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El machismo

Latinoamérica es un todo bastante particular, una gran región caracterizada por su mestizaje racial y

cultural, por su lengua común, y por peculiaridades reiteradas en el carácter de sus habitantes. Esto

se puede explicar por el desarrollo histórico macado por símiles procesos en la región, así nos

encontramos con grandes civilizaciones que fueron disminuidas y mestizadas luego de su contacto

con la cultura hispánica que llegó a intentar establecer sus características, intereses y cosmovisión,

de esta manera lo que sucedió fue una fusión de elementos que generaron una cultura propia no

delimitada, con características precolombinas, del occidente europeo y también particulares lo que

habría generado una crisis de identidad1[1] en los latinoamericanos, lo que se explica en que éstos

siempre han querido asemejarse a algo preexistente y no han aceptado sus rasgos disímiles y su

identidad específica: El carácter de los mexicanos es producto de las circunstancias sociales

imperantes en nuestro país; la historia de México que es la historia de esas circunstancias,

contiene la respuesta a todas las preguntas2[2]. Vemos entonces que de la diferencia es de donde

surge el problema. Que mejor ejemplo que la radical diferencia entre la figura del hombre latino (el

macho) y el europeo (el patriarca).

Como consecuencia de lo anteriormente señalado podemos establecer análisis comunes a los

latinoamericanos, encontrando idénticas caracterizaciones en países ubicados en diferentes y lejanos

contextos geográficos dentro del continente. Lo anterior se consigue examinar partiendo del análisis

específico de México y la personalidad de sus habitantes realizado por Octavio Paz. El autor

señalado se plantea el porqué de las características especiales de su país e intenta responder a ello,

aunque así, de manera deliberada o no, saca a la luz la identidad de gran parte de Latinoamérica, lo

dicho se refuerza al analizar los ensayos y obras de otros latinoamericanos que analizan la identidad

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de países específicos como el cubano José Martí (Éramos una visión, con el pecho de atleta, las

manos de petimetre y la frente de niño. Éramos una máscara, con los calzones de Inglaterra, el

chaleco parisiense, el chaquetón de Norteamérica y la montera de España3[3]), el boliviano

Alcides Arguedas o el brasileño José Mauro Vasconcelos, y más recientemente, en el caso

específico de Chile, a Pedro Morandé y Carlos Cousiño.

Es necesario aclarar que el análisis lo centraremos en un eje específico del problema, una de las

tantas aristas de complejo carácter latinoamericano, nos referimos al “machismo”, como también a

la posición de la mujer dentro de este contexto.

Para Paz el mexicano es un ser profundamente ensimismado, “cerrado”, es como un

“adolescente” en el sentido de que esta etapa de la vida es en la que cada ser humano recurre a su yo

más íntimo para alejarse de todo lo que le rodea y buscar en él la explicación a muchas cosas, entre

ellas, a la crisis identitaria. A raíz de esta introspección surge la “soledad” que afectaría a América

Latina, como también a causa de un distanciamiento y la discriminación entre los sexos, la soledad

de la pareja, la radicalidad entre el machismo y la feminidad. La solución a esta crisis constante se

ha encontrado en la modalidad de “esconderse tras caretas” para intentar ser o parecer otro: el

mexicano no quiere o no se atreve a ser él mismo4[4]. El mexicano no se acepta y con esto genera

un problema de rasgos mayores y de difícil solución: Y la máscara es simulación, es subordinar el

ser al parecer. Quien quiere parecer lo que no es, es quien no se siente capaz de aceptar lo que es. 5

[5]

En relación al último elemento descrito, la importancia del lenguaje popular es fundamental

pues se muestra como un reflejo de la identidad mexicana y de sus “máscaras”, es decir que el

lenguaje también oculta elementos y genera significados enmascarados, muchos de ellos aludiendo

al machismo intrínseco de los mexicanos (y latinoamericanos), éste será una figura masculina que

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reafirma su lado no racional animal, que seduce a la hembra y golpea para obtener lo que desea o

para demostrar su superioridad. Así nos dice Paz refiriéndose a las palabras populares: por ella y en

ella nos reconocemos entre extraños y a ella acudimos cada vez que aflora a nuestros labios la

condición de nuestro ser6[6]. Por una parte la palabra “chingar” en México es utilizada como un

verbo que representa la madre abierta y violada, a la mujer que entregó su cuerpo al español. Así la

mítica frase “¡Viva México hijos de la Chingada!” representa siempre “la agresión” 7[7] sufrida

desde la misma conquista. El verbo denota violencia, salir de sí mismo y penetrar por la fuerza en

otro... ...el que chinga jamás lo hace con el consentimiento de la chingada. En suma, chingar es

hacer violencia sobre otro8[8]. Así en el hombre mexicano el tratar a la mujer con envanecimiento y

violencia es algo que viene desde las mismas raíces de la conquista europea, desde aquel altanero

conquistador europeo que vino a buscar en América todo lo que no encontró en Europa, realización

personal, dinero y mujeres. Por su parte el “rajarse” demuestra ser otra palabra de uso común en

aquel país la que refleja el abrirse o el mostrarse tal cual se es, tal vez por eso la frase “no te rajes”

(no te quiebres, no demuestres debilidad, se siempre sinónimo de poder y fuerza, aunque en realidad

no lo seas) representa de tan perfecta manera al macho mexicano en el sentido de que siempre debe

ocultar su verdadero yo, y por otra parte demostrar el ser “alguien” que no es de aquí ni de allá,

alguien que cuida de su aspecto físico y de su actuar en público, que viste con ropajes que le dan el

poder que no tiene y que ponen una barrera entre lo físico (mediante esta suerte de “máscara”) y lo

interior, los sentimientos, los impulsos y la verdad, que demuestran una fortaleza creada pero

efímera pues se sustenta en la superficialidad. No está demás decir asombrosamente, que símiles a

las frases mencionadas se encuentran en diversas variantes a lo largo y ancho de la zona

latinoamericana.

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Continuando con el análisis ahora debemos centrarnos “lo femenino”. Aquí se debe

comenzar por poner a la mujer en un plano de radicalidad determinada por la cultura, ejemplificada

por un lado en la figura del sujeto religioso: la “Virgen María” en sus constantes “apariciones”

latinoamericanas: Guadalupe, Santa Rosa de Lima, Andacollo, entre otras, la que viene a

representar la pureza, la sobreabundancia de dones y la virginidad y a reforzar todo lo que un

hombre espera de una “buena mujer”, de ahí la constante “presencia” de la Virgen María en los

hogares en imágenes y en la peregrinación de los latinos hacia lugares santos en dónde es posible

observar su figura y así venerarla. Además de ello, representa a la madre sufrida y solitaria que lo

da todo por su hijo, esto el latino lo ha tomado febrilmente como la madre que acoge entre sus

brazos al hijo “huacho” y lo sobreprotege contribuyendo a la formación del carácter machista. Así

esta mujer está sola junto a su hijo, en el hogar, escondida del pecado y liviandades que puedan

presentarle la calle, escondida más aún en la cocina, al servicio de la alimentación de los hijos y del

marido. Tenemos la cocina como sitio especial, exclusivamente femenino y aún hoy; en esta era de

modernización y cambio, un lugar apartado del resto de la casa y por lo general escondido, al

contrario de lo que sucede en las casas estadounidenses y europea 9[9]. Cuando el marido existe, al

contrario de la mujer “casera”, éste siempre está fuera del hogar, pues no tiene de que afirmarse allí,

el mexicano, el macho, no conoce el significado del arraigo y menos aún el significado europeo del

construir sólidamente un hogar, de ser “padre” y “esposo”. De este modo la mujer será la encargada

del hogar y de la enseñanza de los valores escenciales, esto para el caso chileno es idéntico: Es ella

la que debe asumir la responsabilidad de criar a los hijos y de protegerlos en un ambiente social

hostil y donde la figura paterna brilla por su ausencia10[10].

Por otro lado, en el contexto de la mujer que se entrega al hombre fácilmente (y además a

un “extranjero”) encontramos a “La Malinche”, la mujer violada, entregada, rajada, la mujer que se

10
necesita para reforzar al macho pero que luego se deja fácilmente para que otro la utilice.11[11] Esta

configuración a la que nos referimos apunta principalmente a una mujer que habita en un mundo

“hecho por hombres”, por lo mismo es un espejo de la voluntad masculina, esta moldeada en

función del macho, de ahí que la mujer perfecta para el macho sea débil, casera y sumisa a las

órdenes de su pareja. Lamujer, así, se debe identificar con lo opuesto a lo que es el macho, esto es el

rechazo a lo “abierto” de la personalidad y con la virginidad o con la absoluta fidelidad a la pareja.

La figura de Malinche, amante de Cortés (a quien conoció siendo su intérprete de las

lenguas náhuatl y maya), es el arquetipo de lo abierto, del engaño y de la “violación”, siendo esto es

tan profundo que lo podemos coger claramente de la letra de la canción del folclore mexicano “La

Maldición de Malinche” en dónde se culpa a esta figura de todas las catástrofes latinoamericanas.

Así en México el ser “malinchista” es ser simplemente un traidor y es de esta traición de la que nace

el carácter mexicano. La primera de estas “maldiciones” es que la unión entre indígena y

conquistador genera el mestizo, hijo del conquistador que abusa de la mujer y luego la deja sola con

el hijo engendrado por ambos, de aquí vendrá el gran “ausentismo paterno” típico de Latinoamérica

y prácticamente inexistente en Europa en donde el patriarca ha fundado una familia y sus hijos han

heredado sus características, trabajo y redes sociales. Por el contrario, acá esto ha sido

prácticamente inexistente y así el macho latinoamericano se caracteriza por lo opuesto, por tener

muchas mujeres, muchos hijos con distintas madres, por ser en algunos casos un peón o un minero

errático y vagabundo que no conoce lo que es un hogar con padre madre e hijos, ni el trabajo

enraizado en el mismo lugar (esto en los lugares donde la hacienda no fue un fenómeno socio-

económico distintivo, como en el caso de Chile, o dónde ésta se disolvió), como sí lo es en Europa,

por el contrario, acá el hogar lo constituye la madre y sus hijos, el sufrimiento del abandono y el

refugio tras la máscara que oculta el origen mestizo. El dolor que ha dejado esta situación es lo que

ha hecho que en cierta medida el mexicano reniegue de su pasado, se aferre de su madre y adopte

una actitud de poder superficial.

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La radicalidad o doble/opuesto mencionado anteriormente también podemos encontrarlo en

Brasil, viniendo esto a demostrar que la tesis planteada es aplicable a gran parte de América Latina,

así nos lo prueba Roberto Da Matta: de la figura materna, de la dueña de casa ejemplar ( que cuida

al marido y a los hijos y en la noche ve su telenovela), de la propia mujer vista como categoría

genérica y, en la cultura brasileña, asociada de manera poderosa (paradójica y socialmente) con

el mundo del pecado (por medio de la prostituta) y de la pureza (por medio de la Virgen María) 12

[12].

La “ruptura” que significa para los latinoamericanos la fiesta es esencial en el sentido de

que son los ritos que marcan una diferencia consustancial con la cotidianidad, así la fiesta es la

única instancia en la que el latino demuestra su verdadero ser, se abre al mundo, manifiesta lo que

hay tras la máscara. La fiesta tradicional produce exaltación; el hombre abandona el control

cotidiano de sus comportamientos y experimenta un proceso de extraversión de sus anhelos más

profundos... disipadas en medio de este ambiente de alegría y e enaltecimiento13[13]. Así por un

lado el mexicano se “abre” en la fiesta pero la hace tan extrema y explosivamente que no puede

llegar al fin que persigue, se auto-anula. Por su parte el brasileño en su máxima expresión de la

fiesta, el “carnaval”, demuestra su propia expresión de lo señalado, así en éste destaca la figura

femenina y su ligazón con lo “sexual” de manera evidente, aquí sale a la calle lo privado de la casa

y se muestra, además (siendo Brasil una sociedad muy jerarquizada) en el carnaval la jerarquía y la

burocracia desaparecen para dar paso a la igualdad, al desorden y a la exteriorización multitudinaria

de labores que en un contexto normal sería calificadas de netamente“privadas”, todo ello viene a

demostrar que el brasileño necesita de una “fiesta” en la que pueda sacarse la máscara y ponerse

otra que represente y “resalte” sus particularidades, así se viste con brillos y adornos se desliga de

las reglas y es él mismo durante los días que dura el carnaval..

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Todo lo desplegado anteriormente nos propone que consideremos a un pueblo latinoamericano que

surge del problema identitario y se rebela en contra de sí mismo, esto se ejemplifica sabiamente y

concretamente en México durante la Revolución Mexicana y en la Matanza de Tlatelolco: La

matanza de Tlatelolco nos revela que un pasado que creíamos enterrrado está vivo e irrumpe entre

nosotros. Cada vez que se presenta en público aparece enmascarado y armado: no sabemos quien

es, excepto que es destrucción y venganza. Es un pasado que no hemos sabido o no hemos podido

reconocer, nombrar, desenmascarar.14[14]. América Latina sería así un solo pueblo que vislumbra

su problema pero que lo reprime constantemente, lo oculta y finalmente lo hace parecer algo que no

es, de ahí el fuerte rasgo machista y la fuerza que consigo trae, fuerza que surge como la perfecta

contraposición a la situación de debilidad y crisis identitaria del continente. En estas circunstancias

es válido cuestionarse por las verdaderas posibilidades de desarrollo de las mujeres en

Latinoamérica en donde son caracterizadas a la luz del machismo, así caracterizando el problema

tenemos que aquí lo femenino y sus particularidades básicas son cuestionadas dentro de esta

oposición a lo que es el macho,por ejemplo, algo tan propio del género femenino como la

sensualidad es castigada como ”pecaminosa” e indigna: la feminidad nunca es un fin en sí mismo,

como lo es la hombría. En otros países estas funciones se realizan a la luz pública y con brillo.15

[15]

Para analizar lo planteado es necesario tener presente el contexto de modernización relativa de la

sociedad latinoamericana, el cual afecta tanto a lo material como al espíritu y al carácter. Así

tenemos a una mujer que habita, desde mediado del siglo XX en la gran ciudad y se impregna de lo

que ésta le presenta y comienza a dar un giro en su actuar y pensamiento, en este sentido citamos el

caso de Gabriela Mistral, quien visionariamente, fue una de las mujeres que demuestran que desde

mediados del siglo XX la figura de la mujer latina debía ser reivindicada como también

reestructurada: reivindicó a la mujer desde su adolescencia, hizo a la vez la apología de la

14

15
maternidad y de la “ternura”, pero rompió los moldes femeninos adscritos en su propia

existencia.. la mujer es un motivo de principal preocupación para Mistral, por la condición

deterirada y de segundo plano que ocupa en la sociedad de su tiempo.16[16].

Así la mujer del siglo XX se atrevió a dar un gran paso, ya sea por las nuevas tecnologías,

oportunidades, necesidad y nuevas ofertas de empleo, etc. Como la calidad de vida se ha hecho

mejor, en este contexto la mujer tiene menos de que ocuparse en la casa, además de ello ahora se le

presenta la opción de poder escoger en términos relativos el número de hijos que quiere procrear

(métodos anticonceptivos que surgen como una alternativa que vendrá a cambiar la concepción del

concepto de madre abnegada y solitaria) y puede salir a la calle a buscar otras ocupaciones y

esparcimiento, aunque esto siempre sesgado y reprimido por el qué dirán. Por ello es que la figura

femenina está copando los centros comerciales y también llenando los cupos de las universidades,

de esta manera está conociendo y abriéndose hacia un mundo que parecía oculto para ella. Así, si

bien la mujer podrá desarrollarse poco a poco en este mundo que ya no es vedado para su completo

desarrollo, surgirán inevitablemente otros problemas, propios de la desestructuración de las

disposiciones básicas latinoamericanas en las que la mujer ya no ocupará el lugar de madre sumisa

y solitaria, es así como en primera instancia la mujer está siendo sujeto de cuestionamiento social y

familiar, está sufriendo agresión psicológica y física por parte de su pareja que a veces ve con malos

ojos que ésta salga demasiado a la calle o que descuide a los hijos. También lo anterior genera

quiebres matrimoniales y así padres que continúan siendo “ausentes” e hijos que, en vista de esto

deberán buscar otras maneras de adquirir apoyo y protección.

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