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FILOSOFIA Y CAUTIVIDAD DE LA LINGUISTICA

Xavier Laborda

ER. Revista de Filosofía

número 2, noviembre de 1985; pág. 73-86

Sumario

Razones de la historia
Port-Royal y Wilkins Port-Royal y Wilkins
Lenguaje universal
El lema científico de “las cosas contra las palabras”
El lenguaje y el conocimiento del conocimiento
La importancia de la época

Razones de la historia
La creativa ebullición intelectual y científica que en el siglo XVII se dio, ha llamado poderosamente la atención a historiadores y estudiosos. Mucho más reciente
es el interés de los lingüistas por esta época que, por un afán de actualidad, podria parecer remota y desprovista de interés. Desde ese punto de vista indiferente a
la historia, se podría considerar el siglo XVII como una parte previa y anecdótica de la ciencia lingüística, que inicia sus pasos con el modelo positivista del XIX,
concretamente con el comparatismo, y que se constituye de un modo maduro en el siglo XX. Para unos, la lingüística es científica con el estructuralismo
saussureano, en la segunda década del s. XX, o bloomfieldiano, en la tercera década; para otros, con el generativismo chomskiano, a mediados de los años
cincuenta.
Es comun que las ciencias, cuando tienen esa vitalidad fundacional o de juventud, no reparen en lo que les ha hecho ser parte de lo que son. En esas
circunstancias de novedad y de fecundidad de una ciencia, el afán por establecer su independencia metodológica y tecnológica no favorece el conocimiento de
sus antecedentes y de las influencias con que se ha fecundado. Por consiguiente, y ya considerando nuestra situación actual, es un rasgo de madurez ese despertar
general de la lingüística a la historia caudal que tributa en sus modelos teóricos. Este fenómeno tiene el interesante efecto de relativizar los logros actuales y, a la
vez, de considerar, los problemas de la lingüística juntamente con los propósitos de las ciencias. Así, podemos anotar la colaboración que establece la lingüística
con la lógica, la matemática, la psicología o la neuropsicología, entre otras disciplinas. Ello conlleva el acotamiento conjunto de parcelas de investigación y el
intercambio de instrumentos de análisis.
De esta suerte, los lingüistas se interesan también por su pasado y reconocen un curso de discontinuas continuidades, esto es, de corrientes diversas que se
alternan o superponen históricamente, y que dentro de la tradición occidental se proyectan hasta la Grecia clásica. La historia de la lingüística resulta una
disciplina rica y provechosa.
Un período central en la historia de la lingüística es el que cubre el siglo XVII. Se trata de un período magnífico pues cuenta con una producción abundante y, a
la vez, variada. Entre estos trabajos hay que citar algunos de carácter magistral, por su contenido y por su repercusión hasta finales del siglo XVIII. Su excelencia
se debe a la perspicaz combinación de conocimientos de gramática y de filosofía, de psicología y lógica. Son aportaciones que conjugan los objetivos y los
métodos de las emergentes ciencias racionalista y empirista. Los trabajos de la abadía de Port-Royal en gramática y lógica, por un lado, y por el otro la
impresionante empresa científica del obispo inglés John Wilkins, Ensayo sobre la escritura real y el lenguaje filosófico, constituyen dos puntos interrelacionados de la
profunda renovación que entonces se opera. Nos estamos refiriendo a la década de 1660.
Una novación lingüística de este tipo resultaría inexplicable si no consideráramos la afortunada combinación de ciertos elementos. Éstos son la integración de la
tradición lógica y gramatical en una modernidad filosófica, esto es científica. Quien consulta las fuentes de la época observa que se produce la reunión productiva
de autores y de intereses gramaticales y epistemológicos.
Firman algunas obras de Port-Royal Antoine Arnauld, Claude Lancelot y Pierre Nicole. Por su parte, el trabajo de John Wilkins es el resultado de un equipo
extraordinario de científicos de la Royal Society. ¿Y cuál es el objeto de estos trabajos singulares? El objeto no es único sino doble, si bien los dos apuntan hacia
un ámbito común, el del conocimiento universal o el de un modelo de gran racionalismo. Los objetivos de la lingüística del siglo XVII son un trasunto de la
filosofía de su tiempo. Se trabaja sobre la universalidad (¿qué hay de común para la humanidad en el hecho de hablar una lengua?), en dos frentes, el de la
gramática universal y el del lenguaje universal. La gramática universal trata de los principios generales de las lenguas. Y el lenguaje universal es un proyecto que busca
la creación de una lingua franca que sea rigurosa y fácil de aprender.

Port-Royal y Wilkins
La abadía de Port-Royal es sobradamente conocida en las historias de la filosofía, la pedagogía, la religión y la lingüística. Menos notoria es actualmente la figura
de Wilkins, a pesar de su extraordinario papel intelectual y político. Sin embargo, Borges se ha ocupado de la personalidad de Wilkins y, luego, Michel Foucault
se ha hecho eco del ensayo de Borges. No puede perderse uno la gratísima lectura del breve artículo de Jorge Luis Borges, “El idioma analítico de John Wilkins”,
en Otras inquisiciones (Madrid, Alianza, 979, pág. 102.106). Y Michel Foucault confiesa el carácter determinante del artículo de Borges en la redacción de su
celebrado libro Las palabras y las cosas (México, s. XXI, 1974), en el que se ocupa también de Port-Royal.
Claude Lancelot, Antoine Arnauld y Pierre Nicole pertenecen a la abadía de Port-Royal, cercana a París y núcleo religioso del jansenismo. El jansenismo fue una
corriente católica defensora de un rigorismo o tradicionalismo que resultó una facción políticamente hostil; unos años más tarde fue perseguida y disuelta por la
realeza, y la abadía de Port-Royal fue derruida. A Claude Lancelot y Antoine Arnauld corresponde la redacción de la Grammaire générale et raisonnée (1660) y a
Antoine Arnauld y Pierre Nicole, la Logique (1662). Estas dos obras forman una unidad perfectamente trabada, que consiste en una investigación sobre las
normas del arte de hablar a partir de los procesos generales del pensamiento, esto es, la conceptuación, el juicio y la argumentación.
John Wilkins, miembro fundador de la Royal Society y alta dignidad de la iglesia anglicana, es el más destacado proyectista inglés, junto con Francis Lodwick y
Georges Dalgarno. Se entiende por proyectismo una corriente científica, especialmente activa en Inglaterra, pero también vigente en el continente, dedicada a
diseñar o proyectar lenguajes artificiales para su aplicación universal.
Incluimos aquí una nota sobre las fuentes documentales de estas obras fácilmente accesibles en la actualidad. La edición facsímil de la Grammaire de Port-Royal y
del Essay de Wilkins ha sido realizada por The Scholar Press (Menston, England, 1968). La Logique de Port-Royal se halla publicada por Flammarion (Paris,
1970).
John Wilkins hace pública en 1968 su obra An Essay towards a Real Character and a Philosophical Language, volumen de unas seiscientas páginas de gran formato —
cuarto mayor— acerca de los principios y posibilidades de un lenguaje universal. Su obra no es el trabajo de un gramático sino el de un precursor del
enciclopedismo. Erudito de apasionante personalidad intelectual, abarca los campos de la teología, la experimentación en física y en biología, la divulgación
científica y la investigación lingüística. El Essay tampoco es una gramática o no es solamente una gramática. Alcanza el techo de los trabajos relativos al lenguaje
universal, que se fundamentaban en el principio —descartado por la tradición— de la formalización de las ciencias experimentales. Es digno de notar las
afinidades de esta idea con las aportaciones del medieval Ramon Llull y de los contemporáneos de Wilkins, el francés Mersenne y sus compatriotas Lodwick y
Dalgarno, ya mencionados, entre otros. A diferencia del camino que escogerá Leibniz —también interesado en el proyecto —, Wilkins pretende propiciar un
lenguaje totalmente analógico, mediante los recursos del lenguaje natural., que permitiría “la distinta expresión de todas las cosas y nociones que caen bajo el
discurso”, afirmaba en los prolegómenos de la obra.
La organización del Essay revela una notable capacidad teorética, que se compone de las siguientes partes. Los Prolegómenos, referidos a la crítica de los prejuicios
lingüísticos y errores de las lenguas naturales y de sus procedimientos de escritura. La Filosofía universal, ambiciosa taxonomía del saber, organizada al modo de las
clasificaciones aristotélicas. La Gramática natural, que sintetiza las categorías y accidentes gramaticales de un modo regular a partir de diversas lenguas europeas. Y
el Carácter real y el lenguaje filosófico, que proponen una escritura (carácter real) más apropiada a la iconicidad de los signos y una expresión discursiva (lenguaje
filosófico) que resulte veraz, ordenada y completa.
Como se ha apuntado, la calidad e interés de todas estas partes de su obra, tan laboriosas y admirables, no son atribuibles exclusivamente a la persona de Wilkins,
sino a numerosas y autorizadas aportaciones de miembros de la Royal Society y a la colaboración de gramáticos. De tal suerte, la obra de Wilkins es el fruto
insigne de una época y de una comunidad científica que inauguró una forma de trabajar en equipo.

Lenguaje universal
El empeño por el diseño de un lenguaje universal, que desde el punto de vista gramatical no tuvo continuidad alguna más allá del siglo XVII —no en esos
términos— está motivado por los grandes cambios que se producen en la ciencia y en la técnica. Es estos círculos se experimenta la necesidad de disponer de un
lenguaje nuevo y riguroso. Bajo esta actitud late la convicción de que el lenguaje es instrumento de conocimiento y de que la ciencia es lenguaje.
El objetivo del lenguaje universal coincide con la sensibilización respecto del fenómeno que denominaremos de la babelización, un tópico que parece eterno y
que cobija prejuicios negativos sobre al variedad lingüística. Con él se asume la imperfección de las lenguas vulgares, a la vez que cunde cierta inquietud ante la
incertidumbre de éstas cara al futuro. Como respuesta al mal de Babel, se defiende una postura estática de lo lingüístico: las lenguas han de ser inmovilizadas o
encerradas en unos límites tolerables de cambio, para impedir lo que se interpreta que es el peligro de su paulatina “corrupción”.
La aplicación de las matemáticas a los fenómenos físicos plantea a los eruditos la idea de que el lenguaje natural debería alcanzar el rigor, la univocidad de los
símbolos matemáticos. Una palabra para cada cosa y una cosa para cada palabra. Para conseguir ese ideal lingüístico, los proyectistas comprenden que no sólo
hay que reformar las palabras sino también la gramática. En el trasfondo cultural de la investigación se aprecia una lucha entre cosas y palabras, entre hechos y
lengua, con el resultado de que los hechos y las cosas se atribuyen a la realidad, mientras que las palabras y los discursos son un manto, un tamiz engañoso que
no cumple apropiadamente con su papel de signo de la realidad.
Las ciencias empíricas toman como modelo el lenguaje de las ciencias exactas y buscan durante el siglo XVII, si bien infructuosamente, un lenguaje que refleje
con fidelidad la naturaleza y su conocimiento. En la tarea científica por dominar la naturaleza, el lenguaje se revela como un instrumento inestable y caprichoso.
A pesar de su fracaso, considerados por la lingüistica actual, estos trabajos aportan interesantes logros en numerosos campos, en la semántica, la lexicografía, la
fonética y la sintaxis. Ello es así porque, en su inte nto de poner de manifiesto lo que se considera deficiencias del lenguaje para expresar el saber científico, es
objeto de estudio la equivocidad de los vocablos, la naturaleza amfibológica o polisémica de los enunciados, la presencia del yo en expresiones emotivas o
valorativas, la dificultad de la metáfora y otras variedades que se consignan como irregularidades o anomalías del lenguaje en vez de capacidades significativas.
En definitiva, el proyectista afirma en sus pesquisas la convicción de que las ciencias experimentales se han de liberar de las falacias lingüísticas. Y el lenguaje
artificial que se cree ha de ser, a la vez, medio de invención y medio de expresión, o sea, instrumento de la ciencia y medio de comunicación social. Para ello, el
proyectista ha de desentrañar el orden que se esconde tras la apariencia que sirven los sentidos sobre la realidad y su concepción. No basta con estudiar las cosas,
pues, sino que también hay que establecer el orden con que se producen los pensamientos. En conjunto, la investigación sobre la realidad de las cosas y las
nociones permite una adecuada expresión discursiva.
El procedimiento que aplica Wilkins a su investigación consta de cinco fases. La primera es la de la babelización y consiste en el planteamiento del problema, tal
como hemos referido hasta aquí. La segunda tarea es la recogida de información sobre las dificultades discursivas (gramática, alfabeto) que ha de superar el
lenguaje artificial. En lo que atañe al significado, las lenguas y sus vocablos son una realidad deficiente. Y en lo tocante al significante, sucede lo mismo con los
alfabetos, las formalidades de la escritura y su pronunciación.
El tercer paso metodológico se diferencia de los anteriores en que no tiene un papel crítico o de destrucción de los idola o mitos baconianos, sino que inicia la
tarea constructiva. Consiste en la organización conceptual del conocimiento enciclopédico en tablas de términos. Wilkins insiste en que sus tablas clasifican
nociones juntamente con cosas. Hay, pues, una pretensión de llegar al meollo de la realidad. La organización de los contenidos de las tablas en un esquema
jerárquico convierte este material en un repositorio de conceptos interesantísimo. Recoge la totalidad de lo cognoscible, al modo del árbol de Porfirio, en
bifurcaciones hacia lo concreto que surgen de un tronco general.
La cuarta parte del procedimiento consiste en la invención de una gramática. Como hemos visto, en la fase anterior se ha realizado una tarea semántica, pues se
organizaba una macroestr uctura conceptual. Esa red semántica acababa en palabras raíces o primitivas, que suponían el nivel de mayor concreción de la realidad.
El compromiso era establecer un vocablo para cada cosa. Por consiguiente, Wilkins ha establecido en el paso tercero la paradigmática conceptual. A
continuación, ya en el estadio cuarto, elabora la sintagmática, es decir, los mecanismos sintácticos para producir discurso.
En quinto y último lugar, Wilkins culmina su obra al atender a los aspectos de la representación escrita —el carácter real— y la producción oral —el lenguaje
filosófico— de la nueva lengua. Tiene, pues, esta última fase metodológica dos instancias. La del carácter real responde al cometido de dar una expresión gráfica
a las ideas de las tablas mediante caracteres congruentes con su naturaleza. Ello se logra mediante un procedimiento ingenioso. Los caracteres expresan la
ubicación de las ideas en las tablas quadragesimales, esto es, cuarenta tablas en total para describir la realidad y que ocupan en el libro la considerable extensión
de 270 páginas. Indican el trayecto que debe seguir el lector para hallar los términos, esto es, los nodos y bifurcaciones de su pertenencia a las tablas. Este
trayecto, de lo general a lo concreto, se compone del género, la diferencia y la especie. Son unas distinciones aristotélicas que se enriquecen con los
procedimientos mnemotécnicos de la retórica, con sus topoi o lugares de ubicación.

(Tabla 1)
Género + diferencia + especie = términos generales

(Tabla n: términos generales de una tabla precedente)


Género + diferencia + especie = términos específicos

En conclusión, cada vocablo se escribe con unas grafía que traducen o remiten a la ubicación-trayecto del término en la tabla conceptual. A su vez, ya como
segunda instancia, se establece como se puede pronunciar tales signos, que no son alfabéticos. Consiste en atribuir unos sonidos a cada rasgo de la simbología
diseñada. Ello se hace ya con el uso del alfabeto, lo cual permite una escritura más asequible y su correspondiente pronunciación.

El lema científico de “las cosas contra las palabras”


Si el propósito fue valioso, el resultado de la investigación de Wilkins no alcanzó el éxito. O, por decirlo de un modo más preciso, Wilkins cumplió con su
cometido de crear un lenguaje analítico, pero no pudo ser aprovechado para la ciencia ni se implantó socialmente su uso. Este resultado era previsible. Descartes,
instado por Mersenne, consideró las posibilidades de un trabajo proyectista, pero lo desdeñó por inaplicable. Una de las trabas consistía en que, con el modelo
teórico disponible, era imposible la tarea de enumeración y descripción —tablas de lo real—, así como las de simbolización —escritura congruente — y
articulación lingüística —lenguaje filosófico.
La elaboración de una exhaustiva taxonomía en una tabla cuadragesimal o de 40 cuadros fue un logro material y formal notable. Materialmente aportó la
actualización del conocimiento científico con investigaciones de campo en especies animales (Willoughby), plantas (Ray), el sector naval (Pepys) y gramática
(Lodwick). Formalmente consiguió una sistematización coherente mediante los criterios del orden, la dependencia y la relación. No obstante ello, la dificultad
insalvable estriba en que Lodwick parte de un número desproporcionado de unidades o términos simbolizables. Son ni más ni menos que cuatro mil términos.
Ninguna lógica puede manejar una hipertrofia semejante de elementos simples. ¿Cómo se puede simbolizarlos y cooperar con ellos de modo solvente y rentable?
Por otro lado, hay que reconocer que el producto se resiente del esencialismo filosófico, que engulle un empirismo afanoso por clasificar lo real, pero de manera
titubeante.
La lógica simbólica habrá de alcanzar siglos después un camino luminoso. Pero el lenguaje universal de Wilkins no tuvo nunca aplicación alguna. Su enorme
aparato apunta a lo que también resolvería la informática a partir de la segunda guerra mundial con la mecanización de los cómputos y el tratamiento de la
información. La idea wilkiniana de construir una máquina lingüística para analizar la realidad enlaza de un modo indirecto con la informática y con la lógica
formal del siglo XX. Entre el afán de los proyectistas ingleses y los actuales desarrollos computacionales y telemáticos hay diferencias considerables en los
recursos, pero no tanto en las finalidades, que son contener un gran bagaje de conocimientos, manejar sus informaciones, elaborar nuevas informaciones y
transmitirlas y comunicarlas universalmente.

El lenguaje y el conocimiento del conocimiento


Una cuestión viva en la ciencia del siglo XVII es si se debe buscar el conocimiento en la realidad material o exterior, tal como propugnan los proyectistas y, entre
ellos, Wilkins, o bien en la realidad interior de la mente y de sus proceso lingüísticos, que es la línea de trabajo de Port-Royal. ¿Es posible conocer la estructura
del mundo sin conocer la estructura del mecanismo mental que sirve de medida de lo exterior? A esta consideración responden los escritos de Port-Royal sobre
gramática y lógica, que se inscriben el ámbito de la gramática universal. Los autores de Port-Royal no buscan la invención de un lenguaje filosófico, sino la
comprensión del orden que subyace tras la apariencia del lenguaje.
Gramática universal —también general, filosófica o natural— significa la reducción de las lenguas a unas reglas universales. Y parte de la premisa de la
comunidad de pensamiento, de la participación de los hombres de idénticos esquemas mentales. El pensamiento es universal; y muchas son las lenguas que
traducen el discurso interno o mental al discurso externo o verbal. Pero como sea que las lenguas reflejan las mismas ideas, necesariamente han de seguir
mecanismos semejantes.
La oposición entre lenguaje universal y gramática universal es clara. Wilkins asume el empirismo baconiano; por ello atiende a lo externo, que son las cosas, y no
desdeña las técnicas taxonómica y topográfica para la descripción de flora y fauna, por ejemplo. Su empirismo de conduce al diseño de un lenguaje unívoco que
refleje fielmente las cosas. Por el contrario, Port-Royal recoge el racionalismo cartesiano; su atención se centra en la conciencia: el conocimiento de las ideas.
Este idealismo, basado en conceptos lógicos, toma cuerpo en la realización de una gramática, porque con ello se consigue un mejor conocimiento del
pensamiento. Los autores de Port-Royal establecen las relaciones entre lenguaje y pensamiento, y se ocupan de la indagación de los universales lingüísticos y, en
términos generativistas, de la estructura profunda del lenguaje. En Port-Royal se asume, además del mentalismo (principios universales entre el lenguaje y el
pensamiento), la teoría innatista del lenguaje, que afirma la preparación genética del ser humano para el lenguaje y la disposición innata de principios básicos del
lenguaje.
Los autores de Port-Royal tienen la convicción de que el lenguaje está sujeto a una racionalidad, en virtud de esa correspondencia necesaria con el pensamiento.
La racionalidad puede ser visible si se produce en la expresión lingüística tal correspondencia. No obstante, el lenguaje es un objeto de estudio que permite un
análisis riguroso.
Para alcanzar el objetivo propuesto y para aplicar la metodología indicada debe renovar los principios de gramática tradicional, aunque sólo sea en parte pues en
la tradición también se apoya. Y así es; la Grammaire se independiza de la tendencia latinizante que hacía de esa lengua el modelo de análisis. Evidencia la razón
que funda los usos particulares de las lenguas, trasciende todas las lenguas y alcanza los principios del “arte de hablar”. La diversidad con que el lenguaje se
manifiesta es explicada mediante la teorías de la designación (teoría del signo) y mediante el descubrimiento de aquellas formas del discurso interno que no se
corresponden con las del discurso externo. Las estructuras que subyacen a las estructuras aparentes son explicitadas en numerosos aspectos gramaticales. Son los
del pronombre, la elipsis, el adverbio, el infinitivo, el adjetivo, el verbo y la preposición.
La brillantez de la Grammaire tiene su fundamento en los presupuestos lógicos y metodológicos que en ella se aplica. No importa que muchos de los elementos
del análisis de Port-Royal estén presente en diferentes gramáticas precedentes. Lo significativo es la síntesis que hace de éstos y de otros propios en un coherente
cuerpo doctrinal, hasta representar finalmente un importante avance en la lingüística.
Puede leerse la explicación en los historiógrafos que se han ocupado de esta obra. Su clave es doble. Por un lado está el excelente conocimiento de la tradición
gramatical, una capacidad que aporta Claude Lancelot. Por el otro, la impronta cartesiana proporciona a su sistema gramatical trabazón y dinamismo. Como
investigación de los universales sustantivos, la Grammaire constituye un hito excepcional. La confluencia de una gramática universal suficientemente desarrollada
—con el aporte de los elementos de la tradición— y del modelo de la filosofía, altamente abstracto y metódico, tal como se acaba de indicar, es una razón
plausible de su novedad y de su valor.
El método portroyalista se perfila nítidamente como hipotético-deductivo, en contraste con el método inductivo que aplica Wilkins. Es su premisa que el
pensamiento informa y conforma el lenguaje, que se considera un reflejo de aquél. Se establecen correspondencias rígidas entre elementos de los ámbitos. Así, se
emparejan y contraponen la idea a la palabra, el juicio y la proposición, el raciocinio argumentativo y el discurso. El segundo paso metodológico integra una
cadena de deducciones tan sutil y elegantemente forjada que esacasamente se distingue los momentos de transición. Se constituye mediante las siguientes
elementos: concepto de gramática, signo lingüístico (contenido y forma de la expresión, como trasunto del contenido y la forma del pensamiento), y las ramas
centrales de la prosodia y la ortografía, la morfología y la sintaxis. Esta disposición de los ámbitos de análisis del lenguaje contrasta con el adoptado por Wilkins.

La importancia de la época
El interés de la obras de John Wilkins y de Port-Royal va más allá de su modelo analítico del lenguaje y de sus propias páginas. Cabe verlos en su época y
entonces apreciamos su conexión con unos objetivos científicos generales, pues resulta incuestionable que no son un fenómeno espontáneo ni suponen una
excentricidad científica. El siglo XVII ofrece unas condiciones de estudio singulares, pues se halla en la frontera de una especialización extraordinaria y en un
momento de elecciones teoréticas muy influyentes. La lingüística halla en esta época un apartado intensísimo de su historia.
En el s. XVII se puede acreditar desarrollos relacionados con la informática, la lógica y la lingüística matemática, la robótica y los sistemas expertos. Un caso
entre otros muchos es el de Athanasius Kircher, un jesuita que precedió a Wilkins en el estudio de un idioma artificial. Kircher fue un hombre de ciencia
desmesurado, que postulaba también la creación de máquinas armónicas o autómatas para emular la supuesta “cabeza parlante” que en las leyendas se atribuía a
Alberto Magno. Kircher podría ser expuesto como un indicio de los cambios que en su momento llevaron al maquinismo y la revolución industrial del s. XIX y
en el siglo siguiente a la revolución del tratamiento automático de la información.
El estudio y comparación de los sistemas gramaticales de Wilkins y de Port-Royal, por sus adscripciones empirista y racionalista, respectivamente, permite
mostrar dos aspecto s de la lingüística. El primero es su continuidad a lo largo de la historia de las teorías gramaticales. El segundo se refiere a la no autonomía de
la lingüística respecto de la filosofía y de la teoría de la ciencia. Y llama la atención la productiva relación entre filosofía y lingüística, y la capacidad renovadora de
las ideas filosóficas en los desarrollos lingüísticos en los siglos XVI y XVII.
La quiebra de la unidad de modelo en la filosofía tiene su proyección en la constatación y pesadumbre por la “babelización” del mundo y la pérdida de la unidad
lingüística. El escepticismo epistemológico segrega este escepticismo lingüístico. Por contra, las doctrinas filosóficas del siglo XVII aportan un modelo global o
absoluto y producen su efecto en los proyectos, por una parte, de unidad material, con el diseño de lenguajes artificiales; y, por otra, proyectos de unidad formal,
con la gramática universal. Desde un punto de vista instrumental o material, se busca ordenar el discurso y distinguir entre palabras y cosas. Formalmente, se
intenta descubrir los patrones del pensamiento y de su expresión verbal. De esta suerte, en el s. XVII el criticismo filosófico determina una confianza
metodológica que es racionalista en Port-Royal y empirista en el proyectismo. Y pone fin a la zozobra sobrevenida en el s. XVI con el agotamiento de la
escolástica y de los paradigmas grecolatinos.

REFERENCIAS

AARSLEFF, HANS: “The History of Linguistics and Professor Chomsky”, Language, 46 (1970) 570-585.
CHOMSKY, NOAM (1966): Lingüística cartesiana (Madrid, Gredos, 1972
DONZÉ, ROLAND (1970): La gramática general y razonada de Port-Royal, Buenos Aires, Eudeba.
LANCELOT, CLAUDE; ARNAULD, ANTOINE (1660): Grammaire générale et raisonnée, Menston (England), The Scholar Press, 1968.
NICOLE, PIERRE; ARNAULD, ANTOINE (1662): Logique ou l’art de penser, Paris, Flammarion, 1970.
PADLEY, G. A. (1976): Grammatical Theory in Western Europe, 1500-1700: The Latin Tradition, Cambridge, Cambridge University Press.
ROBINS, R. H. (1967): Breve historia de la lingüística , Madrid, Cátedra, 2000.
SALMON, VIVIAN: “Review of Cartesian Linguistics by Noam Chomsky”, Journal of Linguistics, 5-6 (1969-1970) 165-187
TUSÓN, JESÚS (1982): Aproximación a la historia de la lingüística , Barcelona, Teide.
WILKINS, JOHN (1668): An Essay towards a Real Character and a Philosophical Language, Menston (England), The Scholar Press, 1968).

CONCLUSIONES

Para penetrar en el análisis de las obras lingüísticas de Wilkins y Port-Royal habíamos propuesto el instrumento conceptual de la siguiente dualidad: tradición y
modernidad. Inicialmente partíamos de la concepción de que una misma tradición era común a los gramáticos inglés y franceses, y que la modernidad
(empirismo y racionalismo) era la que aportaba los rasgos diferenciadores. La tradición puede ser entendida como el bagaje gramatical legado por el mundo
grecolatino y transmitido a través de los trabajos medievales y renacentistas. En este sentido, Wilkins y Port-Royal se distinguen y contraponen por sus
respectivas adscripciones en filosofía y ciencia.

Pero un planteamiento así, en los términos estrictos con que se expone, adolece de simplismo. El pensamiento lingüístico de Wilkins y de Port-Royal es un
producto inequívoco de su época. Y sus diferencias metodológicas y epistemológicas pueden ser resueltas, suepradas, si atendemos a líneas más generales. Por
ello es incluso inadecuado afirmar taxativamente que las improntas empirista y racionalista son elementos unívocos de oposición.

La dicotomía imperfecta

Las diferencias que se atribuyen a las adscripciones empirista y racionalista no resultan aquí tan grandes ni incompatibles. Y así hemos creído demostrar en el
trabajo de investigación. El dualismo de la lingüística del siglo XVII, que se representa en la confrontación entre los modelos de Wilkins y Port-Royal, es
inexacto.
Digamos por qué. Ciertas confluencias les unen. Wilkins participa de la gramática universal y Port-Royal trata del lenguaje universal. En ambos casos
observamos que consideran algunos aspectos de la estructura profunda y que alcanzan, en la mayoría de las cuestiones, un nivel teórico y una abstracción que
contrata muy favorablemente con las gramáticas tradicionales. Participan ambos, fundamentalmente, del espíritu del “Gran racionalismo”, y ello es aquí objeto
de especial atención.

Pero, en definitiva, lo que ha de ser resaltado sobremanera es su pertenencia inequívoca a una tradición gramatical que les afecta y les informa comúnmente. Este
extremo se constata en múltiples puntos de sus aportaciones.

Continuidad esencial de la lingüística

El elemento de la tradición, que está presente en trabajos gramaticales de uno y otro signo, justifica la generalizada opinión de la continuidad de la lingüística en
su historia. Ello no es óbice para afirmar, a su vez, que en ella hay diferentes corrientes, y también controversias entre corrientes. La pluralidad y la polémica
estimulan el estudio lingüístico y son causa de su desarrollo.

Los avances no se explican si no es por la convergencia del elemento tradicional con el elemento de la innovación. Concretamente, los trabajos de Wilkins y de
Port-Royal responden a planteamientos que sobrepasan el ámbito de la lingüística. Y al dinamismo y coherencia de éstos deben precisamente parte de sus logros.

Relación entre filosofía y lingüística

En la época estudiada hay una relación muy directa entre filosofía y lingüística. Y, también, entre la lingüística y las ciencias particulares. Se ha escrito que la
lingüística se halla siempre dirigida a distancia por una teoría del conocimiento. En efecto, la lingüística no es autónoma; por lo menos, no lo es en el siglo XVII.
Sería un error concebirla como una realidad aislada y entenderla únicamente desde dentro o inmanentemente.

Si trasladamos esta idea al marco general del conocimiento, se habrá de concluir que las partes del saber sólo son inteligibles en el contorno total. En el siglo
XVII, filosofía es aún sinónimo de ciencia. Wilkins es científico y gramático; Arnauld es filósofo y gramático. Ambos tienen interés por diversos ámbitos. Los
trabajos que realizan en cada ámbito no son independientes unos de otros. Desarrollan y ejemplifican su pensamiento general en las disciplinas concretas.

Empirismo y racionalismo, matizados

En la medida en que se investiga la metodología y la teoría del conocimiento aplicadas por Wilkins y Port-Royal en sus trabajos, puede afirmarse que son unos
desarrollos empirista y racionalista, respectivamente. Y éste es un aspecto que hemos pretendido no descuidar.

Pero es sabido que ni la naturaleza ni el pensamiento se desarrolla a saltos. Su esencia no es la discontinuidad sino la continuidad, la relación, la causalidad. Por
ello, el empirismo y el racionalismo son tan sólo un aspecto de las obras que han sido objeto de nuestra investigación, An Essay towards a Real Character and a
Philosophical Language (1668), de John Wilkins, y Grammaire générale et raisonnée de Port-Royal (1660), de Claude Lancelot y Antoine Arnauld. Y aun dicho
aspecto queda relativizado por la pertenencia de ambos al “Gran racionalismo”. El componente empirista y racionalista, en cada caso, concurre con el no menos
importante de la tradición. De ella se nutren y reciben instrumentos gramaticales imprescindibles tanto John Wilkins como los señores de Port-Royal .

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