sed.

Como al Crucificado, lo que se le suele dar no es el agua verdadera, sino vinagre


mezclado con pócimas amargas para alargar la sed, o para quemar la garganta y
así no se la pueda sentir. Sin embargo, ese vinagre exaspera al que clama por
agua, aunque muchas veces queda reducido al silencio de su sufrimiento, ante la
sordera de los grandes de la tierra y de muchos sectores de la sociedad.

No hay sino que fijarse alrededor de donde vivimos para comprobar que hay sed y
fuerte: la de los pobres que crecen en nuestro continente; la de los desplazados y
refugiados que no consiguen comprensión en nuestras sociedades; la de los
inmigrantes, en especial los que van a Europa y quienes son despreciados por los
que años atrás también fueron forasteros en búsqueda de atención: son los que
llegan de África, los que proceden de América y quienes reciben el despectivo
apelativo de “sudacas”…. Son los jóvenes a quienes se les castra el futuro por los
endeudamientos irracionales de los dirigentes de las naciones; son todos aquellos
que buscan libertad y no la consiguen porque están atrapados en las redes del
consumismo y del materialismo.

Junto a estos, nos topamos con la cantidad de personas que sufren de la sed
causada por la sequía moral de nuestro mundo. Se critica a quienes denuncian el
relativismo ético, o a quienes promueven la renovación moral de la sociedad, o
proponen volver a la educación en principios y valores… pero se aumenta el
desierto materialista donde sucumben tantos jóvenes que caen en la drogadicción,
en el tráfico de drogas, en el sexo mal entendido y vivido, en la burla que hacen de
los más necesitados por parte de aquellos que dicen tener el poder pues poseen
el control de las finanzas del mundo…Esa sed crece en medio de los conflictos
armados que esconden los intereses de las grandes potencias: o porque buscan
controles geopolíticos, o porque buscan someter a los más débiles, o porque
quieren defender sus intereses, olvidándose de los demás.
En medio de nosotros, en nuestra sociedad tachirense también conseguimos
gente que clama pidiendo el agua que pueda saciar su sed: es el clamor de tantos
padres que ven a sus hijos caer en la droga, de tantos adolescentes que terminan
perdiendo su identidad y su dignidad porque son seducidos hacia la
homosexualidad o la prostitución, o el alcoholismo. Es el clamor de quienes se
sienten acosados por una violencia irracional que promueve el sicariato, el
secuestro y la extorsión. Es sed de indefensión que conduce a posturas de
silencio temeroso para que no se puedan sufrir otros males sociales y morales.

Frente a este panorama, nos toca preguntarnos ¿qué hacer? ¿Cómo calmar esa
sed? El discurso de Jesús ante la Samaritana parece salir a nuestro encuentro
para recordarnos que el agua que Él promete es la que verdaderamente refresca,
da dignidad y conduce a la vida eterna. Es el agua de la liberación integral de todo
ser humano. Agua, que todos debemos hacer fluir de los manantiales de la verdad
enraizada en el evangelio. La Iglesia, con todos sus miembros, debe hacer sentir
la frescura de esa agua con su misión evangelizadora.

2.

En estos días de semana santa muchísima gente acude a Cristo, el Nazareno, el


Crucificado… sencillamente porque hay una identificación con Él. El Dios que se
hizo hombre también ha experimentado el dolor y ha sentido la fuerza de la sed…
así como el terrible flagelo del menosprecio y del abandono de parte de quienes
hubieran podido evitar su suplicio. En Él, las palabras del Cántico del Siervo, en el
libro de Isaías, hallan eco y realización:”Despreciado, desechado por los
hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien
ante quien se aparta el rostro, tan despreciado que lo tuvimos por nada”.

Estas duras palabras que describen al Crucificado en forma profética hablan de la


experiencia de quien en el Suplicio de la Cruz clamó: TENGO SED. Ciertamente
que Jesús sentía la sed por falta de agua. Cansado, desangrado, casi sin fuerza
siente sed. Y lo expresa como buscan el consuelo de un sorbo de agua. Parece
que no hay quien le pudiera acercar aunque sea una gota de agua. El soldado,
más que compadecido, cansado de esperar su muerte vecina, le coloca en sus
labios una esponja llena de vinagre… no le calma la sed, le termina de secar la
garganta y le reafirma la burla a la que ha sido sometido.

Pero en ese clamor TENGO SED, Jesús sintetiza muchas otras cosas. El que
había prometido el agua que saltaría hasta la vida eterna, ahora no tiene nada que
le pueda refrescar. El sol, el polvo, la sangre coagulada en sus llagas… pero sobre
todo el haber sido maltratado injustamente hacen que sienta sed. Busca no sólo el
agua material, sino el consuelo del amigo o del discípulo… consuelo que falta
porque casi todos ellos desaparecieron por miedo o por lo que sea.

TENGO SED, dice Jesús en la Cruz. Y allí encuentran eco las dificultades y
situaciones aberrantes que viven muchos en la humanidad como fruto del pecado.
En esa sed, se identifican los hombres y mujeres que sufren en el mundo, a lo
largo de la historia. El Crucificado representa allí en El Calvario a los
menospreciados a los pobres entre los pobres, a los excluidos, a los discriminados
por su raza, por su nacionalidad, por su credo…En ese grito doloroso, casi
imperceptible por la debilidad de quien lo pronuncia se hallan identificados los
clamores de todos los que en la humanidad sufren….

Esta palabra de Cristo en la Cruz vuelve a enfatizarnos que el Dios hecho hombre,
de verdad asumió la humanidad con todas sus consecuencias. Consecuencias de
dolor, como también en su debido momento consecuencias de esperanzas y de
alegría. Pero al contemplar esta palabra y la actitud de quien no le concedió el
pequeño placer de un poco de agua, tenemos que hacer un examen de conciencia
claro: ¿cómo estamos dando de beber a nuestros hermanos sedientos de todo
tipo de agua? ¿Cómo estamos haciendo tomar conciencia de la necesidad de oír
el clamor de los pobres y excluidos? ¿Cómo sentimos en cada uno de nosotros el
clamor doloroso de los hermanos menospreciados en nuestras sociedades a lo
largo y ancho del mundo?

TENGO SED: palabra dura que nos ha de conmover. No es para sentir una
compasión romántica y refugiarnos en pietismos sin sentido. Es una palabra que
nos enseña a ver cómo el crucificado se ha identificado en todo con nosotros,
menos en el pecado. Cómo ha sido fiel a su compromiso de ser Palabra
encarnada, cómo su dolor soporta el dolor de los hermanos, que luego
encontrarán con su Pascua el agua de vida eterna.

TENGO SED: es la palabra que nos hace pensar en lo serio que es evangelizar.
Nosotros que estamos invitados y llamados para la misión de anunciar el
evangelio de Jesús, hemos de darlo a conocer como lo que Él es: el salvador pero
que dio la salvación desde la total entrega de su persona, con su humanidad
golpeada y menospreciada por los poderosos de su época.

TENGO SED: es la palabra que nos invita a dar el agua de la liberación a los que
la necesitan y a reclamar a quienes más bien reparten el vinagre amargo que no
sacia sino agudiza la sed de los hermanos a que se conviertan. El mundo de hoy
requiere del esfuerzo evangelizador de todos nosotros para invitar a los que se
creen poderoso para que se conviertan: no es con las armas, ni con el terrorismo,
ni con los fundamentalismos, ni con el relativismo ético, ni con el pecado social
con lo que se salvará al mundo de hoy. Es más bien con el amor redentor de
Cristo que debe ser testimoniado y con el que se edifica la verdad que hace libres
a los hombres.

Palabra dura y solemne que no debemos mirar aisladamente: es la expresión del


fruto de muerte del pecado… es el colmo del dolor humano del Redentor, quien
luego de morir hará brotar de su costado herido por la lanza algo de sangre y algo
de agua para la salvación de la humanidad. Es el momento casi final donde se
reafirma la identificación del Redentor con todo ser humano, antes de entregar su
espíritu en las manos del Padre Dios. Hemos de ser testigos de lo que viene
después. El Crucificado aparece como derrotado, tanto que ni agua pudo recibir…
pero el colmo de esa sed es, que se acabará con la muerte, aunque con ésta
comenzará a brotar el nagua que salta hasta la vida eterna para así saciar a todo
aquel que clame como Cristo en la Cruz TENGO SED.

TODO ESTA CUMPLIDO


1.

Hoy mucha gente habla de cumplimiento. A veces se puede traducir esta


expresión como “cumplo y miento”: es decir, hago las cosas, si acaso las realizo,
pero miento, porque me quedo con lo superficial, o con lo que más me conviene, o
no hago nada aunque aparento cumplir. Todavía más, se exige a los demás que
cumplan, pero los responsables no dan la cara por sus actos. Hoy por hoy,
distintamente de lo que fue hace algún tiempo, ya mucha gente, por no decir la
mayoría, no cumple con su palabra. Antes, cualquier cosa se apoyaba con un
compromiso: “palabra de hombre”-“palabra de mujer”-“palabra de honor”…

Hoy la palabra de ho0nor no parece existir, pues encontramos tantas personas


que juran hacer cumplir las leyes, que juran cumplir esas leyes, que juran trabajar
por los demás… y termina haciendo lo que les viene en ganas, cobijándose bajo la
corrupción y deshonestidad, con la justificación más fácil que puedan conseguir.

Esto se da en todos los niveles: incluso en el matrimonio. La palabra empeñada en


el acto de la boda por los cónyuges, se rompe fácilmente por cualquier excusa…
como si el matrimonio fuera algo pasajero. Lo mismos le sucede a no pocos
sacerdotes y religiosas: su palabra de obediencia queda al margen por los propios
intereses y con la justificación de su propio autodesarrollo. Entre los jóvenes de
hoy, que como siempre son el futuro de nuestra sociedad, no se habla de
compromisos permanentes y duraderos. No hay cultura del cumplimiento, pues
todo se pospone o se deja de hacer ante nuevas alternativas, gustos o modas.

Sin embargo, inmensas multitudes siguen pensado en la palabra que les han
dirigido sus dirigentes y guías, políticos, sociales, religiosos y culturales. Todavía
hay gente que sigue confiando también en los que les engañan... o buscan refugio
en gente que les engañó en el pasado y les ofrecen las mismas villas y castillas de
antes…

Pero también encontramos con gente que sí cumple con su palabra. Quizás no
son noticia. Y no les conviene a los grandes y poderosos de la tierra que lo sean.
Por eso, hasta buscan desacreditarlos. No es bueno que los honestos, los que sí
cumplen con su palabra, los que son capaces de dar luz… sean escuchados o se
les siga o se conviertan en punto de referencia. Ahora, quizás ya no se necesita
eliminarlos físicamente como antaño… con no hacer que su voz sea escuchada o
su ejemplo sea divulgado o no encuentren puesto fijo en las palestras mundiales o
nacionales, es más que suficiente. ¿Para qué convertirlos en mártires, si hay otras
formas de silenciar el ejemplo de quien cumple? Esa es la triste realidad que se
vive en el mundo. Por eso, como lo han indicado algunos estudiosos, es mejor
crear el “pánico moral”, destruyendo los ejemplos vivos de moralidad, o
haciéndoles el vacío, para que no tengan eco en la sociedad.

2.

Es lo que le pasó a Cristo. Una de sus últimas palabras en la Cruz habla del
compromiso adquirido y de su cumplimiento. Cumplió la voluntad de Dios.
Consumó la misión y así realizó lo que de Él se había profetizado: “Yo, Yahevh,
te he llamado en justicia, te tomé de la mano, te formé y te destiné a ser
alianza del pueblo y luz de las naciones”. En su Palabra de sello del
compromiso adquirido, Jesús se nos presenta como quien realiza y abre una
nueva alianza entre Dios y la humanidad. Sencillamente, porque TODO ESTA
CUMPLIDO. Es decir, lo anunciado, lo prometido, lo avizorado… en la Cruz
alcanza, trágicamente, su cumplimiento.

Jesús, Dios y Hombre, es una persona de Palabra. Para esto había venido y había
sido ungido por el Espíritu: para cumplir con la voluntad salvífica del Padre Dios.
Así inaugura un nuevo reino, de justicia y de paz en el amor. Es el reino de la luz
que destruye la muerte y la oscuridad del pecado. En la cruz se cumple lo
anunciado en el cántico del Siervo: “Te voy a poner por luz de las gentes, para
que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra”. Ese nuevo reino de
luz hace que el ser humano adquiera una mayor dignidad y llegue a convertiré en
hijo de Dios Padre. No es producto del azar o de una acción cualquiera, sino del
empeño puesto y ejercido por el Mesías en relación a la voluntad salvífica de Dios
Padre. Esto se consigue sencillamente porque en Jesús TODO ESTA
CUMPLIDO.

Jesús es el modelo para los creyentes fieles, para los hombres y mujeres de
buena voluntad, creyentes o no. Ejemplo de coherencia y de responsabilidad. Por
eso es silenciado –aparentemente-. Dentro de pocos minutos hará el gran
esfuerzo y acabará expirando. Su voz se enmudecerá, pero se convertirá en el
mayor grito de libertad jamás exclamado. Es el grito de la libertad y del amor, que
transforma a la humanidad. Es en el cumplimiento de la misión como Jesús
demuestra que no estaba equivocado. Por eso, inmediatamente que muere, el
Centurión romano, hará una especie de profesión de fe: “verdaderamente Éste
era el Hijo de Dios”. Sencillamente, porque había cumplido.

Con su entrega se hace realidad lo anunciado por el profeta en el canto del Siervo:
“y la voluntad del Señor se cumplirá con Él”. Entonces el miedo y el abandono
de sus discípulos serán corregidos, los pecados de la humanidad serán
perdonados, las incomprensiones de los que no le defendieron serán resueltas, la
maldad de los que le acusaron y torturaron se trastocará… sencillamente
PORQUE TODO ESTA CUMPLIDO.

Esta palabra de Cristo en la Cruz nos sale al encuentro para desafiarnos a los
creyentes de hoy. Ante las inmensas tentaciones a que somos sometidos para ser
mediocres o justificar falsas posturas, o para romper con los compromisos y así
caer en la deshonestidad, la corrupción y la falta de responsabilidad, el ejemplo de
Cristo en la Cruz es diciente. Si somos seguidores de Cristo, hemos de imitarlo. Y
también en esto de cumplir la voluntad de Dios. Es decir reafirmar el compromiso
con nuestra salvación y con la de los demás. El ejemplo de Jesús es una fortaleza
para los discípulos de Jesús que hemos de actuar en su nombre, para demostrar
al mundo que somos sus seguidores, que no nos importa lo que digan los demás,
que no nos in teresa si nos silencian… lo que sí nos importa es que sigamos
siendo constructores del reino y proclamadores de la única verdad que hace libres
a los hombres. Sencillamente porque TODO ESTA CUMPLIDO.
EN TUS MANOS PADRE ENCOMIENDO MI ESPIRITU
1.

Solemos decir cuando alguien está bien acompañado o protegido que se


encuentra en buenas manos. Inclusive, cuando alguien va a ser intervenido
quirúrgicamente, se le suele transmitir confianza al enfermo diciéndole que queda
en las buenas manos del cirujano. Todos buscan estar en buenas manos, que
significa saberse protegido, o saberse correspondido en el caso de una entrega a
una causa. Este pensamiento nos puede ayudar a entender los deseos de tantas
personas que buscan un consuelo, una respuesta a sus interrogantes, una ayuda
de cualquier tipo. Se pone en las manos de un experto o de quien le pueda de
verdad ayudar.

Lo malo es cuando no se consiguen esas buenas manos. A veces hay quienes


ofrecen sus manos, no para conducir sino para desviar, no para proteger, sino
para oprimir, no para consolar, sino para enfermar o matar. Así nos encontramos
con manos expertas para el mal, para lo que no ayuda a crecer o para conducir
por malas sendas. Hoy encontramos mucha gente que, lamentablemente ha sido
conducida por sendas de oscuridad por manos de gente experta en la maldad, o
en provocar la destrucción y la muerte. No hay sino que ver la cantidad de jóvenes
que se han dejado seducir por la droga, o por las mafias y bandas
delincuenciales… No hay sino que mirar a quienes caen obnubilados por ofertas
aparentemente lucrativas y que terminan prostituyéndose o asesinando a otros.
Todos han tenido una mano que les ha conducido. A lo mejor no tuvieron cerca
nunca una mano amiga que los llevara por caminos diversos; o, sí las
consiguieron pero terminaron optando por aquellas que les llevaron por la puerta y
vía ancha del perdón.

No podemos dejar a un lado este problema. El mundo siempre se ha debatido


entre el bien y el mal. El mal, disfrazado no pocas veces de mediocridad, pretende
dominar y apoderarse de todo. El bien está siempre acosado por las fuerzas del
mal con sus criterios, casi siempre espectaculares y seductivos. Es la dialéctica en
la que vive la humanidad. Eso mismo le pasó a Jesús de Nazaret. Las fuerzas del
maligno quisieron envolverlo y no pudieron vencerlo, como nos enseña el relato de
las tentaciones. Pero se disfrazaron de leyes y preceptos, de contradicciones y
mensajes… para que no pudiera el Señor reunir discípulos. Al final de su misión,
parecía sucumbir ante la fuerza del mal. Aunque saldría victorioso, en apariencias
la muerte, el pecado y el mal como que le habrían ganado la batalla.
2.

Esta última palabra en la Cruz demuestra que quien sale vencedor es el Señor:
PADRE EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPIRITU. Está realizando la
entrega radical de su existencia y se pone en las manos del Padre. En esas
manos no sólo se coloca el Redentor con toda su misión, sino que allí está
poniendo la vida y la historia de toda la humanidad. Jesús quiere poner en buenas
manos, las de su Padre, toda su obra salvífica y con ella, a cada uno de los seres
humanos.

Con ese gesto, manifestado en dicha palabra, se cumple lo anunciado por el


profeta: “Lo de antes ya ha llegado, y anuncio cosas nuevas; antes de que se
produzcan se las hago saber”. Al ponerse en las manos del Padre reafirma su
comunión con Él en la obra de salvación. Y así como Él estuvo con su Padre en
los inicios de la Creación, de igual modo está haciéndose presente en las manos
del Padre en el acto de la Nueva Creación. En el momento de su entrega definitiva
al Padre, es decir en el cumplimiento completo de la voluntad salvífica del Padre
Dios, Jesús abre las puertas a la novedad de vida, en la que caminarán sus
discípulos de ahora en adelante. Todo esto se resume en esa palabra. EN TUS
MANOS PADRE ENCOMIENDO MI ESPIRITU.

Es un gesto de plena comunión y de radical confianza. Un rato antes parecía


reclamarle al Padre porqué lo habría abandonado… ahora es todo lo contrario: su
comunión es tan plena como siempre. La muerte no destruye esa comunión, sino
que abre un nuevo horizonte: precisamente el de la salvación de la humanidad.
Pocas horas después esa entrega resultará esplendorosa y victoriosa, con la
resurrección. El Padre recibe de Jesús, en sus propias manos, la entrega del
sacerdote. El es la misma víctima que se ofrece para conseguir el otro efecto
importante de la salvación: Jesús pone en las manos del Padre a todos los
hombres y mujeres de la humanidad. Consecuencia de ello es el hacer posible
que también entre la humanidad y Dios se dé la comunión. En el mismo gesto y en
las mismas manos en las que Jesús pone su Espíritu, también se pone a toda la
humanidad para que Dios Padre la reciba y la transforme. Es el resultado de lo
que Jesús clamara antes de morir. PADRE, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI
ESPÍRITU.

Nos señala el profeta en el Cántico del Siervo de Yahveh lo que sucederá cuando
el Mesías entregue su vida a Dios: “Por eso le daré una parte entre los
grandes… porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los
culpables, siendo así que llevaba el pecado de muchos e intercedía a favor
de los culpables”. Jesús al colocarse en las manos del Padre podrá sentarse a la
derecha del Padre y cumplirá con la segunda parte de su misión salvífica: atraer a
todos hacia Sí. Es lo que nos dice Isaías: “Sí, mi Servidor triunfará, será
exaltado y elevado a una altura muy grande. Jesús se entrega definitivamente
al Padre y en la Cruz alcanza –contradictoriamente- la victoria sobre la muerte del
pecado. El Padre está esperando esa entrega para transformar a la humanidad en
nueva y llena de la gracia de la salvación. Así se inaugura el Reino de Dios. Por
una razón. PADRE EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPIRITU.

Estamos llegando al momento crucial. Ya los ojos están nublados y comienzan a


dar vueltas; falta el aire a los pulmones; casi no hay sangre; el sudor y la sangre
se han mezclado con el polvo de El Calvario y molestan al Crucificado. Ya no hay
tiempo para más. Misión cumplida, se diría hoy; ya no hay vuelta atrás: menos
mal, porque se está abriendo algo definitivamente nuevo para la humanidad. Ya
los pulmones casi no tienen aire… el poco que tienen es el que le permite al
Crucificado entregarse al Padre, clamando con toda la fuerza de la que es capaz.
EN TUS MANOS PADRE ENCOMIENDO MI ESPIRITU.

CONCLUSION
La Cruz ha sido el marco del mayor drama que se ha podido dar en la historia de
la humanidad. Un hombre ha asumido sobre sus espaldas el peso del pecado del
mundo. Un hombre ha sido objeto de uno de los más inicuos juicios de la historia.
Un hombre ha sido martirizado al buscarse eliminarlo a Él y a su Doctrina, la del
amor fraterno. Ese drama es un drama de amor. Por serlo, hay que ver la razón de
ser de ese drama: la salvación de la humanidad. Entonces redescubrimos en él,
que su gran protagonista no sólo es hombre. Es el Dios humanado que se rebajó y
se hizo pequeño, para engrandecer a la humanidad. En Él, coincide la víctima que
se ofrece por la salvación de los hombres, como el sacerdote oferente. Y algo
definitivamente nuevo y transformador surge: la creación nueva, la alianza nueva,
la humanidad nueva… gracias al Redentor.

Hemos meditado las siete palabras del Crucificado,-palabras que son parte de ese
drama- a la luz de lo que profetizaban los Cantos del Siervo de Yahveh. Hemos
podido ver como a lo largo de esas horas de la Cruz y reflejadas en las palabras
allí pronunciadas por Jesús se iba cumpliendo lo profetizado por el autor sagrado.
De hecho hemos podido comprobar lo que en el primero de esos cantos aparece
como anuncio futuro, ahora ya hecho realidad: “He aquí a mi siervo a quien yo
sostengo, mi elegido en quien se complace mi alama…. No desmayará ni se
quebrará hasta plantar en la tierra el derecho… Lo de antes ya ha llegado y
anuncio cosas nuevas; antes de que se produzcan se las hago conocer”.

Hoy, al meditar estas palabras y contemplar la Cruz victoriosa de Cristo, nos


volvemos a encontrar con una manifestación de la gracia de Dios: Él nos permite
reafirmar nuestra fe en Él, cual salvador de la humanidad. Pero, a la vez, podemos
y debemos reafirmar nuestro compromiso de darlo a conocer como discípulos
suyos que somos. Darlo a conocer ayudará a muchos a que se decidan por
seguirlo y nos permitirá hacer sentir lo que San Pablo nos enseña: “Este es el
plan que había proyectado realizar por Cristo cuando llegara el momento
culminante: recapitular todas las cosas en Cristo, las del cielo y las de la
tierra”.

El Antiguo Testamento anuncia el evento de Cristo Salvador. En Él se cumplen


todas las promesas, en Él se realizan todas las profecías, como las que aparecen
en los Cantos del Siervo y que podemos resumir así: “Sí, mi Servidor triunfará,
será exaltado y elevado a una altura muy grande. Así como muchos
quedaron horrorizados a causa de él porque estaba tan desfigurado… así
también él asombrará a muchas naciones y ante él los reyes cerrarán la
boca; porque verán lo que nunca se les había contado y comprenderán algo
que nunca habían oído”.

Hoy, en medio de nuestro mundo, muchas de las situaciones que viven nuestros
hermanos o podemos padecer nosotros, pueden leerse con ojos de fe desde el
prisma de las palabras de Cristo en la Cruz. Son las palabras de vida eterna,
pronunciadas en un momento solemne, cuando precisamente el Redentor está
abriendo las puertas del Paraíso, no sólo al Buen ladrón, sino a toda la
humanidad. Son las palabras de alguien que parece haber fracasado, pero que
está realizando la victoria más contundente que se ha conseguido jamás en la
historia humana: se ha vencido a la fuerza del mal, se ha abierto la luz para
acabar con las tinieblas… Si bien, lamentablemente, hoy todavía podemos
encontrar secuelas del pecado del mundo y de las tinieblas del mal, es muy cierto
que también sentimos la fuerza liberadora de Jesús, el Mesías, el Salvador.

Lo que hemos de hacer es, sencillamente, optar por el Señor. Acá está la clave
para poder seguir a Jesús, cumplir con la misión evangelizadora que hemos
recibido de Él, y, a la vez, ser sus testigos en todo tiempo y lugar. El libro de las
Hechos hace referencia a la misión de los discípulos “hasta los confines del
mundo”… éstos no quedan en la periferia de los continentes o en los límites
geográficos…. Los confines del mundo llegan a donde nosotros estamos, para que
con nuestro testimonio y llevando la fuerza del evangelio liberador de Cristo,
podemos invitar a muchos a que se decidan a seguir a Jesús. En esos “confines
del mundo” que son nuestros confines sentiremos siempre la acción redentora de
la Cruz de Cristo. Y nosotros, cual seguidores y discípulos de Jesús, llamados a
cooperar con Él en su obra de salvación, hemos de ser sus instrumentos para que
el mundo sienta que hemos sido colocados en las manos del Padre, pues ya se ha
cumplido con su voluntad de salvación.

María, la mujer por excelencia, la más alta de las criaturas del Señor, la oyente de
la Palabra que en la Cruz nos fue concedida como madre amorosa, ella misma
nos ayude con su intercesión a seguir a Jesús. Es lo que la Iglesia nos pide y lo
que el mundo, el que tiene sed de Dios, espera de nosotros. Ciertamente que
hemos de realizar muchas actividades evangelizadoras y pastorales; pero, sobre
todo hemos de ser los que demos a conocer a Jesús. Para ello, nos toca
conocerlo, profundizar en su Palabra, identificarnos con su Persona y actuar en su
nombre. Nos enseña el mismo Jesús que todo lo que pidamos y hagamos en su
nombre, nos será concedido…. Entonces, pidamos y reforcémoslo con nuestro
compromiso, que anunciemos sin temor ni vacilaciones a Jesús, con su evangelio
de luz, con su Cruz redentora y su Resurrección de triunfo. Amén.

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