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DE JESUS EN LA CRUZ
+Mons. Mario Moronta
INTRODUCCION.
Uno de los ejercicios espirituales que nos ayudan a vivir más adecuadamente el
triduo pascual lo constituye la meditación sobre las Palabras de Cristo en la Cruz.
En nuestra Iglesia, es costumbre hacerlo para así entrar en el espíritu y sentido de
la Redención del Señor. Son palabras llenas de un contenido muy particular que
pueden ser entendidas desde el acontecimiento de la Cruz y desde la propia fe. A
la vez, cada una de ellas, referidas por los diferentes evangelistas, nos permite
iluminar diversas situaciones de nuestra vida actual. Por eso, su meditación nos
permite adentrarnos en el misterio del Dios hecho hombre que ofreció su vida al
Padre por la salvación de la humanidad.
Estos “Cánticos del Siervo” han sido motivo de muchos estudios. Los exégetas
han tratado de conseguir en ellos luces para entender el sentido profético de los
mismos. No se trata ahora de hacer una exégesis científica de los mismos, sino
partir de ellos para contemplar tanto las palabras como la actitud del Crucificado.
Son “Cánticos” llenos de ternura y de dolor. Ternura hacia quien sufre que muestra
como debió haber sufrido. Es lo que podemos contemplar además en Jesús. En lo
contradictorio de su pasión, podemos y debemos conseguir la ternura del amor de
Dios que sabe contar con su siervo para conseguir el perdón amoroso que rescata
a la humanidad. Y, por otra parte, refleja el dolor sin medida que debió sufrir quien
se dejó llevar al sacrificio como cordero destinado al matadero.
El inicio de esos “Cánticos” nos permite, a manera de prólogo comenzar a meditar
y entender el horizonte de las siete palabras del Crucificado. El día del bautismo
del Señor, así como el día de la Transfiguración, se oyó la voz del Padre que
decía quién era Jesús: “Este es mi Hijo, el predilecto”… Ahora estamos frente a
frente al misterio de ese Hijo amado y predilecto, quien está en una situación que
nadie envidiaría: pendiente de una Cruz y realizando su ofrenda sacerdotal al
Padre Dios. Este es de quien habla el primero de esos Cánticos: “He aquí mi
siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma…” (Is.
42,1) Es el que ha recibido lengua de discípulo (Is 50, 4) para dar una palabra de
aliento a quien está cansado… Es quien ha ofrecido sus espaldas para cargar con
la Cruz redentora, y quien ha abierto sus brazos para agarrar con ellas en un
abrazo fuerte y salvador a todos los seres humanos….
¿De qué hay que pedir perdón? ¿Por qué hay que pedir perdón? ¿Cómo hay que
pedir perdón? Son tres preguntas que hemos de responder en todo momento. La
primera tiene que ver con la razón del ser humano: su propia dignidad. El perdón
no es una suerte de acuerdo para evitar que se repitan las cosas, o de actitudes
con las que se pretende demostrar la superioridad de unos sobre otros. Quien
perdona y el que es perdonado se colocan en el mismo nivel: se vuelven a
encontrar en lo que los une y los distingue: su propia condición de igualdad ya que
se trata de hijos de Dios. No hay superioridad que valga.
Hoy hay mucho de qué pedir perdón. No hay sino que ver a nuestro alrededor:
tantas mujeres mancilladas por sus maridos que las engañan o las maltratan; de
igual manera tantos esposos engañados por sus esposas que prefieren romper
con el amor; tantos hijos abandonados por sus padres que derrochan el dinero del
estudio y la alimentación en gastos superfluos; tantos jóvenes destruidos por la
droga o inducidos a la violencia; tantos trabajadores mal pagados y tantos
empleadores que sienten el abuso de quienes les timan; aquellos sacerdotes que
renunciaron a su vida de coherencia y santidad y escandalizaron a no pocos;
tantos hombres y mujeres dominados por una sociedad que privilegia el placer, el
egoísmo y el consumismo; tantas personas que son discriminadas por su fe, por
su cultura u origen, como es el caso de los inmigrantes a quienes se les desprecia;
tantas personas que deben huir de sus hogares a causa de la violencia y que
tampoco son aceptados en los países donde buscan refugio; tantos dirigentes que
prefieren sus propios intereses y no la paz de los pueblos, para lo cual invierten
millones y millones en armas; tantos niños ofendidos por la pornografía y por el
abuso de adultos… Es mucho de lo que hay que pedir perdón. Lo peor del caso es
que nunca se ve a los responsables, sino siempre a las víctimas. Más aún, esos
responsables, con sus medios e instrumentos con los que cuentan, llegan a crear
una matriz de opinión, echándole la culpa a los demás de sus responsabilidades.
¿Por qué hay que pedir perdón? Por dos motivos importantes y serios: uno de
ellos tiene que ver con algo que ya indicáramos. Se debe pedir perdón porque
somos hijos de Dios, iguales y con dignidad. Quien pide perdón debe reconocer
que el otro es ser humano, con su dignidad y con sus virtualidades propias. Pedir
perdón es un reconocimiento, a la vez, de la responsabilidad del acto cometido y
sus consecuencias. Se debe pedir perdón para reparar, purificar y restaurar la
comunión entre todos. Quien maltrata, quien veja, quien discrimina, así como el
que practica violencia, o se cree superior a los demás, olvida que es hijo de Dios y
que ha sido redimido por el mismo Señor. Quien se atreve a rebajar al otro en su
dignidad se olvida de la propia dignidad que ha recibido de parte de Dios mismo.
¿Cómo hay que pedir perdón? Quizás acá nos encontramos con lo más
complicado para muchos: sencillamente con gran humildad. Humildad no significa
menospreciarse. Humildad es la virtud que nos capacita para entender que si
tenemos virtudes y carismas, son para ponerlos al servicio de los demás; humildad
es reconocer que hay otros que también tienen sus fortalezas; o que tienen sus
debilidades y hay que ayudarlos. Para pedir perdón hay que ir con humildad:
reconocer que se ha fallado y salir al encuentro del otro para purificarlo y, al estilo
de la parábola del hijo pródigo, revestirlo del mejor de los vestidos. Esta actitud es
necesaria tanto para el que pide el perdón como para el que lo recibe. Quien lo
recibe como el que lo da no deben poner condiciones: se perdona y se construye
la paz, la armonía, la concordia… la comunión. Es algo que falta en nuestro
mundo. Es algo que hemos de conseguir. Es algo de lo que Jesús nos da un claro
ejemplo en su vida y, sobre todo en la Cruz.
2.
En la Cruz, Jesús se siente solo y despreciado. Refleja lo que los cantos del
Siervo de Yahvéh anunciaron por boca del profeta: maltratado, humillado,
despreciado, rebajado… Los poderosos de la época prefirieron apresarlo y llevarlo
al suplicio para buscar su propia paz y para no permitir que siguiera teniendo más
seguidores. Sus más cercanos discípulos lo han dejado, por miedo. Ante las
personas que observan sus últimos momentos vuelve a sentir el desprecio: lo
retan para que si es verdad que es rey traiga sus legiones; para que haga uno de
los milagros que le caracterizaban en su vida. Los que se creían más que los
demás prefirieron seguir sus propios intereses y no el mensaje de amor que Él les
estaba proclamando.
Pero, Jesús les sale al encuentro con lo que ellos menos se esperaban. Ellos
estaban acostumbrados al “ojo por ojo y diente por diente”; a perdonar con
condiciones, a aplicar literalmente las normas de la Ley; a lanzar la primera piedra
olvidándose de sus propios pecados… Entonces resuena la primera palabra del
Crucificado; aunque dirigida a su Padre, el objetivo es claro: sus acusadores y
secuaces. Por eso, los sorprende cuando dice: PADRE, PERDONALES,
PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN.
En esta palabra de Jesús se sintetiza la respuesta a las tres interrogantes que nos
hacíamos hace unos momentos. ¿De qué hay que pedir perdón? Quienes están
acusando y martirizando al Redentor no piden perdón, pero el Salvador se
adelante y sí les perdona, hasta justificándolos: PUES NO SABEN LO QUE
HACEN. El Maestro de tantos sermones y parábolas les da una nueva enseñanza.
Para eso ha venido al mundo: para reconciliar. Lo hace y facilita diciéndole al
Padre que ellos no saben lo que hacen. El Señor supera en creces la actitud de
quien ofende.
Y aunque ellos no se dan cuenta de por qué hay que pedir perdón, el Crucificado
sí responde porqué hay que perdonar. Lo resume en una sola palabra: PADRE…
Sí, es el Padre quien lo ha enviado para salvar –no para condenar- y hacer que se
restaure la condición perdida por el pecado. La única y gran razón para perdonar
es cumplir la voluntad de Dios. Por eso, se dirige al Padre y hasta justifica a sus
acusadores y opresores. A la vez, en esa actitud resume el cómo hay que pedir y
dar el perdón: con la total humildad que permite ofrecer su propia vida por la
salvación de los seres humanos. San Pablo en la carta a los Filipenses lo deja ver
al hacer referencia al vaciamiento de Jesús.
Sorprende y educa esta actitud y esta palabra porque con todo ello no
desmayará ni se quebrará hasta implantar en la tierra el derecho, y su
instrucción atenderá las islas (Is 42, 4). El perdón que da y pide al Padre es el
que conseguirá la auténtica paz entre los seres humanos: la concordia nacida del
amor, la fuerza de la salvación, la luz que dará resplandor a la vida de los seres
humanos.
Hoy, nos encontramos con muchos casos que ameritan la compasión de parte
nuestra. Sin embargo, no suele ser la conducta más apropiada o más conseguida
en nuestros ambientes. Como lo meditábamos en la anterior palabra de Jesús en
la Cruz, no es fácil perdonar… el mundo ha perdido no sólo la capacidad de
perdón, sino el hábito de perdonar. Además de la principal causa –haberse alejado
de Dios y actuar según los propios intereses egocentristas- hay una razón que
lamentablemente favorece esta actitud: la falta de compasión.
En el caso de aquellos que hacen el mal, nos ofenden y hasta nos atacan, como
ya lo indicamos, hemos de reaccionar con justicia, invitándoles a la conversión,
pero también con compasión. Podrá haber quien llegue a pensar ¿cómo tener
compasión frente al que me ha robado, o ha asesinado un ser querido, o crea
zozobra en nuestras comunidades? Humanamente podremos reaccionar con
posturas revanchistas o vengativas… mas desde la vivencia de fe, estamos
llamados a hacer de la compasión una actitud que les permita no seguir actuando
mal, sino la conversión. Así haremos realidad la conseja del mismo Dios quien no
quiere la muerte del pecador, sino su salvación.
De todas todas, frente al camino fácil y ancho, que no conduce a la plenitud, nos
encontramos con la exigencia del Señor: un camino más estrecho, incomprendido
por quienes se dejan llevar por los criterios del mundo: el perdón conlleva el
anuncio de la causa de ese perdón; un anuncio de buena noticia también para
ellos, que pueden y deben salvarse.
2.
En la Cruz, Jesús nos da una palabra que sustenta lo que hemos venido diciendo.
Si alguien hubiera podido tener excusa para no sentir compasión con otro era el
mismo Jesús: torturado injustamente, crucificado sin ninguna causa justa,
recibiendo los insultos de los asistentes al terrible acto del Calvario, incluso de uno
de sus compañeros de suplicio…
Pero, sus odios permanecen atentos a quien hace una confiada petición. A lo
mejor lo hace por ver su reacción, o porque ha descubierto quién es; la respuesta
es la propia de quien ha anunciado en todo momento el perdón y el amor redentor
del Padre. El buen ladrón –como se le suele llamar- le pide un regalo: “Acuérdate
de mí cuando estés en tu Reino…” La respuesta no se hace esperar: desde el
mismo lugar donde comparten el mismo suplicio de la cruz, Jesús le dice al
compañero: “HOY ESTARAS CONMIGO EN EL PARAISO”.
Hubiera podido responderle de mala manera, como lo hubieran hecho otros: “¿Por
qué pides eso? ¿Por qué fastidias? ¡Déjame tranquilo! ¡Maldita sea nuestra suerte!
Sin embargo, ante la confiada solicitud del compañero, Jesús le responde con
lenguaje claro: HOY, no mañana… Es el tiempo de la salvación. Hoy, dijo Jesús
en la Sinagoga de Nazaret, al referirse al tiempo de gracia y a la misión anunciada
por el profeta que comenzaba a realizarse con Él. Un hoy que causó indignación y
rechazo… En El Calvario ese HOY es el mismo de Nazaret; aunque la reacción es
diversa: ante la petición hecha, se convierte en aceptación y algo más que
esperanza: es la seguridad de que en ese mismo día se realizaba para el buen
ladrón lo que comenzaba a darse para la humanidad: la salvación.
En la cruz, con esta palabra, Jesús hace presente la profecía: Así dice Yahveh:
En tiempo favorable te escucharé…Yo te he destinado para… decir a los
presos: “Salgan”, y a los que están en tinieblas “Muéstrense” (Is. 49.8.9)
Mujer es uno de los sustantivos que encierra una realidad sublime. Es imagen y
semejanza de Dios. Se caracteriza por su feminidad. Mujer, a la vez, habla de
maternidad. Esta es una de las funciones más hermosas que Dios ha creado:
ciertamente que con la participación del padre, la mujer, por ser madre, contagia la
vida a sus hijos. Acá nos entreveramos con unas realidades que tienen que ver
entre sí: Mujer-madre-padre-hijos-vida. Prescindir de algunos de estos conceptos
en desmedro de los otros atenta contra la auténtica visión acerca de lo que
significa ser persona.
Nuestra época no escapa a ello: así nos encontramos con las mismas pero
también con nuevas formas de menosprecio de la mujer. Hoy, por ejemplo nos
seguimos topando con publicidades de carácter malsano que privilegian el aspecto
meramente corporal y hasta genital de la mujer; a veces hasta se disfraza con
bellas producciones audiovisuales. Hoy, además, con un falso concepto de
libertad se invita a la mujer a hacer lo que quiera para así autoafirmarse y
manifestar que todo lo puede si ella lo quiere. Por eso, nos encontramos con
nuevas formas de prostitución: como aquella que invita a muchas jóvenes a
vender su cuerpo para así sostener sus estudios; o la de aquellas madres que
venden o alquilan a sus hijas por fines de semana a hombres –incluso casados-
que requieren de sus “servicios” sexuales. Hoy también se ve como es más
importante el desfile de reinas en pasarelas para poder justificar gastos en las
ferias de nuestros pueblos y así poder tener unas buenas ganancias por parte de
los productores.
La mujer no vale por lo que es, sino por lo que aparenta y por lo que muestra….
Esto lleva a otras terribles consecuencias. Entre ellas se desvirtúa el sentido de la
maternidad: entonces surgen las madres adolescentes, o se promueve el aborto, o
se promueve el lesbianismo… Incluso hay “médicos” y “compañías de fármacos”
que al tratar sobre la maternidad en adolescentes, llegan a hablar de una
enfermedad o de un problema de salud pública. Y, en vez de ir hacia los caminos
de una sana orientación, proponen el gran remedio con la píldora del día siguiente.
2.
Desde ese momento no sólo Juan, sino todos nosotros la adquirimos como Madre.
Mujer-hijo: binomio que expresa una intencionalidad. El Hijo de María que nos
convierte en hijos del Padre, nos entrega a María como Madre. Es lo que le dice el
Señor a Juan: HIJO HE AHÍ A TU MADRE. Cambio radical pero en nueva
perspectiva. La maternidad enriquecida por la vocación de María, ahora
engrandece el sentido de la vida de todo hijo, que recibe a María como madre.
Igualmente desde esta experiencia de fe, sintamos el inmenso amor con el que
hemos de acoger a María, representada en tantas mujeres abandonadas y
maltratadas por una sociedad que les halaga pero que las rebaja en dignidad. Los
creyentes debemos sentir el coraje continuo de hablar y defender la maternidad.
Se arguyen muchísimas razones… pero se olvida lo principal: la vida es un don de
Dios. Por eso, lo llamamos el Dios de la Vida.
2.
Así se cumplía la profecía del Siervo de Yahveh: “Pues yo decía: Por poco me
he fatigado, en vano e inútilmente he gastado mi vigor ¿De veras Yahveh se
ocupa de mi causa, y mi Dios de mi trabajo?” Por eso, surge de su cuerpo
debilitado aquel reclamo: DIOS MIO, DIOS MIO ¿Por qué ME HAS
ABANDONADO?
Ahí está la gran enseñanza de esta palabra. Aprendemos de Jesús que su entrega
generosa por la salvación de la humanidad implica el desprenderse de todo, el
abandonarse y hacerse pequeño, como nos recuerda Pablo en su carta a los
Filipenses. Frente a tanta gente que se siente menospreciada y que sufre el
abandono por parte de quienes más le debían ayudar, la palabra de Jesús es un
motivo de consuelo. El pasó por la misma situación que ellos sufren; Él sintió la
soledad de la traición y del olvido de los suyos. Humanamente sintió que su Padre
lo había olvidado y abandonado… pero bien sabía que no era así. Su palabra en
la cruz viene a ser un reclamo para recordarle al Padre y a la humanidad que sí
estaba cumpliendo con la voluntad de salvar a los hombres, con lo que se cumplía
la promesa hecha desde antiguo. Todo eso está encerrado en esa palabra, llena
de angustia por la soledad humana, pero rica en la confianza de quien sabe que
está realizando la misión recibida. DIOS MIO, DIOS MIO ¿POR QUÉ ME HAS
ABANDONADO?
TENGO SED
1.
Los sufrimientos de tanta gente en el mundo de hoy expresan la gran sed que
padecen tantísimos hermanos nuestros. No hay que limitar la sed sólo a la falta de
agua, sino a otras experiencias fatales que golpean a no pocos seres humanos:
desde el hambre que pasan multitudes en muchos países hasta la sed de orden
moral y de respeto a la dignidad humana que encontramos en todas partes. Por
eso, hoy nos encontramos con el clamor desgarrador de tanta gente que clama
por un agua que pueda saciar su compleja sed.
No hay sino que fijarse alrededor de donde vivimos para comprobar que hay sed y
fuerte: la de los pobres que crecen en nuestro continente; la de los desplazados y
refugiados que no consiguen comprensión en nuestras sociedades; la de los
inmigrantes, en especial los que van a Europa y quienes son despreciados por los
que años atrás también fueron forasteros en búsqueda de atención: son los que
llegan de África, los que proceden de América y quienes reciben el despectivo
apelativo de “sudacas”…. Son los jóvenes a quienes se les castra el futuro por los
endeudamientos irracionales de los dirigentes de las naciones; son todos aquellos
que buscan libertad y no la consiguen porque están atrapados en las redes del
consumismo y del materialismo.
Junto a estos, nos topamos con la cantidad de personas que sufren de la sed
causada por la sequía moral de nuestro mundo. Se critica a quienes denuncian el
relativismo ético, o a quienes promueven la renovación moral de la sociedad, o
proponen volver a la educación en principios y valores… pero se aumenta el
desierto materialista donde sucumben tantos jóvenes que caen en la drogadicción,
en el tráfico de drogas, en el sexo mal entendido y vivido, en la burla que hacen de
los más necesitados por parte de aquellos que dicen tener el poder pues poseen
el control de las finanzas del mundo…Esa sed crece en medio de los conflictos
armados que esconden los intereses de las grandes potencias: o porque buscan
controles geopolíticos, o porque buscan someter a los más débiles, o porque
quieren defender sus intereses, olvidándose de los demás.
En medio de nosotros, en nuestra sociedad tachirense también conseguimos
gente que clama pidiendo el agua que pueda saciar su sed: es el clamor de tantos
padres que ven a sus hijos caer en la droga, de tantos adolescentes que terminan
perdiendo su identidad y su dignidad porque son seducidos hacia la
homosexualidad o la prostitución, o el alcoholismo. Es el clamor de quienes se
sienten acosados por una violencia irracional que promueve el sicariato, el
secuestro y la extorsión. Es sed de indefensión que conduce a posturas de
silencio temeroso para que no se puedan sufrir otros males sociales y morales.
Frente a este panorama, nos toca preguntarnos ¿qué hacer? ¿Cómo calmar esa
sed? El discurso de Jesús ante la Samaritana parece salir a nuestro encuentro
para recordarnos que el agua que Él promete es la que verdaderamente refresca,
da dignidad y conduce a la vida eterna. Es el agua de la liberación integral de todo
ser humano. Agua, que todos debemos hacer fluir de los manantiales de la verdad
enraizada en el evangelio. La Iglesia, con todos sus miembros, debe hacer sentir
la frescura de esa agua con su misión evangelizadora.
2.
Pero en ese clamor TENGO SED, Jesús sintetiza muchas otras cosas. El que
había prometido el agua que saltaría hasta la vida eterna, ahora no tiene nada que
le pueda refrescar. El sol, el polvo, la sangre coagulada en sus llagas… pero sobre
todo el haber sido maltratado injustamente hacen que sienta sed. Busca no sólo el
agua material, sino el consuelo del amigo o del discípulo… consuelo que falta
porque casi todos ellos desaparecieron por miedo o por lo que sea.
TENGO SED, dice Jesús en la Cruz. Y allí encuentran eco las dificultades y
situaciones aberrantes que viven muchos en la humanidad como fruto del pecado.
En esa sed, se identifican los hombres y mujeres que sufren en el mundo, a lo
largo de la historia. El Crucificado representa allí en El Calvario a los
menospreciados a los pobres entre los pobres, a los excluidos, a los discriminados
por su raza, por su nacionalidad, por su credo…En ese grito doloroso, casi
imperceptible por la debilidad de quien lo pronuncia se hallan identificados los
clamores de todos los que en la humanidad sufren….
Esta palabra de Cristo en la Cruz vuelve a enfatizarnos que el Dios hecho hombre,
de verdad asumió la humanidad con todas sus consecuencias. Consecuencias de
dolor, como también en su debido momento consecuencias de esperanzas y de
alegría. Pero al contemplar esta palabra y la actitud de quien no le concedió el
pequeño placer de un poco de agua, tenemos que hacer un examen de conciencia
claro: ¿cómo estamos dando de beber a nuestros hermanos sedientos de todo
tipo de agua? ¿Cómo estamos haciendo tomar conciencia de la necesidad de oír
el clamor de los pobres y excluidos? ¿Cómo sentimos en cada uno de nosotros el
clamor doloroso de los hermanos menospreciados en nuestras sociedades a lo
largo y ancho del mundo?
TENGO SED: palabra dura que nos ha de conmover. No es para sentir una
compasión romántica y refugiarnos en pietismos sin sentido. Es una palabra que
nos enseña a ver cómo el crucificado se ha identificado en todo con nosotros,
menos en el pecado. Cómo ha sido fiel a su compromiso de ser Palabra
encarnada, cómo su dolor soporta el dolor de los hermanos, que luego
encontrarán con su Pascua el agua de vida eterna.
TENGO SED: es la palabra que nos hace pensar en lo serio que es evangelizar.
Nosotros que estamos invitados y llamados para la misión de anunciar el
evangelio de Jesús, hemos de darlo a conocer como lo que Él es: el salvador pero
que dio la salvación desde la total entrega de su persona, con su humanidad
golpeada y menospreciada por los poderosos de su época.
TENGO SED: es la palabra que nos invita a dar el agua de la liberación a los que
la necesitan y a reclamar a quienes más bien reparten el vinagre amargo que no
sacia sino agudiza la sed de los hermanos a que se conviertan. El mundo de hoy
requiere del esfuerzo evangelizador de todos nosotros para invitar a los que se
creen poderoso para que se conviertan: no es con las armas, ni con el terrorismo,
ni con los fundamentalismos, ni con el relativismo ético, ni con el pecado social
con lo que se salvará al mundo de hoy. Es más bien con el amor redentor de
Cristo que debe ser testimoniado y con el que se edifica la verdad que hace libres
a los hombres.
Sin embargo, inmensas multitudes siguen pensado en la palabra que les han
dirigido sus dirigentes y guías, políticos, sociales, religiosos y culturales. Todavía
hay gente que sigue confiando también en los que les engañan... o buscan refugio
en gente que les engañó en el pasado y les ofrecen las mismas villas y castillas de
antes…
Pero también encontramos con gente que sí cumple con su palabra. Quizás no
son noticia. Y no les conviene a los grandes y poderosos de la tierra que lo sean.
Por eso, hasta buscan desacreditarlos. No es bueno que los honestos, los que sí
cumplen con su palabra, los que son capaces de dar luz… sean escuchados o se
les siga o se conviertan en punto de referencia. Ahora, quizás ya no se necesita
eliminarlos físicamente como antaño… con no hacer que su voz sea escuchada o
su ejemplo sea divulgado o no encuentren puesto fijo en las palestras mundiales o
nacionales, es más que suficiente. ¿Para qué convertirlos en mártires, si hay otras
formas de silenciar el ejemplo de quien cumple? Esa es la triste realidad que se
vive en el mundo. Por eso, como lo han indicado algunos estudiosos, es mejor
crear el “pánico moral”, destruyendo los ejemplos vivos de moralidad, o
haciéndoles el vacío, para que no tengan eco en la sociedad.
2.
Es lo que le pasó a Cristo. Una de sus últimas palabras en la Cruz habla del
compromiso adquirido y de su cumplimiento. Cumplió la voluntad de Dios.
Consumó la misión y así realizó lo que de Él se había profetizado: “Yo, Yahevh,
te he llamado en justicia, te tomé de la mano, te formé y te destiné a ser
alianza del pueblo y luz de las naciones”. En su Palabra de sello del
compromiso adquirido, Jesús se nos presenta como quien realiza y abre una
nueva alianza entre Dios y la humanidad. Sencillamente, porque TODO ESTA
CUMPLIDO. Es decir, lo anunciado, lo prometido, lo avizorado… en la Cruz
alcanza, trágicamente, su cumplimiento.
Jesús, Dios y Hombre, es una persona de Palabra. Para esto había venido y había
sido ungido por el Espíritu: para cumplir con la voluntad salvífica del Padre Dios.
Así inaugura un nuevo reino, de justicia y de paz en el amor. Es el reino de la luz
que destruye la muerte y la oscuridad del pecado. En la cruz se cumple lo
anunciado en el cántico del Siervo: “Te voy a poner por luz de las gentes, para
que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra”. Ese nuevo reino de
luz hace que el ser humano adquiera una mayor dignidad y llegue a convertiré en
hijo de Dios Padre. No es producto del azar o de una acción cualquiera, sino del
empeño puesto y ejercido por el Mesías en relación a la voluntad salvífica de Dios
Padre. Esto se consigue sencillamente porque en Jesús TODO ESTA
CUMPLIDO.
Jesús es el modelo para los creyentes fieles, para los hombres y mujeres de
buena voluntad, creyentes o no. Ejemplo de coherencia y de responsabilidad. Por
eso es silenciado –aparentemente-. Dentro de pocos minutos hará el gran
esfuerzo y acabará expirando. Su voz se enmudecerá, pero se convertirá en el
mayor grito de libertad jamás exclamado. Es el grito de la libertad y del amor, que
transforma a la humanidad. Es en el cumplimiento de la misión como Jesús
demuestra que no estaba equivocado. Por eso, inmediatamente que muere, el
Centurión romano, hará una especie de profesión de fe: “verdaderamente Éste
era el Hijo de Dios”. Sencillamente, porque había cumplido.
Con su entrega se hace realidad lo anunciado por el profeta en el canto del Siervo:
“y la voluntad del Señor se cumplirá con Él”. Entonces el miedo y el abandono
de sus discípulos serán corregidos, los pecados de la humanidad serán
perdonados, las incomprensiones de los que no le defendieron serán resueltas, la
maldad de los que le acusaron y torturaron se trastocará… sencillamente
PORQUE TODO ESTA CUMPLIDO.
Esta palabra de Cristo en la Cruz nos sale al encuentro para desafiarnos a los
creyentes de hoy. Ante las inmensas tentaciones a que somos sometidos para ser
mediocres o justificar falsas posturas, o para romper con los compromisos y así
caer en la deshonestidad, la corrupción y la falta de responsabilidad, el ejemplo de
Cristo en la Cruz es diciente. Si somos seguidores de Cristo, hemos de imitarlo. Y
también en esto de cumplir la voluntad de Dios. Es decir reafirmar el compromiso
con nuestra salvación y con la de los demás. El ejemplo de Jesús es una fortaleza
para los discípulos de Jesús que hemos de actuar en su nombre, para demostrar
al mundo que somos sus seguidores, que no nos importa lo que digan los demás,
que no nos in teresa si nos silencian… lo que sí nos importa es que sigamos
siendo constructores del reino y proclamadores de la única verdad que hace libres
a los hombres. Sencillamente porque TODO ESTA CUMPLIDO.
EN TUS MANOS PADRE ENCOMIENDO MI ESPIRITU
1.
Esta última palabra en la Cruz demuestra que quien sale vencedor es el Señor:
PADRE EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPIRITU. Está realizando la
entrega radical de su existencia y se pone en las manos del Padre. En esas
manos no sólo se coloca el Redentor con toda su misión, sino que allí está
poniendo la vida y la historia de toda la humanidad. Jesús quiere poner en buenas
manos, las de su Padre, toda su obra salvífica y con ella, a cada uno de los seres
humanos.
Nos señala el profeta en el Cántico del Siervo de Yahveh lo que sucederá cuando
el Mesías entregue su vida a Dios: “Por eso le daré una parte entre los
grandes… porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los
culpables, siendo así que llevaba el pecado de muchos e intercedía a favor
de los culpables”. Jesús al colocarse en las manos del Padre podrá sentarse a la
derecha del Padre y cumplirá con la segunda parte de su misión salvífica: atraer a
todos hacia Sí. Es lo que nos dice Isaías: “Sí, mi Servidor triunfará, será
exaltado y elevado a una altura muy grande. Jesús se entrega definitivamente
al Padre y en la Cruz alcanza –contradictoriamente- la victoria sobre la muerte del
pecado. El Padre está esperando esa entrega para transformar a la humanidad en
nueva y llena de la gracia de la salvación. Así se inaugura el Reino de Dios. Por
una razón. PADRE EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPIRITU.
CONCLUSION
La Cruz ha sido el marco del mayor drama que se ha podido dar en la historia de
la humanidad. Un hombre ha asumido sobre sus espaldas el peso del pecado del
mundo. Un hombre ha sido objeto de uno de los más inicuos juicios de la historia.
Un hombre ha sido martirizado al buscarse eliminarlo a Él y a su Doctrina, la del
amor fraterno. Ese drama es un drama de amor. Por serlo, hay que ver la razón de
ser de ese drama: la salvación de la humanidad. Entonces redescubrimos en él,
que su gran protagonista no sólo es hombre. Es el Dios humanado que se rebajó y
se hizo pequeño, para engrandecer a la humanidad. En Él, coincide la víctima que
se ofrece por la salvación de los hombres, como el sacerdote oferente. Y algo
definitivamente nuevo y transformador surge: la creación nueva, la alianza nueva,
la humanidad nueva… gracias al Redentor.
Hemos meditado las siete palabras del Crucificado,-palabras que son parte de ese
drama- a la luz de lo que profetizaban los Cantos del Siervo de Yahveh. Hemos
podido ver como a lo largo de esas horas de la Cruz y reflejadas en las palabras
allí pronunciadas por Jesús se iba cumpliendo lo profetizado por el autor sagrado.
De hecho hemos podido comprobar lo que en el primero de esos cantos aparece
como anuncio futuro, ahora ya hecho realidad: “He aquí a mi siervo a quien yo
sostengo, mi elegido en quien se complace mi alama…. No desmayará ni se
quebrará hasta plantar en la tierra el derecho… Lo de antes ya ha llegado y
anuncio cosas nuevas; antes de que se produzcan se las hago conocer”.
Hoy, en medio de nuestro mundo, muchas de las situaciones que viven nuestros
hermanos o podemos padecer nosotros, pueden leerse con ojos de fe desde el
prisma de las palabras de Cristo en la Cruz. Son las palabras de vida eterna,
pronunciadas en un momento solemne, cuando precisamente el Redentor está
abriendo las puertas del Paraíso, no sólo al Buen ladrón, sino a toda la
humanidad. Son las palabras de alguien que parece haber fracasado, pero que
está realizando la victoria más contundente que se ha conseguido jamás en la
historia humana: se ha vencido a la fuerza del mal, se ha abierto la luz para
acabar con las tinieblas… Si bien, lamentablemente, hoy todavía podemos
encontrar secuelas del pecado del mundo y de las tinieblas del mal, es muy cierto
que también sentimos la fuerza liberadora de Jesús, el Mesías, el Salvador.
Lo que hemos de hacer es, sencillamente, optar por el Señor. Acá está la clave
para poder seguir a Jesús, cumplir con la misión evangelizadora que hemos
recibido de Él, y, a la vez, ser sus testigos en todo tiempo y lugar. El libro de las
Hechos hace referencia a la misión de los discípulos “hasta los confines del
mundo”… éstos no quedan en la periferia de los continentes o en los límites
geográficos…. Los confines del mundo llegan a donde nosotros estamos, para que
con nuestro testimonio y llevando la fuerza del evangelio liberador de Cristo,
podemos invitar a muchos a que se decidan a seguir a Jesús. En esos “confines
del mundo” que son nuestros confines sentiremos siempre la acción redentora de
la Cruz de Cristo. Y nosotros, cual seguidores y discípulos de Jesús, llamados a
cooperar con Él en su obra de salvación, hemos de ser sus instrumentos para que
el mundo sienta que hemos sido colocados en las manos del Padre, pues ya se ha
cumplido con su voluntad de salvación.
María, la mujer por excelencia, la más alta de las criaturas del Señor, la oyente de
la Palabra que en la Cruz nos fue concedida como madre amorosa, ella misma
nos ayude con su intercesión a seguir a Jesús. Es lo que la Iglesia nos pide y lo
que el mundo, el que tiene sed de Dios, espera de nosotros. Ciertamente que
hemos de realizar muchas actividades evangelizadoras y pastorales; pero, sobre
todo hemos de ser los que demos a conocer a Jesús. Para ello, nos toca
conocerlo, profundizar en su Palabra, identificarnos con su Persona y actuar en su
nombre. Nos enseña el mismo Jesús que todo lo que pidamos y hagamos en su
nombre, nos será concedido…. Entonces, pidamos y reforcémoslo con nuestro
compromiso, que anunciemos sin temor ni vacilaciones a Jesús, con su evangelio
de luz, con su Cruz redentora y su Resurrección de triunfo. Amén.